Artículos / Articles

DOI: 10.22325/fes/res.2022.101

Consumo político alimentario en la sociedad singularizada


Policy food consumption in the singularized society


Miguel Arenas Martínez ORCID

Universidad de Oviedo, España. anovo@uniovi.es

Amparo Novo Vázquez ORCID

Universidad de Oviedo, España. anovo@uniovi.es

Revista Española de Sociología (RES), Vol. 31 Núm. 2 (Abril - Junio, 2022), a101. pp. 1-20. ISSN: 1578-2824


Recibido / Received: 24/03/21
Aceptado / Accepted: 09/10/21




RESUMEN

El Consumo Político Alimentario estriba en la capacidad para elegir o rechazar productos provocando cambios institucionales, éticos y transformaciones del mercado de la alimentación. Dicha capacidad electiva supone una de las principales estructuraciones sociales actuales presentándose como una posibilidad de los actores que deben llenar sus biografías de decisiones, aunque con desiguales oportunidades. Desde una metodología cualitativa mediante entrevistas semiestructuradas, hemos visto que el consumo consciente crítico forma parte de la presente sociedad singularizada. En la alimentación aquellas personas mejor informadas y/o dotadas de capital económico son las que tienen más posibilidades de relegar alimentos y elegir otros más acordes con sus exigencias. La otra cara, son aquellas con menores posibilidades a la hora de acceder a los mismos. Obtener una información veraz sobre estas variables es importante para el desarrollo de un espacio común donde los nuevos movimientos sociales del Consumo Político Alimentario potencien un consumo más consciente y responsable.

Palabras clave: Consumo consciente alimentario, sociología de la singularidad, ciudadanía alimentaria, estructuración individual, desigualdad electiva.


ABSTRACT

Political Food Consumption is the ability to choose or reject products, leading to institutional and ethical changes and transformations in the food market. This elective capacity is one of the main current social structures, presenting itself as a possibility for the actors who have to fill their biographies with decisions. From a qualitative methodology using semistructured interviews, we have seen that critical conscious consumption is part of the present singularised society. When it comes to food, those who are better informed and/or endowed with economic capital are those who are more likely to relegate foods and choose others. On the other hand, those who are less able to access these foods are the ones who are less able to do so. Obtaining accurate information on these variables is important for the development of a common space where new social movements can promote more conscious and responsible consumption.

Keywords: Conscious food consumption, sociology of singularity, food citizenship, individual structuring, elective inequality.




INTRODUCCIÓN: CONSUMO POLÍTICO ALIMENTARIO (CPA) Y NUEVA SOCIOLOGÍA DE LA SINGULARIDAD (NSS)


El CPA puede ser definido como la capacidad de la ciudadanía para elegir o rechazar productos y productores provocando cambios políticos institucionales objetivables, cambios éticos y transformaciones de las prácticas del mercado de la alimentación (Micheletti y Stolle, 2016). Para entender en profundidad esta definición, es preciso detenernos en ella intentando enlazar la amplitud de su contenido con la sociedad singularizada, con el tránsito hasta una estructura social delimitada a escala individual. En este artículo, al igual que existe una sociología que aborda el CPA en sus diferentes dimensiones, proponemos identificar una nueva sociología de los individuos que transversalmente intenta trascender en lo que en principio parece un contrasentido: articular una lectura netamente sociológica de ese paradigma individual que lo es porque se sostiene con regulaciones y mediaciones sociales colectivas, pero también singulares y, diciéndolo sin ambages, de una individualidad no egocéntrica. Es decir, dar cuenta de nuevas realidades sociales que, sin embargo, se encuentran en las antípodas de la clásica sociología individualista y de las distintas versiones psicologicistas de la vida social que están tan presentes en nuestra sociedad y que son profusa y modalmente difundidas. Pero no nos adelantemos, ya que, antes de todo, es necesario recorrer las dimensiones que posibilitan la conexión entre CPA y singularidad. Nos ceñiremos al contexto español si bien algunas de las aproximaciones que vamos a realizar podrían referirse a cualquiera de las sociedades avanzadas donde más presente se encuentre el Estado de bienestar.

En efecto, aunque presuponemos que el final puede ser la relación fructífera entre éstos, hay pasos que pueden visualizarse mediante las elecciones de consumo que las personas realizan casi diariamente y que al final tienen una trascendencia pública. Por un lado, la alimentación es un tema multidimensional en el que confluyen elementos políticos, económicos, sociales, culturales e identitarios. Aunque en ella están involucrados múltiples actores que modulan la sostenibilidad del sistema agroalimentario, los consumidores, objeto de nuestro interés en este artículo, toman en consideración los diversos aspectos y fases en la vida de un producto, desde la producción al consumo, incluyendo mantener un estilo de vida sostenible, valorar el lugar de producción, la responsabilidad social de las empresas implicadas o la política agraria. Por otro lado, es preciso resaltar que existe una trayectoria subjetiva donde están encarnados los principios de la persona en las elecciones cotidianas de bienes que se necesitan satisfacer siendo, de entre ellos, los alimentos algunos de los más significativos. Sean unas u otras elecciones, en ellas están concernidas razones políticas, éticas y morales que dan consistencia a gran parte de las esferas y dimensiones de la vida. Si en un principio el asunto es el propio interés, de inmediato vemos que ello tiene una consecuencia política. Más aún cuando se abandona el ámbito privado y la acción se expande hasta espacios colectivos, asegurando la continuidad y disponibilidad de algunos productos alimenticios que poseen cualidades diferenciadas a partir de la forma de ser producidos, de la distancia inicial en la que se encuentran y del modo de acceso de los propios consumidores a los mismos. Un proceso de democracia alimentaria en el que la ciudadanía puede tener el poder de influir decisivamente en la política agroalimentaria y las prácticas que van desde la dimensión local a la global (Hassanein, 2003). En suma, el CPA articula criterios morales que se encuentran en el propio hogar, en el espacio privado donde se resuelven un conjunto de problemas personales relacionados con las formas de alimentarse y el acceso a los alimentos (Micheletti, 2002). Además, es preciso hacer notar que estos espacios electivos constituyen decisiones simultaneas similares en el ámbito cercano que después pueden ser comunicativa y emocionalmente compartidas con otras personas a niveles más públicos (Micheletti, Stolle y Berlin, 2012).

Así pues, como todo consumo, la alimentación es un fenómeno netamente relacional donde están implicadas estructuras culturales y simbólicas que al mismo tiempo que condicionan nuestra alimentación (Bourdieu, 1988), son también resultado de una apropiación contextualizada e individual desde la que se desarrollan capacidades electivas, una voluntad que permite sugerir que no somos ni esclavos ni soberanos, ni seres absolutamente libres ni robotizados. Antes bien, las estrategias individuales están inmersas en un movimiento de relaciones sociales que median e intentamos mediar (Calle et al., 2012). Llegados aquí, podemos comprender que el CPA como fenómeno que estructura inicialmente capacidades de elección individuales, pero que después desarrolla un carácter más colectivo a través de decisiones que los agentes van tomando en el proceso, está firme e íntimamente unido a una sociedad de los individuos o de la singularidad. Aún más, afirmamos la posibilidad del primero, junto a otros fenómenos que están implicados, a partir de la generalización de la segunda. Incluso, podemos ir más allá y manifestar que el CPA es una realidad de la condición de estructuración social individual en su versión más elaborada. A partir de ella, nos encontramos que sus límites y posibilidades están íntimamente relacionados, y que las diferentes capacidades electivas que expresan distintas posibilidades y desigualdades sociales articulan una reciprocidad en las influencias y determinaciones. La estructura individualizada es el fenómeno general que influye en esferas parciales relevantes de la vida social, pero no es menos cierto que los específicos desarrollos de estos mundos sociales, como el CPA, siguen conformando y cambiando la sociedad. Constituyen una dualidad recíproca, si bien a distintas escalas.

Vemos que el acercamiento a la sociedad singularizada, nos puede ayudar a comprender las diferentes dimensiones y profundidad de lo que significa el CPA, su relevancia desde la perspectiva electiva para conseguir el bienestar personal y social, el espacio de decisión que significan las elecciones cotidianas sobre los alimentos y quién las realiza; pues son las mujeres las que mayoritariamente participan en esta forma de acción (Koos, 2012; Ferrer-Fons y Fraile, 2013) y siguen teniendo la responsabilidad moral sobre tales espacios en los que está en juego la salud como precondición social para llevar una buena vida (Doyal y Gough, 1994). Se superponen varias visiones del individualismo, pero más allá del individualismo egocéntrico que expande como economía y sociedad el proyecto envolvente neoliberal (Laval y Dardot, 2017), desde la sociología se reconoce el deseo de las personas de vivir su vida como una historia abierta, una expectativa que se corresponde con la posibilidad u obligación de elegir en todos los ámbitos sociales (Dubet, 2013). En el consumo de alimentos, que dispone de una multiplicidad de productos, las personas se la juegan diariamente adquiriendo aquellos que les pueden procurar más o menos bienestar. Por tanto, el CPA está inserto en la irreductibilidad del actual relato singular a partir del cual se da cuenta de nuevas estructuraciones y configuraciones sociales que son más personalizadas, conformadas a partir de la convergencia de referencias particulares, flexibles e incluso individuales. Así pues, estos actores sociales no pueden ser olvidados por la sociología y por las políticas sociales. La actualidad que forman la historia y el contexto social está hoy sembrada por relatos claros sobre las posibilidades de libertad y autonomía personal para pensar, decidir y hacer, por parte de individuos destinados a ser incomparables, bruñida por una ideología de la individualidad que forma parte del sentido común popular, de un sustrato principal de la identidad social (Lukes, 1975; Martuccelli y Santiago, 2017). Recurrimos, entonces, a una sociología de la singularidad que subraya la autonomía de los individuos y sus diferentes capacidades electivas —incluso con experiencias contradictorias en el propio cuerpo (Lahire, 2006)—; si bien, en procesos mediados que aseguran el ejercicio de ser más o menos dueños de nuestra propia vida. En ese sentido, nos alimentamos poniendo en marcha nuestras opiniones y valores sobre los productos alimenticios y la forma de acceder a ellos (Ramos y Castaño, 2018). Y, como vemos, el CPA, moldeado por la sociedad de los individuos, puede verse enriquecido por la NSS que debe dar cuenta de sus recíprocas relaciones virtuosas. Al final de este apartado, queremos dejar esbozada la idea de que, paradójicamente, y ello afecta a muchas esferas sociales como a la misma alimentación crítica, más estructuración y recursos colectivos de una base social, económica y cultural, acrecientan las posibilidades de desarrollar itinerarios personalizados donde son posibles las capacidades electivas individuales que, además, pueden converger subjetivamente con otras.

Objetivos para desarrollar

Desde estos planteamientos, nos proponemos en los apartados siguientes tres objetivos que si en principio basculan entre los dos polos de atención que constituyen el CPA y las nuevas realidades de las que intenta dar cuenta la NSS, después, una vez enriquecidos con dicha relación, se reconducen de nuevo al CPA para tratar de abordar su sentido productivo, las desigualdades existentes y las posibles políticas sociales que, sin duda, estarán mediatizadas por el prisma de la singularidad y su posibilidad a partir de configuraciones colectivas.

Así las cosas, el primer objetivo aborda cómo las decisiones del CPA encuentran sentido a partir de la sociedad de los individuos en la que nos encontramos. El contenido de nuestro segundo objetivo escruta cómo son los rasgos sustantivos de la sociedad de la singularidad y cómo existe una sociología que trata de comprenderlos viendo las consecuencias que se detraen para el CPA. Y, en el tercer objetivo, teniendo en cuenta tanto el nivel político, como el cultural y el económico, se trata de ver las posibilidades y límites electivos del consumo crítico alimentario junto a la necesidad de impulsar desde el mundo social e institucional políticas que incidan en espacios comunes reguladores y participativos, donde los actores sociales pueden sentir materializados los avances conseguidos a partir de sus iniciativas como consumidores conscientes de alimentos.


Apuntes metodológicos


Desde una perspectiva investigadora mixta, para el proyecto del cual forma parte este artículo se diseñaron y pusieron en marcha tanto herramientas de carácter cuantitativo como cualitativo. Sin embargo, aquí nuestra perspectiva será la cualitativa. Si hacemos esto así, es porque la idea fuerte en la que nos apoyamos sobre la recurrencia virtuosa entre el consumo crítico en nuestra sociedad y el paradigma de la singularidad social, y, por supuesto, los objetivos que venimos de plantear, aconsejan la producción y el análisis de discursos que aborden dicha relación y, de vuelta, muestren la génesis y significación de perfiles sobre el consumo consciente y la individualidad. Se han realizado catorce entrevistas semiestructuradas en el primer semestre de 2019. Del total, en ocho se entrevistó a consumidores y en las otras seis a representantes de asociaciones relacionadas con el consumo alimentario. Los criterios de elección de las personas respondieron preferentemente a una representación y diversidad estructural procurando que abarcasen el espectro del CPA. Por tanto, a su filiación de consumo y asociativa se anidaron otros factores que completaron los criterios selectivos tales como el sexo, la distribución geográfica (con diferentes gradientes urbanos y rurales) y el grado de implicación como consumidores conscientes y activistas potenciales agentes de cambio.

Es necesario señalar que dichas entrevistas no fueron realizadas exprofeso para la elaboración de este artículo, sino que, efectuadas a partir de los objetivos generales para el conjunto del programa investigador, nosotros lo que hemos intentado es discernir de ellas aquellos trozos discursivos útiles a nuestro propósito teórico-práctico. La presunción de que el CPA está muy vinculado con la individuación social no partía de un grado cero de conocimiento, sino que estaba basada en varios autores que de diversas maneras unían uno a otra, aunque de forma general (véase, por ejemplo, Micheletti, 2010). Nuestra idea llega incluso a la dependencia entre ellos. Más allá del análisis concreto que efectuemos a partir de ahora, lo que en principio fue aventurar una hipótesis, entonces no probada, pensamos que ha terminado por manifestarse en el material discursivo de las entrevistas: a un segundo nivel, emerge un habla sobre una individualidad consciente en el consumo alimentario que, junto a otras esferas de la vida social, es sostenida con configuraciones colectivas que están muy relacionadas con políticas de bienestar (y no tanto con políticas sociales, en general). Es preciso señalar, que tal abertura discursiva a través del material empírico cualitativo (Casalmiglia y Tusón, 2007) ha supuesto encuentros y descubrimientos que han cambiado nuestras premisas y, aún más, han aportado nuevos conocimientos e informaciones que hemos intentado sumar al producto teórico y resultados de este trabajo. En efecto, intentaremos demostrar que la individualidad mediante el consumo consciente alimentario ofrece una posibilidad comprensiva amplificada a través de relatos como narraciones verdaderas sobre la parte de las vidas de la ciudadanía que nos compete (Habermas, 1987), mujeres y hombres, ya sean ciudadanos consumidores o miembros de asociaciones de la alimentación. Es decir, se trata de la agregación productiva del consumo consciente, de la individualidad y la NSS con la que intentamos abordarlos.

De esta forma, como conclusión a estos apuntes metodológicos, pensamos que se pueden esclarecer las relaciones entre las decisiones individuales en la alimentación con la estructuración social individualizada en un contexto donde se exalta el consumo egoísta propio del paradigma neoliberal que está determinando los límites de las capacidades electivas para muchas personas sobre los productos alimenticios. Dichas constricciones decisionales, que podremos observar, deben alumbrar propuestas que ayuden a construir espacios compartidos más y mejor informados y con mayores ámbitos de libertad.

El Consumo Político Alimentario como precipitado de la sociedad de la singularidad

El consumo crítico y consciente de alimentos no es un fenómeno desligado de otros de parecida naturaleza que están teniendo lugar en nuestra sociedad. Hay una expectativa, una posibilidad y unos límites reales que tienen que ver con la ampliación de fronteras inopinadas hasta hace algunas décadas de las capacidades electivas generalizadas, en este caso, en la alimentación. El capitalismo de consumo supone una multiplicidad de productos presentados como deseables en una sublimación de la posibilidad, real e irreal, de acceder a ellos. De entre todos, la alimentación es distintiva porque supone la necesidad cotidiana de elegir qué productos son los más adecuados en nuestra dieta. En ese sentido, constituye uno de los campos más sensibles y delicados para acceder a una vida buena, una precondición sustantiva para la salud entendida en un sentido amplio:

“…porque la alimentación no es solo porque tenemos que cumplir una necesidad de alimentarnos, sino porque son muchos aspectos: la alimentación es salud” (Consumidores, mujer).

Además, el derecho a la alimentación supone ir más allá de la misma tratando de ver que hay formas de producción y consumo de alimentos que son lesivas para el medio en el que vivimos. La paradoja es que puede haber opciones tomadas por nosotros mismos que pueden resultar muy negativas para los que elegimos los alimentos. Conocer las posibles consecuencias de nuestras elecciones se constituye en una prioridad para la ciudadanía:

“Alimentarse uno mismo es una de las primeras cosas que uno debe aprender. Entonces, por supuesto, es un derecho, es un derecho alimentarse bien, saber con qué nos alimentamos, que no nos intoxiquen, que nuestra alimentación no destruya nuestra casa, que es el planeta…” (Asociaciones, mujer de huertos urbanos).

En esa marea de enaltecimiento objetual múltiple, aparece casi inmediatamente la necesidad de construir una opinión, un sentido crítico informado sobre los alimentos diarios más apropiados para las personas de cualquiera de las etapas vitales, desde la infancia a la vejez pasando por los jóvenes y los adultos. Al mismo tiempo que el consumo es ineludible y forma parte obligada de las vidas de las personas, surge también la posibilidad, manifestada, de informarse sobre él, de regularlo, de contestarlo y de buscar alternativas desde la producción hasta la adquisición de alimentos:

“Soy yo misma la que voy filtrando, en la medida de mis posibilidades también, lo que consumo y lo que no” (Consumidores, mujer).

Es ahí donde el CPA se desarrolla a partir de personas consumidoras conscientes que buscan una alimentación más a escala humana. En ese sentido, su crítica puede ser muy concreta pero también plantear un cuestionamiento global al sistema socioeconómico imperante:

“…tener una alimentación y cómo sea esa alimentación, pero incluso son otras obligaciones, o sea, de defender cuestiones económicas del país, pues que pasan por determinados modelos de producción hasta obligaciones que se adquieren en el marco de instituciones internacionales” (Consumidores, mujer).

Son movimientos democráticos que exponen y reclaman los derechos y responsabilidades de los ciudadanos mediante su participación en las decisiones de la política alimentaria (Hassanein, 2003). Visto así, los ciudadanos individuales no demandan una política de representación que cuide de sus intereses por delegación, más bien son ellos mismos los que tratan de delimitar sus propias preferencias y prioridades articulando respuestas políticas en la alimentación (Sousa, 2009). Hablamos, por ejemplo, del boicot a productos determinados que no pasan el filtro ético y político demandado en su producción, distribución y consumo o, al contrario, de la compra consciente y crítica de otros que revisten las características deseables desde esas exigencias valorativas:

“O sea, un ciudadano consciente de su alimentación y de lo que la alimentación supone o causa en el planeta y en otras ciudades, en otros ecosistemas naturales y humanos, políticos incluso.” (Consumidores, mujer).

En ese contexto, existe la probabilidad de que se produzca un desborde de la política convencional que no será capaz de seguir el ritmo de dichas valoraciones y riesgos vistos por los ciudadanos, impelidos y posibilitados para representar sus propias biografías (Beck, 2002). Es decir, lo que pasa también depende de ellas más allá de ser mero soporte convencional de explicaciones que les utilizan, pero que no reconocen sus aportaciones concretas al cambio social alimentario. En ese proceso, los ciudadanos llegan a ver que sus intereses, sus problemas, sus asuntos concretos son compartidos por otros; lo que en principio es una acción individual política lo materializan en una acción política colectiva organizada que contesta al sistema alimentario imperante o a alguna de sus partes (Micheletti, 2002):

“Bueno yo creo que tenemos capacidad, pero no como consumidores individuales aislados, si no que tenemos capacidad como consumidores organizados y que a partir de ahí pues planteen campañas que tengan que ver [con la] sensibilización, que tengan que ver [con la] incidencia política y que tengan que ver con cambios de hábitos…” (Asociaciones, hombre organización ecosocial).

Así, en la Figura 1 se intenta mostrar como el CPA encuentra su sentido de ser a partir de la sociedad de la singularidad en la que nos encontramos. Estos dos vértices no tendrían sentido sin un tercero relacionado con una sociología que aborde dicha singularidad en un marco de regulaciones, mediaciones y posibilidades sociales.


Figura 1. Triángulo analítico primera parte.


La emergencia de una "acción colectiva individualizada" expresada en la compra de ciertos productos por motivos políticos o éticos está relacionada con un proceso de sensibilización de los consumidores que tiene una cierta constancia temporal y unos patrones de comportamiento observables (Stolle, Hooghe y Micheletti, 2005):

“…tenemos capacidad como consumidores organizados” (Consumidores, hombre).

Por tanto, el CPA solo es posible en la medida que existe una sociedad de los individuos en su versión más avanzada, un paso más respecto a los procesos de modernización reflexiva e individuación ya señalados por diversos autores hace lustros (Giddens, 1991; Bennett, 1998; Beck, 2002). Los procesos de individuación actuales van más allá del mismo al constituir una estructuración social general, siendo una de las vertientes donde más se sedimentan capacidades electivas individuales relacionadas con disposiciones íntimamente implantadas al deseo de ser autor de la propia vida, en consonancia con el mito y el relato moderno de la autonomía personal (Lahire, 2013):

“La toma de decisiones, realmente, porque en una soberanía cuanto más sabes, más conscientemente puedes decidir cuál va a ser tu parte (…) Pero no sé, mi boicot es personal…” (Consumidores, mujer).

La posibilidad de elegir, mostrar un deseo o reducirlo, elegir un alimento o desecharlo son pruebas de una individualidad conseguida que tiene su otra cara en la frustración o la dependencia que lleva hacia una individualidad negativa (Castel, 1992). Y ambos polos están bajo la influencia de los modos de clasificación y enclasamiento en nuestra sociedad de consumo (Bauman, 2001). Es una sociedad de individuos que a todos los niveles tienen más posibilidades de elección, pero desigualmente distribuidas. Una articulación desde los actores sociales conscientes que pueden expandir su crítica y transformarla en CPA. Por ello, tiene sentido al ser un movimiento que está en pugna con el poder y el relato neoliberal que preconiza individuos altamente competitivos en todos los ámbitos de la vida cotidiana, la expansión total del mercado y, en esa lógica, un consumo irreflexivo y expansivo de productos alimenticios (Delgado, 2010):

“Y cuando me enteré de que sí, que hay de sobra, que lo que pasa es que una parte chiquitita consume una barbaridad, entonces, dejamos sin recursos a mucha más parte de la población. La verdad es que fue un chasco…” (Consumidores, hombre).

En suma, el consumo consciente y político de alimentos es mucho más que su ingesta, la trasciende y le dota de un sentido de proceso donde diferentes significados simbólicos, organizaciones e instituciones están involucrados y donde los agentes sociales aportan valores que dotan a la alimentación de elementos enriquecedores hasta constituirla en una economía política.

Los consumidores en las sociedades modernas experimentan y protagonizan cambios de comportamiento con la finalidad de producir efectos hacia otros actores políticos –como los diferentes gobiernos multinivel y las multinacionales– tomando sus decisiones de compra, informándose a través de campañas (éticas, políticas o medioambientales) o bien consultando toda la información disponible que figura en el etiquetaje de dichos productos.

“Entonces, me parece poca esa información que sale en el etiquetado, y como te decía, poco comprensible para el gran público” (Consumidores, mujer).

Al realizar una "acción colectiva individualizada" los ciudadanos materializan y construyen espacios más o menos cotidianos de acción individual, pero con posibilidades de expandirse a una acción colectiva para hacer frente a problemas que afectan al bienestar común relacionados con la alimentación. Aunque se trata de una práctica que tiene una manifestación social transversal, al hablar de la alimentación nos encontramos con un espacio donde mujeres y jóvenes, y personas de mayor nivel educativo tienen una presencia importante (Begiristain y Álvarez, 2019). Como contrapoderes, determinados actores sociales e, incluso, grupos movilizadores van conformando una acción colectiva creada sobre modos defensivos, pero también alternativos y propositivos basados en una alimentación crítica y ética, con estrategias más dialógicas y personales creando espacios de seguridad intersubjetiva, reales o virtuales, frente a lo que se percibe como riesgos sociales, políticos y económicos relacionados con la alimentación (Alonso et al, 2014):

“…además, combinan lo informativo con lo lúdico, lo comunitario y de más, pues, afortunadamente se retoma esta cuestión de hacer política sobre un pie de calle total” (Consumidores, mujer).

En conclusión, como expresión de la subjetividad, lo individual y lo social se combinan en función de aspectos alimentarios significativos (como una campaña contra un producto determinado) que, de forma más o menos discontinua fundamentan la activación de fenómenos de acción colectiva.

De la nueva sociología de la singularidad al Consumo Político Alimentario

A partir de aquí, queremos observar las características principales de la sociedad de la singularidad mediante una sociología que trata de comprenderlas para abordar algunas consecuencias que se detraen para el CPA. En un mar de posibilidades de consumo, en general, y de múltiples productos alimenticios, en particular, difícilmente podremos contextualizar las capacidades electivas mediadas si no se entiende el proceso de individuación actual; siempre por referencia hacia los productos de alimentación que se adquieren. Forma parte del mismo proyecto abordar la sociedad de la singularidad, con sus ventajas e inconvenientes, y contrastar las herramientas teóricas y empíricas con los discursos y narraciones de las personas, ya sean consumidores alimentarios o miembros de entidades sociales relacionadas con la alimentación. La ciudadanía alimentaria es el punto de partida que hace confluir la constelación de derechos y responsabilidades con la alimentación (Lozano-Cabedo y Gómez-Benito, 2017):

“Bueno, esto era como un concepto de construcción de una ciudadanía y la alimentación, y no sé si combinando esas dos referencias, ¿no? alimentación y ciudadanía…” (Consumidores, hombre).

Pero el camino también es inverso: la alimentación en el sentido que estamos intentando entenderla aquí, como soberanía alimentaria, tendría que formar parte de la ciudadanía. Cuando hablamos de soberanía alimentaria nos referimos a un programa cultural, económico y político que prima el derecho a decidir cómo producir y consumir según el contexto, yendo más allá de las exigencias de las transnacionales alimentarias (Calle et al., 2012):

“También que la alimentación pasase a formar parte de la ciudadanía, ¿no? y que, pues eso, el nivel de implicación fuese mayor frente a la producción” (Consumidores, hombre).

“Significa que controles lo que es el proceso de alimentación, de producción, consumo y de deshechos ¿no?” (Asociaciones, hombre ecocomedores).

Quizás siempre ha existido una sociedad de la singularidad, pero es ahora cuando más posibilidades tenemos para realizar una sociología a escala del individuo que le haga justicia. Pero no es un individuo cualquiera, sino uno inscrito en una corriente de interdependencias, mediaciones y restricciones que no son absolutamente determinantes, sino que en ellas está inscrita la posibilidad de ejercer algún tipo de cambio. De la misma forma, no se demanda a cada persona aislada o solo a su arquitectura interior, sino a los conjuntos de relaciones mantenidas con los otros y las posibilidades que se apuntan a partir de ellas (Lahire, 2013; Álvarez-Uría y Varela, 2009). Si el CPA es un producto de la sociedad individuada tal como aquí lo entendemos, nos incumbe la sociología que visualiza las posibilidades y los límites del individuo moderno como consumidor crítico de alimentos, sus repercusiones y su capacidad de ejercer individual y colectivamente cambios en el proceso que va desde la producción hasta el consumo, atendiendo a criterios de sostenibilidad, seguridad y proximidad geográfica (Sánchez, 2009). En ese sentido, existen diferentes gradientes críticos en los consumidores conscientes de alimentos que tienen un componente relacional fuerte con los diferentes espacios implicados en la alimentación:

“…la alimentación es salud, o sea, está íntimamente ligada con la salud y con el medio ambiente, o sea, son inseparables,” (Consumidores, mujer).

La sociología ha ido adaptando su mirada hacia nuevas estructuraciones que concentran su atención, más que antes, en los actores, las personas y sus relaciones sociales. Se repara un cierto olvido provocado por una observación hasta cierto punto sesgada, advirtiendo simultáneamente un acrecentamiento de las realidades singulares, aunque diferenciadas del individualismo posesivo que caracteriza al proyecto neoliberal. Dichos relatos singulares, con sus protagonistas, son una posibilidad en el ejercicio de la libertad, pero también son impelidos por la actual estructura social a partir de configuraciones colectivas individualizadas que permiten y obligan a múltiples elecciones de las personas, sujetos o actores sociales en todos los ámbitos vitales, yendo incluso más allá de lo que la relación clásica entre rol y agencia sugiere (Martuccelli y De Singly, 2012). Precisamente, en la alimentación, como material sensible en las decisiones para realizar elecciones sólidas que garanticen los espacios comunes, incluyendo la salud, de las que muchas personas se podrían beneficiar, los elementos informativos adecuados pueden anidarse y reforzarse con la participación y la cooperación en la resolución de las opciones de compra de alimentos:

“…realizar elecciones que sean sensatas y coherentes con lo que es bueno para todos y para la salud. Así que esas tres, serían: informarse, participar y cooperar con sus opciones de compra” (Asociaciones, mujer huertos urbanos).

Es decir, las identidades, si alguna vez lo fueron, ya no son fijas sino flexibles y encastradas en situaciones concretas.

Desde la NSS se observa una sensibilidad distintiva donde las experiencias individuales han pasado a ser el horizonte de la vida social, si bien con una lógica ascendente porque remontan hasta los determinantes estructurales vitales (Martuccelli y Santiago, 2017). Estas capacidades y obligaciones se manifiestan de forma diáfana en la alimentación: el “consumidor ciudadano” de alimentos compra ciertos productos antes que otros para resolver sus prioridades privadas (“Yo diría que sea sana, que sea accesible, que sea ecológica y que sea justa, y creo que los cuatro elementos tienen que cumplirse a la vez”. Consumidores, hombre), pero éstas no son más que el inicio para una confluencia pública y colectiva con otros consumidores conscientes, constituyéndose así lo individual en una aportación a la sociedad (Micheletti, 2002). Los intereses diarios en la alimentación, los problemas y asuntos que conciernen a los ciudadanos alcanzan a ser desarrollados como asuntos colectivos y grupales:

“… porque yo participo en esto y creas un grupo de consumo, porque creo realmente que, cambiando los hábitos de mucha gente, podemos, tenemos mucha capacidad de cambio. A nivel personal no se consigue nada, pero creo que grupalmente sí” (Consumidores, mujer).

En efecto, en la Figura 2 vemos como una de las manifestaciones más elocuentes de la sociedad singularizada la encontramos en el CPA. Ambos vértices tienen sentido a partir de un tercero desde un enfoque que aborda las relaciones entre aquellos: la nueva sociología de la singularidad aportando nuevas posibilidades cognitivas en dichas relaciones.


Figura 2. Triángulo analítico segunda parte.


Dicho de otra forma, en la NSS y el CPA el individuo es el fruto permanente de un proceso de internalización, pero también de otro movimiento de exteriorización (Martuccelli, 2010) que encuentra su campo de expresión más extendido en los procesos de subjetividad en los que las personas se ven a sí mismas en las otras, también en ajustes interactivos (Kaufman, 2001) con otros consumidores críticos que abogan por acciones colectivas de carácter relacional y extrospectivo:

“Esa persona viene de no sé qué pueblo, de su finca, y yo vengo de mi barrio, la ciudad y se produce un encuentro a través de su producto que a mí me atrae, porque además es hermoso, te cuenta cómo lo ha producido, en qué época, qué variedades, te habla de su vida en el campo, yo le hablo de los proyectos, se genera un espacio…” (Consumidores, mujer).

“…me muevo en un entorno que más o menos la forma de consumir es parecida y si existe alguna persona que no es tan así, al final también, digamos que valora lo que tú le cuentas de determinados productos…” (Consumidores, mujer).

Se trata, pues, de una sociología en la que los individuos son y se ven como actores de su propia posición, manteniendo una ajustada unidad de análisis entre las conductas subjetivas y los mecanismos sociales globales que las determinan, aunque éstos últimos ya no formen un sistema completamente ajeno (Dubet, 2013). Así, se encuentra vinculada con la dependencia del individuo respecto al mundo y, en concreto, respecto al consumo alimentario. Dicha interdependencia de cada actor singular influye en el proceso de decisiones, pero sin perder de vista la necesidad de un mayor autodominio, de un individuo que se debe tener desde el interior como la única forma de poder hacer frente a los probables vacíos y angustias presentadas ante dichas obligaciones/posibilidades de decisión. Todo ello en un mundo como la alimentación donde los aspectos emocionales están muy presentes incluso a partir del propio bagaje de decisiones morales de los hogares, de una historia familiar en la alimentación (Rossi et al., 2017):

“…en función de lo que tú te comes estás dejando una huella ecológica y además está influyendo en tu salud ¿no? No solo ahora, sino lo que llevas comido a lo largo de los años” (Consumidores, mujer).

En consecuencia, no hablamos de clones sino de individuos socializados diferencialmente que toman sus propias decisiones sobre cómo alimentarse, estando unidos por un proceso en el que, dentro de sus posibilidades particulares, pueden realizar decisiones de compra sobre un consumo positivo de alimentos (buycott) o sobre decisiones para relegar o rechazar otros (boycott). Dichas elecciones, al ser compartidas, dialógicas y transmitidas de forma relativamente continuada, se pueden transformar en una acción colectiva produciendo unos beneficios evidentes (informativos, éticos, colaborativos). Un conjunto de factores que priman progresivamente los capitales sociales y sus ventajas añadidas frente a la individuación inicial. Lo cual también puede ser trasladado a los mismos productores de alimentos (Flora y Bregendahl, 2012):

“No sé si a un nivel de escala megagrande pero creo que es importante que haya cambios concretos en las vidas de personas, tanto los consumidores como las productoras cambian su vida cuando entran en esta lógica…” (Consumidores, mujer).

En suma, el CPA no deja de ser una manifestación más de cómo el individuo concreto experimenta a la sociedad (Dupuy, 1998), y lo que comienza en un ámbito privado de decisión donde están presentes la moral, las emociones y la subjetividad, posibilita que se lleguen a compartir procesos colectivos comunicativamente alcanzados que afirman o rechazan, o, al menos, ponen trabas, en la adquisición de alimentos que tiene su vuelta al consumo en el ámbito más privado. Son bienes y productos que desde la producción al consumo acompañan a las personas:

“…desde mi punto de vista la alimentación está llena de cosas emocionales para todos ¿no? Y familiares y culturales que nos cuesta mucho dejar atrás” (Asociaciones, hombre restaurante agroecológico).

Lo relevante es que todo este proceso alimentario, como una de las partes del contexto del mundo social, es uno de los múltiples elementos sociales que termina formando y constituyendo al sujeto (Foucault, 1980). Nunca como en el CPA es tan evidente la dependencia entre lo individual y lo colectivo. Existe consumo alimentario privado que cuando es consumo crítico de alimentos tiene grandes posibilidades de ser comunicado, de ser compartido e incluso de transformarse en un activismo alimentario que tiene una relativa constancia, por ejemplo, participando en campañas contra determinados productos o por una mayor claridad en la información en su etiquetado:

“…porque la población poco a poco no solo se ha sensibilizado, no solamente ha ido haciendo campañas, sino que además se ha autoorganizado y yo creo que eso es lo más importante pues para otros modelos alimentarios” (Consumidores, hombre).

Es un ajuste entre individuo y sociedad donde nunca se terminan perdiendo las capacidades individuales, la responsabilidad de seguir decidiendo a niveles más cercanos, pero tampoco en las dimensiones más colectivas. Es decir, un activismo alimentario debe seguir siendo puesto en práctica en las decisiones cotidianas sobre la alimentación que atañen a cada hogar, al ámbito individual y familiar:

“Influye en mi salud e influye en mi entorno ¿vale? Y en ese entorno si lo amplío incluso influye la economía del entorno ¿vale?” (Consumidores, mujer).

El resultado es un proceso de (auto)responsabilización y trabajo sobre sí que podría ser virtuoso mediante la propagación amplificante de una singularidad o un conjunto de singularidades (Ibáñez, 1985). O, al contrario, a consecuencia de la creciente desigualdad social, actuar como una pesada carga aminorándose las capacidades electivas de dichos actores que tienen grandes dificultades para superar las pruebas o desafíos que caracterizan a nuestra sociedad. Una causalidad que, aun siendo social, es sentida, tratada y vivida como faltas o errores personales, como atribución del propio fracaso, como disposiciones psicológicas cargadas sobre sí: inadecuaciones personales, sentimiento de culpa y ansiedades, conflictos y neurosis, entre otros (Beck, 2002).

Las desigualdades en las capacidades electivas en la alimentación y las pruebas que se deben superar en nuestra sociedad, y el consumo de alimentos es una de las más elocuentes, junto a las iniciativas que los agentes sociales emprenden desde sus diferentes posibilidades, ponen fin a este apartado y nos introducen en el siguiente, donde intentaremos comprender qué fracturas y potencialidades transformadoras se apuntan cuando existe el CPA.

Posibilidades (y límites) desde el Consumo Político Alimentario

Como ya hemos señalado, en esta tercera parte vamos a abordar cuáles son las posibilidades y límites electivos de la alimentación junto a la necesidad de impulsar desde el mundo social e institucional políticas que incidan en espacios comunes reguladores y participativos, allí donde los actores sociales pueden sentir materializados los avances conseguidos a partir de sus iniciativas como consumidores conscientes de alimentos. De nuevo, nos apoyaremos en la NSS para ayudarnos a enlazar la individualidad con la red de interdependencias relacionadas con la alimentación, si bien insistiendo en la conexión de la estructura social con las pruebas sociales que existen en nuestra sociedad y que toda persona debe superar (Martuccelli, 2010). Así, como parte de la prueba social que significa el consumo, el consumo de alimentos es una de las más importantes y a través de ella podemos constatar que la desigualdad experimentada por personas y grupos en un contexto individualizado es, paradójicamente, el resultado de poseer menores soportes materiales colectivos, sociales o culturales, acrecentando las dificultades para acceder a un aporte alimenticio de calidad. Si bien, para la adquisición y activación de capitales por parte de las personas son imprescindibles las configuraciones colectivas, cuando éstas son insuficientes o están debilitadas se puede echar mano de otros recursos que pueden sustituirlas provisionalmente. Este podría ser el caso de una información que no es aportada en el proceso educativo y debe ser adquirida en otros momentos y lugares como consumidora consciente en una sociedad de la singularidad:

“Cuando vamos al colegio, por ejemplo; a través del gobierno, o te informas tú y aprendes tú, o realmente es como que hay poquita información con respecto a consumo y a consumo saludable” (Consumidores, mujer).

En consecuencia, no es tanto una cuestión de cantidad como de calidad, lo cual expresa que en el consumo alimentario no existen ni las mismas posibilidades, ni las mismas maneras para acceder a bienes que son de primera necesidad para todos (Delgado, 2010). Esta prioridad es fácilmente visualizable si pensamos que la alimentación es un hecho relacional de la vida diaria entre las personas y de éstas con las cosas que constituyen los bienes de la alimentación (Dumont, 1987). Además, es una práctica que acontece varias veces al día y que, por lo tanto, es determinante en las posibilidades de bienestar personal, familiar y grupal. La ausencia puntual de alimentos que respondan a las exigencias de un consumo saludable y sano constituye por momentos, por ejemplo, en las grandes ciudades, una forma de desigualdad. La accesibilidad es clave para una alimentación consciente:

“…imagínate que estás en Sol y dices “tengo hambre” ¿Qué puedes comprar? ¿Puedes comprar frutas en Sol? No puedes comprar frutas, no existe ya, a lo único que tienes acceso es a comida basura, a comida rápida, a máquinas vending que es lo mismo (…) …seguramente, me tenga que llevar yo de mi casa, pues una fruta o unos frutos secos o algo así. Entonces si tenemos barreras, (…) incluso en el propio diseño de las ciudades” (Consumidores, mujer).

Desde esta perspectiva, cabe pensar que el CPA supone un andamiaje necesario a la hora de aportar más y mejor información, con consecuencias fácticas no solo hacia sus activistas directos sino también hacia aquellas personas que se encuentran en su ámbito de acción; por ejemplo, porque reciben informaciones e intercambian mensajes a través de los medios de comunicación social. Resulta conveniente detenerse aquí, ya que la necesidad de la alimentación le hace ser susceptible de constituirse no solo como un fenómeno creado por dichos medios, sino también como un evento que no necesita de artificios comunicativos ya que contiene elementos de verosimilitud existencial de los que se hacen eco los mismos, cuando son influidos por la acción estratégica de los agentes del CPA. Interpretan así su actividad en un contexto sociopolítico en el que además de estar presentes en eventos críticos puntuales de conflictos o escándalos alimentarios que generan picos de actividad comunicativa (pensemos, por ejemplo, en la crisis alimentaria de la carne mechada, en 2019) (AECOSAN, 2019), también realizan un seguimiento continuo del activismo alimentario, sea desde la perspectiva de la producción o del consumo. Por tanto, los medios, como señala Stevens (2018) no son una mera cadena de comunicación para responder a momentos puntuales de crisis, sino un elemento proactivo e interactivo con el que hay que contar desde el consumo crítico alimentario en términos de difusión, pero también de comunicación de contenidos.

Esta relevancia de los media, como elementos activos y críticos en la gobernanza alimentaria, constituye uno más de los factores que se anidan en los hechos sociales que terminan atravesando una multitud de casos individuales donde la sociedad de los individuos no los implica separados del mundo, sino que, sociológicamente, considera dicha subjetividad a partir de un estado de relaciones sociales por la que dichos actores sienten su vida como la mencionada serie de pruebas existenciales socialmente organizadas.

La paradoja es que estas pruebas son la manifestación de la estructura social más colectiva que constituye una relación con cada actor social, con cada individuo o persona que debe afrontarlas y poseer los elementos necesarios para poder franquearlas. Suponen, entonces, los retos estructurales que se constituyen desde sus experiencias cercanas, desde su afrontamiento singular, desde los espacios de iniciativa irreductibles que tienen para hacerles frente. La sociología tiene aquí sentido porque dentro de la alimentación, como parte del mundo de la vida, nos ayuda a relacionar dichas pruebas individuales con los desafíos colectivos. De hecho, esta reforma institucional es la condición para que los individuos puedan seguir rehaciendo la sociedad y su propia historia (Rojas, 2013): los cambios alimentarios, el activismo alimentario, la promovida democratización y soberanía alimentaria, la posibilidad de matizar el sistema socioeconómico imperante a través de alternativas agroalimentarias, entre otras posibilidades que se dan en el mundo social:

“Bueno, participo como consumidora y como agente de difusión en la medida que puedo y bueno, para la autoformación y la nutrición personal de conocimientos y de toma de conciencia en la plataforma alimentaria que existe aquí...” (Consumidores, mujer).

La nueva sociología de la singularidad (Figura 3) muestra que una de las principales pruebas sociales, abordada singularmente, es el CPA. El tercer vértice de dicha figura es un espacio propositivo que nace de aquél, del consumo crítico, llegando hasta una configuración colectiva garantizada institucionalmente que es participada y codirigida por la ciudadanía, por los consumidores conscientes.


Figura 3. Triangulo analítico tercera parte.


Por tanto, el consumo alimentario supone una conexión clara entre los hechos individuales y las configuraciones colectivas, constatando que no todas las personas y grupos tienen las mismas posibilidades de afrontar dichas pruebas sociales. Existen más capacidades individuales y colectivas a partir de diferentes capitales y ello se concreta en que también existen más capacidades selectivas por parte de los que tienen más capitales (Lahire, 2013), porque las personas no están en las mismas condiciones para afrontar y superar la prueba del consumo alimentario. El hecho ineludible, posibilitado y obligado, de que todo el mundo elige o accede a un conjunto de alimentos no significa que exista una igualdad en dicho proceso, ya que los modos de clasificación del consumo, que son económicos, pero también políticos, culturales y educativos, estructuran diferentes capacidades que van a la par de las formas de individuación existentes. En efecto, en una sociedad de consumo jerárquicamente clasificadora, el acto de consumo es una prueba que todo actor social debe acometer/superar allende lo personal respondiendo a la recíproca relación entre la individualidad y la singularidad con la estructura y la colectividad social.

En ese sentido, es de suma importancia ir más allá de la mera sostenibilidad del sistema (económico y alimentario) porque nos jugamos mucho si no se consiguen estructuras e instituciones colectivas que garanticen la democracia alimentaria y el respeto por el medio ambiente. Es aquí donde un consumidor consciente y crítico tiene sentido ante los alimentos que va a consumir. Un consumidor primero a escala individual pero que en el proceso se piensa como parte de una globalidad concitando una alternativa en común de una realidad consistente (García y Novo, 2017):

“Si esto lo queremos hacer a mayores escalas, claro, modelos de grupos de consumo no es suficiente, necesitamos pues dar saltos adelante que nos hablen pues de, por ejemplo, restauraciones colectivas y aquí pues el tema de los comedores cumple un papel fundamental” (Consumidores, hombre).

Para dicha alternativa en común se necesita un dominio estratégico del entorno, pero también formas de afirmación subjetiva entendida como el espacio de representación de sí. La conciencia sobre este espacio es lo que nos hace tomar distancia del mundo inmediato que nos rodea y, por lo tanto, nos hace más capaces de emprender las medidas que creamos más eficaces. Más allá del deseo como forma irrefrenable e inconcluso del consumo de alimentos, los actores sociales que, informal o formalmente, confluyen en el CPA son protagonistas de una nueva subjetividad que ve a uno mismo en los otros y viceversa. En ese sentido, lo relevante es que se visualizan las posibilidades amplificadas ya sea a escala de individuos o grupos que confluyen en sus intereses. Es notorio que las posibilidades electivas son muy desiguales, pero, sin embargo, el CPA no tiene porqué limitarse a los que tienen más capitales y capacidades ya que nos movemos en unas coordenadas donde existe una variedad existencial que apunta a nuevas realidades (Lahire, 2002):

“…y que hemos avanzado y se tiene que ver, porque de alguna manera las costumbres o los usos de las personas están cambiando y están demandando cosas nuevas” (Consumidores, mujer).

Es un campo de posibilidad de lo común donde unos y otros pueden ser consumidores conscientes de alimentos transformando su consumo en un acto político. Obtener una información veraz sobre estas variables, abordadas desde la NSS, es importante para el desarrollo institucional de un espacio compartido donde los "nuevos movimientos sociales" del CPA puedan potenciar un consumo de alimentos más responsable. Se trataría de una política de democracia alimentaria que “reorganice lo social haciendo del derecho el eje jurídico de transformación sociopolítica que sustituya a la propiedad y donde el autogobierno de lo común sea la manifestación de dicha esfera pública” (Laval y Dardot, 2014):

“…una producción que respete a las personas que la producen, que tenga la visión de género. Una distribución que recorra lo mínimo posible, tanto en kilómetros como de intermediarios, y una mayor relación entre el consumidor o consumidora, y quién produce, un mayor vínculo. También, que todo esto sea accesible para todas las personas, independientemente de sus recursos económicos” (Asociaciones, mujer asociación ecológica).

Así, los procesos respecto a la alimentación, aunque siempre serán decisiones de carácter individual, deben estar amparadas por un espacio colectivo de codecisión y coobligación que lo gobierne. Un ámbito de construcción de las políticas sociales y públicas que dé a las asociaciones alimentarias un papel activo permitiendo de esta forma que las personas se movilicen y participen en las decisiones que les conciernen. Desde luego, una de las claves de bóveda la constituye el consumo crítico como elemento determinante, en última instancia, en la elección o no de conjuntos de alimentos:

“…no sabemos lo que lleva ese producto, por qué son productos transformados que tiran de muchos ingredientes y que no sabemos lo que estamos tomando ¿no? Entonces, creo que tiene que haber en paralelo una formación y creo que además es una formación desde pequeños” (Consumidores, mujer).

Para ello, los servicios públicos deben convertirse en instituciones de lo común posibilitando a los profesionales, pero también a los ciudadanos, un derecho de intervención, de deliberación y de decisión en el proceso de una suerte de democracia participativa, alimentaria en este caso (Laval y Dardot, 2017). En suma, dichos servicios así entendidos podrían ser gobernados por representantes de los usuarios, de las asociaciones ecologistas, de los movimientos sociales, de las organizaciones de trabajadores junto a expertos y representantes elegidos en los órganos descentralizados y localizados. Se trataría de una nueva razón política, una praxis instituyente que, sin sustituir al mercado, subordine la razón neoliberal y suprima el derecho de abusar, encarnándose mediante una puesta en común a partir de las prácticas deliberativas de las diversas partes:

“Creo que ahí podemos dirigir un poco el mercado, y creo que el mercado está intentando aprovecharse de eso, pero pidiendo una serie de calidad del producto, que no sea solamente producción ecológica, sino que se tenga en cuenta también el valor social del lugar de procedencia y otros tantos, yo creo que con eso podemos cambiar todo el sistema” (Asociaciones, mujer asociación ecológica).

Finalmente, regular un uso sin hacerse su propietario, por ejemplo, adecuando la tierra a su destino social (Laval y Dardot, 2014), como el que constituye la necesidad de alimentación, promoviendo una mejor distribución y consumo de los productores hacia los consumidores. Un espacio protector institucionalizado, pero donde el protagonismo lo tengan los actores participantes. Desde ahí, se trata de ejercer posibilidades informativas amplificadoras donde las conquistas cognitivas y performativas se extiendan y democraticen. Es posible pensar en un espacio de presión e información para un mayor control de los alimentos por parte de las instituciones, o para una reducción de las emisiones a partir del control de la inmensa producción de carne con la cabaña ganadera, o del fomento de estilos de vida que incluyan como parte importante una dieta saludable, entre otras. Un ámbito de participación donde los nuevos movimientos sociales del CPA puedan potenciar un consumo que ya está llegando a prefigurar modos alternativos de vida.




CONCLUSIONES


Hemos visto en las diferentes partes de este artículo como en la alimentación los ciudadanos sienten que sus intereses, sus problemas, sus asuntos concretos son participados por otros. Lo que en principio es una acción individual política se transforma en una acción política colectiva que contesta al sistema alimentario imperante o a alguna de sus partes. En esa línea, el elegir un alimento o desecharlo es prueba de una individualidad conseguida que tiene su otra cara en la frustración o la dependencia que lleva hacia una individualidad negativa. Frente a esto, los actores y grupos movilizadores van conformando una acción colectiva creada sobre modos defensivos, pero también alternativos basados en una alimentación crítica y ética. Con estrategias dialógicas y personales creando espacios de seguridad intersubjetiva frente a lo que se percibe como riesgos sociales, políticos y económicos relacionados con la alimentación.

Por otro lado, hemos intentado demostrar, mediante el material empírico discursivo, como el CPA es un producto de la sociedad individuada que incumbe a la sociología, visualizando las posibilidades y los límites del individuo moderno como consumidor crítico de alimentos que puede promover cambios en el proceso que va desde la producción hasta el consumo. En ese sentido, supone de forma diáfana la dependencia entre lo individual y lo colectivo porque, entre otras cuestiones, existe un consumo alimentario privado que cuando es crítico tiene grandes posibilidades de ser comunicado, de ser compartido e incluso de transformarse en un activismo alimentario que tiene una relativa constancia a través de la participación en campañas contra determinados productos, o demandando una información más precisa en el etiquetado, entre otras cuestiones.

La alimentación es un hecho relacional de la vida diaria entre las personas y de éstas con las cosas que constituyen los bienes de la alimentación. Así el CPA constituye un bagaje a la hora de aportar más y mejor información, con consecuencias fácticas no solo hacia sus activistas directos sino también hacia aquellas personas que se encuentran en su ámbito de acción. En ese contexto, los medios de comunicación social van a ser herramientas importantes como elementos proactivos en términos de difusión, pero también de comunicación de contenidos muy aprovechables desde la perspectiva de las políticas sociales alimentarias.

Este ajuste entre individuo y sociedad supone una preservación de las capacidades individuales, pero también de las más colectivas. De igual forma, es un proceso de trabajo sobre sí que puede ser posibilitador o, al contrario, la creciente desigualdad social puede aminorar las capacidades electivas que van a dificultar a los actores sociales afrontar y superar las pruebas sociales que caracterizan a nuestra sociedad. Precisamente, el consumo de alimentos supone una de las pruebas existenciales socialmente organizadas más evidentes que deben ser superadas ya que está constituida desde sus experiencias cercanas y singulares que al mismo tiempo constituyen espacios de iniciativa irreductibles. La sociología nos ayuda a relacionar dichas pruebas individuales con los desafíos colectivos. Existen más capacidades individuales y colectivas a partir de diferentes capitales y ello se concreta en que también hay más posibilidades de seleccionar aquellos alimentos que se consideran más apropiados. En ese sentido, las personas no están en las mismas condiciones para afrontar dicha prueba. Es notorio que aquellas más informadas y dotadas de distintos capitales (políticos, culturales, económicos, simbólicos) tienen mayores posibilidades de relegar productos y/o productores y elegir otros más acordes con sus exigencias. La otra cara la encontramos en una alimentación con asimetrías electivas a la hora de acceder a los alimentos y de seleccionarlos. Al mismo tiempo, a través del CPA dichos límites están siendo superados ya que nos movemos en unas coordenadas con una variedad existencial que apunta a nuevas realidades emergentes donde el desarrollo institucional de los "nuevos movimientos sociales" del CPA potencia un consumo alimentario transversal. Aunque aquí apenas ha sido esbozado y podrá ser desarrollado en próximos trabajos, se trata de una política de democracia alimentaria que intenta reorganizar lo social haciendo del derecho el eje de transformación sociopolítica y donde el autogobierno de lo común es ya, por momentos y espacios concretos, su manifestación. En suma, un ámbito de construcción de las políticas sociales y públicas que está dando a las asociaciones alimentarias un papel movilizador y participante en las decisiones concernidas. Así, hemos observado y abogado para que los servicios públicos se conviertan en instituciones que garanticen lo común, posibilitando la intervención, la deliberación y la decisión en el proceso en una suerte de democracia participativa alimentaria donde los diferentes actores sociales que confluyen en el CPA sean protagonistas de una nueva subjetividad que constituya una reciprocidad. A partir de ahí es posible pensar en un espacio de participación donde estos nuevos movimientos sociales puedan potenciar un consumo más responsable que, en muchos sentidos, ya está anticipando modos de vida alternativos.




FINANCIACIÓN


Este artículo se integra dentro de una investigación financiada por el Programa Estatal de I+D+I orientada a los retos de la Sociedad, denominada "Consumo Político Alimentario: Ciudadanía, Activistas e Instituciones" (CSO2016-76293-R). La financiación procede de AEI/FEDER, UE.


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