Copyright © 2017:  La Revista Española de Ciencia Política tiene el derecho de primera publicación del trabajo, el cual está simultáneamente sujeto a la licencia de reconocimiento de Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obra derivada 4.0 Internacional, que permite a terceros compartir la obra siempre que se indique su autor y su primera publicación en esta revista. 

SUMARIO

  1. Referencias

La familia de la ciencia política, en un sentido amplio, tiende a considerar la teoría política como una suerte de arqueología del saber: una rama menor de la disciplina que, en el mejor de los casos, compara y clasifica ideas políticas a toro pasado y, en el peor de los casos, puro ejercicio de name-dropping para epatar al personal. Desde luego, existen ejercicios de teoría política que han contribuido poderosamente a fortalecer los prejuicios académicos contra ella. Pero también tenemos nobles excepciones que han tratado de sostener contra viento y marea el valor de la teoría política. Por citar uno, véase la innegable contribución de Giovanni Sartori, quien siempre ha defendido que no puede existir una ciencia política eficaz y útil para la sociedad sin una base sólida de teoría política. Por decirlo con sus propias palabras: «Una ciencia de la política pobre de teoría y enemigo de la teoría es simplemente una ciencia pobre. Yo la combato» (Sartori, Giovanni. 1999. Elementos de teoría política. Madrid: Alianza Editorial.Sartori, 1999: 10).

Afortunadamente, libros como La democracia sentimental. Política y emociones en el siglo xxi del profesor Manuel Arias Maldonado, sirven para demostrar que la teoría política tiene algo que decir sobre el mundo que nos rodea. Es decir, que la teoría política sigue siendo un registro útil para tratar, analizar y explicar las transformaciones a las que se están siendo sometidas nuestras democracias occidentales. Más aún, el libro de Manuel Arias demuestra que un excelente ejercicio de erudición no es solo una demostración de músculo intelectual, sino que puede hacerse compatible con el rigor académico cuando se pone al servicio de un programa de investigación ambicioso. Y el problema al que La democracia sentimental pretende dar respuesta no es de orden menor, pues la preocupación que da forma al libro es el progresivo deterioro de la calidad de la conversación pública en nuestras democracias. Por ponerlo en palabras del propio autor, La democracia sentimental trata de dar una respuesta a «por qué la indignación y no el debate razonado; por qué el soberanismo defensivo y no la cooperación multilateral, por qué la antipolítica y no la política» (p. 23).

El libro se estructura en torno a cuatro partes. La primera se hace cargo de la definición del «Retrato de sujeto postsoberano» y pone sobre la mesa la necesidad de considerar al sujeto racional cognitivo propuesto por la tradición filosófica occidental como un mito. La segunda, titulada «Los efectos políticos del afecto» considera la influencia de la afectividad en la vida política subrayando, con Martha Nussbaum, su ambigüedad. La tercera parte, «Antídotos democráticos», reflexiona sobre las propuestas teóricas que trabajan con los afectos y buscan hacerlos funcionales a la vida democrática una vez se acepta su condición inerradicable. La cuarta parte supone, como su título indica, una «Defensa apasionada de la razón escéptica». Finalmente, el libro se cierra con un apartado final de conclusiones, «Antropologías políticas para el próximo milenio», en el que se recapitulan algunas de las ideas más importantes que han aparecido a lo largo del texto.

Dada su temática, el libro de Manuel Arias se incorpora a la corriente de publicaciones que en los últimos años se han hecho cargo de lo que, por decirlo con Peter Mair, se puede denominar la «banalización de la democracia occidental». El propio Peter Mair en su libro póstumo Gobernando el vacío abordaba ya, entre otros fenómenos, el desapego por los partidos y la participación, o la explosión de antipolítica y populismo, situándolos, además, en el origen de la distinción clásica de Robert Dahl entre «democracia constitucional» y «democracia popular» (Mair, Peter. 2015. Gobernando el vacío. La banalización de la democracia occidental. Madrid: Alianza Editorial.Mair, 2015).

Siguiendo esta línea, el libro de Manuel Arias señala que somos testigos de un tiempo en el que viejos conocidos como el nacionalismo, la xenofobia o el populismo –así sea por separado o en combinación– han vuelto a invadir la vida pública. Y todos ellos, nos dice Manuel Arias, son fenómenos que tienen un efecto pernicioso sobre la calidad de la conversación pública, pues «apuntan en una misma dirección: hacia un movimiento de introversión agresiva dominado por las emociones antes que por la razón» (p. 20). Muchos analistas han cargado las tintas sobre la crisis económica y financiera desatada en 2007-2008 a la hora de explicar por qué hoy triunfan las ideologías, liderazgos y estrategias de movilización que explotan un cierto irracionalismo. Sin duda, no puede negarse que la crisis ha generado un déficit de credibilidad en los discursos tradicionales. Y se ha abierto, así, una ventana de oportunidad a las retóricas que apelan al miedo y la inseguridad antes que la autoridad de argumentos racionales.

En este sentido, Arias Maldonado se hace eco de las reflexiones sobre el populismo, en tanto que impugnación del imaginario liberal, de un reciente trabajo publicado por el catedrático José Luis Villacañas. En su breve ensayo titulado Populismo, Villacañas también incide en que este fenómeno trabaja sobre la convicción de que «el lazo social es de índole sentimental». Y, por ende, el populismo, por su propia naturaleza, «impugna que la base de la sociedad sea racional» (Villacañas, José Luis. 2015. Populismo, Madrid: La Huerta Grande.Villacañas, 2015: 15-16). Distinción en la que también resuena el eco de un trabajo clásico citado por Manuel Arias, el de Margaret Canovan, sobre todo en lo que refiere a su teorización sobre las dos caras de la democracia, la «pragmática» y la «redentora», la segunda de las cuales encajaría con el momento populista (Canovan, Margaret. 1999. «Trust de People! Populism and the Two Faces of Democracy», Political Studies, 47 (1): 2-16. Disponible en: https://doi.org/10.1111/1467-9248.00184.Canovan, 1999).

Cuando se apela a la indignación, como hiciera Stéphane Hessel (Hessel, Stéphane. 2011. ¡Indignaos! Barcelona: Destino.2011) en su famoso panfleto, se apela a una emoción de una carga asertiva tal que bloquea, por su propia intensidad, la posibilidad de acceso al argumento racional. La pregunta es: ¿cómo hacerse cargo entonces de la complejidad de las situaciones a las que nos enfrentamos? A mayor abundamiento, Manuel Arias analiza con gran pericia el alto contenido emocional que el nacionalismo o el populismo buscan movilizar. Al explicar el modus operandi de este último apunta a su probada capacidad para «trabajar con los sentimientos negativos producidos por la insatisfacción de los distintos grupos sociales, intensificados durante la crisis, para convertirlos en sentimientos positivos de pertenencia» (p. 134). Al mismo tiempo, tanto populismos como nacionalismos, en tanto que ideologías saturadas de emotividad, se hacen acompañar de forma natural de liderazgos hiperbólicos, exageraciones retóricas y mensajes simplificadores de la realidad. Todo en aras de fundar un lazo social no racional, sino de orden sentimental.

La crisis, desde luego, puede ser parte de la explicación del auge del irracionalismo contemporáneo. Sin embargo, uno de los atractivos de la obra del profesor Manuel Arias Maldonado radica en su valentía para eludir, por principio, la tentación de acudir a las respuestas simples. Y a la hora de explicar el ocaso del ideal de esfera pública soñada por la Ilustración y el éxito de las ideologías con una gran tracción afectiva no se contenta con el manido recurso a la crisis. Al contrario, apunta a una causa más profunda que bebe del llamado «giro afectivo» en las ciencias sociales: el descubrimiento del rol que los afectos y emociones juegan en los procesos de percepción, cognición y decisión que determinan nuestra vida política.

En este sentido, uno de los argumentos más interesantes que desarrolla La democracia sentimental tiene que ver con la definición de un nuevo sujeto al que el autor llama postsoberano; sobre todo porque supone abandonar el ideal del sujeto hiperracional de origen cartesiano como fundamento de nuestra teorización sobre la democracia y su funcionamiento, aquel que algunos siglos después Kant convirtió en el paradigma del sujeto liberal, entendido como un individuo maximizador racional de sus preferencias. No trata, nos dirá Manuel Arias, de volver tras los pasos de las modas filosóficas de raigambre marxista que insistieron, e insisten, en desvelar la ficción de la autonomía individual defendida por el liberalismo. Conocemos, sobradamente, que según la teoría crítica contemporánea toda autonomía es heterónoma. Y tampoco se trata, afirmará el profesor malagueño, de abandonarse a la muerte del hombre anunciada por el postestructuralismo. Ambas visiones del individuo, cada una con sus matices, han tendido a extremar el argumento en virtud del cual el liberalismo político es una suerte de ideología represora de las emociones, en tanto que las confina a la esfera privada. Y en su crítica de la razón liberal no pocas veces han terminado identificando la libertad con el hecho de escapar al dominio de la razón o del control que ejerce sobre nosotros la convención social.

Por el contrario, lo que Manuel Arias presenta como el sujeto postsoberano es un individuo que gracias a los avances de las ciencias naturales y sociales se sabe sometido e influenciado por múltiples influencias afectivas. Y la cantidad y la calidad de los ejemplos que el libro ofrece en este sentido es apabullante. A modo de ejemplo, Arias se hace eco de la investigación de Luigi Curini, Willy Jou y Vincenzo Meloni, publicada en la International Political Science Review, según la cual los ciudadanos que «adoptan posiciones ideológicas extremas exhiben mayor nivel de felicidad que los moderados: a mayor radicalismo, más felicidad» (p. 131). Sin embargo, se trata de un sujeto que no renuncia a su otra naturaleza, racional y reflexiva. La tesis del libro, por tanto, resulta de un claro sabor «humeano»: la razón debe aprender a dialogar fructíferamente con las emociones.

Aunque el lector puede sentir que La democracia sentimental se va deslizando progresivamente desde el ámbito de la filosofía política hacia la antropología política, en la parte final del libro la obra se abre a una vívida reflexión sobre las implicaciones de dicho sujeto postsoberano para la teoría de la democracia. Pues, en última instancia, la teorización sobre el sujeto de las democracias contemporáneas lleva de manera casi lógica a plantear una redefinición de nuestra idea de libertad y autonomía. Y, lo que no es de menor calado, de lo que podemos y debemos esperar de la democracia, con una invitación clara a tomar partido por una actitud ironista, de clara inspiración «rortyana», ante la política y sus límites.

La democracia sentimental del profesor Manuel Arias es una obra excelente y de obligada lectura para aquellos que tienen interés en los últimos desarrollos de la teoría política y la teoría democrática sobre el papel de la afectividad en la esfera púbica. El libro, en definitiva, tiene la virtud de ponernos frente a la paradoja constitutiva del sujeto postsoberano: «Tomar conciencia de sí, de las limitaciones de su agencia, no le mata sino le hace más fuerte» (p. 362). Lo hubiese firmado Nietzsche.

Referencias[Subir]

[1] 

Canovan, Margaret. 1999. «Trust de People! Populism and the Two Faces of Democracy», Political Studies, 47 (1): 2-16. Disponible en: https://doi.org/10.1111/1467-9248.00184.

[2] 

Hessel, Stéphane. 2011. ¡Indignaos! Barcelona: Destino.

[3] 

Mair, Peter. 2015. Gobernando el vacío. La banalización de la democracia occidental. Madrid: Alianza Editorial.

[4] 

Sartori, Giovanni. 1999. Elementos de teoría política. Madrid: Alianza Editorial.

[5] 

Villacañas, José Luis. 2015. Populismo, Madrid: La Huerta Grande.