Monográfico / Monographic

DOI: 10.22325/fes/res.2021.28

Discursos y prácticas en experiencias de cuidado comunitario. Una perspectiva moral entre cuidados gaseosos, líquidos y sólidos


Discourses and practices of community-based care experiences. A moral perspective on gaseous, liquid and solid care


Sergio García García ORCID

Universidad Complutense de Madrid, España sergig07@ucm.es


Jesús Sanz Abad ORCID

Universidad Complutense de Madrid, España jesusanz@cps.ucm.es


Sofía Ugena-Sancho ORCID

Departamento de Antropología Social y Cultural. Centro asociado de Guadalajara. Universidad de Educación a Distancia, España sofugena@guadalajara.uned.es

Revista Española de Sociología (RES), Vol. 30 Núm. 2 (Enero - Abril, 2021), a28. pp. 1-19 ISSN: 1578-2824


Recibido / Received: 20/01/2020
Aceptado / Accepted: 10/11/2020





RESUMEN

El presente texto presenta los resultados de una investigación antropológica centrada en el funcionamiento de distintos proyectos de cuidado comunitario (dos de vivienda cooperativa, uno de ellos senior, y otro de crianza colectiva). A través de una aproximación etnográfica, se comparan los discuros y las prácticas ausentes en las distintas experiencias. Los resultados muestran la trascendencia de la individualidad como elemento común en el sentido que otorgan los participantes a los proyectos, y el empleo de significados situados entre el parentesco y la amistad a falta de referentes culturales de cuidado comunitario. En segundo lugar, la investigación revela el uso del concepto de cuidado para nombrar situaciones de muy diversa intensidad y compromiso, lo cual conduce a elaborar la categorización etic de cuidados gaseosos, líquidos y sólidos. Por último, partiendo de esa misma categorización, la investigación encuentra una modulación de las obligaciones morales de los participantes en función de la intensidad de los cuidados, mostrando así los límites de las experiencias a la hora de afrontar los cuidados materiales más sólidos.

Palabras clave: comunidad, cuidado, cuidados comunitarios, moral, cohousing, crianza.



ABSTRACT

This paper presents the results of an anthropological research focusing on the operation of several community-based care projects (two concerning cooperative housing – one of which is for seniors; and one concerning collective upbringing). Through an ethnographical approach the research compares the discourses and practices present in the experiences. The results firstly show the transcendence of individuality as a common element, in the sense given to the projects by the participants, and the use of meanings standing in between kinship and friendship, in the absence of cultural referents of community-based care. Secondly, the investigation reveals the use of the concept of care to name situations involving very different levels of intensity and engagement, which leads to their etic categorisation as gaseous, liquid and solid care. Finally, building on that categorisation, the study finds a modulation of the moral obligations of participants according to the intensity of the care, thus exposing the boundaries of the experiences when facing the most solidmaterial care.

Keywords: Community, care, community cares, morality, cohousing, child rearing.




INTRODUCCIÓN


La contemporánea sensación de fragilidad que invade las subjetividades, vinculada con la competencia, y la explícita precariedad y vulnerabilidad resultado de la crisis de los cuidados que estamos viviendo en las últimas décadas, está produciendo un significativo afloramiento de la idea de “comunidad” que, cual revulsivo, surge como lógica de reproducción alternativa.

Entendemos como experiencias de cuidado comunitario aquellas que tratan de dar respuesta a las necesidades cotidianas de los cuerpos vulnerables mediante una organización colectiva divergente de la familia, el Estado o el mercado, constituyendo una suerte de aggiornamento comunitario, corolario de la reflexión sobre el cuidado y la sustancial conciencia de interdependencia. En este texto analizamos algunas de estas experiencias comunitarias -vivienda cooperativa, co-housing senior y grupos de crianza- surgidas en el último decenio, en un contexto de fuerte crisis económica y social, traducida consecuentemente en una “crisis de la cuidadanía 1 (Pérez-Orozco, 2006). Nuestro objetivo es triple: indagar en las representaciones que los participantes de estas experiencias hacen del término comunidad y su posible relación con los cuidados; explorar hermenéuticamente los significados otorgados a nivel simbólico y material a la noción de cuidado y reflexionar sobre la moralidad que subyace en estas experiencias. Así mismo, teniendo en cuenta tanto los niveles simbólicos como materiales, propondremos tres declinaciones del cuidado análogas a los estados de la materia: líquido, gaseoso y sólido.


DEL RESURGIMIENTO DE LA COMUNIDAD


El anhelo comunitario afecta a sujetos diversos, desde los neorurales a grupos de ultraderecha, pasando por los residentes en gated communities (Delgado, 1999). Entendiendo comunidad como “grupo o red informal cuya interacción se basa en una serie de vínculos entrelazados de conocimientos personales de larga duración que proporcionan apoyo, información, sentido de pertenencia e identidad social” (Cucó-Giner, 2004), pareciera que su sola invocación fuera capaz de hacer frente a la actual precarización de la vida y la inseguridad social (Bauman, 2003). En este sentido esFederici (2020) quien, ante esta crisis global, habla en términos de “reencantar el mundo” 2 .

Se trata de poner el foco, como esboza Santos (2003), allá donde la Modernidad no ha reparado: en la esfera doméstica, los cuidados, la comunidad, la ciudadanía etc. Por ello esta idea de comunidad emerge en los últimos años desde varios flancos: la relevante corriente del pensamiento de izquierdas, la fuerza ejercida desde los colectivos oprimidos, el municipalismo, el autonomismo y el feminismo comunitario (Bacque & Biewener, 2016; Caffentzis & Federici, 2015; Serrano-Pascual, Martín-Martín, & Castro, 2019).

Inspirándose en Polanyi (2018), este aggiornamento apuesta por una vuelta a los vínculos entre mercado y Estado, donde la autonomía política estaría ligada a las condiciones materiales, entendiendo que lo político y lo económico no están exentos de la esfera reproductiva, algo muy estudiado desde las perspectivas de género (Federici, 2020). La lectura que realizabaPolanyi (2007) de las crisis capitalistas, alejada del simplismo del colapso económico, se encuentra ahora en pleno auge al atender a claves más complejas como la desintegración de las comunidades o la naturaleza. En coherencia con este planteamiento, muchas de las actuales propuestas comunitarias tratan de invertir la actual subordinación de la reproducción de la vida a la producción económica para vislumbrar nuevos horizontes, explorando las tramas comunitarias de sostenibilidad vital de forma autodeterminada y su papel en la reproducción social en el contexto postmoderno (Angelis, 2017; Gutiérrez-Aguilar, 2015).

En la última década ha cobrado especial protagonismo el estudio de los denominados “comunes”, a partir del trabajo de ElinorOstrom (1990) que mostró cómo las comunidades podían aprender a cooperar, creando reglas de uso sobre los “bienes comunes” y las instituciones garantes de su sostenibilidad y acceso igualitario y universal. Otros acercamientos han renegado de la idea de “bienes comunes”, apostando directamente por definir “lo común” como un principio político capacitado para instituir un “algo” común a través del autogobierno y las normas de co-obligación (Laval & Dardot, 2015). Desde esta perspectiva, destaca cómo lo común no es algo dado, pues existe todo un proceso de construcción social constante -commoning-, de gestión de los comunes ante la amenaza del capital, fagocitador del medio ambiente y los servicios públicos a través de su mercantilización y monetarización (Angelis, 2017; Harvey, 2012). Uno de los ámbitos donde recientemente ha comenzado a observarse este conflicto entre lo comunal y su asimilación mercantil es sin duda la esfera de los cuidados.


Cuidados, comunidad y moralidad

En paralelo a la emergencia de la noción de comunidad, el concepto de cuidado ha alcanzado en las últimas décadas una fuerte visibilidad tanto en el plano social como en el académico 3 . Los cuidados se entienden como el conjunto de prácticas necesarias para el sostenimiento de la vida, es decir, el bienestar físico y emocional de todas las personas en cualquier contexto social (Pérez-Orozco, 2014). La importancia del cuidado como categoría analítica propulsada desde el feminismo reside en reflejar una compleja urdimbre que dinamita binomios establecidos entre espacios públicos y privados, reproducción y producción, etc. (Carrasco, Borderías, & Torns, 2011). Además, la noción de cuidado se ha convertido en una pieza central de la crítica feminista al mito liberal de la autosuficiencia del sujeto moderno, lo que conduce a la reivindicación de la denominada interdependencia (Fraser, 2015). Es en el reconocimiento de la dependencia mutua en todas las edades y contextos donde podemos hallar la alianza entre cuidados y comunidad.

El debate en torno a los cuidados se ha centrado clásicamente en la distribución entre sexos y el arreglo entre Estado, mercado y familia, pero tal y como señalan algunas autoras (Vega-Solís, Martínez-Buján, & Paredes-Chauca, 2018) ha quedado sin explorar su dimensión comunitaria. No obstante, algunas autoras comoFederici (2013); Federici (2020) oGutiérrez-Aguilar (2019), postulan una identificación entre comunes y cuidados, entendidos como acciones comunales y cooperativas para la reproducción de la vida. De este modo, el discurso de los cuidados comunitarios es a la vez un reconocimiento de su centralidad evolutiva y una apuesta por su redistribución y democratización. De ahí se derivan muchas propuestas de reorganización social cuyo cardinal objetivo es aliviar la presión del sostenimiento vital en los hogares, mediante la creación de ecosistemas comunitarios que cuiden, así como un sistema público que garantice la universalidad y singularidad, añadiendo la posibilidad de comunalizar la gestión de los servicios públicos intendentes del cuidado (Herrero, 2019; Pérez-Orozco, 2014).

En la medida en que el cuidado está inserto en unas relaciones sociales concretas, nos remite a un análisis de su semántica social así como de las bases morales que subyacen al mismo (Tronto, 1993). En este ámbito son varios los trabajos que enfatizan las diferencias en la gestión emocional de las prácticas de cuidados entre hombres y mujeres, factor en el que no hemos incidido desde nuestra investigación, orientada al mucho menos explorado componente comunitario. AsíSerrano-Pascual, Artiaga-Leiras, and Crespo (2019) destacan cómo las mujeres naturalizan el cuidado desde lo moral y emocional, asumiéndolo como parte de su construcción de género -hablando incluso de una “autorrealización”-; mientras que los hombres refieren una experiencia enajenante, sobrevenida, que surge como una obligación asumida en aras del vínculo de parentesco (Aguilar, Soronellas, & Alonso, 2017), o como una oportunidad laboral a raíz de la crisis económica (Bodoque-Puerta, Soronellas, & Offenhenden, 2019). En una línea similar,Comas (2017) analiza esta cuestión a la luz de las categorías de don y reciprocidad, mostrando cómo el sesgo de género se inserta en ambas, pues los cuidados -históricamente feminizados- son asumidos por las mujeres como una práctica naturalizada significada como don dado, es decir el dar sin necesidad de recibir.

En esta senda de la lógica del don,Legarreta (2008) analiza cómo el tiempo dedicado al ámbito doméstico conserva un fuerte componente ético debido a su adherencia a nivel social a estrictos juicios morales. Por ello destaca la carga emocional que articula el “tiempo donado” en la crianza pues, aunque pueda experimentarse como experiencia satisfactoria, también “se conjuga con sentimientos cruzados de sacrificio y culpabilidad, derivados del incumplimiento de expectativas tanto en el ámbito laboral como en la vida personal y familiar” (Legarreta, 2008). Un “malestar en el cuidado” que tiene su origen en la confrontación entre la denominada ética productivista y la construcción del cuidado, entendido como deber moral asociado a un imaginario donde es “romantizado" y asimilado a través del marco normativo del amor (Morini, 2014).

A raíz de esta configuración moral del cuidado, cabe preguntarse por algo que ha sido escasamente investigado: la forma que cobran las obligaciones objetivas y subjetivas cuando dicho cuidado se retira del hogar y se asume de forma comunal. Algo que ya enunciaban (Bacchi & Beasley, 2004) al hablar de “ética del cuerpo social”. Observamos así que esta nueva moralidad del cuidado estará sujeta al tipo de vínculos que se generen en las experiencias de cuidado comunitario, así como a su materialidad y semántica, dos de los ejes centrales de esta investigación, poco abordados hasta el momento. Antes de indagar en esta cuestión, creemos conveniente situar las experiencias analizadas dentro de la constelación de iniciativas y proyectos emergida en los últimos años.


EXPLORANDO EL CUIDADO COMUNITARIO


Entendemos, junto a (Caffentzis et al., 2015), que el resurgimiento de la producción de los comunes se hibrida necesariamente no sólo al reparto comunal de la riqueza sino al trabajo cooperativo (tanto productivo como reproductivo) y a la construcción de nuevos espacios y modos de vida regidos por la solidaridad. Así, a partir del enfoque teórico desarrollado, situamos los cuidados comunitarios como prácticas transculturales de reproducción social e interdependencia de los cuerpos, con diversas manifestaciones, según el contexto espacial y socio-histórico.

Al igual que en Latinoamérica estos proyectos alternativos están vinculados embrionariamente a las luchas indigenistas a las que se adhieren movimientos sociales urbanos (Zibechi, 2012), en España, las experiencias organizadas de cuidado comunitario tienen como precedente el sindicalismo y cooperativismo de raíces anarquistas y socialistas, las alternativas inspiradas en el cristianismo de base, así como el movimiento vecinal de las décadas de 1960 y 1970.

En el momento actual, presenciamos en España un auge de experiencias organizadas de cuidado comunitario vinculadas fundamentalmente a un intento de sutura vital sostenible no abordada ni por las instituciones públicas ni por el mercado. Aparejado al contexto de crisis, asistimos a la emergencia de comunidades que, por un lado, reasumen la precariedad como práctica política crítica de la intervención social, educativa y sanitaria institucional y, por otro, reafirman su deseo de construir modos de vida alternativos centrados en el lazo común. La crisis económica iniciada en 2008, el empobrecimiento, los desahucios y las políticas de austeridad, fueron el detonante para la emergencia de multitud de prácticas de apoyo mutuo descentralizadas, con el objetivo de atender a necesidades de vivienda, alimentación, etc. (Fantova-Azcoaga, 2019). Es el caso de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca o Stop Desahucios, que emplean una metodología de acogida a nuevos damnificados basada en el recogimiento emocional y la seguridad de la comunidad (García-García & Martínez-Ramírez, 2018).

Por su parte, durante el ciclo electoral 2015-2019 en el que los llamados “ayuntamientos del cambio” trataron de introducir en las políticas públicas discursos y prácticas innovadoras procedentes de los movimientos sociales, hemos visto cómo desde el plano institucional se han intentado replicar o promover este tipo de experiencias a través de la cesión de uso de espacios o directamente impulsando comunidades de cuidado. De este modo también se desarrollaron intervenciones arquitectónicas para favorecer la comunalidad de los espacios públicos a partir del urbanismo feminista (Ciocoletto & Valdivia, 2019) 4 , lo que adviene tras la profunda reflexión teórica sobre la sostenibilidad material de las vías alternativas y la relevancia de sus infraestructuras, algo que lo localiza más allá del terreno ideológico de la utopía romántica.

Pero son las experiencias autoorganizadas específicamente dedicadas al cuidado comunitario, las que analizaremos aquí. Estas iniciativas parten de diversas semillas: a veces es una comunidad previa de origen militante o religioso la que da un paso más allá, generando un proyecto que dé respuestas colectivas a sus necesidades cotidianas de cuidados, mientras que, en otras ocasiones, un grupo sin lazos de comunidad previa aspira a crearlos mediante un proceso de auto- o hetero-intervención. Quizás uno de los fenómenos más sobresalientes en el campo de los cuidados comunitarios haya sido la aparición en los últimos años de numerosos grupos de crianza. Reforzados por los discursos acerca de la necesidad de “la tribu” (Olmo, 2013), estos espacios surgen en las grandes ciudades con la intención de “desfamiliarizar” y desinstitucionalizar el cuidado de los pequeños, mediante la autoorganización de emplazamientos y responsabilidades. Así mismo, otro de los fenómenos emergentes más relevantes en el espacio de las “infraestructuras cuidadanas”, ha sido la progresiva aparición de proyectos de vivienda cooperativa y co-housing, tanto en su versión intergeneracional como en su versión senior, que incardinan, como veíamos, tanto la dimension material del cuidado como la relevancia de la dimension relacional y afectiva entre sus miembros (Mogollón & Fernández, 2019).

El auge de este tipo de iniciativas asociadas al cuidado comunitario ha hecho que exista un creciente interés en las ciencias sociales en el estudio de algunos estudios de caso (Araiza & González, 2016; Gonzálvez, Lube, Ramírez, & Cano, 2019; Rodríguez & Comas, 2017; Vega-Solís et al., 2018). En este sentido, la reflexión sobre la continuidad de la feminización del cuidado en los espacios alternativos de crianza o la relación existente entre servicios públicos e iniciativas alternativas, han sido algunas de las temáticas de estos trabajos, por lo que nosotros no las abordaremos en este momento. No obstante, detectamos un cierto vacío etnográfico en el estudio de cuestiones como la forma en que se construye la dimensión comunitaria y el cuidado en sus diversas materialidades, o la interpelación moral que emerge en estas experiencias, por lo que son los ejes en los que profundizaremos en este texto.


Etnografiando experiencias concretas de cuidados comunitarios

Habiendo establecido ya el nexo entre cuidado y comunidad, en nuestro análisis hemos seleccionado tres experiencias de cuidado comunitario: una vinculada a la crianza compartida, otra de vivienda cooperativa intergenaracional y una última dedicada al co-housing senior 5 . Las dos primeras se sitúan en el centro de la ciudad de Madrid, mientras que esta última se ubica en un pueblo de la Comunidad de Madrid, si bien sus integrantes proceden mayoritariamente de la capital. Las tres iniciativas se caracterizan por haber sido promovidas desde la autoorganización social. Así, en los dos casos de viviendas cooperativas, el grupo germinal promotor contaba con vínculos estrechos entre sí, previos a la puesta en marcha de la experiencia; mientras que el grupo de crianza compartida fue promovido a partir de algunos vínculos más laxos fruto de la socialización en un grupo de postparto. En cuanto a la composición social como rasgo más destacado hay que señalar que la mayor parte de los miembros poseen estudios universitarios y muchos de ellos tienen trabajos cualificados (abundando el sector educativo) y siendo muy escasas en todas estas experiencias los trabajadores manuales.

Partimos de una aproximación etnográfica, método sustancial de la investigación en Ciencias Sociales (Hammersley & Atkinson, 1994), basada en el análisis comparado de estos tres estudios de caso que interpelan diversas dimensiones del cuidado comunitario. Tras un mapeo riguroso, seleccionamos estas tres prácticas con el objetivo de abordar todo el ciclo vital (población jubilada, infantes y población intergeneracional) entendiendo, además, que los casos elegidos son representativos de prácticas inducidas desde la propia autoorganización de la sociedad civil (Fantova-Azcoaga, 2019).

Por su parte, a nivel metodológico los datos aquí presentados proceden de dos fuentes. Por un lado, de los registros de observación de campo y análisis de texto realizados en estos tres espacios, a raíz del análisis del contenido documental generado en torno a estas experiencias (actas de asamblea, participación en espacios internos de debate, análisis de documentos generados, seguimiento y participación en grupos de whatssap, o participación en algunas jornadas de debate municipal sobre este tipo de experiencias). Por otro, de la realización de 12 extensas entrevistas semiestructuradas realizadas a diversos participantes de estas iniciativas 6 .


ANÁLISIS DE DISCURSOS Y PRÁCTICAS EN EXPERIENCIAS DE CUIDADO COMUNITARIO

A continuación, presentamos los hallazgos más relevantes del análisis del material etnográfico. Haremos un recorrido por los significados otorgados a las experiencias de cuidado comunitario, estableceremos una propuesta de categorización -cuidados gaseosos, líquidos y sólidos- con el fin de ayudar a comprender los distintos referentes a los que apela la noción de cuidado y finalizaremos el análisis presentando las consecuencias de dicha categorización en cuanto al grado de obligatoriedad moral adquirido por parte de los miembros.


De los vínculos establecidos en torno al cuidado

Los cuidados comunitarios, nombrados de manera explícita o implícita, constituyen una seña de identidad de las experiencias investigadas, representando la fórmula para colectivizar la vida, tanto en sus espacios de habitabilidad como en los de crianza. De una u otra manera y desde planteamientos que acogen tanto miradas marcadamente políticas como aquellas que inciden sencillamente en la resolución concreta de necesidades vitales, estas experiencias buscan ser una respuesta ante la pérdida de centralidad de las relaciones de reciprocidad a través de la organización de los cuidados comunitarios como expresión de interdependencia y apoyo mutuo.

Otra manera de vivir, en la que los cuidados son lo más importante. Y, sobre todo, cuidar también el planeta (…). El ser conscientes que no podemos vivir aislados ni del planeta, ni de las personas (…), para mí es una manera de reivindicación. (Verónica, Plaza de Todos, vivienda cooperativa, no promotora)

Así en el proyecto de vivienda cooperativa se destaca la necesidad de construir “una comunidad que nos apoyará en momentos de extrema urgencia” en un contexto de emergencia climática y de “experimentar la trascendencia de la individualidad”. Mientras que en la experiencia de cohousing senior se habla de poner “en común muchos aspectos de nuestra vida con otras personas que están en nuestras mismas circunstancias (de edad) y tienen fundamentalmente el mismo modo de pensar”, con el fin de facilitar “un apoyo mutuo en las pequeñas dificultades que puedan afrontarse simplemente con una ayuda amistosa”. Mientras que en las experiencias de crianza se remarca el valor de construir “una red de cuidados hacia dentro y hacia afuera de la comunidad educativa, que desafíe la individualización de la vida” o se anima a construir un espacio “donde las familias podamos involucrarnos en la crianza de nuestras hijas e hijos 7 .

En coherencia con este marco, en los discursos de los integrantes de estas experiencias, aparecen constantemente constructos como el “ser solidario”, “pensar en el grupo” o “pensar en común”, a la vez que se enfatiza “el compromiso” e “implicación emocional” que supone formar parte de ellas 8 .

Junto a estos elementos, en los relatos de buena parte de los participantes aparecen dos rasgos especialmente relevantes. Algunas personas traducen su participación en los proyectos como un “reto para explorarse” o una “experiencia de crecimiento personal” a través de lo colectivo. Además, en los testimonios recogidos en Ecolumpio, el grupo de crianza, donde abundan los perfiles de personas de fuera de Madrid con escasa red familiar, es llamativo que varios relatos señalen la participación en el proyecto como una forma de socializar o de crear “arraigo en el barrio”. Con ello, la motivación para participar en estas experiencias a menudo desborda la mera necesidad concreta de cuidado, para hibridarse con otras motivaciones individuales cuyo denominador común radica en la recreación del vínculo social y su narrativa colectiva formal de organizar el cuidado más allá del Estado y el mercado.

En todos los proyectos existe una voluntad decidida de promover la construcción de vínculos entre sus participantes o de recrear los ya existentes. Se trata de generar espacios informales (como “cañas” o “cenitas” fuera de los espacios formales de las asambleas), “para conocerse” en el caso de individualidades que confluyen en un proyecto sin vínculo previo, o “para contarse cómo están”, desahogarse o reafirmar la complicidad en las relaciones de nexo previo. En el caso de Ecolumpio compartir ratos de parque constituye un espacio privilegiado para construir el vínculo entre los participantes. Finalmente, en el caso de la experiencia de cohousing senior, Trenzados, la comida diaria compartida al mediodía es un espacio fundamental para la construcción y afirmación de lo común. Estos espacios son significados por los participantes como fundamentales para “hacer grupo” y crear lazos relacionales y afectivos o fortalecer los preexistentes. Estos espacios informales incrustados dentro de la rutina comunitaria los entendemos a modo de escenario y mediación ritual necesaria para el mantenimiento de la communitas (Turner, 1988) algo que engarza sin duda con las lógicas del don y la reciprocidad, que también exploraremos.


De la organización colectiva del cuidado a la construcción de la comunidad: entre la amistad y el sentimiento de familia.

En este contexto de organización colectiva de los cuidados y de recreación del vínculo, la apelación a la idea de comunidad o a la idea más concreta de “comunidad de cuidados” ocupa un lugar sustancial en la sistematización y definición que hacen de sus experiencias. Son múltiples los sustratos ideológicos de los que provienen, siendo especialmente significativos los movimientos de izquierdas o incluso algunos espacios cercanos al cristianismo de base 9 . Sin embargo, el hecho de que estén también cristalizando en otros entornos sociales de menor acento sociopolítico o religioso puede explicarse a partir de la promesa de cobertura de algunas carencias en relación a la reciprocidad que habita los vínculos parentales. Así, mientras algunos de los grupos promotores de estas experiencias suelen tener a menudo vínculos previos intensos de militancia y de vida, y por ende apuestan por inventar nuevas relaciones de cuidados (“otra manera de vivir”, lema de uno de ellos que aparece curiosamente también con frecuencia en los discursos de las otras iniciativas); otros miembros llegan a los proyectos seducidos por esta propuesta, procedentes de tejidos sociales menos tupidos. No son pocos los que carecen en Madrid de vínculos familiares estrechos (padres, hermanos), vacío que se evidencia en los momentos de intensificación de los cuidados (crianza, vejez, enfermedad). Carencia o precariedad parental que la comunidad y su imaginario pareciera poder compensar.

Centrándonos en el sentido que se da al término comunidad en estas experiencias, llama la atención que, aun empleándose como conceptos separados, “comunidad” y “cuidado” aparecen en la mayoría de sus discursos entretejidos en la misma mimbre identitaria. En términos generales, en las entrevistas realizadas, la idea de comunidad aparece con frecuencia de forma más espontánea e intensa, entre las personas que han sido promotoras de la experiencia, frente a la mirada algo más distante de aquellos que se han sumado posteriormente.

Hay un fervor religioso hacia la comunidad, hacia la vida comunitaria, hacia que todos somos una familia. (…) Y hay gente que tienen un sentimiento que a mí me sorprende porque es como muy auténtico y que es un sentimiento comunitario, de verdad. Y pienso: “Yo no lo tengo, pero no me importaría tenerlo, eh, pero no, no lo tengo”. (Charo, Trenzados, cohousing senior, no promotora)

En ese significado que se da a las experiencias creadas y los vínculos resultantes destacan dos circunstancias. En primer lugar, en muchos discursos se remite frecuentemente al tipo de vínculo que se ha construido a raíz de experiencias compartidas marcadas por un sentimiento corporal de vulnerabilidad 10 , como la enfermedad o el parto y puerperio.

Yo decía que los partos unen y es que es verdad, en lo emocional es un momento tan vulnerable que une cuando tú compartes eso con alguien, une. (Sandra, Ecolumpio, experiencia de crianza compartida, promotora)

En segundo lugar, en muchos discursos se enfatiza cómo la relación construida está muy mediatizada por la singularidad de compartir esa concreta experiencia de cuidado.

[Hablando del cuidado de su hija] Eso es lo común. Eso construye vínculos. El cuidado de algo que uno quiere tanto. Por ejemplo, el miedo de no saber a quién dejas tu hijo o tu hija (…). Si me tengo que ir un día por ahí, igual se lo pediría a alguien, claro. O a algún amigo, pero es posible que a alguien de Ecolumpio porque mi hija los conoce, porque conoce a sus hijos, porque sería un espacio cómodo. Y donde yo sé que va a estar bien cuidada. (Lorena, Ecolumpio, experiencia de crianza compartida, no promotora)

Una singularidad que hace que, a la hora de nombrar el tipo de vínculos en estas experiencias, los/as entrevistados/as los sitúen en un ámbito indefinido que bascula entre la amistad 11 y las relaciones de parentesco (Aguirre, 2007; Carsten, 2004). Así, respecto a la amistad, muchas veces las personas destacan el hecho de que los vínculos construidos en torno a estas experiencias se basen en unas relaciones no electivas y asociadas a la donación y recepción de cuidados ante circunstancias que puedan surgir, lo que las diferencia de otras amistades.

Por un lado, son más que amigos, porque claro, estoy construyendo algo muy importante en mi vida que, ahora mismo es el proyecto más importante de mi vida, pero claro, amigos de llamar: “Oye, me ha pasado esto con mi madre”, pues tampoco. Pero claro, luego tengo una confianza con ellos, en el sentido técnico incluso de si me pasa algo, y sé que uno tiene esa habilidad, sí que les llamo a ellos los primeros. (Luis, Plaza de Todos, vivienda cooperativa, no promotor)

En esta misma línea destacamos el paralelismo que se da entre los vínculos construidos en torno a estas experiencias con las relaciones de parentesco, por remitir a relaciones basadas en el cariño y profundamente incrustadas en lo afectivo y emocional.

Para mí la familia de Ecolumpio es como si hubiesen sido colegas de toda la vida, incluso las que han entrado ahora entran en una franja de la realidad que es como ya, pues eso, familia. No hay un conocerse, no. Estamos entrando, cómo lo explicaría, digamos que es una carpeta de lo emocional que ya tiene nombre de familia. (Silvia, Ecolumpio, experiencia de crianza compartida, promotora)

Como vemos, los vínculos familiares siguen actuando como reserva de los cuidados en un contexto fragmentado y ante la ausencia de la tribu (Olmo, 2013). No obstante, aún funcionando en las situaciones más complicadas, estos vínculos se vuelven inoperantes cuando las biografías son móviles y multilocales. De este modo aunque las personas que crean los dispositivos de cuidados comunitarios analizados están buscando alternativas al monopolio familiar, estatal y mercantil de los cuidados, el imaginario sobre los vínculos que pueden crearse en sus experiencias remite constantemente a la familia biológica (“es una familia muy especial”) lo que indica la persistencia de la centralidad cultural nomotética de esta institución como categoría social y lingüística dominante vinculada al origen, la legitimidad y la pertenencia (Bestard, 1998).

Se dan diferencias en el grado de parentesco -familia extensa o familia nuclear- que se evoca en las distintas experiencias en función del compromiso de cuidados que implica. Mientras que una participante del proyecto de crianza rememoraba las relaciones que mantenía en el pasado con sus primas y sus abuelos para representar su día a día (familia extensa), en Trenzados, la experiencia de co-housing senior, un vecino señalaba que su hermano biológico, también miembro del proyecto y en situación de dependencia antes de fallecer, había estado “como si tuviera cincuenta hermanos (…) gente que se ha quedado toda la noche cuando ha estado ahí para que Mariano, mi hermano, descansara” (aquí vemos la analogía con la familia nuclear). E incluso una participante en esta misma experiencia ante el noviazgo de un compañero de proyecto señalaba cómo bromeaban diciéndole “que se andase con ojo que tenía muchas cuñadas” (Concha, Trenzados, cohousing senior).

En todo caso, los diferentes grados familiares que se citan como indicadores del compromiso, no incluyen en ningún caso el primer grado de cosanguineidad –“como padres/madres” o “como hijos/hijas”-, asociado a un elevado nivel de entrega, compromiso e intimidad. Así, una residente de Trenzados, el proyecto de co-housing senior, situaba el cuidado de su comunidad en la clave de “hacer compañía” o “estar pendiente”, mientras que un miembro del proyecto de crianza, Ecolumpio, señalaba cómo, en caso de tener que pedir a alguien que se quedara una semana con su hija, a quien llamaría sería a su madre, aunque viviera a 700 km, pues esa era una demanda excesiva en el contexto de la comunidad de crianza. Se trata, como vemos, de un contorno poroso de afectos enhebrados a las necesidades materiales y emocionales concretas de la compleja sostenibilidad vital. En este sentido, la hibridación de parentesco y amistad es un factor común en estas experiencias, pues los vínculos de amistad, reclamados muchas veces como potencia liberadora electiva en relación a lo parental, resultan insuficientes para un cuidado sostenido e intenso en el actual contexto socio-cultural. No obstante, el compromiso que implican estas alternativas excede las expectativas puestas en una amistad al uso, lo que sitúa el vínculo moral más cercano al parentesco (Wood & Robertson, 1974); (Esteban, 2011). Y es que demandar cuidados a las amistades puede colocar a los sujetos en una posición aún más frágil:

Con este problema que hemos tenido de salud, al final llega un momento que te das cuenta de que, o sea, amigos que te llaman y demás, pero aquí era otro sentimiento. De hecho, con algunos amigos no sería capaz de decirles: “¿No te importa, vas por la mañana, te quedas con él, le cuidas?”. Y eso lo he hecho con una persona de Plaza de Todos, que probablemente conozco desde hace un año y medio, y no lo he hecho con amistades. Porque en mi mente aparecían primero ellos que amistades de hace tiempo. (Luis, Plaza de Todos, vivienda cooperativa, no promotor)


El objeto del cuidado comunitario y sus diversos estados: gaseoso, líquido y sólido

Las alusiones a los cuidados comunitarios, siendo muy relevantes en la identidad de los proyectos, guardan una enorme diversidad de significados según los contextos y situaciones que se dan en cada uno. Así, observamos que el cuidado se erige en una suerte de significante flotante que, a la vez que se convierte en una palabra-clave que da sentido a la existencia de las iniciativas, sirve para nombrar y agrupar acciones y procesos muy diferentes.

Las referencias a los múltiples cuidados pueden agruparse en dos categorías significativas según su objeto: la comunidad de cuidados (se cuida a las personas en sus necesidades concretas desde la base de una colectividad reconocida como tal), y el cuidado de la comunidad (acompañando el proceso de construcción colectiva de la iniciativa y recreando sus vínculos sociales).

En cuanto a la comunidad de cuidados, ésta tiene como objetivo organizar el cuidado de los cuerpos vulnerables de forma colectiva, como vemos en las tres experiencias estudiadas. En la crianza compartida de Ecolumpio, el cuidado se plasma en la atención de los “peques”, desprivatizando esas tareas respecto de la familia nuclear, lo que incluye la atención plena, los traslados al espacio de crianza o la atención ante situaciones eventuales (imprevistos en el trabajo, enfermedades etc.). Así mismo, la noción de cuidado también se asocia a resolver de forma colectiva las tareas insertas en el marco del proyecto (hacer la comida, encargarse del acompañamiento, limpieza, etc.) y sus problemas logísticos derivados.

En el proyecto de vivienda alternativa cooperativa, Plaza de Todos, el cuidado comunitario también se asocia fundamentalmente al cuidado colectivo de pequeños y mayores y a responder comunitariamente ante la vulnerabilidad emocional, la enfermedad o la diversidad funcional de algún miembro.

Por su parte, en Trenzados el proyecto de cohousing senior, la noción de cuidado se vincula a ayudar con determinadas tareas para facilitar la autonomía y promover y fomentar la colaboración desde los conocimientos individuales (como ayudar a montar muebles o lámparas, facilitar la mudanza o atender dudas), así como acompañar durante alguna enfermedad transitoria. Además de manera muy relevante en estos proyectos, donde el contacto con la muerte o la corporeidad lesa resulta más habitual, se alude al cuidado en los últimos momentos de la vida como un hito crucial de afirmación de la comunidad que queda grabado en la memoria colectiva.

El otro objeto de los cuidados comunitarios es la propia comunidad. “Cuidar los procesos” y las relaciones implica tratar de que “nadie se quede atrás” o “se quede fuera” por los ritmos o las decisiones. En este sentido cuidar connota prevenir conflictos, integrar participantes, cohesionar grupos y prestar atención a los conflictos latentes que puedan emerger, engrasando las relaciones a través de mediaciones informales. Del mismo modo que se apela al cuidado comunitario cuando las familias que ostentan ciertos capitales (económico, cultural, social, etc.) ponen a disposición del común el dinero necesario para un desembolso inesperado o cuando se ofrecen saberes específicos para las necesidades de la comunidad.

Teniendo presente esto, más allá de las expresiones concretas diferentes en las que se plasma el cuidado en cada uno de estos proyectos, desde una perspectiva comparada en las narrativas recogidas de los proyectos analizados, identificamos tres grandes acepciones asociadas a las diferentes densidades del cuidado, que relacionaremos metafóricamente con los tres estados de la materia: gaseoso, líquido y sólido. Del mismo modo queBauman (2000) propone el paso de la Modernidad sólida a la Modernidad líquida, hemos pretendido ahondar en esta analogía física. Se trata en general, como hemos podido comprobar en todos los proyectos, de densidades de cuidado muy distintas, cuya materialidad obedece a diversos contextos y superficies relacionales. Por ello hemos elaborado una pequeña categorización de los cuidados, en analogía a los diversos estados de la materia.

De este modo y según las leyes de la química y la física toda materia está formada por partículas en continuo movimiento intrínseco, sujetas a interacciones o fuerzas de cohesión mutua. La disposición de las partículas en sólidos, líquidos y gaseosos es el resultado del movimiento y sus interacciones, analogía que hemos aprovechado para configurar nuestra matriz de estados del cuidado.

El cuidado gaseoso -que normalmente se plasma en elementos intangibles y se suele asociar a la gestión emocional de las personas y del grupo-, lo identificamos con una primera acepción que aparece en los discursos a la hora de mencionar las relaciones interpersonales y comunitarias existentes dentro de los proyectos. Los entrevistados hablan de “clima”, de “atmósfera” al referirse a este tipo de cuidados sutiles, tanto verbales como no verbales, sin forma ni volumen definidos, pero que colaboran de manera activa a la hora de mantener la cohesión grupal.

Yo creo que la comunidad nunca viene dada. O sea, no… Por el mero hecho de juntar a un grupo de personas en un lugar determinado, no tienes una comunidad, ¿vale? O sea, ahí no es comunidad. O sea, que siempre hay que construirla. (…) y se construye. O sea, también hay todo un trabajo de arquitectura social para construir esa comunidad, lo que pasa es que no siempre es consciente o no siempre. (Luis, Plaza de Todos, vivienda cooperativa, no promotor)

En las ocasiones en las que los conflictos sí que se tratan como algo consciente hallamos el surgimiento específico de agentes encargados de mantener estos “cuidados gaseosos”:

…yo creo que esto nos ha enseñado a ser más abiertos y a tratar con más diligencia los conflictos. De hecho, ahí se creó la comisión de comunidad, también, para tratar esto. No así como una merienda de negros en una asamblea, sino primero tratarlo con la persona, con el implicado, con quien se pueda sentir ofendido, y ahí hemos trabajado mucho… Yo creo que en ese aspecto es donde más hemos tenido que aprender. (César, Ecolumpio, experiencia de crianza compartida, promotor)

Una segunda dimensión del cuidado, que aquí denominaremos cuidado líquido, por su volumen definido, pero sin forma fija, se plasma en elementos como la proximidad, que resulta crucial pues, como hemos visto, estas alternativas surgidas en contextos urbanos subrayan la necesidad de la consistencia de un tejido comunitario de contigüidad espacial (Mogollón et al., 2019). De esta manera estos proyectos implican la generación de relaciones de “vecindad” en las que el cuidado se expresa en forma de “estar ahí”, “romper los tabiques”, creando confianza y calidez. La condensación es el proceso que logra que las partículas de un estado gaseoso pesen más y devengan líquido, por ello esta forma del cuidado implica una mayor densidad, un peso más específico que requiere de una cohesión mayor de las partículas, de los sujetos. Entendemos los cuidados líquidos como el estado intermedio entre la forma y peso de los cuidados sólidos y la dispersión y acorporeidad de los gaseosos. Empleamos así el “amor líquido” no como el desmoronamiento de la solidaridad (Bauman, 2005) sino que proponemos la existencia de un cuidado que, precisamente por la facilidad de su circulación líquida, puede fluir, sin forma, pero cohesionando a su paso. Hallamos en este sentido referencias continuas al don y a la reciprocidad

Se hace la cena de traje de los sábados, que es una cena de “yo traje esto”, “yo traje lo otro”. (Charo, Trenzados, cohousing senior, no promotora)

Las ventanas, que están frente a los apartamentos, son como el correo informal. De repente, a veces te encuentras dos magdalenas que te han dejado (…). Un libro que has prestado, te lo devuelven. Tú dejas otro y no sé qué… Un “felicidades” el día de tu Santo. Quiero decirte, es como muy simpático, porque de pronto dices: “Ah, esto me lo ha dejado Fulanita, el bizcocho”, y te ha dejado un trozo de bizcocho. Bueno, ya sabemos… (Avelino, Trenzados, cohousing senior, promotor)

También, en el co-housing senior, el cuidado simbólico cobra forma de acompañamiento o apoyo cuando alguien está enfermo (“traer un caldito” o “hacer una visita”), vigilancia informal del estado de salud de los vecinos (“se han despertado con barullo…, como están abajo de mi casa”) así como la directamente solicitada por prescripción médica (“y durante 3 días me dijo la doctora que me vigilasen de día y de noche (…) pero estuve vigilada durante todo el verano, hasta que ya me dieron de alta (…) vamos, de lujo”).

Por su parte, el cuidado líquido, cuando se refiere a una crianza compartida, puede expresarse en forma de amor parental: “todos los niños que han pasado por Ecolumpio son casi míos”. Pero también en forma de actividades que giran en torno a la crianza, pero no se remiten en exclusiva a la misma, sino que precisamente permiten un espacio de dispersión:

…en un momento dado decidimos que no podíamos estar nada más que conocernos y hablarnos en base a tener asambleas. O sea, decidimos invitarnos a los cumpleaños, quedar de vez en cuando, irnos al campo (…) la crianza, tal, no sé qué… A mí me supera. O sea, a mí me gusta mucho charlar, me gusta mucho hablar de otras cosas, y… Entonces, eso, decidimos, pues, quedar, que nos vamos al mercado, mando un mensaje: “¿Quién se viene al mercado?”, tal, o sea, momentos de distracción, de disipación de esto… (César, Ecolumpio, espacio de crianza compartida, promotor)

Por último, encontramos el cuidado sólido, estado de la materia rígido, resistente y duradero, que remite a la materialidad íntima de los cuerpos y la permanencia prolongada y rutinaria en el tiempo. En general, los cuidados comunitarios de los proyectos estudiados no abarcan esta dimensión sólida de manera completa, lo cual no significa que no existan cuidados intensivos materiales en estos proyectos, sino que sólo parecen ser asumibles cuando no requieren una estrecha intimidad, una abundante frecuencia adscrita o cuando están despojados de una carga semántica negativa. Así, por ejemplo, en Plaza de Todos simbolizan su futuro dentro de 25 años con la imagen de uno de ellos en silla de ruedas y el resto turnándose para sacarle a pasear o para acompañarle al médico, pero las referencias a la higiene diaria o el mantenimiento continuado del cuerpo enfermo no aparecen en la narrativa. Resulta paradójico entonces que, en el caso de la crianza, los cuidados realizados que implican contacto físico (cambiar pañales, dar de comer, etc.), se realizan en medio de una significación cultural muy positiva facilitada en gran parte por las teorías del apego que sustentan estos proyectos y la positiva consideración cultural de la infancia en general. Por su parte, en Trenzados, el proyecto de cohousing senior, el cuidado material asumido tiene que ver con esos acompañamientos al médico o en casa, especialmente en momentos extraordinarios de vulnerabilidad. Pero es precisamente a la hora de atravesar los umbrales de la intimidad, del esfuerzo físico y del pudor (higiene personal, movilización, etc.), cuando esa dimensión del cuidado material rutinizada a diario es problematizada por parte de los miembros de la experiencia, tal y como veremos a continuación.


Construcción de la moralidad en las experiencias de cuidado comunitario


Como hemos ido viendo, en este marco de experiencias comunitarias articuladas en torno al cuidado y sus diferentes dimensiones, cabe preguntarse por las bases morales que subyacen en estas iniciativas. Interpelarnos por esta cuestión nos lleva a analizar las “tramas del sentir” (Serrano-Pascual et al., 2019), así como la concepción emocional de los participantes en cuanto a su pertenencia a estas experiencias y las posibles obligaciones morales que conllevan.

En relación a los proyectos estudiados, hay un consenso generalizado en todos ellos en el alto grado de dedicación y trabajo que requieren, como marca significante de la apuesta por una otra forma de vida. Sin embargo, en los discursos analizados el compromiso exigido es vivido de forma diferente entre las personas promotoras de las experiencias y los participantes que se han incorporado posteriormente. Así, mientras que en los primeros las obligaciones asociadas al proyecto se presentan como “una opción personal” que es interiorizada o que “forma parte de mi vida”, en los testimonios de los segundos estas tareas son presentadas como parte de la “cuota social” o como algo que “no parte de una vivencia sino de una obligatoriedad”, al menos durante las primeras etapas.

En todo caso, a partir de los diferentes testimonios queremos resaltar cómo en este tipo de proyectos donde la autogestión juega un papel fundamental, la identificación de los participantes con el proyecto es un elemento fundamental no sólo a nivel ideológico, sino también a nivel material a fin de garantizar la reproducción del mismo.

Esta identificación se traduce tanto en el compromiso personal hacia la iniciativa (“lo que te pide el grupo para poder funcionar como fuerza cohesionadora es compromiso para construir y lo que no se compromete es fuerza que disgrega”) como en la primacía del bien común y el proyecto como algo preponderante, cuyo resultado no es exclusivamente la suma de sus partes (“para mí el proyecto está por encima de todo lo demás. De cualquiera. (…) El proyecto debería ser superior a los que lo conformamos”)

Centrándonos en la cuestión de las obligaciones morales, podemos diferenciar dos planos de cómo ésta se plantea en las diversas iniciativas. Un primer plano tiene que ver con la relación que se establece con el proyecto, mediada por una notable exigencia y entrega: pues a la participación en asambleas, comisiones y otros espacios organizativos, se añaden a veces las tareas para recaudar fondos, o la participación en rutinas (limpieza, realización de actividades, etc.), lo que es presentado como una expresión de compromiso con la iniciativa que, significativamente, “hace comunidad”. En este sentido, es sumamente relevante el testimonio de un participante en la experiencia de cohousing senior que denota de forma ilustrativa el debate que se dio entre externalizar o asumir algunas tareas de mantenimiento por considerarlo más acordes a la “filosofía” y estilo de vida del proyecto (búsqueda de autonomía a partir del apoyo mutuo) y que son presentadas como “transgresoras”, en oposición a su externalización.

La recepción se llegó a contratar porque eran muchas horas, no todo el mundo puede o quiere y hay gente que como puede: “¡Qué cojones!, yo prefiero estar leyendo, prefiero pagarlo y que me suban 50”. Pero claro, es una lucha que llevamos los que creemos lo contrario por ideología del proyecto, lo que hablamos, yo claro que podría pagar un camarero que me sirviera en el comedor, pero si a mí me sirven en el comedor, me recogen la mesa, me hacen la recepción, me plantan el huerto y yo solo me lo como, pues eso ya no es transgresor. Eso ya es una residencia pija de lujo solo que en vez de un director que se lo lleva pues nos lo llevamos entre todos (…). Aquí el proyecto es vida activa, vida solidaria. Todo lo que se pueda hacer por nosotros es infinitamente mejor que contratarlo. (Santiago, Trenzados, cohousing senior, promotor)

Por su parte, el otro plano asociado a la moralidad construida en torno al proyecto tiene que ver con las relaciones que se establecen entre los participantes. En términos generales podemos afirmar que las relaciones existentes entre los diferentes miembros del grupo en estas experiencias estriban entre el don y la reciprocidad equilibrada en función del tipo de tareas y servicios que están en juego.

Si en la literatura antropológica se suele hablar de don cuando aquello que se da se presenta como una iniciativa sobre la que no existe ninguna garantía de devolución, en la lógica de la reciprocidad los dones demandan un retorno (Comas, 2017). En el caso que nos ocupa y en relación al cuidado, encontramos acciones que siguen esta lógica en cuanto a los cuidados líquidos y ciertos cuidados sólidos se refiere. Así sucede, por ejemplo, en cuestiones que tienen que ver con cubrir situaciones extraordinarias (llevar o recoger a los niños al espacio de crianza) y asociadas frecuentemente a situaciones de vulnerabilidad (acompañar al médico, visitar a alguien enfermo, etc.).

En cambio, en las diferentes experiencias encontramos otras situaciones que tienen que ver más bien con el principio de reciprocidad equilibrada, es decir, existe en ellas una certeza de principio de retorno sobre aquello que se da, y generalmente hay un marco temporal específico estipulado para la devolución 12 (Sahlins, 1977). Este principio de reciprocidad o don diferido lo podemos identificar en situaciones más cotidianas y relacionadas con cuestiones más organizativas dentro de estas experiencias, por ejemplo, en los cambios para cubrir turnos de acompañamiento en el espacio de crianza o para realizar turnos de comida.

Pero más allá de estas cuestiones, nos parece especialmente singular detenernos en dos situaciones que, a modo de fotogramas etnográficos, a nuestro juicio ilustran bastante bien la lógica que se sigue en este tipo de proyectos y, al mismo tiempo, expresan las formas en las que se da la solidaridad entre los participantes insertos en éstas, si bien también incorporan el conflicto y los límites presentes en torno a la sostenibilidad y las diversas dimensiones del cuidado gaseoso, líquido y sólido.

Una primera ventana etnográfica remite a una situación ocurrida en Ecolumpio, el grupo de crianza. En un momento determinado, se vio que uno de los niños que asistía al proyecto tenía necesidades educativas especiales, por lo que se hizo necesario contar con un acompañante específico que se encargase de él de forma personalizada. A pesar de las estrecheces económicas del proyecto, así como de algunas familias participantes que atravesaban una situación económica menos holgada, se decidió buscar una persona para que se hiciese cargo de esa necesidad a cambio de una contraprestación económica, cubriendo los gastos a través de una subida en la cuota de participación de todas las familias y buscando algún ingreso extraordinario mediante la venta de merchandising.

El segundo ejemplo lo encontramos en Trenzados, la experiencia de cohousing senior, y el debate surgido en torno a los recursos con los que afrontar las crecientes situaciones de dependencia sobrevenidas en los últimos años. Después de realizar un estudio sobre cuál era la evolución demográfica de los integrantes de la experiencia y tras un largo debate, se decidió crear una mutua para cubrir esta serie de gastos derivados. Se plantearon así tres opciones: en primer lugar, cada persona se pagaría al 100% los posibles gastos que de su dependencia surgiesen; en segundo término, todos los gastos serían cubiertos de forma colectiva; y por último se realizaría la cobertura de forma colectiva del 70% de los gastos, mientras el 30% restante fuera asumido por las personas que demandasen dicho servicio. Finalmente se optó por la tercera opción.

Hubo ese debate y hubo quien dijo lo mínimo, la posición menos representada era decir esto es un problema personal pues que cada uno se pague sus gastos que todo el mundo tienen para ello. Entonces ahí surgió la mayoría de decir no, es un problema personal pero dentro de un colectivo, dentro de esa comunidad que hemos creado, que se ha creado para la solidaridad, entonces de alguna manera nosotros tenemos que ser solidarios con eso, entre otras cosas porque nos va a llegar a todos, que también sería muy individualista y peor para el que no le llegue. Pero si no porque es como el espíritu y para lo que estamos aquí. (Santiago, Trenzados, cohounsing senior, no promotor)

“Lo personal dentro de lo colectivo”, “para esto estamos aquí” son marcas semánticas que remiten a la respuesta colectiva que en ambas situaciones emergió ante un contexto de necesidades individuales de cuidados no previstos. En ambos casos se optó por dar una respuesta de matriz comunitaria ante las circunstancias sobrevenidas, asumiendo que la situación era competencia del grupo, aplicando de este modo especialmente el cuidado gaseoso, en pos de la comunidad y su cohesión. No obstante, la solución ofrecida fue similar en ambas experiencias, al optar por una externalización del cuidado fuera del grupo y delegando su ejecución en el mercado. Es decir, excluyendo parte de los cuidados sólidos de los individuos vulnerables como responsabilidad no asumible a nivel comunitario. De este modo, estos dos ejemplos nos sitúan ante algunas de las limitaciones que guardan estas experiencias a la hora de asumir los cuidados en su dimensión sólida -material y prolongada en el tiempo- en determinadas circunstancias biográficas. Y es precisamente entre ese ámbito y las diversas dimensiones del cuidado presentadas, entre las que existe un gradiente distinto que, a su vez, construye una frontera simbólica en las obligaciones morales instauradas respecto a otros compañeros del proyecto, y a diferencia del cuidado implícito en las situaciones de parentesco nuclear -donde el vínculo genera una obligación de cuidar- 13 . En este sentido, la siguiente cita ilustra muy bien esta realidad.

Una cosa es que tú vivas aquí y te pongas enfermo y hoy te lleve yo al hospital y mañana te lleve otro y si hay que traerte un caldito te traiga un caldito, y otra cosa es que cada día te tenga que lavar el culo. Porque ni tú te vas a sentir cómodo ni yo me voy a sentir cómoda. Entonces, una cosa es el caldito, pero el culo te lo ha de lavar un profesional. (Charo, Trenzados, cohounsing senior, no promotora)

Es decir, una cosa es el cuidado recíproco, cuidar entre todos el “clima” de la comunidad en su estado gaseoso y llevar “un caldito” de vez en cuando (cuidado líquido); y otra cosa es la entrega de un don que se provee sin retorno ante una situación de dependencia y vulnerabilidad extrema en la que la materialidad del cuerpo enfermo, postrado, impone un cuidado sólido difícil de gestionar de manera exclusivamente comunitaria.




CONCLUSIONES


En las páginas precedentes nos hemos acercado a diversas experiencias de cuidado comunitario -un campo poco explorado en nuestro contexto- con el fin de abordar aspectos como el análisis de los vínculos construidos en torno a ellas, el sentido y significados que adquiere la idea de cuidado y la moralidad que en ellas subyace. Consideramos que una mirada etnográfica situada, que arraiga desde los significados que los participantes otorgan a estas experiencias y las prácticas concretas que llevan a cabo, así como de la semántica y semiótica que en ellas performa la idea de cuidado, puede ayudarnos a construir un enfoque reflexivo sobre dichas prácticas. Esta mirada es especialmente pertinente si se tiene en cuenta el riesgo de incurrir en una perspectiva exclusivamente romántica y romantizadora, derivada de las connotaciones positivas de esferas como los cuidados y la comunidad, así como de las proyecciones en torno al cuidado comunitario como esperanza, solución y sutura de las múltiples situaciones de precariedad social y vital en este contexto neoliberal de inseguridad social. 

El análisis nos muestra tanto las limitaciones como las potencialidades que rodean a estas experiencias. Por un lado, nos sugiere su insuficiencia a la hora de asumir los cuidados en su dimensión sólida y material en las circunstancias biográficas más duras, y su dependencia de la institución familiar, el Estado y del mercado. Pero también por otro lado la mayor potencialidad de dichas iniciativas estriba en su capacidad para inventar y recrear prácticas prefigurativas que combaten el debilitamiento del vínculo social y su subjetivación a través de una urdimbre comunitaria radicada en los cuidados, el don, la reciprocidad y la sostenibilidad y apoyo mutuo. Con este objetivo ponen en marcha todo un ejercicio de reflexividad acerca de las necesidades de los proyectos como común, y simultáneamente acerca de las personas que lo conforman como potenciales sujetos vulnerables, construyendo ecosistemas en los que tanto los cuidados gaseosos -cuidado del clima relacional- como líquidos -cuidado emocional y parcialmente material de los sujetos- se ponen en el centro.




NOTAS


  1. La palabra “cuidadanía”presupone una revisión de la categoría de ciudadanía desde el ámbito de los cuidados. Es Nancy Fraser la primera en hablar del Estado del Bienestar Cuidador 1997 En España fue Pérez Orozco una de las primeras que, aprovechando este juego de palabras, estableciócómo “la cuidadanía sería la forma de auto-reconocerse los sujetos en una sociedad que ponga el cuidado de la vida en el centro; en un sistema socioeconómico donde, partiendo del reconocimiento de su interdependencia, los sujetos sean agentes activos en la creación de las condiciones para que todas las personas se inserten en redes de cuidados y de sostenibilidad de la vida libremente elegidas” (Pérez-Orozco, 2006) .
  2. “Este es el horizonte que nos propone el actual discurso y política de los comunes: no la promesa de un retorno imposible al pasado, sino la posibilidad de recuperar el poder de decidir colectivamente nuestro destino en esta tierra. Esto es lo que yo llamo reencantar el mundo” (Federici, 2020) .
  3. En especial condensado en la denuncia de la “crisis de los cuidados” (Ezquerra, 2011; Precarias-a-la-Deriva, 2006; Pérez-Orozco, 2006) enhebrada a la crisis de la ciudadanía (Alonso, 2007) y por ello, como veíamos, a la “cuidadanía”.
  4. Es la cooperativa Col-lectiu punt 6 (de la que nace la obra citada) uno de los referentes de esta reflexión y proyección de los espacios a través de la crítica de género que denuncia el fenómeno de la “zonificación”, cuyo cariz responde a una segregación de usos de la ciudad moderna en base a cuatro funciones: habitar, circular, trabajar y recrearse. Desde el urbanismo feminista se denuncia el carácter productivista de esta organización espacial, otorgando relevancia a nuevos proyectos que subrayen la esfera reproductiva de la vida.
  5. Las experiencias elegidas se encuentran en diversos momentos de proyección e implementación, lo que consideramos algo muy positivo al poder abarcar diversas etapas de su funcionamiento. La experiencia de crianza compartida, Ecolumpio, nace hace tan sólo un par de años como asociación de aprendizaje libre autogestionada impulsada por un pequeño grupo de familias que acaban de habilitar un espacio donde alternar las responsabilidades del cuidado común y diario de sus hijos de entre uno y tres años. La asociación, autodenominada escuela libre de aprendizaje y acompañamiento respetuoso, abre anualmente un plazo de inscripción para nuevas familias. Se trata por ello de una iniciativa que está dando sus primeros pasos. En el otro lado, la experiencia de cooperativa de vivienda intergeneracional hace referencia a Plaza de Todos, formado hace una década por un grupo de afinidad procedente de movimientos sociales al cual se han ido sumando otros grupos y personas, encontrándose en el momento de cerrar este artículo a punto de entrar a vivir en la primera de sus promociones, empezando a construir la segunda y buscando suelo las otras dos sucesivas. En cuanto a la iniciativa de cohousing senior, Trenzados, la más longeva, tras casi diez años buscando terreno, comenzaron con la construcción de su hogar hace una década y pronto se convirtió en una experiencia referente a nivel nacional que considera que abren “un camino para las nuevas generaciones que están por venir”. Se trata de un complejo comunitario de “apartamentos” con numerosas zonas comunes pensado como alternativa de vivienda para las últimas décadas de vida de sus integrantes, vida que reivindican activa.
  6. Para salvaguardar la intimidad y privacidad tanto de los entrevistados como de las propias iniciativas les hemos dotado de nombres ficticios. A la hora de elegir la muestra de las entrevistas hemos tratado de incidir en la representatividad de las mismas, incluyendo por lo tanto diversos perfiles atendiendo a las variables de género, edad, y tiempo dedicado a la implicación en el proyecto (es decir, hemos entrevistado tanto a personas del núcleo originario como a personas que acababan de sumarse al proyecto) Los resultados de esta potencial comparativa serán desarrollados en el último punto de este artículo y con mayor profundidad en publicaciones siguientes.
  7. Todas las citas literales precedentes y consecuentes insertas en el texto no referenciadas explícitamente responden a material etic, (notas de campo, actas, declaraciones etc.).
  8. Un buen ejemplo que ilustra esta cuestión es la presentación que se hace en una de las experiencias de crianza donde se destaca: “el apoyo mutuo es esencia, el acompañamiento va más allá del horario de escuela”.
  9. Por ejemplo, dentro de las experiencias analizadas, la inspiración cristiana está presente en muchos de los fundadores de la experiencia de cohousing senior.
  10. En este sentido seguimos a Butler que enhebra vulnerabilidad y resistencia, algo que se ejerce claramente en estas tres experiencias. “Si estamos en las calles es porque somos cuerpos que necesitamos apoyo infraestructural para continuar nuestra existencia y para vivir vidas que importan (…) hay otro punto, que tiene que ver con la forma en que la idea de vulnerabilidad corporal se configura en la constitución de coaliciones que intentan contrarrestar la precariedad, creo que no podemos entender las formas de interdependencia que constituyen nuestras vidas corporales si no entendemos la relación entre vulnerabilidad y esas formas de actividad que constituyen nuestra supervivencia, nuestra prosperidad, como también nuestra resistencia política” (Butler, 2017).
  11. Nótese en la cita anterior cómo el entrevistado contrapone a “los amigos” con las personas con las que comparte el grupo de crianza”.
  12. Partimos aquí de la distinción realizada por Sahlins, 1977 entre reciprocidad generalizada y reciprocidad equilibrada. La primera se caracteriza por subordinar el lado material de la transacción al vínculo social y por no estipular el tiempo de devolución de lo donado ni su equivalencia. En cambio, la segunda se caracteriza por estipular un tiempo de devolución y establece una equivalencia entre lo que se dona y lo que se devuelve.
  13. Un buen ejemplo, es la siguiente cita de un residente de Trenzados cuando hablaba de su participación en la experiencia. “(Refiriéndose a su hermano) Ya estaba su mujer, su mujer entró en cáncer y murió, es de las que han muerto aquí y él ahora está peor. Entonces, yo a mi hermano también le tengo mucho cariño porque como él tenía 18 y yo era el pequeño pues de niño era como mi padre, era el que me sacaba, el que me traía los regalos, entonces bueno, me apetece cuidarlo un poco. Cuidar de él”. Como se puede ver, en este caso el cuidado se percibe como obligación en el marco de unas relaciones de parentesco establecidas y como una forma de reciprocidad generalizada diferida en el tiempo (cuidar porque él anteriormente me cuidó).

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