Es muy probable que, al caminar por nuestras ciudades, nos encontremos con espacios reconvertidos que cuentan con nuevas nomenclaturas, usualmente “distritos” centrados en alguna noción asociada a lo que conocemos como desarrollo. Pueden ser “distritos de innovación”, de “sustentabilidad”, de “desarrollo económico” o emplear nombres de fantasía, pero tienen una característica particular y común a todos: suponen alguna suspensión del conjunto de regulaciones que afectan a todo el resto del territorio en el que se insertan. No se trata precisamente de enclaves en el sentido de que las actividades realizadas no tienen por qué estar orientadas hacia algún “exterior” más allá del territorio que los cobija, si bien esta puede ser otra característica recurrente.

Estos espacios, categorizados y desarrollados de maneras muy notables, son el elemento central del libro del historiador canadiense Quinn Slobodian. Su capitalismo “crack-up”, acaso traducible como de fragmentación o de ruptura (en la tapa del libro se aprecia, muy oportunamente en cuanto a lo simbólico, un tejido deshaciéndose sobre una esfera azul), refiere a la generación masiva, en todo el planeta, de lo que en un principio denomina “zonas”. Las conocemos con diferentes nombres, ya hemos mencionado algunos, pero lo esencial es que implican nuevas territorialidades en las que los derechos, garantías, la ciudadanía y particularmente la democracia se ven tensionados.

El libro, por otra parte de sencilla lectura —si bien por momentos puede abrumar la cantidad de descripciones—, nos propone un viaje por diferentes lugares del planeta en los que las zonas han ido haciendo mella o “perforando” a los Estados nacionales, fundamentalmente en sus aspectos democráticos. En este viaje se recorre tanto las experiencias concretas como a las ideas de pensadores que defienden con entusiasmo este proceso y lo fomentan desde sus distintas posiciones asociadas al amplio conjunto de ideologías agrupadas en lo que hoy conocemos como derecha alternativa o, en términos del autor, radicales de mercado (conservadores radicales, etnonacionalistas, libertarios de derecha, etc.). Así, apreciaciones de figuras como Friedman, Yarvis, Schumacher o Mises van ilustrando las diferentes iniciativas en las que estas zonas adquieren forma.

El libro se divide en tres grandes secciones agrupando una forma distinta de zona en sus capítulos. En total, considerando la introducción y las conclusiones, tiene trece apartados. Luego de la introducción, la primera sección, “Islas”, contiene tres; la segunda, “Phyles”, cuatro; y la tercera “Naciones Franquicia” otros cuatro antes de pasar a las conclusiones.

Como adelantamos, cada una de las secciones se centra en una de las tres modalidades que el autor ha identificado como expresión de zona. La introducción nos señala un hito impactante: identifica hasta 5400 zonas económicas especiales en todo el mundo y nos muestra su distribución para señalarnos las inquietudes conductoras de la obra. Veamos, entonces, su contenido.

La sección “Islas” concentra cada uno de los tres capítulos en un caso diferente. El primero (capítulo 1) comenta la historia de Hong Kong, como un territorio especial incrustado en la costa china y en el que las finanzas y la gobernanza corporativa pudieron alcanzar un enorme grado de autonomía en desmedro de cualquier consideración democrática. Señala, particularmente, la observación por parte de intelectuales de la Sociedad Mont Pelerin (quienes aparecerán recurrentemente a lo largo del libro) de que Hong Kong se trataba de un modelo a seguir que podía replicarse en cualquier lugar del mundo, lo cual convirtió a esta “zona” en un territorio exportable. Esto se ve incluso en la generación de zonas económicas especiales como mecanismo privilegiado en el ascenso chino a partir del período de reformas iniciado fuertemente a fines de la década de 1970.

De Hong Kong el libro nos lleva a Inglaterra (capítulo 2), particularmente la City londinense, de la cual rescata la notable autonomía para la gestión de las finanzas y los diferentes esfuerzos encarados fuertemente a partir del período thatcherista por la generación de otras zonas, otros Hong Kongs, capaces de atraer inversiones y generar dinámicas similares. Así, se enfatiza la generación de diferentes iniciativas que condujeron a un boom de inversiones provenientes de paraísos fiscales en las nuevas zonas destinadas al desarrollo inmobiliario y de sedes empresariales.

El tercer capítulo centra su atención en Singapur, un caso que contrasta con los anteriores en cuanto a la primacía del mercado pero que empieza a ilustrar las notables contradicciones que Slobodian recoge con maestría a lo largo de la obra. Y es que Singapur se trató de un modelo centrado en un Estado fuertemente interventor, desde la propiedad de la tierra hasta diferentes iniciativas desarrollistas sostenidas por este. Sin embargo, esta ciudad-estado-isla resulta un ejemplo precisamente por ser un caso de autoritarismo a gran escala (‍Levitsky y Way, 2004) posiblemente más inclinado hacia el autoritarismo competitivo desde la segunda década del Siglo XXI en el cual los radicales de mercado hicieron foco por su aspecto “cultural”: se trataba de un proyecto cultural que permitía una gobernanza del estilo de lo que se dio en llamar “capitalismo confuciano”.

Luego de las “islas”, Slobodian se centra en las “phyles”. Vale la pena detenerse momentáneamente en la palabra y señalar que es tomada del autor de ciencia ficción (específicamente ciberpunk) Neal Stephenson, quien en su “Era del Diamante” describe un mundo fragmentado en numerosas tribus o clanes que responden, precisamente, a este nombre.

En primer lugar, rescata las experiencias de unidades políticas autónomas sudafricanas (capítulo 4) impulsadas por entusiastas del apartheid: destaca el caso de Ciskei como ejemplo de los bantustanes, donde la segregación se sostenía. Allí se generaba, además, un conjunto de legislación autónoma que suspendía derechos vigentes en el resto del territorio para estimular la actividad económica. El rol de Sudáfrica en el pensamiento de los radicales de mercado es de peso en la actualidad, como veremos hacia el final del presente texto.

A continuación, el trabajo se centra en la oportunidad de generación de “naciones” a partir de ejemplos como la fragmentación de los países del Bloque del Este al finalizar la Guerra Fría (capítulo 5). Allí, en esas crisis, los radicales de mercado vieron oportunidades para la recreación de “contratos sociales” centrados en la posibilidad de nuevas naciones en las que nuevamente habría un mayor consenso centrado en las fuerzas de mercado. La nostalgia por los Estados Confederados de América tiene presencia también en sus apreciaciones.

La obra sigue con un cambio de escala: dado que, en el fondo, cuando se habla de phyles se está hablando también de secesión, se pasa revista al fenómeno de los barrios privados (capítulo 6). Justamente, se trata de territorios que suelen darse sus propias reglas y proliferaron especialmente en Estados Unidos, donde los radicales de mercado vieron también una posible reinterpretación del “feudalismo” a partir de estas experiencias.

Por último, y aun en la pequeña escala, la “phyle” en la que centra su atención el libro es el microestado de Liechtenstein (capítulo 7), con su historia de venta de ciudadanía y de secreto bancario para ricos, así como con la idea de las dinastías como posible ejemplo máximo de privatización de un territorio.

La tercera parte del libro, la de los “Estados Franquicia” nuevamente nos cambia de escala, se centra en la idea de que los diferentes Estados pueden instalar dentro de sí algún tipo de agencia extranjera. Comienza con el caso de Somalia (capítulo 8), en cuyo colapso del gobierno central los diferentes radicales de mercado vieron posibilidades para la regeneración de la nación a partir de la incorporación de prácticas tribales en espacios fragmentados asociados al mercado: la libertad y el orden eran recuperados deshaciéndose de cualquier pretensión democrática bajo la tutela de ideólogos de la Fundación Mont Pelerin.

El siguiente caso es Dubái (capítulo 9), sitio predilecto de inversores y de generación de diferentes áreas aisladas entre sí, con el conocido caso de las islas artificiales destinadas a residencias (o inversiones) de magnates. Una particularidad llamativa del caso es que el modelo Dubái, señala Slobodian, procura autorreplicarse mediante las propias inversiones dubaitíes en el resto del mundo.

El penúltimo caso priorizado por la obra refiere a lo que denomina “colonialismo de Silicon Valley” (capítulo 10), recogiendo fundamentalmente la experiencia hondureña de zonas económicas especiales en las cuales se esperaba generar una cesión de soberanía. Esto es, se partía de la idea de que si las instituciones superiores conducían al desarrollo económico, entonces se podría crear zonas que respondiesen al extranjero con sus propias reglas. Así, se menciona un frustrado intento de generar una zona de institucionalidad canadiense o la venta a conglomerados surcoreanos de territorios en Madagascar.

El caso final (capítulo 11) reviste particular interés por abandonar los criterios terrenales en los que se apoyan los anteriores. Refiere al “metaverso” o la colonización del ciberespacio. En este capítulo nos topamos nuevamente con un concepto tomado de la ciencia ficción: el metaverso es también un término de Neal Stephenson. El autor observa la importancia adquirida por la web en general y los proyectos utópicos por el desarrollo de “naciones en la nube” ligadas por las plataformas que frecuentan y las compañías a las cuales responden. Así, comenta proyectos de desarrollo de una soberanía basada en la red y la posible fragmentación u obsolescencia, nuevamente, de los estados nación que son atravesados por estas redes.

Por último, el libro nos aporta algunas conclusiones en forma de un sumario que sintetiza los aportes generales de sus tres grandes secciones y observa que las ideas de los radicales de mercado tienen vigencia pero no escapan a importantes contradicciones, como hemos mencionado más arriba. Concretamente, lo que parece una fragmentación del Estado se trata, muchas veces, de esfuerzos estatales para gobernar su interior. Lo que queda claro es el creciente desdén presentado tanto por ideólogos como por diferentes políticas públicas hacia la democracia, aspecto prescindible en las diferentes zonas constituidas por otros mecanismos de toma de decisión y de generación de legitimidad.

Este mundo de zonas que observa Slobodian nos lleva a una forma política particular: la generación de crecientes espacios dentro de los territorios nacionales que fragmentan las regulaciones imperantes y crean condiciones más flexibles para la dinámica del capital. De no perseguirse una gobernanza adecuada, los resultados ambiguos que observa Zeng (‍2021) a nivel global para las zonas económicas especiales nos sugieren la creciente participación, sin mediaciones, de sectores corporativos en la gestación, diseño y control de políticas públicas. Esto último encierra la tensión presente entre la capacidad de contar con autoridades que respondan públicamente por sus acciones y establezcan un diálogo con la ciudadanía, como propone la democracia deliberativa (‍el-Wakil, 2020) y el afán por la seguridad de las inversiones que abraza el neoliberalismo (‍Harvey, 2005). El riesgo es, entonces, el florecimiento de un mundo de territorios fragmentados que no necesariamente acompaña el fortalecimiento de mecanismos democráticos sino un multilateralismo de “zonas” inescrutables para la ciudadanía que, de manera análoga a la Zona de Tarkovsky, encierran una mezcla de expectativas y posibles temores para los decisores públicos. Posiblemente este se trate de uno de los mayores aportes del libro, cuyos apartados pueden leerse de manera independiente pero cuya lectura completa es recomendable para identificar esta visión de mundo que reconstruye a partir de los diferentes casos analizados. Concluimos con una observación provocadora de parte de Slobodian que encierra la posibilidad de un nuevo libro: “Sin importar la retórica, las zonas son herramientas del Estado, no una liberación de este. No importan las fantasías de salida, las zonas no pueden escapar la Tierra […] las zonas tienen pobladores. No existe algo así como una tabula rasa” (p.237). En la era de SpaceX y los sueños de conquista marciana por parte de los radicales de mercado, quizás esto esté por verse.

La gran vigencia de la problemática que aborda y el poder manifestado por los ideólogos que rescata tornan a este libro en una importante referencia para quienes estén interesados en las discusiones sobre soberanía y globalización, estudios geográficos y de fronteras y, por supuesto, teoría política, así como ciencias sociales en general.