Artículos / Articles

DOI: 10.22325/fes/res.2020.72

Identidad, Juventud y Crisis: el concepto de crisis en las teorías sobre la juventud


Identity, Youth, Crisis: the concept of crisis in youth theories


Carles Feixa Pàmpols ORCID

Universitat Pompeu Fabra, Barcelona carles.feixa@upf.edu

Revista Española de Sociología (RES), Vol. 29 Núm. 3 - Sup2 (Junio - Diciembre, 2020), pp. 11-26. ISSN: 1578-2824


Recibido / Received: 19/03/2019
Aceptado / Accepted: 31/05/2019





RESUMEN

El artículo se propone reconstruir algunas narrativas teóricas sobre la juventud, articuladas en torno al concepto de crisis. Para ello, repasa las aportaciones de cinco autores del siglo XX, provenientes de distintas disciplinas, escuelas teóricas y coyunturas de crisis: Erik H. Erikson (1968) y su teoría sobre la juventud como “crisis normativa”; Stanley G. Hall (1904) y su teoría sobre la adolescencia como fase de “tempestad y estímulo”; Antonio Gramsci (1929-31) y su teoría sobre juventud, hegemonía y crisis de autoridad; Margaret Mead (1970) y su teoría sobre la capacidad prefigurativa de la crisis juvenil; Dick Hebdige (1979) y su teoría sobre el punk como metáfora de la crisis. El artículo concluye preguntándose qué elementos de estas teorías deben descartarse y cuáles pueden rescatarse, para comprender la metamorfosis de la condición juvenil tras las secuelas de la última crisis y para diseñar políticas públicas y privadas más efectivas para enfrentarla. El texto incorpora un postscriptum sobre la crisis del coronavirus.

Palabras clave: identidad; juventud; crisis; renovación; teorías.



ABSTRACT

The article proposes to reconstruct some theoretical narratives about youth, articulated around the concept of crisis. For this, it reviews the contributions of five authors of the twentieth century, from different disciplines, theoretical schools and crisis situations: Erik H. Erikson (1968) and his theory on youth as “normative crisis”; Stanley G. Hall (1904) and his theory on adolescence as a “storm and stress” phase; Antonio Gramsci (1929-31) and his theory on youth, hegemony and crisis of authority; Margaret Mead (1970) and her theory on the prefigurative capacity of the youth crisis; Dick Hebdige (1979) and his theory about punk as a metaphor for the crisis. The article concludes by asking what elements of these theories should be discarded and which can be rescued, to understand the metamorphosis of the juvenile condition after the aftermath of the last crisis and to design more effective public and private policies to face it. The text incorporates a postscriptum about the crisis of coronavirus.

Keywords: identity; youth; crisis; renewal; theories.




INTRODUCCIÓN


En el emblemático año de 1968 Erik H. Erikson, psicólogo norteamericano de origen alemán, publicó Identity. Youth and Crisis, cuyo título parafraseamos en este artículo. El libro generaría una notable polémica en el seno de la psicología clínica, las instituciones educativas e incluso en la arena social y política, tan convulsa durante aquel año y los que siguieron. En España se publicó en 1980, en una cuidada traducción de Alfredo Guera para una colección de ensayo de la editorial Taurus. Sus tesis son conocidas: la crisis de la adolescencia y de la edad adulta joven no es una crisis patológica, sino una crisis normativa del desarrollo, de cuya resolución depende la constitución de una identidad adulta sana. Además, la crisis de la juventud no es más que la manifestación, a escala biográfica, de una crisis social latente, lo que en los años en los que el libro se publicó (en plena era de la protesta) aparecía como el síntoma de un malestar social más difuso. Erikson ponía sobre el tapete un dilema científico fundamental: la correspondencia (o la no correspondencia) entre crisis personales y crisis colectivas (entre desarrollo individual y desarrollo social). Se trata de un dilema presente en buena parte de las teorías sobre la juventud contemporánea, tanto las de corte bio-psicológico como las de corte socioantropológico.

La correlación entre crisis y juventud puede abordarse desde una triple perspectiva. En primer lugar, como juventud en crisis, es decir, la crisis aparece como una variable independiente, como la principal causa de comportamientos, percepciones y narrativas espontáneas o expertas que atribuyen a la juventud elementos de inestabilidad, incertidumbre, ruptura y renovación. En segundo lugar, como crisis de la juventud, es decir, la crisis aparece como una variable coadyuvante, como correlato de imaginarios, identidades y contranarrativas que afectan a o surgen de la juventud en forma de protesta e impugnación del orden establecido, a nivel doméstico o en el ágora pública. En tercer lugar, como juventud de la crisis, es decir, la crisis aparece como una variable dependiente, como efecto de coyunturas históricas de estancamiento y recesión económica, social o política, que afectan de manera especialmente intensa a las nuevas generaciones, por su situación de vulnerabilidad o por la transitoriedad de sus trayectorias de vida.

Estas tres perspectivas remiten de hecho al origen etimológico del término crisis [del griego κρίση]: la crisis como desarreglo corporal o mental (la crisis biomédica); la crisis como catarsis o dramaturgia social (la crisis terapéutica); la crisis como expresión de cambios económicos, sociales y políticos (la crisis sintomática). En este artículo nos centraremos en el contraste en las dos últimas acepciones de la crisis: la crisis de la juventud (la crisis terapéutica) versus la juventud de la crisis (la crisis sintomática). Ello remite al dilema teórico citado antes, que contrapone la dimensión individual (bio-psicológica) y la dimensión colectiva (socio-antropológica) de la díada Juventud-Crisis, que se convierte en tríada si añadimos la noción de Identidad (que según las circunstancias puede actuar como bisagra o como frontera entre ambas dimensiones).

El artículo se propone retomar este dilema a partir de algunas narrativas teóricas sobre la juventud que, desde principios del siglo XX, han colocado la tríada Identidad- Juventud-Crisis en el centro de sus planteamientos teóricos, políticos, filosóficos o terapéuticos. Para ello he seleccionado a cinco autores –o mejor dicho, a cuatro autores y a una autora- representativos de distintas disciplinas, momentos y escuelas. En cada caso empiezo situando al autor-a y a su obra en su contexto social e intelectual, rescato sus principales aportaciones, centrándome en cómo conceptualizan la crisis de la juventud o la juventud de la crisis y en cómo plantean estrategias de renovación psicológica, social y cultural para superarla: 1) el citado Erik H. Erikson y su teoría sobre la crisis normativa de la juventud, desde planteamientos freudianos; 2) Stanley G. Hall y su teoría de la adolescencia como fase de tempestad y estímulo, desde planteamientos darwinistas; 3) Margaret Mead y su teoría sobre la capacidad prefigurativa de la crisis juvenil, desde planteamientos culturalistas; 4) Antonio Gramsci y su teoría sobre la cuestión de los jóvenes, hegemonía y crisis de autoridad, desde planteamientos marxistas; y 5) Dick Hebdige y su teoría del punk como metáfora de la crisis, desde los estudios culturales.

En las conclusiones retomo las aportaciones de estos autores a la luz de las secuelas de la crisis de 2008, que ha afectado de manera particularmente intensa a los jóvenes, en forma de desempleo y precariedad laboral, recortes educativos, alargamiento del periodo de dependencia familiar, emigración y exilio juvenil y movimientos indignados. Pues aunque se trate de teorías sin duda extemporáneas y en muchos aspectos desfasadas, contienen ideas rescatables e inspiradoras para proyectarlas sobre la teoría social contemporánea, sobre nuestras propias investigaciones sobre la juventud a la salida de la crisis actual, y sobre las políticas públicas y privadas para enfrentarse a la “Juventud sin Futuro”, que visibilizó el 15M. Pretendo así mostrar que las teorías sobre la juventud pueden ayudar, si no a aportar respuestas a los problemas de los jóvenes, sí al menos a formular mejor las preguntas sobre su condición social.


LA JUVENTUD COMO CRISIS NORMATIVA: ERIK H. ERIKSON


¿Puede ser compartido un tipo de crisis individual por un sector importante de la población joven? (…) ¿Actuarían algunos de nuestros jóvenes de un modo tan francamente confuso si no supieran que se supone que tienen una crisis de identidad? (Erikson, 1980 [1968], p. 16).

En 1968 Erik Homberger Erikson (Frankfurt del Main, Alemania, 1902-Harwirt, Massachussets, 1994) publicó Identity. Youth and Crisis. El libro que da título al presente artículo, aunque publicado en 1968, es fruto de varias décadas de trabajo y reflexión del autor sobre la adolescencia y la psicología del desarrollo, iniciados en los años de 1920 en el Instituto Psicoanalítico de Viena, fundado por Sigmund Freud. Fue sobre todo su emigración a los Estados Unidos y su carrera académica que terminó en la Universidad de Harvard lo que le permitió desarrollar su teoría sobre el ciclo vital, en particular sobre las fases iniciales del desarrollo, previas a la identidad adulta, teoría formulada en su primer libro importante (Childhood and Society, 1962), y puesta en práctica en su monumental análisis de la juventud de Lutero (The Young Luther, 1965). El libro al que nos vamos a referir es de hecho una recopilación de una serie de textos publicados durante las décadas de 1950 y 1960, empezando por el artículo seminal sobre la crisis puberal (“Growth and Crises of the ‘Healthy’ Personality”, 1950) y terminando con las reflexiones más polémicas formuladas en forma de manifiesto generacional en plena revuelta estudiantil, que vivió desde su campus de Harvard (“Letter to the Commitee of the Year 2000”, 1967) (Erikson, 1994 [1987]).

El autor parte de la atribución de una crisis de identidad normativa al periodo juvenil: “Podemos hablar de la crisis de identidad como el aspecto psicosocial de la Adolescencia. No se puede superar esta fase sin que la identidad haya encontrado una forma que determine la vida ulterior de un modo sucesorio” (Erikson, 1980, p. 78). Tomando del psicoanálisis la visión conflictiva del desarrollo humano (y en especial la tesis freudiana de la relación entre el conflicto neurótico y los conflictos normativos que todo niño debe atravesar, cuyos residuos lleva el adulto en lo más hondo de su personalidad), propone una lectura de dicho conflicto en clave relativista:

No siempre es fácil recordar que, a pesar de su similitud con los síntomas y episodios de la adolescencia con síntomas y episodios neuróticos, la adolescencia no es un estado patológico, sino una crisis normativa, es decir, una fase normal con una suerte de conflictividad, caracterizada por una aparente fluctuación de la fuerza del ego, así como por un elevado potencial de desarrollo (Erikson, 1980, p. 140).

El autor subraya la paradoja que se encomiende a un estadio tan “anormal y transitorio” como la adolescencia la reunión final de los elementos de identidad convergentes en la última etapa de la infancia, así como el abandono de los divergentes: “En ninguna otra etapa de la vida van tan estrechamente unidas las promesas de encontrarse a sí mismo con la amenaza de perderse a sí mismo” (Erikson, 1980, p. 213). En este sentido, rasgos específicos de la crisis de identidad adoptada por la sociedad contemporánea estarían definidos por el proceso mediante el cual un conflicto edípico silencioso, interior e inconsciente se convierte en algo ruidoso, abierto y consciente:

Mientras que hace 20 años sugeríamos cautelosos que algunos jóvenes podrían sufrir a causa de una crisis de identidad, más o menos consciente, existe en la actualidad un determinado tipo que nos dicen en términos nada vagos y con la dramática manifestación exterior de lo que antes considerábamos secretos íntimos que sí, en efecto, que tienen una crisis de identidad, y que la llevan guardada en sus mangas, ya sean eduardianas o de cuero (Erikson, 1980, p. 23).

Según Erikson, el alargamiento del periodo transitorio de la adolescencia (que el autor denomina “moratoria psicosocial”), hace que el tiempo transcurrido entre el principio de la vida escolar y el acceso final a un trabajo específico se haga más largo, transformando la identidad juvenil de algo transitorio en algo finalista. La crisis de identidad de los jóvenes tiene más que ver con determinismos socioculturales que con procesos mentales, más con el “etiquetaje social” que con una “crisis de originalidad juvenil” (término propuesto por el psicólogo francés Maurice Debesse para resaltar la búsqueda turbulenta de una identidad propia, no heredada), “aunque la etiqueta o el diagnóstico que se adquiere durante la moratoria psicosocial sea de la máxima importancia respecto al proceso de formación de la identidad” (Erikson, 1980, p. 135). Erikson caracteriza el riesgo principal de esta edad con la confusión de identidad, que puede derivarse de una moratoria excesivamente prolongada. El abordaje de la crisis juvenil de Erikson (1980) marca distancias con el enfoque psicologista clásico (como el de Hall, que trataremos a continuación, e incluso con el de Freud): no se trata de un fenómeno patológico, sino de una crisis normativa, cuya resolución dependerá de los instrumentos que ofrezca la sociedad para superarla: “La crisis de la juventud no es más que la crisis de una generación, y de la solidez ideológica de su sociedad” (p. 140).1

En 1905 Sigmund Freud había publicado Tres ensayos sobre teoría sexual, donde definía la pubertad como el logro de la madurez genital. A pesar de reconocer la importancia de la superación del complejo de Edipo en la maduración del individuo, el periodo juvenil era secundario en el desarrollo de la personalidad: la adolescencia no sería otra cosa que la recapitulación de las experiencias infantiles (Freud, 2012). De hecho, fue Anna Freud (1965), su hija, la encargada de desarrollar las tesis freudianas sobre la adolescencia: frente al aumento de las tensiones provocadas por la pubertad, los jóvenes reaccionan utilizando diversos «mecanismos de defensa», en especial el ascetismo y el intelectualismo. Para liberarse de la dependencia de los padres, buscan el apoyo del grupo de coetáneos y las relaciones con el otro sexo, o bien proyectan la libido sobre ellos mismo (véase Lutte, 1992).

Después de Erikson, otros autores freudianos o freudomarxistas buscarán analizar la revuelta juvenil en términos edípicos. Para Gérard Mendel (1972 [1970]), el conflicto generacional es la expresión de una «revuelta contra el padre» que antes sólo adoptaba la forma de una tensión latente. En la protesta juvenil el autor ve un conflicto entre el principio de autoridad y el principio de placer, que pone de manifiesto la crisis de la sociedad patriarcal (o del «sistema Padre») a escala familiar (emancipación de la mujer), laboral (sustitución del principio de autoridad por el de eficacia), religiosa (laicización) y social. Mientras hasta ahora el objetivo del hijo, al modo edípico, era ocupar el lugar del padre y de los mayores en el seno de la sociedad, ahora los jóvenes rehúsan identificarse con sus predecesores (Mendel, 1982, p. 126).2


LA JUVENTUD COMO CRISIS DE IDENTIDAD: STANLEY G. HALL


La adolescencia es un nuevo nacimiento, pues es entonces cuando surgen los rasgos humanos más elevados y completos. Las cualidades del cuerpo y de la mente que emergen son completamente nuevas. El niño se remonta a un pasado remoto; el adolescente es neoatávico, y en él las últimas adquisiciones de la raza se hacen lentamente preponderantes. El desarrollo es menos gradual y más irregular, reminiscencia de algún periodo antiguo de tempestad y estímulo [storm and stress], cuando se rompieron las viejas amarras y se alcanzó un nivel superior. (Hall, 1915 [1904], p. xiii).3

Más de medio siglo antes de la aportación de Erikson, en 1904, el psicólogo norteamericano Stanley Granville Hall (Massachussets, 1844-1924) publicó un libro paradigmático: Adolescence. Its Psychology and Its Relations to Physiology, Anthropology, Sociology, Sex, Crime, Religion and Education. Se trata del primer tratado académico sobre la adolescencia que venía a sintetizar, en dos monumentales volúmenes, todo el conocimiento contemporáneo sobre la cuestión. Hall perseguía aplicar la teoría de la evolución al campo de la psicología evolutiva, situando la palanca en el desarrollo corporal postpuberal:

La tasa anual de crecimiento en talla, peso y fuerza se incrementa y a veces se dobla o incluso más. Aparecen importantes funciones previamente inexistentes. El crecimiento de las partes y de los órganos pierde sus anteriores proporciones, en algunos casos para siempre y en otros casos sólo durante un tiempo. Algunos órganos continúan creciendo hasta la vejez y otros se paran y atrofian. Las antiguas proporciones se hacen obsoletas y las viejas armonías se rompen. El grado de diferencias individuales y el promedio de errores en todas las medidas físicas y en todos los tests psíquicos aumenta. Algunas de estas diferencias permanecen en el estadio infantil y luego se desarrollan con retraso o lentamente, mientras que otras empujan con un estallido repentino hacia la madurez temprana. Huesos y músculos dominan al resto de tejidos, como si rivalizasen unos con otros, y con frecuencia se manifiesta una flojera o tensión según domine uno u otro. La naturaleza arma a la juventud para el conflicto con todos los recursos a su alcance -velocidad, poder de hombros, bíceps, espalda, piernas, mandíbulasreforzando y alargando cráneo, tórax y cintura, lo que hace al hombre más agresivo y prepara a la mujer para la maternidad (Hall, 1915, vol. I, p. xiii).

Su planteamiento darwiniano se basaba en la llamada «teoría de la recapitulación», según la cual el crecimiento individual recapitula la historia de la raza, esto es: cada individuo, en el curso de su desarrollo biográfico por diversos estadios, revive las distintas fases del desarrollo evolutivo por el que ha pasado la humanidad (desde la época del salvajismo a la civilización). Según este planteamiento, cada fase vital está inscrita en la naturaleza humana, y cualquier intento por evitar este determinismo biológico está destinado al fracaso. Para Hall, la infancia, que se extiende de los 8 a los 12 años, es una reminiscencia de un periodo de salvajismo, «con sus tendencias lúdicas, tribales, predatorias, cazadoras, pescadoras, errantes y ociosas» (Hall, 1915, vol. I, p. x). La adolescencia, que se extendería de los 14 a los 24 años, sería la recapitulación de un primitivo periodo de civilización, previo a la sedentarización propia de la edad adulta.

Las doctrinas de Hall se han visto como la formulación más clara del carácter universal de la crisis adolescente. Sin embargo, en diversas partes de su tratado el autor intenta escapar de planteamientos etnocéntricos. En un largo capítulo dedicado a las «Iniciaciones púbicas salvajes, ideales y costumbres clásicos y confirmación eclesial» analiza los ritos iniciáticos y ve que «la universalidad de estos ritos y su carácter solemne testifican la importancia crítica de esta edad para casi toda la raza». Pero en el primero de los ejemplos que cita, el de los aborígenes americanos, reconoce que «en la vida de los Thinket no hay casi nada entre la infancia y la edad adulta», apoyando la opinión de dos especialistas en esta tribu de que «la juventud, esta pausa deliciosa entre infancia y madurez, no tiene lugar en su existencia. A una edad en que nuestros niños se ocupan todavía de jugar, los chicos y chicas de Alaska se consideran suficientemente mayores para casarse y empezar a dirigir su vida» (Hall, 1915, vol. II, pp. 232-233). Hall acaba con un mensaje optimista, que de algún modo prefigura la aportación de Mead:4

Estos años son la mejor década de la vida. Ninguna otra edad es tan receptiva a lo mejor y más juicioso del empeño adulto. En ningún otro terreno psíquico, para bien o para mal, la semilla echa raíces tan hondas, crece de manera tan exuberante o da frutos de forma tan rápida y segura. Amar y sentir para y con los jóvenes bastan para que el profesor ame y respete su vocación como algo supremo. Que ello pueda ayudar directa o indirectamente al joven a explotar todas las posibilidades del periodo que se extiende de los 14 a los 24 años, y protegerlo contra los insidiosos peligros reseñados anteriormente, es el más ferviente deseo del escritor (Hall, 1915, vol. I, pp. xviii-xix).


LA JUVENTUD COMO CRISIS DE AUTORIDAD: ANTONIO GRAMSCI


En realidad, los viejos “dirigen” la vida, pero fingen no dirigirla, dejando a los jóvenes la dirección; pero también la “ficción” es importante en estas cosas. Los jóvenes ven que los resultados de sus acciones son contrarios a sus expectativas, creen “dirigir” (o fingen creerlo) y se vuelven cada vez más inquietos y descontentos. Lo que agrava la situación es que se trata de una crisis en la que se impide que los elementos de resolución se desarrollen con la celeridad necesaria; quien domina no puede resolver la crisis, pero tiene el poder de impedir que otros la resuelvan (Gramsci, 1975 [1949], p. 1718).

En los Quaderni del Carcere, redactados durante los años de prisión bajo Mussolini, entre 1929 y poco antes de su muerte en 1937, el pensador y político marxista italiano Antonio Gramsci (Cerdeña, Italia, 1891- Roma, 1937) dedicó varios textos a la denominada “Quistioni dei giovani”, en los que reflexionaba sobre la nueva generación como epítome de un tipo de crisis bien distinta a la teorizada por Hall. El pensador italiano consideraba que la preocupación sobre esta cuestión que emergía en los años 30 era unilateral, tendenciosa e idealista. Muchas encuestas sobre la «nueva generación», por ejemplo, «dan razón del modo de pensar de quien las ha promovido» (Gramsci, 1975, p. 1811). En el primero de los 28 cuadernos, redactado en 1929-30, Gramsci planteaba el debate en los siguientes términos: si bien hay muchas «cuestiones juveniles», dos son esenciales:

1) La generación ‘vieja’ siempre lleva a cabo la educación de los ‘jóvenes’; habrá conflicto, discordia, etc., pero se trata de fenómenos superficiales, inherentes a toda obra educativa ... a menos que no se trate de interferencias de clase, es decir, los ‘jóvenes’ (o una parte importante de ellos) de la clase dirigente (entendida en el sentido más amplio, no sólo económico, sino político-moral) se rebelan y pasan a la clase progresiva, aquella que históricamente se ha vuelto capaz de tomar el poder (...); 2) Cuando el fenómeno asume un carácter “nacional”, es decir no aparece abiertamente la interferencia de clase, entonces la cuestión se complica y se vuelve caótica. Los ‘jóvenes’ están en estado de rebelión permanente, porque persisten sus causas profundas, sin que sea posible el análisis, la crítica y la superación (no conceptual y abstracta, sino histórica y real). (Gramsci, 1975, pp. 115-116)

Gramsci reconoce que en estas situaciones el conflicto generacional puede asumir formas como “el misticicismo, el sensualismo, la indiferencia moral, degeneraciones patológicas psíquicas y físicas, etc.” (Gramsci, 1975, p. 116.), pero no las atribuye a la naturaleza interna de la juventud, sino a los contextos históricos cambiantes, que determinan la emergencia de la «crisis de autoridad». Desde esta perspectiva, el movimiento obrero debe mostrarse sensible al patrimonio de experiencias y valores renovadores, generados por las nuevas generaciones, porque constituyen un índice privilegiado de las necesidades emergentes en la sociedad. El mérito del autor radica en reconocer una especificidad a la problemática juvenil, reconocimiento insólito en aquellos años en las filas del marxismo, sin por ello negar las «interferencias de clase» que determinan el marco en que la cuestión se plantea y se resuelve (criticando, por tanto, las visiones psicologistas e idealistas predominantes). Por otra parte, Gramsci vislumbra también las manipulaciones ideológicas que a menudo puede encubrir el culto a la juventud.5


LA JUVENTUD COMO CRISIS PREFIGURATIVA: MARGARET MEAD


… la situación en que nos encontramos actualmente se puede describir como una crisis de fe en la cual los hombres, que han perdido su confianza no sólo en la religión sino también en la ideología política y en la ciencia, se sienten despojados de todo tipo de seguridad. Pienso que esta crisis de fe se puede atribuir, por lo menos en parte, al hecho de que ahora no hay adultos que sepan más que los mismos jóvenes acerca de lo que éstos experimentan. (Mead, 1977 [1970], pp. 111-112)

Poco después de que Erikson relativizara la crisis normativa de la juventud, en marzo de 1969, la más célebre antropóloga norteamericana, Margaret Mead (Filadelfia, 1901-Nueva York, 1978), pronunciaba una serie de conferencias en el American Museum of Natural History, en torno al tema de las formas de transmisión cultural entre las generaciones, compiladas y publicadas más tarde bajo el título de Culture and Commitment. A Study of Generation Gap (1970), traducido al castellano como Cultura y compromiso. El mensaje de la joven generación (1977). En esta obra tardía, la anciana antropóloga consideraba la «brecha generacional» como un rasgo esencial de nuestra cultura, un fenómeno «profundo y nuevo, sin precedentes y que tiene una magnitud mundial» (Mead, 1977, p. 94). Mead distinguía tres tipos de cultura, definidos en función de las relaciones que se establecen entre las generaciones. Las sociedades primitivas serían básicamente «postfigurativas», porque extraen la autoridad del pasado: en ellas los jóvenes aprenden sobre todo de los adultos. Las grandes civilizaciones, que necesariamente han desarrollado técnicas para la incorporación del cambio, presentan formas «cofigurativas» de aprendizaje a partir de los coetáneos. En nuestros días está surgiendo una nueva forma cultural que denomina “prefiguración”:

Hoy, súbitamente, en razón de que todos los pueblos del mundo forman parte de una red de intercomunicación con bases electrónicas, los jóvenes de todos los países comparten un tipo de experiencia que ninguno de sus mayores tuvo o tendrá jamás. A la inversa, la vieja generación nunca verá repetida en la vida de los jóvenes su propia experiencia singular de cambio emergente y escalonado. Esta ruptura entre generaciones es totalmente nueva, es planetaria y universal. (Mead, 1977, pp. 93-94)

La característica de la cultura «prefigurativa» es que el cambio ya no es lento o escalonado, sino rápido y continuo. Caminamos hacia una «sociedad sin padres», en la que la experiencia de los adultos no sirve para resolver los problemas con los que se tienen que afrontar los jóvenes. Por eso los jóvenes se convierten en los herederos del futuro: «El desarrollo de la cultura prefigurativa depende de que se establezca un diálogo continuo en el curso del cual los jóvenes disfruten de libertad para actuar según su propia iniciativa y puedan conducir a los mayores en la dirección del futuro» (Mead, 1977, p. 125). Era, naturalmente, una visión optimista, que tendía a minusvalorar las nuevas dependencias que la sociedad proyectaba sobre los jóvenes, y la continuidad de las desigualdades de poder y riqueza que fundamentan la estructura social, pero que al mismo tiempo captaba el potencial regenerativo –prefigurativo– de la crisis de la juventud, como un instrumento de renovación social. Mead parte de una reflexión sobre la crisis del presente (la crisis del post-68), a la que se refiere como una crisis sistémica: económica (crisis del capitalismo), política (crisis del stablishment) y cultural (crisis de valores). Esta última dimensión, que para la autora es la clave, la interpreta como una “crisis de fe”, que se traduce en una crisis intergeneracional: los mayores se sienten inseguros frente a un presente convulso, pierden la fe en el futuro y se refugian en el pasado; los jóvenes rechazan el pasado, viven el presente y superan la crisis gracias a su fe en el futuro, un nuevo país en el que se sienten cómodos y exploran sin miedo.

Mead recuperaba así una de las ideas clave que, medio siglo antes, le habían catapultado a la fama: la negación de la idea de crisis de identidad juvenil como universal cultural, rebatiendo las teorías formuladas por Stanley G. Hall. Dichas teorías, largamente hegemónicas en Occidente durante la primera mitad de siglo, insistían en los fundamentos biológicos y psicológicos de la adolescencia, considerando universales los rasgos característicos de la juventud burguesa del mundo occidental, lo que suscitó pronto numerosas críticas de la perspectiva del relativismo cultural. El maestro de Mead, Franz Boas, al frente de la antropología cultural norteamericana, promovió diversos estudios sobre la adolescencia en varias sociedades primitivas o exóticas. A la concepción naturalista, los antropólogos norteamericanos opusieron una concepción culturalista, que definía la adolescencia como una fase de preparación al estatus adulto, rasgo característico de las sociedades más avanzadas. La aportación más conocida es la de Margaret Mead (1985 [1928]), que concibió su célebre investigación sobre la adolescencia en Samoa (Coming of Age in Samoa) como un alegato contra las tesis de S. G. Hall: los problemas de la juventud, lejos de ser universales, son producto de las tensiones generadas por el mundo contemporáneo. En palabras de Boas:

Cuando hablamos de las dificultades de la infancia y la adolescencia, pensamos como periodos inevitables de adaptación por los que todos tenemos que pasar ... Los resultados de esta seria investigación confirman la sospecha largamente alimentada por los antropólogos entorno al hecho de que mucho de lo que atribuimos a la naturaleza humana no es más que una reacción frente a las restricciones que nos impone nuestra civilización (Boas, Prólogo en Mead, 1985, pp. 12-13).

Cuando Margaret Mead comenzó su trabajo de campo en Samoa en 1925, las ideas de Hall sobre la crisis de identidad adolescente estaban en vigor entre los educadores norteamericanos. Su libro puede ser visto como intento de refutar las teorías de Hall, al mostrar que la adolescencia no debía ser vista como un período de crisis en todas las sociedades: en Samoa la adolescencia era un periodo libre de preocupaciones, sin responsabilidades y durante el cual se goza de escarceos amorosos y festivales. Durante la infancia niños y niñas se reúnen en grupos basados en vínculos de vecindad y parentesco. Uno o dos años después de la pubertad, varones y mujeres se reúnen en agrupaciones de edad (aumaga para los chicos y aualuma para las chicas), similares a las de los adultos y se les confieren privilegios y obligaciones definidas en la vida de la comunidad. La transición a la vida adulta va asociada al estatus que confiere la adquisición de títulos. La autora concluye que:

… la adolescencia no representaba una etapa de crisis o tensión sino, por el contrario, una etapa de desarrollo armónico de un conjunto de intereses y actividades que maduraban lentamente. El espíritu de los jóvenes no quedaba perplejo ante ningún conflicto, no era atormentado por interrogante filosófico alguno ni acosado por remotas ambiciones. Vivir como una muchacha con muchos amantes durante el mayor tiempo posible, casarse luego en la propia aldea cerca de los parientes y tener muchos hijos, tales eran las ambiciones comunes y satisfactorias. (Mead, 1985, pp. 153-154)

Muchos años después, Derek Freeman (1983) cuestionaría las afirmaciones básicas de Mead: había ofrecido una imagen demasiado idílica de la cultura samoana. Para Freeman, los adolescentes samoanos no estaban libres de tensiones y conflictos, dada su situación de dependencia familiar y jerarquía social. En cualquier caso, lo que subsiste de su obra es la insistencia en considerar tanto a la juventud como a la crisis como categorías culturales, cambiantes en el tiempo y en el espacio.6


LA JUVENTUD COMO CRISIS CULTURAL: DICK HEBDIGE


Los punks adoptaban una retórica de la crisis que había saturado las ondas de radio y las editoriales durante todo el periodo y la traducían en términos tangibles (y visibles) (Hebdige, 1983b [1979], p. 94).

El 1979 el comunicólogo británico Dick Hebdige (Londres, 1951) publicó Subculture. The meaning of style, una brillante interpretación en clave semiótica y neomarxista de la historia de las subculturas británicas de postguerra, en particular de la subcultura punk que entonces estaba en plena efervescencia. Hebdige la analiza como una síntesis sincrética de toda la evolución estilística y musical en la Gran Bretaña de posguerra.

Esta improbable alianza de tradiciones musicales diversas y aparentemente incompatibles, misteriosamente realizada en el punk, encontró una ratificación en un estilo de vestir igualmente ecléctico, que reproducía el mismo tipo de cacofonía a nivel visual. El conjunto de cosas mantenidas juntas literalmente con alfileres, se convirtió en el celebrado y altamente fotogénico fenómeno conocido como punk, que durante todo 1977 ofreció a los periódicos amarillos una reserva de material previsiblemente sensacional y a la prensa de calidad un catálogo de ejemplares rupturas de los códigos (...) hubo un caos de tupés y chaquetas de cuero, mocasines y botines de punta, zapatos de gimnasia e impermeables, pelo corto estilo mod y formas de caminar de skinhead, pantalones de tubo y calcetines de colores vivos, todo ello unido ‘en lugar’ y ‘fuera de tiempo’ por adhesivos espectaculares: alfileres y correas sadomaso, que suscitaron una curiosidad tan aterrada como fascinada (...) El estilo punk contenía los reflejos distorsionados de todas las más importantes subculturas de postguerra (Hebdige, 1983b, p. 28).

Hebdige se había formado en el Centre for Contemporary Cultural Studies (CCCS) de la Universidad de Birmingham, fundado por el sociólogo británico Richard Hoggart y liderado por Stuart Hall (ambos de formación marxista heterodoxa, influidos por Gramsci). En la influyente obra colectiva Resistance through Rituals (Hall y Jefferson, 1983 [1975]), los miembros de la después conocida como escuela de Birmingham teorizan sobre la juventud como metáfora del cambio social y cultural, analizando las subculturas juveniles británicas de postguerra (teds, rockers, mods, skinheads, punks, etc) como un microcosmos de las tendencias de cambio a nivel global. Combinando materialismo histórico, interaccionismo simbólico y semiótica, estos autores bucean en la dimensión performativa -dramatúrgicade dichos estilos, como manifestación de una crisis de hegemonía latente, expresada en forma de resistencia ritual. La tríada cultura hegemónica, culturas parentales y culturas juveniles funciona como un triángulo mágico cuando se proyecta sobre la imagen idealizada del consumidor adolescente -el teenager-, pero puede convertirse en un triángulo de las Bermudas, cuando las subculturas son invisibilizadas, estigmatizadas o reprimidas -como sucedió por ejemplo con el “pánico moral” causado por los enfrentamientos entre mods y rockers en las playas de Brighton en 1964. Lo que en el “largo auge” de la postguerra apareció como una metáfora del welfare state, con la crisis del petróleo de 1973 se tornó en una metáfora de la recesión: el “no futuro” expresaba de esta manera una reacción frente al desempleo juvenil, la reconversión industrial, la reforma urbana, el fin del imperio británico y el malestar social, prolegómeno de las campañas de “ley y orden” del thatcherismo denunciado en la nueva obra colectiva Policing the crisis (Hall, Critcher, Jefferson, Clarke y Roberts, 1978).

Con Paul Willis y Angela McRobbie, Dick Hebdige es el autor más destacado de la segunda generación de la escuela de Birmingham.7 Son jóvenes nacidos en los 50s, crecidos en los 60s vinculados a las subculturas que luego convirtieron en objeto de estudio, en plena crisis post 1973. En el caso de Hebdige, procedía del ambiente bohemio de la subcultura moda, la que dedicó su contribución al volumen colectivo Resistance through rituals (Hebdige, 1983a). En su obra Subculture, desarrolla las ideas de la escuela de Birmingham con una prosa fascinante, y se centra en el nacimiento del punk como prefiguración de la crisis en un verano tan caluroso y extraordinario como el de 1976: «Parece justo que la síntesis ‘no natural’ del punk que explotó en las calles de Londres en aquel verano surgiera fuera de la corriente principal. El apocalipsis estaba en el aire y la retórica del punk estaba llena de apocalipsis: de esta reserva de imágenes de crisis y mutaciones inmediatas» (Hebdige, 1983b, p. 28). El punk aparece como un paradigma de la crisis, idea que el autor rescata en diversos pasajes de su obra, que pasamos a reseñar:8

El punk estaba condenado para siempre a representar la alienación, a mimar su condición imaginaria, a fabricar una serie completa de figuras subjetivas de correlación con los arquetipos oficiales de la ‘crisis de la vida moderna’: las Tasas de Paro, la Depresión, Occidente, la Televisión, etc. Transformados en íconos (el imperdible, el aspecto estúpido) estos paradigmas de la crisis podían vivir una doble vida, a la vez ficticia y real (Hebdige, 1983b, pp. 68-69).

Los punks no sólo respondían directamente al aumento del desempleo, la mutación de las bases morales, el redescubrimiento de la miseria, la depresión, etc, sino que teatralizaban lo que se llamó ‘la decadencia de Inglaterra’, construyendo un lenguaje que era, en contraposición a la retórica predominante en el stablishment del rock, de gran relieve y bien arraigado en el suelo (Hebdige, 1983b, p. 94).

Arquetipo, parodia, ícono, teatro, metáfora, espectáculo, síntoma… de la crisis. Hebdige proyecta sobre el punk una interpretación sincrética: la crisis como catarsis (como performance expresiva de conflictos irresueltos en la cultura parental) versus la crisis como metáfora (como manifestación de los conflictos abiertos suscitados por la crisis económica y la retórica del No Futuro). Mientras la primera dimensión puede analizarse con los instrumentos de la semiótica y de los estudios de comunicación, la segunda requiere necesariamente etnografía que permita situar las imágenes y los textos en sus contextos sociales y materiales, que permitan conectar la estructura de la crisis (económica) con la agencia de la crisis (simbólica). La crisis epigenética a la que se refería Erikson, y la crisis de valores a la que se refería Mead, se transmutan en el punk en crisis performativa: en lugar de ir al psiquiatra, autoayúdate (do it yourself).9


DISCUSIÓN


Las narrativas sobre identidad, juventud y crisis de los autores reseñados suenan –o resuenan- muy actuales, pues provocan ecos en la situación de la juventud a la salida de la última crisis del capitalismo financiero global, “una sociedad civil en desorden, ya que las viejas organizaciones sociales se han convertido en conchas vacías y los nuevos actores del cambio social todavía están en un estado naciente” (Castells, Caraça y Cardoso, 2012, pp. 307-308). Mi (re)lectura de las mismas intenta descartar interpretaciones obsoletas o no pertinentes, pero también rescatar algunas ideas y análisis que pueden ser útiles para (re)interpretar la tríada identidad-juventud-crisis en la actual coyuntura, para poder trazar políticas públicas y privadas de juventud a la salida de la crisis, que vayan más allá de lo coyuntural (Benedicto, 2017).

Las aportaciones de Erikson parecen sorprendentemente actuales, en especial la noción de “moratoria psicosocial”, la equivalencia entre crisis individual y crisis generacional y la apropiación “performativa” y lúdica de la crisis de identidad por parte de los jóvenes. La noción de moratoria es hoy un lugar común en los estudios sobre transiciones juveniles: Erikson intuyó que la moratoria iba más allá de los efectos secundarios de la pubertad, aunque también señaló que su alargamiento excesivo por factores de tipo socioeconómico podría resultar dañina para la personalidad adulta; las interminables transiciones a la “adultez temprana” de hoy serían difíciles de imaginar para el psicólogo, aunque la individualización de las trayectorias vitales podía resultar previsible. La perspectiva neofreudiana es también un antídoto contra la medicalización de la crisis adolescente, en forma de patologías “construidas” para legitimar pastillas “anticrisis” (cual soma equivalente al elixir de la eterna juventud), y contra la culpabilización de la persona en base a deficiencias intrínsecas de talento y/o voluntad, con argumentos relativos a una satisfacción excesiva de necesidades y deseos, correlato del denominado “síndrome del emperador” (Garrido, 2005). En cuanto a la apropiación performativa de la crisis, los movimientos indignados han mostrado que una manera de protegerse puede ser la carnavalización de la misma mediante eslóganes tipo “esto no es una crisis, es una estafa”, “somos la generación pre-parada” o “no somos antisistema, el sistema es anti-nosotros” (Feixa, 2017). Sin embargo, el carácter normativo de la crisis adolescente, y su teoría sobre la epigénesis de la identidad no acaba de encajar con la pluralización de las biografías juveniles (Kieselbach, 2004; Machado Pais, 2020).

Las aportaciones de Hall son de actualidad en tanto que hoy en día está en auge la aplicación de la neurociencia en el estudio de cuestiones sociales, como por ejemplo el impacto de la exclusión social en la radicalización de los jóvenes o en el fracaso escolar, al modificar supuestamente las interrelaciones neuronales (Pretus et al., 2019). Al respecto, no sólo apuntaría las potencialidades de este tipo de análisis, que confirman una crisis postpuberal en el desarrollo cerebral que se extiende más allá de los veinte años (Feixa, 2011; Sercombe y Paus, 2009), sino también sus limitaciones, como el peligro de caer en argumentos “deterministas” y “biologistas” basados en la idea de que la herencia genética y/o biológica es más fuerte que la influencia social, lo cual es cuestionado y/o matizado desde planteamientos más ecológicos y sistémicos, en los que trabaja fundamentalmente las ciencias sociales y humanas, pues el componente contextual y ambiental juega un papel clave para entender comportamientos. En la época de los escáneres neuronales, la metamorfosis del cerebro durante esta fase es el mejor laboratorio para entender que la crisis de la adolescencia es una crisis de crecimiento, que puede mutar en crisis paralizadora o regresiva si se rompe la sinergia con el entorno social, pero puede ser también una fuente de creatividad.

Las aportaciones de Mead parecen un retrato en clave de ciencia-ficción de los millenials, aunque la autora no hubiera podido imaginar que estos vivirían rodeados de bits y que el capitalismo informacional los pondría a su servicio en forma de inofensivos cazadores de tendencias. Merecen destacarse dos cuestiones: por un lado, el hecho de las experiencias de las generaciones precedentes son difícilmente aplicables o extrapolables a las situaciones vitales y el contexto social actual, lo cual acentúa la brecha generacional y dificulta el aprendizaje intergeneracional; por otro lado, su idea de los jóvenes son los herederos del futuro: «El desarrollo de la cultura prefigurativa depende de que se establezca un diálogo continuo en el curso del cual los jóvenes disfruten de libertad para actuar según su propia iniciativa y puedan conducir a los mayores en la dirección del futuro» (Mead, 1977, p. 125), ya que esta visión optimista choca frontalmente con las condiciones de vida de gran parte de los jóvenes, la cual está impregnada de precariedad de muchos tipos (económica, laboral, habitacional…), agravando la persistencia de desigualdades de poder, económicas y sociales que no han hecho más que intensificarse como secuela de la última crisis. En definitiva, en un contexto de crisis, que demanda cambios creativos, los jóvenes tienen el potencial y la demanda social de liderarlos, pero por otro lado topan con estructuras “estancadas” que los precarizan, debilitan e infravaloran. Pues la prefiguración no se opone, sino que complementa la postfiguración, del mismo modo que el hipertexto se superpone al palimpsesto (Martín-Barbero, 2017).

Las aportaciones de Gramsci nos recuerdan la necesidad de un análisis de clase en el estudio de la crisis, que no afecta por igual a los jóvenes privilegiados y a los subalternos, aunque en movimientos como el de los Indignados puede entreverse la “interferencia de clase”, pues no todos los jóvenes precarios ingresan en el “precariado”, ni todos los jóvenes privilegiados se suman a la protesta, como hemos podido comprobar en nuestros estudios sobre la emigración juvenil a Europa (el no man’s land de las clases medias) y sobre la implantación de la garantía juvenil (el no man’s land de las clases subalternas) (Feixa y Rubio, 2017; Cabasés, Pardell y Feixa, 2018). Por otro lado, nos invita a repensar el concepto de hegemonía en la era de las redes sociales, cuando los “aparatos ideológicos del estado” han perdido parte de su poder y otros mecanismos de vigilancia y control toman el relevo.

Las aportaciones de Hebdige tienen ecos de la crisis actual, no tanto en sus formas estéticas -aunque el punk vive cierto revival a través del trap- pero sí en sus secuelas culturales: el “hazlo tú mismo” prefiguró algunas formas del capitalismo neoliberal y de repliegue del estado del bienestar; las subculturas visibles –el tiempo de las tribus- se transmutaron en post-subculturas a menudo invisibles –el tiempo de las redes; y el análisis semiótico de los media se adaptó al estudio de los new media como viralizadores de la crisis. Pero como sucedió con la subcultura punk, el do it yourself puede mutar en do it together, en las sharing cultures que hacen de la necesidad virtud en base a experiencias colaborativas (Tejerina y Perugorría, 2018; Bennett y Guerra, 2019).




CONCLUSIÓN


Así pues, si queremos pensar la tríada identidad-juventud-crisis en clave de políticas públicas y privadas, las aportaciones de estos autores nos invitan a reflexionar sobre dilemas clásicos de las ciencias sociales: coyuntura vs. estructura; estructura vs. agencia, culpabilización individual vs. responsabilidad social; políticas compensatorias vs. políticas afirmativas; juventud como problema vs. juventud como oportunidad, etc. Si los jóvenes han sido los mayores damnificados por la crisis, en mayor grado lo están siendo por sus secuelas. Es verdad que el paro juvenil registrado en España se redujo del 57% en 2013 al 33% en 2018 (según datos de la EPA). Pero la extrema brecha salarial entre jóvenes y adultos (muy superior a la brecha entre hombres y mujeres), la temporalidad y la generalización de los minijobs, prolongan la crisis individual cuando la crisis social amaina. La gestión de los programas de Garantía Juvenil muestra que se han primado las soluciones coyunturales sobre las necesarias reformas estructurales (Rodríguez y Verd, 2018; Cabasés, Pardell y Feixa, 2018). Pues si la crisis de la juventud es un síntoma de la crisis de la sociedad adulta, su transformación en algo endémico impide encarar nuestro futuro como sociedad con garantías.

Medio siglo después de que Erikson interpretara la crisis de la adolescencia como la crisis de la coherencia ideológica de una sociedad, un siglo después de que Hall intentara recapitular las fases del desarrollo individual en base a las fases del desarrollo de la especie, tres cuartos de siglo después de que Gramsci interpretara la crisis de identidad como crisis de autoridad, medio siglo después de Mead profetizara la capacidad “prefigurativa” de la cultura juvenil, y un tercio de siglo después de que Hebdige analizara el punk como metáfora de la crisis, ha llegado quizá el momento de plantear una nueva síntesis entre las ciencias sociales y las ciencias de la conducta, para acabar preguntarnos qué hay de social en la crisis de la juventud, y que hay de individual en la juventud de la crisis.


POSTCRIPTUM (NOVIEMBRE 2020): CORONAVIRUS, JUVENTUD Y CRISIS


Aunque este texto fue redactado pensando en las secuelas de la crisis de 2008, recibo la proofreading en plena crisis del coronavirus, por lo que resulta inevitable incorporar una reflexión sobre las ideas expuestas en el mismo a la luz de la situación actual. De entrada, la pandemia supone rescatar el significado etimológico del término crisis como desarreglo corporal, que habíamos descartado en el análisis, pero al mismo tiempo supone desprenderse de sus connotaciones individualistas y repensar la enfermedad como condición social. En el caso de la juventud, se trata el grupo de edad menos afectado directamente por el virus, y durante la etapa del confinamiento su contribución fue fundamental para que los adultos pudieran superar el encierro, gracias a su familiaridad con el mundo digital.10 Sin embargo, tras el apresurado desconfinamiento, se ha tomado a la juventud como chivo expiatorio de los rebrotes, y mientras escribo estas líneas se le culpabiliza de la segunda oleada de la pandemia, en forma de botellones, ocio nocturno y protestas pseudonegacionistas. Por último, la crisis económica que se anuncia proyecta sobre ellos y ellas los miedos a una nueva recesión -que se sumaría a la crisis de 2008, cuando la situación empezaba a mejorar. Las secuelas de la crisis anunciada, en forma de precariedad laboral y desencanto vital, pueden afectarles con mayor intensidad, con el correlato de un avance del adultocentrismo en forma de higienismo biomédico con un elevado componente moral.11

El coronavirus puede verse pues como parteaguas o bisagra de una triple crisis: la crisis del pasado (reciente), en forma de crisis económica; la crisis del presente (continuo), en forma de crisis sanitaria; y la crisis del futuro (distópico), en forma de crisis climática. La primera remite a la crisis postfigurativa, es decir a la crisis de la juventud, de naturaleza catártica; la segunda remite a la crisis cofigurativa, es decir a la juventud en crisis, de naturaleza biopolítica; la tercera remite a la crisis prefigurativa, es decir a la juventud de la crisis, de naturaleza sintomática. La catarsis de la protesta que toma al negacionismo como coartada, la biopolítica del discurso higienista, y el síntoma del cambio climático, tienen a la juventud en el foco, ya sea como víctima propiciatoria, como chivo expiatorio o como vanguardia profética. Lo que refuerza el carácter performativo de la crisis juvenil señalado por Erikson, evoca el No Futuro de los punks analizados por Hebdige, y confirma la capacidad enunciadora propugnada por Mead.

Por desgracia, las políticas públicas y privadas para abordar la crisis del coronavirus se han centrado casi exclusivamente en la segunda crisis, la sanitaria, sin apenas tener en cuenta los aspectos sociales y culturales de la misma. En lugar de comprender el rol estratégico de la juventud en esta coyuntura e involucrar a las personas jóvenes en la búsqueda de respuestas viables, se ha optado por un discurso culpabilizador (cuando no criminalizador). Ello explica que la financiación pública de la investigación haya ido casi en exclusiva a las ciencias biomédicas, con escasa presencia de las ciencias sociales. Pero si se quiere que la salida de la crisis aborde sus causas estructurales y no solo las coyunturales, es imprescindible difundir el conocimiento informado que las ciencias sociales, en especial los estudios a la juventud, pueden aportar. Pues el virus puede verse como la metáfora de un nuevo y necesario contrato intergeneracional, sin el cual seguiremos viendo la crisis de la juventud, simple y llanamente, como un estadio del desarrollo normativo, como una fase irresoluble de tempestad y estímulo, como una impugnación de la autoridad, como una prefiguración o como una negación del futuro.12




AGRADECIMIENTOS Y FINANCIACIÓN


El artículo surge de las sinergias generadas por la Red de Excelencia sobre Juventud y Sociedad – REJS 2.0, Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades, de la que soy IP [CSO2015-71988-REDT y CSO2017-90618-REDT]; así como de dos proyectos de investigación, uno nacional: La implantación de la Garantía Juvenil en España: Jóvenes, trabajo y futuro – GARJUVE, Ministerio de Economía y Competividad [CSO2015-66901-R]; y otro europeo: Cultural Narratives of Crisis and Renewal – CRIC, European Union: Horizon-2020 [H2020- MSCA-RISE-2014-645666]. Su redacción y revisión se ha hecho en el marco del proyecto Transnational Gangs as Agents of Mediation – TRANSGANG, financiado por el European Research Council [H2020-ERC-AdG-742705]. Agradezco los comentarios de mis colegas de las REJS. En particular quiero agradecer las ideas ofrecidas por Jorge Benedicto, Benjamín Tejerina, Alessandro Gentile, y Ana Belén Cano (aunque por supuesto no sean responsables de mi relectura de las mismas). También soy deudor de las sugerencias de dos evaluadores anónimos, que he intentado tener en cuenta en la medida de lo posible.




NOTAS


1 La evolución del pensamiento de Erikson (1994) sobre la crisis de la adolescencia, desde sus primeros trabajos vieneses y sobre el nazismo hasta sus últimos ensayos sobre la revuelta juvenil, puede seguirse en la completa compilación de textos inéditos o dispersos Un modo de ver las cosas.

2 Una aproximación psicoanalítica más reciente a la noción de crisis en el estudio y la terapia con adolescentes, puede verse en Mannoni, Gibello, Deluz y Hébrard (2001 [1984]).

3 El libro de Hall está inédito en castellano. Las citas que se reproducen aquí son traducciones mías, a partir de la segunda edición en inglés.

4 En 1922, Hall publicó otro libro sobre la “segunda mitad” de la vida (Senescence), con el que completaba su recorrido por la base biológica de las crisis biográficas.

5 El antropólogo italiano de la escuela gramsciana Ernesto de Martino (1961), en su monumental La terra del rimorso, habían interpretado como “crisis de la presencia” el “tarantismo” en el sur de Italia: la creencia que la mordedura de la tarántula provoca brotes psicóticos en las adolescentes, que se tratan mediante el ritual musical, mágico y terapéutico de la tarantela (Feixa, 2008).

6 Para un repaso de la controversia antropológica generada por el libro de Mead, ver Shankman (2009).

7 Véase la entrevista colectiva al autor durante un encuentro en Oporto (Hebdige, Feixa, Guerra, Bennett, y Quintela, 2019).

8 La traducción castellana de las citas, obra del autor, proviene de la versión italiana del libro de Hebdige (1983), que fue la primera que leí, aunque más tarde accedí al original inglés y luego se publicó una traducción castellana. Las cursivas son también mías.

9 En un libro posterior (1988), Hebdige aplica esta mirada a otros tipos de performances expresivas - la fotografía, la publicidad, la moda-, a través de las cuales los jóvenes convierten el miedo a ser etiquetados y controlados en el placer de ser vistos, transformando la surveillance en display, la vigilancia en exhibicionismo, el estigma de la crisis en prototipo de renovación, algo que ya había observado Erikson.

10 Según un informe del Centro Reina Sofía de Adolescencia y Juventud sobre jóvenes en confinamiento, “un 72% de jóvenes entre los 15 y 29 años, dice haber prestado apoyo social en el uso de las TIC durante el confinamiento, a su entorno más cercano” (Sanmartín, Ballesteros, Calderón y Kuric, 2020). Véase también Feixa, Méndez y Feixa (2020).

11 Véanse, al respecto, las reacciones suscitadas por algunas entrevistas al autor de este texto en los medios de comunicación: Zafra (2020) y Sen (2020).

12 Véase el Manifiesto de las III Jornada de Investigación de Estudios sobre Juventud “¿Hacia una segunda crisis de la juventud? Socialidades juveniles en tiempos de pandemia”: www.upf.edu/web/rejs


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NOTA BIOGRÁFICA

Carles Feixa Pàmpols es catedrático de antropología social en la Universitat Pompeu Fabra (Barcelona). Doctor por la UB y doctor honoris causa por la Universidad de Manizales (Colombia). Especializado en el estudio de las culturas juveniles, ha llevado a cabo investigaciones sobre el terreno en Cataluña y México. Entre sus libros podemos destacar De jóvenes, bandas y tribus (Barcelona, Ariel, 1998, 5ª ed. 2012), Global Youth? (London & New York, Routledge, 2006), Youth, Space and Time (Boston & Leiden, Brill, 2016) y La Imaginación Autobiográfica (Barcelona, Gedisa, 2018).