Estudios

CIUDAD Y TERRITORIO

ESTUDIOS TERRITORIALES

ISSN(P): 1133-4762; ISSN(E): 2659-3254

Vol. LIII, Nº 210, invierno 2021

Págs. 1043-1054

https://doi.org/10.37230/CyTET.2021.210.08

CC BY-NC-ND

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Parcelación y cultivo: prácticas cotidianas de urbanismo informal (Bogotá, Colombia)

Sandra Caquimbo-Salazar (1)
Juan G. Yunda (2)

(1)PhD (C) Profesora Asistente. Pontificia Universidad Javeriana - Bogotá

(2)PhD Director Encargado, Maestría en Planeación Urbana y Regional.

Pontificia Universidad Javeriana - Bogotá

Resumen1: A pesar de la implementación de nuevas herramientas de planeación y del desarrollo de proyectos emblemáticos, el crecimiento urbano al margen de la institucionalidad en Colombia persiste. A escala global, teorías y estudios alrededor de los denominados urbanismo “informal” y “cotidiano”, han tomado nueva fuerza. Buscando entender transformaciones y persistencias que configuran territorios de origen informal en Bogotá, se contrastan prácticas de producción de dicho espacio con las teorías. Una aproximación a través de la parcelación y el cultivo, como ejemplo de los matices de esa producción, mediante relatos que muestran un hacer cotidiano dinámico y conflictivo. Prácticas que se yuxtaponen, se confrontan, en un entorno de precariedad y lucha social por un lugar en la ciudad, donde son las relaciones humanas el elemento que parece determinar este modo de urbanismo frecuentemente desatendido.

Palabras clave: Urbanismo Informal; Urbanismo Cotidiano; Prácticas Sociales; Agricultura Urbana; Bogotá.

Parceling and cultivation: daily practices of informal urbanism (Bogotá, Colombia)

Abstract: Despite the implementation of new planning tools and the development of emblematic projects, urban growth outside the institutional framework persists in Colombia. On a global scale, theories and studies around the so-called “informal” and “everyday” urbanism have taken on new strength. Seeking to understand transformations and persistence that shape territories of informal origin in Bogotá, spatial production practices are contrasted with theories. An approach through parceling and cultivation, as an example of the nuances of this production, through stories that show a dynamic and conflictive daily life. Practices that are juxtaposed, are confronted, in an environment of precariousness and social struggle for a place in the city, where human relationships are the element that seems to determine this frequently neglected mode of urbanism.

Keywords: Informal urbanism; Everyday urbanism; Social practices; Urban agriculture; Bogotá.

Recibido: 17.10.2020; Revisado: 04.05.2021

Correo electrónico: scaquimbo@javeriana.edu.co; Nº ORCID: https://orcid.org/0000-0002-6916-4092;

Correo electrónico: yunda.j@javeriana.edu.co; Nº ORCID: https://orcid.org/0000-0002-3459-6880

Los autores agradecen los comentarios y sugerencias realizados por los evaluadores anónimos, que han contribuido a mejorar y enriquecer el manuscrito original.

1 Este artículo incluye parte de los resultados finales de la investigación Prácticas agrícolas urbanas en asentamientos informales. Dinámicas territoriales en la conformación de paisaje en Potosí (Ciudad Bolívar), que fue financiada con recursos del Departamento de Arquitectura de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá.

1. Introducción

Múltiples miradas se han dirigido sobre la ciudad, buscando comprender a través de ellas la naturaleza del fenómeno urbano como construcción social. Muchas de ellas corresponden al punto de vista de quienes la imaginan, la planean, la construyen, pero aquella mirada de quien la habita es menos frecuente y, menos aún, si se trata de quien habitando produce su espacio de habitar. Es esta última la condición en la que gran parte de las ciudades latinoamericanas ha sido producida, constituyendo un porcentaje significativo de su espacio urbano. Establecer una cifra al respecto ha significado problemas de medición debido, según Fernandes (2011), a dificultades de definición conceptual y de precisión en los datos, pero puede homologarse al incremento de población habitante de asentamientos informales que, entre 1990 y 2001 fue de al menos un 50% (Macdonald 2004 en Fernandes, 2011; Salas, 2010). No obstante, tal magnitud, esta circunstancia ha sido desconocida al momento de tratar de comprender el espacio urbano en la región.

Por otro lado, en las últimas décadas se ha incrementado el interés por el estudio del urbanismo informal (Mc Farlane & Waibel, 2012; Dovey, 2012; Roy, 2005; Davis, 2007) con un énfasis particular en las ciudades latinoamericanas (Conolly, 2013; Salas, 2010; Marzioni, 2012; Torres, 2009). También hay avances en la institucionalización del urbanismo en sectores de origen informal, a través de leyes y proyectos emblemáticos cuya implementación, no obstante, ha sido opacada por la persistencia de las desigualdades sociales en las ciudades de la región. Hoy en día los gobiernos locales se han ocupado por formular proyectos emblemáticos de mejoramiento en entornos informales y de vivienda para las clases vulnerables, caracterizados por grandes y costosas infraestructuras como escaleras eléctricas, cables aéreos, macroproyectos de vivienda de bajo costo, e incluso llamativos proyectos de pintura mural. Sin embargo, estos proyectos puntuales a pesar de enfocarse en lugares donde habita población vulnerable, en la mayoría de los casos son formulados de arriba hacia abajo, con diseños sugestivos y que parecen estar más dirigidos al city branding, al estímulo del turismo y a mejorar la imagen y las cifras de las administraciones locales, que a mejorar efectivamente la calidad de vida y el ingreso de la población desfavorecida.

Esta coyuntura permite cuestionar la práctica del urbanismo latinoamericano que parece enfocarse en proyectos publicitarios más que en la experiencia cotidiana de los habitantes, convirtiendo estos proyectos en elementos que fragmentan en vez de integrar el tejido social y urbano. Es por ello, que se plantea que mientras no haya un conocimiento completo de la ciudad desde la mirada de todos aquellos quienes la producen, no es posible construir una aproximación holística que permita comprender el fenómeno urbano como un todo. Las miradas parciales siempre excluyen algo y a alguien, y la lucha por ocupar el lugar de los no excluidos será siempre desigual e injusta. Es urgente y necesario ver la ciudad toda, saber cómo ocurre en su día a día para poder actuar en consecuencia.

En tal sentido, este texto se propone posicionar en la discursividad de la ciudad latinoamericana las prácticas cotidianas de autoproducción de espacio urbano, tales como la parcelación y el cultivo. Prácticas que ocurren en un sector de origen informal de Bogotá, mostrando a través de ellas el modo en que a partir de ‘haceres’ como esos se comprende, se produce y se apropia el espacio urbano en buena parte de Latinoamérica. Para ello, considerando que esta mirada busca, más que describir las prácticas en sí mismas, recurrir a ellas para discutir teóricamente en referencia a ese otro modo de producción de ciudad, se contrastarán estos hallazgos con los planteamientos del urbanismo cotidiano. Una propuesta teórica de urbanismo basada en proceso sociales, con cuyos planteamientos se encontraron algunos elementos comunes, pero en donde la mirada a lo cotidiano resulta insuficiente para entender la complejidad del proceso en la informalidad.

2. Consideraciones Metodológicas

En este marco, el artículo presenta una aproximación cualitativa de índole exploratorio sobre el tema, buscando comprender mejor un fenómeno de urbanismo a través de los discursos teóricos actuales de la disciplina. Para ello, la estructura del texto sitúa la sección teórica en la parte final, buscando discutir allí la posible contribución de los resultados del ejercicio empírico al debate actual en la disciplina sobre urbanismo cotidiano y la producción informal de ciudad.

De este modo, dicha estructura articula los resultados de tres momentos metodológicos. El primero, se trata de una revisión al proceso de producción socioespacial en el caso de estudio, elaborada con base en información secundaria consultada en el marco de la investigación que sustenta este artículo2. Dicha revisión fue codificada a través de la elaboración de nubes de palabras, buscando ideas reiterativas que permitieran establecer las prácticas más relevantes en el mencionado proceso, pudiendo identificar entre ellas a la parcelación y al cultivo.

En el segundo, se efectuaron entrevistas no estructuradas a habitantes y otros actores de presencia cotidiana en el territorio, de las cuales se eligieron cuatro, cuyos relatos alimentan este texto haciendo posible reconstruir el significado tras cada práctica. Estos relatos junto a otros encontrados en la literatura consultada sobre el caso permitieron establecer una relación entre tales prácticas y la vida cotidiana del barrio. Por último, en el tercer momento, se contrasta esta evidencia empírica con información teórica, consultada en fuentes secundarias, sobre los planteamientos que el urbanismo cotidiano formula con respecto a las prácticas sociales de los habitantes de la ciudad y sobre los cuestionamientos contemporáneos a las intervenciones urbanas actuales en sectores de origen informal.

3. Caso de estudio

Los asentamientos de origen informal en Bogotá se localizan principalmente en las áreas periféricas del sur y el occidente de la ciudad (Fig. 1). Allí, en la localidad de Ciudad Bolívar se encuentra el barrio Potosí, cuyo origen corresponde a un proceso de compra y venta de lotes ilegales a inicios de los años ochenta del siglo XX (González, 2004). La elección de este barrio para la observación de las prácticas cotidianas de interés en este artículo: parcelación y cultivo, corresponde no sólo a que hace parte del mencionado proceso de autoproducción informal, sino también a que al recorrerlo se pueden observar en él jardines y huertas, tanto en espacios comunitarios como en fachadas y terrazas de algunas viviendas, que dan cuenta de una historia ampliamente documentada de la experiencia de cultivo de esta comunidad por más de 15 años.

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Fig. 1/ Localización de asentamientos informales en Bogotá, D.C., 2016

Fuente: J.G. Yunda, 2019

Algunas de estas experiencias son: el caso del Instituto Cerros del Sur (ICES) que en 2002 elaboró, junto con la comunidad, un proyecto llamado Bioseguridad Alimentaria con Participación Comunitaria. Iniciativa liderada por un grupo de madres cabeza de familia que permitió poner en práctica años de experiencia agrícola para mejorar la nutrición de sus hogares. Así mismo, la Organización No Gubernamental (ONG) Planeta Paz emprendió, en 2004, una serie de talleres con el objetivo de desarrollar prácticas de cultivo al interior de los hogares y algunos en lotes vacíos (Millán & Granados, 2006). Los talleres también alentaron la reflexión de la comunidad sobre la política alimentaria y la conveniencia de un área de mercado en el vecindario, para conectar a los productores rurales con los compradores (Cantor, 2010).

Más recientemente, en 2015, el Consejo Comunal organizó dos áreas de cultivo de alimentos en uno de los principales espacios públicos del barrio llamado El Cocinol, frente al salón comunal, y el ICES destinó un área en su predio para una huerta con propósitos pedagógicos (Fig. 2). Desde el colegio se aborda una preocupación por lo ambiental, entre otros aspectos por asuntos relacionados con el cultivo de alimentos:

“nuestros chicos llegaron con unos niveles de desnutrición terribles, a nosotros recién llegados (…) nos tocaba traer el agua, conseguíamos panela, (…) les hacíamos el desayuno a los niños (…) ¿y por qué llegamos a eso? porque cuando fuimos a trabajar con ellos y el nivel de exigencia, nos encontramos que unos se nos desmayaban, los otros se nos dormían, el otro bostezaba… entonces ahí hicimos todo un estudio con unos estudiantes de medicina de la [Universidad] Nacional, (…) y entonces nos dimos a la tarea de mirar todo el proyecto nutricional” (Ospina, 2017).

Imagen que contiene edificio, exterior, hombre, nieve

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Fig. 2/ Huerta Colegio ICES

Fuente: Sandra Caquimbo-Salazar, 2018

El análisis de las experiencias en torno a la parcelación informal o pirata y a las prácticas de cultivo que narran la historia comunitaria del barrio, permitió establecer cómo aspectos relevantes sobre la manera en que estas prácticas cotidianas ocurren en el territorio, sobre su valor como acción transformadora del espacio y expresión de significados sociales, no son visibles a menos que la aproximación se realice a partir de la voz de sus habitantes y de los procesos que realizan para la producción de su lugar en la ciudad.

De este modo, se plantea que las áreas de origen informal de la ciudad constituyen una forma urbana de difícil lectura y comprensión bajo los parámetros convencionales del análisis urbano pues, aunque han sido estudiadas desde múltiples perspectivas, se ha buscado comprenderlas y ‘solucionarlas’ a partir de categorías preestablecidas, situadas en el discurso del modo reconocido como legítimo para producir ciudad, desconociendo la experiencia y las prácticas de quienes al habitar la autoproducen. Prácticas que dan cuenta de un modo de ser y de hacer que produce espacio urbano de manera no convencional, de una lógica propia de comprender el territorio que se habita.

4. Resultados

4.1 La cotidianidad como producto creado a partir de las luchas sociales: la parcelación

En Latinoamérica las áreas de origen informal han sido resultado de procesos de autoproducción de ciudad asociados a fenómenos de exclusión social, derivados de políticas de mercado que priman sobre decisiones de planeamiento y gestión de ciudad. Esta circunstancia ha generado un creciente mercado informal de suelo y vivienda, llamado, entre otros, urbanización ilegal o pirata, que ha producido un crecimiento sostenido de dichas áreas. Este tipo de urbanización se practica a través de la división en pequeños lotes de grandes terrenos rurales, o parcelación. Este proceso se realiza sin el cumplimiento de las normas de urbanización. De esta manera, se conforman los llamados asentamientos informales, descritos por ONU-Hábitat (Unchs, 2003) como áreas carentes de capital económico, de recursos urbanos, de infraestructura, de servicios sociales, con condiciones de precariedad en la tenencia de vivienda, altos niveles de pobreza y marginalidad (Dane-SDP, 2007).

Potosí es un barrio localizado en el sector Jerusalén, de la localidad de Ciudad Bolívar, en Bogotá, cuyos lotes fueron parcelados informalmente por parte de urbanizadores piratas. Estos urbanizadores ofrecían lotes a precios muy asequibles, persiguiendo un rápido poblamiento de sus áreas de comercialización en busca de un beneficio económico.

“A los supuestos dueños del terreno, se les llamaban los socios. En Jerusalén eran entre diez y quince socios (…). Se repartían las tierras porque, según ellos eran los que habían luchado por ganar ese terreno. (…) Los negocios se hacían con los comisionistas (…). Los primeros pobladores fueron los comisionistas, a quienes les daban lotes a vender. Entonces la gente llegaba y preguntaba: «¿Cuánto vale el lote?» Veinte mil, treinta mil, hasta sesenta mil pesos, según el sitio. Pero entonces mucha gente decía: no tengo sino veinte mil pesos, pero tengo un televisor, o una nevera, y eso amortizaba la deuda del negocio. (…) Se hacía una supuesta promesa de venta que la firmaba un señor Pedro Borda y listo, se entregaba el lote. Pero había muchos problemas porque algunos lotes se vendían hasta dos y tres veces, la gente no se posesionaba de inmediato y terminaban por perder lo que habían comprado.” (Alape, 1996: 53-54).

Las familias que poblaron el barrio fueron, entonces, familias muy pobres provenientes, en gran parte, de áreas rurales en busca de mejorar sus condiciones de vida, y otras que vieron allí la alternativa para poder acceder a un lugar donde poder construir sus viviendas y así dejar de pagar arrendamiento en otros sectores de la ciudad. A inicios de los años ochenta las condiciones físicas del barrio eran muy precarias,

“Jerusalén era una loma despoblada, la desolación pululaba entre la niebla por la erosión y el polvo que levantaba el viento de sus tierras” (Alape, 1996: 52).

No contaban con servicios públicos básicos, ni equipamientos urbanos esenciales como los de salud o educación. No obstante, las familias preferían eso a la falta de un lugar propio para habitar (González, 2004).

“La gente lo que hacía era una choza en paroi; muchas veces traían el trasteo sin tener nada en el lote y en medio día o un día construían las casas y las habitaban con sus cuerpos. La primera noche dormían en medio de una casa imaginaria: sobre la tierra cuatro paredes hechizas, un cielo abierto muy real y un frío que estremecía los huesos y el alma; los vientos azotaban las lomas. La noche del primer sueño en casa propia.” (Alape, 1996: 54).

De esta manera, matizado por los distintos procesos de cada urbanizador pirata y de cada familia, parcelar y ocupar se configuran como práctica inicial cotidiana que da forma al territorio (Fig. 3). Esta historia de parcelación informal del barrio y la impronta de este proceso en los habitantes se ve revindicada en la educación del ICES, que ha jugado un papel fundamental para la construcción de comunidad. Es un colegio cuya pedagogía se fundamenta en la educación popular y desde allí ha marcado el pensamiento de muchos de quienes hoy habitan el territorio. El aprendizaje a través de la experiencia cotidiana y el reconocimiento del otro como asuntos estructurales. Esto ha hecho que, según una de las actuales profesoras del colegio quien además es egresada del mismo y habitante del barrio, la manera en que la comunidad vive el barrio sea diferente.

“que la construcción como persona, la construcción como sujeto (…) sea de manera un poco más crítica, (…) es poder reconocerse en el otro y que ese otro se reconoce en uno. Más que el dialecto, más que la palabra, más que el conocimiento, son las acciones las que hacen una transformación y para mi Potosí es eso, una transformación (…) que radica en la pasión por hacer las cosas y eso hace que bueno que uno a pesar de todo lo que pueda haber y de todas las amenazas que pueda haber y demás, uno siga convencido de lo que cree”. (Santiago, 2016).

Elefante de pie sobre superficie terrosa

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Fig. 3/ Autoproducción de vivienda barrio Potosí

Fuente: Sandra Caquimbo-Salazar, 2020

4.2 La cotidianidad como rutinas ordinarias de experiencia compartida: el cultivo

Estos territorios constituyen buena parte de las ciudades colombianas y su origen, de acuerdo con Torres & Vargas (2009), proviene desde migraciones campesinas impulsadas inicialmente por el Estado y suscitadas por formas atrasadas de producción agropecuaria, que llevaron a la concentración del desarrollo económico y de la población en las ciudades, hasta el profundo conflicto político del país asociado inicialmente a la violencia partidista y posteriormente al desplazamiento forzado que aún hace parte de la realidad nacional. Desplazamiento resultado de un conflicto armado que ha vivido Colombia desde mediados del siglo pasado y que ha tenido como escenario principal el ámbito rural pero cuyas dinámicas territoriales, sin embargo, han impactado también de manera importante a las ciudades.

Territorios que son expresión de prácticas culturales y sociales propias, en torno a necesidades de vivienda y espacio urbano, a las cuales sus habitantes responden de forma creativa por fuera de los cánones tradicionalmente preestablecidos por la producción de ciudad (Hernández-García & Caquimbo-Salazar, 2018). Como parte de tales prácticas, y en relación con la mencionada condición de migrantes rurales de primera, segunda o tercera generación, las prácticas de cultivo constituyen un hacer tanto individual como colectivo que habla de vínculos profundos con raíces rurales. De personas que migran con su conocimiento y su particular relación con el paisaje, con esa tierra que hace parte constitutiva de su cultura. Estas prácticas de cultivo han sido desarrolladas en las áreas urbanas de origen informal, por una parte, desde la perspectiva de sus habitantes en la medida que reflejan la identidad rural de una población que lucha por sobrevivir en las condiciones que les impone la ciudad (Marulanda, 2014). Pero, por otra, también desde un enfoque institucional y un discurso global, bajo la noción de Agricultura Urbana, orientados especialmente a fortalecer condiciones socioeconómicas y mejorar circunstancias nutricionales de la población de bajos ingresos que habita en este territorio, y más recientemente como estrategia medioambiental frente al cambio climático (Prieto, 2005; Lara, 2008; Gómez, 2014).

En Colombia, Bogotá es una de las ciudades que ha recibido mayor población migrante que establece su vida en dichas áreas (Codhes, 2014). Muchas de estas familias llegan a Bogotá desde distintas partes del país con sus raíces rurales, encontrando en las prácticas agrícolas de cultivo un modo de obtener alimento y/o algo de ingresos, pero sobre todo de conectarse con esas raíces (Leandro, 2013; Marulanda, 2014). Ellas poseen recuerdos nostálgicos de una vida más tranquila en el campo donde el contacto con la tierra hace parte de su identidad. Las prácticas agrícolas de cultivo les permiten sentirse útiles al hacer uso de su conocimiento y establecer vínculos con su nuevo hábitat (Cantor, 2010).

La agricultura urbana en Bogotá ocurre de un modo diferente a las otras ciudades del país, fundamentalmente debido a los múltiples orígenes de sus habitantes. Mientras en otras ciudades colombianas la agricultura urbana tiende a tratarse más de una práctica productiva, en la capital del país es principalmente vista como un modo de recuperar tradiciones rurales, un modo de buscar la identidad propia en la ciudad (Marulanda, 2014). Las prácticas de cultivo en Bogotá están impulsadas, por una parte, por diferentes grupos y organizaciones sociales, y por otra, por el gobierno local, organizaciones no gubernamentales o asociaciones entre ellos. Muchas de dichas prácticas suceden en sectores de asentamientos informales, como lo que ocurre con iniciativas comunitarias como Arte Productivo, situada en la localidad Rafael Uribe Uribe, el Cabildo Indígena de San Bernardino, ubicado en la localidad de Bosa, o las múltiples experiencias que ocurren en el barrio Potosí, de la localidad de Ciudad Bolívar.

Así, sucede una mezcla de propósitos en el desarrollo de las prácticas de cultivo. Discursos globales que se imbrican con miradas de mundo locales. Agricultura urbana o prácticas de raíz campesina, dos entradas al problema de la relación del hombre con el mundo, que más allá de los marcos discursivos en los que se localicen se refieren a una relación con la naturaleza que implica su cuidado, que involucra al cuerpo en ese hacer. Cultivar, en tanto acción del habitar que trasciende la supervivencia, que habla de la necesidad de cuidar de otro, de vincularse existencialmente con el mundo. Prácticas que hablan de un capital cultural encarnado (Bourdieu, 1986), de carácter rural, que se objetiva a través de la técnica sobre un espacio esencialmente urbano que, a la vez, se resiste a la idea convenida de ciudad. No se trata solo de la idea de agricultura urbana impuesta desde el discurso global como medio para rescatar económicamente a comunidades pobres o mitigar los impactos del cambio climático, sino de la idea del cultivo como construcción de ciudad y reivindicación del territorio.

En este contexto, la experiencia en prácticas de cultivo de la comunidad del barrio Potosí, en la localidad de Ciudad Bolívar, resulta un ejemplo interesante sobre cómo esta experiencia constituye un modo de habitar y desde allí de construir territorio para algunos de sus habitantes (Fig. 4).

“La mayoría de las personas que habitan esos territorios tienen un origen campesino muy fuerte, particularmente Potosí es una colcha de retazos de habitantes de diversos sectores de la geografía nacional (…) hay en la memoria de las personas el tema del cultivo como un ejercicio… no sé si vital… no sé si sea algo como muy interiorizado, una práctica… si… ahí tendríamos como que empezar a mirar y a categorizar bien eso, pero la gente cultiva porque ya tiene la costumbre de cultivar, porque desde pequeños les enseñaron a cultivar y tienen otro relacionamiento con la naturaleza… como que se busca, siempre se intenta como llegar a ese espacio”. (Téllez, 2019).

Un dibujo de un edificio

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Fig. 4/ Jardín en vivienda barrio Potosí

Fuente: Sandra Caquimbo-Salazar, 2018

Potosí es un barrio donde los procesos organizativos son particularmente fuertes, según lo señala Lina Hoyos, profesional del Jardín Botánico de Bogotá. Para esta antropóloga hay una particularidad en la localidad, relacionada con la presencia de lotes baldíos dadas las condiciones de riesgo no mitigable de los mismos. Esta condición geográfica, comenta, hace que muchos de los habitantes de la localidad se interesen en dar a estos espacios un uso, en ocasiones productivo, que les permite manifestar a través de ello sus visiones de ciudad. En su opinión, los habitantes de los barrios de borde de la localidad de Ciudad Bolívar, si bien no se cuestionan lo correcto o no de su decisión de habitar allí, si se cuestionan el crecimiento de la ciudad y, posiblemente por un sentimiento de solidaridad, se preocupan por las nuevas familias a quienes algún ‘terrero’ les venderá nuevamente esos predios de los cuales los terminarán sacando. Son estas preocupaciones las que los motivan a ocupar dichos predios con proyectos de agricultura o jardinería, a través de los cuales se proponen acciones comunitarias para una contención ambiental y socialmente sostenible del borde urbano (Hoyos, 2019).

Ocupaciones donde:

“no resulta tan claro por qué quieren la huerta, a nosotros no nos piden la huerta, nos piden apoyo para la huerta, pero digamos uno ve que la huerta no tiene fines de ingresos, ese no es el propósito (…) yo siento que es como un amor muy innato pero que está movido por el hecho de, no sé, satisfacer el puro hecho del cuidado de las plantas. No siempre, por ejemplo, viene de las personas rurales sino de personas urbanas que les gusta tener sus maticas”. (Hoyos, 2019).

No obstante, y aunque, de acuerdo con la experiencia de la antropóloga, esta motivación es evidente en las prácticas de cultivo que ocurren en las mencionadas áreas de estudio y está además ligada a otros intereses pedagógicos y de cohesión social, también es importante tener en cuenta que otros grupos de habitantes de estos sectores, ven en dichos lotes la oportunidad de acceso a vivienda, pues dentro de la política distrital están considerados procesos de reasentamiento, orientados a la consecución de vivienda formal para las familias que habitan en condición de riesgo en territorios del Distrito Capital. Por tal motivo, para estos grupos es, por el contrario, conveniente que tales predios no se transformen en huertas o jardines, sino que mantengan su calidad de ‘disponibles’ para poder comprarlos en el mercado informal e iniciar desde allí su espera por una vivienda propia.

Sin embargo, volviendo a quienes se interesan por realizar prácticas de cultivo en distintos espacios geográficos de la localidad, la profesional llama la atención también sobre cómo el discurso global de la agricultura urbana, que llega a los territorios de la mano de la administración distrital, ha permeado algunos grupos de población, quienes buscan organizarse en torno a temas de soberanía alimentaria, de protección de semillas, de cultivo orgánico, en general del acceso a alimento y de su calidad. A partir de dichos intereses, señala, se han creado redes de intercambio de experiencias, de conocimiento, articuladas bajo un interés ambiental y un discurso político, con el que no todos están de acuerdo.

Esta articulación entre vestigios de una cultura rural y conceptos del discurso global se hace evidente en la manera en que las prácticas de cultivo se han desarrollado en el barrio Potosí. Allí, experiencias ya mencionadas, como la denominada Bioseguridad Alimentaria con Participación Comunitaria, liderada por el ICES en 2002, o la realizada en 2004 por la ONG Planeta Paz, empoderaron a la comunidad a partir de reflexiones sobre las condiciones nutricionales de las familias, el intercambio de ideas y conocimientos, la importancia de desarrollar estructuras organizativas o la política de alimentos. Así, fue promovida la idea de lo colectivo sobre lo individual a fin de aumentar el impacto y lograr mejores resultados de la agricultura urbana (Cantor, 2010). Así mismo, para el cuidado del espacio comunitario denominado El Cocinol, fue necesario encerrarlo un tiempo después de su implementación. Como resultado de esta decisión, si bien la producción de algunos alimentos allí ha transformado física y simbólicamente el área, para muchos de manera positiva, otro grupo de vecinos reclama por recuperar éste como un espacio abierto, no ocupado con un uso que solo beneficia a algunos (Hernández-García & Caquimbo-Salazar, 2018). De este modo, a partir tanto de tradiciones rurales como del trabajo con diferentes instituciones, los habitantes del barrio Potosí han fortalecido y particularizado su organización en torno a lo ambiental, y dentro de ello, a las prácticas de cultivo que realizan en su territorio.

Hoy en día, según señala Téllez (2019), han logrado la constitución de la Escuela Ambiental de Potosí, con apoyo de estudiantes del ICES, realizando allí acciones de promoción ambiental donde el tema de la agricultura urbana tiene un trasfondo político de posicionamiento de la vida, un espacio donde el cultivar es resistencia frente al modelo social global, no se trata de un ejercicio económico, según indica, sino que:

“el espíritu nuestro está más en generar procesos pedagógicos, de transformación en el pensamiento, de transformación territorial y todo eso, pero no nos pensamos por ejemplo que lo que cultivamos ahí en ese espacio sea para venderlo, sino más bien lo consumimos nosotros, se los pasamos a los vecinos y vecinas para que ellos lo consuman (…) hacemos un ejercicio (…) como de volver a la tierra, de reencontrarnos con la madre tierra, de enseñarle a la gente o a recordarle o revolverle la memoria a la gente (…). La comunidad viene de sectores campesinos, muchas de ellas desplazadas. Desplazadas bien sea de forma violenta o desplazamiento económico (…) entonces siento que lo que se da ahí es como el ejercicio de la memoria puntal de la gente que tiene frente al trabajo de la tierra”. (Téllez, 2019).

Se trata, de acuerdo con Téllez (2019), de no olvidar las raíces, el lugar de donde se proviene, de aquello campesino que continúa muy arraigado en los modos de ser y de hacer de la población que habita estos territorios.

5. Discusión teórica y conclusiones

Parcelación y cultivo, en las condiciones aquí descritas, son prácticas cotidianas que hacen parte de modos de producción de espacio urbano propios de Latinoamérica, no reconocidos como tal, pero que constituyen un importante tema de análisis para los estudios urbanos. Una perspectiva que aún no ha sido suficientemente incorporada en la actual práctica del urbanismo en la región, dado el uso de un marco conceptual y operativo que corresponde a una mirada política y técnica sobre la ciudad que desestima aquella de quienes la construyen al habitarla.

Tal como afirman Jirón & Mancilla (2014: 22):

“el urbanismo fragmentador ha descompuesto también la relación sujeto-espacio o sociedad-espacio, desconociendo que quienes habitan la ciudad también producen formas de apropiación espacial mediante sus prácticas y significaciones, las cuales comúnmente son desplazadas por el discurso urbanista”.

De igual manera, los autores llaman la atención de los críticos locales del urbanismo que se centran en aspectos formales y materiales de lo urbano en tanto contenedores de ideas y acciones sociales, excluyendo del ejercicio analítico al sujeto que es quien tiene la experiencia cotidiana de habitar tales espacios. Así, tiempo y espacio son tratados tradicionalmente, por los estudios urbanos, como categorías neutras que desconocen la complejidad socioespacial que implica la acción urbanística.

En tal sentido, en relación con el ejercicio del urbanismo social en la ciudad de Medellín (Colombia), como un ejemplo de estrategia de planificación que busca superar desigualdades urbanas, Sotomayor (2015) señala que si bien dichos proyectos impactan de manera importante al visibilizar territorios donde habitan comunidades olvidadas, no logran superar las fuerzas de mercado que se encuentran en la base de los procesos de exclusión de la ciudad. Se trata de intervenciones que, aunque tienen una gran capacidad transformadora asociada tanto a la condición material como simbólica de los territorios están pensadas, según Quinchía-Roldán (2013), desde una lógica que califica como disfuncional, caótico e ilegítimo al espacio existente, autoproducido por sus habitantes. Preconcepciones que restan valor a las acciones individuales y colectivas allí contenidas, imponiendo un espacio ideal definido bajo criterios técnicos y lógicas de poder que desconocen las dinámicas socio culturales, políticas y espaciales que han dado forma a ese otro espacio urbano.

Actuaciones estatales que buscan reducir desigualdades, mejorando condiciones de pobreza y violencia, pero que al operar bajo lógicas de mercado proyectan los territorios como espacios de consumo en el marco de una dinámica globalizante y un posicionamiento de la ciudad como marca, perdiendo el vínculo con las reales necesidades e intereses de las personas y, por lo mismo, el potencial impacto social buscado. En tal sentido, mientras Sotomayor (2015: 395) señala que es necesaria

“una profunda reorganización de las relaciones de poder en la ciudad, y marcos de planificación más equitativos donde se representen diversas necesidades e intereses”, Jirón & Mancilla (2014)

llaman la atención sobre la necesidad de plantear modelos más allá de la racionalidad instrumental, resultado de procesos políticos y económicos de gran escala que olvidan la multiplicidad de modos de producción de ciudad.

Esta comprensión del espacio urbano como resultado de la acción social en y con él, coincide con lo señalado por Hernández (2013) con respecto a la construcción social del espacio en barrios populares. Este autor indica que allí la forma material del espacio urbano da cuenta de necesidades, expectativas, posibilidades y construcciones simbólicas de quienes lo habitan en una relación estrecha, que no sólo da cuenta de la transformación de aquel sino también de la construcción de identidad de ellos. Así, estos barrios no son solamente ocupados por sus habitantes sino, además, producidos por ellos a través de lo que Hernández (2013) denomina la construcción experiencial del espacio. Un modo de relacionarse con el espacio habitado en el cual las personas le dan forma material mediante sus prácticas cotidianas, al mismo tiempo que construyen su propia identidad individual y colectiva.

No obstante, la relevancia de estos procesos en la configuración del espacio urbano informal, como ya se señaló, los instrumentos de planificación sitúan su acción desde un desconocimiento de la legitimidad de estas prácticas. Quinchía-Roldán (2013: 128). indica que, con la regulación de las prácticas sociales, se realiza un ejercicio del poder estatal que busca controlar dichas acciones territoriales instalando un discurso, que:

“reconoce la intervención de los actores comunitarios en la producción del espacio, aunque, cabe anotar, no desde la valoración del trabajo autogestionario y colectivo que lo modeló posibilitando la satisfacción parcial de necesidades no atendidas por el Estado”.

Dicho discurso, crea una representación que legitima las acciones del Estado, a través de ideas de inclusión y participación, frente a una disputa simbólica por el territorio con otros actores armados y políticos que también han hecho parte de los procesos de producción de estos barrios, instalando su propio orden e intereses. De este modo, entre unas y otras, la territorialidad menos reconocida es la de los propios habitantes sobre su territorio.

Por otro lado, el discurso tradicional Latinoamericano ha englobado estos fenómenos dentro del término ‘urbanismo informal’, lo cual también presenta inconvenientes. Tradicionalmente se ha dividido en la teoría y la geografía el estudio de la ciudad Latinoamericana entre formal e informal. Sin embargo, tal como lo menciona Mcfarlane & Waibel (2012) esta división es insuficiente e imperfecta ya que, en Latinoamérica, tanto lo formal contiene prácticas informales como lo informal se nutre de las intervenciones formales de urbanismo. En la mayoría de los casos existen “acuerdos híbridos” de lo formal e informal, y una permanente interconexión dinámica entre estos dos mundos. Otra manera de aproximarse al problema es a través de la teoría de los sistemas complejos adaptativos (complex adaptive systems), que busca entender el comportamiento de los sistemas a través de las relaciones impredecibles entre sus partes. Este término explica las dinámicas entre lo formal e informal como un sistema multiescalar de relaciones de uno y otro carácter, que producen el ensamblaje que da forma a barrios como aquellos situados en la periferia informal de Bogotá (Dovey, 2012).

Así, la crítica a la acción urbanística en Latinoamérica, y las imprecisiones del término informal, llevan a indagar en la teoría global sobre las prácticas sociales cotidianas como forma de urbanismo, que tal vez ofrece una mejor perspectiva para entender el problema. La incorporación de lo cotidiano dentro del estudio de lo urbano, a través de la mirada a las prácticas y a la experiencia de la ciudad, es lo que se ha planteado desde lo que se conoce como Urbanismo Cotidiano. Éste hace referencia a un tipo de producción de ciudad que ha tenido un nuevo enfoque dentro del discurso del urbanismo internacional y que se enfoca en las prácticas, la experiencia, y la construcción urbana desde las prácticas sociales al margen de la institucionalidad. Esta mirada cuestiona el formalismo de la arquitectura y la abstracción del planeamiento urbano.

Lo cotidiano habla de los elementos de la experiencia humana ordinaria, describe la experiencia vivida compartida por los residentes urbanos. Lo absolutamente ordinario revela una fábrica de espacio y tiempo definidos por un reino complejo de prácticas sociales; una conjunción de accidentes, deseos y hábitos (Chase & Crawford, & Kaliski, 1999). La vida cotidiana es reconocida por autores como Lefebvre y de Certeau como un abundante repositorio de significado urbano fundamental en la construcción de la cultura. Un lugar de resistencia creativa que permite la conexión entre pensamiento y experiencia.

De los planteamientos de Lefebvre, Chase & Crawford & Kaliski (1999) destacan cómo el filósofo pone la cotidianidad en la base de la experiencia social y la expresión política, aun cuando advierte sobre la dificultad de decodificarla dada su ambigüedad. Esta mirada, indican, es la que permite no sólo criticar los efectos negativos de la modernidad sobre la ciudad, sino también y, sobre todo, comprender la ciudad como un producto social creado a partir de las demandas del uso cotidiano y de las luchas sociales de sus habitantes. Así, plantean que este enfoque comprende la ciudad como un producto social derivado de las demandas y las luchas cotidianas de sus habitantes y, en tal sentido, propone la proyección del espacio a partir de la comprensión de la vida que allí ocurre.

En esta misma línea, actualmente otras aproximaciones al urbanismo cotidiano (Mcfarlane & Silver, 2017) señalan que cuando se trata de comprender la vida cotidiana en barrios populares, más allá de la pobreza es necesario comprender la multidimensionalidad de la lucha por sobrevivir en medio de los límites materiales y discursivos que impone la desigualdad. Allí, es importante interpretar la manera en que la vida cotidiana le da forma a los bordes del urbanismo global. Observar cómo los desafíos de la vida urbana suscitan una relación dialéctica entre el Estado y las personas en su cotidianidad. Relación en la cual, acciones estatales se ven necesarias en cuanto proveen soportes vitales muy difíciles de resolver para los habitantes por sí mismos, a la vez que se realizan en medio del desinterés por articularse con las comunidades y su experiencia sobre el territorio para la construcción colectiva de la ciudad.

Reconociendo esta relación, el presente texto propone una nueva mirada hacia los procesos urbanos de la ciudad Latinoamericana, y específicamente de las áreas de origen informal de Bogotá, a través del estudio del barrio Potosí, en Ciudad Bolívar. Se propone observar estos territorios a través del discurso internacional conocido como urbanismo cotidiano, que reconoce las prácticas ordinarias de las comunidades como herramientas fundamentales de configuración espacial, y al mismo tiempo, de revindicar su identidad y luchas sociales ante el resto de la sociedad.

A través de los relatos analizados se reconoce, sin embargo, que la realidad es más compleja, e incluso, que el discurso del urbanismo cotidiano se queda corto ante los diferentes matices del urbanismo informal. Si bien partimos desde la parcelación y el cultivo como prácticas que hacen parte del urbanismo de los barrios de origen informal, estas dos también en algunos casos están en contraposición. Como se ilustró en el texto el cultivo en estos territorios es también una herramienta de lucha contra la parcelación informal.

De esta manera, el urbanismo cotidiano allí no es estable, es dinámico y conflictivo, y la lucha a través de prácticas cotidianas se transforma en el tiempo. Las familias que ayer trajeron sus trasteos para ocupar rápidamente el territorio hoy buscan evitar que continúe la parcelación informal a través de la resistencia no violenta y aparentemente banal, del cultivo. Por otro lado, los relatos muestran que a pesar de que la parcelación informal y el cultivo son rasgos muy visibles del urbanismo cotidiano en esta zona, existen otros procesos igualmente importantes, tales como las relaciones humanas entre vecinos, que son de imperativa importancia para los habitantes, pero que no se reflejan de manera tan evidente en el espacio urbano. Es entonces la interacción humana la que, a partir de sus prácticas, del valor que se asigna a las relaciones con el otro, la que finalmente da sentido a la forma material del territorio.

Por tanto, la principal conclusión de esta reflexión teórica es que el urbanismo cotidiano, igual que la dicotomía formal-informal son insuficientes para entender fenómenos como los que ocurren en los barrios de la periferia urbano rural de Bogotá. De tal manera, es necesario acuñar nuevas definiciones sobre estos procesos diferentes y únicos, frente a las interpretaciones que puedan asimilarse, por ejemplo, desde la teoría del urbanismo cotidiano del norte global. Una aproximación que puede estar enmarcada en los planteamientos del urbanismo informal pero que continúa siendo indispensable desarrollar a partir del conocimiento empírico de territorios como aquel presentado en el marco del artículo.

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7. Listado de acrónimos/siglas

CODHES Consultoría para los derechos humanos y el desplazamiento

DANE Departamento Administrativo Nacional de Estadística

ICES Instituto Cerros del Sur

ONG Organización No Gubernamental

ONU-Hábitat Programa de Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos

SDP Secretaría Distrital de Planeación

UNCHS United Nations Centre for Human Settlements

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