I
Por primera vez desde que fui designado para el mando de esta Comandancia, fuerza de la misma destinada al fin primordial que nos encomendó la superioridad «persecución y exterminio de huidos», ha tenido ante una partida una actuación cobarde precedida de entrega de armamento, municiones, correajes, uniformes y el tricornio que tanto nos caracteriza, manteniéndose desarmados en su destacamento, carentes de valor para iniciar la persecución de aquella que tanto mancilló su honor, con la agravante de que un compañero, herido mortalmente, por su heroísmo, pedía auxilio en un estado preagónico. Hecho tan bochornoso y de desprestigio máximo para nuestro uniforme [...] merecen mi repulsa, pues abrigaba la confianza de que mandaba fuerza [sic] que en todo momento responderían sin regatear sacrificios en defender los intereses patrios, prestigio del uniforme y del «HONOR» [sic] que llevamos por lema
Así comenzaba la orden emitida por Manuel Gómez Cantos, teniente coronel y mando de la más estrecha confianza de Franco y Camilo Alonso Vega, escrita al calor del fusilamiento de tres guardias civiles como castigo por su supuesta cobardía ante el ataque del maquis del 17 de abril de 1945, los conocidos hechos de Mesas de Ibor, y entregada a la comandancia en Cáceres el día 23. Y continuaba:
Como el delito cometido por estos exbeneméritos tiene marcada taxativamente la pena en el Código de Justicia Militar, con ejemplar castigo en el acto, a dicho Texto Legal me ajusté y ante todas las fuerzas formadas, en el lugar que se consumaron los hechos y bajo mi mando directo y personal, hube de cumplir con rigor los mandatos de dicho Código para castigo de los culpables y ejemplo de las fuerzas que lo presenciaban en formación.
Así, para borrar «esta mancha que pesa sobre mi Comandancia, exhorto a todos en general y dispongo que sin reparar fatigas y sacrificios, con exposición de la vida en cuantas ocasiones se presenten, se emprenda una campaña eficaz, que permita en corto espacio de tiempo aminorar y exterminar en todo caso a los guerrilleros que merodeen por la provincia». Y dirigiéndose a sus subordinados, les avisaba por fin de que iba a «efectuar una profunda investigación», y que de su comportamiento «dependerá mi actuación» y que ésta sería «extremando toda medida disciplinaria».
Esta orden, remitida al más destacado mando de cada localidad en Extremadura con unidades beneméritas, con la obligación de leerse durante diez días consecutivos, está llena de elementos interesantes para situar el contexto en el que se va a desarrollar este dossier. Habla de la aplicación de unas políticas de la violencia sin precedentes en Extremadura en tiempos de paz. Permite situar la intransigencia y discrecionalidad con la que actuó la oficialidad de la Benemérita en los cuarenta, una forma de actuar permitida y ordenada por el propio Franco y el director general de la Guardia Civil, que podía incluir el ajusticiamiento ejemplarizante de los propios números del Cuerpo ante sus compañeros. El ojo bien entrenado se va directamente a palabras como «persecución», «exterminio», «rigor» y «castigo». Pero, posiblemente, lo más importante del documento sea su fecha: abril de 1945, seis años después de acabada la
Pero ¿había realmente acabado? Hace años Juan José Carreras, sin más apoyo que su propia intuición como historiador e intelectual, llamaba «retórico» al final de la guerra de abril de 1939. ¿Hasta qué punto podía tener razón? Esa es la pregunta central que nos venimos realizando desde el proyecto de investigación que sirve de marco a este dossier, y en buena medida es también la cuestión central que interroga a sus autores. Siempre en el marco de la lucha contra la guerrilla en posguerra, tal vez la forma más visible de concreción del estado de guerra vigente en España hasta 1948, el
Con posterioridad a la feliz terminación de la Guerra de Liberación, han existido núcleos de tropas del Ejército y de Orden público que, con fatigas y riesgos propios del servicio en campaña, han intervenido eficazmente en la ardua y penosa misión de perseguir y dominar las partidas de bandoleros que, temerosos de la acción de la justicia, se refugiaron en algunas zonas montañosas.
[Una] prolongación del esfuerzo requerido para el victorioso remate de la Guerra Nacional. Justo premio a estas funciones extraordinarias es su equiparación con las peculiares a toda campaña, y como consecuencia, la correspondiente concesión de abonos de tiempo de servicio.
De nuevo, el ojo avezado detecta rápidamente las palabras clave de este párrafo, a mi juicio muy revelador de la gran importancia dada al asunto de la guerra antipartisana en la posguerra: «servicio en campaña», por supuesto. «Equiparación». Pero sobre todas, «prolongación».
II
Desde hace algunos años, la historiografía europea ha comenzado a replantearse la morfología cronológica de los conflictos bélicos del pasado siglo
Todas esas preguntas conforman un fructífero debate del que, sin embargo, han quedado prácticamente excluidas las guerras civiles. Por extraño que parezca, el análisis comparado de las posguerras civiles es un acercamiento poco explorado por la historiografía internacional. El trabajo existente más importante de cuantos han abordado de manera directa y explícita las dinámicas de las posguerras civiles europeas, editado por Bill Kissane (
Como hemos podido comprobar en los no demasiados trabajos que han abordado las posguerras civiles de la Europa de 1939-1950 —con especial atención a España, por supuesto, así como a Italia, Grecia y el Reino de Yugoslavia por un lado, pero también a casos sujetos a debate como los de Rumania, Polonia o Ucrania—, todas ellas contuvieron tiempos, según los diferentes contextos, de guerra de baja intensidad, de políticas de ocupación sin frentes bélicos, de reconstrucción narrativa y material, y de construcción de identidades, lealtades y mecanismos de identificación con el nuevo régimen: situaciones de fractura intracomunitaria, de remodelación de los usos económicos y sociales del territorio, de redefinición del cuerpo social, de acceso a las armas de actores variados y de ruptura, muchas veces, de la soberanía y de los mecanismos de legitimación estatales. Desde la depuración salvaje yugoslava hasta la autoamnistía italiana, pasando por la exclusión y exilio de los vencidos en Grecia o las guerras de ocupación y baja intensidad en los territorios neocomunistas
Como es bien conocido, en tiempos recientes cada vez más autores y autoras reclaman atender a la porosidad de la experiencia histórica entre guerra y posguerra, incluso reclamando una extensión cronológica de la primera hasta hacerla coincidir con la finalización, si es que tiene un fin definido, de la segunda. Destacan los trabajos de Jorge Marco, que es quien más ha trascendido su propio ámbito de especialidad para plantearse cuestiones de naturaleza comparativa y conceptual
III
Pocos contextos explican mejor estas proyecciones de la guerra en su posguerra civil que el marco de la guerrilla y de la lucha antipartisana: no es casualidad que algunos de los mejores análisis actuales sobre qué fue la posguerra española provengan inicialmente de ese ámbito de estudios
Guerra fría, callada, sin grandes victorias, combatida contra un enemigo huidizo, bien entrenado, resistente y valeroso, apoyado muchas veces por la población civil, cuya delación era potencial y duramente castigada por los propios guerrilleros o sus enlaces. Así fue para el coronel Limia la persecución, «represión y exterminio» de la resistencia armada, contexto que no duda en llamar de «guerra», si bien con menos bajas que un conflicto regular (de 1755 integrantes según sus cálculos de las partidas, 1359 bajas entre muertos y capturados entre los «bandoleros», frente a 256 muertos entre jefes, oficiales, suboficiales y tropa, además de 368 heridos por parte de las fuerzas armadas). Una guerra soterrada, que generó eso sí decenas de cruces al mérito militar, entregadas en los años cuarenta a personal de la Guardia Civil y que son una buena prueba de la larga duración de la guerra en su fase irregular
Una guerra, en suma, silenciosa, como corroboraba un informe elaborado en 1945 por la policía de Málaga: una provincia afectada de forma muy importante por esta forma de combate irregular, donde la falta de frentes, la movilidad, los rumores y la propaganda originaban «la idea de que los delincuentes gozan de impunidad, todo ello con la consecuente crítica para las Corporaciones encargadas de velar por el orden público». El «bandolerismo», una suerte de «plaga criminal» (en algunos pocos casos desenvolviéndose «en la forma esporádica que caracterizó al antiguo bandolerismo andaluz», pero en su mayoría organizado y en contacto con el Partido Comunista) se cristalizaba en auténticas partidas armadas, cuyo armamento era muchas veces superior al de los cuerpos policiales, que «en su mayoría carecen de la imprescindible [munición] para hacer frente a cualquier eventualidad, así como de armamento de un calibre que permita equipararse, en lo posible al empleado por las partidas armadas»
Pocos asuntos, tal vez el paro y el hambre (ámbito de estudio que ha tenido en tiempos recientes un gran impulso gracias al trabajo encabezado por Miguel Ángel del Arco
Es sorprendente el grado de control territorial que pretendía ejercerse con la lucha antiguerrillera como contexto o como excusa. El general Gustavo Urrutia ordenó en diciembre de 1940 la prohibición de entrar o salir, de 7 de la tarde a 7 de la mañana, de los municipios donde hubiese combates entre la Guardia Civil y las guerrillas, en los que constituían delitos de traición la protección de los combatientes del monte o la participación en reuniones clandestinas. Además, Urrutia daba cobertura a la práctica de abrir fuego sobre cualquier paisano que no se detuviese a la primera voz de alto, así como a la de comprar información mediante la cooperación de civiles con las autoridades. Con todo, lo más interesante, como el propio Arnau Fernández recuerda en el artículo de este dossier, es que se trataba de prácticas que empezaron a desplegarse en 1936 en Andalucía, y que tendrían continuidad a lo largo de toda la posguerra. La guerra regular que empezó en 1936 pudo acabar en 1939, pero la guerra irregular que se desplegó al amparo de la primera y en las mismas fechas mantuvo su vigencia hasta mucho más allá de la publicación del último bando, el de la victoria. Concretamente, hasta 1952, cuando los propios mandos de la Guardia Civil la dieron por acabada.
IV
Puede ser el ámbito donde más claramente pueda observarse una neta proyección de las dinámicas de guerra en el tiempo de paz, pero el de la guerra contra la guerrilla no es desde luego el único que permite plantearse la cuestión central de las continuidades políticas, culturales, económicas o militares entre guerra y posguerra. Desmovilización, salud mental, violencia de género, chatarra de guerra, hurtos, suicidios, campos de concentración, avales, cárceles, chivatos, informadores, ocupación. De cuestiones como estas trata este dossier, que quiere contribuir a trazar, desde la investigación con fuente primaria y estudios de caso, una mirada a esos grandes fenómenos propios de las posguerras civiles. En ese sentido, el desarrollo de la pregunta de partida implica también estudiar hasta qué punto en el terreno de lo local y de la cotidianidad las transiciones entre guerra y posguerra son más complejas que el simple decaimiento de un estado de guerra, la desmovilización de la sociedad o la victoria de un bando sobre el otro. E implica también preguntarse si el estado de guerra de baja intensidad sirvió en los contextos posbélicos, tanto en España como en Europa, para contribuir al reforzamiento del poder de los regímenes y formas de gobierno vencedoras de las guerras internas a gran escala.
Analizar esos elementos como formas de continuación de una guerra de baja intensidad contribuirá a su vinculación con un ciclo largo europeo de guerras y posguerras civiles, entre la guerra española y la griega. Con este dossier pretendemos también dotar a la historiografía internacional de elementos de reflexión para un análisis comparado a partir del caso español, devenido si no paradigma de las posguerras civiles, sí desde luego una atalaya privilegiada desde la que observar estos procesos históricos a escala continental.
El autor se ha valido de la ayuda proporcionada por ICREA a través de su programa ICREA-Academia. Este artículo se ha escrito, como el resto del dossier, en el contexto del proyecto POS-C-WARS, «Posguerras Civiles: violencia y (re)construcción nacional en España y Europa, 1939-1949» (PGC2018-096031-B-I00), Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades.
Archivo Histórico Provincial de Cáceres. Gobierno Civil, caja 438.
SEHGC. BOGC, diciembre de 1944.
A partir de análisis comparados como los elaborados por Gerwath (
Los abordamos en Rodrigo (
Marco (
Marco y Yusta (
Archivo Histórico del PCE (en adelante AHPCE), Movimiento guerrillero, Caja 105, carpeta 32, julio 1957.
AHPCE. Caja 105, carpeta 33. Relación de los servicios más destacados del cuerpo de Limia Pérez. Sobre el comandante y su cuerpo, Fernández Pasalodos (
Archivo Histórico Provincial de Málaga. Gobierno Civil, caja 12633.
Del Arco (
Archivo Histórico Provincial de Ciudad Real. Gobierno Civil, caja 438.