"En una transacción electrónica pagamos con dinero... y con nuestros datos: es el lado invisible de la economía digital": entrevista de la RES con Matilde Massó

2025-06-22
"En una transacción electrónica pagamos con dinero... y con nuestros datos: es el lado invisible de la economía digital": entrevista de la RES con Matilde Massó

Profesora titular de Sociología en la Universidade da Coruña, Matilde Massó es una de las voces más relevantes en el ámbito de la sociología económica en España. Ha co-coordinado la sección monográfica de sociología económica recientemente publicada en la Revista Española de Sociología (RES). Conversamos con ella sobre el papel de la sociología económica en los debates públicos, el futuro del dinero digital, el desafío de la inteligencia artificial en la docencia universitaria y las fronteras entre disciplinas.

Si nos lee alguien que quiere saber más sobre sociología económica, ¿qué texto clásico y qué texto reciente le recomendarías leer? ¿O qué autor/a le recomendarías leer sí o sí?

Como texto clásico, le recomendaría cualquier libro de Karl Polanyi. Mis preferidos son El sustento del hombre y La gran transformación, dos libros muy sugerentes para comprender el proceso de creación de las economías de mercado y las transformaciones sobre las que se sustenta esta forma de organización económica.

Como autoras contemporáneas, recomendaría sin duda a Viviana Zelizer o a su discípula Nina Bandelj, que analizan desde una perspectiva micro lo que llaman “el trabajo relacional”, vinculado a cómo utilizamos el dinero en nuestra vida cotidiana. En sus trabajos muestran cómo el dinero, lejos de ser neutral, está profundamente moldeado por relaciones sociales, afectivas y morales.

Otras autoras muy inspiradoras para mí son Marion Fourcade, con su trabajo sobre el capitalismo de plataformas, o Mariana Mazzucato, con sus aportaciones sobre los conceptos de valor económico y valor social.

Como investigadora en temas de nuevas formas de dinero, ¿qué futuro le deparas a las monedas digitales?

La digitalización es un proceso imparable que ha afectado a los medios de pago. Gracias a la alianza entre el sector tecnológico y financiero, hemos naturalizado la digitalización del dinero como algo casi “inevitable” y natural. Se ha emprendido una auténtica lucha contra el dinero físico y en efectivo, ignorando que este proceso responde, sobre todo, a los intereses del sector financiero digital.

La digitalización del dinero se asienta sobre una infraestructura muy poderosa, compuesta por grandes empresas financieras y tecnológicas. A diferencia del efectivo, el dinero digital es una combinación de valor económico y datos personales. El efectivo protege la privacidad y es resistente tanto a las quiebras bancarias como a catástrofes naturales o eléctricas.

Un tema poco debatido públicamente es el valor monetario de los datos que generamos. Algunos estudios revelan que nuestros datos pueden alcanzar un valor de hasta 20.000 euros al año, pero los compartimos gratuitamente. ¿Podría considerarse una forma de trabajo no remunerado? ¿Es una extracción de valor?

La tecnología nos facilita la vida en muchos sentidos y nos permite un acceso a la información sin precedentes, pero también genera una dependencia muy profunda, hasta el punto de fundirse con nosotros en la vida cotidiana. Pensemos en el móvil o en aplicaciones como WhatsApp o Google Maps. Si esto lo aplicamos al dinero, la dependencia es aún mayor.

En una transacción digital interviene una multiplicidad de actores, no solo el consumidor y el vendedor: operan bancos, intermediarios de pago como Visa o MasterCard —cuyo negocio se alimenta de las transacciones digitales—, proveedores de infraestructuras tecnológicas, plataformas, etc. Estas transacciones funcionan como vecinos cotillas: recopilan todos los datos de nuestra vida cotidiana —dónde, cuánto, qué, a qué precio, a qué hora—. El tratamiento de esta información sirve para moldear nuestro consumo mediante publicidad, orientar nuestra conducta con fines comerciales y profundizar en esa dependencia que configura un nuevo orden económico y social.

¿Crees que la sociología económica está suficientemente presente en los debates públicos y en las políticas económicas? ¿Qué le falta para tener más influencia?

En el caso de EE. UU., la sociología económica es una de las especialidades más fuertes, con prestigio y reconocimiento. En España, la situación es muy distinta. Probablemente hay muchas personas cuyo trabajo podría enmarcarse en la sociología económica, pero que se basa en tradiciones diferentes y, por tanto, las preguntas que plantean y los autores que utilizan no se enmarcan dentro de esta subdisciplina.

Diría que lo que le falta es superar un enfoque excesivamente descriptivo y deconstructivo, y plantear un doble esfuerzo: por un lado, hacia una sistematización teórica más ordenada y estructurada; por otro, trasladar todo ello al ámbito público, organizativo, comunitario y empresarial. Creo que nos falta pasar de la crítica a la propuesta, de la deconstrucción a la innovación, y de ahí a la práctica.

Reflexionando sobre el momento actual de la sociología económica, ¿cuáles son los debates teóricos y metodológicos más vibrantes que la atraviesan? ¿Se está produciendo una redefinición de sus fronteras con otras disciplinas, o más bien una reafirmación de su singularidad?

Se está haciendo un importante esfuerzo por superar ese sesgo deconstructivo que comentábamos antes. Pero, más que una reafirmación de su singularidad, hablaría —como bien dices— de una redefinición de fronteras, de la creación de un campo interdisciplinar que podría denominarse “estudios sociales de la economía”.

No obstante, es una pregunta compleja, porque muchos de los autores relevantes en sociología económica provienen del campo de la sociología de las organizaciones, cuya singularidad es mucho más marcada y evidente. Por ejemplo, Paul DiMaggio y Walter W. Powell.

Si bien la interdisciplinariedad es un ideal, ¿cuáles son los desafíos y las oportunidades reales que enfrenta la sociología económica al colaborar con economistas, científicos de datos, ingenieros o incluso diseñadores de políticas públicas?

La interdisciplinariedad es contradictoria. Por un lado, su beneficio procede de lo que cada disciplina puede aportar al análisis y comprensión de un problema. Pero, por otro, cuando se toma como un fin en sí mismo, corre el riesgo de debilitar el marco específico de cada disciplina. Y ahí hay beneficiados y perjudicados.

La sociología tiende a ser una de las disciplinas perjudicadas, porque no dispone de un enfoque exclusivo (lo comparte muchas veces con antropólogos, geógrafos, politólogos), ni está sistematizado y reconocido como tal por la propia comunidad, a diferencia de otras disciplinas que sí lo tienen, como el derecho o la economía.

Por tanto, mi postura es apoyar la interdisciplinariedad, pero desde el refuerzo y la defensa corporativa de cada disciplina, que buena falta nos hace.

Has enseñado sociología económica en la universidad, ¿qué es lo que más gusta a los estudiantes en cursos de sociología económica? ¿Y lo que menos?

¡Vaya! Buena pregunta. Deduzco por sus caras que lo que más les gusta es la aplicabilidad de la teoría, los ejemplos, la parte más práctica. Creo que esta cuestión depende más de “cómo se enseña” que de “qué se enseña”.

En mi experiencia, a las generaciones actuales les interesa la teoría, pero son especialmente exigentes a la hora de pedir que esta se concrete en casos prácticos, en ejemplos de cómo llevarla al terreno de la investigación o de la empresa.

Esto supone un desafío y un compromiso muy importante con la docencia. Implica estar constantemente al día, revisar una y otra vez los materiales, casos prácticos y ejemplos, pensando en cómo conectar mejor con el alumnado.

Ante el uso creciente de la inteligencia artificial en la enseñanza y el aprendizaje, ¿qué cuestión inmediata crees que las universidades y docentes debemos acometer?

Esta pregunta es muy compleja, porque la IA supone una verdadera revolución en la docencia y la investigación. Afecta a los programas de cada titulación y a los currículos de cada materia. Tiene efectos en la forma en que damos clase y en la forma de evaluar.

Yo soy muy partidaria de colaborar con la tecnología, pero no de que esta sustituya al docente. Eso sería un empobrecimiento y un retroceso muy preocupante.

Por lo pronto, lo imprescindible en el ámbito de las ciencias sociales es formar a los profesores y gestores en herramientas de IA, para que podamos aplicar todas esas ventajas a nuestro alumnado. Por desgracia, la universidad dispone de una estructura excesivamente rígida y funcionarial, lo que impide adaptarse con suficiente agilidad a todos estos cambios.

Imagina que en 2027 la formación universitaria tiende a ser híbrida e individualizada por IA: ¿qué elementos del aula presencial actual no deberían perderse?

En mi opinión, la IA no debería sustituir el trabajo en el aula, pero ambos deberían complementarse. La IA es muy útil cuando hay un pensamiento humano previo que la orienta y se sirve de ella con un fin determinado. Pero no podemos pensar que la IA va a sustituir las preguntas que nos hacemos, dónde debemos poner el foco, la reflexión, el pensamiento, los temas relevantes y cómo deben impartirse.

Está claro que la IA nos obliga a repensar numerosos aspectos del aula, entre ellos el sistema de evaluación de las materias. Pero, para mí, la interacción humana y presencial con el alumnado no es sustituible.

El aula es fundamental para interactuar con los estudiantes, y para que ellos interactúen entre sí. En ella se trabajan muchísimas competencias: no solo se adquiere conocimiento, se aprende a convivir, a razonar, a dudar, a cuestionar, a hablar en público, a pensar, a resolver problemas. Se hacen amistades importantes —cuestión que no es menor, ya que somos animales sociales—.

La universidad pública constituye un espacio donde se desarrollan innumerables competencias sociales y relacionales que muchos alumnos no traen de casa: saber expresarse adecuadamente a un nivel experto, saber redactar, argumentar, hablar en público, saber escuchar, debatir. Todo ello son competencias casi tan importantes como el conocimiento en sí mismo, y el aula es el espacio donde se trabajan y se adquieren.

El día que la universidad deje de marcar esa diferencia, creo que perderemos una buena parte de lo que nos define.

Muchas gracias Matilde

Sección monográfica de sociología económica publicada en la RES