Artículos / Articles

DOI: 10.22325/fes/res.2020.71

Juventud y crisis. Una introducción a la identidad construida y vivida precariamente


Youth and crisis. An introduction to an identity constructed and inhabited precariously


Benjamín Tejerina ORCID

Universidad del País Vasco-Euskal Herriko Unibertsitatea, España b.tejerina@ehu.eus

Revista Española de Sociología (RES), Vol. 29 Núm. 3 - Sup2 (Junio - Diciembre, 2020), pp. 1-10. ISSN: 1578-2824


Recibido / Received: 24/04/2020
Aceptado / Accepted: 03/11/2020





RESUMEN

Desde el regreso a la democracia a finales de la década de 1970, España ha atravesado por varios momentos de expansión y de crisis económicas. La crisis de finales de la década de 1970 e inicios de 1980, la crisis de 1992-93, y la más reciente de 2008. A las puertas de una nueva crisis como consecuencia de la pandemia causada por el coronavirus SARSCoV- 2 (COVID-19) cuyas consecuencias en términos de salud, económicas, sociales y políticas están por llegar y evaluar, una serie de autores y autoras reflexionan en este número monográfico sobre las relaciones entre juventud y crisis, y, en especial, sobre algunas consecuencias de la crisis económica de 2008. En esta introducción se contextualiza brevemente la relación entre crisis, identidad y juventud, así como una presentación de las contribuciones de los diversos autores sobre los efectos y respuestas sociales de los/las jóvenes a los procesos de precarización de las condiciones de existencia ocasionados por la crisis en los últimos años.

Palabras clave: Juventud; precariedad; identidad; crisis.



ABSTRACT

Since the return to democracy in the late 1970s, Spain has gone through several moments of expansion and economic crisis. The crisis of the late 1970s and early 1980s, the crisis of 1992-93, and the most recent one in 2008. On the edge of a new crisis as a result of the SARS-CoV-2 (COVID-19) pandemic, whose consequences in terms of health, economics, society and politics have yet to be assessed, a number of authors reflect in this monographic issue on the relationship between youth and crisis, and, in particular, on some of the consequences of the economic crisis of 2008. This introduction briefly contextualizes the relationship between crisis, identity and youth, as well as a presentation of the contributions of the several authors on the effects and social responses of young people to the processes of precarization of the conditions of existence caused by the crisis in recent years.

Keywords: Youth; precariousness; identity; crisis.




CRISIS, INCERTIDUMBRE Y PRECARIEDAD


Se ha convertido en un lugar común la afirmación de que la sociología, como disciplina científica, se ocupa de las situaciones de crisis social y, sobre todo, de las consecuencias sociales que tienen para la organización social (Wieviorka, 2013). El pensamiento sociológico ha pasado por distintos momentos e interpretaciones al reflexionar sobre la crisis. En los orígenes de la sociología, la crisis se plantea como una situación equivalente a desorden social; con posterioridad, para los dos grandes paradigmas del siglo XX, la crisis se declina como sinónimo de situación disfuncional y desintegración social o como lucha de intereses entre sectores sociales antagónicos incapaces de gestionar conflictos o reajustes de demandas en competencias. Las décadas finales del siglo pasado vieron la emergencia de una multicrisis que ponía fin a un modelo de sociedad industrial, moderna, capitalista, a la que se le añadía la partícula post. La tecnología, como elemento central y transversal, ponía en cuestión (crisis) la concepción de la naturaleza (riesgos) y del vínculo social (vulnerabilidad). Posiblemente tiene razón Habermas cuando señala que “sólo cuando los miembros de la sociedad experimentan los cambios de estructura como críticos para el patrimonio sistémico y sienten amenazada su identidad social, podemos hablar de crisis” (Habermas, 1975, p. 18).

El concepto de crisis ha adoptado distintos significados, en ocasiones muy diferentes, lo que plantea la dificultad de encontrar un terreno común y de claridad terminológica cuando se formula dicho término. En este sentido, Sylvia Walby en su libro Crisis apunta la utilidad de establecer una doble diferencia entre, por un lado, lo que crisis significa para distintas ciencias, y, por otro lado, la crisis como real o como socialmente construida, identificando distintas trayectorias en relación con la naturaleza, los discursos, las narrativas, las consecuencias y las respuestas a la crisis (Walby, 2015). Lo que me interesa subrayar en este momento es una doble diferenciación entre, por un lado, la crisis de los sociólogos y la crisis como la entienden otras ciencias, y, por otro lado, la crisis vista desde la perspectiva de la ciencia social y la crisis experimentada por los actores sociales. La crisis de los sociólogos remite a aquellos casos que implican una desestabilización de las estructuras de la vida cotidiana, es decir, un desdibujamiento de la sociedad y del individuo que permite centrar la mirada de las personas practicantes de la sociología en lo social. Por supuesto que existen otros muchos elementos interesantes en las crisis, pero estos son los que reclaman con mayor urgencia nuestra atención. Y hablo de la sociología, aunque bien podría hablar de las ciencias sociales, para dar entrada a la mirada etnográfica sobre la crisis. En cualquier caso, resulta una mirada atenta a la crisis como cambio o a los cambios de la crisis. La segunda diferencia, la crisis como socialmente construida, pone énfasis en cómo el quehacer sociológico da cuenta de las prácticas y discursos sociales de quienes viven, sufren, resisten o se rebelan contra la crisis.

La producción sociológica de la última década se ha ocupado intensamente en indagar en estos cambios de prácticas y discursos en la sociedad española y, en particular, entre la juventud, como colectivo que ha experimentado tanto las consecuencias de una incertidumbre radical como intensos procesos de precarización. Una forma, entre otras posibles opciones, de dar cuenta de estos cambios es detenerse en los imaginarios sociales que se inscriben y manifiestan las metáforas que cada grupo social utiliza en las narrativas de la crisis, ya sean las que recurren a su similitud con fenómenos naturales, médicos, personalizados o religiosos (Lizcano, 2008), o las que simplemente intentan dar cuenta de la semántica social de la crisis (Ramos y Callejo, 2016).

La crisis acrecienta la incertidumbre como trasfondo de la vida cotidiana permitiendo traslucir lo que esta tiene de dudoso, de enigmático, de indecisión, de secreto, de temor y de sospecha. También de carencia, precisamente de todo aquello que caracteriza a lo dado por descontado, taken for granted, que no permite su cuestionamiento o que no necesita añadir más justificación, por formar parte de lo banal, en el sentido que le otorga Billig (2014). Pero en muchos de los proyectos en construcción, como suelen ser los que se elaboran en la juventud, en momentos de crisis se abren a mayores grados de indeterminación y, en ocasiones, al azar. He aquí la primera paradoja: aunque rechazamos la incertidumbre no tenemos certeza, pero tenemos que actuar en un contexto vital plagado de indeterminación. Mientras que la sociedad parece tener la certeza de que la ciencia tiene la certeza, la sociología (y el conocimiento científico en general) se empeñan en afirmar que las personas construyen certezas efímeras en un mundo de incertidumbre epistemológica.

La precariedad como experiencia vital no es algo nuevo. De la precariedad laboral se viene hablando desde finales de la década de 1980 como una característica de las sociedades contemporáneas. En el caso concreto de la juventud se manifiesta como un incumplimiento o ruptura del contrato social cuyos antecedentes pueden rastrearse con anterioridad a la crisis de 2008 (Rodríguez y Ballesteros, 2013), así como su impacto en el retraso de la emancipación y la desestructuración del modelo clásico de transición a la edad adulta (Casal, García, Merino y Quesada, 2006). Pero ¿qué otras formas de precariedad se han identificado? En primer lugar, están las pertenecientes a otros ámbitos, a otros grupos y colectivos sociales, que han ocupado parte de la reflexión reciente. Sirva como ejemplo la emergencia de una ‘nueva pobreza’, sus representaciones sociales y las estrategias de gestión de la crisis (Zurdo y López de la Nieta, 2013), o las experiencias de integración cívica (Benedicto et al., 2014). En segundo lugar, una lectura de la literatura reciente sobre precariedad y juventud empuja a pensar en una ampliación de los sectores sociales afectados por la precariedad y una ampliación de los ámbitos vitales donde la precariedad ha multiplicado su presencia. La precariedad puede ser entendida entonces desde el prisma de la complejidad como un conjunto de procesos de intersección y acumulación de precariedades, que lejos de afectar a una minoría se ha transformado en el espíritu de los tiempos, algo con lo que se debe contar. La segunda paradoja consiste en que la precariedad está terminando por desestabilizar la normalidad, pues lo que hoy es lo normal, la normalidad, es ser una persona precaria en alguna de sus múltiples manifestaciones o dimensiones.

Se puede objetar que a pesar de la existencia de una precariedad compleja o generalizada todavía existen grados y diferencias significativas entre distintos colectivos. Ciertamente. Nada que apuntar al respecto. Pero tengamos en cuenta dos factores más. Por un lado, esta nueva precariedad compleja va acompañada de una carencia de estabilidad y, sobre todo, de una incertidumbre radical sobre el presente y el futuro. Ambas terminan por condicionar la toma de decisiones a corto, medio y largo plazo. Por otro lado, en un contexto de precariedad generalizada, contar con los soportes privados o de las políticas públicas que facilitan la emancipación de la juventud resulta imprescindible pero, tras la Gran Recesión de 2008, el debilitamiento del Estado de bienestar, del vínculo social y del apoyo familiar, que se han visto erosionados por años de recortes y ajustes económicos, no han podido compensar completamente el deterioro de este importante proceso de acceso a la autonomía personal (Moreno, 2012). La tercera paradoja es que, si bien no se comparten los mismos niveles de precariedad laboral, material, residencial, corporal o relacional, la precariedad simboliza el espíritu del tiempo actual. Y esta precariedad simbólica está muy presente, como elemento estructural y estructurante, en las prácticas, estrategias y formas de gestionar el presente por parte de los/las jóvenes. Como se señala en Transitar a la intemperie, las cuatro estrategias desplegadas por distintos sectores de la juventud en este contexto de incertidumbre y precariedad han consistido en: 1) el incremento de la capacitación y competitividad individual; 2) la adaptación, ajuste o acomodación de las expectativas iniciales; 3) la resistencia y el repliegue hacia experiencias ciudadanas alternativas o la retirada voluntaria de la esfera pública; y 4) la innovación y la multiactividad (Benedicto et al., 2014, pp. 183- 185). A ellas habría que añadir la precariedad conjugada en plural, constituida por diversas expresiones de acciones colectivas colaborativas y formas, más o menos, tradicionales de movilización social, en tanto que manifestaciones frente a los descontentos de este proceso de globalización de la precariedad y sus consecuencias.


UNA MIRADA CALEIDOSCÓPICA SOBRE IDENTIDADES JUVENILES Y TRANSICIONES VIVIDAS PRECARIAMENTE


La incertidumbre radical frente al futuro, la experiencia presente de la precariedad y la forma de gestionar ambas tienen su reflejo en una amplia diversidad de respuestas sociales. Tomando prestado el término de F. Dubar (2002) sería más adecuado hablar de una “identidad de crisis” en lugar de una “identidad en crisis” (p. 149). ¿Cómo es el proceso de construcción de la “identidad de crisis” en un momento que es doblemente crítico por las condiciones del contexto sociohistórico y por la etapa del ciclo vital de la juventud en la que toca afianzar una identidad en transición a la vida adulta? Los discursos sobre la identidad de crisis transitan, en primer lugar, entre aquellos elementos que la erosionan (estar desubicado, perder el norte) y los que ofrecen protección (tener contrato, hacer lo que te gusta). En segundo lugar, entre una zona de no acción o desactivación (indecisión, impotencia) y otra zona de activación (tengo que moverme más, sacarme las castañas del fuego). Un tercer elemento tiene que ver con el desplazamiento entre el pasado que se pretende olvidar o se pospone sine die (lo que quería hacer, el mundo se te cae encima) y un futuro que se proyecta (el mundo se te abre, ampliar el abanico). Esta identidad de crisis atraviesa por momento de espera, etapas de exploración y experimentación, formas diversas de resistencia, procesos de desajustes y rupturas en las trayectorias biográficas. En este número monográfico de la Revista Española de Sociología se presentan siete reflexiones sobre el complejo, polifacético y apasionante tema de las relaciones entre juventud, identidad y crisis. He aquí una breve presentación de sus contenidos.

La forma de entender las relaciones teóricas entre identidad, juventud y crisis por varios pensadores es el objeto de reflexión del trabajo de Carles Feixa. En él se plantean algunos aspectos que todavía hoy tensionan el abordaje de ‘la adolescencia y la juventud’. Aclaremos de entrada que ciertos lugares comunes de cómo entendemos la etapa juvenil hoy en día tienen su origen en algunas de estas aproximaciones: la adolescencia y la juventud como una etapa del ciclo vital crítica que da paso a un periodo adulto caracterizado por la continuidad y estabilidad identitarias. Una identidad cuya naturaleza y significación cambian en términos históricos y culturales. Mientras algunos de estos pensadores se centran en la crisis de la juventud, una etapa de cambio y transformación, otros abordan la juventud como creadora de crisis, como actor generacional que se enfrenta con las formas de hacer del pasado y se abre a las maneras de prefigurar el futuro. No muy alejado de esta última, aunque ciertamente diferente, está la cuestión de la juventud de la crisis, en tanto conjunto de sujetos que se ven obligados a actuar y navegar en un periodo plagado de turbulencias.

La respuesta de Erik Erikson, uno de los clásicos en el estudio de la juventud, es la de la crisis normativa producida por un alargamiento transitorio pero prolongado entre la formación y la inserción en el mundo adulto, una ‘moratoria psicosocial’ que puede terminar afectando a la identidad. De naturaleza muy diferente es el posicionamiento de Stanley Hall en su ‘teoría de la recapitulación’, donde establece un paralelismo entre el desarrollo biográfico de las personas y el desarrollo evolutivo de la humanidad que viene marcado por el tránsito entre distintas etapas cada una con sus características propias y toda una serie de ritos y procesos de pasaje culturalmente pautados.

Con Antonio Gramsci entramos en una perspectiva marcada más por un proceso de cambio generacional que individual, donde los posibles conflictos pueden aparecer como resultado de hechos históricos que producen ‘crisis de autoridad’ en la sociedad adulta, y donde la nueva generación puede aparecer como expresión de necesidades emergentes. Esta idea se profundizará en el pensamiento de Margaret Mead para quien la ‘brecha generacional’ puede adoptar, dependiendo de la cultura, un carácter posfigurativo (aprender del pasado), un carácter cofigurativo (aprender de los contemporáneos), o como en las sociedades actuales un carácter prefigurativo (herederos del futuro). Resulta interesante señalar el énfasis que la autora otorga a la naturaleza cultural de la juventud y de la crisis, es decir, como fenómeno cambiante en el tiempo y el espacio. La crisis generacional se presenta como una crisis de valores, ya que la juventud ‘rechaza el pasado, vive el presente y sale de la crisis por su fe en el futuro’.

Las investigaciones de Dick Hebdige sobre la subcultura punk de la década de 1970 transforman a la juventud en motor de profundos cambios sociales y culturales en la sociedad británica de postguerra. Las identidades juveniles subculturales se presentaban como formas de refugio y resistencia ante la cultura adulta hegemónica, poniendo de manifiesto el carácter performativo de los nuevos estilos de vida, la estética, y los modos creativos. La intención era captar la significación de estas experiencias de vida que sirven de manifestación ‘teatralizada’ de la crisis y decadencia del stablishmen, para comprender ‘una región de la cultura contemporánea’ y su conexión con estructuras sociales y culturales más amplias (Hall y Jefferson, 2014).

Marina Elías, Rafael Merino y Albert Sánchez-Gelabert en “Aspiraciones ocupacionales, expectativas y elecciones educativas de los jóvenes en un contexto de crisis” plantean entender de forma más precisa los mecanismos que llevan a la construcción de los itinerarios formativos juveniles a partir de los conceptos de expectativa, aspiración y elección. La cuestión de fondo es analizar si los cambios (en el sistema educativo, el mercado laboral y las relaciones familiares) que vienen afectando a la juventud desde la década de 1980 están influyendo en sus elecciones profesionales a largo plazo. De forma más precisa, si la precarización y la creciente incertidumbre sobre el futuro profesional están minando la creencia en que una buena inversión educativa y las elecciones sobre los itinerarios educativos son garantía de movilidad social. La crisis aparece como un elemento a considerar en el proceso de ajuste adaptativo, cálculo racional o riesgo que los jóvenes estudiantes de 4º de Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO) de la ciudad de Barcelona utilizan en el momento de la elección de itinerario escolar. Lo que se analiza es la continuidad-coherencia entre elección, expectativas y aspiraciones, así como su relación con el sexo, la clase social y las calificaciones. La complejidad del proceso de formación de las expectativas se aborda mediante una selección de variables individuales, familiares y sociales, e institucionales.

Mediante la administración de una encuesta panel a una muestra inicial de 2.056 personas jóvenes en dos momentos distintos (curso 2013-14 y 2014-15) se pretende averiguar la mediación que ejercen varios elementos (notas, sexo, nivel educativo familiar y expectativas familiares), entre las expectativas manifestadas de cara al año siguiente y las aspiraciones proyectadas a los 30 años sobre la elección de itinerario educativo adoptada finalmente. El artículo presenta las características de las expectativas, las características de las aspiraciones, así como una tipología de concordancias entre ambas, y a través de tablas de contingencia y el análisis de correspondencias múltiples, se trata de responder a la pregunta de cómo interactúan sobre ellas las variables personales, familiares e institucionales. Junto al rendimiento educativo como una de las variables configuradoras entre expectativas y aspiraciones, los autores destacan también el papel del origen social.

La transición juvenil a la vida adulta es un tema tratado de manera bastante sistemática desde la década de 1980 en los estudios sobre juventud (EGRIS, 2001; Furlong y Cartmel, 1997; Furlong, Cartmel y Biggart, 2006; Furlong, Cartmel, Biggart, Sweeting y West, 2003). Pero pocas veces se ha analizado mediante un análisis de entropía y desde la perspectiva del life course cómo las distintas transiciones se rearticulan después de una profunda crisis como la de 2008.

Almudena Moreno y F. Javier Sánchez presentan en “La diversidad de las transiciones juveniles en España desde un análisis socio-demográfico” un estudio del paso a la vida adulta antes y después de la crisis a través de los datos de la Encuesta de Condiciones de Vida del INE (2007-2015) de jóvenes comprendidos entre 17 y 34 años. En la investigación se analizan cinco transiciones ya clásicas, finalización de los estudios, situación laboral, emancipación residencial, la vida en pareja y la constitución de un núcleo familiar, así como la edad a la que se producen las transiciones (timing), el intervalo y duración (range) y la heterogeneidad de las mismas (heterogeneity). La hipótesis a contrastar remite a si la crisis económica ha acelerado o, más bien, retrasado estas transiciones, prolongando su duración, y si ha incrementado la diversidad y complejidad de las trayectorias.

El análisis de los datos apunta a un aumento de la edad media de las transiciones escolar y laboral, una disminución de la probabilidad de emanciparse, de formar una pareja y de ser padres después de la crisis con las existentes antes de la crisis. En relación con la duración e intervalos de las transiciones, la escolar se ha retrasado 2 años en el caso de los jóvenes y 1 año en el de las jóvenes; muy parecido es lo que ha sucedido con la transición laboral; se ha retrasado ligeramente la transición residencial; algo similar sucede con la relación de pareja que se retrasa ligeramente; y, finalmente, comparando la situación antes y después de la crisis la transición parental casi no se ha visto afectada en el caso de los jóvenes mientras que se ha retrasado 1 año en el caso de las jóvenes. Por lo que hace referencia a la heterogeneidad de las transiciones, los índices de entropía son mayores en el colectivo femenino que en el masculino en todo el periodo considerado. Dicho de otra manera, todo parece indicar que ‘las mujeres completan antes las transiciones a la vida adulta en todos los grupos de edad con pequeñas variaciones a lo largo de la crisis económica, mientras los varones retrasan este proceso’, lo que incrementa las diferencias existentes con carácter previo a la crisis económica. Desde la perspectiva de la heterogeneidad de las transiciones, la complejidad existente antes de la crisis entre hombres y mujeres se ha reducido en el nuevo escenario, pero ‘se siguen reproduciendo en un contexto de mayor individualización, incertidumbre y flexibilidad’.

Antonio Ariño y Ramón Llopis plantean el cambio en el interés y las prácticas culturales de la juventud catalana en la investigación titulada “La participación cultural de la juventud catalana en el tránsito a una sociedad digital: dimensiones estructurales y sociotipos”. A partir de la realización de una amplia encuesta de 6.028 entrevistas y, de entre ellas, 1.365 a jóvenes entre 14 y 30 años en Cataluña se abordan los intereses culturales y las prácticas específicas que la población catalana lleva a cabo, la existencia de diversos sociotipos, conglomerados o enclaves culturales, y la posible presencia de pautas de estratificación entre ellos.

El interés de esta investigación es doble pues, por un lado, se plantea en los años posteriores al impacto de la ‘Gran Recesión’ y las consecuencias de las políticas de austeridad que la acompañaron, y, por otro lado, nos encontramos en pleno proceso de transformación digital con una creciente expansión de las tecnologías de información y comunicación que afecta también al ámbito cultural. La cuestión de hasta qué punto esta transición afecta de forma diferencial a distintos sectores sociales en sus preferencias y prácticas culturales resulta crucial para entender el presente y el devenir de la cultura, especialmente en el sector juvenil, identificado por muchos autores como altamente sensible a la innovación, la producción y el consumo cultural.

La utilización de técnicas bivariables y multivariable permite a los autores identificar cuatro factores capaces de explicar el 61,7% de la varianza (cultura viva, cultura letrada, cultura digital y cultura audiovisual). A partir de un análisis de componentes principales, las prácticas culturales parecen estructurarse en torno a tres factores: prácticas culturales clásicas y letradas, audiovisuales y digitales. Por último, un análisis de conglomerados permite identificar a los autores seis tipos de públicos (de cultura digital, audiovisual, apartado, anticultura audiovisual, clásico digital y clásico puro). De especial relevancia es la identificación de estos sociotipos según distintas variables sociodemográficas pero, sobre todo, comprobar que ‘la digitalización se ha configurado como un espacio cultural singular’, que ha supuesto una rearticulación del campo cultural juvenil, y que ‘el público de cultura digital y el público clásico digital, suponen dos tercios de la juventud de Cataluña’.

Un tema que ha destacado en las últimas décadas en los estudios sobre la juventud es el relativo a las condiciones de vida y, en especial, a la precariedad laboral. Hay varios colectivos que experimentan con mayor intensidad que el resto de la población los efectos de la crisis: migrantes, mujeres, trabajadores mayores, personas con baja cualificación y jóvenes. La transición de la formación al mercado del trabajo y la falta de experiencia laboral previa hacen de esta etapa del ciclo vital un periodo incierto. En “Experiencias y metáforas sobre la precariedad juvenil en un tiempo de espera” Benjamín Tejerina plantea la necesidad de un giro en los análisis de la precariedad en las sociedades contemporáneas. Frente a una precariedad confinada en los márgenes de la sociedad y centrada en las consecuencias de una inserción laboral defectuosa, formula la necesidad de sustituir un modelo de análisis de la precariedad simple por el de la precariedad compleja. Esta necesidad viene justificada por un doble proceso de expansión: de los sectores periféricos de la sociedad a las capas medias, y de lo laboral a la vida en general. La precariedad vital no sería una característica más de los tiempos actuales, un elemento coyuntural, sino una condición estructural de la existencia en las sociedades contemporáneas. Este proceso va más allá de los momentos de crisis aguda concretos, y se desplaza colonizando paulatinamente los lugares y sectores centrales, las en otro tiempo denominadas clases medias.

A través de los testimonios de jóvenes, recopilados mediante entrevistas personales y una reunión de grupo, se nos habla de las experiencias de la inestabilidad, del desencaje, del infortunio, de los cuidados, ayudas y prótesis que reciben para construir trayectorias vitales e identidades en precario durante una moratoria o tiempo de espera (Cuzzocrea, 2019; Honwana, 2014). También se recopilan algunas metáforas utilizadas para nombrar la precariedad: vivir al día, estar en la cuerda floja, vivir a la intemperie, a salto de mata, estar en stand-by, así como de las estrategias para poder ‘ser normal o llevar una vida normal’, lo que prefigura una juventud más próxima al homo promptus de Walsh y Black (2020, p. 10) o al individuo joven hiperactivo de Leccardi (2014, p. 49).

Estamos acostumbrados a ejemplos de reemplazo generacional como mecanismo de cambio social general, pero, como señala Gramsci en otro de los artículos de este monográfico, resultan más escasos trabajos sobre el conflicto generacional dentro de un colectivo o institución. Este es el objeto que Eduard Ballesté y José Sánchez abordan en “Generación, capital militante y activismo juvenil: los movimientos sociales desde dentro”. A partir de los conceptos de generación (Mannheim) y capital militante, los autores centran su análisis en la evolución de la confrontación intergeneracional entre 2014 y 2017 en la Plataforma de Afectados por las Hipotecas de Lleida. Mediante un trabajo etnográfico de más de dos años, con levantamiento de manifestaciones y acciones, entrevistas personales, participación en acciones y reuniones, realización de varias reuniones de grupo, seguimiento de lo publicado en distintos medios de ámbito local, así como de otros agentes sociales y políticos, se reconstruye la dinámica y cambios internos operados en la PAH desde una perspectiva generacional. Sin duda, esta perspectiva generacional encierra algo más que una mera cuestión de cohorte de edad, remitiendo a un espacio generacional en el que la socialización de los más jóvenes adquiere elementos distintivos frente a la experimentada por los miembros de otras generaciones. Todo ello sin minusvalorar lo que de verdad encierra el concepto de capital militante, que parece ser el motor del conflicto interno dentro de la PAH de Lleida, y de los cambios estratégicos posteriores a la toma del control de su línea estratégica por parte de una nueva generación. La legitimidad de las distintas unidades generacionales en las luchas de poder internas hunde sus raíces en relatos y visiones diferentes de la herencia del 15M, lo que desvela al campo de los movimientos sociales como un espacio heterogéneo, jerarquizado, donde distintas prácticas y discursos se enfrentan por la legitimidad para normalizar y liderar las acciones reivindicativas y de protesta.

El Informe Juventud en España (IJE) presenta cada cuatro años una radiografía de los modos y estilos de vida de este sector de la sociedad. Su realización sistemática permite analizar los procesos de cambio que se producen en él a lo largo del tiempo. En “La juventud que sale de la crisis”, Jorge Benedicto, Antonio Echaves, Teresa Jurado, María Ramos y Benjamín Tejerina (2017), cinco de los autores del IJE2016, reflexionan colectivamente sobre algunas de las características que definen el momento actual por el que atraviesa la juventud española. Basándose en los resultados de una amplia encuesta realizada a 5002 jóvenes entre 15 y 29 años, se repasan algunos aspectos relevantes de la situación e inserción laboral, la formación y nivel educativo, los ingresos económicos y los gastos, la situación residencial, los pormenores de los procesos de emancipación y salida del hogar familiar, el ocio y tiempo libre, la satisfacción con la vida, las relaciones sociales, la participación cívica y política, así como las perspectivas de futuro. Como no podía ser de otra manera, la conversación se realiza de manera selectiva, identificando luces y sombras, que destacan más o menos dependiendo de la mirada retrospectiva o proyectiva. Más allá de la interpretación de este conjunto de autores, su lectura pretende ser una invitación a visitar la obra original para que cada persona pueda construir argumentadamente su propia interpretación.

La pretensión de este monográfico no es únicamente presentar una imagen abierta y plural de la juventud que sale de la crisis, de las dificultades para construir identidades en transición o de las estrategias que se utilizan para navegar en tiempos de incertidumbre y precariedad. También intenta reflejar cómo es la sociedad adulta, con qué mimbres se construyen los procesos por los que transitan para llegar a ser o dejar de ser miembro de ella, y, aunque en menor medida, con que instrumentos metodológicos y aproximaciones teóricas las ciencias sociales (o algun@s de sus representantes) intentan dar cuenta de todo ello.




AGRADECIMIENTOS


Este artículo ha contado con el apoyo económico del proyecto “Sharing society. El impacto de la acción colectiva colaborativa” financiado por el Ministerio de Economía y Empresa del Gobierno de España CSO2016-78107-R, así como del Grupo de investigación consolidado del Sistema Universitario Vasco IT1199-19. El presente monográfico se ha llevado a cabo en el marco de la Red de Excelencia sobre Juventud y Sociedad (REJS 2.0). Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades. CSO2017-90618-REDT.


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NOTA BIOGRÁFICA

Benjamín Tejerina es Catedrático de Sociología y Director del Centro de Estudios sobre la Identidad Colectiva de la Universidad del País Vasco. Entre sus publicaciones más recientes se encuentran Crisis and Social Mobilization in Contemporary Spain: The 15M Movement (editado con I. Perugorría, Routledge 2017); Pensar la agencia en la crisis (editado con G. Gatti, CIS 2016); La sociedad imaginada. Movimientos sociales y cambio cultural en España (Trotta 2010).