No debemos confundirnos con el último libro de John Ma, profesor de estudios de cultura clásica en Columbia y Oxford. Como él mismo afirma —y se encarga de demostrarnos a lo largo de las 713 páginas de la versión original en inglés de su texto—, su historia de la polis es una historia institucional, lo que convierte a su libro en un tratado de ciencia política y derecho de primer orden por dos motivos. El primero es porque, siguiendo la Política de Aristóteles, Ma usa al poder como eje de su historia, y el segundo es porque, al hacerlo, el autor constantemente nos da luces sobre la viabilidad de la polis en un mundo que la asediaba de una forma tan hostil como hoy se amenaza al Estado democrático.

En su descripción de la relación entre la polis y el Imperio Romano, el segundo tema en importancia del libro, Ma en realidad está haciendo una advertencia sobre el choque entre el Estado-nación y cómo éste puede diluirse, si es que no lo está haciendo ya, frente a las súper potencias, como China o los mismos Estados Unidos, o las fuerzas transnacionales representadas en las multinacionales y en la globalización (‍Ma, 2024: 551).

De esta manera, lo que comienza con el estudio arqueológico de los fragmentos de una inscripción en la antigua polis de Iraklia, se transforma en la descripción del poder en la más significativa forma política de la Antigüedad occidental y en un comentario sobre cómo podrían organizar el poder las sociedades contemporáneas para vivir sin opresión.

Para Ma, la historia de la polis es la historia de un constructo normativo (ibid: 413)[1], lo que asegura su uniformidad a lo largo de la extensa área geográfica sobre la que se asentó, así como la uniformidad temporal a lo largo de casi diez siglos (Ma acepta la posibilidad de haberse obsesionado con el desarrollo de la polis entre los siglos III a.C. y III d.C.) (ibid: 533)[2]. Para él, esa unicidad descansa en la estructuración del poder político. Como ya se habrá advertido, todos estos factores la convierten en una historia del derecho constitucional antiguo con el foco puesto en la asamblea (la ekklesia) y el consejo (boulé).

Como si hubiese adivinado que Daron Acemoglu y James Robinson recibirían el premio Nobel de economía —a quienes cita en un libro publicado en junio, a cuatro meses de la premiación (ibid: 475)— junto a Simon Johnson, en 2024; Ma llama la atención sobre una característica crucial de esas instituciones: su carácter abierto/inclusivo, como en la democracia radical ateniense del siglo V a.C., o cerrado/excluyente como en las poleis del Peloponeso. Y no debe considerarse que la inclusión del neo institucionalismo, como dispositivo teórico, en una historia de la polis es un anacronismo, porque ya está implícito en las dos preguntas claves que hacían Aristóteles o Polibio sobre las formas de gobierno: cuántos ejercen el poder y, de ahí, cómo lo ejercen, si en beneficio de muchos o de pocos. Así, Ma afirma que las poleis, como comunidades participativas de ciudadanos son distintas, por su naturaleza, a los Estados predatorios extractivos, sean estos Estados tempranos o imperios desarrollados (ibid: 463)[3].

Ma reconoce que hay otras definiciones de la polis —como por ejemplo la de la comunidad sagrada (ibid: 424)[4]— y que escoger una perspectiva aristotélica, centrada en el poder y las instituciones, le obsesiona a lo largo de todas las páginas de su texto —hay una explicación para ello en la página 538—. Pero hay una forma de definir a la polis, exclusivamente como una sociedad sin Estado, la ciudad-comunidad (koinón), una forma de entender la polis que es acuñada, fuera del ámbito anglosajón por Sartori (‍Sartori, 1993: 138), que se conecta justo con nuestro tiempo en la medida que ideas asumidas como libertarias se instalan en el discurso político hoy.

En ese contexto, puede sonar muy provocador un título como «Trayendo al Estado de vuelta» que Ma incluye en el capítulo XV para referirse a lo delgado del aparato de la polis, en el que virtualmente no hay burocracia, y que ha llevado a lo que él considera una forma errónea de entender a la polis como esa ciudad-comunidad de Sartori. Para Ma, lo delgado del aparato estatal y la casi ausencia de burocracia de la polis a lo sumo pueden permitir hablar de una sociedad-Estado, pero nunca de una sociedad sin Estado, precisamente por la existencia de formas institucionalizadas de ejercer un poder legítimo, de derecho escrito y de procesos automáticos de gobernanza (‍Ma, op. cit.: 426)[5].

Algo que se le agradece al profesor Ma es que él mismo hace la descripción de su obra. Y lo hace en dos momentos: en la introducción, como corresponde; pero también cuando se dispone a presentarnos la otra cara de la polis, la que se opone a la otra concepción del poder que usa como guía: la arendtiana (ibid: 522).

Siguiendo su propia descripción del libro, tenemos que se divide en dos partes: la primera, que abarca del capítulo I al XVII, es la narrativa de las posibilidades de las instituciones políticas de la polis que cristalizaron en una sociedad poseedora de un orden político que permitió la autonomía, que logró instrumentalizar a un imperio (el romano) y que mantuvo a raya las tendencias oligárquicas gracias a la tragedia de las elites de haber caído en la liturgical trap armada por los valores de la polis. Pero, a partir del capítulo XVIII, en un ejercicio de honestidad intelectual que por sí solo sería el mayor mérito metodológico del libro, Ma explora la posibilidad de haber interpretado mal los vestigios arqueológicos y pasa a describir la otra cara de la polis; la de la violencia y el conflicto estructural, la única sección del libro en la que Ma parece no avanzar de la mano de Aristóteles.

Si el contenido del libro le debe tanto al pensamiento aristotélico —y tal vez en segundo lugar a los datos y la metodología de Herman Hansen, del Copenhagen Polis Project—, ¿cuál es el aporte de Ma?, ¿en qué se separa Ma del Estagirita? Creemos que en una dimensión fronteriza entre la ciencia y la filosofía políticas que nos remite al concepto de polis como ideal.

Ma distingue dos ideales en ella: el bien público y la ciudadanía virtuosa que, así como pueden exacerbar los conflictos políticos, pueden ayudar a solucionarlos, si se combinan con las contingencias adecuadas (ibid: 479)[6]. Es en este sentido neo institucional —y de ahí que heredero de Acemoglu y Robinson— que los ideales que sostuvieron la polis son interpretados por Ma como instituciones. Entonces, en realidad Ma nunca se aleja de la explicación aristotélica sobre la polis, pero la adapta a la teoría política contemporánea en un ejercicio en el que combina a Aristóteles con los nombrados Acemoglu, Robinson o Arendt, pero también con Fukuyama, Piketty, Putnam, Rawls, Shklar; pero sobre todo Steven Lukes (ibid: 433, 450, 454, 471, 449, 489, 533, 550 y 551), para contradecirlos o seguirlos a la luz de sus propios puntos de vista

Esos puntos de vista de Ma se condensan en dos listas de elementos disímiles. Por una parte, está lo que llama los tres elementos de la polis buena: institucionalismo (que traduce como buen diseño constitucional), idealismo (como la virtud política del bien común) y los intereses (comprendidos como soluciones duraderas a problemas colectivos). Por la otra, están los tres elementos constitutivos de la polis degradada: la violencia endémica, el poder de las elites (en el sentido de las tres ‘D’ de Lukes: poder institucional directo, control de la agenda y control del discurso) y las consecuencias de la exclusión (ibid: 489 y 534,)[7]. La combinación de unos y otros da como resultado la polis ideal o su reverso; la polis perversa, en los que los valores de la comunidad política son la máscara del sufrimiento y la injusticia.

Con sus dos listas de elementos, Ma actualiza la clasificación de las formas de gobierno aristotélicas, esa que, como es sabido, usando el criterio de si se gobierna para el bien común, las divide en monarquía, aristocracia y república; mientras que, si el interés es el de quienes gobiernan, y no el de la polis, las clasifica en unas formas de gobierno desviadas que son tiranía, oligarquía y democracia (‍Aristóteles, 2004: 1279b).

Es solo que Ma abstrae, y actualiza, los elementos constitutivos de las formas de gobierno clásicas; una forma de dar significado a la polis que, como él mismo explica al final del libro, solo puede lograrse mediante un trabajo político (‍Ma, op. cit.: 554).

Pero la importancia de este libro de Ma, su aporte a la historia del pensamiento político occidental, es rompedor en una forma que tal vez ha quedado disimulada por el tono académico de un libro que no es de divulgación, y que supera esa actualización de la clasificación de las formas de gobierno o su uso de la historia de la polis para explicarnos la reconfiguración geopolítica actual: Ma prueba que las ciudades-Estado griegas no desaparecieron ni siquiera cuando Roma derrotó a la Liga Aquea, ese aparente último intento de supervivencia de la polis por medio de la federación que siempre le fue esquiva en una historia que él acaba de reescribir.