Sección monográfica/ Monographic section

DOI: 10.22325/fes/res.2021.43

Desigualdad persistente, pero no un techo de cristal. Sobre género y autoridad en el trabajo


Persistent inequality, but not a glass ceiling: On gender and workplace authority


Miguel Caínzos ORCID

Universidad de Santiago de Compostela, España miguel.cainzos@usc.es

Revista Española de Sociología (RES), Vol. 30 Núm. 2 (Enero - Abril, 2021), a43. pp. 1-41. ISSN: 1578-2824


Recibido / Received: 08/05/2020
Aceptado / Accepted: 23/02/2021





RESUMEN

El objetivo del artículo es estudiar las desigualdades de género en autoridad en el trabajo en España, tomando como punto de partida las aportaciones de Erik Wright. Se describe la magnitud, forma y variación temporal de esta desigualdad y se pone a prueba la hipótesis del “techo de cristal”, es decir, la hipótesis de que la desventaja relativa de las mujeres es mayor en los niveles más altos de la jerarquía de autoridad que en los inferiores. Los datos proceden de la “Encuesta de Estructura, Conciencia y Biografía de Clase” (1991), la “Encuesta Sociodemográfica” del INE (1991), la “Encuesta de Calidad de Vida en el Trabajo” (1999-2004) y varias submuestras anuales de la “Encuesta de Población Activa” (2006-2013). Se concluye que, en España, hombres y mujeres tienen probabilidades desiguales de ocupar posiciones de autoridad, pero la evidencia disponible no respalda la hipótesis del “techo de cristal”.

Palabras clave: Autoridad en el trabajo, brecha de género, techo de cristal, desigualdad de género, Erik Wright.



ABSTRACT

The aim of this article is to study gender inequality in workplace authority in Spain, taking Erik Wright’s contributions as a starting point. I describe the magnitude, shape and temporal variation of inequality in Spain and I test the “glass ceiling” hypothesis, i.e., the hypothesis that women face a more intense disadvantage at highger levels of the authority hierarchy than at the bottom. I use data from the “Survey on Class Structure, Class Consciousness and Class Biography” (1991), the “Socio-demographic Survey” (1991), the “Survey on Quality of Life at Work” (1999- 2004) and serveral annual subsamples of the “Labour Force Survey” (2006-2013). It is concluded that in Spain men and women have unequal probabilities of holdiing authority positions at the workplace, but evidence does not support the “glass ceiling” hypothesis.

Keywords: Workplace authority, gender gap, glass ceiling, gender inequality, Erik Wright




Erik Wright es célebre por sus contribuciones a la teoría marxista, al análisis de clase y al diseño institucional de “utopías reales”, pero hizo aportaciones a otros campos de la sociología, incluyendo el de las desigualdades de género. Entre ellas, destacan sus investigaciones sobre la desigualdad entre hombres y mujeres en el acceso a posiciones de autoridad en el trabajo.

En este artículo, además de glosar los trabajos de Wright sobre la “brecha de género” en autoridad y sobre el “techo de cristal”, se los tomará como modelo, replicando sus análisis con datos sobre España que cubren un amplio período temporal. Con ello, además de rendir homenaje a un gran científico social y a una persona cuya generosidad, entusiasmo y candor son inolvidables, se pretende contribuir al conocimiento de este aspecto de las desigualdades de género en España. Concretamente, se intenta responder a tres preguntas: 1) ¿cuál es la magnitud de la desigualdad entre hombres y mujeres en el acceso a posiciones de autoridad en el trabajo en España, considerada en términos comparativos?; 2) ¿qué cambios ha experimentado en las últimas décadas, si es que realmente ha cambiado?; y 3) ¿sigue esa desigualdad el patrón que está implícito en la metáfora del “techo de cristal”?

El artículo está organizado en cuatro secciones. En la primera, se resumen las aportaciones de Wright. En la segunda, se presentan los datos, variables y procedimientos utilizados en análisis cuyos resultados se presentan en la tercera sección. Cierra el artículo una breve sección de conclusiones.


WRIGHT, LA “BRECHA DE GÉNERO” Y EL “TECHO DE CRISTAL”


Entre finales de la década de los setenta y principios de los noventa se publicaron bastantes estudios que acreditaban la existencia de una importante “brecha de género” en autoridad, proponían y evaluaban factores y mecanismos que podrían explicarla, y estudiaban algunas de sus consecuencias. Muchos de ellos eran estudios de caso sobre una organización o análisis de una muestra de empleados en un sector o profesión, siendo una minoría los que se basaban en muestras representativas de la población asalariada; la carencia de estudios comparativos era casi absoluta. Por otra parte, si bien el uso del término “techo de cristal” se fue haciendo cada vez más común en esos estudios, se usaba básicamente como una metáfora sugerente para designar la desventaja femenina en el acceso a puestos de autoridad, sin especial precisión acerca de la imagen de la desigualdad que comportaba1.

En este contexto, los trabajos de Erik Wright hicieron una doble contribución: introdujeron una perspectiva comparativa y proporcionaron una formulación precisa y una contrastación sistemática de la hipótesis del “techo de cristal”2.

Por un lado, Wright (1997) y Wright et al. (1995) estudiaron la “brecha de género” en autoridad en siete países (Estados Unidos, Canadá, Australia, Reino Unido, Noruega, Suecia y Japón), desvelando la existencia de diferencias notables en su intensidad y poniendo a prueba posibles explicaciones de las mismas. En la vertiente descriptiva, su análisis sacó a la luz una pauta de variación inesperada: con independencia de la dimensión estudiada y la medida utilizada, el nivel de desigualdad en acceso a posiciones de autoridad era menor en los países anglófonos, sobre todo en Estados Unidos y Australia, bastante mayor en los escandinavos y enorme en Japón. Con la excepción del caso japonés, esta pauta no encajaba con el grado de desigualdad de género esperable en cada uno de estos países.

Una vez establecido el fenómeno, Wright trató de explicarlo. Tras haber ponderado y descartado explicaciones alternativas (en términos de efectos de composición de la mano de obra masculina y femenina (en particular, según su capital humano), de la “ideología de género” predominante, del grado de “igualitarismo de género” cristalizado en normas legales, de la presencia de mecanismos institucionales dirigidos a promover la igualdad en el ámbito laboral y del grado de segregación ocupacional), concluyó que la mejor explicación radica en la combinación de dos factores. Uno es el peso relativo que tienen las posiciones de autoridad en la composición de la población ocupada. El otro es la fuerza y, sobre todo, la orientación del movimiento feminista, caracterizada esta última por el tipo de demandas que el feminismo priorizó históricamente en cada país, algo estrechamente relacionado con su “cultura política” y con los principios orientadores de su “régimen de bienestar” (grado de liberalismo y de desmercantilización). La “brecha de género” es menor allí donde hay más posiciones de autoridad en la estructura ocupacional (sobre todo, Australia y Estados Unidos) y donde las reivindicaciones feministas, cristalizadas en políticas públicas, han priorizado la promoción de políticas de igualdad de oportunidades y contra la discriminación laboral en el sector privado (países del “régimen liberal”). Por el contrario, es mayor donde hay menos posiciones de autoridad (Japón y los países escandinavos) y donde el movimiento feminista es débil (Japón) o, en consonancia con una “cultura política” estatista, se ha concentrado históricamente en demandar al Estado servicios y prestaciones (licencias parentales, beneficios por hijos, guarderías públicas, servicios sociales) que favorezcan la conciliación del trabajo y la vida familiar y faciliten el empleo de las mujeres (países escandinavos).

Estudios comparativos posteriores han arrojado en general resultados congruentes con los de Wright (Rosenfeld, Van Buren y Kalleberg, 1998; Birkelund y Sandnes, 2003; Mandel y Semyonov, 2006; Yaish y Stier, 2009; Abendroth, Maas y Van der Lippe, 2013). Su explicación de las variaciones en la fuerza de la “brecha de género” apuntaba directamente a “paradojas del estado de bienestar” y suponía una llamada de atención sobre la necesidad de considerar separadamente las distintas facetas de la desigualdad de género y analizar los trade-offs que pudieran existir entre los efectos que tienen en cada una de ellas las políticas públicas, que pueden mejorar la situación de las mujeres en un aspecto (por ejemplo, facilitando su participación laboral, sobre todo en empleos flexibles y familyfriendly en el sector público) a costa de empeorarla en otros (por ejemplo, aumentando sus dificultades para acceder a posiciones de autoridad, sobre todo en el sector privado). Estas paradojas y trade-offs han recibido gran atención en la literatura posterior (Birkelund y Sandnes, 2003; Albrecht, Björklund y Vroman, 2003; Albrecht, Skogman Thoursie y Vroman, 2015; Hakim, 2004; Mandel y Semyonov, 2006; Henrekson y Stenkula, 2009; Mandel, 2009, 2011; Korpi, Ferrarini y Englund, 2013).

Por otra parte, en el mismo trabajo, Wright (1997) hacía un primer intento de comprobar si en los países estudiados había un efecto de “techo de cristal”, convirtiendo esta metáfora en una hipótesis precisa y contrastable acerca de qué pauta sigue la desigualdad entre sexos en el acceso a puestos de autoridad. Así entendida, la noción de “techo de cristal” postula la existencia de una pauta de intensificación progresiva de la desigualdad en virtud de la cual la desventaja femenina aumenta según se accede a niveles más altos de la escala de autoridad, debido a la acción de filtros o mecanismos de exclusión de las mujeres cada vez más selectivos.

En esta línea, Cotter, Hermsen, Ovadia y Vanneman (2001) estipularían poco después los siguientes criterios para identificar un “efecto del techo de cristal”: existencia de una desigualdad que no es explicable por otras características relevantes del empleado; mayor intensidad de la desigualdad para niveles superiores de un resultado que para niveles inferiores del mismo; foco en la desigualdad en las oportunidades de avance o entrada a niveles superiores; e intensificación de la desigualdad a lo largo de la carrera laboral.

En principio, la estrategia óptima para comprobar si se cumplen estos criterios sería analizar datos longitudinales sobre las trayectorias laborales de hombres y mujeres. Careciendo de ellos, Wright (1997) pone a prueba la hipótesis indirectamente con datos transversales: por un lado, comparando los efectos del género sobre una medida dicotómica de autoridad y sobre una escala ordinal que diferencia diez niveles; por otro, comparando la intensidad de la “brecha de género” estimada para todos los asalariados y para aquellos que tienen autoridad en algún grado. En ambos casos, si hubiese un “techo de cristal”, el segundo efecto (el estimado para la escala de autoridad y el estimado para los empleados con autoridad) debería ser mayor. Los resultados desmentían esa expectativa.

En un trabajo posterior, Baxter y Wright (2000) aquilataron su estrategia de contrastación de la hipótesis del “techo de cristal”, adoptando un planteamiento más riguroso y complejo, aunque todavía basado en datos transversales, en este caso datos de los años 80 y 90 para Estados Unidos, Australia y Suecia.

La estrategia seguida ahora consistía en hacer una doble comparación: primero, comparando las probabilidades de hombres y mujeres de ocupar la posición superior en todos los pares formados por niveles de autoridad adyacentes entre sí; y, a continuación, comparando la intensidad de la desigualdad que se había puesto de manifiesto en todas y cada una de aquellas comparaciones. La evidencia es favorable a la hipótesis del “techo de cristal” si a) la desventaja femenina es más intensa cuando la comparación afecta a niveles adyacentes que se encuentran más arriba en la jerarquía que cuando afecta a niveles situados más abajo; y b) esa intensificación se produce de modo consistente a medida que se asciende en la jerarquía (es decir, no se da en una región particular de la jerarquía, sino cada vez que la comparación se mueve hacia arriba)3. Si no se cumplen estas condiciones, no hay base empírica para afirmar que existe un “techo de cristal”.

Aplicando este enfoque, Baxter y Wright (2000) concluyeron que en ninguno de los tres países que estudiaron había rastro alguno del “techo de cristal”. En Estados Unidos, la desigualdad tenía su máxima intensidad en la comparación entre los niveles más bajos de la jerarquía; en Suecia y Australia había leves indicios de un “cuello de botella” en los niveles intermedios, pero no de intensificación de la desventaja femenina en los niveles más altos.

Aunque limitado por el uso de datos transversales y no exento de críticas (Ferree y Purkayastha, 2000; Britton y Williams, 2000; Purcell, MacArthur y Samblanet, 2010; cfr. Wright y Baxter, 2000), el análisis de Baxter y Wright (2000) supuso un hito en la investigación sobre las desigualdades de género en autoridad, tanto por su especificación precisa de la hipótesis del “techo de cristal” como por el establecimiento de criterios estrictos para su contrastación4.

Un buen modo de honrar la memoria de Erik Wright puede ser ir más allá de la glosa de su trabajo en este campo y replicar sus análisis en un contexto diferente. A ello se dedica el resto de este artículo.


DATOS, VARIABLES Y PROCEDIMIENTOS


Se han utilizado datos procedentes de cuatro fuentes.

La “Encuesta de Estructura, Conciencia y Biografía de Clase” (ECBC) (Carabaña et al., 1992) fue realizada en 1991 y formaba parte del proyecto comparativo liderado por Wright. Contiene información detallada sobre la posición de los asalariados en distintas dimensiones de las relaciones de autoridad, a partir de la cual se han construido cuatro variables, aplicando los mismos criterios que Wright (1997, pp. 362-363)5:

  • posición formal de autoridad (ocupación de un puesto al que nominalmente se atribuye autoridad en la organización), con dos versiones, una dicotómica y otra con seis categorías (puesto sin autoridad, de supervisión, y de dirección de cuatro niveles diferentes: bajo, medio, alto y muy alto);
  • capacidad efectiva de toma de decisiones (dicotómica: participación directa en la toma de decisiones, ya sea individual o colectiva, frente a ausencia de participación);
  • capacidad efectiva de sanción (dicotómica: influencia directa sobre el salario, el ascenso o la imposición de sanciones a otros empleados, frente a falta de influencia sobre todos estos aspectos);
  • índice dicotómico de autoridad (tener autoridad en al menos dos de las tres dimensiones anteriores, frente a tenerla solo en una o en ninguna).

Se usan estos datos para comparar la intensidad de la “brecha de género” en autoridad existente en España en 1991 con la que Wright encontró en sus análisis sobre otros países, así como para hacer una primera aproximación a la contrastación de la hipótesis del “techo de cristal”, siguiendo el modelo de Baxter y Wright (2000).

La “Encuesta Sociodemográfica” (ESD), realizada en 1991 por el Instituto Nacional de Estadística (INE,1993), también proporciona información sobre el grado de autoridad que ostentan los asalariados, distinguiendo cuatro tipos de puestos: empleado sin responsabilidad sobre otros empleados; supervisor o director de empleados (no cuadros); supervisor o director de cuadros; y supervisor o director general.

La “Encuesta de Calidad de Vida en el Trabajo” es una encuesta anual que el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales realizó entre 1999 y 20106; aquí se usarán los datos de su primera etapa (ECVT-I), que cubren el período 1999-2004 e incluyen una medida de autoridad formal que distingue empleados sin autoridad, supervisores y directivos.

Finalmente, se utilizarán datos de las submuestras anuales de la “Encuesta de Población Activa” (EPA) para el período 2006-20137. El INE aplica en ellas un cuestionario suplementario sobre “variables estructurales”, incluyendo una pregunta sobre autoridad con seis opciones de respuesta: empleado con jefes y sin subordinados; encargado, jefe de taller u oficina, capataz o similar; mando intermedio, con jefes y con subordinados; director de pequeña empresa, departamento o sucursal; director de empresa grande o media; y ocupado independiente, sin jefes y sin subordinados.

Los datos de estas encuestas, unidos a los de la ECBC, se usan para estudiar la evolución temporal de la intensidad de la “brecha de género” en autoridad (entendida en términos dicotómicos) a lo largo de dos décadas8. Además, se utiliza la información detallada contenida en la ESD (cuatro niveles de autoridad) y en la EPA (cinco niveles9) para contrastar la hipótesis del “techo de cristal” en dos momentos temporales distintos. Su gran tamaño muestral, unido en el caso de la EPA a la posibilidad de fundir datos de varios años, confiere a la prueba una gran potencia estadística.

Es importante subrayar que se analizan datos transversales para cuantificar las diferencias entre hombres y mujeres en cuanto a la probabilidad de ocupar posiciones de autoridad en determinados momentos temporales. No se hace un seguimiento de los flujos o movimientos a posiciones de autoridad o entre posiciones con distinto nivel de autoridad. Aunque la configuración del patrón de desigualdad existente en un momento determinado es la cristalización de los diversos procesos o transiciones que lo generan (ascensos, descensos, contrataciones externas, movimientos a otra empresa, al desempleo o a la inactividad), los datos no permiten observarlos directamente, sino tan solo hacer inferencias indirectas sobre ellos. Esto supone una limitación innegable, aunque, según sostuvieron Baxter y Wright (2000), no insalvable. Al mismo tiempo, se debe notar que los datos utilizados son representativos de toda la mano de obra asalariada (se ha descartado a los empleadores y empleados por cuenta propia), a diferencia de lo que ocurre en muchos estudios sobre el tema, que se centran solo en un sector, ocupación u organización.

Se han estimado modelos de regresión logística binomial, que toman como variable dependiente la distinción entre empleados sin autoridad y con autoridad (cuando se evalúa la magnitud de la “brecha de género”) o la contraposición entre dos niveles adyacentes en la jerarquía de autoridad (cuando se contrasta la hipótesis del “techo de cristal”)10. En todos los casos, se ha estimado tanto el “efecto bruto” del género como su “efecto neto”, controlando la influencia de otras variables que es esperable que estén relacionadas con la ocupación de posiciones de autoridad. Estas variables incluyen características personales, familiares y laborales de los empleados, características de su empleo y características de la organización en que están empleados. Las variables de control no son las mismas en todos los análisis; al pie de cada tabla de resultados se indicará qué variables se tiene en cuenta en cada momento11.


RESULTADOS


Magnitud: la “brecha de género” en España en 1991, en perspectiva comparada

Se ha replicado con datos de la ECBC (1991) los análisis de Wright (1997), a fin de obtener una estimación comparativa de la magnitud de la “brecha de género” existente en España hace tres décadas. La tabla 1 muestra los resultados para España, acompañando los reportados por Wright (1997, pp. 338-343) para siete países12. Concretamente, se presentan los coeficientes logísticos brutos y netos del género, sus errores típicos y una medida de la “brecha de género” (en lo sucesivo, DG, por “diferencial de género”) calculada a partir de los coeficientes, que varía entre +1 (máxima desigualdad a favor de los hombres) y -1 (máxima desigualdad a favor de las mujeres) y toma valor 0 cuando no hay desigualdad13.


Tabla 1. “Brecha de género” en el acceso a posiciones de autoridad en el trabajo circa 1990

A. Bruta (sin controles)
País1 Posición formal de autoridad2 Toma de decisiones3 Capacidad de sanción4 Índice dicotómico de autoridad5
b e.t. 1-exp(b) b e.t. 1-exp(b) b e.t. 1-exp(b) b e.t. 1-exp(b)
EE.UU. -0,54 0,13 0,42 -0,64 0,16 0,47 -0,60 0,14 0,45 -0,62 0,14 0,46
Australia -0,43 0,14 0,35 -0,32 0,14 0,27 -0,70 0,14 0,50 -0,58 0,14 0,44
Reino Unido -0,79 0,14 0,55 -0,82 0,17 0,56 -1,15 0,18 0,68 -0,98 0,16 0,62
Canadá -0,86 0,13 0,58 -0,75 0,14 0,53 -1,08 0,16 0,66 -1,07 0,15 0,66
Suecia -0,97 0,16 0,62 -0,70 0,20 0,50 -1,46 0,26 0,77 -1,61 0,24 0,80
Noruega -1,70 0,15 0,82 -0,91 0,15 0,60 -1,95 0,22 0,86 -1,98 0,20 0,86
Japón -3,21 0,43 0,96 -2,40 0,44 0,91 -2,85 0,47 0,94 -3,56 0,60 0,97
España -0,79 0,12 0,54 -0,61 0,13 0,46 -1,12 0,17 0,68 -1,22 0,16 0,70
B. Neta (con controles)
País1 Posición formal de autoridad2 Toma de decisiones3 Capacidad de sanción4 Índice dicotómico de autoridad5
b e.t. 1-exp(b) b e.t. 1-exp(b) b e.t. 1-exp(b) b e.t. 1-exp(b)
EE.UU. -0,48 0,17 0,38 -0,55 0,19 0,42 -0,51 0,17 0,40 -0,45 0,18 0,36
Australia -0,44 0,17 0,35 -0,51 0,17 0,40 -0,66 0,17 0,48 -0,60 0,17 0,45
Reino Unido -0,59 0,20 0,44 -0,72 0,22 0,51 -0,96 0,22 0,62 -0,70 0,21 0,50
Canadá -0,77 0,16 0,54 -0,84 0,24 0,57 -0,80 0,18 0,55 -0,87 0,18 0,58
Suecia -0,98 0,21 0,62 -0,85 0,24 0,57 -1,24 0,29 0,71 -1,54 0,27 0,79
Noruega -1,44 0,18 0,76 -0,95 0,18 0,61 -1,53 0,25 0,78 -1,70 0,22 0,82
Japón -3,29 0,53 0,96 -2,12 0,52 0,88 -2,51 0,52 0,92 -3,73 0,76 0,98
España -0,73 0,14 0,52 0,78 - 0,15 0,55 -0,93 0,19 0,61 -1,23 0,18 0,70

1 Las N varían ligeramente según la variable dependiente. Las correspondientes al índice dicotómico de autoridad son: Estados Unidos: 1.178; Australia: 1.006; Reino Unido: 1.051; Canadá: 1.424; Suecia: 985; Noruega: 1.415; Japón: 426; España: 2.443.
2 Posición formal de autoridad: valor 1: empleados en posiciones de supervisión y dirección de cualquier nivel); valor 0: empleados sin autoridad.
3 Toma de decisiones: valor 1: empleados que participan directamente en la toma de decisiones en el trabajo (no solo aconsejan); valor 0: empleados sin participación en decisiones.
4 Capacidad de sanción: valor 1: empleados con capacidad de influir en el salario, el ascenso o la sanción de sus subordinados; valor 0: empleados sin esa capacidad.
5 Índice dicotómico: valor 1: empleados con autoridad en al menos dos de las tres dimensiones; valor 0: empleados sin autoridad o con autoridad en una sola dimensión.
Las entradas de la tabla son coeficientes logísticos de la variable sexo (categoría de referencia: hombre), sus errores típicos, y diferenciales de género (1-exp(b)) calculados a partir de ellos. Todos son estadísticamente significativos, al menos, al nivel del 5% (p<0,05). Las variables de control son: sector de actividad, sector de empleo, tipo de ocupación, dedicación, nivel de estudios y edad.
Fuente: Para España, elaboración propia a partir de la ECBC. Para los demás países: Wright (1997).


Hay que advertir que la comparación directa de los coeficientes logísticos de distintos países/modelos o de los DG calculados a partir de ellos puede ser problemática. Su tamaño está influido por el nivel de heterogeneidad no observada en cada modelo y los test de significación de las diferencias entre coeficientes dan por supuesto que aquella es constante a través de los modelos comparados (Allison, 1999; Mood, 2010) o entre los grupos que se someten a comparación a través de un único modelo con interacciones entre la variable definitoria de los grupos y todas las demás variables (Williams, 2009). Aunque se han propuesto reglas prácticas para comprobar el cumplimiento de aquel supuesto y procedimientos alternativos para comparar los resultados de distintos modelos, no es posible aplicarlos aquí, ya que las tablas de Wright (1997) no proporcionan la información necesaria y tampoco se dispone de los microdatos originales. Por esta razón, se acude a tests de significación de las diferencias entre los coeficientes obtenidos para España y para los demás países, admitiendo que dependen de un supuesto cuyo cumplimiento no se ha podido comprobar14. Esta limitación puede ser menos grave de lo que parece a primera vista si, como han argumentado Buis (2017) y Kuha y Mills (2018), las diferencias en la heterogeneidad no observada pueden afectar severamente a la validez de la comparación de coeficientes cuando tras la variable dependiente dicotómica subyace una variable latente continua que es el auténtico foco del análisis, pero no cuando el centro de interés radica en las probabilidades de ocurrencia de un suceso o estado definible en términos estrictamente dicotómicos.

Con la prudencia exigida por las consideraciones anteriores, del examen de la tabla 1 se pueden sacar cuatro lecciones. Las tres primeras se refieren a semejanzas entre España y los demás países, que confirman regularidades ya señaladas por Wright. Primero, en España, como en los otros países, existe una importante “brecha de género” en todas las dimensiones de la autoridad (coeficientes negativos, DG positivos). Segundo, la intensidad de la desigualdad varía de una a otra dimensión: la desventaja femenina parece mayor en capacidad de sanción que en autoridad formal o en capacidad efectiva de toma de decisiones (compárense, por ejemplo, los DG brutos registrados en España: 0,68 frente a 0,54 y 0,46)15. En tercer lugar, la “brecha de género” se mantiene prácticamente intacta en los análisis multivariados (panel B); la desventaja de las mujeres no es explicable por las variables de control que se ha tenido en cuenta.


Tabla 2. Pruebas de significación de las diferencias de magnitud de la “brecha de género” en autoridad entre España y otros países

A. Bruta (sin controles)
Posición formal de autoridad Toma de decisiones Capacidad de sanción Índice dicotómico de autoridad
Estados Unidos Prueba de Wald 1,997 0,021 5,575 7,965
p 0,158 0,884 0,884 0,005
Australia Prueba de Wald 3,812 2,304 3,637 9,062
p 0,051 0,129 0,057 0,003
Reino Unido Prueba de Wald 0,000 0,963 0,015 1,125
p 1,000 0,326 0,904 0,289
Canadá Prueba de Wald 0,157 0,537 0,029 0,468
p 0,692 0,464 0,864 0,494
Suecia Prueba de Wald 0,810 0,142 1,198 1,828
p 0,368 0,706 0,274 0,176
Noruega Prueba de Wald 22,442 2,284 8,912 8,805
p 0,000 0,131 0,003 0,003
Japón Prueba de Wald 29,385 15,221 11,981 14,200
p 0,000 0,000 0,000 0,000
B. Neta (con controles)
Posición formal de autoridad Toma de decisiones Capacidad de sanción Índice dicotómico de autoridad
Estados Unidos Prueba de Wald 1,289 0,903 2,714 9,389
p 0,256 0,342 0,099 0,002
Australia Prueba de Wald 1,734 1,418 1,122 6,475
p 0,188 0,234 0,290 0,011
Reino Unido Prueba de Wald 0,329 0,051 0,011 3,672
p 0,566 0,822 0,918 0,055
Canadá Prueba de Wald 0,035 0,070 0,247 2,000
p 0,851 0,791 0,619 0,157
Suecia Prueba de Wald 0,981 0,061 0,800 0,913
p 0,322 0,805 0,371 0,339
Noruega Prueba de Wald 9,694 0,526 3,651 2,734
p 0,002 0,468 0,056 0,098
Japón Prueba de Wald 21,809 6,130 8,145 10,246
p 0,000 0,013 0,004 0,001


La cuarta conclusión se refiere a diferencias entre España y los otros países. La tabla 2 muestra el resultado de aplicar la prueba de Wald a las diferencias entre los coeficientes estimados para España y para cada uno de los demás países (tabla 1). Parece claro que el nivel de desigualdad que se encuentra en España se sitúa a medio camino entre los países en que la desigualdad es menor (Estados Unidos y Australia) y mayor (Noruega y Japón), alineándose, por tanto, con Canadá, Suecia y, con la sola excepción del modelo multivariado para el índice dicotómico de autoridad, Reino Unido.

Podemos añadir otros dos elementos de información. Por un lado, en las regresiones que toman como variable dependiente la escala ordinal de autoridad (no presentadas) el coeficiente del género para España también es significativamente menor que para Suecia, tanto en el modelo bivariado como en el multivariado. Por otro lado, la ESD, que tiene la ventaja de su gran tamaño muestral, permite replicar el análisis anterior, aunque solo para la autoridad formal. La “brecha de género” estimada para España con la ESD es un poco mayor que la registrada en la ECBC (DG bruto de 0,65 frente a 0,54; p=0,023), pero con ambas encuestas se identifica el mismo patrón de diferencias con otros países: la desigualdad es en España significativamente mayor que en Estados Unidos y Australia (p<0,001) y menor que en Noruega y Japón (p<0,001). No hay diferencias significativas con Suecia y Canadá y la que hay con Reino Unido solo es significativa al 10% (p=0,07).

Resumiendo, hace tres décadas había en España una “brecha de género” en autoridad de una intensidad semejante a la que se encontraba en países con niveles intermedios de desigualdad; Canadá era el más parecido, el único con el que no se encuentra ninguna diferencia significativa. Esa “brecha” afectaba a todas las dimensiones de la autoridad, aunque podría ser algo más intensa en la capacidad de sanción, y no se explicaba por diferencias entre hombres y mujeres en cuanto a edad, nivel de estudios, tipo de ocupación, nivel de dedicación, sector de empleo o rama de actividad de la empresa.

Veamos ahora si esta “brecha de género” ha persistido desde 1991, a lo largo de un período en el cual la sociedad española ha sufrido grandes transformaciones y ha continuado el cambio del perfil educativo y laboral de las mujeres iniciado en las décadas anteriores.


Evolución temporal de la “brecha de género” desde 1991

Los datos solo permiten hacer un seguimiento temporal de la “brecha de género” en una dimensión: la autoridad formal. A partir de las medidas disponibles en las cuatro encuestas, se ha construido una dicotomía entre empleados sin autoridad y empleados que tienen atribuida autoridad en cualquier grado (supervisores, capataces, jefes, cuadros y directivos de cualquier nivel)16.

Tomando esta dicotomía como variable dependiente, se han estimado modelos logísticos, tanto simples como multivariados, controlando los efectos de las seis variables incluidas en los análisis iniciales con la ECBC y, además, los de la antigüedad, el tamaño de la empresa o establecimiento, la convivencia en pareja y la tenencia de hijos. A partir de estos modelos se han calculado, además de los DG, los “efectos marginales medios” (EMM) del género, que equivalen a la diferencia entre las medias de las probabilidades de ocupar una posición de autoridad predichas para las mujeres y para los hombres, calculadas para cada individuo manteniendo las demás variables en sus valores observados17. Se suele considerar que los EMM proporcionan un instrumento adecuado para evaluar y comparar efectos si se está interesado en el promedio poblacional y no en el efecto individual para sujetos con determinadas características prefijadas (Mood, 2010; Norton, 2012).

La figura 1 presenta los valores que toman los DG y los EMM brutos y netos para toda la serie de datos. La introducción de controles afecta en mayor medida a los EMM que a los DG y, mientras que para los EMM siempre implica una disminución, los DG netos son a veces mayores que los brutos. De todos modos, como ya se había mostrado en el apartado anterior, incluir variables de control nunca hace desaparecer la desigualdad entre hombres y mujeres: la reducción que provoca en los EMM es mayor en 1991 y a partir de 2010, pero siempre está muy lejos de neutralizar la “brecha de género”18.


Figura 1 Evolución temporal de la “brecha de género” en acceso a posiciones en la jerarquía formal de autoridad en el trabajo en España. 1991-2013
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Los valores representados en los paneles A y B corresponden al diferencial de género (1 – exp(b)). En los paneles C y D se representan efectos marginales medios calculados, en su caso, manteniendo las covariables en sus valores observados.
Las variables de control son: sector de actividad, sector de empleo, tipo de ocupación, dedicación, antigüedad, tamaño de la empresa o del establecimiento, nivel de estudios, edad, convivencia en pareja y tenencia de hijos.
Fuente: Elaboración propia. Cálculos a partir de los coeficientes logísticos y errores típicos de modelos de regresión logística binomial estimados sobre datos de la ESD (1991), ECBC (1991), ECVT (1999-2004) y submuestras anuales de la EPA (2006-2013).


Para valorar el cambio temporal en la intensidad de la desventaja femenina, se tomará como referencia inicial la ESD, que, por su gran tamaño muestral, proporciona una estimación mucho más precisa que la ECBC. En líneas generales, los DG y EMM brutos siguen trayectorias similares, con una disminución de la desigualdad entre 1991 y 1999, seguida de una década de fluctuaciones sin tendencia definida y de ciertos indicios de descenso hacia comienzos de la segunda década del siglo XXI. En los DG y EMM netos, hay dudas sobre la disminución entre 1991 y 1999 y, en cambio, parece perfilarse más nítidamente una tendencia descendente al final del período estudiado. Haciendo un balance general, los EMM brutos disminuyen un 39% entre 1991 y 2013, mientras que los netos lo hacen un 31%; según los DG, el balance es parecido: se reduce un 33% la “brecha de género” bruta y 27% la neta. En ambos casos, es llamativo el hecho de que la intensidad del cambio registrado es menor cuando se controla el efecto de otras variables19.

Si hubiese que resumir de manera prudente cuanto se ha dicho, podríamos decir que, a tenor de los datos disponibles, la intensidad de la “brecha de género” en España no es constante, pues no tiene una magnitud fija e inalterable, pero sí persistente, pues la apreciable reducción que experimentó en la década de los noventa del siglo pasado no se ha seguido produciendo en un grado comparable en el siglo XXI y el nivel de desigualdad al final del período sigue siendo considerable20.


Pauta de desigualdad: contrastando la hipótesis del “techo de cristal”

En los pasos anteriores, se ha examinado la “brecha de género” en autoridad en el trabajo de modo global. Sin embargo, tan relevante como determinar la intensidad de esa “brecha” es elucidar su forma, es decir, el patrón de desigualdad que se encuentra a lo largo de la escala de autoridad.

Habida cuenta de lo extendida que está la metáfora del “techo de cristal”, parece inevitable tomarla como referencia. Así se hará en este apartado, siguiendo la estrategia de análisis de Baxter y Wright (2000)21. Se hará para ello una comparación de comparaciones, contraponiendo entre sí las probabilidades que tienen hombres y mujeres de estar en el nivel superior en lugar de en el inferior para distintos pares de niveles adyacentes en la jerarquía de autoridad. Se concluirá que hay evidencia a favor de un “techo de cristal” si la ventaja masculina aumenta de manera progresiva a medida que se asciende en la jerarquía. En caso contrario, se rechazará la hipótesis, ya sea porque la desigualdad es más intensa en los niveles inferiores (“suelo pegajoso”) o intermedios (“cuello de botella”), o porque es constante a lo largo de toda la jerarquía.

Para empezar, se comparan los resultados que arroja el análisis de la ECBC con los reportados por Baxter y Wright (2000) para Estados Unidos, Australia y Suecia. La tabla 3 presenta los coeficientes y errores típicos del género en regresiones logísticas que toman como variable dependiente la probabilidad de ocupar la posición superior (en lugar de la inferior) para los cinco pares de niveles adyacentes que resultan de las comparaciones entre los seis niveles de autoridad distinguidos en la ECBC22.

La comparación de los coeficientes no revela indicio alguno de la existencia de un “techo de cristal”. Los coeficientes son negativos (desventaja femenina) en las cuatro primeras contraposiciones entre niveles adyacentes, pero solo es estadísticamente significativo en la primera de ellas y, lo más importante, su magnitud no aumenta progresivamente según se asciende en la escala de autoridad. Además, el coeficiente para la contraposición entre los dos niveles más altos es positivo (ventaja femenina), aunque no significativo. De hecho, la única diferencia entre coeficientes que es estadísticamente significativa (p=0,029) es precisamente la existente entre el coeficiente bruto negativo para la contraposición empleado-supervisor y el positivo para la contraposición directivo alto-directivo muy alto, diferencia que tiene signo opuesto al predicho por la hipótesis que estamos contrastando23.


Tabla 3. “Brecha de género”en distintos niveles adyacentes de la jerarquía de autoridad, circa 1990,

A. Bruto (sin controles)
Categorías comparadas Estados Unidos (1980, 1991) Australia (1986, 1993) Suecia (1980, 1995) España (1991)
b (e.t.) n b (e.t.) n b (e.t.) n b (e.t.) n
Empleado vs. Supervisor -0,56** (0,11) 2.078 -0,30** (0,11) 1.867 -0,71** (0,13) 1.682 -0,59** (0,13) 2.307
Supervisor vs. Directivo bajo 0,20 (0,26) 540 0,28 (0,22) 568 0,01 (0,31) 387 -0,38 (1,01) 359
Directivo bajo vs. medio 0,02 (0,29) 254 -076** (0,26) 258 -1,06** (0,43) 128 -0,15 (1,07) 65
Directivo medio vs. Alto -0,28 271 0,09 (0,28) 248 -0,20 (0,56) 111 -0,69 (0,58) 116
Directivo alto vs. Muy alto 0,31 (0,31) 212 -0,19 (0,35) 159 0,49 (0,59) 79 0,89 (0,73) 76
B. Neto (con controles)
Categorías comparadas Estados Unidos (1980, 1991) Australia (1986, 1993) Suecia (1980, 1995) España (1991)
b (e.t.) n b (e.t.) n b (e.t.) n b (e.t.) n
Empleado vs. Supervisor -0,35** (0,14) 1.867 -0,25* (0,13) 1.809 -0,81** 1.510 -0,48** (0,15) 2.257
Supervisor vs. Directivo bajo 0,30 (0,31) 482 0,06 (0,25) 558 0,33 (0,37) 349 -0,99 (1,55) 356
Directivo bajo vs. medio -0,35 (0,34) 234 -0,57* (0,31) 254 -0,95* (0,53) 113 0,02 (2,15) 60
Directivo medio vs. Alto -0,47 (0,36) 248 0,14 (0,33) 243 -0,27 (0,72) 99 -0,71 (0,78) 111
Directivo alto vs. Muy alto 0,37 (0,44) 187 -0,18 (0,41) 154 0,59 (0,74) 75 1,09 (1,31) 76

* p<0,05 ** p<0,01
Las entradas de la tabla son coeficientes logísticos de la variable sexo (referencia: hombre) y sus errores típicos. Las variables de control son: sector de empleo, tipo de ocupación, dedicación, nivel de estudios, edad, convivencia en pareja y tenencia de hijos.
Fuente: Para España, elaboración propia a partir de la ECBC. Para los demás países: Baxter y Wright (2000).


La ausencia de un efecto de “techo de cristal” en España no es una singularidad, sino que es congruente con lo que, como señalaron Baxter y Wright (2000), se encuentra en los demás países. La pauta española se asemeja especialmente a la de Estados Unidos, pues en estos dos países ni siquiera se encuentra el “cuello de botella” que se vislumbra en Australia y Suecia 24.

Se podría pensar que estos resultados negativos acaso se deban a que, sobre todo en los niveles altos, se cuenta con una base muestral muy pequeña. Para evitar este problema, aplicaremos la misma estrategia de análisis a los datos de la ESD para 1991 y de la EPA para 2006-2013, que proporcionan muestras enormes.


Tabla 4. “Brecha de género” en distintos niveles adyacentes de la jerarquía de autoridad. España, 1991

Categorías comparadas Bruto Neto N
b (e.t.) b (e.t.)
Empleado vs. Supervisor de empleados -0,95*** (0,04) -0,74*** (0,04) 40.639
Supervisor vs. supervisor de supervisores -0,28*** (0,08) -0,47*** (0,09) 6.524
Supervisor de supervisores vs. supervisor general -0,11 (0,11) -0,13 (0,13) 2.356

* p<0,05 ** p<0,01 *** p<0,005
Las entradas de la tabla son coeficientes logísticos de la variable sexo (referencia: hombre) y sus errores típicos. Las variables de control son: sector de actividad, sector de empleo, tipo de ocupación, dedicación, tamaño de la empresa, interrupción en la trayectoria de actividad, nivel de estudios, edad, convivencia en pareja y tenencia de hijos.
Fuente: Elaboración propia, a partir de la Encuesta Sociodemográfica del INE (1991)


En la tabla 4 se presentan los coeficientes logísticos del sexo (y sus errores típicos) para las tres comparaciones entre niveles que se pueden hacer en la ESD26. La variación de los coeficientes brutos y netos sigue básicamente la misma pauta: son mayores para la contraposición entre empleados y supervisores de empleados y disminuyen cuando se asciende en la escala de autoridad, hasta ser diminutos y no significativos para la contraposición entre supervisores/directores de supervisores y supervisores/directores generales. Las diferencias entre los coeficientes (tanto brutos como netos) obtenidos para la primera comparación de categorías y los obtenidos para cada una de las otras dos son estadísticamente significativas al nivel del 1%26.

La figura 2 exhibe los resultados en forma de DG y EMM calculados a partir de estos modelos de regresión. Los DG reflejan fielmente la pauta de disminución de la desigualdad que se acaba de describir, lo cual es lógico porque son una simple transformación de los coeficientes. Si se atiende a los EMM, se sigue apreciando el mismo patrón de atenuación de la desventaja femenina al ascender en la jerarquía y se confirma que esa desventaja no es sustantiva o estadísticamente significativa cuando el análisis se centra en los niveles más altos; sin embargo, la amplitud de los intervalos de confianza deja ahora más abierta la cuestión de si realmente hay disminución o constancia de la desigualdad. Lo que sí se puede afirmar con rotundidad es que no hay ni rastro de la pauta de intensificación progresiva de la desigualdad característica de un efecto de “techo de cristal”.


Figura 2 “Brecha de género”en distintos niveles adyacentes de la jerarquía de autoridad.España, 1991
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Códigos de las categorías: 0: empleado; 1: supervisor de empleados; 2: supervisor de supervisores; y 3: supervisor general.
Los valores representados en los paneles A y B corresponden al diferencial de género (1 – exp(b), si el diferencial es favorable a los hombres, o -1 + 1/exp(b) si es favorable a las mujeres). En los paneles C y D se representan efectos marginales medios calculados, en su caso, manteniendo las covariables en sus valores observados.
Fuente: Elaboración propia. Cálculos a partir de los coeficientes logísticos y errores típicos de modelos de regresión logística binomial estimados sobre datos de la Encuesta Sociodemográfica del INE (1991) (tabla 4).


Finalmente, la tabla 5 muestra lo que ocurre cuando se repiten los análisis con datos de las EPA anuales entre 2006 y 201327. En su primer panel se presentan los coeficientes logísticos y errores típicos de modelos estimados para todos los pares de niveles de autoridad; los DG y EMM calculados a partir de ellos se despliegan gráficamente en los paneles A y C de la figura 3.


Tabla 5. “Brecha de género” en distintos niveles adyacentes de la jerarquía de autoridad. España, 2006-2013

A. Con todos los niveles desagregados
Categorías comparadas Bruto Neto N
b (e.t.) b (e.t.)
0 vs. 1 -0,79 (0,02) -0,69 (0,02) 236.014
1 vs. 2 0,29 (0,02) -0,07 (0,02) 38.251
2 vs. 3 -0,34 (0,03) -0,37 (0,04) 22.340
3 vs. 4 -0,51 (0,08) -0,40 (0,08) 6.372
B. Con los niveles 1 y 2 fundidos
Categorías comparadas Bruto Neto N
b (e.t.) b (e.t.)
0 vs. 1 y 2 -0,66 (0,01) -0,68 (0,01) 253.077
1 y 2 vs. 3 -0,19 (0,03) -0,38 (0,03) 43.528
3 vs. 4 -0,51 (0,08) -0,40 (0,08) 6.372

Códigos de las categorías: 0: empleado sin autoridad; 1: encargado, jefe de taller o de oficina, capataz o similar; 2: mando intermedio, con jefes y subordinados; 3: director de pequeña empresa, departamento o sucursal; 4: director de empresa grande o media.
Las entradas de la tabla son coeficientes logísticos de la variable sexo (referencia: hombre) y sus errores típicos. Todos los coeficientes son estadísticamente significativos a un nivel de, al menos, 0,5% (p<0,005)
Las variables de control son: sector de actividad, sector de empleo, tipo de ocupación, dedicación, antigüedad, tamaño del establecimiento, situación de actividad un año antes, nivel de estudios, edad, convivencia en pareja y tenencia de hijos.
Fuente: Elaboración propia, a partir de la agregación de las submuestras anuales de la Encuesta de Población Activa del periodo 2006-2013


La expectativa de desventaja femenina creciente a medida que se asciende en la jerarquía vuelve a ser desmentida. Los coeficientes alcanzan sus valores negativos más extremos en la primera contraposición (empleados sin autoridad frente a encargados, capataces y similares), se vuelven positivos (efectos brutos) o rebajan marcadamente su valor negativo (efectos netos) para la segunda (encargados, capataces y similares frente a mandos intermedios) y vuelven a ser negativos y a aumentar su magnitud para las dos últimas (mandos intermedios frente al nivel bajo de dirección y nivel bajo frente a nivel alto de dirección). Todas las diferencias entre coeficientes obtenidos en contraposiciones correlativas son estadísticamente significativos (p<0,001), salvo la que hay entre los coeficientes netos de las dos últimas. De nuevo, el patrón que dibujan los datos no se ajusta al modelo del “techo de cristal”.

El examen de los EMM (panel C de la figura 3) matiza estos resultados, pero no cambia la conclusión principal. Se atienda a los efectos brutos o a los netos, la imagen predominante es la de desventaja femenina, salvo en la contraposición entre las posiciones de encargado, capataz o similar y de mando intermedio, en la cual, en términos brutos, son los hombres quienes están desventaja.

Esta inversión de la desigualdad bruta en niveles intermedios de la estructura de autoridad es algo que no se había encontrado en los análisis anteriores y se podría pensar que es anómala. Quizás los términos utilizados en el cuestionario de la EPA para designar las dos categorías situadas en esa región baja-media de la jerarquía son ambiguos o incorporan algún sesgo que podría inducir una pauta de respuesta diferenciada según género. Por si fuese así, se ha repetido el análisis fundiendo esos dos niveles de autoridad (panel B de la tabla 5 y paneles B y D de la figura 3).


Figura 3 “Brecha de género” en distintos niveles adyacentes de la jerarquía de autoridad. España, 2006-2013
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Códigos de las categorías: 0: empleado sin autoridad; 1: encargado, jefe de taller o de oficina, capataz o similar; 2: mando intermedio, con jefes y subordinados; 3: director de pequeña empresa, departamento o sucursal; 4: director de empresa grande o media.
Los valores representados en los paneles A y B corresponden al diferencial de género (1 – exp(b), si el diferencial es favorable a los hombres, o -1 + 1/exp(b) si es favorable a las mujeres). En los paneles C y D se representan efectos marginales medios calculados, en su caso, manteniendo las covariables en sus valores observados.
Fuente: Elaboración propia. Cálculos a partir de los coeficientes logísticos y errores típicos de modelos de regresión logística binomial estimados sobre datos de las submuestras anuales de la EPA (2006-2013) (tabla 5)


En lo que aquí importa, la comparación de los coeficientes sigue arrojando el mismo resultado: alcanzan su valor más extremo para la primera contraposición de niveles (empleados sin autoridad frente a la gran categoría de puestos intermedios creada al fundir los dos niveles hasta ahora distinguidos), disminuyen en la segunda y aumentan de nuevo (efecto bruto) o se mantienen estables (efecto neto) en la tercera28. Una vez más, es evidente la ausencia de indicios de intensificación progresiva de la desigualdad. Tampoco los hay en el panel D de la figura 3, que presenta los EMM. Los brutos exhiben la misma pauta en forma de V que ya habíamos identificado, aunque ahora atenuada: la desventaja femenina se aminora en la región intermedia de la jerarquía, pero en niveles más altos vuelve a recuperar la intensidad que tenía en los inferiores. Según los EMM netos, la disminución de la desigualdad en niveles intermedios no se invierte en los superiores, de modo que el mayor grado de desventaja femenina se encuentra en la contraposición entre los dos niveles inferiores de la jerarquía. La conclusión fundamental es que la hipótesis del “techo de cristal” sigue sin recibir respaldo empírico: la desigualdad no aumenta al ascender en la jerarquía de autoridad.




A MODO DE CONCLUSIÓN


En este artículo, además de glosar las contribuciones de Erik Wright al estudio de las desigualdades de género en la ocupación de posiciones de autoridad en el trabajo, se ha intentado ampliarlas, replicando sus análisis con datos españoles. El punto de partida fueron tres preguntas sobre la magnitud de la “brecha de género”, sobre su evolución temporal y sobre su configuración – más específicamente, sobre la existencia de una pauta de intensificación de las desigualdades a medida que se asciende en la jerarquía de autoridad, es decir, de lo que se ha dado en llamar un efecto de “techo de cristal”. A modo de conclusión, se recapitulará la respuesta que han recibido las tres preguntas planteadas.

En primer lugar, sobre la magnitud, se ha mostrado que, hacia principios de los años 90, aproximadamente cuando Wright llevaba a cabo su pionero estudio comparativo sobre siete países, la “brecha de género” en autoridad en España era mayor que las de Australia o Estados Unidos, menor que las de Noruega o Japón y prácticamente indistinguible de la de Canadá y (con algunos matices) de las de Suecia y Reino Unido. Así las cosas, se podría decir que, en términos comparados, en España había un nivel intermedio de desigualdad de género en acceso a posiciones de autoridad.

En segundo lugar, sobre la evolución temporal, el seguimiento de las variaciones de su intensidad a lo largo de más de dos décadas ha puesto de manifiesto que la “brecha de género” es persistente, pero en modo alguno constante. Su magnitud ha disminuido aproximadamente en un tercio, si bien la reducción se produjo sobre todo en los años noventa; después, siguió una década de estancamiento, tras la cual parece vislumbrarse una nueva inflexión descendente al inicio de la segunda década del siglo XXI.

Finalmente, sobre la configuración de la desigualdad de género en el acceso a posiciones de autoridad, no se ha encontrado apoyo alguno para la hipótesis de que la desventaja femenina en el acceso a posiciones de autoridad se intensifica a medida que se asciende en la jerarquía de autoridad. No parece que las mujeres españolas se enfrenten a un “techo de cristal” en cuanto a la autoridad en el trabajo.

En suma, hay desigualdad persistente (aunque no constante), pero no un “techo de cristal”. La implicación obvia de estos resultados es poner en cuestión los fundamentos empíricos de la pretensión de diseñar políticas de igualdad encaminadas a “romper el techo de cristal” en autoridad en el trabajo: si no hay un “techo de cristal”, tampoco hay necesidad de romperlo. Por tanto, con independencia de que puedan tener efectos benéficos indirectos diferentes de los buscados y puedan ser deseables por motivos distintos de los que las inspiran, esas políticas parecen estar priorizando la solución de un problema imaginario en lugar de atender a los que generan las formas de desigualdad realmente existentes.

Dado el alcance e implicaciones de nuestra conclusión, no estará de más acabar con una nota cautelosa, recordando que hemos llegado a ella utilizando los mejores datos transversales disponibles, pero no hemos podido utilizar datos longitudinales. Baxter y Wright (2000); Wright y Baxter, (2000) argumentaron de modo persuasivo que los posibles sesgos ligados al uso de datos transversales operarían a favor de la hipótesis del “techo de cristal” y, por tanto, no invalidarían los resultados negativos, sino que, más bien, les darían una mayor credibilidad. Sin embargo, también se han aducido argumentos en sentido contrario, empezando por los de Ferre y Purkayastha (2000) y Britton y Williams (2000) en sus tempranas críticas a Baxter y Wright. Lamentablemente, ya no tenemos espacio para sopesar unas y otras razones y explicar por qué las que avalan los análisis aquí realizados son más convincentes29. Solo cabe esperar, acaso con mayor fortuna que el clásico, que tiempo vendrá, quizá, donde, anudando este roto hilo, diga lo que aquí me falta y lo que sé convenía. También en eso es buena idea seguir el inolvidable ejemplo de Erik, que tantas veces anudó el hilo roto para volver sobre lo que faltaba.




AGRADECIMIENTOS


En este trabajo se utilizan materiales presentados en reuniones del Comité de Investigación 06 (Desigualdad y Estratificación Social) de la FES, en el seminario del proyecto CIEDES y en las Jornadas en Homenaje a Erik Olin Wright celebradas en enero de 2020 en la Universidad Complutense de Madrid y la UNED. El autor agradece los comentarios de los participantes en esas reuniones, especialmente los de Julio Carabaña, Olga Salido y Leire Salazar.




APÉNDICES


Para ver los apéndices abrir el siguiente documento




NOTAS


1 Esta diversidad de usos, a menudo imprecisos, de la noción de “techo de cristal” queda reflejada en la revisión de Jackson y O’Callaghan (2007).

2 Esta línea de trabajo de Wright se desarrolló en colaboración con Gunn Birkelund y, sobre todo, Janeen Baxter.

3 Una versión más débil de la hipótesis recibiría respaldo si la desigualdad es mayor cuando la comparación afecta a la cúspide de la organización (es decir, a sus dos niveles más altos) que cuando se aplica a cualquier otro par de niveles; es decir, solo se requeriría intensificación de la desventaja femenina por encima de un determinado umbral.

4 Buena parte de la investigación posterior ha arrojado resultados congruentes con los de Wright et al. (1995) y Baxter y Wright (2000); véase, por ejemplo, Yamagata, Yeh, Stewman y Dodge (1997), Hultin (2001), Booth, Francesconi y Frank (2003), Elliott y Smith (2004), Bihagen y Ohls (2006), Helgertz (2011) y Zeng (2011), como antes Powell y Butterfield (1994). Maume (2004) y, en cierta medida, Gorman y Kmec (2009), presentan resultados discrepantes. Pero es tanta la diversidad de estrategias de análisis que resulta difícil hacer un balance de la evidencia acumulada.

5 Se ha construido y analizado también una escala ordinal de autoridad de diez valores que resulta de combinar diferentes situaciones en las tres dimensiones de autoridad. Solo se hará alguna referencia ocasional a los resultados de estos análisis, que están a disposición del lector interesado.

6 Sobre su metodología, véase http://www.mitramiss.gob.es/estadisticas/ecvt/welcome.htm.

7 Se encuentra información sobre la metodología y principales resultados de estas submuestras anuales en la página web del INE (http://www.ine.es).

8 Aunque, como se ha visto, las cuatro encuestas aplican categorizaciones de las posiciones de autoridad diferentes, la distinción entre tener alguna autoridad y no tenerla en absoluto parece inequívoca y consistente entre todas ellas, de modo que no debería haber problemas de comparabilidad.

9 Cinco niveles y no seis, porque se ha fusionado la categoría “ocupado independiente, sin jefes y sin subordinados”, que tiene una frecuencia muy baja, con la de “empleado con jefes y sin subordinados”, formando una categoría más general de “empleados sin autoridad”.

10 En los análisis (no presentados) cuya variable dependiente es la escala ordinal de autoridad disponible para la ECBC, se recurre a la regresión logística ordinal acumulativa con razones proporcionales.

11 Se puede solicitar al autor detalles sobre la operacionalización de estas variables de control.

12 La tabla A1.1, en apéndice publicado como material complementario, refleja datos descriptivos sobre la presencia de hombres y mujeres en posiciones de autoridad en cada una de las dimensiones y países estudiados.

13 Cuando, tomando a los hombres como categoría de referencia, el coeficiente logístico es negativo, este diferencial de género es 1 – exp(b); cuando el coeficiente es positivo, es -1 + 1/exp(b). Esta medida de la “brecha de género” adapta la usada por Wright (1997, p. 336), a fin de contemplar la posibilidad de que en algún modelo el coeficiente sea positivo (desigualdad a favor de las mujeres, DG entre 0 y -1).

14 Para los análisis bivariados, los resultados de esos tests se han cotejado con los de pruebas de homogeneidad de la asociación entre género y autoridad a través de los países en las tablas de contingencia género x autoridad x país; concretamente, se ha usado la prueba de homogeneidad de Tarone (Fleiss, Levin y Paik, 2003, cap. 10). Los resultados de ambos procedimientos son prácticamente idénticos.

15 Las diferencia entre la “brecha” en capacidad de sanción y en participación en decisiones es estadísticamente significativa (p=0,02); con la autoridad formal, solo lo es para un nivel de significación del 10% (p=0,07).

16 La figura A1.1, en apéndice publicado como material complementario, da información descriptiva sobre el cambio en el peso relativo de las posiciones de autoridad formal en España durante el período cubierto por los datos.

17 Se ha invertido el signo de los EMM, para que valores positivos indiquen ventaja a favor de los hombres y negativos ventaja a favor de las mujeres.

18 La reducción del DG en 1991 al introducir controles es bastante mayor que la que se registraba en los análisis presentados en el apartado anterior, debido a la presencia de controles adicionales (antigüedad, tamaño de la empresa, convivencia en pareja, hijos).

19 Esa diferencia es mucho mayor si se toma como referencia la ECBC: en este caso, habría una reducción apreciable en la brecha bruta (menguan 30% los EMM y 20% los DG), pero la neta habría cambiado muy poco (6% según EMM, 3% según DG).

20 No hay muchos estudios que ofrezcan un referente comparativo para estos resultados. Con otra medida de autoridad, Bygren y Gáhler (2007) encontraron en Suecia entre 1968 y 2000 una pauta de cambio que parece prefigurar la aquí identificada para España: descenso en la década de los setenta, estabilización en los ochenta y disminución muy lenta a partir de 1990.

21 No se dispone de datos para España que permitan seguir las trayectorias laborales individuales y, además, contengan información detallada sobre autoridad en el trabajo, recojan las transiciones entre sus niveles, sean representativos del conjunto de la población asalariada y proporcionen muestran grandes.

22 En los modelos multivariados, se han incluido las mismas variables de control que en Baxter y Wright (2000). En la tabla A1.2, en apéndice, se describe la distribución de los asalariados españoles en la jerarquía de autoridad según la ECBC.

23 Por tanto, la hipótesis tampoco recibiría apoyo en su versión más débil, pues donde menos evidencia de desventaja se detecta es en la cúspide de la jerarquía de autoridad.

24 El resultado es el mismo si, en lugar de comparar las desventajas femeninas entre niveles adyacentes de la estructura de autoridad, se repite el análisis contraponiendo diversas agrupaciones de niveles, de modo que se pueda comparar el signo y la intensidad de las desigualdades en “regiones” más amplias de la estructura de autoridad. De nuevo, nada indica que las desigualdades se intensifiquen al ascender en la jerarquía. Estos resultados adicionales están a disposición de los lectores interesados.

25 Véase al pie de la tabla 4 el listado de las variables de control incluidas en los modelos multivariados. La tabla A1.3, en apéndice, refleja la distribución de los asalariados en la jerarquía de autoridad según la ESD.

26 Para evaluar la significación de las diferencias del efecto del sexo entre pares de niveles que no se solapan, se ha estimado un modelo logístico binomial con un término de interacción entre el sexo y el par de niveles comparados, trabajando con la muestra completa que incluye todos los niveles; para evaluar diferencias entre pares de niveles que sí se solapan (un nivel de autoridad forma parte de los dos pares) , se ha estimado un modelo logístico multinomial y se ha contrastado la restricción de igualdad entre los coeficientes de sexo para esos pares. Se ha hecho lo mismo en los análisis sobre la EPA.

27 Véase al pie de la tabla 5 el listado de las variables de control incluidas en los modelos multivariados. La tabla A1.4, en apéndice, informa sobre la distribución de los asalariados en la jerarquía de autoridad según la EPA.

28 Todas estas diferencias entre coeficientes para contraposiciones de niveles correlativas son estadísticamente significativas (p<0,001) salvo la que hay entre los coeficientes netos de las dos últimas contraposiciones.

29 Véase, sin embargo, el apéndice 2, publicado como material complementario, en el cual se evalúa tentativamente una interpretación alternativa de los resultados aquí presentados, según la cual la ausencia de intensificación de la desigualdad podría ser compatible con la existencia de un “techo de cristal” debido a que el pool de mujeres que llegan a niveles altos de la jerarquía está “más seleccionado” – y, por tanto, tiene “más calidad” – que el de hombres.


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