SUMARIO

  1. NOTAS
  2. Referencias

Los estudios de Internet han recibido un impulso considerable en la última década. Las contribuciones a este singular campo han crecido en número y complejidad y son muchas las universidades que han creado unidades especializadas para el análisis de sus distintas expresiones. Internet se ha incrustado en nuestras vidas y el ámbito académico no es ajeno a esta situación. Aunque no todos los elementos que se reúnen en este espacio han recibido y reciben una atención pareja. Abundan los estudios sobre redes sociales que, o bien ensalzan su potencial conectivo (Castells, Manuel. 2012. Redes de indignación y esperanza. Los movimientos sociales en la era de Internet. Madrid: Alianza.‍Castells, 2012) o bien juzgan nociva su posición como espacios de mediación informativa (Wu, Tim. 2020. Comerciantes de atención. La lucha épica por entrar en nuestra cabeza. Madrid: Capitán Swing.‍Wu, 2020). Abundan también los trabajos sobre economía de los datos o, como Zuboff (Zuboff, Shoshana. 2019. The Age of Surveillance Capitalism. Londres: Profile Books.‍2019) prefiere denominarlo, «capitalismo de la vigilancia». Y no son menos las publicaciones que, con cierto índice de alarma, nos advierten acerca del profundo desgaste cognitivo que se deriva del uso prolongado de Internet (Carr, Nicholas. 2010. Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? Madrid: Taurus. ‍Carr, 2010).

Sin duda, las contribuciones mencionadas disponen de gran valor y nos ayudan a transitar por algunas de las más importantes derivadas de la intermediación digital. Aunque es habitual que nos encontremos, en el centro de estas aproximaciones, con una muy cuestionable decisión de orden ontológico consistente en hacer de Internet y sus aplicaciones asociadas simples herramientas. Véase que, por ejemplo, los estudios que analizan el potencial conectivo de las redes sociales tienden a reducirlas a la condición de medio que se emplea para poner en contacto a sujetos que comparten prácticas o intereses. De igual modo, los trabajos que analizan el consumo de información a través de Facebook o Twitter acostumbran a señalar que dichas redes son, simplemente, el canal a través del cual se organiza y filtra el régimen de publicaciones a disposición de cada usuario. En ambos casos Internet aparece como un útil; como una herramienta de características neutras o imperturbables. Una caracterización que también observamos en un gran número de investigaciones sobre economía de los datos y, mucho más, en las publicaciones que analizan los efectos cognitivos derivados de una estancia más o menos prolongada en la red.

La obra de Mueller se desmarca de estas tendencias; se zafa de la compulsión por reducir Internet a la condición de herramienta inerte y lidia con temáticas menos populares, minoritariamente exploradas en la disciplina. Su trabajo se ha centrado en el análisis del armazón organizativo en el que se envuelve Internet y en las —camufladas pero frecuentes— mecánicas de competición por el control de recursos e infraestructuras críticas, esenciales para su normal funcionamiento. Su perseverancia, trazando una y otra vez los límites del mismo objeto, ha terminado por hacer de su obra una referencia obligatoria para todos aquellos interesados en analizar la configuración institucional sobre la que se levanta el ciberespacio, la identidad de los actores que participan de su gobierno, o las implicaciones de una hipotética fragmentación de la red en unidades independientes, sometidas al dominio de Estados parcial o totalmente opuestos a una fórmula de administración global. Las dos primeras cuestiones ya fueron abordadas en extenso en el anterior título publicado por Mueller, Networks and States. The global politics of Internet governance (Mueller, Milton. 2010. Networks and States. The Global Politics of Internet Governance. Cambridge: MIT Press. Disponible en: https://doi.org/10.7551/mitpress/97802 62014595.001.0001‍2010). La tercera, si bien anticipada en dicho volumen, ocupa el centro de la publicación que aquí se recensiona. El título de la obra no da lugar a equívocos: Will the Internet fragment? Sovereignty, globalization and cyberspace (2017) observa críticamente la posibilidad de que dicho fenómeno —la muy temida «fragmentación de Internet»— vaya a producirse en un futuro cercano. ¿Debemos dar carta de validez a estas afirmaciones?

El libro se compone de seis capítulos: una introducción, cuatro capítulos de tipo analítico y un epílogo cargado de ambición normativa. Mueller no nos oculta en ningún momento el propósito con el que escribe este volumen: «Internet no fue diseñado para respetar las fronteras nacionales» (p. 10)

Todas las citas que se extraen de la obra han sido traducidas al castellano por el autor de esta reseña.

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. Y continúa: «Hay un problema de encaje entre los fundamentos de un ciberespacio unificado y los […] mecanismos institucionales de los que [por el momento] disponemos para gobernarnos» (p. 12). El autor expone claramente sus temores. ¿Y si alguien fuese capaz de dar al traste con su consistencia global? ¿Dónde nos deja un Internet malogrado? El objetivo del volumen es, en definitiva, responder a estas cuestiones.

Para ello resulta necesaria cierta clarificación conceptual, y a esta tarea se consagran los capítulos segundo y tercero del libro. Hablamos de los capítulos en los que se concentran las mejores contribuciones de Mueller. Entre uno y otro se resuelve el germen de dos prácticas diferenciadas. Aquellas que, en efecto, «fragmentan» la red y aquellas que simplemente contribuyen a «alinear» los contornos de Internet con las fronteras nacionales. Mueller nos invita a reflexionar críticamente acerca del uso que hacemos de estos términos. A su juicio, debemos reservar la noción de fragmentación para describir el escenario —posible, pero todavía no consumado— en el que algún Estado, o un cúmulo de ellos, hubiera logrado «desertar del Internet global» (p. 43). Aquí conviene señalar que la deserción solo se haría posible si, digamos, dicho Estado motiva un régimen de incompatibilidades técnicas de tal envergadura que, en lo que sigue, la comunicación se hace imposible entre la escisión y la matriz original. Por lo tanto, no nos vale con la imposición de cualquier tipo de bloqueo; este tiene que ser permanente, significativo y afectar a un cuerpo de población lo suficientemente amplio (p. 49).

El problema estriba en que, realmente, hay pocas prácticas que puedan llevarnos hasta este escenario. Mueller solo contempla dos. La primera es que el Estado o Estados que buscan «desertar» comiencen a utilizar un conjunto de protocolos distinto —propio o privativo— para el establecimiento de sus comunicaciones. Es decir, que opten por hablar en una lengua diferente, incompatible con aquella en la que se manejan los equipos que forman parte del «Internet global». La segunda es que los promotores de la deserción establezcan un «sistema de nombres de dominio» alternativo. Esto es, que adjudiquen denominaciones tan conocidas como google.com, wikipedia.org o academia.edu a otros propietarios y, además, fuercen su uso para cualquier conexión que se establezca desde dentro de su territorio. Entiende Mueller que solo así se consuma el abandono. Pero ceteris paribus, no nos estamos moviendo en esa dirección. Dadas las condiciones actuales, «el riesgo de fragmentación técnica o de deserción total […] es mínimo» (p. 71). Así que toca mirar en otra dirección.

Esa dirección llega en el capítulo cuatro. En este punto, el profesor Mueller nos anima a dejar de lado los dislates de la «fragmentación» para centrarnos en las prácticas que favorecen el «alineamiento». Se trata de actuaciones que a diferencia de sus notorias hermanas —aquellas que efectivamente contribuyen a «fragmentar» la red— no motivan la creación de islotes de comunicación independientes, desconectados entre sí. Las prácticas de «alineamiento» persiguen un objetivo relativamente simple: aumentar la capacidad de los Estados para determinar lo que sucede —i.e. los contenidos a los que se puede acceder, las app que se pueden utilizar, el uso que se puede hacer de los datos personales que recopilan redes sociales y motores de búsqueda, etc.— en aquellos segmentos de Internet que quedan bajo su jurisdicción. Así pues, caen dentro de este saco las muy conocidas prácticas de censura que han emprendido las autoridades chinas, rusas o iraníes y las réplicas que, a su efecto, se han generado en otros puntos del planeta. Tratadas con demasiada frecuencia como prácticas que «fragmentan» (Drake, William, Vinton Cerf y Wolfgang Kleinwächter. 2016. Internet Fragmentation: An Overview. Future of the Internet Initiative, World Economic Forum. Disponible en: https://bit.ly/3eO6gGa‍Drake et al., 2016), bajo la tipología de Mueller pierden tan severa condición. Aunque aquí debemos ser extremadamente cautos; el cambio de categoría no nos debe llevar a desdeñar su impacto. Hablamos de medidas populares, promovidas por administraciones de diverso pelaje. El «alineamiento» es moneda corriente, tanto para Estados a los que les cae bien el epíteto autoritario como para democracias plurales y consolidadas. El autor nos lo advierte al señalar que «prácticamente todos los Estados, incluyendo los Estados Unidos, están implementando medidas de este tipo» (p. 72). ¿Y acaso nos sorprende? El «alineamiento» es un proyecto modélico; una quijotesca trama de recuperación de la soberanía perdida de la que pocos Estados pueden escapar. Mueller no pierde la oportunidad de recordarnos que esta pérdida es generalizada y de largo recorrido (p. 84 y ss.). Como también lo es el anhelo de recuperación. Efectivamente, el «alineamiento» se nutre de recetas antiglobalizadoras con las que mitigar la progresiva dilución de la autoridad del Estado. ¿El objetivo? Fabricar un Estado dominante en el espacio digital sin con ello poner en jaque su integridad técnica global. En otras palabras: contribuir al juego del mando soberano sin dar al traste con las ventajas —esencialmente económicas— que trae adosada la participación de un mismo ciberespacio (p. 104).

Esta situación no resulta del agrado de Mueller. Aun dejando de lado la parafernalia de la «fragmentación», el triunfo del «alineamiento» nos hace avanzar hacia el polo de un mundo menos globalizado. La realización efectiva de esta empresa —ya sea por la vía de la censura de aplicaciones y páginas web, por el ejercicio de autoridad en materia de «localización de datos», o por el extravagante aparataje de los «botones de apagado de emergencia»— refuerza el proyecto de un Internet nacional o regionalmente segmentado. ¿Y cómo enfrentar este estado de cosas? El objetivo del quinto capítulo es evaluar las propuestas que, a este respecto, se han venido planteando en la literatura especializada, para después criticarlas y sentar las bases del edificio normativo que se construye en el epílogo. Un propósito con el que el autor cumple de forma deficiente. Mueller despacha en menos de veinte páginas propuestas tales como la creación de un sistema de regulación integrada —de tipo multilateral— o la reforma en profundidad de algunas instituciones de gobierno de Internet, como la ICANN. El tratamiento que hace de estas propuestas es hostil y caricaturesco. Aunque quien haya tenido la oportunidad de leer otros textos del autor no se sorprenderá del desdén con el que transita, primero, por la posibilidad de una solución multilateral. Si hay alguna constante en su obra, es la del rechazo hacia cualquier arreglo organizativo en el que el Estado siga funcionando como unidad de referencia. Su espíritu es el de los libertarios educados en economía austriaca (Mueller, Milton. 1978. «Toward a Libertarian Theory of Revolution». Libertarian Review, 7 (7): 14-17.‍Mueller, 1978). Esto es, el de los proponentes de un Estado delgado, en el que la iniciativa privada goza de independencia regulatoria y autonomía funcional. Entendemos aquí los fundamentos de su rechazo: la multilateralidad implica compromiso y armonización, pero no la sustitución del Estado como centro regulatorio. «Dejar en manos de los Estados la negociación puede no solo no alterar, sino reforzar las causas del alineamiento» (p. 112). Los mimbres ideológicos del ensayo se nos hacen ya evidentes. La lucha contra el «alineamiento» es, en definitiva, simple trampantojo en la lucha contra la regulación estatal.

No sorprende que Mueller se muestre también contrario a una reforma radical de las instituciones de gobierno de Internet. El autor tiene mucho que decir sobre los Estados, pero muy poco sobre los actores que copan estas instituciones: gigantes tecnológicos, fabricantes de equipo y operadores de red quedan exentos de toda crítica. Una dispensa que conecta bien con el tono general del libro, pero que contrasta con anteriores iteraciones, en las que Mueller se mostraba algo más ecuánime y punzante. Así, donde hace una década nuestro autor tildaba a estos actores de «élite fuertemente parapetada, con riqueza y poder al alza» (Mueller, Milton. 2010. Networks and States. The Global Politics of Internet Governance. Cambridge: MIT Press. Disponible en: https://doi.org/10.7551/mitpress/97802 62014595.001.0001‍Mueller, 2010: 218), ahora solo quedan alabanzas. Y donde entonces se juzgaba que su objetivo era la «conservación del statu quo institucional» (ibíd.), ahora se enfatiza su compromiso con «el acceso a un Internet global, el libre mercado y la interoperabilidad» (p. 140). Juzga Mueller que esto los hace pieza insustituible en la lucha contra el «alineamiento». Y más aún, necesaria vanguardia en el enfrentamiento. El proyecto al que se consagra la última parte del libro les reserva un lugar privilegiado: capitanear una suerte de movimiento «emancipatorio» con el que se logre desterrar, de forma definitiva, todo viso de «soberanía nacional» del ciberespacio. Una propuesta que resulta curiosa porque aspira a trocar dicha «soberanía» por un sucedáneo transnacional (p. 131). Cae Mueller en la vieja trampa de emplear como solución aquello en lo que se estima que radica el problema; y, así mismo, en la de hacer de la «soberanía» un vehículo salvífico y novelero, con el que parece verosímil cumplir con la promesa que J. P. Barlow (Barlow, John P. 1996. A Declaration of the Independence of Cyberspace. Electronic Frontier Foundation. Disponible en: https://bit.ly/2VufaB1‍1996) lanzaba a finales de siglo: «[Crear] una civilización de la mente en el ciberespacio. Que sea más humana y hermosa que el mundo que vuestros gobiernos han creado antes».

Aunque este llamamiento a realizar una cibercruzada contra los Estados haga que el ensayo se tambalee en su último tramo, lo cierto es que se trata de un volumen sumamente interesante. Su evaluación de los mecanismos de «fragmentación» y «alineamiento» es cabal y aporta serenidad a un campo que se ha hecho célebre por sus tesis apocalípticas. Internet no va a romperse. La evidencia apunta en sentido contrario. Podrá proliferar la censura y el juego proteccionista, pero la infraestructura seguirá ahí. La gran aportación de Mueller es hacernos notar —una y otra vez— que nadie quiere quitar la mano del ciberespacio; principalmente porque el futuro de nuestras comunidades políticas se dirime en sus contornos. Con esto, nuestro autor debería darse por satisfecho. Tres años después de su publicación, el libro conserva frescura y nervio intelectual. Y su lectura resulta recomendable para una amplia gama de investigadores. Los estudiosos de las relaciones internacionales encontrarán un análisis juicioso de las tensiones geopolíticas que rodean a Internet, sus recursos críticos y principales instituciones. Y quienes se interesan por las mecánicas con las que el Estado hace valer su autoridad en el ciberespacio —o en cualquier otro espacio globalizado— hallarán aquí una crónica reflexiva y detallada. El volumen elaborado por Mueller es una excelente puerta de entrada para el neófito y, al mismo tiempo, un trabajo sesudo en el que se reflejan las principales áreas de disputa en Internet y las acciones que múltiples Estados están llevando a cabo para hacer que prevalezcan sus intereses. Todo investigador sensible a los riesgos, dilemas y oportunidades que Internet despliega sobre el ejercicio del poder político —ya sea en su modalidad nacional, supranacional o transnacional— podrá encontrar en el último trabajo de Mueller un texto informativo, un glosario crítico y una propuesta normativa que, aun en su nebulosa calidad de folleto antiestatista, resulta estimulante.

NOTAS[Subir]

[1]

Todas las citas que se extraen de la obra han sido traducidas al castellano por el autor de esta reseña.

Referencias[Subir]

[1] 

Barlow, John P. 1996. A Declaration of the Independence of Cyberspace. Electronic Frontier Foundation. Disponible en: https://bit.ly/2VufaB1.

[2] 

Carr, Nicholas. 2010. Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? Madrid: Taurus.

[3] 

Castells, Manuel. 2012. Redes de indignación y esperanza. Los movimientos sociales en la era de Internet. Madrid: Alianza.

[4] 

Drake, William, Vinton Cerf y Wolfgang Kleinwächter. 2016. Internet Fragmentation: An Overview. Future of the Internet Initiative, World Economic Forum. Disponible en: https://bit.ly/3eO6gGa.

[5] 

Mueller, Milton. 1978. «Toward a Libertarian Theory of Revolution». Libertarian Review, 7 (7): 14-‍17.

[6] 

Mueller, Milton. 2010. Networks and States. The Global Politics of Internet Governance. Cambridge: MIT Press. Disponible en: https://doi.org/10.7551/mitpress/97802 62014595.001.0001.

[7] 

Wu, Tim. 2020. Comerciantes de atención. La lucha épica por entrar en nuestra cabeza. Madrid: Capitán Swing.

[8] 

Zuboff, Shoshana. 2019. The Age of Surveillance Capitalism. Londres: Profile Books.