Artículos / Articles
DOI: 10.22325/fes/res.2025.276
Departamento de Comunicación Audiovisual y Publicidad, Universidad Rey Juan
Carlos, Madrid, España.
mayane.dore@urjc.es.
Revista Española de Sociología (RES), Vol. 34 Núm. 4 (Octubre - Diciembre, 2025), a276. ISSN: 1578-2824
Recibido / Received: 11/10/2024
Aceptado / Accepted: 14/03/2025
RESUMEN
Este artículo analiza el modelo de gestión público-comunitaria de los residuos secos en Buenos Aires, implementado por cooperativas de recolectores informales. Más allá de un problema técnico o de eficiencia, en esta ciudad los residuos se reivindican como un bien común, dotando su gestión de un carácter inclusivo y solidario reconocido internacionalmente por su escala e impacto. El artículo explora cómo las alianzas con el gobierno local han permitido la reproducción y expansión de las cooperativas de reciclaje, generando a su vez tensiones y contradicciones. La discusión se inserta en los debates sobre la compleja interacción entre Estado y comunes, examinando las diversas lógicas e intereses en disputa en este sector. Los resultados revelan una relación ambigua que oscila entre la autonomía de las cooperativas y la necesidad de estabilidad, infraestructura, mantenimiento y tecnología, en la que el Estado actúa como facilitador y obstaculizador a la vez.
Palabras clave: gestión público-comunitaria, residuos urbanos, ecología política de la basura, comunes urbanos, cooperativas de reciclaje.
ABSTRACT
This article analyzes the public-community waste management model for dry waste in Buenos Aires, implemented by cooperatives of informal waste pickers. More than just a technical or efficiency issue, in this city, waste is reclaimed as an urban common, endowing an inclusive and solidarity-driven approach to its management, celebrated internationally for its scale and impact. The article explores how alliances with the local government have enabled the reproduction and expansion of recycling cooperatives, generating tensions and contradictions. The discussion is framed within debates on the complex interaction between the State and commons, examining the various logics and interests at play in this sector. The results reveal an ambiguous relationship that oscillates between the autonomy of cooperatives and the need for stability, infrastructure, maintenance, and technology, where the State acts both as a facilitator and as a restrictive force.
Keywords: Public-cooperative, urban waste, political ecology of waste, urban commons, recycling cooperative.
Cada día desechamos grandes cantidades de materiales considerados inútiles. En 2023, se generaron 2,1 billones de toneladas de residuos sólidos municipales, con proyecciones alarmantes de un aumento del 56% para 2050 (Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, 2024). Solo en la Ciudad de Buenos Aires, según los datos más recientes, en 2019 se produjeron 1,6 millones de toneladas (Instituto de Estadística y Censos de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 2019). Pese a este escenario de crisis, el estudio sociológico de la basura ha recibido relativa poca atención, compensándose este déficit en los últimos años con la emergencia de los llamados “discard studies”. Para Gregson (2007), la escasa atención a la basura desde la sociología se ha dado en parte por la tendencia de verla como el punto final de una cadena de producción; como desechos que han dejado de ser útiles dentro del sistema de producción-consumo. En este proceso, la basura ha salido de nuestro campo de visión y ha quedado relegada a un mero problema de gestión.
Sin embargo, estudios recientes y críticos resaltan que la crisis de la basura se debe, en gran medida, precisamente por el predominio de enfoques pautados por la técnica y eficiencia, dejando en un segundo plano su trasfondo económico, político, social y cultural. Por eso, Solíz (2017) propone una lectura del problema desde la ecología política de la basura. Según esta visión, la basura refleja un proceso metabólico fisurado y surge como el resultado de una relación violenta, asimétrica y de explotación entre sociedades alrededor del globo. Más que solo un problema de gestión eficiente, la raíz de esta crisis se ubica en nuestro modelo de extracción, transformación, consumo y distribución. Se ubica por tanto en la sociedad del consumo, en la obsolescencia programada, en el despilfarro y en una economía lineal basada en el descarte (Martínez Alier, 2005). En este sentido, la basura expone los límites de nuestro modelo productivo, exigiendo un cambio importante de paradigma.
En América Latina encontramos experiencias diversas que buscan dar respuestas alternativas a esta problemática. La región cuenta con un número significativo de cooperativas de recicladores de oficio que, a través de su lucha política histórica, experimentan con formas de gestionar la basura urbana yendo más allá de su mera mercantilización. En ella, la basura se reclama como un bien común fundamental para la supervivencia de los sectores empobrecidos en las grandes ciudades, apostando por un sistema popular, autogestionado y de reciclaje inclusivo. Este se caracteriza por un reparto más justo y democrático de los beneficios de la industria, en vez de su concentración en empresas privadas nacionales e internacionales.
Este artículo analiza el caso concreto de las cooperativas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) que hoy gestionan integralmente los residuos sólidos secos de la ciudad. El estudio se justifica por la escala de la iniciativa que actualmente afecta a los más de 3 millones habitantes de la metrópolis. Al contrario de otras iniciativas de cooperativismo y gestión de lo común, esta experiencia sale de su impacto localizado - y por veces de “nicho” o atomizado (Rendueles y del Río Casasola, 2021) - tornándose un modelo de referencia internacional.
El análisis del artículo se centra en la relación institucionalizada de las cooperativas de reciclaje con el gobierno local a través de un modelo de gestión público-comunitario. En el caso de Buenos Aires, la gobernanza colaborativa ha sido un factor clave que ha posibilitado la escalabilidad de la experiencia. A través de diferentes convenios, las cooperativas han desarrollado una relación interdependiente que navega entre el mantenimiento de su autonomía y la necesidad de recursos e infraestructura. Esta es una realidad compartida con otros estudios de gestión de lo común, donde el Estado también surge como actor clave en su reproducción y expansión -aunque no sin contradicciones o tensiones- y que exige por tanto una mirada cada vez más cuidadosa.
El artículo propone explorar esta relación ambigua entre cooperativas y Estado con el objetivo de comprender las nuevas formas de institucionalidad para la gestión de los comunes urbanos. La literatura más reciente explora esta relación desde diferentes sectores, como puede ser el espacio urbano (Bianchi, 2022), la energía (Angel, 2017), los huertos urbanos (Berná Serna et al., 2024) o la vivienda (Ferreri y Vidal, 2022). No obstante, el estudio de la gestión público-comunitaria en el contexto de la basura permanece residual con escasos ejemplos en España y en América Latina (Goodwin et al., 2022). Este artículo busca aportar a esta laguna y dialogar con el creciente debate en torno a la basura y la gestión público-comunitaria desde las experiencias del Sur global, donde la innovación social y política en el sector emerge como forma de hacer frente a la realidad de los recicladores informales (Carenzo y Sorroche, 2021).
Asimismo, el artículo se suma al llamado para prestar más atención a la basura como objeto de estudio en la sociología, proponiéndola como una estrategia para abordar preguntas fundamentales sobre regímenes de valor, materialidad, subjetividad, desigualdad o distinción social (Gregson, 2007).
El texto se organiza en cuatro partes. Primero, presenta el marco conceptual y la metodología. En seguida, ofrece un recorrido histórico y social sobre los regímenes de basura en CABA para entender los cambios y significados del modelo actual. En la tercera parte, el artículo analiza los elementos fundacionales de las cooperativas para enseguida comprender su relación ambigua con el Estado que, aquí, emerge como un activador y obstaculizador a la vez.
Mi primer día fue un día caótico. Fue muy vergonzoso porque yo soy podóloga y soy maestra pastelera y no te imaginas revolver una bolsa basura jamás en la vida (…). Hoy por hoy, después de 23, casi 24 años que estoy en esto, paso por ahí, veo una bolsa y me tiro de cabeza. Siempre son una caja de sorpresa. Te puede traer cartón, papel, o te puede traer una licuadora, un teléfono celular que no lo usan, lo descartan, ropa... (E05)
Así relataba una entrevistada su experiencia como cartonera en Buenos Aires: una realidad compartida por miles de otras personas que se dedican, día a día, a encontrar valor en la basura y realizar una tarea fundamental para el reciclaje. “Hurgadores” en Uruguay, “catadores” en Brasil, “cartoneros” en Argentina. Son muchos los términos usados para referirse a las personas que, como esta interlocutora, realizan diariamente esta labor de buscar, clasificar y resignificar los desechos urbanos. A través de su conocimiento, son capaces de desmontar, transformar, reevaluar y así visibilizar el valor de la basura.
Reconociendo esta práctica, diferentes autores enmarcan la basura como un común urbano (Carenzo et al., 2022; O’Hare, 2022; Zapata y Zapata Campos, 2015). Según esta visión, donde los sectores más ricos de la ciudad ven mera basura, recicladores de oficio encuentran valor de reutilización, reparación y reciclaje de materiales variados: comida, ropa, juguetes, materiales electrónicos o de construcción. Son así capaces de apropiarse y recrear sus propios recursos, generando beneficios individuales y colectivos. Desde este proceso, reclaman sus derechos de control colectivo sobre estos materiales.
Esta perspectiva comparte la definición de Harvey (2012) sobre los comunes urbanos donde no basta con simplemente reconocer el valor de la basura para conceptualizarla como tal. Comprender estos recursos como bien común requiere una práctica social y política continua (commoning). En otras palabras, requiere ser reapropiado políticamente por los ciudadanos que reclaman su derecho colectivo sobre ellos. Aquí, la labor de cartoneros y cartoneras emerge como fundamental en la medida que no solo tienen el conocimiento para encontrar valor en estos materiales, sino que se involucran en prácticas políticas y asociativas (sindicatos, federaciones, cooperativas, etc.) para defender la producción, accesibilidad y apropiación de la basura más allá de su lógica mercantilizadora o de gestión burocrática.
En este contexto, la literatura sobre bienes comunes urbanos informa cada vez más los estudios críticos sobre la basura en la medida que se reconoce (1) la disputa en torno a la apropiación o desposesión de la basura como un recurso de valor y (2) las estrategias políticas llevadas a cabo por los movimientos sociales para hacer frente a su proceso de privatización, al tiempo que generar nuevos marcos de convivencia desde lo colectivo.
La industria del reciclaje y la mercantilización de la basura son capaces de revelar nuevas formas contemporáneas de desposesión (O’Hare, 2022). Frente a estas ofensivas de cercamiento, la gestión de los bienes comunes busca nuevas institucionalidades que permitan emanciparse de las lógicas más autoritarias del Estado, sus fundaciones patriarcales y coloniales, además de la mercantilización de bienes colectivos. Dicho de otro modo, sostenida por un horizonte de autonomía, estas nuevas prácticas sociales abren la posibilidad de ir más allá de las gestiones exclusivamente estatales o capitalistas de bienes comunes (de Angelis, 2017; Caffentzis y Federici, 2014; Harvey, 2012; Mattei, 2013).
Sin embargo, desde esta aproximación autonomista, surge con cada vez más fuerza la necesidad de comprender en qué medida esta autonomía se torna posible y los modos por los cuales estos comunes pueden producirse y expandirse en un contexto de presión neoliberal y control estatal (Bianchi, 2022). Por eso, Silvia Federici (2011) apunta al escaso foco que se suele dar a la reproducción de los comunes y a sus necesidades materiales. De Angelis (2017) también argumenta cómo los comunes no existen en un espacio abstracto de relación, sino que actúan dentro de un campo de poder donde prevalecen dinámicas estatales y de capital. Desde esta misma lógica, Cumbers (2015) se centra en la crítica sobre la compleja -pero en muchos casos necesaria- relación de los comunes con el Estado.
Atentos a esta problemática, algunos autores analizan la relación ambigua entre las instituciones estatales y los comunes urbanos, encontrando interacciones que oscilan entre el soporte y el antagonismo. Desde una aproximación antagónica, se identifican dinámicas de cooptación e instrumentalización (Miessen, 2010), además de procesos de explotación, burocratización (Rendueles y del Río Casasola, 2021), control y despolitización. También se alerta sobre el riesgo de que la apuesta por lo comunitario sirva como excusa para retraer la inversión pública en sectores estratégicos (Rendueles y Subirats, 2016). En el caso de Bueno Aires, se critica además el foco exclusivo en la formalización, asistencia y tutelaje de actores subalternos (Schamber y Tagliafico, 2021), en la tendencia estatal de homogeneizar la realidad diversa de los cartoneros (Saidón et al., 2022) y el riesgo de promover una forma de gobernanza neoliberal que busca disciplinar a estos actores a través de la retórica participativa (Sternberg, 2013).
Sin embargo, aunque se reconozca la pertinencia de estas críticas, cada vez más, se analizan experiencias donde el gobierno local también promueve y facilita la reproducción de los comunes a través de diferentes mecanismos: proveyendo fondos y horizontes estables, reconociendo políticamente actores subalternos (Gutberlet y Carenzo, 2020), protegiendo tierras y espacios de procesos especulativos y de gentrificación (Cabré y Andrés, 2018), entre otras posibilidades. En Buenos Aires, esta realidad se constata en el apoyo institucional, financiero e infraestructural que han sido fundamentales para el surgimiento y continuidad de las organizaciones de recuperadores (Carenzo y Sorroche, 2021).
Sin dejar de lado las contradicciones y tensiones en juego, de modo general, estos estudios reivindican el potencial de redistribución que el Estado ofrece a través de sus políticas fiscales y de intervención social (Ferreri y Vidal, 2022). En el contexto de la basura, reivindican la capacidad de soporte material y económico del Estado, recordando cómo sus funciones se cruzan y median las tareas de gestión de los residuos urbanos: el mantenimiento de las calles, los contenedores, la logística de camiones, etc.
Este artículo adopta una posición que reconoce la posibilidad de una dinámica entre comunes y el Estado que sea, a la vez, una relación de soporte y antagónica. Esta posición requiere una aproximación a las representaciones del Estado más procesual y relacional en lugar de entenderlo como un ente monolítico, independiente y externo a la sociedad misma. Desde esta visión, las instituciones estatales son un conjunto de relaciones sociales; el resultado material de fuerzas sociales, siempre en tensión (Poulantzas, 1978).
Así, aunque la propuesta teórica y política de los comunes aspire salir de las dualidades público/privada, estudios recientes proponen matizar este marco. Los comunes urbanos emergen de formas prefigurativas en-contra y más allá del Estado y del mercado (Caffentzis y Federici, 2014; Cumbers, 2015; Holloway, 2010). Desde un punto de vista práctico, producir comunes requiere formas organizacionales e institucionales híbridas, siempre subyugadas a la presión de mercantilización y control estatal en las ciudades contemporáneas (Ferreri y Vidal, 2022). Esto nos lleva a la necesidad de una doble estrategia. Por un lado, reconocer el rol de las instituciones estatales para forzar su provisión de recursos, y, por otro, apropiarse de ellos en favor de una gestión más justa y democrática de los bienes comunes (Harvey, 2012).
Las formas institucionalizadas de coproducción emergen por tanto como un terreno fértil para comprender esta estrategia dual. En oposición a las colaboraciones público-privadas, en la ecuación público-comunitaria se propone una forma de gobernanza conjunta entre el Estado y actores no-estatales que sea más democrática y que vaya más allá de las lógicas de privatización del bien común. Desde este prisma, el presente texto busca analizar cómo estas alianzas se dan en el contexto concreto de la basura, yendo más allá de una posible visión prescriptiva. Para eso, propone expandir las visiones más dualistas de la problemática, reconociendo las dinámicas de tensión y contradicción que coexisten en el modelo porteño. Todo ello desde las necesidades particulares y concretas del sector del reciclaje.
La investigación sigue una estrategia metodológica de tipo cualitativo-interpretativo (Alonso, 1998), donde se recoge la experiencia de cuatro cooperativas involucradas actualmente en el Sistema municipal de recogida de basura de la Ciudad de Buenos Aires. La selección de las cooperativas ha tenido en cuenta variables tales como el tamaño de las cooperativas, antigüedad y perfil de sus miembros:
Mi primer día fue un día caótico El análisis de casos concretos y municipales se justifica por la necesidad de reterritorializar la problemática. Tal y como argumenta Solíz (2017), los enfoques ecoeficientistas sobre la basura suelen asumir que los problemas derivados de su gestión son iguales en cualquier lugar y que pueden resolverse de forma estandarizada. En contraste, territorializar la basura implica reconocerla como un reflejo de las relaciones entre sociedad y naturaleza, atentos a los contextos sociohistóricos en los que se produce.
Así, la investigación ha desplegado diferentes fases de recogida de datos llevadas a cabo entre los años 2023 y 2024. Primeramente, se han realizado visitas a la cooperativa El Ceibo en octubre de 2023 con el objetivo de comprender las diferentes tareas realizadas, su organización interna, la logística del sistema y la cadena de producción. Para eso, se ha utilizado la técnica de entrevistas en movimiento (go-along), donde diferentes cooperativistas me enseñaron y contaron sus experiencias in situ (Kusenbach, 2003). Las observaciones han sido registradas en un diario de campo con descripción de conversaciones, prácticas, objetos y espacios, posteriormente sistematizadas y glosadas.
Además de la observación directa, se ha realizado un trabajo documental con el objetivo de comprender los cambios de régimen de la basura hasta la cristalización del modelo actual (Gille, 2007). Así, se ha combinado métodos cualitativos con la recogida de datos oficiales, incluyendo la evolución del marco legislativo y de contratos públicos. También se ha tenido en cuenta una reconstrucción crítica de la experiencia de gestión diferenciada en CABA a través de contenidos producidos por la prensa local e internacional, las noticias oficiales y los contenidos generados por las cooperativas en sus redes sociales (Instagram y Facebook). Sobre todo, para las redes, se ha tomado como unidad de análisis los discursos que articulan demandas colectivas del sector como, por ejemplo, el aumento de paritarias (Amanecer de los Cartoneros, 2023) y el pago atrasado de los incentivos a los recuperadores urbanos (Amanecer de los Cartoneros, 2024) y sus aguinaldos (El Ceibo, 2024; Las Madreselvas, 2024).
Por último, se ha realizado a lo largo de 2023 y 2024 seis entrevistas semiestructuradas y en profundidad a miembros de las cooperativas de una a dos horas de duración. Todas las entrevistas fueron grabadas con consentimiento y posteriormente transcritas como parte del proceso de análisis. El diseño metodológico buscó una muestra equilibrada (Tabla 1) que tuviera en cuenta factores claves tales como género, años trabajados en la cooperativa, cargos asumidos y tareas realizadas. Se ha entrevistado por tanto a presidentes de cooperativas, personal de equipo técnico, operadores de planta y cartoneros independientes que hayan trabajado fuera de los centros de clasificación.
Tabla 1 Entrevistas realizadas
La estructura de las entrevistas articula tres planos que se mueven desde lo individual (historia de vida y trayectoria política del entrevistado), organizacional (historia y organización interna de la cooperativa) e institucional (relación con el gobierno local). A su vez, estos planos se concretan en cuatro bloques temáticos trabajados: (1) presentación y descripción de la historia y estado actual de la cooperativa; (2) descripción de su organización y gobernanza interna; (3) descripción del modelo actual de gobernanza colaborativa, incluyendo los recursos proveídos por el gobierno local; (4) evaluación del modelo, teniendo en cuenta los puntos positivos, retos, demandas y horizontes futuros.
En las próximas secciones el artículo desarrolla los resultados de esta investigación. Empieza con una breve contextualización histórica y social de la gestión de la basura en la Ciudad de Buenos Aires con el objetivo de entender las condiciones de posibilidad de esta política. Para ello, se utiliza el concepto de régimen de la basura, o waste regime (Gille, 2007) originalmente en inglés, donde se analizan las diferentes instituciones sociales que regulan la producción y circulación de residuos, determinando qué residuos son valiosos para una determinada sociedad.
La basura producida en Buenos Aires ha pasado por diversas estrategias de regulación y gestión hasta el modelo actual: los “huecos”, la “quema”, la incineración y los rellenos sanitarios (Suárez, 1998). En sus orígenes, en mediados de 1860, la municipalidad contrataba concesionarios privados que separaban materiales valiosos como bronce, vidrio y huesos para luego realizar la “quema” en parrillas de hierro al aire libre. Lo que sobraba, la escoria y la ceniza, se utilizaba para relleno de terrenos. Ya en el siglo XX, esta práctica fue reemplazada por la incineración total de la basura en usinas y hornos crematorios, sin cualquier clasificación oficial de los recursos aprovechables. Finalmente, en 1977 se inaugura el periodo de los rellenos sanitarios, sobre todo tras la creación de la empresa pública Coordinación Ecológica Área Metropolitana Sociedad del Estado (CEAMSE).
De modo resumido, estas cuatro fases permiten entender los cambios en el régimen de la basura en Buenos Aires, desnaturalizando prácticas que hoy damos por sentadas. Se evidencian las variaciones en el valor asignado a ciertos materiales (huesos para manufactura, animales para grasa, o cenizas para relleno), además de las tecnologías utilizadas y sus modos de gobernanza: cremar integralmente la basura o tratar de recuperar ciertos residuos. También revelan las transformaciones en los actores que gestionaban oficialmente los residuos, desde los comisarios de manzana durante el periodo de los huecos, a concesionarios privados y empresas públicas (Suárez, 1998).
A partir de la década de 2000, se produce un cambio significativo en los actores legitimados para gestionar los residuos en la ciudad. Con la ley 992 de 2003, se incluyen las cooperativas de recicladores en la gestión, destacando a los llamados "cirujas" como protagonistas del reciclaje en la ciudad y no más como promotores del desorden. Hasta entonces, el Pliego 14/97 solo permitía recuperar un 10% de los residuos en la ciudad, y en el resto del Área Metropolitana estaba totalmente prohibido. Se exigía que todos los desechos se trataran mediante relleno sanitario. La ley 992 impulsa por tanto un enfoque más firme en la reducción, reutilización y reciclaje, reflejado también a nivel nacional con la “Estrategia Nacional para la Gestión de Residuos Sólidos Urbanos” (Ministerio de Salud y Ambiente, 2005) y que culmina con la llamada Ley Basura Cero en la Ciudad de Buenos Aires. Esta ley sancionada en 2005 establece metas para el fin del entierro de desechos y la integración de los cartoneros al sistema de gestión.
Las formas de ver y regular la basura han cambiado drásticamente desde los “huecos” hasta un modelo de reciclaje inclusivo. Este cambio ha sido posible gracias a un conjunto de factores culturales, políticos y económicos, con especial relevancia al asociativismo del movimiento de cartoneros y otros trabajadores de economía popular. En gran medida, este cambio de régimen ha sido impulsado desde abajo, especialmente a finales del siglo XX e inicios de 2000 (Carenzo et al., 2022).
La década de 90 en Argentina fue caracterizada por la implementación de diferentes políticas de corte neoliberal que afectaron profundamente el Estado de bienestar del país. Durante este período, el desempleo ha aumentado exponencialmente, llevando a una gran parte de la población al “cartoneo”: una estrategia de supervivencia que consiste en recoger y vender materiales reciclables encontrados en los residuos urbanos en espacio público (Paiva, 2013). Si bien esta era una práctica ya conocida, sobre todo desde la crisis de 2001 se observa su extensión y el surgimiento de “nuevos cartoneros”: ex-obreros de fábrica y construcción, repositores de supermercados, empleadas domésticas, costureras o zapateros (Paiva, 2013, p. 152).
La experiencia política de estos nuevos sujetos como líderes de barrios y sindicalistas surge como un factor fundamental para la organización del sector y la traducción de sus demandas al campo legislativo (Buldain, 2007). Durante el período, su función pública también se hizo gradualmente más visible: en 2006 se calculaba que un 97% de los materiales reciclados de CABA eran recuperados por cartoneros (Pardo et al., 2006). En términos económicos, también es importante tener en cuenta el aumento de costo de importación debido a la devaluación de la moneda y el fin de la paridad cambiaria, lo que intensificó la demanda por materiales reciclados (Schamber, 2010). Por último, las intensas movilizaciones sociales durante la crisis de 2001 permitieron la transformación de la figura del cartonero en el campo discursivo, pasando a identificarse como un “trabajador y honrado” (Adissi, 2004, p. 5), “pobre pero digno” (Paiva, 2013, p. 154). Todas esas condiciones favorables permitieron la incorporación de los cartoneros - ahora denominados “recuperadores urbanos” - a la recolección diferenciada, saliendo de una lógica represiva a una lógica inclusiva.
El modelo de gestión de residuos secos en la Ciudad de Buenos Aires actualmente cuenta con 12 cooperativas y aproximadamente 6,500 trabajadores que se responsabilizan exclusivamente de la recolección de estos residuos. En este modelo, las cooperativas desarrollan la labor de recolección domiciliaria, además del procesamiento del material en quince plantas de clasificación (Schamber y Tagliafico, 2021). Para realizar este trabajo, involucran a diferentes trabajadores: los recuperadores urbanos; los más de 800 operadores de los “centros verdes” y los “promotores” que se dedican a la labor de educación, puerta en puerta, sobre qué y cómo reciclar. En la cifra de 6500 trabajadores, también se incluye al personal de logística, como los choferes de camiones. A cambio de sus servicios, los miembros de las cooperativas perciben un salario mensual por parte del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, que usualmente ronda los 200 dólares estadounidenses, y pueden obtener bonificaciones adicionales basadas en su productividad individual en la recolección, según las definiciones de cada cooperativa. Una vez desarrollada la labor de recolección y clasificación, las cooperativas venden los materiales con autonomía para la negociación a clientes potenciales.
Según explican en las páginas oficiales del gobierno, desde el año 2002, la Ciudad ha llevado a cabo este programa con el objetivo principal de “integrar a los recuperadores urbanos en el sector formal de empleo” (Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, 2021). Por eso, como parte de la iniciativa de formalización, no solamente reconocen los derechos laborales a los recuperados, incluyendo cobertura médica, seguro contra accidentes, inscripción en el monotributo social y el pago de bonificaciones (Schamber y Tagliafico, 2021), sino que también abarcan la provisión de las infraestructuras y herramientas de trabajo, como pueden ser uniformes, los bolsones de recogida, camiones, o la provisión de espacios acondicionados para la tarea de selección -los llamados “centros verdes”- que anteriormente se realizaban en vía pública. Actualmente la Ciudad cuenta con 16 centros donde realizar una clasificación de modo más seguro y eficiente y que se otorga a las cooperativas como comodato por tiempo indeterminado. A pesar de ser considerado por muchos como un modelo de relativo éxito -sobre todo en su política de inclusión de recuperadores (Saidón et al., 2020)- la innovación no deja de convivir con contradicciones, conflictos y retos importantes.
“La relación con el gobierno siempre es una puja o una pelea”, me cuenta una integrante de la Cooperativa Amanecer Cartonero (E05). Con esta afirmación, la cooperativista expresa cómo la política y el disenso son dimensiones constitutivas fundamentales de la llamada gestión público-comunitaria. Los estudios sobre gestión público-comunitaria, o coproducción en general, suelen centrar su análisis en el proceso técnico, orientado a la mera eficiencia y entrega de servicios públicos (Goodwin, 2019). Asimismo, conceptos tales como “gobernanza colaborativa” o “alianza público-comunitaria” tienden a evocar imágenes de interacciones pacíficas y consensuadas. Sin embargo, los resultados de esta investigación revelan la coproducción como un proceso inherentemente político (Goodwin et al., 2022), donde su dimensión conflictiva y antagónica son claves (Mouffe, 2005).
Esta sección analiza las tensiones que rodean este modelo, explorando los diferentes intereses y objetivos que emergen de interacciones con lo comunitario, el Estado y el mercado. Este enfoque subraya que no existe un "bien común" predeterminado perseguido por cooperativas y el gobierno. Las alianzas entre el Estado y las cooperativas surgen de alineamientos políticos, sujetos a fuerzas contradictorias y constantes presiones de mercantilización (Ferreri y Vidal, 2022). Además, reconoce que los sectores populares no solo ven la coproducción como un acceso a servicios públicos, sino como una herramienta para reconfigurar relaciones de poder y fortalecer sus derechos sociales y políticos (Mitlin, 2008).
En agosto de 2024 me reuní con el presidente de la cooperativa El Ceibo, quién me cuenta la historia de la cooperativa:
Todo nace más o menos en 1989, con la hiperinflación acá de Argentina. Mi mamá y mi papá, que son los fundadores de la 'cope', lo que hacían era salir a revolver la bolsa de basura para buscar algún recurso para vender y darnos de comer (E06).
Sin embargo, tal y como me cuenta, durante los años 2000 “se dieron cuenta que había muchas personas en el barrio de Palermo que hacían lo mismo de manera individual. Para sobrevivir, revolvían la bolsa basura y eran perseguidos por la policía”. Para el entrevistado, eso fue “la clave que cambió todo”. Desde este momento, empezaron a organizarse y a construir lo que hoy se conoce como la cooperativa El Ceibo.
El origen de El Ceibo se asemeja al de otras cooperativas que tienen su historia marcada por la supervivencia diaria por las calles de Buenos Aires. Su memoria colectiva, forjada desde estas experiencias, dan el tono inclusivo del modelo de gestión porteño. Tal y como relata el presidente de la cooperativa, la clave de su origen - así como el de otras cooperativas - está en su sensibilidad colectiva: en darse cuenta de que la experiencia de sus fundadores era compartida por miles de otras personas. Desde esta experiencia concreta, emerge la vocación comunitaria de la cooperativa y su objetivo prioritario: “dar recurso a los compañeros que lo están pasando mal” (E04). Así, de modo resumido, el presidente afirma: “El Ceibo siempre se mantiene independiente, pero no indiferente. Siempre que hay una problemática social, estamos” (E06).
Esta realidad construye la singularidad de un modelo de gestión de la basura que emerge de trayectorias personales de lucha política y supervivencia, buscando formalizar, remunerar de forma justa y dignificar los recolectores informales. En este sentido, el carácter popular de la experiencia se añade y se articula al objetivo de inclusión social. Esto se ha revelado en diferentes discursos. Por ejemplo, durante una entrevista, he preguntado a un cooperativista sobre la diferencia en los modos de gestionar los residuos a través de una empresa y una cooperativa, a lo que me contestó prontamente: “el reciclado con inclusión social” (E03). Para él, esto significaba el “hecho de que las cooperativas puedan contener a una masa de trabajadores”. Es decir, trabajadores que “si no fuese porque están organizadas en esta estructura, estarían por fuera del sistema”. A esta idea añade:
La mayoría de la gente no tiene y no tuvo nunca las condiciones materiales para profesionalizarse o estudiar siquiera. Hay muchos compañeros que son analfabetos y no podrían estar trabajando en otras estructuras económicas o sistemas de trabajo si no fuera por el cooperativismo, esta estructura que ellos inventaron (E03).
Como se observa en este discurso, el modelo porteño se caracteriza como un reciclaje inclusivo estrictamente asociado a la noción de economía popular. Surge como una estrategia creativa de supervivencia capaz de denunciar las fisuras del sistema de producción y consumo contemporáneo. La articulación entre reciclaje, inclusión social y economía popular son por tanto claves para comprender la producción y circulación de la basura en la ciudad: un problema que va más allá de una cuestión meramente técnica o tecnológica y que, aquí, rearticula en su discurso la esfera económica, política y social inherente a la crisis de la basura. Además, el reclamo de la basura como bien común se hace ver a través de estas demandas que ponen en cuestión la propiedad y los derechos sobre los residuos urbanos.
A este objetivo se suma una sensibilidad ambiental. Para el presidente de la cooperativa el Ceibo, esta preocupación surge como el resultado indirecto de uno de los principales objetivos de su cooperativa - “dar recursos a los más pobres” (E03) - pero que enseguida es reapropiado y acogido por un movimiento que busca un reconocimiento cada vez más amplio. Él me cuenta:
Las cooperativas organizadas empezaron a luchar con el Gobierno para que reconozca su trabajo, que era un trabajo que además de dar recursos a los más pobres, estaba cuidando el medio ambiente, que es algo que al principio no se entendía bien, porque solo ellos querían buscar reciclados para comer. Después, como te digo, tantos años del mismo trabajo, conociendo gente muy inteligente, muy capacitada, se dieron cuenta que lo que estaban haciendo era un bien por el planeta, no solamente generando recursos para ellos (E03).
Además de estos objetivos, es importante tener en cuenta la conformación del ethos solidario que guía las prácticas de las cooperativas. Con ethos nos referimos a un conjunto de valores y moralidades que orientan el comportamiento económico y social de las entidades, además de organizar las emociones de sus miembros (Bateson, 1958). Este ethos se refleja en las diferentes acciones de barrio organizadas por las cooperativas que buscan ir más allá de la provisión de recursos económicos a los recuperadores. Por ejemplo, una interlocutora me cuenta cómo su cooperativa organiza “ollas populares” para “los compañeros que están en la calle” (E05), además de realizar acciones en conjunto con otras organizaciones para tratar cuestiones de adicción. En este sentido, esta cooperativista también resalta la importancia de las guarderías que han construido para los hijos de sus trabajadores:
Tratamos de hacer todo lo posible para que los chicos sigan teniendo su copa de leche, su alimentación y que cada compañero sepa que cuando va a dejar su hijo, ahí está cuidado y va a llegar realimentado. Que el compañero pueda trabajar tranquilo sabiendo que el chico no está solo en su casa (E05).
Yendo más allá de una lógica empresarial, las cooperativas despliegan un conjunto de sensibilidades hacia la situación concreta de sus miembros, trabajando con una visión más integral de su bienestar. Esta solidaridad se concreta además en la demanda de integración de cartoneros independientes que actualmente no están asociados a ninguna cooperativa y se encuentran fuera del convenio con el gobierno, es decir, “fuera del sistema”. Estos actores suelen depender del circuito de comercialización privado, donde venden diariamente a galponeros por precios más bajos, enfrentando precariedad laboral, largas jornadas y exclusión del sistema formal. Frente a esta vulnerabilidad, las cooperativas buscan integrar a los cartoneros en plantas de procesamiento o en el circuito de comercialización colectiva, sin intermediarios, además de presionar por la ampliación del cupo de recuperadores en el convenio con el GCBA. 1 Así, en contraste a una lógica competitiva, una entrevistada comparte que su modelo ideal de cooperativa sería “la integración de todos los compañeros que tenemos sin sueldo” (E05).
Con todo ello, se reconoce la dimensión popular, inclusiva y solidaria como característica fundacional de las cooperativas de reciclaje en Buenos Aires. Son el motivo para su creación y justifican su continuidad hasta la fecha; orientan en gran medida sus prácticas y objetivos, dotando de un acento diferenciado a la gestión de los residuos urbanos. Sin embargo, tal y como se argumenta en este artículo, la alianza público-comunitario combina múltiples lógicas más allá de sólo este carácter social. En concreto, la colaboración con las administraciones locales da origen a una relación ambigua con el Estado que, por un lado, facilita su objetivo inclusivo y, por otro, pone límites.
“Hoy por hoy hacemos toda una parte que es muy importante, pero hay cosas que necesariamente tenemos que estar vinculados con el Estado porque representan un costo muy alto y por supuesto que, hoy por hoy, no podemos afrontar” (E06). Así defiende un miembro de una de las cooperativas su relación con el gobierno. Desde esta perspectiva, se identifica la función del Estado, en este contexto, como una infraestructura de escala fundamental que posibilita la emergencia, el sostenimiento y la expansión de prácticas comunitarias. Sobre todo, permite a las cooperativas hacer frente a retos importantes dentro del sector del reciclaje.
El primer gran reto es la logística. Especialmente en el sector de limpieza urbana, existe un complejo despliegue de materiales y personas necesarias para realizar un trabajo minucioso que empieza en recogidas puerta a puerta: cubos de basura, camiones, plantas de clasificación, cintas y enfardadoras, entre muchos otros elementos. En este escenario, el Estado juega un rol logístico clave con su presencia capilar en diferentes contextos (municipal, estatal, nacional y global), junto a una infraestructura extendida por el territorio.
Además, el reciclaje de residuos sólidos suele necesitar una inversión de capital inicial bastante elevada para la adquisición de, por ejemplo, cintas y prensas. Las maquinarias y tecnologías necesarias - así como su mantenimiento, conocimiento técnico y manejo seguro - suelen ser por tanto un importante obstáculo que se ve facilitado por la capacidad de inversión del Estado. En el caso de un modelo de reciclaje inclusivo, hay que tener en cuenta cómo esa dificultad se ve aumentada al lidiar con trabajadores que buscan en el reciclaje sobre todo un modo de subsistencia. En este sentido, también es importante considerar la estabilidad salarial que provee la administración. Por último, el requerimiento de amplios espacios para el desarrollo de una extensa cadena también pone la cuestión de la propiedad y el terreno como un importante desafío que, además, en este sector, afronta altas exigencias sanitarias.
Estas necesidades materiales, económicas, logísticas e infraestructurales del sector se imponen como condición de posibilidad clave para la escalabilidad de las cooperativas. En el modelo de gestión público-comunitaria de Buenos Aires, estas cuestiones consiguen ser resueltas - aunque de modo frágil y provisorio - por la infraestructura estatal que, aquí, emerge como un facilitador crucial. Sin embargo, recibir estas aportaciones conlleva una relación de dependencia y pérdida de control de los medios de producción con importantes impactos políticos. El Estado es capaz de lanzar mano de instrumentos legales y burocráticos - como por ejemplo nuevas licitaciones - para renovar y actualizar las herramientas de trabajo, o bien agilizar o retrasar su mantenimiento. En la siguiente sección discutimos la política de mantenimiento como uno de los principales impactos de esta relación que pasa de la facilitación y conveniencia a la obstrucción y el antagonismo.
Durante la noche del día 3 de febrero de 2024, el centro de reciclaje de Barracas, en Buenos Aires, prendió fuego. La planta era gestionada por la cooperativa Amanecer de los Cartoneros, nucleaba alrededor de 2000 trabajadores y procesaba cerca de 1500 toneladas de materiales por mes. Después del incendio, la planta se perdió por completo. Aunque las investigaciones siguen en curso, se denuncia la existencia de informes de más de dos años remitidos al gobierno local donde se demuestran deficiencias en la red de incendio que podrían haber evitado la dimensión de la tragedia.
Este triste episodio pone de relieve la importancia de las infraestructuras para la producción y reproducción de las cooperativas. Es cierto que la vida urbana moderna a menudo ignora las redes que sostienen la ciudad, como tuberías y cables. Sin embargo, en momentos de crisis, estas infraestructuras muchas veces subterráneas se hacen visibles, mostrando las desigualdades y la política detrás de los flujos y conexiones urbanas (Graham, 2010). Al final, ¿por qué algunas infraestructuras logran mantenerse intactas, mientras que otras colapsan?
En esta sección se argumenta cómo la política de mantenimiento y reparación de infraestructura es un punto de fricción constante de la gestión público-comunitaria de Buenos Aires y uno de los retos principales para su reproducción. Como parte del convenio firmado, el municipio es responsable no solo de proveer, sino de mantener en condiciones las maquinarias, vestimentas y edificios para el trabajo de clasificación. Sin embargo, desde la perspectiva del trabajo diario de sus operadores, sobre todo en los últimos años, este acuerdo no viene siendo cumplido. En este sentido, una cooperativista nos cuenta:
Los camiones son del Gobierno de la ciudad. El centro de reciclado y las maquinarias que hay en el centro de reciclado, y el mantenimiento de esas maquinarias, y de toda la infraestructura del centro, es del Gobierno de la Ciudad. Entonces, qué pasa…Por ejemplo, en este momento la enfardadora principal de la cooperativa está rota y necesita un mantenimiento serio porque tiene mucho uso (…). El mantenimiento de esa maquinaria no es bueno. No tuvo una puesta a punto de la máquina en más de 9 años (E02).
Aunque este problema se pueda leer como una cuestión meramente técnica (una máquina rota o un cambio de aceite atrasado), no es una cuestión menor, principalmente al tratarse de un modelo inclusivo y popular de reciclaje. Como denuncia la nota de la cooperativa Amanecer de los Cartoneros, tras el incendio de la planta de Barracas, sus recuperadores se han quedado “sin su fuente de laburo” (Revista Cítrica, 2024). En este contexto, la ruptura de las infraestructuras tiene un doble impacto que no solo afecta al servicio de recogida de basura y reciclaje. Afecta, además, sobre todo al ingreso económico de trabajadores de economía popular, generando inestabilidad laboral y las referencias necesarias para desarrollar sus vidas.
Como resultado, el desprecio al mantenimiento y el incumplimiento del acuerdo revela un desfase en los modos de interpretar los arreglos y tareas de mantenimiento. Si para el Estado esto puede ser percibido como una simple cuestión de reparación técnica, para los cooperativistas tiene una dimensión de insulto moral en la medida que no se reconoce su labor y dignidad como ciudadanos (Cardoso de Oliveira, 2011). Una conversación que mantuve con una cooperativista refleja esta dimensión. Cuando empecé a hablar con ella sobre el incendio, al instante empezó a toser y se disculpó: “Perdón, me ataca la tos. Cuando me pongo nerviosa me pasa eso.” En seguida, me explicó la emocionalidad que invierte en el proyecto:
Es algo que me duele en lo personal porque todo lo que nos costó conseguir eso ¿me entendés? y porque un tipo no pone la firma, o porque no hace las cosas que tiene que hacer, hoy por hoy nosotros estamos sufriendo un montón de consecuencias.
Y, por último, finaliza: “la verdad es que no le estamos haciendo un perjuicio, le estamos dando un beneficio a la ciudad, al medio ambiente, que creamos algo de la nada, un ingreso de la nada ¿me entendés?” (E05).
El incendio de Barracas no es nada más que el resultado de una cadena de reclamos respecto al mantenimiento de las plantas de reciclaje, averías y deficiencias. Tal y como argumenta esta cooperativista, si para el gobierno el mantenimiento puede ser visto como un gasto, un “perjuicio”, para ellas es la condición material de su trabajo, además de un beneficio para la ciudad. Para otro miembro, “si eso funcionara como debería funcionar, las condiciones de trabajo serían otras. Sería más productivo el trabajo y habría más ingresos” (E02).
Con la misma indignación, otro entrevistado también percibe el deterioro de las instalaciones y lo interpreta, no como un descuido arbitrario, sino más bien como una falta de apoyo e interés estratégico: “Es un deterioro que se da ahora más que antes. Antes funcionaba bastante mejor, había mayor armonía con el Gobierno de la Ciudad. Ahora no, no están muy interesados en que funcione, me parece” (E06). Y en esta misma lógica, opina: “Evidentemente las decisiones las toman las personas y por ahí sí, si a un gobierno no le interesa mucho el reciclado, las copes, nos va a perjudicar, eso es evidente...” (E06).
Todo ello supone una tensión estructural en el modelo de gestión público-comunitario, donde el Estado surge como un proveedor fundamental, al tiempo que reproductor de una relación interdependiente desigual. En este sentido, la política de mantenimiento juega un papel central en las dinámicas asimétricas entre cooperativa y Estado en la medida que genera dependencias a largo plazo y retira el control de las cooperativas sobre sus medios de producción. En otras palabras, aunque exista un inversión y soporte inicial por parte del Estado, si el mantenimiento de las infraestructuras no es garantizado, el modelo abre espacio para arbitrariedades políticas y cambios de apoyo a las iniciativas. A su vez, esta inconstancia en las políticas de infraestructura y mantenimiento urbano se ve además afectada por la reconfiguración del Estado neoliberal que incluye nuevos actores, intereses y lógicas a la ecuación público-comunitaria.
Como destacan diferentes autores, en los modos de gobernanza neoliberal el Estado no debilita su "voluntad de gobernar". En su lugar, permite la gobernanza a través de una red extensa y descentralizada de actores que exceden el aparato estatal formal (Rose y Miller, 1992). Lo hace promoviendo la autorregulación individualizada y vinculando a expertos dispersos en diferentes sitios mediante técnicas de cálculo, estandarización y objetivación de los sujetos. A su vez, este modo de gobernanza en el contexto urbano se ve caracterizado, no por la retirada del Estado frente al capital, sino como un inductor y facilitador de su acumulación a través de diferentes herramientas legales tales como la flexibilización de regulaciones, inversiones localizadas, entre otras medidas. La externalización de servicios centrales a iniciativas privadas caracteriza esta forma de gobierno cada vez más fragmentada y descentralizada.
El impacto de esta lógica se hace presente en la desconstrucción de la visión singular de “Estado” al referirse a la gestión público-comunitaria. Cada vez más, el Estado orquestra diferentes entidades privadas que llevan a cabo gran parte de sus funciones. En la práctica, en Buenos Aires identificamos la externalización de las funciones de mantenimiento a través de diferentes licitaciones que dotan el proceso de una alta complejidad y una creciente dificultad de seguimiento. Por ejemplo, al solicitar a una interlocutora las licitaciones de mantenimiento, me remite a tres ejemplos y seguidamente deja de enviarme la documentación: “es así hasta el infinito… con los privados hay por cada tema una licitación distinta” (E02). Durante una entrevista también me cuenta:
Si buscas lo que son las licitaciones públicas del Gobierno de la Ciudad vas a encontrar una licitación para los bolsones, otra licitación para los uniformes que usan los cartoneros en la calle, otra licitación para mantenimiento de centro verde, otra para mantenimiento de la enfardadora, otra para mantenimiento de la cinta… (E02).
Desde cerca, es posible identificar que las empresas privadas siguen estando presentes en la gestión de la basura, aunque de forma más invisibilizada. Se encargan de actividades aparentemente “menores”, pero que son, sin embargo, imprescindibles para que la cadena de reciclaje funcione efectivamente. Además, las dinámicas mercantiles globales y nacionales también afectan al sector. En concreto, las políticas de precios del material reciclado e importaciones son definidas a partir de relaciones nacionales y globales. En este sentido, interlocutores denuncian que las recientes aperturas a la importación del gobierno de Javier Milei están generando una auténtica crisis por la bajada de precio de material. Según una entrevistada, “nos están matando” (E05). Para tener una idea, en julio de 2024 se pagaba solamente 60 pesos por el kilo de cartón, mientras que en los meses anteriores se pagaba 200. Sumada a esta política de precios, se observa cómo las dinámicas geopolíticas también dictan el costo y la disponibilidad restricta de tecnologías cruciales para el reciclaje en el Sur global.
Todos estos límites evidencian la persistencia de lógicas neoliberales y mercantiles en las formas de gestión público-comunitarias. Nos recuerdan que la emergencia de estos modelos no está exenta de estas ideologías, sino que se desarrollan dentro de un campo de poder. Así, esta ideología mercantil compone, junto los demás objetivos y valores discutidos en el artículo, el conjunto de lógicas y fricciones que coexisten en el modelo porteño de reciclaje. Tal y como resalta el artículo, estas fricciones surgen a raíz de un modo de gobernanza que articula interacciones comunitarias y estatales - pero también de mercado -, dentro de una estructura de poder desigual.
La basura, comúnmente considerada un problema técnico y logístico, ha sido gestionada prioritariamente con un enfoque centrado en la eficiencia y en la tecnología, relegando a un segundo plano sus dimensiones sociales, políticas y económicas. Este artículo ha planteado la hipótesis de que la crisis de la basura es, en gran medida, consecuencia de esta visión ecoeficientista. Como se ha analizado, el aumento acelerado de los residuos y la incapacidad de los sistemas actuales para gestionarlos no sólo confirman esta hipótesis, sino que evidencian los límites de un sistema productivo insostenible que exige repensar la gestión de la basura.
Este artículo ha abordado esta cuestión desde la experiencia concreta de Buenos Aires. Allí la basura se reivindica como un bien común por sectores populares, impulsando modelos alternativos de gestión que dialogan con debates recientes sobre la relación entre el Estado y los comunes. En particular, el estudio ha explorado la relación institucionalizada entre las cooperativas de reciclaje y el gobierno local como un terreno fértil para comprender nuevas formas de institucionalidad en la gestión de los comunes urbanos. Esta relación ambigua, lejos de aparecer como una colaboración armónica, revela tanto el potencial como los desafíos de los modelos de gestión público-comunitario.
En primer lugar, la investigación ha destacado la comprensión particular de lo comunitario en el modelo porteño. Considerando que existen múltiples interpretaciones de lo comunitario en disputa, en CABA se identifica la importancia de la trayectoria de vida de los cartoneros y cartoneras. A partir de esta realidad concreta, las iniciativas adquieren un ethos solidario, con un marcado enfoque popular e inclusivo, que además articula discursos de ecologismo popular. En esta línea, Quevedo (2020) define estas experiencias como un modelo de gestión público-popular -más que público-comunitaria- como una estrategia para resaltar su dimensión de clase. El reciclaje inclusivo, gestionado por y para los sectores más empobrecidos, tiene por tanto el potencial de redefinir la relación público-comunitaria, poniendo en primer plano su dimensión disidente en lugar de una mera búsqueda de eficiencia.
Además, el artículo ha explorado cómo estas iniciativas fueron posibles en gran medida por la mediación de un Estado que redistribuye su capacidad técnica, logística e de inversión económica, presentándose como una infraestructura de escala potente para el cooperativismo y la economía popular. En el caso analizado, el gobierno local provee espacio para trabajo (centros verdes), insumos (uniformes, bolsones, materiales de seguridad, etc.), maquinarias, estabilidad de sueldo, además de apoyo en alimentación y guardería para los miembros de la cooperativa. Todo ello ha permitido a las cooperativas no solo sostener y expandir sus actividades, sino también evitar su elitización al distribuir los recursos públicos en favor de recicladores informales. Aquí, cabe resaltar cómo el modelo presenta como protagonistas a estos sectores populares, usualmente tratados en las políticas públicas como beneficiarios pasivos bajo una lógica tutelar, en lugar de agentes activos.
No obstante, esta alianza con el Estado también introduce dilemas y desafíos importantes: la burocratización de las organizaciones, las dificultades frente a los cambios de gobierno, o las formas de control de las cooperativas a través de una cultura de la auditoría y rendición de cuentas. El artículo ha centrado el análisis de estos retos en las políticas de mantenimiento, una cuestión relativamente poco abordada en la literatura. Del mismo modo que el Estado puede facilitar la provisión inicial de recursos, puede o bien agilizar o bien dificultar su actualización y mantenimiento. La investigación ha puesto en relieve cómo esta ausencia de control es una fuente recurrente de tensión para las cooperativas, sobre todo en un sector que requiere una alta inversión en capital y tecnología. Por un lado, el Estado se presenta como una promesa de infraestructura con su capacidad económica y logística; por otro, sus arbitrariedades y poder político se hacen presentes -aunque en gran medida ocultas en el discurso público- en la gestión de su mantenimiento. En este marco, emergen también las lógicas neoliberales que entran en conflicto con el objetivo comunitario de las cooperativas, como por ejemplo la externalización del servicio de mantenimiento o las políticas de importación, tecnología y precios de materiales reciclables.
Las tensiones y contradicciones identificadas en la investigación nos alejan de cualquier visión idealizadora de las iniciativas de gestión público-comunitaria. A pesar del lenguaje colaborativo que proyecta la imagen de relaciones pacíficas y consensuadas, el estudio ha remarcado que no existe un "bien común" preexistente y compartido entre cooperativas y gobierno. La relación funciona más bien a través de una doble estrategia donde las cooperativas, por un lado, presionan al gobierno para que ponga a disposición sus recursos y, por otro lado, se apropian de ellos en favor de una gestión más democrática y popular (Harvey, 2012). Como recuerdan los interlocutores, todas las conquistas fueron resultado de “una puja”, “una pelea”, y que lo han “sacado del gobierno por medio de lucha” (E05). Se han realizado informes, marchas y campañas por las redes sociales. A través de estas estrategias, las organizaciones desplegaron por tanto un modo de relación donde se trabaja simultáneamente en alianza y en contra del Estado, buscando al mismo tiempo ir más allá de sus lógicas.
En este sentido, la investigación también ha demostrado que, a pesar de los dilemas y dependencias discutidos, la relación con el gobierno no excluye la posibilidad de aspirar a una mayor autonomía. Las cooperativas señalaron al menos dos estrategias para avanzar en esa dirección. La primera es exigir un pago único por el servicio de reciclaje, con libertad para gestionar sus gastos, en lugar de depender de la adquisición directa de materiales por parte de la administración. Esto les daría mayor independencia del gobierno y alejaría el modelo de una cogestión pautada exclusivamente en la asistencia y tutelaje (Schamber y Tagliafico, 2021), o incluso en la disciplinarización (Sternberg, 2013). La segunda consiste en agregar valor al material reciclado, cerrando su ciclo hacia una economía más circular. Esto reduciría la dependencia del sector privado y fomentaría enfoques más allá del reciclaje, priorizando la reducción y reutilización de residuos, como señalan estudios recientes (Saidón et al., 2020). A eso se suman necesidades ya mencionadas por otros autores, como la heterogeneidad del ecosistema urbano de Buenos Aires que incluye niveles distintos de movilidad de los recuperadores y derechos adquiridos (Saidón et al., 2022), o la relectura de los incentivos y estipendios, que actualmente se centran solo en cuantificar la producción (Schamber y Tagliafico, 2021).
Estos horizontes futuros dotan de dinamismo a las iniciativas, entendidas, no como un concepto fijo de bien común urbano, sino como relaciones sociales en constante transformación y tensión. Teóricamente, esto implica una visión procesual de la relación entre cooperativas y Estado, donde la negociación política permite establecer vínculos tanto armónicos como conflictivos, según los intereses, necesidades y dinámicas de poder que enfrentan las cooperativas a nivel local y global. En Buenos Aires, por ejemplo, aunque se reconozca la fragilidad de la autonomía de las cooperativas, la interacción estratégica con el Estado ha sido clave para el arranque inicial, la supervivencia y la escalabilidad del reciclaje, sobre todo en el contexto del reciclaje inclusivo que busca mantener sus bases populares. Además, ha sido un modo de reconfigurar e impugnar las relaciones de poder en una ciudad neoliberal y poscolonial. Las iniciativas han logrado abrir grietas desde dentro del sistema, permitiendo a los cartoneros y cartoneras renegociar su relación con el Estado, fortalecer sus derechos sociales y políticos, al tiempo que resignificar la gestión de los residuos urbanos desde su lógica popular. Este hallazgo nos obliga a matizar, en términos teóricos, posiciones más dualistas en el debate sobre la relación de los comunes con el Estado. Asimismo, abre este campo de estudios hacia preguntas aún poco exploradas respecto a las tácticas y estrategias de contestación, negociación y resolución de conflicto llevadas a cabo por cooperativas en el interior de las relaciones con el Estado. Responder a estas preguntas en el sector del reciclaje significa avanzar en las políticas públicas participativas, así como asegurar una transición ecosocial más justa y democrática.
[1] Aunque se reconozca la posibilidad de conflicto entre actores asociados e independientes, aquí es importante recordar las ventajas que suponen asociarse a cooperativas y el acceso a derechos que suponen este modelo frente a actividades más autónomas.
[2] Sugerencia de cita / Suggested citation: Pereira Dore, M. (2025). Experiencias público-comunitarias de reciclaje en Buenos Aires: hacia nuevas institucionalidades para los comunes urbanos. Revista Española de Sociología, 34(4), a276. https://doi.org/10.22325/fes/res.2025.276