Artículos / Articles
Universidad Jaume I, España vquerol@uji.es
Universidad Jaume I, España. fgines@uji.es
Revista Española de Sociología (RES), Vol. 30 Núm. 2 (Enero - Abril, 2021), a41. pp. 1-20. ISSN: 1578-2824
Recibido / Received: 18/08/2020
Aceptado / Accepted: 16/01/2021
RESUMEN
Este artículo plantea una radiografía sobre el fenómeno de los festivales en un ámbito territorial de fuertes contrastes tanto demográficos como en nivel de desarrollo en la provincia de Castellón. El objetivo es, pues, observar las posibles implicaciones que puede tener la distribución de eventos culturales característicos de la actualidad como son los festivales en las áreas rurales del territorio. Así, nos preguntamos sobre las tendencias en cuanto a festivales culturales en la zona y cuáles son los ámbitos artísticos más programados. Pero también se tratará de observar la naturaleza más comercial o social de los festivales culturales. Con estas y otras variables registradas sobre los festivales, abordaremos la incidencia que pueden tener dichos festivales sobre la sostenibilidad de los territorios más vulnerables. Para ello se ha llevado a cabo un trabajo de búsqueda de información sobre los festivales culturales celebrados durante el año 2018 en la provincia de Castellón, registrando 152 festivales.
Palabras clave: festivales, cultura, rural, desequilibrios territoriales.
ABSTRACT
This article presents a radiography of the phenomenon of festivals in a territorial area of strong contrasts both demographic and about the level of development: the province of Castellón. The objective is, therefore, to observe the possible implications that the distribution of current characteristic cultural events such as festivals with the emphasis placed on the rural areas of the territory may have. Thus, we wonder about the trends in terms of cultural festivals in the area and what are the most scheduled artistic fields. But it will also try to observe the more commercial or social nature of cultural festivals. With these and other variables recorded on the festivals, we will address the impact that these festivals may have on the sustainability of vulnerable territories. To this end, a search for information has been carried out on cultural festivals held during 2018 in the province of Castellón, registering 152 festivals.
Keywords: festivals, culture, rural, territorial inequality.
La construcción social dicotómica entre un mundo rural y otro urbano ha generado imaginarios diferenciados con consecuencias para sus oportunidades de desarrollo. El rural es concebido como un mundo atrasado, guardián de las esencias del pasado y donde se producen alimentos o que podemos visitar para ir de excursión. Frente a él, el progreso, la industria, los servicios y, en definitiva, el futuro se asocian a lo urbano. En lo que concierne al ámbito de la oferta cultural, también la ciudad ostenta la modernidad y la vanguardia, las músicas en boga o el teatro experimental... Si los pueblos son concebidos como el lugar de celebración de las fiestas tradicionales, dado que se les supone conservan y reproducen la música transmitida de generación en generación o representan formas teatrales replicadas durante siglos, ¿qué papel juega la celebración de festivales con formatos rabiosamente actuales?, ¿Su crecimiento en los últimos tiempos refleja un nuevo panorama cultural en el espacio rural? Aquella construcción social tan alejada de las realidades actuales, sigue presente con su inercia en los imaginarios sociales afectando, además, a las políticas y prácticas de consumo cultural.
Todo ello a pesar de un imaginario social sobre el rural que se viene resquebrajando al difuminarse las fronteras frecuentemente ideológicas que otrora lo separaban del mundo urbano. Unas divisiones que tampoco resultan tan definitorias en la producción y consumos culturales. En dichas rupturas, el enfoque y debate sobre la nueva ruralidad (Sánchez & Vicente, 2019; Vicente, Sánchez, & Castillo, 2020) nos permite un acercamiento de interés hacia espacios complejos, heterogéneos y caracterizados por una intensa movilidad de personas, objetos e información. Dicha circulación de signos y construcción de los espacios (Lash & Urry, 1998) conlleva, para el ámbito cultural, un paradigma sobre el que acercarse al fenómeno de manera significativamente distinta a visiones previas, cercanas a una concepción mucho más estática de los núcleos rurales. Fruto de estas dinámicas, también en estos espacios rurales se genera un carácter cosmopolita (Woods, 2018) con sus hibridaciones (Camarero & Oliva, 2018) en una constante negociación con los diversos flujos culturales, de personas e información, que por allí transitan.
Este artículo plantea una radiografía sobre el fenómeno de los festivales en un ámbito territorial de fuertes contrastes tanto demográficos como en nivel de desarrollo como es la provincia de Castellón. El objetivo es, pues, observar las posibles implicaciones que puede tener la distribución de eventos culturales característicos de la actualidad –como son los festivales– con el énfasis puesto en las áreas rurales del territorio. Así, nos preguntamos sobre las tendencias en cuanto a festivales culturales en la zona y cuáles son los ámbitos artísticos más programados. Pero también se tratará de observar la naturaleza más comercial o social de los festivales culturales. Con estas y otras variables registradas sobre los festivales, abordaremos la incidencia que pueden tener dichos festivales sobre la sostenibilidad de los territorios más vulnerables. Para ello se ha llevado a cabo un registro de los festivales culturales celebrados durante el año 2018. La oportunidad de esta propuesta reside, tal como han manifestado otros autores (Hjalager & Kwiatkowski, 2018), en la posibilidad de tener un mínimo contrapunto dentro de un territorio, de poder comparar las tendencias entre los festivales ubicados en espacios urbanos y aquellos situados en territorios rurales.
“Una asociación cultural puede tener más impacto sobre la dinamización de un territorio rural que un polígono industrial”. Esta afirmación del profesor Luis Sáez de la Cátedra de Despoblación y Creatividad de la Universidad de Zaragoza (Salguero, 2017) nos sirve para fijar en esta propuesta la importancia de dinámicas culturales con capacidad de apuntalar o contribuir a una necesaria sostenibilidad social (Camarero, 2009) en espacios rurales necesitados de generación de entornos innovadores y atractivos para el desarrollo de una vida plena. Aunque el espacio urbano se ha construido como el lugar ideal para la creación en sentido amplio y diverso con líneas como la de la creative city (Florida, 2002; Landry, 2000) también otros autores apuntan hacia fuera de las murallas de la ciudad, donde existe una creative countryside (Bell & Jayne, 2010). Y es que en una nueva ruralidad, de proyectos territoriales sugerentes, parecería interesante ampliar, dado que caben, la diversidad de ámbitos de producción para la sostenibilidad del territorio (Sánchez et al., 2019; Vicente et al., 2020).
La producción de cultura y el acceso a las ofertas culturales se recogen y reivindican, de forma simbólica, en el derecho a la cultura, claramente expuesto en la Declaración Universal de los Derechos Humanos 1 en su artículo 27.1. En consecuencia, para optar con un mínimo de libertad al disfrute de la cultura se precisará también una oferta cultural que pueda garantizar su acceso desde diversos puntos del territorio. Más allá del acceso a las manifestaciones culturales tradicionales, son diversas las políticas culturales sobre creación y divulgación de la cultura actual vinculadas al desarrollo ciudades, barrios y también territorios. Sin embargo, en la literatura académica, las políticas culturales (Gray, 2016; Rius & Sánchez-Befando, 2015), la oferta cultural o el desarrollo de industrias culturales (Rius & Zarlenga, 2014) han sido habitualmente estudiadas con el foco puesto sobre el ámbito urbano. La centralidad y volumen de las ofertas culturales en los espacios de mayor densidad puede justificar, bajo la lógica de fijarse en los lugares donde se ha generado mayor producción y consumo de eventos, la cantidad de análisis volcados sobre las ciudades. No obstante, esa misma lógica llevaría a dar la espalda, de forma sistemática, a aquello que acontece en términos de oferta y consumo cultural más allá de los muros de la ciudad. Y, por ende, dejaríamos de mirar si se da una distribución justa de la oferta cultural o si el acceso de la ciudadanía de un territorio a su derecho a la cultura viene produciéndose y en qué términos. Si bien encontramos un campo de análisis rurales sobre la identidad cultural, la creatividad o los eventos; tal como afirma Lysgård, la literatura deja un vacío cuando se trata de analizar las políticas culturales en los espacios rurales (Lysgård, 2016). Para llenar ese vacío, entre la literatura revisada se piden análisis sobre políticas en las que, además, se observen aspectos como la igualdad y la vida plena de las personas en los territorios, antes que simplemente caer en la justificación de rendición de cuentas, de contabilidad en las dotaciones, equipamientos culturales y de resultados cuantificables (Scott, Rowe, & Pollock, 2018).
Los desequilibrios en cuanto a políticas, dotaciones y oferta cultural en el territorio se incardinan en otros marcos de desajustes más amplios. Estos desequilibrios en el espacio han sido analizados desde enfoques donde poderes económicos, financieros y políticos estructuran ciudades y territorios (Harvey, 2018; Soja, 2014). Si bien se han tratado de contrarrestar las desigualdades en el desarrollo de los territorios, el énfasis se produce habitualmente en términos económicos y laborales, tal como atestiguan los ejemplos de los proyectos Leader en Europa. Sin embargo, para acompañar dichos esfuerzos en el plano económico y laboral, tanto los servicios (Escribano, 2012) como las infraestructuras (Pant & Odame, 2017; Townsend, Wallace, Fairhurst, & Anderson, 2017) juegan un papel esencial. En esta línea, pareciera que el ocio y la cultura no contienen elementos de importancia en el desarrollo de las áreas rurales, a sabiendas que aquí también entran en liza las representaciones sociales que sobre pueblos y comarcas de baja densidad tenemos (Halfacree, 2006) y que, por otro lado, el ocio cultural ocupa un tiempo simbólicamente clave en las vidas de consumo (Bauman, 2007) de muchas personas. En este sentido, tal como apuntábamos al inicio, una construcción simbólica de los espacios para vivir y disfrutar y las prácticas asociadas a ellos constituyen un factor no desdeñable en el desarrollo. Una visión que, en ausencia de oferta cultural sugerente, puede obstruir la construcción de imaginarios culturales atractivos para fijar población joven. Además, cuando los idilios rurales están más restringidos hacia lo pastoral, lo natural o también lo deportivo (Bell, 2006) puede quedarse fuera de estos imaginarios tan fecundos (Halfacree & Rivera, 2012) la vida cultural del siglo XXI en espacios rurales. Sin embargo, la vida cotidiana cultural del rural muestra cierta pulsión y bajo el amplio abanico de propuestas en lo cultural, se identifican atracciones potenciales en este ámbito mediante la implicación que muestran, por ejemplo, neorrurales en la organización de festivales (Rivera, 2007). En cualquier caso, la experimentación en la vuelta a los espacios rurales va más allá del productivismo y del eje exclusivamente laboral como atractor (Halfacree, 2006).
Dicha vuelta, más allá de la fijación permanente de población y de una visión estática sobre la residencia en uno u otro municipio, responde en gran medida a las dinámicas poblacionales en el rural atravesadas por la movilidad (Oliva, 2018). Y para el caso rural español, favorecida por un importantísimo ecosistema de segundas residencias (Artacho, 2015; Rioja & Artacho, 2014). En consecuencia, las categorías binarias de residencia saltan por los aires y requieren una: «deconstrucción de la anterior concepción binaria relativamente firme, como estabilidad versus movimiento, permanente versus temporal e intranacional versus internacional» 2 (Halfacree, 2012).
En el marco de este magma de flujos en que los municipios (también los más grandes) quieren ofrecerse como lugar de residencia y trabajo, la cultura juega su rol. Uno de los conceptos usados para captar el fenómeno cultural en el territorio es el de patrimonio cultural. El patrimonio cultural intangible incluye rutas turísticas, espacios artísticos de creación o difusión… y también los festivales (Roberts & Townsend, 2016). Este patrimonio puede convertirse en un factor de dinamismo a través de una diversidad de expresiones de resistencia frente a los desequilibrios estructurales de las áreas rurales.
Parece indudable que los festivales y eventos culturales se han convertido en un «elemento notable de la vida rural» 3 (Hjalager et al., 2018) en múltiples localidades. Más allá del calendario de festividades más tradicional, este tipo de hitos van definiendo también el calendario de muchos municipios pequeños provocando nuevas movilidades donde antes no existían o bien se producían en menor medida. La capacidad de dotar de una oferta cultural en el territorio permite captar flujos que, de otro modo, se derivan a otros espacios (Markusen & Gadwa, 2010). En definitiva, estamos ante calendarios con nuevos significados y configurados por propuestas cada vez más sensibles a la complejidad y diversidad del territorio (Bell et al., 2010)
Las políticas y acciones culturales en el espacio han sido analizadas desde enfoques múltiples. Existen muchos análisis urbanos centrados en la economía o en la sinergias que se dan en los clusters de producción cultural (Rius et al., 2014; Scott, 1997; Scott, 2000), y de modo análogo sobre cómo se articulan en las áreas rurales (Harvey, Hawkins, & Thomas, 2012; Sanchis, Serrano, Köster, & P, 2016). La hegemonía del modelo cultural urbano ha sido denunciada en clave de superposición de un modelo hegemónico que oculta la capacidad propia de las iniciativas culturales rurales (Bell et al., 2010). De uno u otro modo, en la revisión de la literatura a cargo de (Balfour, Fortunato, & Alter, 2018) se subraya la necesaria incardinación de las políticas culturales actuales en espacios rurales en un contexto amplio de emprendimiento cultural (Balfour et al., 2018).
Otra dimensión analizada en los textos toma en consideración la incidencia de las políticas y prácticas de la cultura en las áreas rurales, en su variante productiva o de oferta para el público, sobre las vidas cotidianas de quienes allí habitan (Bell et al., 2010). En este sentido, emergen cuestiones conflictivas y se demanda mayor reflexión y análisis sobre el bienestar en dichas vidas, desde un enfoque alejado de la vinculación de la cultura a las concepciones de la innovación o el emprendedurismo y centrado en la justicia social; o más directamente, sobre su aprovechamiento propio e inmaterial (Scott et al., 2018) en las personas. También otras miradas en la literatura hacen evidente la capacidad del trabajo creativo desarrollado en los espacios rurales para fortalecer la resiliencia de la comunidad . En este sentido, estos estudios sobre las áreas rurales argumentan más allá de la competitividad establecida entre las ciudades como focos capaces de atraer talento o de atraer turistas. De forma destacada, el estudio de Hans contrapone la racionalidad de los espacios rurales en términos de democracia y colectividad (Lysgård, 2016) al discurso mainstream sobre la cultura como mercancía capaz de atraer formas de consumo al espacio rural. Una línea que traza una alternativa a los análisis sobre la ciudad, cuando apuntan hacia la tensión entre la generación de políticas y el consumismo cultural (Lysgård, 2016) o hacia la propia mercantilización de la cultura en el sistema:
«Una expresión familiar de lo que está en juego aquí es la invasión y dilución de las culturas tradicionales en un lugar o en un segmento de la sociedad por culturas mercantilizadas producidas en otros lugares o segmentos» 4 (Scott, 1997).
O como se defendía también desde la Plataforma Rural en España, manifestando la puesta en valor de la cultura a través de una construción propia desde el contexto rural (Rural, 2010).
En otro plano distinto, la dimensión de los liderazgos y el papel de los actores están también presentes en este recorrido. Encontramos estudios comparativos en el Norte de Europa donde los actores clave moldean con su capital social y sus redes las iniciativas culturales locales (Mahon & Hyyryläinen, 2019) dado que, al igual que exponen Harvey et al. sobre la economía creativa en área dispersas, «la naturaleza dispersa de tales regiones a menudo significa que algunas personas clave son particularmente visibles y, por lo tanto, el peso de lo que ofrecen se vuelve más significativo dentro de estos contextos locales» 5 (Harvey et al., 2012).
En síntesis, las políticas culturales en los territorios no logran compensar los desequilibrios existentes, y la necesidad de actores clave que apuntalen las propuestas de oferta cultural pone de manifiesto la debilidad de políticas territoriales equilibradas. La fragmentación administrativa de la cultura en el territorio parece obvia en los espacios rurales, en ausencia de proyectos institucionales potentes donde no se halla un sentido claro a su función social (Markusen et al., 2010). Las políticas culturales en espacios de baja densidad apuntan a una gestión, valor y rendimientos sociales y económicos (Lysgård, 2016; Roberts et al., 2016) distintos a los de los centros urbanos. De forma específica, las visiones más estrictamente locales de la cultura triunfan sobre aquellas mejor articuladas en el territorio y con vistas a zonas más o menos amplias o capaces de ofrecer acceso a la cultura a su ciudadanía. En este sentido, algunos análisis identifican la necesidad de salir de lo estrictamente local y situarse en una escala territorial que permita una masa crítica en los proyectos culturales que arropan los eventos y que son capaces de provocar una transformación (Santos-Silva, Santos, Ramalho, & Moreira, 2018). De modo afín a los espacios culturales en los que existe una estrategia de fomento del desarrollo de la vecindad, del hecho comunitario (Grodach, 2010), las políticas culturales territoriales inciden habitualmente a través de sus programaciones de festivales y eventos culturales.
Si la oferta cultural en los espacios rurales resulta importante, volviendo a su incidencia sobre la sostenibilidad social, ¿en qué medida existe una política cultural que incida sobre el desarrollo rural o sobre la fijación de población? Además de esta pregunta, emergen otras que si bien no trataremos de contestar en este artículo, creemos que forman parte de las reflexiones a plantear en la conexión entre algunos de los elementos que intervienen en este análisis. De este modo, nos cuestionamos si se trata de una serie de eventos que atienden ofertas puntuales del calendario y que facilitan mayores flujos de visitantes y si ello tiene conexión con un impacto previsto o deseado sobre la dinamización socioeconómica. Y en el plano de los derechos de ciudadanía, ¿qué podemos entender por acceso a una cultura plena? ¿Se trata de consumo de eventos o son prácticas más activas de vida cultural? Desde el activismo cultural en los espacios rurales hallamos propuestas que abogan por sistemas que, sean «culturalmente vivificantes» (Dory, 2019), modelos en los cuales los derechos de ciudadanía contemplen una verdadera democratización cultural (Walid & Royo, 2019) a través del acceso digno a los servicios y a una cultura inclusiva con proyección para el territorio y desde el territorio (, 2019). Con ello y, en general, nos podemos seguir preguntando ¿son las políticas culturales capaces de fomentar un desarrollo territorial?; de hecho, ¿existen políticas culturales en la actualidad con repercusión en el desarrollo o más bien el desarrollo que fomenta la cultura actualmente proviene de actividades de la sociedad civil?
En esto último, si bien las formas de desarrollo sostenible en sus ya clásicos valores ambiental, social y económica parecen estar mejor operacionalizadas, el desarrollo cultural sostenible todavía permanece poco claro (Throsby, 2017) en la racionalización de sus propuestas de desarrollo para las sociedades, comunidades o territorios en los cuales se implementa. El propioThrosby (2017) propone una serie de elementos capaces de desarrollar el potencial de un Desarrollo Cultural Sostenible (CSD) de forma paralela a como lo vienen haciendo en el campo del desarrollo ambiental. Aunque su operacionalización y eficiencia puedan estar en el debate, la flexibilidad y variabilidad de los eventos culturales como acción para el desarrollo suponen un recurso de primer orden para la sostenibilidad rural (Mahon et al., 2019).
La atención sobre los eventos (festivals) en espacios rurales es relativamente reciente. Uno de los trabajos a considerar ya como clásico por su repercusión en otros estudios, es el informe de (Gibson & Stewart, 2009), pues pone en consideración toda una serie de parámetros clave en la observación de festivales en el rural que otras autoras y autores han seguido después: desde la definición sobre qué es un festival 6 a su sentido para las comunidades locales (como valor para la construcción pero también en el conflicto y la división interna en la comunidad). Desde las formas de financiación al debate requerido sobre análisis necesarios respecto al exceso de festivales (Hjalager et al., 2018; Luonila & Kinnunen, 2019). O también desde la cuestión del voluntariado hasta el cambio generacional en festivales de extensa trayectoria (Gibson et al., 2009).
Nos acercaremos aquí a literatura más reciente sobre festivales con un claro enfoque desde los estudios rurales. En una primera aproximación a la delimitación, algunas propuestas cuestionan, de entrada, la especificidad de los festivales en espacios rurales. (Catanzaro & James, 2018) apuntan hacia el desdibujamiento de lo urbano y lo rural, en el sentido de que los festivales son una extensión, una traslación, de un evento urbano (Catanzaro et al., 2018). Un cuestionamiento que conecta con aspectos más amplios de la comercialización de los espacios rurales para el uso y consumo de los habitantes de las ciudades (Perkins, 2006). El aprovechamiento del territorio con fines más o menos lucrativos provoca también tensiones en el ámbito de los festivales rurales. Tal como apuntábamos anteriormente sobre las políticas culturales, se polemiza entre los objetivos de lucro y aquellos más comunitarios en la producción y oferta de festivales (Hjalager et al., 2018). En este conflicto, el grado de participación y de comercialización de los festivales incide en la generación de un mayor o menor clima de desarrollo de los territorios. No obstante, también se apunta que aunque un excesivo foco en la comercialización puede provocar efectos negativos en la sostenibilidad más social y comunitaria, la imbricación con los negocios no puede ser obviada (Balfour et al., 2018). Todavía sobre el foco en las formas de participación, se han comparado modelos más cercanos a la emprendeduría con otros más acordes con la participación comunitaria. (Mahon et al., 2019) comparan dos modelos de festivales y sus consecuencias para el desarrollo. Por un lado, exponen el caso de éxito desde la emprendeduría con sus límites cuando se producen recortes en la financiación, puesto que el objetivo suele ser el lucro. Y, por el otro lado, el modelo de participación comunitaria tiene que limitar su alcance de crecimiento pero genera un modelo de satisfacción y bienestar entre la ciudadanía que, sin embargo y según los autores, resulta más difícil de medir (Mahon et al., 2019).
Ante la proliferación de festivales en los últimos tiempos, autoras como (Mair & Duffy, 2018) se preguntan también en cuanto a su utilidad para el desarrollo comunitario y, desde otro enfoque, por su capacidad de generar capital social, entendido éste bajo el marco de Putnam (2000) y la triple conexión social del bonding (cohesión), bridging (puentes) y linking (vínculos jerárquicos). A través de la celebración de festivales, las autoras destacan el fortalecimiento de la cohesión interna junto a ciertos resultados más tímidos en el establecimiento de puentes con otros colectivos o vínculos con otras instituciones; esto último bajo la opinión de las entidades organizadoras o de los gobiernos locales (Mair et al., 2018). En otra dimensión de las relaciones sociales y el vínculo con el espacio, este elemento anterior se suma al refuerzo de aspectos identitarios y de autoestima hacia el territorio, (Querol, Ginés, Aparici, & Lloria, 2016).
Finalmente, otros trabajos observan cómo las visiones demasiado localistas en el ámbito rural se manifiestan como un factor de freno cuando se trata de generar cierto dinamismo cultural. En este sentido, resulta muy revelador el análisis deSantos-Silva et al. (2018) del proyecto Comédias en Portugal. En este análisis destaca la capacidad de elevar el enfoque a una dimensión supralocal de los proyectos culturales, con capacidad de generar una masa crítica -muy necesaria en espacios de baja densidad- con entidad para transformar el territorio. Además, se incide en una necesaria ruptura de ‘falsas dicotomías’: entre aspectos instrumentales e intrínsecos de la cultura, o entre formación para la cultura y disfrute de la misma. Dicha quiebra de fronteras un tanto estériles permite generar ofertas con múltiples dimensiones y de mayor plasticidad para mover al dinamismo social y cultural (Santos-Silva et al., 2018).
El análisis siguiente se circunscribe al territorio de la provincia de Castellón, la demarcación con los mayores desequilibrios demográficos de la Comunidad Valenciana, altamente condicionada por una concentración de infraestructuras, servicios y recursos en la zona costera mediterránea y el área metropolitana de la capital. Su población en 2018 es de 576.898 habitantes, concentrándose en el área metropolitana y de costa el 85,2% de la población.
Para el presente análisis se ha llevado a cabo un trabajo exploratorio de identificación y categorización de festivales a través de la red. El resultado final es el registro de 152 festivales en el año 2018. La identificación de los festivales parte de un primer listado elaborado para la I Jornada sobre Eventos Culturales y Festivales La Discontinua (García & Trilles, 2018). El listado ha sido revisado, con la ampliación de eventos identificados, por un lado. Por otro lado, se han registrado e identificado una serie de variables (municipio rural o urbano, ámbito artístico, número de ediciones, financiación o su naturaleza lucrativa o no). La identificación de festivales se ha hecho a través de internet, a través de una búsqueda exhaustiva para cada uno de los 135 municipios de la provincia. Se han usado la palabras clave nombre del municipio, nombre de la comarca, festival, programación, cultura, jornada(s), arte, música, teatro, danza, literatura, pintura, fotografía, artes plásticas, clásica, jazz, folk, rock, metal… Estas palabras clave se han introducido en diferentes combinaciones, tanto en valenciano como en castellano y en posibles derivaciones de la palabra. Además de los resultados arrojados por los buscadores, los espacios de internet en que se ha incidido son las páginas web de cada municipio, las páginas web de los festivales, las páginas de Facebook de los festivales, las páginas web de las asociaciones culturales o las páginas de Facebook de las asociaciones culturales, entre otras. La búsqueda se realiza en la primavera de 2019 y el resultado son los referidos 152 festivales para el período de enero a diciembre de 2018.
Sobre la delimitación de festival se ha tenido en cuenta alguna definición de la literatura más reciente. Aunque algunas autoras se decantan por una delimitación laxa y por eventos catalogados como únicos y generadores de una experiencia holística ; un criterio de identificación distinto es el de Gibson y Stewart , que incluye el
uso de la palabra festival en el nombre del evento; sea un evento irregular, puntual, anual o semestral; el énfasis en celebrar, promover o explorar algún aspecto de la cultura local, o ser un punto de convergencia inusual para las personas con una determinada actividad cultural, o de una identificación de subcultura específica. 7 (Gibson et al., 2009)
Éste último criterio se adapta a la selección aquí realizada. En ella se incluyen eventos culturales cercanos a la idea de festival o ciclo, sea de música, artes escénicas, danza, literatura… Quedan fuera los concursos y certámenes literarios, musicales… como tampoco se contemplan las ferias de libro más institucionales (feria del libro de la ciudad o municipio, del ‘libro antiguo y de ocasión’…). No se incluyen en el registro las ferias y muestras de artesanía, gastronomía, etnología… Finalmente, las semanas o jornadas culturales a incluir deben tener un componente asimilable a los festivales: una programación artística con capacidad de mantener cierta identidad e innovar en cada edición.
En cuanto a la categorización de los festivales se ha seguido el criterio que describimos a continuación. Sobre el territorio en que se celebra, el ámbito rural o urbano ha quedado delimitado como rural para los municipios incluidos en las zonas Leader del período 2014-2020 en la provincia de Castellón. La categorización en disciplinas artísticas debía cumplir que el eje principal del festival fuese una de las disciplinas. En caso contrario, se categorizaba como diversas. El apoyo público en la financiación de este tipo de eventos es muy común, bien sea por su impulso directo por parte de una institución pública, bien sea por el apoyo a iniciativas de la sociedad civil o a empresas privadas. En este campo se ha tratado de recoger la diversidad de instituciones que dan apoyo a los festivales en la provincia.
Otro aspecto importante ha sido la naturaleza lucrativa o no del festival. En este sentido, el ánimo de lucro quedaba claro al profundizar, en el proceso de identificación de festivales, en la información sobre las formas de gestión e interés empresarial del festival. Encontramos muchos casos en que puede haber, por ejemplo, la habitual cesión en la venta de bebidas en barra, con un beneficio directo para una entiddad asociativa o un colectivo sin ánimo de lucro; además, se produce un impacto indirecto en restauración, comercios o alojamiento motivados por el evento. Aún con todo, el objetivo del festival no se refleja en estos casos en un balance de beneficios sobre los que se lucra una empresa.
Finalmente, el número de ediciones refleja tanto la trayectoria histórica como la capacidad de renovación. Para ello se han agrupado el número de ediciones entre aquellas nuevas (1 a 5 ediciones); en fase de consolidación (6 a 10 años); festivales ya consolidades con más de una década (11 a 20 ediciones) y, finalmente, eventos de larga trayectoria y con implicaciones más evidentes en el cambio generacional (más de 20 ediciones).
Para el análisis visual territorializado, el resultado del registro de festivales se ha plasmado en mapas de la provincia de Castellón con delimitación municipal. Para ello se ha utilizado la herramienta online https://www.datawrapper.de/.
La distribución de festivales en un territorio nos puede dar algunas claves sobre las tendencias culturales en el espacio vinculadas a la celebración de este tipo de eventos. En la costa donde se encuentra la capital y el municipio de Benicàssim altamente especializado en festivales, se concentran la tercera parte de todos los festivales de la provincia (56). Prácticamente todos los municipios urbanos celebran algún festival y aquellos municipios rurales cercanos a áreas urbanas también programan algún evento cultural de esta naturaleza. En medio queda un corredor vacío que, junto a los extremos en el oeste de la provincia, completan la total ausencia de este tipo de eventos. La zona suroeste manifiesta el área de mayor inaccesibilidad a festivales de toda la provincia. Por otro lado, destaca una franja de municipios de interior en la zona norte que celebran 2, 3 o 4 festivales durante el año.
El fenómeno de los festivales culturales se produce en el territorio de forma diversa. Es así que la distribución de festivales responde solo en parte a lógicas demográficas, de infraestructuras y servicios. Tal como se observa en la Figura 1, la proliferación de festivales se da en la zona de la costa mediterránea. A través de los datos de esta radiografía cuantitativa se muestra cómo se produce una concentración clara en la capital de la provincia y en la zona costera. No obstante, encontramos cierta expansión que, a modo de mancha de aceite llega a la primera línea de los municipios rurales de interior. La celebración de festivales en esta franja más cercana a los municipios urbanos de la costa responde a poblaciones pequeñas, pues sólo uno de los 17 municipios rurales supera los 3.000 habitantes y 13 de ellos tienen una población inferior a 1.000 habitantes. Este hecho ya muestra el desequilibrio poblacional entre rural y urbano en este territorio al tiempo que indica una tendencia respecto a la capacidad organizativa de dichos municipios. La misma tónica se produce en la mancha que se extiende en la zona norte, de los 12 municipios que celebran festivales 3 superan los 2.000 habitantes y 8 municipios están por debajo de los 1.000 habitantes. En el sur encontramos que celebran festivales 4 municipios instalados sobre el eje viario de la Autovía Mudéjar que conecta la Comunidad Valenciana con Aragón. En esta última zona, encontramos un municipio rural grande como es Segorbe (8.978 habitantes) y otros dos de tamaño inferior a los 1.000 habitantes. El municipio interior que queda aislado en cuanto a cualquier continuidad física en el mapa y celebrando 1 festival tiene una población de 614 habitantes.
Fuente: elaboración propia
De entre las distintas disciplinas artísticas categorizadas, los festivales de música suponen más de la mitad de todos los festivales. La música ejerce su dominio artístico en el formato de festival. El resto de artes se distribuyen en porcentajes menores entre los que destacan los festivales híbridos que reúnen varias disciplinas (13%) y los festivales de teatro (13%). El cine (6%) y los festivales de artes plásticas (5%) tienen también presencia en la oferta provincial.
Fuente: elaboración propia
La siguiente figura muestra los géneros artísticos de mayor implantación en el formato de festivales registrado en este trabajo. La capital, Castelló de la Plana, y el municipio limítrofe de Benicàssim siguen aglutinando el mayor volumen de propuestas musicales. En la franja interior destaca Morella en la zona norte, que mantiene una apuesta por festivales de música clásica en temporada estival. En el sur, el municipio rural de Segorbe, el de mayor población del todo el interior de la provincia, celebra 3 festivales de música.
En cuanto a la programación en arte dramático, la oferta en festivales de teatro se concentra en la capital y algunos municipios de alrededor. Tan solo Peñíscola en la costa norte y Vilafranca en el interior organizan festivales de teatro fuera de dicha concentración.
Fuente: elaboración propia
A parte de la distribución en el espacio y la frecuencia de unos u otros géneros artísticos, un factor que nos puede indicar sobre las políticas culturales en el ámbito de los festivales es la naturaleza y financiación de los mismos. En este sentido, del total de festivales observados, 9 de los 11 que se identifican con un claro ánimo de lucro se celebran en el ámbito urbano 8 . En los 141 restantes su objetivo no es el lucro y juegan un papel fundamental las diversas instituciones que dan apoyo en su promoción y financiación. De entre ellos, cabe significar los 20 festivales cuyo promotor es la sociedad civil y mucho más presentes en las áreas rurales (13 casos) que en las urbanas (6) 9 . Además, funcionan de forma autofinanciada 3 festivales de la provincia (2 de ellos en el ámbito rural).
Tal como se observa en la Tabla 1, las diversas administraciones e instituciones que impulsan y apoyan los festivales nos permiten también observar –en todos aquellos que ha sido posible identificar los apoyos en la financiación- el peso de lo público en términos de apoyo a número de festivales. 70 festivales son apoyados de forma exclusiva por sus ayuntamientos que, además, dan soporte económico junto a otras instituciones en casi 20 festivales más. El peso del apoyo municipal es similar en el ámbito urbano y rural (alrededor del 59%), así tanto los consistorios de ciudades como de pueblos son instituciones clave en la financiación de festivales. Por otro lado, la Diputación de Castellón apoya un mayor número de festivales en los municipios rurales que en las ciudades; mientras que la Generalitat financia más iniciativas en las ciudades. Y lo hacen tanto de forma exclusiva como junto a otras administraciones y entidades. La Universitat Jaume I, en su política cultural, también impulsa iniciativas, tanto de forma exclusiva como en colaboración con otras instituciones.
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Urbano (79) |
Rural (39) |
Rural y Urbano (2) |
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Ayuntamiento |
59,5% |
59,0% |
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Diputación |
3,8% |
7,7% |
|
Generalitat |
6,3% |
2,6% |
|
Ayuntamiento-Diputación |
2,5% |
12,8% |
|
Ayuntamiento-Generalitat |
1,3% |
0,0% |
|
Diputación-Generalitat |
1,3% |
2,6% |
|
Diversas administraciones |
7,6% |
5,1% |
50,0% |
Autofinanciado |
1,3% |
5,1% |
|
Privada |
5,1% |
0,0% |
|
Pública y Privada |
7,6% |
5,1% |
|
Universitat Jaume I |
3,8% |
0,0% |
50,0% |
|
100,0% |
100,0% |
100,0% |
Fuente: elaboración propia
Por último, la solidez de estas propuestas en el tiempo se ha contabilizado en base al número de ediciones. Por un lado, existen festivales de larga tradición en la provincia, y uno de cada diez tiene al menos 2 décadas de trayectoria, tanto en los espacios rurales como en los urbanos. Ahora bien, la renovación de propuestas es más elevada en las áreas rurales -61,4% frente al 41,8%- con aquellas que comenzaron en el último lustro. Los festivales en fase de consolidación también están más presentes dentro del conjunto de los programados en las áreas urbanas. Por otro lado, aquellos con mayor experiencia acumulada tienen un peso relativo similar en los dos ámbitos.
|
Urbano |
Rural |
---|---|---|
1 a 5 |
41,8% |
61,4% |
6 a 10 |
25,3% |
13,6% |
11 a 20 |
20,3% |
13,6% |
21 o más |
12,7% |
11,4% |
Fuente: Elaboración propia
En términos generales, tanto en el ámbito rural como en el urbano, se producen las mismas tendencias en cuanto a distribución de géneros artísticos en la oferta de festivales. La extensión de la tipología urbana de festivales en el resto del territorio parece tener sentido, sobre todo si nos fijamos en cómo la categoría de festivales de música se replica en los espacios rurales. Por otro lado, siendo la oferta en el resto de disciplinas significativamente menor, se da una concentración más elevada de la oferta minoritaria alrededor de la capital de provincia y con iniciativas puntuales en el ámbito rural.
Con todo, queda claro que aún existiendo una clara concentración de oferta en 2 municipios urbanos (Castelló de la Plana y Benicàssim) y presencia en casi toda el área categorizada como urbana, la organización de festivales no es exclusiva de los espacios más poblados. La expansión de este tipo de eventos en un territorio merece, pues, cierta atención sobre la oferta en espacios amplios a los que, dada la intensa movilidad, provocan una accesibilidad más cercana y efectiva desde otros municipios también rurales. Y ello en un sentido que va más allá de la mera reproducción de la capital de referencia como escenario central y casi exclusivo para la oferta cultural. La distribución de festivales más equilibrada en el territorio muestra una pulsión cultural desde una iniciativa habitualmente local que configura un mapa salpicado de oferta en diversas áreas de toda la provincia. Cabe subrayar, no obstante, cómo quedan bastante aislados del acceso a la oferta de festivales en la zona interior-sur de la provincia y en un contexto de municipios de muy baja población, un hecho que identifica una brecha cultural en el acceso para la ciudadanía de un área significativa del territorio.
En el soporte financiero de los festivales, prácticamente todos (98%) reciben algún tipo de apoyo económico. La supervivencia y crecimiento de los festivales depende, pues, de algún apoyo institucional público o privado. Así, la hibridación de iniciativas con múltiples formas de organización y apoyo revierte en las posibilidades de continuidad de los festivales, tal como indica Scott (2000). En nuestro caso, existe un enorme peso de la iniciativa local marcada por el apoyo de los ayuntamientos, un indicador que muestra la dependencia de los municipios en la política cultural. Además, fortalece la idea de una elevada autonomía local a la hora de apoyar este tipo de eventos. Sin embargo, esta hegemonía local también indica la debilidad de una visión supramunicipal, de generación de territorios de acceso más amplios e inclusivos y con una masa crítica interna suficiente (Santos-Silva et al., 2018). La falta de articulación y diálogo entre municipios en su programación que se deduce de estas políticas más localistas puede estar perdiendo la capacidad de generar un capital social supralocal, de nuevas sinergias entre pueblos, programadores, asociaciones y artistas. Un grado de articulación en lo cultural y en los festivales todavía escaso, aunque de sumo interés por su potencial, en espacios de baja densidad.
Por otro lado, el mayor peso de la sociedad civil en la organización de festivales en los pueblos del rural castellonense apunta también hacia una mayor importancia de lo comunitario y, en consecuencia, de un apuntalamiento de la cohesión social a través de los procesos de creación y organización de festivales. Un fenómeno que puede contener el potencial de atraer nuevos pobladores a dinámicas propias del municipio. También el grado de intervención participativa o de ánimo de lucro de los festivales incide en la generación de un mayor o menor clima de desarrollo de los territorios. Tan sólo 2 festivales manifiestan un claro ánimo de lucro en las áreas rurales, apuntando también hacia una inmensa mayoría de modelos de festival que redundan en la satisfacción y bienestar de la ciudadanía (Mahon et al., 2019). La tensión entre los objetivos de lucro y los comunitarios parecería decantada hacia esta segunda, con las implicaciones que ello pueda tener para el crecimiento de los festivales. Su sostenibilidad en el tiempo, no obstante, nos indica una mayor renovación en los espacios rurales por el peso de los festivales más jóvenes. En el otro extremo encontramos, también en el rural, festivales que mantienen líneas de continuidad superiores a dos décadas. Un hecho éste que conlleva cambios generacionales en la organización y procesos de negociación sobre los modelos de gestión, la oferta a programar y los públicos destinatarios. Si la sangría demográfica en las décadas anteriores es un hecho constatado, también lo es la capacidad de resistencia de estos festivales en el tiempo. En este sentido, cabe interpretar cómo en muchos casos la movilidad y la articulación entre residentes y población flotante han mantenido y adaptado los festivales a los nuevos escenarios socioeconómicos. Un hecho que subraya la necesaria plasticidad de la sociedad civil y de las instituciones de los municipios rurales en la organización de festivales bajo un contexto continuado de declive demográfico.
Los festivales culturales en la provincia de Castellón muestran una distribución que, si bien indica una concentración de este tipo de eventos en el área metropolitana de la capital, es muy ilustrativa sobre la vitalidad de los espacios rurales.
En estrecha relación con la revisión teórica realizada podemos concluir que la inclusión en los calendarios de los municipios rurales de festivales fomentan, en primer lugar, expresiones o interpretaciones artísticas de actualidad. Por otro lado, la generación de nuevos hitos en el calendario pueden intensificar los flujos y los encuentros bajo una atmósfera cultural. En tercer lugar, dada la naturaleza de muchos de los procesos de creación y organización de eventos registrados en los espacios rurales, éstos pueden fortalecer el capital social, cuanto menos a través de la cohesión de la comunidad.
La propia naturaleza atomizada de los festivales en los espacios rurales del territorio de Castellón que hemos observado nos impulsa a preguntarnos sobre la necesidad de una articulación supramunicipal en este sentido. Si bien parece claro que los festivales consiguen una cierta cohesión interna (Mair et al., 2018), bien de organizadores o bien de públicos, la programación en un nivel exclusivamente local puede establecer una competencia entre municipios por públicos poco justificada en términos de desarrollo territorial. Más si cabe cuando la intensa movilidad en el territorio, y partiendo de espacios de baja densidad, justificaría políticas culturales territoriales capaces de generar y articular eventos y proyectos culturales de mayor calado y sobre un calendario que contemple la accesibilidad desde diversos puntos. Esta capacidad de atracción regional (Markusen et al., 2010) comprende una estrategia en el medio y largo plazo que genera mayores flujos de visitas en las segundas residencias y desde municipios vecinos o las ciudades de referencia.
Este trabajo, tomando una de las intenciones de Scott et al., ha tratado de «avanzar en el pensamiento sobre lo rural a través de diálogos más amplios sobre cultura» 10 (Scott et al., 2018). O, al menos, poder partir de una radiografía de los festivales que se están produciendo sobre este territorio, las posibles implicaciones para la accesibilidad a la cultura y su potencial para el desarrollo de estos espacios. En la parte más creativa de las políticas culturales, Bell et al. (2010) apuntan la necesaria conexión entre «la economía del conocimiento, las agendas de inclusión social y la política cultural, y ello para equilibrar las competencias (en ocasiones conflictivas) del desarrollo cultural y el desarrollo económico» 11 (Bell et al., 2010).
El dinamismo socioeconómico y laboral de las áreas rurales ha sido uno de los grandes temas en la sociología rural y el factor cultural con programaciones artísticas contemporáneas también ha sido observado en los últimos tiempos. Vivir en espacios con accesibilidad a cierta socialización cultural puede convertirse en un atractivo significativo para fijar el lugar donde vivir. En este sentido, el acceso a un calendario de festivales culturales puede ser un ingrediente no desdeñable para la construcción de imaginarios sugerentes de la vida en el ámbito rural. Este acceso ya no se entiende tanto como un dispendio para unos pocos y pocas -los habitantes de los pueblos- sino como respuesta a la necesidad de justicia social (Throsby, 2017). O también del cumplimiento de unos derechos de ciudadanía (, 2019) tan presentes en los movimientos y manifestaciones en respuesta al fenómeno de la España Vaciada. Son todas ellas reivindicaciones que exigen, cada vez con mayor claridad, el cambio del enfoque territorial concentrador actual por una distribución que no se queda en la demanda de servicios básicos.
La radiografía empírica presentada ha mostrado aspectos importantes sobre la distribución de los festivales culturales. Sin embargo, contiene limitaciones obvias y la continuidad de este análisis requiere de un trabajo longitudinal capaz de observar la evolución de los festivales en este contexto territorial. También, en otro plano, un trabajo cualitativo identificando los grados de cohesión, tensiones… así como los discursos de los diversos actores y de la ciudadanía sobre los festivales culturales.
El bienestar de la sociedad, también en las áreas rurales, comprende el acceso a una vida plena contemporánea. Los eventos culturales son un elemento vital en la proyección de muchas vidas y con extraordinario potencial para la lucha contra la despoblación. En esta lucha, los derechos de ciudadanía y la igualdad entre los habitantes de unos y otros espacios se convierten en condiciones cada vez más inaplazables. Una igualdad que, en el caso de ahondar claramente en los derechos de ciudadanía de quienes habitan espacios rurales y de su acceso a servicios básicos, también los culturales, dará pasos hacia territorios más equilibrados.
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