Ante el progresivo deterioro del sistema político, el sorteo cívico se presenta como un instrumento de participación ciudadana para la regeneración del mismo. Bajo esta premisa, Ernesto Ganuza —sociólogo del Instituto de Políticas y Bienes Públicos del CSIC, con un gran recorrido investigador en el ámbito de la participación ciudadana (
La creciente complejidad de las sociedades actuales, explican los autores, no puede resolverse mediante las organizaciones políticas de hace más de un siglo. El contexto ha cambiado, las instituciones no, vienen a plantear. Frente a la monopolización y confrontación en la toma de decisiones por parte de los partidos políticos, el sorteo cívico y la deliberación se presentan como herramientas complementarias que pueden ayudar a resolver problemáticas enquistadas. Si bien el sorteo cívico, conocido como
Tras un breve prólogo de Jane Mansbridge, expresidenta de la prestigiosa Asociación Estadounidense de Ciencia Política, politóloga especializada en movimientos sociales y democracia y autora de varias obras célebres en el campo de la deliberación (
En el primera bloque los autores exponen en qué medida el sorteo cívico puede paliar ciertos males de nuestro actual sistema político. Afirman que el debate reducido a la posición ideológica de los partidos ha conducido a una simplificación y polarización de los problemas, lo que dificulta llegar a soluciones consensuadas. Un ejemplo es el de la legislación educativa: desde 1970 en España se han aprobado siete leyes distintas, habiendo sido justificada cada una de ellas por el partido de Gobierno de turno (p. 70). Esto habría llevado a una «fatiga democrática» (
Desde las posiciones críticas al sorteo, apuntan los autores, se suele señalar que la gente corriente es incapaz de participar y tomar decisiones sobre temas complejos; son las personas expertas, advierten, las que deben gestionar los asuntes comunes. Sin embargo, los autores plantean que la deliberación en base a la diversidad es el mejor medio para optimizar la inteligencia colectiva. Más que profesionales de la política, añaden, se necesita ciudadanos que a través de procesos de información, debate y reflexión tengan capacidad para tomar posición en los problemas que les afectan.
El segundo bloque del libro aborda el sorteo desde una perspectiva histórica, cubriendo desde la aparición de este mecanismo en la Grecia clásica hasta su efervescencia contemporánea. Según Ganuza y Mendiharat, el sorteo fue un elemento esencial en la vida política de Atenas. Cada año, quinientas personas eran elegidas al azar para formar el Consejo, un poder regulatorio de la Asamblea que tenía gran influencia en la legislación de la época. Además, también se utilizaba para la composición de los órganos judiciales; se trataba de un mecanismo de «gobierno por turnos» que permitía equilibrar el poder frente a las élites. Es precisamente esta función como balanza de poder la que se pretende recuperar con los formatos de sorteo cívico actuales. En este breve recorrido histórico los autores observan que el sorteo fue perdiendo su influencia como mecanismo de elección dentro del sistema político. Así, durante la Edad Media se redujo su uso a la selección entre élites como medio para evitar la confrontación entre las diferentes dinastías. Con las revoluciones liberales la lógica de la meritocracia se impuso, lo que invalidó el sorteo como medio de elección. Y esta lógica ha permanecido, según los autores, hasta las democracias actuales.
No será hasta la década de los setenta del siglo pasado cuando se retomó el debate sobre el papel de la ciudadanía en la toma de decisiones. El cuestionamiento del modelo de representación existente habría llevado a las instituciones a promover espacios consultivos configurados mediante sorteo, como son los llamados
Será a comienzos de siglo
El segundo de los casos expuestos es la Revisión de Iniciativas Ciudadanas impulsado desde el estado de Oregón en Estados Unidos. Institucionalizado desde 2011, es un órgano compuesto por entre dieciocho y veinticuatro ciudadanos elegidos al azar, que se encargan de informar, a través de un formato sencillo y accesible para toda la ciudadanía, sobre los pros y contras de los referéndums propuestos, lo que ha influido de manera notoria en la opinión pública. Finalmente, se exponen los casos de la ciudad de Madrid y una región de Bélgica, donde se constituyeron órganos permanentes seleccionados por sorteo. La singularidad de estos dos ejemplos frente a los anteriores es que la agenda sobre la que se discutía en los espacios deliberativos no era definida por los órganos representativos, sino que se decidía a través de la propia ciudadanía, dotando así a este órgano de una mayor autonomía.
La última parte del capítulo 6 enlaza con el último bloque del libro (capítulo 7 y notas finales), dedicado a sintetizar la utilidad del sorteo cívico. En este sentido, hay que considerar especialmente el apartado sobre sus límites (pp. 147-151). Estos límites son agrupados en dos tipos: internos y externos. Sobre los primeros, los autores señalan la necesidad de establecer una muestra lo más representativa posible, incluyendo incentivos que promuevan la inclusión de sectores de la sociedad que tradicionalmente suelen quedar al margen de los procesos de participación ciudadana. Además, ponen el acento en la necesidad de generar procesos deliberativos coordinados por organizaciones independientes, de manera que se asegure la neutralidad de los mismos y la inclusión de diferentes puntos de vista. En cuanto a los límites externos, destacan que hay que medir la capacidad de influencia de estos espacios en función del vínculo que tengan con el resto de la sociedad. Asimismo, señalan la difícil tarea de articular los espacios deliberativos con los representativos:
¿Hasta qué punto dejarán los representantes electos que los grupos de personas sorteadas decidan asuntos trascendentales? ¿Es posible una convivencia equilibrada entre unos y otros? Los límites de lo posible no pueden ser únicamente los límites de las autoridades. Es lo que ha pasado con muchas experiencias de participación que se han hecho durante las últimas décadas. Por eso, es tan importante la cuestión de quién establece la agenda, cómo se establece y, una vez las decisiones son tomadas, la posibilidad de realizar un seguimiento de la aplicación de las medidas recomendadas (p. 151).
Si bien los autores consiguen incorporar adecuadamente el sorteo en los debates sobre deliberación participación y democracia, existen algunos elementos cuestionables. Por un lado, las bondades del sorteo cívico están formuladas bajo la premisa de que una selección aleatoria de personas refleja una muestra de opiniones más diversa. Esto lo justifican a través del concepto de
Por otro lado, una de las discusiones que quedan al margen del contenido del libro es el papel jugado por la ciudadanía organizada en este tipo de mecanismos participativos. Si las personas que conforman estos espacios son seleccionadas a nivel individual, ¿no se está promoviendo un modelo de sociedad fragmentado en el que se anula la posibilidad de que los colectivos organizados canalicen sus propuestas? ¿O deben ser un grupo de interés más como sugiere el texto? Estos son algunos elementos que se echan de menos en el texto y que sería recomendable incorporar en futuros debates sobre el sorteo, un modelo de participación ciudadana que dará que hablar en los próximos años.