LAS UNIVERSIDADES COMO COMUNIDADES DE LA DIFERENCIA
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Resumen
Si las universidades son comunidades, estas deben ser, necesariamente, inclusivas. Esta idea de inclusión resulta central para la práctica pedagógica del pensar juntos, razón de ser de la universidad secular humanista. La predominancia de las universidades como élite de la investigación —el prestigio sostenido y promovido a partir de rankings mundiales— no debe hacernos olvidar la relevancia radical de la universidad como espacio para la docencia y el aprendizaje. Esta idea de la universidad como una comunidad incondicionalmente comprometida con la exploración dialógica de la diferencia, es la que ofrece a la universidad su autoridad ética —su «ethos de sensibilidad crítica»—, que, como William E. Connolly sostiene, perturba radicalmente las virtudes tradicionales de la comunidad basada en supuestos de «la persona normal». En un mundo de diferencia cosmopolita que desafía cualquier código rígido de moral, la capacidad para la deliberación ética es especialmente importante. Por ello, nuestra primera responsabilidad como profesores e intelectuales es proporcionar los recursos necesarios para interpretar y comprender este nuevo mundo, de tal manera que reconozca su novedad y su potencial para la natalidad y los nuevos comienzos. Debemos tratar de desarrollar una pedagogía que nos permita razonar juntos —no como contrarios, sino juntos en la búsqueda desinteresada del bien común—. La universidad, a mi juicio, es el lugar principal de la realización y la activación de esa capacidad a través de la práctica de la pedagogía (Nixon 2012ª; 2012c; 2008).