El problema de la sobreeducación aparece en el debate público de manera recurrente, a menudo presentado como fuente de malestar social y posible detonante de conflictos políticos, una visión que entronca con tesis clásicas de la sociología, especialmente con algunas predicciones de la teoría de la inconsistencia de estatus. A pesar de ello, la investigación reciente sobre las posibles consecuencias políticas de la sobreeducación ha sido relativamente escasa y asistemática y sus resultados poco concluyentes. Esto contrasta con la presencia en la literatura académica de numerosos intentos de cuantificar la prevalencia de la sobreeducación y evaluar sus efectos psicológicos y su impacto económico, tanto en el nivel individual como en el societal, así como con la creciente atención que han prestado sociólogos y politólogos a las repercusiones políticas de situaciones laborales desventajosas como el empleo temporal o el trabajo a tiempo parcial.
Este artículo pretende contribuir a nuestro conocimiento de las posibles consecuencias de la sobreeducación, centrándose en su relación con las preferencias políticas y el voto en la dimensión izquierda-derecha en España. Para ello, se parte explícitamente de la consideración de la sobreeducación como una forma particular de inconsistencia de estatus y se utiliza un procedimiento estadístico - el modelo de referencia diagonal- que fue diseñado originalmente para medir los efectos de la inconsistencia. Además, el análisis incorpora un elemento novedoso, al tener en cuenta el papel de la edad como una posible variable moderadora de la relación entre sobreeducación y preferencias políticas.
El texto se organiza en cuatro secciones. En la primera, se revisa el estado de la investigación sobre sobreeducación y preferencias políticas y se enuncian las hipótesis que se contrastarán en el resto del trabajo. La segunda está dedicada a la presentación de nuestra estrategia empírica. Los resultados se exponen en la tercera sección y se discuten en la cuarta, valorándolos a la luz de la investigación previa y sacando algunas conclusiones generales.
PLANTEAMIENTO DE LA INVESTIGACIÓN
Antecedentes
Hay un gran consenso en considerar la formación y expansión de los sistemas educativos nacionales, que ha llevado consigo un aumento generalizado del nivel educativo de la población, como un aspecto del proceso de modernización social cuyas consecuencias han sido extraordinariamente positivas (McMahon, 2002, 2009; Baker, 2014). Sin embargo, esto no ha impedido que algunos científicos sociales advirtiesen muy pronto que la expansión educativa podría tener efectos indeseados en la medida en que el sistema productivo fuese incapaz de absorber la oferta creciente de titulados medios y superiores (Berg, 1971; Freeman, 1976; Dore, 1976). Esto implicaría la formación de un gran contingente de trabajadores sobreeducados, cuyos sentimientos de frustración y descontento acabarían por trascender los ámbitos personal y laboral para alcanzar la esfera política, promoviendo el radicalismo ideológico e influyendo en el comportamiento político (e.g., Freeman, 1976, pp. 197-198). Predicciones como estas han reaparecido cada cierto tiempo, especialmente en períodos de crisis económica o turbulencia política. Ejemplos recientes de ello son la tesis general de Turchin, formulada primero como prospección y más tarde como confirmación retrospectiva, según la cual el aumento del número de titulados universitarios subempleados sería una importante fuente de descontento social y conflicto político en la segunda década del siglo XXI (Turchin, 2010; Turchin y Korotayev, 2020); o, con un alcance más limitado y mayor especificidad, el papel que algunos autores han atribuido a la sobreeducación en la explicación del estallido de movimientos de protesta como la “primavera árabe”, el 15-M y Occupy Wall Street, y del surgimiento de partidos anti-establishment en muchos países. En estos fenómenos se ha visto la huella de la frustración provocada en los jóvenes por el contraste entre el nivel educativo que han adquirido y las oportunidades laborales a su alcance (Alonso, 2012; Beissinger y Sasse, 2014, Campante y Chor, 2012; Mason, 2013; Milkman, 2017; Ramiro y Gómez, 2017).
La tesis de que la sobreeducación puede influir sobre las preferencias políticas entronca con las predicciones empíricas de la teoría de la inconsistencia de estatus. Gerhard Lenski (1954) acuñó este término para designar la incongruencia o falta de correspondencia entre las posiciones que un individuo ocupa en distintas jerarquías sociales. Partiendo de la teoría funcionalista de los roles, Lenski sostuvo que esta inconsistencia, una de cuyas formas más señaladas es el desajuste entre nivel educativo y nivel ocupacional, da lugar a estrés y disonancia cognitiva. De entrada, esto no implica necesariamente que la experiencia de sobreeducación deba afectar a las preferencias políticas, ya que, por un lado, los efectos de la inconsistencia se podrían limitar a las esferas laboral y personal, sin trasladarse a la política, y, por otro lado, en la medida en que la inconsistencia genere estrés, tanto este como sus eventuales consecuencias en otros ámbitos deberían aflorar por igual con independencia del sentido de la inconsistencia, lo cual implicaría que la sobreeducación y la infraeducación deberían tener efectos simétricos. Sin embargo, los teóricos clásicos de la inconsistencia de estatus introdujeron muy pronto dos ideas que hacen pensar que la sobreeducación podría tener efectos políticos distintivos. La primera de ellas, formulada por Goffman (1957), es la tesis de que una respuesta probable al estrés derivado de la inconsistencia de estatus podría ser una preferencia marcada por el cambio del statu quo y la participación en acciones encaminadas a producir ese cambio, todo lo cual conduciría a la asociación entre sobreeducación e inclinaciones izquierdistas que Lenski (1954) ya había postulado o, de manera más general, a la existencia de una relación positiva entre sobreeducación y apoyo a opciones anti-establishment, populistas y radicales de uno u otro signo (e.g., Rush, 1967). La segunda idea es que no todas las formas de inconsistencia tienen igual relevancia o el mismo tipo de efectos, sino que aquellas que implican incongruencia entre una posición de estatus que implica una elevada inversión y una que implica baja recompensa (y ese es obviamente el caso de la sobreeducación, que supone una inversión educativa que no obtiene la recompensa esperada en términos de nivel ocupacional) dan lugar más naturalmente a la aparición de sentimientos de frustración e injusticia (Geschwender, 1967). Estos sentimientos se asentarían, por un lado, sobre procesos de comparación social en los que el sujeto afectado contrasta su situación con un grupo de referencia formado por individuos a los que se asemeja por ocupar una posición elevada en una dimensión de la estratificación, pero de los cuales se diferencia por ocupar una posición inferior en otra dimensión; y, por otro lado, sobre el desajuste entre el logro alcanzado y las expectativas formadas durante el proceso de socialización. En el caso que nos ocupa, los trabajadores sobreeducados constatan que la inversión que han realizado en la adquisición de educación no ha sido recompensada en la medida que legítimamente podían esperar, se comparan con otras personas que tienen un nivel de estudios semejante y sí han conseguido trabajos acordes con él y, finalmente, experimentan una contradicción entre sus aspiraciones ocupacionales y sus logros (Johnson y Johnson, 2000; Vaisey, 2006; Ferrante, 2017). El resultado último no será simplemente experimentar estrés o disonancia cognitiva, que también podrían sufrir las personas infraeducadas, sino albergar sentimientos de injusticia y privación relativa que afectan específicamente a los sobreeducados y que tienen una mayor capacidad potencial de influir sobre las preferencias políticas. Como ya hemos apuntado, en la literatura sociológica se ha sostenido que esa influencia podría ir, sobre todo, en el sentido de producir una mayor propensión a adoptar posiciones ideológicas de izquierda y votar por partidos izquierdistas, pero también se ha sugerido que, de modo más general, podría promover el radicalismo ideológico, el apoyo a movimientos anti-establishment y el voto a partidos populistas situados en cualquiera de los dos extremos del continuo ideológico izquierda-derecha.
Estas predicciones han sido puestas a prueba tanto en investigaciones que se proponían contrastar la teoría de la inconsistencia de estatus y en las cuales el desajuste entre educación y ocupación aparecía como una más entre otras formas de incongruencia igualmente relevantes, como en estudios orientados más directamente a evaluar las consecuencias de la sobreeducación. Sus resultados han sido poco concluyentes e incluso se podría decir que han sido cada vez menos favorables a las expectativas de que partían.
Algunos de los primeros trabajos empíricos sobre la inconsistencia de estatus produjeron resultados que parecían confirmar que esta se relacionaba positivamente con el voto a partidos de izquierda, tanto en Estados Unidos como en otros países (Lenski, 1954, 1967), con actitudes favorables al cambio de la distribución del poder en la sociedad (Goffman, 1957) y con actitudes extremistas (Rush, 1967). Sin embargo, otros análisis encontraron que la relación no existía o era extremadamente débil (por ejemplo, Kelly y Chambliss, 1966, sobre la asociación con “actitudes liberales”). Esos resultados negativos se hicieron más frecuentes a medida que los análisis se refinaron metodológicamente, intentando ir más allá de las meras comparaciones directas entre los individuos en situaciones consistentes e inconsistentes, que no permitían separar los efectos de la inconsistencia propiamente dicha con respecto a los “efectos principales” de las variables de estatus entre las cuales se daba la inconsistencia. Aplicando procedimientos de estimación más sofisticados, diversos investigadores fueron incapaces de encontrar evidencia favorable a la existencia de relación entre inconsistencia de estatus y actitudes racistas (Treiman, 1966, en Estados Unidos), actitudes liberales o conservadoras (Eitzen,1972-1973, también en Estados Unidos), radicalismo izquierdista y preferencia por partidos de izquierdas (Portes, 1972, en Chile), o un amplio abanico de variables políticas, incluyendo el liberalismo político, el posicionamiento en la escala izquierda-derecha y opiniones sobre diversos temas (Jackson y Curtis, 1972, comparando varias comunidades en Estados Unidos, y Brown et al., 1988, comparando Estados Unidos y varios países europeos). Incluso hubo estudios que reportaron resultados significativos de signo contrario al esperado; por ejemplo, según Broom y Jones (1970), en Australia la inconsistencia entre inversión elevada y baja recompensa se asociaba al voto al Partido Conservador y no, como esperaban, al Partido Laborista. Aunque esta acumulación de resultados negativos - o, en el mejor de los casos, poco concluyentes - se interpretó a menudo como un síntoma de deficiencias metodológicas a las que se hizo frente proponiendo procedimientos estadísticos cada vez más complejos y refinados, fue cobrando fuerza la idea de que existía un “cuerpo de evidencia negativa” suficientemente sólido como para pensar que estudiar las consecuencias políticas de la inconsistencia de estatus “da más trabajo del que vale la pena dedicarle” (Jackson y Curtis, 1972; Brown et al., 1988). La principal reacción contra este difundido escepticismo ha sido un trabajo de Zhang (2008) que, usando un método de estimación nuevo, detectó una asociación significativa entre la inconsistencia y algunas variables sociopolíticas, incluyendo la identificación con el Partido Demócrata en Estados Unidos.
Por su parte, la investigación centrada más específicamente en las consecuencias de la sobreeducación arroja un balance bastante parecido: predominio de los resultados negativos o ambivalentes. Derber (1979, p. 43) halló cierto “apoyo empírico preliminar” para la hipótesis de que la experiencia del subempleo podría contribuir a la radicalización de la generación más joven de trabajadores con altos niveles de educación, pero al mismo tiempo señaló que el surgimiento de actitudes radicales dependía de que previamente se desarrollase una “conciencia de subempleo”, condición cuyo cumplimiento en modo alguno se podía dar por supuesto. Poco tiempo después, en un estudio ya clásico, Val Burris (1983) concluyó que la sobreeducación no estaba relacionada con ninguno de los tres indicadores de izquierdismo disponibles en sus datos: la identificación partidista, una escala de liberalismo-conservadurismo y una escala de actitudes hacia el gasto en bienestar social. Según Amoretti (1999), tampoco en los países de la Unión Europea se daba la asociación esperada entre subempleo e ideología. Vaisey (2006) encontró que la sobreeducación promovía el izquierdismo (más concretamente, la autoidentificación como “liberal” o “muy liberal”) en los Estados Unidos, pero el efecto solo era estadísticamente significativo y tenía cierta relevancia sustantiva para los hombres. En uno de los pocos estudios disponibles sobre nuestro país, Gobernado (2009) sostuvo que en España la sobreeducación sí propicia el radicalismo político y el posicionamiento a la izquierda en la escala ideológica, aunque llegó a estas conclusiones aplicando un procedimiento analítico (comparaciones directas entre niveles de estudios dentro de los trabajadores situados en los dos quintiles más bajos de prestigio ocupacional y entre distintos quintiles de prestigio profesional dentro de los titulados universitarios) que, a nuestro juicio, no puede aspirar a separar los efectos de la sobreeducación con respecto a los “efectos principales” de la educación y el prestigio ocupacional. Finalmente, un estudio reciente con datos de Alemania y el Reino Unido, en el que Wiedner (2022) aplica un método de estimación novedoso, pone de manifiesto que, si bien la sobreeducación tiene una clara influencia sobre las actitudes hacia el trabajo, el bienestar subjetivo y la participación social, su relevancia política es mucho más limitada; en lo que respecta a las preferencias políticas, implica un aumento de la probabilidad de votar a la izquierda en Reino Unido, pero no en Alemania, y no afecta a la intención de voto a la extrema derecha en ninguno de los dos países.
En definitiva, la investigación acumulada hasta ahora está lejos de proporcionar un apoyo sólido a la tesis de que las personas que experimentan sobreeducación tienen una fuerte propensión al izquierdismo o a la radicalización política, ya sea en cuanto a las posiciones ideológicas que adoptan o en lo que respecta a la orientación de su voto. Hay indicios de que la sobreeducación influye sobre las preferencias en algunos contextos y para algunos segmentos específicos de la población, pero, como ha señalado Vaisey (2006, p. 849), incluso en estos casos se trata de efectos modestos que están muy lejos de tener el potencial disruptivo que habían predicho los teóricos clásicos.
Sin embargo, en nuestra opinión, hay razones para continuar indagando las posibles consecuencias políticas de la sobreeducación. Por una parte, con las notables excepciones de Zhang (2008) y Wiedner (2022), la mayoría de los estudios existentes en este campo han aplicado métodos de estimación que han sido objeto de crítica por ser incapaces de aislar los efectos de la sobreeducación (o, en general, de la inconsistencia entre las posiciones ocupadas por los sujetos en dos jerarquías de la estratificación) o por poder hacerlo solo en situaciones en que se cumplan supuestos muy fuertes y poco plausibles (Voces y Caínzos, 2021; Wiedner, 2022); usar procedimientos de análisis que no tengan estas carencias podría llevar a obtener resultados diferentes.
Por otra parte, a diferencia de lo que ocurre en el discurso público, en el cual el problema y las posibles repercusiones políticas de la sobreeducación se han vinculado expresamente con la situación de los grupos de edad más jóvenes (o de determinadas generaciones), la investigación empírica ha tendido a presuponer (o, al menos, a buscar) efectos homogéneos para todos las personas sobreeducadas. Sin embargo, hay buenas razones para esperar que los efectos políticos de la sobreeducación varíen en función de la edad (o la cohorte). Una de ellas la apuntó hace mucho tiempo Thomas Smith (1969), que sostuvo que la inconsistencia entre educación y empleo adquiriría relevancia política en la medida en que las posiciones de los individuos en alguna de estas dimensiones estuviesen poco cristalizadas -es decir, todavía hubiese una probabilidad relativamente alta de que cambiasen- pero dejaría de tenerla una vez que estuviesen fijadas, ya que entonces los afectados por la inconsistencia tenderían a acomodarse a su situación -quizás desarrollando preferencias adaptativas o atribuyendo mayor importancia a fuentes de estatus ajenas a la esfera laboral, como ha sugerido Burris (1983)-. Pero, como señaló el propio Smith, el grado de cristalización estructural de las dimensiones de estatus -incluyendo la educación y la ocupación- aumenta con la edad, de lo cual se sigue la posibilidad de que el potencial impacto político de la sobreeducación disminuya progresivamente a lo largo del ciclo vital e incluso esté acotado a los intervalos de edad más jóvenes. A ello hay que añadir que la edad también podría moderar la relación entre sobreeducación y preferencias políticas por otras razones, de carácter político y más dependientes del contexto. Burris (1983) y otros autores han argumentado que los efectos políticos de la sobreeducación podrían tener como precondición la existencia de un movimiento que articule el descontento de los sobreeducados (o, podríamos añadir, al menos de un discurso público que tematice la sobreeducación como un problema político). Ahora bien, parece evidente que, al menos en España y otros países del sur de Europa, esa condición se cumple principalmente en lo que respecta a la juventud: a raíz de la Gran Recesión han adquirido gran difusión análisis y proclamas políticas que llamaban la atención sobre el contraste entre el elevado nivel educativo y las malas oportunidades laborales de los jóvenes. En España, estos discursos estuvieron muy presentes en movimientos de protesta como el 15-M y fueron asimilados, desde ópticas ideológicas contrapuestas, por partidos como Podemos o Ciudadanos; no sería difícil encontrar paralelismos en otros países. Aunque muy diferentes en su fundamento y apuntando en un caso a efectos de ciclo vital y en otro a efectos de cohorte (o de interacción entre edad y periodo), los dos argumentos que acabamos de sintetizar llevan a pensar que una vía prometedora para identificar las posibles consecuencias políticas de la sobreeducación sería tener en cuenta explícitamente el potencial papel moderador de la edad.
En este artículo nos proponemos justamente contrastar una serie de hipótesis sobre la relación entre sobreeducación y preferencias políticas, derivadas de la teoría de la inconsistencia de estatus y de la literatura empírica que hemos sintetizado en este apartado, aplicando un procedimiento de estimación que se ha convertido en estándar en los estudios sobre inconsistencia de estatus y contemplando la posibilidad de que los efectos de la sobreeducación sean heterogéneos 1 .
HIPÓTESIS
Nuestra primera hipótesis postula la existencia de una relación entre sobreeducación e ideología, operacionalizada como autoposicionamiento en una escala unidimensional izquierda-derecha. Aunque en la literatura hay algún estudio aislado que ha encontrado un mayor apoyo de los sobreeducados a la derecha, hay en ella un claro predominio de los argumentos tendentes a predecir que la experiencia de sobreeducación se vinculará a una orientación ideológica izquierdista (o “liberal” en el sentido que el término recibe en Estados Unidos). En la base de esta predicción está el supuesto de que, en la mayoría de las democracias avanzadas, incluida España (Medina, 2015), las posiciones de izquierda se perciben como más promotoras del cambio y la justicia social y más proclives a combatir todo tipo de desventajas laborales que las de derechas. Por ello, nuestra primera hipótesis es:
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H1: La sobreeducación está asociada a un posicionamiento más a la izquierda en la escala ideológica izquierda-derecha.
Sin embargo, también se podría sostener (y así se ha hecho desde las formulaciones más tempranas de la teoría de la inconsistencia de estatus) que los sentimientos de privación relativa e injusticia que puede suscitar la experiencia de sobreeducación en quienes la padecen podría llevar a la adopción de posiciones radicales y anti-establishment enraizadas en cualquiera de los dos extremos del espectro político. Esto se podría expresar en forma de autoposicionamiento en los dos polos de la escala ideológica, es decir, en posiciones de extrema derecha o de extrema izquierda:
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h4. La sobreeducación está asociada a autoubicación en posiciones más extremas (es decir, más alejadas del centro) en la escala izquierda-derecha.
Nuestra última hipótesis se refiere a la orientación del voto, contrastando el voto a partidos de izquierda y a partidos de derecha. Por supuesto, la sobreeducación podría afectar al voto de otros modos, pero aquí concentramos nuestra atención en su posible impacto sobre la competencia articulada en torno a la división tradicional en dos grandes bloques ideológicos. Esperamos que el voto será consistente con la propensión a adoptar posiciones ideológicas más a la izquierda predicha por nuestra primera hipótesis 2 .
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h5. La sobreeducación está asociada a una mayor probabilidad de votar a partidos de izquierda en lugar de a partidos de derecha o centro derecha.
Estas hipótesis dan por supuesto que los posibles efectos de la sobreeducación son homogéneos. Sin embargo, como hemos señalado, es razonable pensar que la edad puede actuar como factor moderador, de modo que la sobreeducación solo influya (o influya en mayor medida) sobre las preferencias políticas de los más jóvenes. Por esta razón, contrastaremos una versión alternativa de nuestras hipótesis que contemple efectos heterogéneos en función de la edad:
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H1A: La sobreeducación está asociada a un posicionamiento más a la izquierda en la escala ideológica izquierda-derecha, con intensidad decreciente a medida que aumenta la edad.
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h4A. La sobreeducación está asociada a posicionamiento en posiciones más extremas (es decir, más alejadas del centro) en la escala izquierda-derecha, con intensidad decreciente a medida que aumenta la edad.
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h5A. La sobreeducación está asociada a una mayor probabilidad de votar a partidos de izquierda en lugar de a partidos de derecha o centro derecha, con intensidad decreciente a medida que aumenta la edad.
ESTRATEGIA EMPÍRICA
Utilizaremos datos de las encuestas postelectorales realizadas por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) tras las elecciones generales de 2015 y 2016 3 . Como se recordará, después de las elecciones de diciembre de 2015 ningún candidato obtuvo el apoyo parlamentario necesario para formar gobierno, lo cual condujo a la convocatoria de nuevas elecciones que tuvieron lugar en junio de 2016. Debido a estas especiales circunstancias, el trabajo de campo de las dos encuestas postelectorales se llevó a cabo en un intervalo de apenas seis meses (enero-marzo y julio de 2016), siguiendo el mismo diseño muestral. Cada una de las encuestas contaba con una muestra de alrededor de 6.200 sujetos, representativa de la población con derecho a voto. Hemos combinado los datos de las dos encuestas, lo cual nos permite aumentar considerablemente el número de casos disponibles para el análisis. Sin embargo, esa muestra inicial se ha visto posteriormente reducida, debido a que solo tenemos en cuenta a las personas que en el momento de ser entrevistadas estaban ocupadas, trabajando por cuenta ajena en ocupaciones no directivas (a los empresarios, trabajadores por cuenta propia y directivos tendría escaso sentido atribuirles un nivel educativo requerido por su ocupación). La muestra también se reduce debido a que limitaremos el análisis a los nacidos después de 1960, es decir, a personas que han estudiado bajo los sistemas educativos establecidos por la Ley General de Educación (LGE) de 1970 o por la Ley de Ordenación General del Sistema Educativo (LOGSE) de 1990; de este modo, se evitan los problemas de falta de homogeneidad en la medición del nivel educativo propio y requerido por la ocupación (y, por tanto, de la sobreeducación) que se habrían planteado en caso de tener en cuenta a quienes estudiaron bajo sistemas educativos más antiguos. Todo ello nos ha llevado a disponer de una muestra efectiva de alrededor de 3.600 casos, con algunas variaciones en función de la variable dependiente en que se centra cada análisis 4 .
Nuestra variable independiente es la sobreeducación objetiva formal, es decir, el desajuste entre educación y empleo que se produce cuando una persona desempeña una ocupación que requiere un nivel educativo inferior al que esa persona posee. Es importante distinguirla tanto de la sobrecualificación (desajuste entre las competencias, cualificaciones o habilidades del trabajador y las requeridas por su ocupación o puesto) como de la sobreeducación subjetiva o percibida 5 .
La sobreeducación, así entendida, se puede medir a través de dos procedimientos, habitualmente denominados método de análisis del puesto y método estadístico o de realized matches. En este trabajo, aplicaremos el primero de ellos, que implica atribuir a cada ocupación (o, idealmente, tipo de puesto de trabajo) el nivel de estudios que se considera normativo para su desempeño y compararlo con el nivel de estudios que realmente tiene el trabajador. Partimos de la correspondencia entre ocupación y nivel de estudios elaborada por María Ramos (2016) para clasificar las ocupaciones en cuatro niveles en función del nivel educativo que requieren: hasta educación secundaria inferior o formación profesional de primer grado; bachillerato o formación profesional de segundo grado; educación universitaria de ciclo corto; y educación universitaria de ciclo largo 6 . Cruzando esta variable con la de nivel de estudios individual, que hemos recodificado previamente en las mismas categorías, se distinguen tres tipos de situaciones: consistencia o ajuste entre las dos, sobreeducación e infraeducación (la educación alcanzada es menor que la requerida por la ocupación). Finalmente, introducimos una distinción adicional, entre lo que llamaremos “sobreeducación agregada”, que designa toda situación en la que el nivel educativo individual excede el requerido por la ocupación, y “sobreeducación alta”, que se refiere únicamente a aquellas situaciones en las que el nivel de estudios individual está dos o tres “escalones” por encima del requerido por la ocupación. La tabla 1 recoge todas las situaciones que resultan de la combinación de nivel educativo alcanzado y requerido.
Nuestras variables dependientes son la posición ideológica (autoubicación en una escala izquierda-derecha de diez posiciones), radicalismo ideológico (valor absoluto de la diferencia entre la autoubicación en la escala ideológica y el punto medio de la escala) y orientación del voto (voto a un partido de izquierda frente a voto a un partido de derecha o centroderecha) 7 .
El objetivo que perseguimos es determinar si el desajuste negativo entre el nivel de estudios de un individuo y el requerido por su ocupación tiene un efectivo significativo neto sobre nuestras variables dependientes, más allá de los efectos que tienen por sí mismas las dos variables educativas. Esto plantea un problema de identificación, que fue reconocido tempranamente en la literatura empírica sobre inconsistencia de estatus (Blalock, 1966; Duncan, 1966) y para el cual se han propuesto diversas soluciones. Como ya hemos anticipado, algunos procedimientos de uso común son manifiestamente inadecuados (como las comparaciones directas entre sobreeducados y “consistentes” o los modelos de regresión que incluyen términos de interacción entre las variables de educación) o dependen de supuestos muy fuertes, cuyo cumplimiento es dudoso más allá de ámbitos de aplicación muy concretos (como ocurre con los análisis de residuos y los modelos ORU -por sus siglas en inglés: Overeducation, Required education, Undereducation-, que incluyen la educación requerida por la ocupación y la diferencia entre esta y el nivel de estudios individual y dan por supuesto que este último no tiene efectos propios que no se canalicen a través de la educación requerida por el trabajo desempeñado, algo que puede tener sentido en el contexto de los estudios sobre determinación de salarios, pero es poco plausible en relación con otras variables sociales y políticas) 8 .
Tabla 1. Variables de desajuste entre educación y ocupación (sobreeducación e infraeducación)
En la investigación reciente se han utilizado procedimientos alternativos. Zhang (2008) ha propuesto un modelo que, además de las variables de estatus y su interacción, incluye el valor absoluto de su diferencia, separando así el efecto de la inconsistencia con respecto a posibles efectos de interacción derivados de otros procesos sociales; aparte de exigir que las variables de estatus estén medidas a nivel de intervalo, este modelo presupone que los efectos de la inconsistencia son simétricos (en el caso que nos interesa, que los efectos de la sobreeducación y la infraeducación son idénticos), en línea con la concepción inicial de Lenski, según la cual el estrés producido por la inconsistencia sería el mismo con independencia del sentido de esta. Wiedner (2022) ha aplicado un modelo extraído de la literatura sobre efectos de edad-cohorte-período, que da por supuesto que la ratio entre las magnitudes de los efectos de la educación individual y de la requerida por la ocupación está dentro de ciertos límites. Finalmente, Voces y Caínzos (2021; 2022) han trasladado al estudio de la sobreeducación el modelo de referencia diagonal desarrollado hace más de tres décadas por Sobel (1981, 1985). Este modelo impone la restricción de que los efectos de la educación requerida por la ocupación sean transformaciones lineales positivas de los efectos del nivel educativo individual, presuponiendo que las diferencias relativas entre los efectos de dos niveles de estudios determinados son iguales para la educación alcanzada y para la requerida (Kaiser y Trinh, 2021).
Sin pretender que proporcione una solución única y definitiva al problema de identificación de los efectos de la sobreeducación y reconociendo la utilidad de que distintos investigadores apliquen procedimientos diferentes, lo cual permitirá evaluar el grado de congruencia de los resultados obtenidos bajo distintos supuestos, en este trabajo utilizamos la misma estrategia que hemos seguido en otros anteriores (Voces y Caínzos, 2021; 2022), aplicando el modelo de referencia diagonal elaborado por Sobel, que ha sido considerado un ejemplo de “modelo estadístico directamente sustantivo” (Cox, 1990) y cuyo uso, si bien no está exento de críticas (Wiedner, 2022), sigue siendo habitual en la investigación sobre efectos de la inconsistencia de estatus y de la movilidad social.
Estimamos modelos de referencia diagonal multivariados, controlando por sexo, edad, situación de empleo (contrato temporal o fijo), dedicación (tiempo parcial o tiempo completo) y sector de empleo (público o privado).
Aplicado al caso de la sobreeducación, el modelo de referencia diagonal con covariables pero sin efectos del desajuste entre la educación alcanzada por el individuo y la requerida por su ocupación es el expresado en la ecuación 1:
donde Yijk es el valor de la variable dependiente para el individuo k, incluido en la celda ij de la tabla resultante del cruce de las dos variables de estatus (aquí, educación alcanzada y educación requerida por la ocupación). Yijk tiene un componente sistemático (que corresponde a la media de la celda ij, µij, y los efectos de las covariables) y uno aleatorio (el error individual, εijk). µij es la suma ponderada de µii y µjj, que son las medias estimadas de Y en las celdas ii y jj, localizadas en la diagonal de la tabla. Por tanto, la media de la variable dependiente en una celda “inconsistente” es una función de las medias estimadas de dos celdas “consistentes”, con pesos estimados w y 1-w, que reflejan la importancia de la educación alcanzada y la educación requerida en el cálculo de µij. C es un vector de covariables y γ designa los coeficientes que expresan sus efectos.
Como hemos indicado, este modelo tiene en cuenta la influencia de la educación alcanzada y requerida, pero no incluye términos que capten el efecto de la inconsistencia entre ellas. Para poner a prueba la existencia de tales efectos, el primer modelo servirá como línea de base con la cual se compararán distintas versiones de un modelo alternativo, reflejado en la ecuación 2:
donde D es una serie de variables dicotómicas que miden el desajuste entre educación adquirida y requerida y β designa los coeficientes que recogen sus efectos. Estos βs se interpretan como coeficientes de regresión 9 .
Concretamente, compararemos nuestro modelo básico, con covariables pero sin efecto de la sobreeducación (ecuación 1), con cuatro modelos alternativos derivados de la ecuación 2 (modelos 2 a 5). Los modelos 2 y 3 incluyen nuestras dos medidas de sobreeducación (sobreeducación agregada el 2 y sobreeducación alta el 3); los modelos 4 y 5 replican el 2 y el 3, pero añaden un término adicional que identifica a los individuos infraeducados. En un último paso del análisis (modelos 2A a 5A), reestimamos los cuatro modelos que incluyen efectos del desajuste entre educación y ocupación, pero añadiendo la interacción entre este desajuste (sobreeducación o sobreeduación e infraeducación, según corresponda) y edad, a fin de tener en cuenta el posible papel moderador de la edad.
Entenderemos que los resultados respaldan una de nuestras hipótesis si 1) añadir las variables de inconsistencia entre educación individual y requerida por la ocupación mejora el ajuste del modelo y 2) el coeficiente de la sobreeducación es estadísticamente significativo. Para evaluar la bondad de ajuste de los modelos aplicamos dos criterios complementarios. Primero, comprobamos qué modelos dan lugar a una reducción estadísticamente significativa de la suma de cuadrados de los errores (de la desvianza residual, en el caso de un modelo logístico) con respecto al modelo de base y que alguno de los coeficientes de la sobreeducación sea estadísticamente significativo (p<0,10); de entrada, descartaremos los modelos que no cumplan estas condiciones. En un segundo paso, para discriminar entre modelos que suponen una mejora, se tendrá en cuenta el AIC (Akaike Information Criterion), que mide el balance entre la bondad de ajuste de un modelo y su parsimonia, y, en caso de igualdad, seleccionaremos el modelo más simple.
RESULTADOS
Empezaremos por examinar los resultados correspondientes a los modelos que asumen efectos homogéneos y permiten contrastar las hipótesis H1, h4y h5. La tabla 2 presenta los estadísticos de bondad de ajuste de los modelos 1 a 5 para cada una de nuestras variables dependientes. Recuérdese que el modelo 1 no incluye efectos de la sobreeducación y proporciona una línea de base con la cual comparamos los otros cuatro modelos, todos los cuales contemplan efectos homogéneos de la sobreeducación con distintas especificaciones.
Las dos primeras variables dependientes son indicadores actitudinales de las preferencias políticas. Por un lado, el posicionamiento en la escala izquierda-derecha (1-10). Por otro lado, una transformación de este (el valor absoluto de la distancia entre la posición expresada por cada individuo y el punto medio de la escala), que aspira a medir el grado de extremismo ideológico con independencia de su sentido 10 .
Para estas dos variables, se selecciona el modelo 1 (véanse los dos primeros paneles de la tabla 2), que no incluye efectos de la sobreeducación y cuyos parámetros estimados se presentan en la tabla 3. Como se puede observar, no hay diferencias estadísticamente significativas en el posicionamiento en el eje izquierda-derecha o en el grado de radicalismo en función del nivel de estudios individual ni del requerido por la ocupación. Aunque esto pudiera parecer chocante, es consistente con los resultados de Medina y Caínzos (2018), que han puesto de manifiesto que en España se ha producido un proceso de paulatina convergencia de las posiciones ideológicas medias de todas las clases ocupacionales, con la única excepción de los empresarios y autónomos, que no entran en nuestros análisis. Sí se encuentran coeficientes significativos, que tienen el sentido esperable, para tres de las cinco covariables: estar empleado en el sector público, tener un trabajo temporal y trabajar a tiempo parcial están asociados con un ligero desplazamiento a la izquierda. En cambio, ninguna de las covariables da lugar a diferencias en cuanto al radicalismo ideológico, a cuya explicación no hacen aportación alguna los modelos que hemos estimado. Diríase que, al menos en España, el apoyo al radicalismo de izquierdas y de derechas no tiene una base común en términos de perfil educativo, ocupacional, laboral o sociodemográfico.
Tabla 2. Estadísticos de bondad de ajuste de los modelos de referencia diagonal que suponen efectos homogéneos, con diferentes medidas de sobreeducación
Nuestra tercera variable dependiente es un indicador conductual de las preferencias políticas: la orientación del voto en la dimensión izquierda-derecha. Al tratarse de una variable binaria, se ha estimado un modelo de referencia diagonal logístico 11 . Los resultados que se obtienen en este caso son similares a los que se habían hallado para el autoposicionamiento en la escala ideológica. De nuevo, el modelo con mejor ajuste es el básico, sin efectos de la sobreeducación (véase el último panel de la tabla 2). Sus parámetros estimados (última columna de la tabla 3) revelan que, de nuevo, el trabajo temporal y el empleo en el sector público llevan consigo una mayor probabilidad de votar a partidos de izquierda; el coeficiente del trabajo a tiempo parcial no es significativo, ni siquiera al nivel del 10%, pero su coeficiente tiene el mismo sentido favorable a una orientación izquierdista que habíamos encontrado en el caso de la autobicación en la escala. Lo único distintivo en lo que respecta a las variables de estudios es que una de las categorías de educación requerida (los trabajadores con titulaciones universitarias de ciclo corto, como diplomaturas e ingenierías técnicas) tiene una propensión algo menor a votar a la izquierda.
Tabla 3. Preferencias políticas: ideología, radicalismo y voto izquierda-derecha. Parámetros estimados y errores típicos de los modelos seleccionados
Más allá de las diferencias de una variable dependiente a otra, parece evidente que la conclusión que se extrae de los modelos presentados hasta ahora es que la sobreeducación no influye sobre las preferencias políticas (las hipótesis H1, h4y h5 no reciben apoyo alguno). O, al menos, no lo hace de manera homogénea para los trabajadores de todas las edades.
Sin embargo, como hemos anticipado, hay buenas razones para pensar que el supuesto de homogeneidad de los efectos es problemático y que la sobreeducación podría afectar de modo distintivo a la orientación política de los trabajadores más jóvenes (hipótesis H1A, h4A, h5A).
Para comprobar si es así, replicamos todos nuestros modelos, añadiéndoles términos de interacción entre edad y sobreeducación (y, en su caso, infraeducación) (modelos 2A a 5A), aunque en la tabla 4 solo se consignan los estadísticos de bondad de ajuste para los modelos que toman como variable independiente el autoposicionamiento en la escala ideológica y el voto a izquierda y derecha, las dos variables para las que algún modelo interactivo se ajusta a los datos mejor que el modelo de base 12 . En ambos casos, el modelo seleccionado es el 2A, que incluye la sobreeducación agregada y su interacción con la edad. Este modelo no sólo mejora el ajuste en comparación con el modelo 1, sino también, de modo todavía más claro, respecto al modelo 2, que incluía la sobreeducación agregada pero no la interacción (para la ideología, (2=4,13, p=0,042; para el voto, (2=4,97, p=0,026) 13 . La tabla 5 recoge sus parámetros estimados y sus errores típicos.
Tabla 4. Estadísticos de bondad de ajuste de los modelos de referencia diagonal que contemplan efectos heterogéneos según la edad, con diferentes medidas de sobreeducación
Para la ideología, tanto los coeficientes de la sobreeducación agregada como los de su interacción con la edad son estadísticamente significativos, mientras que los de las demás variables se mantienen en valores muy semejantes a los que tenían en los modelos sin interacción (véase tabla 3, arriba). Al interpretar conjuntamente los coeficientes de la sobreeducación, de la edad y de su interacción, se constata que la experiencia de sobreeducación está asociada a un autoposicionamiento más a la izquierda en la escala ideológica, pero la asociación decrece a medida que aumenta la edad. La Figura 1 permite visualizar el cambio predicho en la ubicación ideológica que acompaña a la sobreeducación a diferentes edades: consiste en un desplazamiento de 0,45 puntos hacia la izquierda a los 20 años, 0,35 a los 25, 0,26 a los 30 y 0,16 a los 35; por encima de este umbral, el efecto de la sobreeducación deja de ser estadísticamente significativo (p>0,10) 14 .
La tabla 5 también incluye los parámetros estimados del modelo 2A para el voto a partidos de izquierda frente a partidos de derecha. Estar sobreeducado se asocia a una mayor propensión a votar a la izquierda, pero, de nuevo, la intensidad de la relación varía en función de la edad. No es fácil evaluar estos efectos, porque los coeficientes logísticos no son intuitivos, especialmente cuando están involucrados términos de interacción; además, el cálculo de “efectos marginales medios” manteniendo todas las demás variables en sus valores observados, al que se suele recurrir para solucionar esta dificultad de interpretación, no es apropiado en el caso de los modelos de referencia diagonal. Como alternativa, la Figura 2 muestra las razones de razones (odds ratios) de votar a la izquierda en lugar de a la derecha de los trabajadores sobreeducados en comparación con los que desempeñan ocupaciones consistentes con su nivel educativo, a diferentes edades. Por su parte, en la Figura 3 se representa el cambio predicho en la probabilidad de votar a la izquierda que va asociado a la experiencia de la ocupación a distintas edades, bajo el supuesto de que la probabilidad de base de votar a la izquierda es 0,5. Como se puede ver, la sobreeducación aumenta en 0,13 la probabilidad de votar a la izquierda a los 20 años y en 0,10 a los 25, con incrementos cada vez menores hasta llegar a 0,05 a los 33 años, edad a partir de la cual el cambio ya no es estadísticamente significativo (p>0,10).
Tabla 5. Preferencias políticas: ideología, radicalismo y voto izquierda-derecha. Parámetros estimados y errores típicos de los modelos interactivos seleccionados
Figura 1. Cambio en el autoposicionamiento ideológico en función de la sobreeducación y la
edad
a
a Cambios predichos e intervalos de confianza al 90%, calculados a partir
de los coeficientes del
modelo con interacción entre sobreeducación y edad (Tabla 5)
Figura 2. Voto a partidos de izquierda frente a partidos de derecha, en función de la sobreeducación y edad. Odds ratios a
a. Odds-ratios e intevalos de confianza al 90%, calculados a partir de los coeficientes del modelo con interacción entre sobreeducación y edad (Tabla 5)
Figura 3. Cambio en la probabilidad de votar a partidos de izquierda en función de la sobreeducación y edad a
a. Cambios predichos e intervalos de confianza al 90%, calculados a partir de los coeficientes del modelo con interacción entre sobreeducación y edad (Tabla 5)