Debate / Controversy

DOI: 10.22325/fes/res.2022.95

Masculinidades prostitutivas: el relato sexual del prostituidor en contextos patriarcales


Prostitutive masculinities: the sexual tale of the prostitute user in patriarchal contexts



Silvia Pérez Freire ORCID

Universidad de Vigo, España. Autor/a para correspondencia. silviapf@uvigo.es


Águeda Gómez Suárez ORCID

Universidad de Vigo, España. agueda@uvigo.es

Revista Española de Sociología (RES), Vol. 31 Núm. 1 (Enero - Marzo, 2022), a95. pp. 1-9. ISSN: 1578-2824


Recibido / Received: 30/10/2020
Aceptado / Accepted: 31/05/2021




RESUMEN

La prostitución se configura en las sociedades patriarcales como una institución social que apuntala el control sexual de las mujeres. La escasez de investigaciones científicas sobre el agente causal prostituidor-putero sobre la que descansa dicha institución pone de manifiesto que nos encontramos ante un fenómeno generizado e interesadamente invisibilizado. El relato de los puteros narra el proceso de cosificación de los cuerpos femeninos y el entrenamiento masculino en la insensibilización de la crueldad.

Palabras clave: Prostituidor-putero, masculinidad, cosificación.


ABSTRACT

Prostitution becomes installed in patriarchal societies as a social institution that supports sexual control over women. The scarcity of scientific research on the causal agent (prostitute user), on which that institution rests is evidence that we are dealing with a phenomenon that is gendered and cloaked by interests. The story of the prostitute users describes the process that objectivates women and trains males to be insensitive to cruelty.

Keywords: Prostitute user, masculinity, objectification.




INTRODUCCIÓN


El fenómeno de la prostitución es un indicador significativo, tanto en el ámbito real como simbólico, de la reproducción de la desigualdad entre mujeres y hombres en nuestra sociedad a través del control sexual de las mujeres (Lerner, 2017). Todos los estudios científicos al respecto muestran que, si bien es cierto que el consumo de prostitución no es un fenómeno exclusivo de hombres, es incuestionable que esta es la forma más extendida y de mayor dimensión social -lo refrenda el hecho de que el 98,4% de las víctimas de explotación sexual en España son mujeres y que el 99.7% de las personas que solicitan sexo comercial son hombres; de acuerdo con el EUROSTAT (2015)-. Por tanto, estamos ante un fenómeno basado en la desigualdad de género en el que se institucionaliza una de las formas más exacerbadas de violencia contra las mujeres. El contraste que sucede entre la banalización del consumo de sexo comercial en muchos de los prostituidores/clientes en comparación con el drama de la situación de un gran número de mujeres en situación de prostitución, invita a la reflexión ética sobre este fenómeno. Con la criminología feminista se comienza a analizar este fenómeno con perspectiva de género (algo que con la sociología de la desviación no se había realizado y actualmente en muchos otros estudios, tampoco). Así, la manifestada “estigmatización social de la prostitución” efectivamente apuntala la dominación masculina en los procesos de control social sobre las mujeres, tal y como se relata en el texto de este debate “Investigar sobre Prostitución: complejidad del objeto, marcos analíticos y controversias”. La consideración de la prostituta como víctima es reciente históricamente ya que la prostitución ha sido considerada “un caso de delito sin víctima en derecho” (o de bajo nivel), precisamente porque nunca se ha reconocido el daño que genera la actividad en el que la ejerce y, a la vez, se siguen eludiendo responsabilidades sobre quién es el que ocasiona este daño, el victimario (Pérez Freire, 2018).

Este artículo quiere poner el foco sobre la masculinidad en tanto que resulta una pieza clave en la reproducción del patriarcado y de la violencia contra las mujeres. La prostitución actualmente no permanece como un hecho residual y minoritario, sino mayoritario y significativo. Así, ¿por qué los hombres acuden masivamente a la compra de sexo de pago?, ¿cuáles serían los elementos que intervienen en los preceptos sociales que amparan y legitiman esta conducta? A estas preguntas intentaremos responder mediante el análisis y la reflexión de los resultados de los escasos estudios científicos en este ámbito.


EL PROSTITUIDOR/CLIENTE EN LA LITERATURA CIENTÍFICA


Para garantizar el rigor científico de cualquier investigación es preciso acudir a la literatura especializada que ha precedido al objeto de estudio, en este caso, al consumidor de sexo comercial o “prostituidor”. ¿Por qué esta elección?. Existe una invisibilidad manifiesta en esta figura en varios planos de la realidad sociopolítica de la prostitución. En un plano concreto esta operación se revela en la práctica sexual clientelar (en donde se despliega toda una serie de mecanismos de encubrimiento para salvaguardar la actuación e identidad de los hombres) y en un plano abstracto se constata con el tratamiento que se realiza sobre el fenómeno, mediática y socialmente (Pérez Freire, 2019): simbólicamente la prostitución es asimilada por la figura de la mujer que ejerce la actividad a través del imaginario de la «puta viciosa» (mujer naturalizada para «el oficio»), transfiriendo la res-ponsabilidad de la acción y con ella, del propio fenómeno. Esta omnipresente sobreexposición de ellas intensifica la opacidad del actor principal y causal del hecho prostitutivo: la demanda no sólo no se cuestiona, sino que se refuerza:“¿es la demanda la que crea la oferta o es la oferta la que crea la demanda?”(Declaraciones de un dueño de un piso de lujo de prostitución). En esta operación también se transfiere la victimización (acompañado del estigma) y las mujeres edifican la institucionalización de la prostitución y los prostituidores/clientes, pasan a ser víctimas de su condición de hombres (Pérez Freire, 2018). El tratamiento científico sobre este tema desde la perspectiva de los que compran sexo es escaso: en nuestro país, no llegan al 1% de la literatura científica sobre prostitución (Meneses, Uroz y Rua, 2018) y los existentes son dispersos geográficamente y mayoritariamente cualitativos, aunque todos comparten conclusiones muy similares, como veremos. Los primeros a nivel internacional datan de la década de los 80 en Suecia. En un primer momento haremos una breve incursión en aquellas investigaciones sobre comportamiento sexual (en el que se incluye el sexo de pago) y luego los directamente cualitativos. En lo que se refiere a las primeras, el informe “Sexual Behavior and HIV/AIDS in Europe” (Hubert, Bajos y Sandfort, 1998)1 es el estudio comparativo más importante realizado en nuestro continente hasta la fecha y se establece que los varones españoles es la población europea con el porcentaje más alto que ha pagado por sexo en el último año previo a la encuesta (9,9%) y al menos una vez a lo largo de su vida (38,1%). Datos similares aparecen en un informe de la Organización de las Naciones Unidas [ONU] donde se indica que un 39% de los hombres españoles pagaron alguna vez para consumir sexo (ONU, 2010). En nuestro país se han realizado dos encuestas representativas con la población residente mayor de 16 años en materia de hábitos sexuales (a final de este año se publicará su actualización): la realizada en 2003 por el Instituto Nacional de Estadística (INE; n=13.600) y en el 2009 por el CIS (Centro de investigaciones sociológicas; n=9.850). Los datos más significativos son: un aumento de 5 puntos porcentuales en la manifestación masculina de haber mantenido relaciones sexuales pagadas en el tiempo transcurrido entre ambas encuestas (de un 27,3% a un 32,1%); el 5,3% de los varones afirmaron que la primera relación sexual en su vida había sido utilizando la prostitución y un 45,3% de los mismos afirman desear mantener sexo con más frecuencia de lo que lo hacen. En consonancia a estos resultados se presenta el estudio de la Federación Española de Sociedades de Sexología [FES] (2004); (n=1.200) en el que se califica la vida sexual de los españoles como de pobreza sexual deri-vada del estrés y el ritmo de vida actual. La primera encuesta específicamente para el estudio del prostituidor es la realizada por el Mouvement du Nid en Francia en el año 2004 (n=6.000) a la que se integran posteriormente entrevistas a 93 clientes (Legardinier y Bouamama, 2006). Esta macroencuesta ha supuesto la primera desmitificación de ciertos estereotipos de la práctica sexual pagada y que se han corroborado en los siguientes estudios realizados en otras partes del mundo siendo los más significativos los siguientes: existencia de una amplia y diversa muestra del que compra sexo (no existe un perfil) y en su mayoría (un 75%) declaran que las relaciones mantenidas son básicamente insatisfactorias. Este hecho aparentemente paradójico sitúa esta conducta en otros márgenes explicativos más vinculados a factores sociales y, presumiblemente, a potenciales mandatos de género, en este caso masculinos (cómo debe ser un hombre) que a significaciones intersubjetivas, algo que nos corroboran los estudios cualitativos. Estos últimos, mucho más numerosos, profundizan en las motivaciones y discursos de los varones que acuden a la prostitución, concluyendo que la conducta es básicamente social y una expresión de dominación del hombre sobre el cuerpo de la mujer legitimada por los contextos patriarcales. La degradación y estigmatización de la prostituta garantizan el control y la impunidad en la práctica clientelar así como cualquier despliegue de conductas violentas. Se trataría, por tanto, de espacios sociopolíticos de empo-deramiento de un tipo de masculinidad en los que el varón compra, básicamente y como afirma Gimeno (2012). plusvalía de género. En esta línea se encuadrarían los estudios del sociólogo sueco Månsson (1998), los realizados en Estados Unidos (Allison, 1994), en Gran Bretaña (Farley, Bindel y Golding, 2009) y Marttila (2003); también Pasini (2009) en donde establece en las etnografías realizadas en Rio de Janeiro y Sao Paulo una redefinición del hombre en los espacios de prostitución (denominados «frecuentadores») por socializarse en un contexto consentidor de prácticas que no se pueden desplegar en otros lugares (se tiene la “libertad” de magrear en las mujeres sin ser cuestionado, aunque no se sea cliente: algo significativo). Desde Portugal (Sacramento, 2005; Silva, Bessa y Granja, 2013) intro-ducen una tipología del cliente desde perspectivas weberianas (tipos ideales) estableciendo grupos heterogéneos y socialmente transversales en los que la masculinidad se vincula al ejercicio de una sexualidad «con riesgos». Este componente de transgresión en el sexo es «per se» un elemento erotizante2 y también es apreciado por otros/as investigadores/as (Della Guista, Di Tommaso y Strom, 2009). Los primeros estudios realizados en nuestro país sobre los deman-dantes de prostitución estuvieron enmarcados dentro de los realizados en materia de inmigración a través de los trabajos de Laura Oso (Universidad de A Coruña) y José Luis Solana (Universidad de Jaén) pero no es hasta Barahona Gomariz y García Vicente (2003) cuando se aborda este objeto de estudio de forma única (15 entrevistas en las que se establecen 5 tipo de motivaciones: insatisfacción sexual con sus parejas, necesidad de más relaciones sexuales, egocentrismo, resolver fantasías sexuales y búsqueda de diversión). En 2010 los mismos autores realizan una aproximación al perfil del cliente en Álava a través de cuestionarios distribuidos a varones mayores de 18 años (n=452). López Insausti y Baringo (2006) realizan en Zaragoza otra investigación local en la que llegan a parecidas conclusiones y Volnovich (2006) y Szil (2004) también apuntan a que la dominación está erotizada en la explotación sexual y el dinero es la coartada para expropiar de deseo a las mujeres. Por las mismas fechas se inicia a través de la Universidad de Vigo (Cátedra de Estudios Feministas) una serie de estudios sobre los clientes liderados por las sociólogas Águeda Gómez y Silvia Pérez primero de ámbito local, provincial, autonómico y finalmente, estatal gracias a la colaboración del Instituto de la Mujer (2006, 2010, 2011, 2013)3. En uno de estos estudios (inédito) se realiza una encuesta mediante cuestionario autoadministrado presencialmente a 214 varones trabaja-dores de espacios masculinizados gallegos (empleados del sector de metal en Vigo y jugadores de fútbol en Santiago de Compostela) donde un 45,3% de los individuos manifestaron ser consumidores de sexo de pago, porcentaje muy superior a la media estadística española de hombres (recordemos que había sido de un 32,10%, CIS 2009). Asimismo, se ofrece una tipología discursiva que abordaremos en el siguiente apartado. La Asociación Askabide de País Vasco (2008) y Apramp en Madrid también realizan incursiones en este ámbito de estudio, esta última con la colaboración de Meneses (2010 que realiza más tarde encuestas y entrevistas a hombres mediante muestreo aleatorio simple extraídos del listado telefónico (CATI) de toda España y 625 a pie de calle, derivado del alto índice de rechazo a participar en el estudio (un 67,5%). El principal resultado es paradójico: aunque la mayoría afirma que es una forma de violencia (49,7% en la muestra CATI y 52,5% de la muestra de la calle), un 81,5% y 73,9 respectivamente entiende que debe regularse. Parecidas conclusiones nos remiten otros estudios realizados en Andalucía () y la Fundación Ambit Prevenció en Barcelona () estableciendo categorías vinculados a otras prácticas sexuales (las de pago respecto de las que no lo son). El componente motivacional es, sobre todo, diverso y responde a cuestiones tanto sociales, afectivos o relacionales como a sexuales (Majuelos, 2014) constituyéndose como un escenario de representación de la masculinidad hegemónica ().


EL RELATO DE LOS PROSTITUIDORES


No cabe duda que para entender la demanda masculina de sexo comercial se debe tener en cuenta el carácter estructurado y estructurante del propio sistema prostitucional (Connell, 2003; Bourdieu, 2000). Para ello, es preciso acudir a la interconexión compleja de sistemas de estructura-acción que apuntan la distintas siguientes variables: un momento sociohistórico de auge del neoliberalismo consumista; una estructura de oportunidad favorable en un contexto legislativo propicio; una ocasional connivencia entre autoridades e industria sexual; unos lobbys de comunicación mediáticos que legitiman y publicitan esta industria sexual floreciente y organizada; un sistema de organización prostitucional alienante y concentracionario (Tiganus, 2017; Atencio, 2015); un cambio en el paradigma afectivo-sexual de la población; y, por último, un modelo de masculinidad patriarcal que pivota en la idea hipersexual de la virilidad (De Miguel, 2015). En las investigaciones realizadas sobre los clientes-prostituidores a través de la Universidad de Vigo (Gómez y Pérez, 2009) se concluye de la inexistencia de un perfil sociológico concreto entre el grupo de hombres que pagan por tener sexo con mujeres: ni la edad, ni la clase social, ni el hábitat, ni la etnia, ni la formación, ni la ocupación o la ideología política, sirven para perfilar un modelo estadístico estereotipado, en consonancia con resultados de otros estudios coetáneos. Los relatos de estos hombres se clasificaron en cuatro categorías siguiendo los postulados metodológicos del «fra-me analysis» (Goffman, 1974) en los que se establecen marcos interpretativos de la práctica social y serían: misógino (odio a la mujer); consumista (compra lo que se vende); amigo (empático sin politizar); y crítico (ocasional y arrepentido). En el gráfico que se expone a continuación, se representan estas cuatro disposiciones en relación con su sexismo y el imaginario femenino vinculado a las mismas y en el que ambos se retroalimentan (analizado también en los relatos ofrecidos por las mujeres entrevistadas en situación de prostitución). De esta manera, las mujeres se adecúan a los preceptos que poseen los varones de ellas, en aras de optimizar la relación comercial. Los dos ejes principales están definidos por la reificación y consideración de igualdad hacia las mujeres. En todos los casos, el contexto estructurante se proyecta en un patriarcado moderno de alto impacto (Segato, 2014).


Figura 1. Flor de las masculinidades prostitutivas: los ethos masculinos en la ideología patriarcal

Fuente: Gómez, Pérez Freire y Casado-Neira (2013, p. 232).

 


Estos relatos dan lugar a sus correspondientes identidades definidas por la puesta en escena del yo (self) como: homo sexualis (misógino) que se define fundamentalmente por su sexualidad activa, desenfrenada y por contraposición hacia las mujeres, vistas como falsas y viciosas ('todas son unas putas'); como homo optionis (consumista) que desvincula la mujer mercancía (la mujer hipersexuada) de la mujer compañera (afectiva); como homo amicus (amigo) quienes llegan a empatizar individualmente con las mujeres pero no politizan a la institución prostitucional; y como homo politicus (crítico) quienes acudieron alguna vez al espacio prostitucional por la presión del mandato de masculinidad, pero que, arrepentidos, concluyen que las mujeres en prostitución son las víctimas oprimidas de sistema patriarcal y capitalista (Gómez et al, 2015). En estos estudios se parte del conocimiento de que lo que buscan los consumidores de la prostitución no es "placer sexual", sino una motivación político-identitaria para obtener el status de "hombría" o, por lo menos, para parecerlo ante el grupo de pares. El hecho social de ir a un espacio de prostitución se entiende como un proceso de construcción de una masculinidad adquirida bajo la evaluación de sus grupos de acólitos varones (Ranea, 2019b), confirmando su agresividad, dominio y subyugación del llamado "tributo femenino" que les permiten ser reconocidos y titulados como "sujeto masculino" (Segato, 2014).




CONCLUSIONES


La poderosa industria patriarcal de la cultura y el ocio (De Miguel, 2015; Saez, 2015), desde una racionalidad neoliberal, ha instrumentalizado la cosificación del cuerpo de las mujeres hacia una transformación inquietante: se presenta como “diversión” lo que se conforma como “tortura”.

En el actual contexto de neoliberalismo sexual, toda relación humana es susceptible de convertirse en una mercancía, a través de la cual la vida se trans-forma en cosa (Cobo, 2017; Segato, 2016). La “pedagogía de la crueldad” programa a las personas para la baja sensibilidad, para la baja empatía hacia el sufrimiento del otro/a, hacia un individualismo y un encapsulamiento muy cercano a lo que Hannah Arendt (2006) identifica con el totalitarismo, que les permite funcionar ade-cuadamente en ese orden consumidor y cosificador de la vida. En efecto, el sistema prostitucional funciona como fórmula totalitaria de disciplinamiento cruel a través, por un lado, del funcionamiento de las redes criminales de trata de mujeres y niñas con fines de explotación sexual, y por otro, mediante la organización de los espacios prostitucionales como actuales campos de concentración (Tiganus, 2017). Estas lógicas del capital se traducen en la forma en que operan en el cuerpo de las mujeres y su deriva hacia una “subhumanización de las mujeres” en occidente (Segato, 2019). Comprender cómo se conforman los imaginarios sociales masculinos entorno a la prostitución y hallar los mecanismos socio-culturales necesarios para la desactivación de la empatía social que facilita la práctica sexual de pago supondría un importante avance en el estudio de este fenómeno y se podría dirigir de una forma más certera las políticas públicas contra la violencia de género y la desigualdad por razón de sexo.




NOTAS


1 Comparativa de muestras no homogéneas en 11 países europeos (n=80.000) pero con gran interés a la hora de conocer tendencias sociales.

2 Esto explicaría también cómo la prostitución ha seguido activa en tiempos de coronavirus, lo que demuestra la fortaleza del mandato de masculinidad patriarcal. Situación refrendada en todas las partes del mundo por la directora de la CATW-Lac, Teresa Ulloa (Tribuna Feminista, 05/05/2020).

3 Las investigaciones han sido: “Los imaginarios femeninos en jóvenes consumidores de sexo de pago en Galicia” (UVigo, 2006), “Sexualidad y Prostitución” (UVigo, 2010), “Prostitución en la provincia de Ourense” (UVigo, 2011) y “Prostitución: hombres y mujeres” (Instituto de la Mujer, 2013).


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