Desde el comienzo, la descripción clínica de la anorexia, muestra su dificultad no sólo etiológica (si es un trastorno endocrino o neurológico o psíquico) sino también diagnóstica (si es un trastorno histérico o no, si es una enfermedad propiamente dicha o no) y terapéutica (la tozudez del síntoma). El criterio diferencial que pronto aparece es el rechazo. La dificultad del sujeto con el alimento ha de situarse en el marco de la dependencia radical que tiene el organismo humano respecto al cuerpo de la madre, quebrando así la articulación entre necesidad y demanda, lo que desregula la vida instintiva. La pulsión es el nombre de esa desregulación. La vida pulsional ha de regularse por el deseo. La transmisión de la vida es transmisión del deseo íntimo de vivir. Sin él, el cuerpo desfallece o se produce una separación entre vida y cuerpo. El rechazo, que es componente de la subjetividad, pasa a convertirse en la anorexia en rechazo del cuerpo y en sumisión a ideales confusos, con los que el sujeto anoréxico pretende orientarse. La bulimia señala el aspecto más adictivo de la desregulación pulsional. La pregunta sobre por qué se da más en mujeres que en hombres no tiene fácil respuesta. A ello contribuye la sexualidad femenina (la relación con el deseo y la reproducción) y también el modo como en una sociedad de la abundancia, la mujer simboliza el objeto de adorno, una figura virtual inerte. Se puede tomar la anorexia como denuncia de una vida familiar automatizada, desvitalizada, y de una sociedad caracterizada por el fetichismo de la mercancía y el canibalismo.