Desigualdad y movilidad de ingresos: ciencia y política de la ‘curva del Gran Gatsby”

DOI: 10.22325/fes/res.2023.143

Desigualdad y movilidad de ingresos: ciencia y política de la ‘curva del Gran Gatsby”


Inequality and income mobility: the science and politics of the ‘Grat Gatsby’ curve


Julio Carabaña Morales ORCID

Universidad Complutense de Madrid, España. carabanya@ccedu.ucm.es. Email

Revista Española de Sociología (RES), Vol. 32 Núm. 1 (Enero - Marzo, 2023), a143. ISSN: 1578-2824


Recibido / Received: 17/04/2022
Aceptado / Accepted: 14/06/2022



RESUMEN

El artículo pretende presentar un caso de ‘deformación’ producida en la investigación social por su ‘captura’ política. Los estudios sobre movilidad de ingresos siguieron, aunque más tarde, una pauta de desarrollo parecida a los de movilidad social: se acumularon sin permitir la formulación categórica de regularidades empíricas. Pero sucedió que cuando algunos economistas creyeron haber encontrado una –a más desigualdad económica menor movilidad relativa de ingresos-, se apoderaron de ella las trompetas de la política, que la lanzaron a la fama con la etiqueta ‘curva del Gran Gatsby’ como una ‘ley’ social de importantes consecuencias políticas. A su vez, esta popularidad ha reforzado la crítica y la investigación empírica posterior sobre el tema.

Palabras clave: Movilidad relativa de ingresos, desigualdad y movilidad de ingresos, curva del Gran Gatsby, ciencia social y política.


ABSTRACT

The paper tries to present a case of ‘deformation’ in social research produced by its ‘capture’ by politics. Research on income and earnings mobility did follow, although with some retard, a pattern of development very similar to the studies in social mobility had followed before; they went g rowing without arriving to categorical formulations of empirical regularities. But it happened that, when some economists thought to have uncover something like such a regularity –more inequality, less relative income mobility-, it was kidnapped by politics, whose trumpets made it famous under the label ‘Great Gatsby curve’ as social ‘law’ with important political consequences. At its turn, the popularity obtained though media and politics, helped reinforce the critical and empirical research on the topic.

Keywords: Relative income mobility, inequality and income mobility, Great Gatsby Curve, Social Science and Politics.




PRESENTACIÓN


Pretendo esbozar una breve historia de cómo la Economía ha estudiado la movilidad en comparación con la Sociología. El hilo conductor es el siguiente: los sociólogos se adelantaron en el estudio empírico de la movilidad social, desarrollaron teorías sobre su relación con la democracia política, el desarrollo económico y la desigualdad y se dedicaron más tarde a falsar mediante la investigación empírica las referentes a la democracia y la industrialización, dejando de lado la relativa a la desigualdad; por su parte, los economistas entraron en el campo mucho más tarde y sin teorías sobre estas relaciones, pero se encontraron con una proposición general (a mayor desigualdad, menos movilidad), que han hecho muy popular bajo la etiqueta ‘curva del Gran Gatsby’, con notable (y justificado) enfado de los sociólogos.

La primera época de investigación sobre movilidad social estuvo guida por la cuestión de si era o no mayor en Estados Unidos que en Europa a consecuencia del ethos democrático e igualitario predominante allende el Atlántico. Con cierta sorpresa, los estudios llevados a cabo bajo la coordinación del Comité de Estratificación de la ISA desde mediados de siglo parecieron falsar el punto de vista de que las instituciones democráticas y los valores igualitaristas (Estados Unidos) producían más movilidad de intercambio que las instituciones autoritarias y los valores clasistas (Europa). Para explicar esta semejanza, se recurrió a un poderoso factor común a todas estas sociedades, la industrialización (Lipset y Bendix, 1959; Miller, 1960).

Una segunda época de investigación sobre movilidad social tiene su primer hito en el estudio de Glass (1954) en Inglaterra, seguido por los de Blau y Duncan (1967) y Sewell y Hauser (1975) en Estados Unidos. Sus muestras son mucho más grandes, sus métodos más rigurosos (por un lado, el análisis de camino y por otro el log linear), y, sobre todo, estuvieron orientadas por las teorías de la modernización. Erikson y Goldthorpe resumieron casi treinta años después los muy influyentes planteamientos de Blau y Duncan (1967) y de Treiman (1970) en tres proposiciones. La primera, que recoge el efecto del cambio estructural inducido por la industrialización, es que las tasas de movilidad (absolutas) son más altas en las sociedades industriales que en las preindustriales; la segunda, que recoge el avance del universalismo y el logro y el retroceso del particularismo y la adscripción en el acceso a las profesiones, es que las instituciones de enseñanza se hacen cada vez más equiaccesibles, lo que disminuye la dependencia entre la posición social de padres e hijos, es decir, aumenta la movilidad relativa. La tercera es que estas dos tendencias interactúan en un círculo 'virtuoso', pues el logro domina en los sectores en crecimiento, mientras la adscripción queda relegada a los sectores en declive, como la agricultura o el pequeño comercio, lo que produce un crecimiento indefinido de la igualdad de oportunidades (Erikson y Goldthorpe, 1992, p. 6). Tras muchos años de arduas y extensas investigaciones empíricas, lo que puede considerarse la ‘narrativa’ dominante tiende más bien a aceptar los resultados a que llegaron Erikson y Goldthorpe, a saber, que ni la movilidad absoluta, ni la relativa, ni la fluidez social se relacionan con la industrialización. Así, Hout y DiPrete, resumiendo para el RC28 de la ISA, el mismo que promovió el estudio de la movilidad comparada en los cincuenta, los resultados de su esfuerzo colectivo, consideran su mayor logro el haber mostrado que hay un patrón universal básico de fluidez social y que solo hay diferencias entre países en la intensidad, pero no en la naturaleza de la relación, sin que pueda decidirse si estas diferencias son idióticas a los países, como sostienen Erikson y Goldthorpe (1992) , o son susceptibles de alguna explicación nomotética (Hout y DiPrete, 2006, punto 3). En todo caso, declaran categóricamente como logro 6 haber mostrado que ‘la teoría de la modernización está equivocada’.

He dicho que los sociólogos no se han fijado mucho en la relación de la movilidad con la desigualdad. Tyree et al (1979) concluyeron decididamente que ‘donde los ingresos están más igualmente distribuidos, la movilidad circulatoria es también mayor” (p. 418) y hasta se atrevieron a apuntar que una vez tenida en cuenta la desigualdad desaparecía la relación con la industrialización (p. 418). Al final de su libro, Erikson y Goldthorpe no sólo confirman que las diferencias en fluidez social son independientes del desarrollo industrial, sino también de variables como la desigualdad educativa o la tendencia ideológica de los gobiernos; en cambio, encuentran una relación positiva de la fluidez de clase con la igualdad económica. “Solo con la desigualdad económica obtenemos resultados que apuntan, en general, a una influencia sistemática. Podemos decir que nuestros hallazgos son del todo consistentes con la hipótesis de que las naciones tienen estructuras de clase tanto más abiertas cuanto menor el nivel de desigualdad económica entre sus poblaciones” (Erikson y Goldthorpe, 1992, p. 388). Nadie, sin embargo, hizo mucho caso de este hallazgo, y no sorprendió un estudio posterior, con datos del ISSP (International Social Survey Programme), sobre 20 países avanzados que encontró escasa asociación entre desigualdad económica y tasas de movilidad (Yaish y Andersen, 2011). Todavía en 2003 explicaba Hout que en Estados Unidos e Inglaterra la desigualdad crecía sin que menguara la movilidad porque se una y otra se mueven en diferentes escalas temporales (Hout, 2003) y todavía en 2006 escribía con Beller que ‘el crecimiento de la desigualdad no implica necesariamente incrementos o decrementos de la prevalencia de la movilidad (p. 21). Desde luego, entre los 20 logros de la investigación sociológica de la movilidad no aparece ninguno relacionado con la desigualdad (Hout y DiPrete, 2006).

Así pues, en los sesenta la investigación sociológica rechazó la relación entre democracia y movilidad y en los noventa habría refutado las teorías sobre la relación entre movilidad y modernización, mientras que no habría llegado a ninguna conclusión clara sobre las relaciones ente movilidad y desigualdad. De modo que el anuncio a bombo y platillo por los economistas de una relación negativa entre movilidad social y desigualdad los sorprendió con por así decirlo el pie cambiado, teniendo que asistir al espectáculo de que los economistas no solo les enmendaban la plana, sino que además se apropiaban del término movilidad social para lo que era algo distinto, movilidad económica o de ingresos (Erikson y Goldthorpe, 2010; Goldthorpe, 2013).

Con este escenario sociológico como fondo, en lo que sigue se esboza una historia del estudio de la movilidad de ingresos, mostrando primero su lento avance y las razones de su retraso respecto al de la movilidad social; a continuación se presenta el lanzamiento público de la ‘curva del Gran Gatsby’ -la relación negativa entre desigualdad y movilidad relativa de ingresos- deteniéndose tanto en los determinantes políticos de su popularidad como en sus debilidades científicas, en particular la de generalizar a partir de una muestra pequeña de países muy diversos; en tercer lugar se muestra como la ‘captura’ por la política ha relanzado la agenda de investigación en varias direcciones, y, por último, se esbozan algunas reflexiones sobre las relaciones entre investigación y política.

La movilidad de ingresos

El estudio de la movilidad de ingresos es mucho más reciente que el de la movilidad social; si se conviene en considerar la movilidad de ingresos como una parte de la movilidad, social, entonces puede decirse que es la parte de la movilidad social que más tarde se ha estudiado. Pero es más propio decir que la movilidad de ingresos es una parte de la movilidad económica y llamarla por su nombre, no por el mucho más general de movilidad social con que confunden algunos de sus estudiosos.

El estudio de los determinantes de los ingresos (estudios y ocupación de padres e hijos, principalmente) formó parte del estudio de la movilidad profesional desde sus inicios (v. gr. Blau y Duncan, 1967). En cambio, el estudio de la movilidad de ingresos (el grado en que dependen de los ingresos parentales) fue un subproducto de la teoría del capital humano, según la cual la educación incrementa la productividad y los ingresos de los trabajadores. La variable de interés inicial era el nivel de estudios, y el cálculo pertinente era su correlación con los ingresos laborales; más precisos en esto que los sociólogos, los economistas utilizaron el logaritmo de los ingresos a fin de que su distribución se acercara de la asimetría a la normalidad, siendo el resultado el tipo de rendimiento de la escuela en términos porcentuales. Ahora bien, esta estimación podía estar sesgada al depender los estudios de la situación económica parental; al tener en cuenta esta variable, resultó una ecuación que podía interpretarse como si estimara en su forma reducida la influencia de los ingresos de los padres sobre los ingresos de los hijos, es decir, la persistencia o (in)movilidad, y en su forma ampliada el papel mediador de la educación en esa influencia.

Becker y Tomes (1979, 1986) elaboraron el primer modelo teórico de la persistencia de los ingresos entre generaciones. En este modelo, la relación entre los ingresos de padres e hijos se debe a la herencia de las múltiples cualidades que influyen en el éxito económico. Pero el énfasis se pone desde el primer momento en el capital humano, y de los múltiples componentes de éste (salud, inteligencia, personalidad) se escoge la educación formal: los ingresos paternos influyen a través de las inversiones en educación. Cuanto menos depende el acceso a la enseñanza de los ingresos de los padres (porque mejoren los mercados de crédito o porque la enseñanza sea gratuita) y más se iguale el coste relativo de estudiar, menos dependerán los ingresos de los hijos de los ingresos de los padres. Seguirá habiendo correlación debido a la herencia de otros factores, pero ya no influencia causal (aparte la herencia directa de la riqueza). Solon (2004) elaboró este modelo descomponiendo la persistencia intergeneracional de ingresos en los siguiente elementos: 1. La heredabilidad de los ‘dones’ o ‘dotaciones’ conducentes al éxito económico; 2. La eficiencia con que las inversiones en educación producen capital humano, 3. Los rendimientos de la educación y 4. La progresividad de las inversiones públicas en capital humano.

Según este modelo, más preciso que sus antecedentes sociológicos, los efectos de la educación sobre la movilidad de ingresos son de signos opuestos. Por un lado, la contribución de la educación a la persistencia intergeneracional de los ingresos será mayor cuanto más alta su calidad y cuanto menor el flujo de graduados que genere; por otro lado, esta contribución será menor cuanto menos dependa el acceso a la educación de los recursos familiares; de ahí el papel de la gratuidad, las becas y la progresividad del gasto público en general. Así visto, el uso de políticas públicas para incrementar la apertura y la permeabilidad de la estratificación social se revela bastante complejo e incluso contradictorio; pues por un lado hay que facilitar el acceso a los estudios, pero por otro hay que mantener su eficiencia como fuente de capital humano y de diferencias de ingresos. En efecto, la persistencia intergeneracional de ingresos a través de la enseñanza puede debilitarse tanto igualando el acceso a ella como disminuyendo su eficacia. Si las escuelas son poco eficaces y no incrementan el capital humano (punto 2), entonces sirven de poco tanto las inversiones privadas (implícitas en el punto 1) como las públicas (punto 4). Solo si las escuelas mantienen su eficiencia aumentará la movilidad al ‘democratizarse’ el acceso a ellas. Un punto crucial es la medida en que esta ’democratización’ del acceso incrementa la oferta, pues si disminuyen los rendimientos de los títulos (punto 3), aumenta tanto la movilidad como la igualdad en los ingresos de los hijos. Es una dinámica análoga a la modelada con gran detalle por Boudon (1973) , donde el aumento de la igualdad educativa no aumenta la movilidad social porque al mismo tiempo devalúa los títulos.

Los estudios empíricos sobre movilidad intergeneracional de ingresos fueron mucho más tardíos que los de movilidad de ocupación no sólo por su genealogía, sino también a causa de la falta de datos. En efecto, es mucho más difícil obtener información sobre los ingresos de los padres que sobre sus estudios o su ocupación, y ello por dos razones principales. La primera es de fiabilidad: cualquiera puede informar con bastante precisión sobre los estudios o el trabajo de sus padres cuando era adolescente, pero no sobre sus ingresos, en buena parte por los cambios debidos a la inflación. La segunda es de validez: aun cuando se obtengan los ingresos exactos de un año quedaría mal medida la variable que realmente influye en los hijos, que es el ingreso permanente. A principios de los ochenta del pasado siglo, cuando me asomé al tema por vez primera (Carabaña, 1983) había ya en Estados Unidos una amplia literatura sobre la influencia de la familia de origen sobre los ingresos, pero apenas había estudios que incluyeran los ingresos de los padres, siendo una excepción el longitudinal que se llevaba a cabo en Winsconsin (Sewell y Hauser, 1975) con una muestra de alumnos; cuando abordé el tema por segunda vez (Carabaña, 1993) habían aparecido ya en Estados Unidos algunos estudios basados en el PSID (Panel Study of income Dynamics), iniciado en 1968, pero no había nada parecido en otros países. En España, abordé la cuestión utilizando el prestigio ocupacional paterno como aproximación a sus ingresos permanentes. No le di mayor importancia al asunto, pues el prestigio ocupacional es mejor indicador del ingreso permanente que los ingresos mal medidos de un año determinado, y en todo caso porque ya Treiman y Hauser (1977) habían establecido mediante simulaciones que una ecuación de ingresos que incluyera los estudios y el prestigio profesional de padres e hijos excusaba la ausencia de los ingresos de los padres, al contrario de lo que había argumentado Bowles (1972) . Aun así, no cabe negar la diferencia entre estudiar directamente la persistencia intergeneracional de los ingresos y aproximarse a través de variables sociales como la ocupación.

Por falta de datos, pues, no hubo hasta los noventa comparaciones ni inter ni intrapaís de la movilidad de ingresos basadas en los ingresos de los padres. Sin medir los ingresos de los padres, los modelos de logro de status de los sociólogos habían llegado en Estados Unidos a estimar que las variables familiares explicaban en torno a un 10% de la varianza de los ingresos de los hijos (equivalente a una correlación de 0,33), prácticamente toda ella a través de los estudios y la ocupación (Duncan et al., 1972, p. 43). Poco a poco fue habiendo datos. En Estados Unidos gracias a los estudios del PSID y el NLSY (National Longitudinal Survey of Youth); en Inglaterra, gracias a los NCDE (National Child Development Study), estudios longitudinales de los nacidos en 1950 y 1970 cuyos ingresos a los 30 años comenzaron a estar disponibles en 1980 y 2000, y en los países nórdicos mediante datos administrativos. Vamos a ver cómo se construyó sobre ellos la hipótesis de que la persistencia intergeneracional de los ingresos depende de la desigualdad de su distribución, popularizada como 'curva del Gran Gatsby'. Seguiré para ello el relato de Miles Corak (2016a) , el economista a quien más se asocia con la curva. La tabla 1 recoge las estimaciones de persistencia de ingresos en que se basó Corak.

Corak dice que fue él quien presentó, en 2004, el primer cruce entre desigualdad y movilidad de ingresos, que se publicó en 2006, si bien usando como indicador de desigualdad los rendimientos del capital humano publicados por la OCDE (obsérvese la inspiración en el modelo de Solon). La movilidad de ingresos, medida como la elasticidad de los ingresos filiales en relación a los parentales (IGE) 1 procedía de un metaanálisis de todo lo publicado hasta el momento; en total había estimaciones para 9 países: Dinamarca, Finlandia, Noruega, Suecia, Canadá, Reino Unido, USA, Francia y Alemania; las estimaciones eran muchas (28) y variadas (entre 0,1 y 0,6) para Estados Unidos, pero solo una (menos de 0,1) para Dinamarca; las estimaciones para Francia y Alemania no estaban hechas con datos directos sobre ingresos de los padres, sino con atribuciones a partir de los estudios y las ocupaciones. En realidad, Corak no trata de la desigualdad, sino de dos de los factores señalados por Solon, los retornos de la enseñanza superior y la probabilidad de acceder a ella (Corak, 2006, p. 19). Quien, según el mismo Corak, primero habría puesto el índice de Gini en el eje horizontal de la curva habría sido Blanden, pero no lo habría publicado hasta 2009. El estudio de Blanden compara cuatro tipos de movilidad: educación, ocupación, fluidez social e ingresos. Para esta añade Australia, Italia y Brasil a los nueve países de Corak; también partiendo del modelo de Solon se centra Blanden en la educación, con tan solo una alusión a la desigualdad entre los padres, que, razona, debería traducirse en desigualdad en inversiones en capital humano. Más precisamente, Blanden correlaciona la persistencia intergeneracional de los ingresos con el gasto en enseñanza (r=-0,56), con el rendimiento de un año de escuela (r=0,62), con el rendimiento de un año de universidad (r=0,8) y con el índice de Gini (r=0,6); en sus conclusiones más bien se desinteresa de este último; lo que subraya es que una expansión igual de los estudios por todos los orígenes familiares tendría un doble efecto reductor de la persistencia de ingresos al reducir tanto la heredabilidad de la educación como sus rendimientos monetarios (Blanden, 2009, p. 29).

Tabla 1. Persistencia de ingresos entre padres e hijos en diversos países, datos hasta ca. 2013

Persistencia (elasticidad ingresos padres -ganancias hijos, b en Yh=a+bYp+e).
País Corak, 2006 Blanden, 2009 Björklund and Jäntti, 2007 . D'Addio, 2007 Andrews y Leigh, 2009 . Corak, 2013
DK 0,15 0,14 0,12 0,15 0,15
FI 0,18 0,2 0,28 0,18 0,18
NO 0,17 0,25 0,25 0,17 0,24 0,17
SW 0,27 0,24 0,24 0,27 0,1 0,27
Aus 0,25 0,25 0,17 0,33 0,26
Can 0,19 0,23 0,2 0,19 0,15 0,19
UK 0,5 0,37* 0,43 0,5 0,5
USA 0,47 0,41 0,45 0,47 0,24 0,47
NZ 0,29
FR 0,41 0,32* 0,41 0,41 0,41
Ger 0,32 0,24 0,33 0,32 0,16 0,32
IT 0,33* 0,44 0,48 0,5
España 0,32 0,4
Japón 0,33
Brasil 0,52

Fuentes: Corak (2006). Compilado y calculado por Corak de múltiples fuentes.

Blanden (2009) , tabla 1. Las cifras marcadas con* provienen de cálculos con Variables Instrumentales y están recudidas al 75%.

D'Addio: Basado en Corak (2006) , excepto Italia (tomado de Piraino, 2006), España (de Sánchez Hugalde, 2004) y Australia (de Leight 2006).

Andrews y Leigh (2009) . Cálculo propio a partir de la educación y la ocupación, tabla A1. (Extraigo solo los países incluidos en otros estudios, J.C)).

Corak (2013a) , gráfico 1. Extraigo los 13 países incluidos en el gráfico de la Curva del Gran Gatsby (2013b).

Poco antes del estudio de Blanden se había publicado un avance del capítulo escrito para el Handbook of Economic Inequality por Björklund y Jännti (2007) con datos de once países (los mismos de Blanden, menos Brasil). Contiene una comparación de la elasticidad de ingresos padres-hijos con el índice de Gini, pero deja su comentario para versiones futuras del paper (p. 27), llevando la atención a la enseñanza y al resto de determinantes familiares de los ingresos de los hijos. En las conclusiones se subraya el pequeño efecto causal de los ingresos paternos y, en consecuencia, la dificultad de que haya políticas capaces de producir ‘cambios sustanciales’ en la relación entre el origen familiar y los ingresos; pero no se presta mayor atención a la desigualdad (p. 51).

En 2008 la OCDE difundió un gráfico cruzando el índice de Gini con la IGE en los nueve países iniciales de Corak más otros tres (Australia, España e Italia), tomado de un estudio de D’Addio (2007) . D’Addio dice primero que ‘si bien no hay consenso en la literatura, hay evidencia que sugiere la existencia de un vínculo entre la desigualdad de ingresos y la movilidad intergeneracional” y comenta el gráfico indicando que muestra ‘una fuerte relación positiva en doce países de la OCDE’ (p. 79). El gráfico, sin embargo, dista mucho de ser la estrella de la exposición y la desigualdad ocupa un modesto lugar en el sumario, siempre, además, asociada a la educación: “varios estudios muestran también que en los países donde tanto la desigualdad de ingresos como las recompensas a la educación son altos hay menor movilidad de ingresos” (p. 2). Al reproducir el estudio de D’Addio (2008) la OCDE comienza declarando que la asociación no es necesaria, prescinde luego del adjetivo ‘fuerte’ al referirse a la relación y termina repitiendo, como una entre otras, la hipótesis de que la persistencia intergeneracional de ingresos podría explicarse por la combinación de acceso desigual y altos retornos de la enseñanza (OCDE, 2008, pp. 213-214).

Ninguno de estos estudios, pues, llega a desplazar el énfasis de la educación, sobre cuyo papel hay un modelo bien establecido, a la desigualdad de ingresos, sobre la que a lo sumo se abriga la sospecha de que se traduce en desigualdad de gasto en enseñanza. En realidad, el primer estudio que pone el foco en la relación entre desigualdad y persistencia intergeneracional de los ingresos es uno publicado en 2009 por Andrews y Leigh. Se titula directamente ‘más desigualdad, menos movilidad social’, usa datos del Internacional Social Survey Program de 1999 e incluye 16 países, de los cuales solo 6 coinciden con los de los estudios mencionados hasta ahora. Si los países son más, la calidad de la información es menor, pues, además de que las muestras son pequeñas, no hay datos sobre los ingresos de los padres, que Andrews y Leight estiman a partir de los estudios y la ocupación. Y como tampoco los indicadores de desigualdad para los años setenta son muy seguros, los resultados dependen de cuáles de estos se elijan; así, con las estimaciones de desigualdad del LIS (Luxembourg Income Study) ‘los coeficientes no son estadísticamente significativos” (p. 10). Pese a todo esto, las conclusiones se formulan categóricamente: ‘Encontramos que los hijos que crecieron en países más desiguales en los setenta tuvieron menos probabilidad de haber experimentado movilidad social a fines de los noventa…Nuestras estimaciones sugieren que un incremento de 10 puntos en el coeficiente de Gini se asocia con un incremento de 0.07-0.13 en la correlación intergeneracional de ingresos. Pasar de los harapos a la riqueza es más duro en los países más desiguales” (p. 10) 2 .

Vengamos por fin a Corak. En 2009 publicó una comparación entre Estados Unidos y Canadá, acompañada de estimaciones de persistencia de ingresos en doce países, pero sin relacionarlas con la desigualdad. En 2012 terminaba el borrador (publicado en 2016 como DP de IZA) para el capítulo de un libro publicado en 2013 (Corak, 2013a). El borrador incluye un gráfico con 22 países cruzando coeficientes de Gini y estimaciones de persistencia de ingresos, con el título ‘más desigualdad en un punto del tiempo se asocia con menos movilidad de ingresos’. Pero el texto pasa de puntillas sobre el tema, interesándose más por la vieja cuestión de si las percepciones de la gente sobre la movilidad en Estados Unidos se corresponden con la realidad: “Muchos americanos creen que se va hacia arriba gracias al trabajo, pero en realidad el campo de juego es mucho más pegajoso de lo que parece. La familia de origen, no solo el esfuerzo y el trabajo, tiene fuerte relación con la jerarquía social y económica…En realidad, es más probable que los niños acaben de mayores en la misma posición que sus padres en la escala económica y de estatus en los Estados Unidos que en muchos otros países” (Corak, 2016b:2); finalmente la comparación se limita a Estados Unidos y Canadá, poniendo al menos tanto énfasis en las instituciones públicas como en la desigualdad.

De los 22 países del borrador, en el artículo final de Corak quedaron solo los 13 países desarrollados, que son los mismos nueve de 2006 con las mismas estimaciones más Australia, Nueva Zelanda, Italia y Japón (como se ve en la tabla 1), en un gráfico que ya aparece bajo el título “La curva del Gran Gatsby: más desigualdad está asociada con menos movilidad entre generaciones” (Corak, 2013b, p. 82). Su eje horizontal muestra la desigualdad medida por el coeficiente de Gini una generación atrás, a mediados de los ochenta; Finlandia Suecia, Noruega y Dinamarca eran los países más iguales, Estados Unidos y el Reino Unido los menos. El eje vertical es la elasticidad de los ingresos filiales respecto a los parentales de sujetos nacidos a mediados de los sesenta, es decir, con más o menos treinta años. En países como Finlandia, Noruega y Dinamarca, menos de un quinto de la desigualdad entre los padres se transmite a los hijos, mientras que en Italia, Reino Unido o Estados Unidos la proporción está en torno al 50% (Corak, 2013b, p. 81). ¿Qué hace Corak con estos datos? Tras notar que el gráfico no demuestra causalidad, pero que aun así tiene sentido buscar relaciones, echa mano en un primer paso de un modelo recursivo de, entre otros, Heckman según el cual la posición paterna influye en el desarrollo infantil, que a su vez influye en los resultados escolares, que a su vez influyen en el empleo, que a su vez influye en los ingresos, cuya desigualdad depende además de las características de los mercados de trabajo (es la misma secuencia representada por el diagrama del modelo de Wisconsin o de Blau y Duncan ya en los sesenta, incluyendo el empleo). En un segundo paso, Corak aporta pruebas tomadas de la literatura sobre la intensidad de algunas de estas relaciones, y lo hace tan ceñido al modelo de Solon que deja fuera el empleo. ¿Y qué concluye? Es verdad que nota que en una era de creciente desigualdad como la nuestra es probable que la próxima generación tenga menos movilidad que la actual; pero aunque esta cuestión se anunció como la central del paper, lo que finalmente se destaca es que comparar países tan diversos ‘nos invita a reflexionar sobre lo que hace a un país diferente de otro, de modo que podamos clarificar los motores subyacentes y determinar si se trata de fuerzas que se pueden cambiar y si queremos cambiarlas” (p. 95). Es decir, todavía a estas alturas, nada muy relacionado con la desigualdad.

Llegados a este punto, que se corresponde con el momento en el cual la relación entre persistencia intergeneracional de los ingresos y desigualdad va a dar el salto a la fama con el nombre de ‘Curva del Gran Gatsby’ (figura 1), conviene detenerse para intentar una evaluación de este proceso de investigación.

El primer punto a destacar es seguramente la magnitud del esfuerzo. La tabla 1 se basa en un trabajo enorme, minucioso y riguroso de búsqueda, producción y análisis de datos. Para hacerse una idea, en el anexo a Corak (2006) se listan 80 estimaciones para el conjunto de los nueve países considerados en el metaanálisis, y aunque el número de trabajos de que provienen es bastante menor, hay que añadirles otros revisados y desechados (entre ellos el de Sánchez Hugalde (2004) sobre España).

Figura 1. La curva del Gran Gatsby según Corak (2013a)

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Una segunda consideración es que, salvo el estudio de Andrews y Leigh, el resto de trabajos, incluidos los de Corak, están principalmente interesados en la relación entre educación e ingresos, y solo secundariamente en la desigualdad; esta se toma al inicio más bien como una constante, que la educación transmite con mayor o menor intensidad, punto que es el único para el que hay una elaboración teórica firme en el modelo de Solon; por lo demás, la relación entre recursos parentales y educación se trata de modo que podríamos llamar ‘amateur’, pese a que se intentan recoger los trabajos de Heckman, mencionando pero dejando de incorporar el hecho de que los recursos familiares importantes para la educación no se limitan a los ingresos, como bien destacan Bukodi y Goldthorpe (2020, p. 190) . Solo, pues, tarde y como una especie de subproducto, se revela importante la magnitud de la desigualdad, pasando los estudios de ser la cuestión central a ser un eslabón, bien que clave, en la cadena de su transmisión.

Un tercer punto notable es que los autores son muy conscientes de las limitaciones de sus datos y de sus medidas. De hecho, los estudios se acumulan como parte de un esfuerzo colectivo por superar estas limitaciones. En primer lugar los países son pocos y, como Corak señala, muy dispares. A primera vista la relación lineal que refleja la figura 1 es bastante impresionante; pero lo prudente es interpretarla no como una regularidad general, sino como dependiente de particularidades de los países incluidos más o menos casualmente en la muestra. Lo que efectivamente tenemos es que cuatro países en el Norte de Europa tienen desigualdad baja y movilidad alta; y que en Estados Unidos e Inglaterra, en cambio, la desigualdad es alta y la movilidad baja. La pendiente de la recta está servida inicialmente por estos países; al añadir otros, solo Italia está a la altura de Estados Unidos y el Reino Unido; los demás quedan en el centro, sin influir en la pendiente; si dejamos fuera los pequeños y homogéneos países nórdicos, nos quedan los países más grandes y ricos de la OCDE, y la pendiente resulta mucho menos clara. Para corregir esta deficiencia se han ido añadiendo más países, algunos de los cuales -en particular si son latinoamericanos- acentúan notablemente la relación, como puede verse en el gráfico de Corak para 22 países. La OCDE ha llegado a obtener información de 30 países, que se reproduce en la tabla 2. La correlación es grande, de -0,74; pero si se dejan solo los 24 países de la OCDE, se reduce a -0,45; y si se quitan los cuatro países nórdicos, se queda en -0,05. Más que una relación general parece una particularidad de los países nórdicos. Lo mismo ocurre con los 16 países de Andrews y Leigh; para que la correlación sea estadísticamente significativa hay que dejar fuera los seis países del antiguo pacto de Varsovia, y lo que queda entonces es una recta cuya inclinación depende de Chipre y Noruega en la parte inferior izquierda y de Chile en la superior derecha, con los otros ocho países agrumados en el centro (p. 8). Es decir, parece que, más que una relación general entre desigualdad y movilidad, lo que habría que explicar es por un lado la particularidad de los países nórdicos y latinoamericanos, por otro cómo es que en los veinte países restantes de la OCDE la relación es nula; y, si quedan fuerzas, cómo es que la fuerte igualdad del socialismo real no ha producido más movilidad.

Tabla 2. Desigualdad y movilidad de ingresos, treinta países.

  OECD=1 Movilidad Intergeneracional Coeficiene de Gini Persistencia Intergeneracional
Dinamarca 1,00 0,88 0,22 0,12
Noruega 1,00 0,84 0,23 0,16
Finlandia 1,00 0,81 0,21 0,19
Suecia 1,00 0,74 0,20 0,26
España 1,00 0,72 0,32 0,28
Nueva Zelanda 1,00 0,71 0,31 0,29
Grecia 1,00 0,68 0,35 0,32
Canadá 1,00 0,68 0,29 0,32
Bélgica 1,00 0,65 0,28 0,35
Australia 1,00 0,65 0,31 0,35
Japón 1,00 0,65 0,31 0,35
Portugal 1,00 0,61 0,34 0,39
Países Bajos 1,00 0,61 0,29 0,39
Irlanda 1,00 0,61 0,33 0,40
Corea 1,00 0,60 0,29 0,40
Estados Unidos 1,00 0,59 0,35 0,41
Italia 1,00 0,57 0,30 0,44
Gran Bretaña 1,00 0,56 0,33 0,44
Suiza 1,00 0,55 0,29 0,46
Austria 1,00 0,52 0,25 0,48
Francia 1,00 0,47 0,29 0,53
Chile 1,00 0,47 0,52 0,53
Alemania 1,00 0,45 0,26 0,55
Hungría 1,00 0,38 0,29 0,62
Argentina 3,00 0,49 0,46 0,52
India 3,00 0,45 0,48 0,55
China 3,00 0,44 0,40 0,56
Brasil 3,00 0,34 0,60 0,66
Sudáfrica 3,00 0,32 0,61 0,68
Colombia 3,00 0,24 0,55 0,76
OECD24 9,00 0,63 0,30 0,37
Correlaciones
Todos los países -0,74
Países OECD -0,44
Países OECD, sin nórdicos -0,05

Nota: La movilidad es 1 menos la elasticidad intergeneracional de ingresos. Desigualdad de ingresos medida por el coeficiente de Gini, entre mediados de los ochenta y principios de los noventa, basado en OECD Income Distribution Database para la población total, y Milanovic (2014) para Argentina.

Fuente: Cálculos de la OECD basados en el GSOEP (todas las olas, 1984-2003) para Alemania, PSID (todas las olas, 1968-2013) para Estados Unidos. Para Austria, Bélgica, Irlanda, Luxemburgo, Países Bajos, Portugal, España, Grecia, Italia y Reino Unido basados en el PHUE y el módulo ad-hoc 2011 de la EUSILC usando mínimos cuadrados dos-muestrsas dos etapas; MHP y módulo EU-SILC 2011 para Hungría, CASEN para Chile. Para otros paísdes, estimaciones de Jiménez, Maribel y Mónica Jiménez (2009) para Argentina, Mendolia y Siminski (2015) para Australia, Guimaes Ferreira and Veloso (2006) para Brasil, Chen et al. (2016) para Canada, Nuñez Miranda (2010) para Chile, Chyi et al. (2014) para China, Ramirez Zuloaga (2016) para Colombia, Bratsberg et al. (2006) para Dinamarca y Finlandia, Lefranc (2011) para Francia, Hnatkovska et. al. (2013) para India, Lefranc et al. (2014) para Japón, Kim (2015) para Corea, Gibbons (2010) para Nueva Zelanda, Jäntti et al. (2006) para Noruega y Suecia, y Bauer (2006) para Suiza. Todas las estimaciones salvo para Canadá, Dinamarca, Finlandia, Noruega y Suecia están basadas en el estimador por mínimos cuadrados dos muestras-dos etapas.

Fuente: OECD, A Broken Social Elevator? How to Promote Social Mobility, Fig. 4.9. - © OECD 2018

En este mismo apartado de las limitaciones de los datos, hay que tener en cuenta que no solo los países son pocos, sino que la información sobre ellos es de calidad muy desigual. Así, mientras para Estados Unidos Corak tiene en cuenta 47 estimaciones, para Finlandia y Francia solo cuenta con una, y para Noruega con dos. Además, la diversidad de los resultados para Estados Unidos (de 0,1 a 0,6), pero también para el Reino Unidos (son solo 6, pero van de 0,22 a 0,58) induce a desconfiar cuando las estimaciones son cinco o menos (6 países). Más aún, los esfuerzos por incorporar países a la muestra tienen cada vez menos fruto, pues los nuevos no tienen ni estudios longitudinales como el Reino Unido y Estados Unidos ni grandes bases de datos administrativos accesibles como los países nórdicos. Se recurre a datos de encuesta en los que no se obtienen directamente los ingresos de los padres, sino que se imputan a partir de la educación y la ocupación, como hemos dicho que hicieron Andrews y Leigh, un método que da persistencias más altas que la medición directa (Blanden, 2009). En la tabla 1 he recogido las estimaciones de la elasticidad preferidas para cada país incluido en los estudios que acabo de reseñar, para reflejar mejor su variedad, en parte debida a las correcciones a la baja para las estimaciones por ‘dos muestras y dos pasos’. Además, a esta endeblez de las estimaciones de movilidad hay que añadir la de los índices de Gini, muy precarios para los años sesenta (el período en que los ingresos de los padres se suponen más relevantes para los de sus hijos en los noventa).

En este mismo apartado de limitaciones de los datos y en tercer lugar hay que añadir que por lo que se refiera a las medidas puede haber diferencias entre atenerse a la elasticidad o atenerse a la correlación justo cuando ha habido cambios en la desigualdad en un país. En efecto, en la ecuación de la elasticidad o IGE (lnYf=a+blnYp+e), b es mayor cuanto mayor la desigualdad de los ingresos filiales, que depende de muchas cosas (como una evolución del mercado de trabajo favorable a los universitarios, en el modelo de Solon) distintas de la desigualdad entre los padres. La correlación (o el coeficiente beta) elimina este factor al tener en cuenta el cociente entre las desviaciones típicas de los ingresos filiales y parentales (r=b*sdlnYp/sdlnYf). La diferencia puede ser tanta como para alterar la curva: así, mientras la elasticidad es más alta en USA que en Suecia y el Reino Unido, la asociación intergeneracional de rankings (otro modo de controlar por las diferencias en desigualdad) es similar (Corak et al., 2014).

Resumiendo, en materia de limitaciones podemos atenernos a las conclusiones que alcanzaron Jäntti y Jenkins (2013) . Primera, “la amplia literatura revisada sugiere que los ingresos son realmente persistentes entre generaciones” (p. 188), Segunda, “sobre la cuestión de si la movilidad de ingresos ha aumentado o disminuido en el país A o es mayor o menor que en el país B, (o C, o D, o…) hemos encontrado pocas conclusiones claras” (p. 133). Tercera: “Así pues, pese a la prominencia pública de la curva ‘Gran Gastsby’ se sabe muy poco sobre cómo la movilidad de renta varía entre países y cómo se relaciona esto con la desigualdad transversal’ (p. 188).

Finalmente, un cuarto punto parece relevante para una evaluación de la literatura sobre desigualdad y movilidad de ingresos antes del lanzamiento de la Curva del Gran Gatsby. Es que mientras la cuestión se mantuvo en el ámbito académico, trascendiendo como mucho a la opinión pública a través de organizaciones privadas, como el Pew Research Center, o internacionales como la OCDE, la modestia en presentar los hallazgos va pareja con la cautela en valorar sus implicaciones políticas. Corak, invocando a Esping-Andersen, apunta a igualar las inversiones en la infancia; Blanden se permite dudar de que la persistencia sea más intensa entre los pobres; Björklund y Jantti dudan de que haya políticas capaces de producir ‘cambios sustanciales’ en la movilidad intergeneracional de ingresos; Corak, más tarde, se limita a invitar a la reflexión, y ni siquiera la OCDE, un organismo con la obligación de obtener recomendaciones políticas del análisis de datos, se aventuraba mucho al respecto, al menos hasta 2011, cuando se limitaba a decir que la desigualdad “puede sofocar la movilidad social ascendente, haciendo más difícil para la gente esforzada y con talento obtener las recompensas que merece” (OCDE, 2011, p. 40).

De la movilidad de ingresos a la ‘curva del Gran Gatsby’ (y viceversa)

El (ab)uso político de la ciencia

El discutible hallazgo académico cuya gestación acabamos de esbozar se popularizó repentinamente en 2012 bajo la etiqueta de 'curva del Gran Gatsby’ a consecuencia de su apropiación por la política. El punto a destacar es que se trató de una auténtica operación de propaganda. El propio Miles Corak ha querido dejar constancia del proceso, marcando al tiempo sus distancias (propone la etiqueta 'curva de Galton-Gini' en lugar de 'Gran Gatsby') en un post de su blog en 2016. Según Corak (2016a), el 4 de Enero de 2012 The New York Times publicó un artículo sobre movilidad firmado por Jason de Parle para el cual el autor había entrevistado a Corak. Corak le envió el artículo a Alan Krueger, Presidente del Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca, indicándole además cómo encontrar un gráfico con la relación entre desigualdad y movilidad en un post publicado en su blog con motivo de las protestas Occupy Wall Street. El gráfico incluye 22 países, los mismo que el borrador para un libro colectivo (Corak, 2013a) publicado luego aparte como DP en IZA (Corak,2016b). Un artículo publicado algo más tarde (Corak, 2013b) incluye solo los 13 países más desarrollados; son los que al parecer Corak hizo llegar a Krueger tras recibir un email de su ayudante Judd Cramer interesándose por la oferta, y que Krueger a su vez redujo a 10. Pero mejor leamos directamente a Corak:

La primera vez que oí llamarlo “la Curva de Gran Gatsby’ fue el 12 de Enero de 2012, cuando estaba viendo la transmisión en directo del discurso de Krueger -“The Rise and Consequences of Inequality“-en el Centro para el Progreso de América. Krueger me contó hace poco que su discurso intentaba informar el inminente discurso del Presidente sobre el Estado de la Unión. No es usual que se permita a un funcionario de la Casa Blanca hablar en un momento tan cercano al discurso del Presidente, así que claramente había interés en el tema y Krueger sabía que los escribanos del Presidente encontrarían valioso el material...Krueger me contó en un email que ‘el discurso fue bien cubierto en parte porque fui el único funcionario de la administración que habló en público tan poco antes del discurso del Presidente, y en parte por la novedad y la comprensividad del análisis’. También me insistió en la importancia de las etiquetas (Corak, 2016a).

Corak reproduce después un email de Judd Cramer con la intrahistoria del nombre:

Reid Stevens y yo estábamos trabajando con Alan para su discurso sobre la clase media en el Centro para el Progreso de América. Tomamos datos de tu paper y de otros sitios y dibujamos un gráfico bajo la dirección de Alan. Alan quería un nombre para el gráfico, algo que hablara sobre que los ricos siguen siendo ricos, etc. Estábamos en una reunión en la sala de conferencias y nos pidió que hiciéramos un brainstorming. Volvimos al lugar donde estaban reunidos muchos de los jóvenes del staff, les explicamos la curva y cada uno escribimos una sugerencia. Yo escribí ‘curva del Gran Gatsby’ por los problemas de Gatsby para saltar de clase social pese a su dinero. …Entregamos la lista a Alan y a su jefe de Gabinete, David Vandivier, Alan leyó todos los nombres y eligió ‘curva del Gran Gatsby”. En ese tiempo, Alan estaba en el negocio de promocionar vinos de New Jersey, y nos regaló a Reid y a mí una botella por nuestra ayuda con el discurso…” (Corak, 2016a).

Corak remite finalmente a Greeley (2013) para un relato más general de cómo el gráfico se abrió paso hacia la celebridad.

Los países que Krueger incluyó en su presentación fueron Finlandia, Noruega, Dinamarca y Suecia, en la parte inferior izquierda del gráfico, y Estados Unidos y Reino Unido en la parte superior derecha, con Alemania, Nueva Zelanda, Japón y Francia en el centro, dejando fuera Australia, Canadá e Italia (figura 1).Pese a ser solo 10, Krueger no puso muchos reparos a la robustez de la relación, y no se quedó corto extrapolándola a Estados Unidos y anticipando las sombrías consecuencias del crecimiento de la desigualdad para la movilidad en su país:

Los Estados Unidos han tenido un brusco incremento de la desigualdad desde los ochenta. Si la relación entre países que se ve en este gráfico sigue siendo válida en el futuro, esperaríamos ver también un incremento en la persistencia intergeneracional de los ingresos en el futuro. No sabremos con seguridad en qué medida la persistencia intergeneracional está siendo exacerbada por el aumento de la desigualdad en los Estados Unidos hasta que los niños de hoy hayan crecido y completado sus carreras, pero podemos usar la curva del Gran Gatsby para hacer una predicción de trazo grueso. …La IGE de los Estados Unidos subiría de 0,47 a 0,56. En otras palabras, la persistencia de las diferencias de ingresos pasadas de padres a hijos subiría en torno a un cuarto en la próxima generación a consecuencia del aumento de la desigualdad que hemos visto en los últimos 25 años. Es difícil mirar estas cifras sin preocuparse de que el crecimiento de la desigualdad está poniendo en peligro nuestra tradición de igualdad de oportunidades. Las fortunas de los padres parecen importar cada vez más en la sociedad americana (Krueger, 2012, p. 4 ).

Los ecos del discurso de Krueger, amplificados por el de Obama (White House, 2013) se extendieron pronto a otras altas instancias económicas (Fondo Monetario Internacional, OCDE, Presidentes de Bancos centrales como Janet Yellen (USA) o Mark Carney (Inglaterra), a los boletines de noticias financieros, etc) convirtiéndose en un recurso habitual de la prensa y los comentaristas; en este contexto, las cautelas de los académicos se mencionan si acaso pro forma para mejor olvidarlas a continuación, deslizando el supuesto de que la relación es causal. Al final, la etiqueta ‘curva del Gran Gatsby’ pasa al espacio público emparejada por la OCDE con otra etiqueta publicitaria para el presunto descenso de la movilidad (el 'ascensor social averiado', OCDE, 2018) como una más de las muchas consecuencias negativas del aumento de la desigualdad (tabla 2).

Desde luego, al popularizarse el gráfico se popularizaron también sus debilidades. Solo que lo que antes, en la discusión académica, aparecía en el mismo discurso reflexivo y autocrítico, ahora, en la opinión pública, aparece separado en los discursos de bandos opuestos. Así, Scott Winship criticó de inmediato (2012) el discurso de Krueger señalando las carencias metodológicas de los estudios base, lo parvo y arbitrario de la muestra de países, la diferencia entre medir la persistencia con elasticidad o con correlaciones, que los datos de desigualdad son de los 80 y no de cuando los sujetos eran niños, que una relación encontrada entre países no se podía extrapolar a la evolución de uno de ellos; pero también calificando la proyección al futuro de burda y poco informativa y apuntando que el discurso de Krueger había traspasado la línea de lo insufrible a lo engañoso (Winship, 2012). La crítica de Winship generó una pronta (17-1-12) defensa de la Curva del Gran Gatsby por parte de Corak, quien tras argumentar que está bien fundada en la literatura aconseja a Winship dejar de sugerir que el economista principal de Obama se siente obligado a crear sus propios datos (Corak, 2012). Muchas voces se sumaron a la crítica. Así, Manzi (2012) , hablando de variables omitidas, hizo notar que la más obvia es el tamaño del país, con el que se genera casi exactamente la misma curva (R2=0,64) que con la desigualdad (propone llamarla ‘curva Moby Dick’). La polémica se prolongó en los años siguientes, como puede verse en los posts recogidos en 2015 por la Brookings Institution, con contribuciones de Krueger y Winship entre otros.

La ciencia sometida a la política: la ‘curva del Gran Gatsby’ como objeto de investigación

Al tiempo que se extendía la polémica partidista se multiplicaron los estudios académicos; mejor dicho, la relevancia política adquirida por el tema canalizó los esfuerzos de los investigadores y sus financiadores hacia una cuestión carente de entidad hasta ese momento. Pueden distinguirse cuatro direcciones principales en esta proliferación de estudios.

La primera va en la línea tradicional de añadir países a la comparación; ya hemos dicho que los rendimientos aquí son decrecientes por faltar medidas directas de los ingresos de los padres y recurrir a la estimación a través de la educación y la ocupación (‘dos pasos, dos muestras’). Como ya hemos visto en la tabla 2 ampliando la muestra hasta 30 países por este procedimiento, la OCDE logra una fuerte CGG gracias por un lado a los países más desiguales del mundo que no pertenecen a la OCDE y por otro a los consabidos países nórdicos. En esta misma línea pueden situarse los estudios que examinan técnicamente la robustez de la relación entre desigualdad y movilidad, testando las objeciones y reservas a la calidad de los datos antes apuntadas; destaca entre ellos el de Setzler (2014) , que muestra cómo la pendiente de la curva llega a hacerse plana dependiendo de los métodos y estimaciones que se tomen como referencia.

Segunda, los estudios se han multiplicado intentando comprobar la relación intrapaís, una línea animada por la proyección de Krueger. ¿Disminuye la movilidad en un país donde la desigualdad crece? Una revisión de Amaral y Pérez-Arce (2015) no llega a ninguna decisión. De acuerdo con la revisión de Torche (2015, 2020) en Estados Unidos la mayor parte de los estudios no confirman que la movilidad haya declinado con el aumento de la desigualdad desde los ochenta, no ya con muestras pequeñas, sino con datos censales de impuestos (Chetty et al., 2014b). La más reciente revisión de DiPrete (2020) concluye que las pruebas de un impacto de la desigualdad en la movilidad relativa son poco claras (al contrario que sobre la movilidad absoluta en Estados Unidos). En el mismo sentido apunta el estudio de Bloome et al. (2018) con estados, condados y commuting zones, así como el de Durlauf y Seshadri (2018) con secciones censales, que, sin embargo, encuentra influencia en la movilidad del ingreso medio de las secciones. Parece que solo Center et al. (2020) encuentran que la movilidad relativa aumentó en Estados Unidos entre los nacidos de 1950 a 1960. En el Reino Unido, donde la desigualdad también ha aumentado desde 1980, la movilidad puede haber disminuido entre las cohortes nacidas en 1960 y 1970, pero no entre los nacidos en 1950 y 1960 (Blanden et al., 2007). Ahora bien, Branden (2019) ha encontrado pruebas de que existe una CGG diacrónica en Suecia, donde la persistencia intergeneracional del rango de ingresos cayó junto con el descenso de la desigualdad a mediados de los setenta; en Canadá, Connolly et al. (2019) utilizando secciones censales también han confirmado que la desigualdad aumentó y la movilidad disminuyó entre los nacidos de 1963 a 1985, divididos en cinco cohortes -unos resultados confirmados por Corak (2020) -. Y, además, Fan et al. (2015) encontraron que la movilidad había decaído en China al tiempo que el índice de Gini se disparaba de 0,26 en 1980 a 0,43 en 2010. Puede verse una revisión de muchos de estos estudios en Durlauf et al. (2021).

Una tercera línea inaugurada por Chetty et al. (2014a) intenta comprobar la relación en subunidades territoriales dentro de los países. Chetty et al. documentan la CGG en 709 unidades territoriales en Estados Unidos: la correlación del índice de Gini para el 99% menos rico con la movilidad relativa es de -0,475. Los autores comentan la consistencia de este resultado con la curva del Gran Gatsby entre países, consistencia que resaltan reproduciendo las correlaciones de 0,62 (con el Gini de 1985) y de 0,78 (con el Gini de 2005) entre desigualdad y movilidad relativa estimada por Corak (2013b) para 13 y 12 países, respectivamente. Esta aparición de la curva GG entre 709 zonas territoriales de Estados Unidos puede tomarse como una confirmación del carácter general de la relación negativa entre desigualdad y movilidad relativa de renta (p. 1614) (aunque se encuentran variables que explican la persistencia de ingresos mejor que la desigualdad). En este mismo sentido, Branden (2019) ha encontrado que en Suecia los hombres que se criaron en regiones con niveles mayores de desigualdad experimentaron luego menor movilidad (y son 2500 Conmuting Zones, todas con sus datos fiscales). Kwon y Gyeahyung (2020) también han encontrado la CGG entre unas 250 zonas territoriales en Corea, mientras Mogila et al. (2020) la han buscado entre las regiones NUTS2 de Francia y España, con resultados negativos fácilmente atribuibles al corto intervalo de tiempo (4 años) que contempla su fuente de datos, la EUSILC.

Por último, algunos estudios van más allá del establecimiento del fenómeno e intentan explicarlo, pese a la ausencia inicial de teoría. En Suecia, Branden (2019) ha encontrado que el logro educativo y las habilidades cognitivas y no cognitivas son los drivers de la CGG; en Estados Unidos Jerrim y Mcmillan (2015) encontraron que la educación era el motor principal; Halter (2015) ha comparado la influencia de diversas políticas en once países encontrando que en USA el principal motor es el gasto privado en enseñanza (73% de la IGE), mientras que en Dinamarca lo es el gasto público (bien en línea con el modelo de Solon). Bloome et al. (2018) han contrastado directamente el modelo de Solon con datos de los NLSY, aunque sin referencia directa a la CGG. Encuentran que en Estados Unidos ha aumentado la influencia de los ingresos paternos en el nivel de estudios de los hijos y que también han aumentado los rendimientos económicos de la educación; esto implicaría mayor persistencia de los ingresos de acuerdo con el modelo de Solon, pero sin embargo la persistencia de ingresos se ha mantenido de hecho constante. Dos tendencias explicarían esta estabilidad diacrónica de la persistencia de ingresos, a saber, la expansión del college entre los más pobres por un lado y por otro que ‘dentro de cada nivel de estudios, los ingresos parentales perdieron importancia en la predicción de los filiales”.

Tabla 3. Correlatos de la movilidad intergeneracional de ingresos en 709 zonas de Estados Unidos

Variable dependiente: persistencia intergeneracional de la renta (PIR)
1 2 3
Coef Error típico Coef Error típico Coef Error típico
Gini 99% inferior 0,476 0,088 0,343 0,095 0,06 0,071
Cuota de renta del 1% más rico -0,03 0,032
Fracción a menos de 15' del trabajo -0,33 0,064 0,314 0,061
Abandono de la escuela secundaria 0,181 0,056 0,01 0,064
Índice de capital social 0,154 0,07 0,154 0,06
Fracción de madres solteras 0,591 0,049
R2 0,224 0,324 0,48

Nota. Regresión OLS, pendiente rango-rango (cien centiles). Todas las variables están normalizadas con media cero y DT 1.

Fuente: Chetty et al. (2014a). Tabla V (modelo 1) y VI (modelos 2 y 3).

El ya mencionado estudio de Chetty et al. (2014a) ha contrastado la importancia de diversos ‘mecanismos’ explicativos. Correlacionan la movilidad en sus 709 commuting zones con entre tres y cinco indicadores de diez factores: composición racial, segregación residencial, ingresos, enseñanza media, capital social, estructura familiar, impuestos, enseñanza superior, mercado de trabajo y migración. Los indicadores de las seis primeras tienen las mayores correlaciones, y de ellas toman el indicador con mayor correlación y los combinan en una regresión múltiple. En la tabla 3 se reproducen las cifras de su tabla VI, que muestran los resultados. Primero, la relación de la desigualdad con la movilidad desaparece cuando se controlan los otros factores; mengua de 0, 476 a 0,343 controlando la segregación residencial (‘fraction short commute’), el abandono escolar y el capital social (col. 5) y queda en nada cuando se introduce además la fracción de madres solteras. Además, esta variable deja también en nada el coeficiente del abandono escolar de modo que queda como la más importante, con en segundo plano la segregación residencial. Resulta, pues, que lo que realmente correlaciona con la movilidad en las 700 CZ no es la desigualdad, sino la segregación residencial y, sobre todo, la estabilidad familiar. Los autores no son tan taxativos, limitándose a concluir que ‘la fracción de madres solteras pudiera captar parte de la variación en los otros factores, en particular la del nivel de desigualdad de ingresos’. Parece que no acaban de fiarse de los resultados de la regresión, primero por si las variables más influyentes solo lo parecen por estar mejor medidas y segundo porque todas están determinadas endógenamente (p. 1619). En todo caso, no parece fácil comprender la relación entre las variables. Imaginemos que las madres solteras son más pobres, incrementan la desigualdad y crían hijos que serán más pobres. ¿Significa eso que solo la parte de la desigualdad así originada influye en la persistencia de ingresos? En cuanto a la segregación residencial, medida por la fracción de la población que vive a menos de 15’ del trabajo, los autores la interpretan en algún momento como un indicador de la renta, pero por otro lado el nivel de ingresos de la zona no tiene correlación con la movilidad.

He dado importancia particular a este estudio de Chetty porque ha sido replicado en España en un Atlas de Oportunidades publicado por las fundaciones Felipe González y COTEC, que ha enlazado los datos fiscales en 2016 de los nacidos entre 1984 y 1990 con los de sus padres en 1998, construyendo una base de datos que incluye aproximadamente la mitad de la población de esta edad. He intentado encontrar una ‘curva del Gran Gatsby’ entre las 46 provincias de régimen fiscal común incluidas en la base de datos, sin éxito; buscando otros correlatos de la movilidad relativa, y a falta de indicadores sobre la proporción de madres solteras, resulta que la movilidad masculina tiende a ser menor en las provincias con más tasa de paro y la femenina en aquellas que, además, tienen menor renta, pero sin relación con la desigualdad (Carabaña, 2022). Con estos mismos datos, Soria-Espín (2022) también encuentra una fuerte relación entre desigualdad y movilidad absoluta, que extrañamente confunde con una CGG (movilidad relativa) que no muestra haber encontrado.

¿Qué puede concluirse de esta revisión? Es, ciertamente, incompleta, pero aun así creo que suficiente para dejar claro que los estudios sobre movilidad de ingresos, tanto los realizados antes como después del lanzamiento político de la ‘curva del Gran Gatsby’, dan resultados variados, confusos y contradictorios que no permiten dar por establecida una relación entre desigualdad y movilidad de ingresos, y tampoco, por tanto, hacer predicciones sobre la caída de la movilidad en un contexto de desigualdad creciente ni justificar con ellas unas u otras políticas. Por ahora, la ‘curva del Gran Gatsby’ no pasa de ser una conjetura con tantas pruebas empíricas a favor como en contra y sin una explicación teórica que permita interpretarlas.




A modo de conclusión


Un sociólogo habituado, muy a su pesar, a la sucesión de noticias confusas sobre movilidad social, que unas veces espera y otras desespera de que la investigación empírica sea capaz de establecer con una cierta seguridad cosas al parecer tan elementales como si la modernización aumenta la igualdad de resultados académicos, disminuye la dependencia entre la clase social de padres e hijos o incrementa el intercambio de rangos ocupacionales, no puede recibir sino con desconfianza la buena nueva de que en materia de movilidad de ingresos la ciencia es mucho más concluyente y ha llegado rápidamente a establecer una ‘ley’ universal sobre su relación con la desigualdad. Las averiguaciones que he realizado sobre la génesis del brillante hallazgo parecen confirmar el escepticismo. El estudio de la movilidad de ingresos no seguía en principio derroteros diferentes de los que había seguido el de la movilidad social: una paciente y laboriosa acumulación de estudios con resultados inconcluyentes debidos a la diversidad de datos y métodos y a las dificultades del estudio comparativo entre países. Fueron las relaciones de dominación y servidumbre entre la política y las ciencias sociales las que construyeron para la opinión pública una regularidad cuya existencia no cabe afirmar con los cánones habituales de la investigación social. No hay mal que por bien no venga, sin embargo. La celebridad política no solo induce la acumulación de estudios en apoyo del paradigma dominante, sino que también provoca reacciones de resistencia de las ciencias sociales a las presiones de la política. Este mismo trabajo es una modesta muestra de ello. Si la cuestión de la relación entre desigualdad y movilidad de ingresos se hubiera mantenido en el ámbito académico, seguramente no se habría llevado a cabo; para motivarlo ha hecho falta que la etiqueta ‘curva del Gran Gatsby’ haya inundado de modo prepotente los medios de comunicación.

Financiación y agradecimientos

Este trabajo no ha necesitado recursos ajenos a los del autor, que agradece las sugerencias de dos revisores anónimos de la RES




NOTAS


1 La IGE (Income Intergenerational Elasticity) se calcula como el coeficiente de regresión, b, del ln de la renta filial (Yf) sobre la parental (Yp): lnYf=a+blnYp+e; así, una IGE de 0,20 significa que por cada punto porcentual de variación de la renta paterna, la renta filial varía en 0,20 puntos. Así, una IGE de 0,20 significa que si la renta de un padre dobla la de otro, la de sus hijos diferirá en un 20%, o que si la renta de un padre es diez veces mayor, la de su hijo será doble que la del otro. Si la desigualdad fuera la misma en padres que en hijos, la IGE sería igual a la correlación, que elevada al cuadrado nos daría la varianza explicada. Una IGE de 0,2 significaría que los ingresos de los padres explican el 4% de la desigualdad en los ingresos de los hijos.

2 Puede recordarse que Yaish y Anderson usaron los mismos datos del ISSP para estudiar la movilidad social, sin cuidarse de la económica, en 2012.

3 Carabaña Morales, J. (2023). Desigualdad y movilidad de ingresos: ciencia y política de la ‘curva del Gran Gatsby”. Revista Española de Sociología, 32(1), a143. https://doi.org/10.22325/fes/res.2023.143


REFERENCIAS


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