RESUMEN

Este artículo tiene como objetivo contribuir al estudio de los imaginarios energéticos en América Latina mediante el análisis de un caso específico: el de Argentina durante el Gobierno de Alberto Fernández (2019-‍2023). En concreto, el trabajo explora las tensiones que surgen dentro del ámbito progresista entre las miradas más desarrollistas, que promueven la extracción de recursos naturales, y el auge de valores ambientales, que reclaman un mayor respeto por la naturaleza. Para ello, emplea el concepto de imaginarios socio-técnicos como herramienta analítica y examina la política gasífera argentina, con especial interés en la explotación del yacimiento Vaca Muerta. A partir del análisis de 47 discursos presidenciales y 13 entrevistas semi-estructuradas, se identifican cuatro imaginarios energéticos: el nacional-popular, el neo-desarrollista, el ambientalista y el socio-liberal que, enraizados en distintas tradiciones políticas, revelan diversas formas de imaginar la energía y su relación con la sociedad. Por último, la investigación concluye con una discusión sobre las dificultades que enfrentan los gobiernos progresistas de la región en la formulación de políticas energéticas.

Palabras clave: Imaginarios socio-técnicos, análisis de discurso, narrativas, energía, transición energética, extractivismo, progresismo, gobiernos de izquierda, América Latina, Argentina.

ABSTRACT

This article aims to contribute to the sudy of energy imaginaries in Latin America by analysing a specific case: Argentina during the government of Alberto Fernández (2019-‍2023). Specifically, the paper explores the tensions in the progressive sphere between more developmentalist visions, which promote the extraction of natural resource, and the rise of environmental values, which demand greater concern for nature. To do this, it employs the concept of socio-technical imaginaries as an analytical tool and examines Argentina’s gas policy, with a particular focus on the exploitation of the Vaca Muerta field. Based on the analysis of 47 presidential speeches and 13 semi-structured interviews, four energy imaginaries are identified: the national-popular, the neo-developmentalist, the environmentalist and the socio-liberal, which, rooted in different political traditions, reveal diverse ways of imagining energy and its relationship with society. Finally, the study concludes with a discussion of the challenges faced by progressive governments in the region when formulating energy policies.

Keywords: Socio-technical imaginaries, discourse analysis, narratives, energy, energy transition, extractivism, progressivism, left-wing governments, Latin America, Argentina.

Cómo citar este artículo / Citation: Resina, J. (2025). Imaginarios energéticos y tensiones progresistas en América Latina: el caso de Argentina (2019-‍2023). Revista Española de Ciencia Política, 68, 43-‍72. Doi: https://doi.org/10.21308/recp.68.02

INTRODUCCIÓN[Subir]

Los procesos de transición energética y el mayor conocimiento sobre los impactos de la extracción de recursos naturales han acrecentado en los últimos años el interés sobre los debates en torno a la energía (‍Delina, 2018a; ‍Sarrica et al., 2016; ‍Sovacool, 2019). Una discusión que adquiere relevancia en aquellos países ricos en recursos, en especial del denominado Sur Global, que encuentran en su explotación una vía para el desarrollo (‍Jasanoff y Simmet, 2021). Entre ellos, el caso de América Latina se vuelve particularmente interesante, debido tanto a su abundancia como a su tradición exportadora, creando en algunos de sus países una identidad nacional asociada, por lo general, al uso de combustibles fósiles (‍Bebbington y Bebbington, 2012; ‍Coronil, 1997). Se trata de una visión que, bajo distintos esquemas y formas de explotación, ha generado consensos transversales de fondo sobre la necesidad de utilizar estos recursos como principal estrategia de crecimiento económico (‍Svampa, 2015).

Este artículo se interroga por la vigencia de estos consensos y, en concreto, se pregunta por las tensiones que han surgido en los últimos años en el ámbito progresista de la región. Cuestión relevante por, al menos, dos factores. El primero es que han sido precisamente gobiernos progresistas los que más han impulsado la extracción de recursos durante las primeras décadas del siglo XXI (‍Kingsbury, 2021; ‍Riofrancos, 2020; ‍Veltmeyer, 2022). El segundo tiene que ver con el aumento de voces críticas en las bases electorales de estos gobiernos, entre las que los valores ambientales empiezan a ganar peso, y cuestionan las habituales estrategias de desarrollo, demandando un modelo más respetuoso con la naturaleza (‍Berros, 2021; ‍Munck y Delgado Wise, 2018; ‍Resina, 2020, ‍2022). Una discrepancia que abre una incógnita sobre cómo los “progresismos de nueva generación” van a encarar, por un lado, el desarrollo económico y, por el otro, el cuidado y protección del medio ambiente, sin que ambos objetivos entren en colisión (‍Svampa, 2022).

Para abordar estas tensiones, el trabajo parte de una aproximación teórica basada en el concepto de imaginarios socio-técnicos acuñado por Jasanoff y Kim (‍2009), con un creciente uso en las investigaciones sobre energía. Con la noción de imaginarios energéticos se pretende estudiar cuáles son las formas de imaginar la energía, a qué representaciones se asocia y qué expectativas de futuro se generan.

La energía es uno de los elementos que más imaginarios sociales ha alimentado. Ello se debe a la mutua relación de dependencia que existe entre energía y sociedad. Cada tipo de energía cuenta con rasgos que favorecen o limitan un modelo concreto de desarrollo, al igual que cada modelo de desarrollo demanda un tipo de energía frente a otra. Esto le otorga a la energía una influencia clave tanto en la conformación de las sociedades, ya que puede definir relaciones económicas, políticas y sociales, como en la creación de expectativas de futuros -el descubrimiento de un recurso abre nuevas posibilidades de organización social- (‍Schmelzer y Büttner, 2024).

Con el propósito de obtener mayor conocimiento empírico de estas tensiones, el artículo aborda el caso de Argentina durante el Gobierno del peronista Alberto Fernández (2019-‍2023). Para ello, se centra en el análisis de las distintas visiones progresistas -gubernamentales y no gubernamentales- que surgieron durante su mandato con el objetivo de identificar, primero, cuáles son los principales imaginarios energéticos que emergen y, segundo, caracterizar qué aspectos entran en conflicto.

Se trata de un caso significativo por dos razones. La primera es que Argentina posee una importante cantidad de fuentes de energía con, entre otras, la segunda reserva de gas y la cuarta de yacimientos petroleros no convencionales más grandes del mundo (situadas ambas en Vaca Muerta, Neuquén). La segunda es que el Ejecutivo de Fernández se caracterizó por otorgarle una posición prioritaria a los hidrocarburos, en especial al gas, con la puesta en marcha de políticas de estímulo a la producción (Plan Gas.Ar) y la construcción de infraestructuras orientadas a su distribución (Gasoducto Presidente Néstor Kirchner).

Para identificar estos imaginarios, se han analizado 47 discursos de Alberto Fernández referidos a la energía a lo largo de su mandato, y se han celebrado 13 entrevistas de carácter semi-estructurado. Para la selección de las personas entrevistadas se siguió un criterio de heterogeneidad estructural, y se identificaron a los actores acorde a su propia percepción como progresistas, comprendiendo así a distintos sectores del peronismo, representantes del radicalismo y miembros de otras fuerzas o sensibilidades políticas (Partido Socialista, PTS-Frente de Izquierdas, fundaciones e intelectuales).

El análisis deja como resultado la emergencia de cuatro imaginarios diferenciados: el nacional-popular, vinculado a los sectores más militantes del peronismo; el neo-desarrollista, manejado sobre todo por funcionarios del Gobierno y fundaciones próximas al mismo; el ambientalista, predominante en el discurso de los sectores activistas, intelectuales y organizaciones más a la izquierda; y el socio-liberal, propio del radicalismo argentino, asociado históricamente a la Unión Cívica Radical (UCR).

Estos imaginarios revelan cómo a través de la energía se puede proyectar y reforzar diferentes proyectos políticos. De igual manera que la energía nuclear y los reactores se convirtieron en un factor identitario nacional clave para la Francia post Segunda Guerra Mundial, contribuyendo a consolidar el proyecto político de Charles De Gaulle (‍Hecht, 2009), este trabajo evidencia la importancia que el gas adquiere en la Argentina actual, en especial tras el descubrimiento de reservas en Vaca Muerta. Sin embargo, a diferencia de lo que sucedió en el caso francés -en el que los funcionarios lograron instalar una narrativa hegemónica de Francia como país nuclear-, el caso argentino deja una lectura mucho más fragmentada, en la que aunque el consenso en torno a la explotación del gas parece predominante, emergen fisuras sobre el sentido de Argentina como país gasífero.

A partir de aquí, el artículo se organiza de la siguiente manera. En el primer apartado se aborda el concepto de imaginarios sociales y, más en concreto, se examina la idea de imaginarios socio-técnicos y la importancia que tiene la energía en este tipo de imaginarios. En la siguiente sección, se presenta el diseño metodológico, las técnicas de investigación utilizadas y la forma en la que se realizó el análisis empírico. En el tercer apartado, se muestran los resultados del análisis, a través de la exposición de los distintos imaginarios energéticos y los aspectos clave que los definen, así como las diferencias identificadas. Por último, el artículo concluye con una valoración sobre la aportación de los imaginarios socio-técnicos como herramienta analítica y el caso argentino en el estudio de la energía.

MARCO TEÓRICO[Subir]

Entender la energía como fuente de imaginarios sociales lleva, primero, a acotar qué son y cómo operan estos imaginarios para, segundo, indagar en qué manera se ha conceptualizado la energía como imaginario. De modo general, los imaginarios sociales remiten a las distintas formas de imaginar la sociedad. Acorde a Taylor (‍2004), son las vías en que la gente imagina y proyecta su existencia en el mundo y, siguiendo a Castoriadis (‍1997), se distinguen por su carácter instituyente y ser intersubjetivos.

El primer rasgo hace referencia a la capacidad de imaginación política. Las imágenes que se generan no solo tienen un carácter evocador y descriptivo de la realidad, sino también performativo. Es decir, los imaginarios son creadores de realidad e instauran posibles horizontes. Operan como un dispositivo que actúa sobre nuestra mirada, y establecen algún tipo de orden frente al magma de significaciones sociales, lo que dota de sentido la vida social (‍Castoriadis, 1997; ‍Domingues, 2016; ‍Sancho Larrañaga y Riffo-Pavón, 2022; ‍Vindel, 2020). El segundo aspecto tiene que ver con la naturaleza relacional de los imaginarios, ya que emergen a partir de las distintas interacciones sociales. Es a través de ellas que se crean las condiciones simbólicas que posibilitan la acción, y surgen las creencias, valores y símbolos compartidos que permiten interpretaciones colectivas de la realidad (‍Baczko, 1984, cit. en ‍Natalucci y Ferrero, 2021: 1484; ‍Castoriadis, 1997; ‍Ferrero, 2016).

De esta forma, los imaginarios cumplen una doble función. Por un lado, son generadores de identidades colectivas y, por el otro, proveen las bases para un entendimiento común que hace posible una sensación compartida de legitimidad (‍Taylor, 2004). Adquieren así una dimensión normativa, al delimitar el rango de soluciones que son concebibles, y crean también expectativas sobre qué se puede esperar de los otros, de las instituciones y de la propia sociedad (‍McAfee, 2017). En ese proceso las narrativas tienen un papel esencial, en especial en la construcción de relatos sobre el pasado, lo que permite crear implícitos, naturalizar unas ideas frente a otras y producir un determinado sentido común. Ezrahi (‍2012) los ha considerado como una “ficción necesaria” para la democracia, al dotar a la comunidad de una serie de referentes comunes.

Sin embargo, los imaginarios no pueden considerarse neutrales, ni tampoco estáticos, ni totalmente coherentes o establecidos, ya que son espacios en disputa, sujetos a lógicas de poder (‍Ballo, 2015, cit. en ‍Movik y Aluche, 2020). Son resultado de las distintas tensiones que surgen, por una parte, entre el sujeto individual y lo colectivo y, por otra, entre las distintas propuestas de orden social, narrativas sobre el pasado o visiones sobre qué futuro es deseable. De igual manera, la emergencia de nuevos acontecimientos, los cambios en la relación de fuerzas o las relecturas sobre el presente pueden alterar o reforzar unos imaginarios frente a otros (‍Death, 2022; ‍Machin, 2022).

A ese respecto, en la última década, en el ámbito de las Ciencias Sociales ha adquirido una importancia creciente el estudio de un tipo específico de imaginario, de carácter científico y tecnológico, que responde tanto a la necesidad de la gente de reducir la incertidumbre sobre el futuro, como a encontrar promesas de un futuro mejor (‍Rudek, 2022; ‍Torres & Niewöhner, 2023). Acuñado originalmente por Jasanoff y Kim (‍2009, ‍2015), estos imaginarios socio-técnicos plantean la relevancia de la ciencia y la tecnología en la manera en la que imaginamos el futuro, y su relación con la construcción nacional y el orden socio-político. Se trata, por tanto, de un concepto que enmarca y representan futuros deseables, conecta con tradiciones del pasado y une a miembros de una comunidad mediante percepciones compartidas sobre lo que debería ser o no realizado, habilitando o restringiendo acciones y naturalizando vías para pensar mundos posibles (‍Jasanoff y Kim, 2015). De esa forma, estos imaginarios no sólo describen qué futuros son alcanzables, sino que también prescriben qué políticas ha de promover el Estado para lograrlo (‍Cain, 2024).

En esta conceptualización, la energía ocupa un papel central (‍Christiansen y Carton, 2021; ‍Genus et al., 2021). De hecho, el trabajo inicial de Jasanoff y Kim (‍2009) indaga desde una perspectiva comparada en cómo la energía nuclear crea imaginarios colectivos asociados a distintos proyectos tecnológicos en EEUU y Corea del Sur. Desde entonces, son diversos los trabajos que abordan de manera específica la idea de imaginarios energéticos, y que se interrogan sobre cómo un país se imagina su posición en el mundo, su futuro o su modelo de desarrollo a partir de la energía, y cuáles son las visiones colectivas de lo que significa una buena sociedad atendiendo a los diferentes recursos con los que cuenta. Detrás de estos interrogantes se encuentran, en muchas ocasiones, visiones contrapuestas -que pueden ir desde pequeña a gran escala- sobre cómo ha de ser el crecimiento de un país, su tipo de producción, quién se beneficia de las actividades extractivas o cuál es el nivel de riesgo tolerable (‍Barandiarán, 2019; ‍Bollman, 2022; ‍Chateau, Devine-Wright y Wills, 2021; ‍Movik y Allouche, 2020; ‍Tidwell y Tidwell, 2018).

Como se señalaba al inicio, estos estudios han cobrado especial interés en contextos de transición energética, así como en países del denominado Sur Global, sobre todo en aquellos ricos en recursos naturales, en los que se plantean diversos dilemas sobre las consecuencias de su explotación (‍Benediktsson, 2021). Una tendencia que nos informa sobre varias cuestiones acerca de cómo estudiar imaginarios energéticos. La primera es la significación local y culturalmente situada que tienen estos imaginarios, cuya articulación depende de las características propias de los contextos nacionales (‍Delina, 2018b). La segunda es que no son resultado exclusivo de una visión construida desde las instancias de gobierno, sino también desde otros actores (empresas, fundaciones, movimientos sociales, etc.). En ese sentido, aunque pueda existir un imaginario dominante, puede haber también otros que compiten, lo que da lugar a imaginarios rivales o que son co-producidos (‍Carvalho, Riquito y Ferreira, 2022; ‍Jasanoff y Kim, 2015). Y la tercera es que, si bien no determinan necesariamente agendas, estos imaginarios sí tienen capacidad para influir en su contenido, así como en la postura general de aceptación o rechazo hacia una determinada política energética, al estimular creencias, visiones o valores sobre qué energías fomentan mejores modelos de desarrollo (‍Levenda et al., 2019; ‍Movik y Allouche, 2020).

A partir de estos fundamentos, los imaginarios energéticos se constituyen en una herramienta analítica interesante para la Ciencia Política, en tanto que permiten rastrear en el discurso político aquellos aspectos referidos a la energía y ponerlos en relación con una visión más general sobre la sociedad, la tecnología y el papel del Estado. De esa lectura, puede inferirse también qué valores políticos se asocian a una determinada fuente de energía, el peso que adquiere en la historia de un país, o las potenciales alternativas de futuro, creando escenarios que transitan desde la utopía hasta lo distópico.

METODOLOGÍA[Subir]

Este trabajo se centra en un caso concreto, el de Argentina durante el Gobierno de Alberto Fernández (2019-‍2023), con el propósito de identificar qué imaginarios energéticos específicos surgieron durante este periodo dentro de una discusión más amplia entre los distintos sectores progresistas del país. La elección del caso se debe tanto a la importancia histórica que la extracción de recursos fósiles ha tenido para Argentina[1], como a la renovada relevancia que, en las últimas décadas, ha adquirido la energía en el ámbito progresista, sobre todo después del proceso de expropiación de acciones a Repsol llevado a cabo por el Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner (CFK) en 2012, y que supuso la recuperación por parte del Estado del 51 % de las acciones de la emblemática compañía Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF)[2]. Junto a ello, las exploraciones realizadas en el yacimiento de Vaca Muerta, que auguran nuevos y abundantes recursos de gas y petróleo, y la prioridad dada por el Gobierno de Fernández a la política gasífera suponen un terreno fértil para el análisis de visiones en disputa[3].

Para el estudio de los imaginarios, se ha partido de una aproximación metodológica que considera que éstos se encuentran en distintas unidades de sentido, siendo los discursos uno de los medios más fructíferos. A través del lenguaje, los diferentes actores construyen narrativas que dan sentido a sus acciones, así como a los acontecimientos y eventos de la realidad social que los rodea. Es a partir de estas narrativas que se articulan argumentos y se representan relaciones de poder, lo que permite captar subjetividades y reconocer los imaginarios emergentes (‍Aunphattanasilp, 2019; ‍Dorn, 2024; ‍Van Dijk, 2002). Es desde esta perspectiva que se han utilizado dos estrategias metodológicas que tienen como centro el estudio de las narrativas, y que son el análisis de los discursos del Presidente argentino y la realización de entrevistas a actores clave.

Por un lado, se analizaron 47 discursos de Alberto Fernández a lo largo de sus cuatro años en la Presidencia. Esta selección se realizó a partir de la búsqueda de términos clave relacionados con la energía (como “desarrollo”, “gasoducto”, “hidrocarburos” o “YPF”) en la página web presidencial, de forma que se pudieran localizar los principales discursos pronunciados por el mandatario en los que se hiciera referencia a cuestiones energéticas. Como puede verse en el Gráfico 1, la distribución a lo largo del tiempo es desigual, siendo más frecuente durante el segundo semestre de 2022 y el primero de 2023. Este aumento se debe a un cambio en la agenda gubernamental, ya que si durante los dos primeros años de mandato de Fernández, el discurso público se centró sobre todo en la gestión de la pandemia, en la segunda mitad la energía adquirió un papel prominente, con hitos como la celebración de los cien años de YPF o la inauguración del Gasoducto Presidente Néstor Kirchner. Esta variación en la visibilidad del tema permite analizar tanto la reordenación de las prioridades del Gobierno como la evolución del discurso energético y de los imaginarios con los que busca legitimar su política.

Gráfico 1.

Distribución de los discursos de Alberto Fernández (2019-‍2023)

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Fuente: Elaboración propia.

Por el otro, se celebraron un total de 13 entrevistas. Todas ellas fueron realizadas durante el trabajo de campo que se llevó a cabo en Buenos Aires y Santa Fe (Argentina) entre el 2 y el 29 de agosto de 2023 (ver Anexo 1). Para la selección de entrevistas, se empleó un muestreo intencional, con el propósito de cubrir distintas posiciones dentro del ámbito político progresista del país. Para la identificación de las personas a entrevistar, se partió de una identificación previa de actores clave y, a partir de los primeros entrevistados, se siguió una técnica de bola de nieve, lo que permitió localizar y contactar a nuevos informantes. De esta manera, el conjunto de entrevistados incluye cinco perfiles diferentes: nivel gubernamental, visión provincial, mundo intelectual, movimientos de base, y especialistas. Mientras que ideológicamente se cubren distintas vertientes dentro del ámbito del peronismo, el radicalismo y otras posiciones de izquierda (socialismo, trotskismo, ambientalismo).

Las entrevistas tuvieron un carácter semi-estructurado y se organizaron en torno a tres ejes: soberanía energética, problemáticas del desarrollo y tensiones en la izquierda. La duración de las entrevistas osciló entre 31 a 78 minutos. La mayoría de los encuentros fueron presenciales y casi todas las entrevistas fueron grabadas, todas ellas con el consentimiento expreso de los informantes, quienes autorizaron la inclusión de su nombre en este trabajo.

Posteriormente, las entrevistas fueron transcritas y procesadas con apoyo del software AtlasTi, lo que facilitó el trabajo de codificación y la identificación de temas, a través de aquellas categorías más significativas. De este modo, tanto para el análisis de las entrevistas como de los discursos de Fernández, se siguió una aproximación cualitativa de tipo inductivo: primero se señalaron y codificaron aquellas ideas y conceptos clave, así como aquellas figuras retóricas (metáforas, metonimia) y elementos simbólicos relevantes para la construcción de narrativas y argumentos, para después realizarse un proceso de reagrupación de categorías de acuerdo a los siguientes diez temas: valor político, soberanía energética, representación del Estado, política energética, rol de YPF, Gasoducto Néstor Kirchner, relato sobre el pasado, proyección de futuro, transición energética, y tensiones medioambientales. Posteriormente, se comparó el contenido de cada categoría y se estableció una relación entre ellas para diferenciar los distintos imaginarios. De esta forma, el proceso inductivo realizado permitió identificar patrones en el material empírico sin partir de hipótesis previas ni categorías predefinidas, lo que favoreció una aproximación más abierta y matizada a los imaginarios en disputa (‍Gibbs, 2012).

ANÁLISIS[Subir]

Del análisis de los discursos de Alberto Fernández y de las entrevistas realizadas, se han identificado cuatro imaginarios: el de corte nacional-popular, el neo-desarrollista, el ambientalista y el socio-liberal. Los dos primeros imaginarios emergen del discurso del Presidente Argentino, Alberto Fernández, quien combina y alterna imágenes de ambos. En el caso del primer imaginario, está además presente en el discurso de aquellos sectores vinculados a movimientos políticos próximos -no sin tensiones- al Gobierno, como el Movimiento Evita o el Frente Patria Grande. El segundo se identifica sobre todo en el discurso de los funcionarios de Gobierno y fundaciones próximas. El tercero emerge de las fuerzas más a la izquierdas y del activismo ambientalista, mientras que el cuarto se proyecta desde sectores del radicalismo.

Imaginario nacional-popular [Subir]

Este imaginario se asienta en la idea nacional-popular que tradicionalmente han manejado los sectores más militantes del peronismo. Derivado de ello, el concepto de soberanía energética ocupa un lugar central. Por un lado, se asocia con la imagen de autoabastecimiento, por la que Argentina cuenta con abundantes recursos que le permiten ser autosuficiente y, por otro, con una noción de autonomía entendida como autogobierno e independencia frente al exterior y las lógicas del mercado internacional. En este esquema, el Estado ocupa un rol fundamental, como un agente activo, responsable del manejo y explotación de los recursos. Su acción ha de empujar hacia una producción nacional suficiente que reduzca la dependencia de las importaciones y garantice la soberanía popular, gracias a una mayor capacidad para controlar precios, mantener tarifas bajas y ofertar una energía barata.

Esta idea de soberanía se concreta en tres símbolos, que se representan como condición de posibilidad para lograr el autoabastecimiento: YPF, Vaca Muerta y el Gasoducto Néstor Kirchner. YPF adquiere un carácter icónico, como buque insignia. Fundada en 1922, su propia historia refleja el desarrollo industrial del último siglo, hasta el punto de que se establece una analogía entre su situación y la del país: cuando YPF está fuerte, Argentina goza de autonomía. Se diferencia así entre momentos de avance, asociados a impulsos nacionalizadores, con las figuras de Mosconi, Perón y CFK como referencia, y otros de retroceso, marcados por las privatizaciones y el neoliberalismo, propios de los periodos de dictadura militar y los Gobiernos de Menem y Macri.

Los actos de celebración por su aniversario promovidos por el Gobierno en 2022 refuerzan su simbolismo y la existencia de una memoria y cultura propias. Se ensalza la figura de sus trabajadores, denominados “ypefianos”, y su historia contiene no solo momentos de desarrollo tecnológico sino también momentos de lucha, como el origen de los piqueteros durante 2001, cuando trabajadores desempleados de la compañía comenzaron a cortar rutas. En este relato, se otorga especial importancia a la expropiación de acciones a Repsol durante el mandato de CFK en 2012, representado como un proceso de renacionalización de la compañía. Acorde a la analogía entre YPF y el país, este hito se presenta como un momento refundacional para Argentina, de recuperación de los intereses nacionales y restauración de la soberanía popular.

“En los momentos buenos y en los momentos malos de la Argentina aparece YPF cruzando todos los imaginarios sociales. La nacionalización de YPF fue un paso de mucha importancia y una de las medidas más profundas en términos de soberanía política que tomó el Gobierno de Cristina Kirchner” (E13. Leonardo Grosso)

Dentro de este imaginario, Vaca Muerta se asocia a la acción de una YPF fuerte, como resultado de un ejercicio de soberanía, con capacidad para explotar el yacimiento y asegurar la autonomía. De igual manera, la construcción del Gasoducto Presidente Néstor Kirchner constituye un nuevo hito del mismo proceso, con un fuerte grado de simbolismo. Primero porque se trata de una obra financiada con el Aporte Solidario de Grandes Fortunas y, segundo, por la elección de su nombre, que le confiere el carácter de obra identitaria, al evocar la Presidencia de Kirchner. Esta identidad se proyecta sobre el gasoducto, considerada la mayor obra realizada en democracia, y que es representada como resultado del compromiso político con un modelo de desarrollo federal, que conecta a todo el país, y garantiza la independencia.

“Para nosotros es claramente una obra identitaria. Identitaria no solamente de una etapa política, por el nombre de Néstor Kirchner, sino también de un modelo de país. Para nosotros la soberanía energética está incluida dentro de un modelo de país que tiene un proyecto de vida, y que tiene un proyecto político, que es un país que reivindica la idea de vivir con lo nuestro, y la Argentina para los argentinos” (E1. Leandro Busatto)

La utilización de las fuentes de energía se aborda desde otra idea troncal del pensamiento peronista, la noción de justicia social. La discusión no se sitúa tanto en si han de explotarse o no recursos, sino en quién se beneficia de dicha explotación. La principal preocupación es que haya una dirigencia política que cuente con autonomía y que vele porque los resultados de la extracción reviertan en los propios argentinos y no vayan destinados a otros intereses ajenos al país, como el pago de la deuda al FMI, lo que reproduciría una lógica de dependencia. En este punto, se percibe como debilidad el hecho de que sean las provincias las titulares de los recursos, frente al control directo del Estado central, ya que se considera que son más vulnerables a las presiones de las empresas extranjeras, y abre la puerta a unos términos de intercambio desiguales.

La idea de justicia social atraviesa también la comprensión de la transición energética que, vista con cierta lejanía, se considera un proceso más propio de los países desarrollados. En un esquema norte-sur, se aplica la idea de justicia social, por la que Argentina es representada como un país periférico, que tiene todavía un camino por recorrer, y que cuenta con grandes reservas de petróleo y gas que ha de aprovechar si quiere lograr el autoabastecimiento.

Sin embargo, esta extracción genera contradicciones, ya que si, por un lado, supone una oportunidad para el país, por el otro, también implica riesgos, debido a su impacto ambiental. Estas tensiones son representadas como un efecto de la lógica del capitalismo mundial y la subordinación económica que vive el país, caracterizado como flexibilidad ambiental. Para mitigar estos costes, se proponen dos medidas: la primera, contar con más controles, lo que implica reforzar la presencia del Estado sobre estos procesos, de forma que se garantice el cuidado del medio ambiente, y la segunda, la importancia de que exista una licencia social, de forma que la población y las comunidades afectadas participen y se beneficien de la explotación.

“A veces el debate queda encapsulado en la cuestión ambiental, pero en realidad esconde otras cosas (...) Muchas veces el conflicto y la visión ambiental es por la preocupación por el ambiente, pero también es porque… che, no nos llega nada de esto (...) qué beneficio concreto tiene la comunidad de esa explotación de recursos, por ahí después el argumento para frenar el proyecto es ambiental, pero no es solo ambiental… che y a nosotros qué nos toca, al pueblo qué le toca” (E6. Itai Hagman)

Imaginario neo-desarrollista [Subir]

Este imaginario se caracteriza por tener un enfoque marcadamente economicista. Los recursos naturales son vistos como un recurso económico, que constituyen un potencial factor de crecimiento y desarrollo, y que pueden posibilitar un cambio en la matriz productiva argentina, que permita superar la dependencia agroexportadora y transitar hacia un país energético. Se trata de una mirada neo-desarrollista, basada en fundamentos de neo-estructuralismo, con la que se plantea un modelo de desarrollo endógeno, pero al mismo tiempo orientado hacia el exterior. La lógica que subyace es que se produzca energía suficiente no sólo para frenar las importaciones, sino también para exportar, de manera que, internamente, se creen polos de desarrollo, con la creación de industria con valor agregado y empleos cualificados y, hacia fuera, se generen divisas que permitan afrontar los pagos de deuda externa.

Desde esta óptica, la noción de soberanía energética pierde peso. Se considera una idea anticuada, que responde al pasado, y que no sirve para explicar el contexto económico actual, marcado por una mayor interdependencia. Se trata de una mirada de economía mixta, en la que adquiere importancia la competencia en el mercado internacional y los movimientos geopolíticos, y se toma como referencia aquellos países con tradición en el manejo de hidrocarburos que han logrado un crecimiento sostenido, como Noruega.

La lectura que se hace es que, debido a la coyuntura internacional, marcada por el contexto de transición energética y el ataque de Rusia a Ucrania, el mundo demanda nuevos proveedores y fuentes de energía, en especial de gas. Se presenta así una oportunidad inmejorable para Argentina, que cuenta con los recursos necesarios que el mundo ahora necesita. En concreto, Vaca Muerta aparece en el centro, como corazón energético del país, sobre cuyo yacimiento se genera una gran expectativa, como esperanza de futuro, capaz de responder tanto a esa demanda interna como externa de energía.

“El gas natural de Vaca Muerta es nuestro Messi. Tú no puedes jugar un partido sin Messi. Tiene que estar en la cancha. Después tenés todo lo demás (...) El mundo necesita gas. Ahí tenemos que apuntar, y además no sabemos por cuánto tiempo, y tenés que ser competitivo con otros países” (E5. Juan José Carvajales)

Sin embargo, la interpretación es que la posesión por sí sola de estos recursos no garantiza ni el crecimiento ni el desarrollo del país, ya que se necesita de una acción institucional coherente que permita su explotación efectiva. Y la percepción es que Argentina es un actor que corre por detrás en el mercado internacional debido, sobre todo, a la falta de tecnología e infraestructuras y que de no ponerse los medios necesarios para remediarlo, se perderá una oportunidad histórica. Se requiere la acción activa del Estado, que es representado como motor del desarrollo, orientado a estimular el mercado y ejercer un papel articulador, con capacidad para convocar al capital privado.

Dentro de este marco, YPF cumple esa función específica en el sector de la energía. Se trata de la empresa emblemática argentina, cuyo peso histórico la avala y que puede desempeñar un liderazgo institucional, tomar decisiones clave e invertir en infraestructuras y tecnologías que atraigan la participación de empresas nacionales e internacionales. Si bien, a diferencia del imaginario nacional-popular, aparece inserta en un ecosistema, que ha de estimular, y que está compuesto por actores públicos y privados.

“Tenés que buscar una política pública mixta, que tenga una pata estatal, pero que también tenga una pata de estímulo de inversión privada. Hoy no resolvés solamente con una cosa o la otra. Creo que el arte de la política pública hoy es encontrar el mix, entre Estado y mercado (...) Ahí el rol de YPF es fundamental, imprescindible. Imprescindible que esté en este juego. Ahora, con YPF solo no alcanza, sin YPF creo que es imposible” (E3. Matías Kulfas)

La concreción de esta política pública durante el Gobierno de Fernández fue el Plan Gas.Ar, representado como un instrumento exitoso gracias a su inusitado consenso y continuidad. Basado en una estrategia que actúa tanto sobre la oferta de energía (mediante precios estables) como sobre su demanda (con subsidios) -para favorecer la inversión a medio y largo plazo-, se presenta como resultado de la iniciativa del Estado pero, sobre todo, de la concertación entre actores públicos y privados.

“Hoy estamos ganando en soberanía energética, cuando muchos nos decían que esto era imposible de hacer, que esto era un trabajo mucho más largo y que no íbamos a llegar a tiempo, bueno ahí está: cuando nos ponemos todos de acuerdo, como bien dijo Sergio [Massa], cuando nos ponemos todos de acuerdo las cosas funcionan, cuando todos tenemos la misma voluntad las cosas funcionan, cuando empresarios, trabajadores, el Estado tienen la vocación de resolver problemas, que la Argentina tiene, las cosas funcionan. Y acá tenemos la mejor prueba (Discurso Alberto Fernández, 12-‍05-2023)

Una idea de consenso que se amplía a la discusión general sobre la explotación del gas como estrategia prioritaria del país, cuyo acuerdo ha permitido llegar a resultados tangibles, como el Gasoducto Néstor Kirchner y la construcción de una planta de licuefacción en Bahía Blanca.

“El tema del gas y del gasoducto fue casi una de las pocas políticas que generó consenso en casi todos los espacios políticos. Las críticas podrían haber estado en términos de la demora en hacerlo o no, o en qué momento y demás, pero básicamente fue una política de consenso” (E4. Cecilia Nicolini)

Una asunción que se refuerza con el argumento de que se trata de una energía “limpia”, apropiada para el contexto de transición energética. El gas se presenta como una fuente menos contaminante que otras, como el carbón, que Argentina apenas produce, y se hace referencia a la decisión del Parlamento Europeo de julio de 2022 por la que se declara actividad económica sostenible.

“Una producción de un recurso que es necesario para el desarrollo sostenible de la Argentina y del mundo, porque hoy hay mucho de inversión con respecto a energías limpias, pero también hay una producción insuficiente. Entonces, no se llega, y ahí lo que nosotros vemos es una gran oportunidad para la Argentina, ¿por qué? Porque hay un recurso de transición que es el gas” (E7. Santiago Cafiero)

Se instaura así un marco que reduce el dilema sobre los costes medioambientales de su extracción, en varios sentidos. Primero, el uso de técnicas como el fracking, empleada en Vaca Muerta, y que ha causado controversia en otros países por su impacto, se enmarca en un discurso técnico, por el que el desarrollo tecnológico aminora y mitiga costes. Segundo, los conflictos con las comunidades en el territorio se consideran un asunto más propio de otros países con población indígena (como Ecuador o Bolivia) y no de Argentina, con mucha menor presencia. De igual manera, a los activistas ambientales se les caracteriza como una minoría intensa, desconectada de la realidad del país, que adopta discursos ecológicos propios de otros contextos, como Europa. Y tercero, se considera que Argentina ya hizo su parte en la transición energética y que ahora debe crecer, de forma que corresponde a otros países avanzar más, ya que los esfuerzos han de ser proporcionales.

Imaginario ambientalista [Subir]

Este imaginario se despliega a partir de una mirada ecologista. Surge del discurso de las fuerzas más a la izquierda y de los activismos, y tiene como tema principal los efectos medioambientales que provoca la explotación de recursos naturales. En base a este argumento, se rechazan las políticas energéticas aplicadas por el Gobierno de Alberto Fernández, ya que consideran que contribuye a expandir la frontera del extractivismo fósil y que reproduce un patrón de crecimiento neoliberal.

Desde esta visión, la soberanía energética se caracteriza como un concepto vacío de contenido, que responde a una cuestión de marketing del gobierno, orientado a una estrategia electoral, con la que se intenta legitimar y normalizar la extracción de hidrocarburos. En contraposición, se plantea la idea de seguridad energética como un enfoque más apropiado, con el que se busca garantizar que el país cuente con un modelo sostenible que no ponga en riesgo la naturaleza, basado en energías renovables y que no esté sujeto a las normas del mercado.

Este imaginario rompe también con el relato sobre la renacionalización de YPF. Se considera que se ha construido en torno a los acontecimientos de 2012 una narrativa épica que no se corresponde con la realidad, ya que la expropiación emprendida por CFK se caracterizó por ser un proceso de compra de acciones que supuso la creación de una empresa mixta antes que una verdadera nacionalización. Este proceso se representa además como una sucesión de movimientos y acuerdos opacos que favorecieron a las grandes compañías privadas por encima de los intereses nacionales. De estos negocios ocultos se desprenden prácticas corruptas a través de un entramado de empresas matrices que tienen filiales en paraísos fiscales, lo que favoreció una fuga masiva de capitales.

“Lo más grave de todo es que yo tuve que ir a la justicia para obtener un fallo de la Corte Suprema para que me dieran el contrato y ahí descubrir que había empresas offshore radicadas en paraísos fiscales. Eso fue el primer contrato… después, nadie sabe qué hay en esos contratos” (E2. Rubén Giustiniani)

En esta mirada hay una lectura de un Estado debilitado, que está sometido a la voluntad de las empresas transnacionales y a intereses privados, y cuya política energética no tiene tanto que ver con las necesidades del país como con un mandato de los mercados internacionales. El hecho de que las provincias sean las propietarias de los recursos favorece esta lógica, ya que se encuentran en una posición de debilidad que termina por provocar un intercambio desigual frente a estas empresas a las que, en muchas ocasiones, se entregan elevados porcentajes de regalías como garantía de inversión.

Dentro de este marco, se señala que la política sobre el gas, como principal apuesta energética del Gobierno, se ha implementado sin apenas discusión, ni en el Congreso ni socialmente. Se plantea que existe un consenso exportador, que nadie cuestiona, y que está orientado a incrementar la producción de hidrocarburos para su exportación con el propósito de conseguir dólares que permitan afrontar el pago de la deuda con el FMI.

“Algunas de las obras de infraestructura claramente tienen que ver no con el problema del autoabastecimiento energético, no con las necesidades energéticas de la población, que en la propia provincia de Neuquén, tiene todavía un porcentaje muy alto de gente que todavía se calefaccionan con leña. No tiene que ver con eso, sino con el mandato exportador que, en el contexto del acuerdo con el FMI, que plantea es necesario conseguir dólares para pagar la deuda. Existe un consenso entre las principales fuerzas políticos en cumplir ese consenso exportados con más extractivismo” (E8. Esteban Martine)

Se rechaza sobre todo la estrategia en torno a Vaca Muerta por su fuerte impacto ambiental, en especial por el uso de la técnica del fracking, y los riesgos que implica, a nivel sísmico, en el consumo de agua o en la generación de residuos. Se considera que quienes niegan estos efectos o son negacionistas o, cuanto menos, manejan una idea engañosa de transición energética. También se rechaza por sus costes, ya que para poder implementarla, el Estado ha de cargar con los gastos de infraestructuras, subsidiando prácticamente a las empresas privadas. En ese sentido, se estima que el Gasoducto Presidente Néstor Kirchner no debería haberse construido, por su enorme inversión, y que el dinero debería invertirse en otras fuentes de energía alternativas, que garantizarían además el autoabastecimiento del país.

Como alternativa, este imaginario propone una representación de la transición energética como transición eco-social justa. Con este planteamiento se proyecta la urgencia de establecer un pacto social amplio, que reconozca la presencia de pueblos originarios y que incluya consultas a las comunidades en los territorios de extracción. Se plantea, en consonancia, la imagen de un Estado abierto a la participación, que articule su política energética con el sistema científico e impulse energías renovables en función de las cualidades climáticas y de la deliberación descentralizada de cada comunidad y que, en paralelo, promueva nuevas formas de propiedad de las empresas energéticas que favorezca el control de los trabajadores, así como una reforma tributaria que corrija las desigualdades.

Imaginario socio-liberal [Subir]

Este imaginario refleja la visión del radicalismo y muestra una preocupación central por la recuperación de la institucionalidad del país, lo que considera el problema más grande que impide que Argentina se desarrolle acorde a los recursos naturales con los que cuenta. De ello se desprenden dos imágenes principales. La primera es la de un pasado dorado, en la que se presenta un país con abundantes recursos y un desarrollo institucional que le permitieron no solo ser autosuficiente, sino también situarse a la cabeza mundial de la energía, al nivel de otras potencias como Australia. La segunda es la de la decadencia, que se sitúa en la década de los años noventa y que continúa hasta hoy, asociada al desfalco del Estado y el fin de la política energética y la autosuficiencia.

Cada uno de estos imaginarios se asocia a un relato determinado sobre la historia política del país. El primero de ellos hace referencia a las presidencias radicales de Hipólito Yrigoyen, primero, y de Raúl Alfonsín, después, como hitos del desarrollo. YPF -fundada en 1922 por Yrigoyen- aparece representada como la compañía más importante de Argentina, por su capacidad aglutinante y su visión estratégica, constituyéndose en la verdadera columna vertebral del sistema energético. Su creación se asocia a la noción de soberanía energética, aunque con una concepción distinta a la del peronismo, más asociada a la idea de seguridad energética y la garantía de un suministro estable. Una situación que se considera plenamente conseguida en 1989, cuando Argentina logra el autoabastecimiento, como resultado de las políticas de Alfonsín.

El segundo relato gira en torno a la llegada de Carlos Menem al poder. La privatización de YPF emprendida por su Gobierno, caracterizada de saqueo, supuso una ruptura histórica del modelo de desarrollo que había distinguido a Argentina hasta ese momento, con un cambio de tendencia que implicó el fin de la autosuficiencia y el inicio de un periodo en el que el país comienza a importar energía y a hacer un uso creciente de divisas para afrontar su pago.

Es este segundo relato el que va a permear buena parte de los imaginarios radicales, impregnados de una combinación de crítica y escepticismo sobre el presente y futuro energético del país. El Estado se representa como un proyecto fallido, asociado a prácticas oscuras e intereses particulares, y la energía aparece capturada por la política electoral, como un instrumento de adhesión de votos a través del congelamiento de tarifas y la provisión de subsidios. De esta forma, se llega a la conclusión de que la energía no es vista más como una política pública, debido a una ausencia generalizada de estrategia de desarrollo.

“La Argentina fue un lugar en crecimiento, como fue Australia, que concitó un gran flujo de personas, y que tuvo una etapa muy gloriosa. Todo eso lamentablemente se perdió (...) Ahora tiene un PIB estancado, y crece la pobreza (...) ¿Cómo se logra bajar la pobreza? Tengo que crear trabajo e ingresos genuinos para que los pobres que no tienen ingresos y tienen subsidios tengan un trabajo digno. Bueno, no hay una idea de desarrollo en Argentina. Desde hace mucho tiempo la Argentina no tiene una idea de qué hacer” (E10. Jorge Lapeña)

Es en este marco en el que se interpreta la política energética de Alberto Fernández. Se cree que su estrategia del gas responde a impulsos, sin una estrategia coherente, que refleja un comportamiento irracional. Se considera irreal que, como proyecta el Gobierno, Argentina pueda desempeñar un papel relevante en el plano internacional, puesto que no puede competir ni va a convertirse en una referencia del tipo de Noruega, al no tener condiciones para ello. En una lógica similar, la apuesta por Vaca Muerta se califica de idea infantil, ya que para poder extraer los recursos del yacimiento se requiere del desarrollo de una infraestructura que no existe y que no se puede financiar.

“Sacar esos recursos no es una tarea fácil, porque tiene un costo y requiere inversiones. Una vez que esté ese recurso en la superficie tiene que ser competitivo, porque la Argentina es un país en términos cuantitativos marginal en el mundo del petróleo y el gas. Sus reservas y recursos no autorizan a pensar que Argentina sea un gran jugador en los mercados internacionales” (E11. Gerando Rabinovich)

Los intentos por generar esa infraestructura, como sucede con la construcción del Gasoducto Néstor Kirchner, se valoran como un exceso estéril, que supone un altísimo coste a un Estado que está además fundido económicamente. Sobre este aspecto se subraya de nuevo la idea de irracionalidad, puesto que consideran que si va a ser una compañía privada la que va a explotar y beneficiarse de los recursos, debería ser ella la que sufrague los costes que conlleva dicha extracción, y no el Estado subsidiando las condiciones para hacerla posible. Además, se estima que se trata de un esfuerzo poco productivo, al generar poco valor agregado y tener escaso impacto en la creación de empleo.

De manera alternativa, asociado a esa idea de recuperación de la institucionalidad y racionalidad que se vincula a la visión radical, se plantea un modelo energético que vaya en consonancia con el contexto global. Se asume así los postulados europeos de transición energética y se considera que el futuro sensato de Argentina habría de pasar por invertir en fuentes renovables y en la tecnología que haga posible su desarrollo, en detrimento de la energía fósil. Como argumento complementario, aunque sin ser un tema principal, se utiliza la preocupación ambiental.

Discusión [Subir]

Estos imaginarios revelan diferentes concepciones sobre cómo organizar la sociedad y el rol del Estado en la política energética. Se basan en distintas tradiciones políticas, con sus propios símbolos y referencias identitarias, y proyectan modelos alternativos de desarrollo, así como visiones divergentes de futuro, tal y como se detalla en el Anexo 2. Sin embargo, estos imaginarios no operan de manera aislada y, a pesar de tener intereses que no siempre coinciden, pueden articular algunas narrativas compartidas sobre las soluciones políticas, configurando así coaliciones discursivas (‍Hajer, 1995). Este es el caso de los dos primeros imaginarios, que conviven dentro del Gobierno de Fernández, en contraste con el ambientalista y el socio-liberal. De esta forma, el peronismo, aun con sus discrepancias internas -que, en ocasiones, se traducen incluso en enfrentamientos-, funciona como factor diferenciador.

Si bien, dentro del ámbito peronista, se establece una tensión entre dos maneras de comprender y proyectar la energía, que conviven no solo entre las distintas organizaciones y sectores del peronismo, sino también en el propio discurso de Fernández: una relacionada con la autosuficiencia y la autonomía política, la otra con la exportación y el desarrollo económico. El primer imaginario refleja una mirada más política, de raíz nacional-popular, por la que el gas es representado y reproduce al mismo tiempo preceptos clásicos del peronismo, como son la independencia, la soberanía y la justicia social. A través de la energía se proyecta la imagen de un país soberano, con autonomía y capacidad de decidir sobre su propio destino, en la que el desarrollo se asocia a la idea de redistribución, y sus principales referencias son el primer mandato de Perón y los Gobiernos de Néstor y, sobre todo, Cristina Fernández de Kirchner.

Por su parte, el segundo imaginario maneja otros referentes, en los que la narrativa política épica pierde peso y gana importancia la economía y una mirada más técnica -de hecho es la que se proyecta desde los funcionarios del Gobierno-, orientada a lograr un desarrollo que permita consolidar la posición de Argentina en el mundo. El gas aparece representado así como la gran oportunidad para sacar al país de una posición marginal y convertirlo en una potencia al nivel de los países europeos, pero para ello es fundamental establecer una política pública que permita maximizar los recursos y garantizar su exportación.

En cuanto a los imaginarios no peronistas, aunque de tradiciones muy distintas -izquierda socialista y radicalismo-, ambos comparten una visión crítica sobre lo que consideran un falso consenso en torno a la energía, que caracterizan como resultado de la falta de debate, así como del papel del Estado, que representan como débil y sujeto a intereses particularistas. El tercero de estos imaginarios se distingue por su mirada ecologista, por la que la estrategia energética del Gobierno se percibe como una ampliación de la frontera extractivista. El valor fundamental que comparten es la idea de una transición eco-social justa, plantean la necesidad de romper con los imaginarios de desarrollo clásicos y proyectan un futuro alternativo, basado en la sostenibilidad ambiental y en el que la participación tanto de las comunidades como de los trabajadores es clave.

El cuarto imaginario refleja una mirada socio-liberal, asociada al radicalismo clásico de la UCR, la otra gran tradición política argentina. Comparte con el peronismo la idea de que Argentina es un país con abundantes recursos naturales, pero difiere sobre la política energética que ha de implementarse. A diferencia del neo-desarrollismo, propone un rol preponderante de los inversores privados, debido a una baja valoración del desempeño del Estado argentino en la gestión de la energía. Esta visión se sustenta en una lectura nostálgica de la historia del país, que contrasta dos tradiciones. Por un lado, identifica los momentos exitosos del siglo XX con los gobiernos radicales de Yrigoyen y Alfonsín, que asocia a una racionalidad económica que permitió el desarrollo y el autoabastecimiento energético. Y, por el otro, caracteriza la etapa de Gobierno de Menem como el origen de la irracionalidad que condujo al declive del desarrollo energético y al inicio de un Estado fallido, imposibilitando la consolidación de un país políticamente normal, situación que, desde esta perspectiva, han perpetuado los posteriores gobiernos peronistas hasta la actualidad.

CONCLUSIONES[Subir]

Este artículo contribuye al estudio de los imaginarios energéticos en América Latina a través del análisis de un caso concreto. En términos generales, explora los dilemas que surgen en países ricos en recursos naturales y con tradición extractiva del Sur Global en una coyuntura de transición energética. En ese contexto, se centra en las tensiones crecientes dentro del ámbito progresista, debido a la persistencia del extractivismo como motor del desarrollo, por un lado, y a una demanda cada vez más fuerte de respeto a la naturaleza, por el otro.

Para ello, se ha partido del concepto de imaginarios socio-técnicos como marco analítico que permite identificar las distintas formas en que puede imaginarse la energía, y se ha aplicado al periodo de Gobierno de Alberto Fernández en Argentina, relevante tanto por la importancia que la política energética tuvo durante su mandato como por las distintas corrientes progresistas que tiene el país. El método empleado, a través del análisis del discurso del Presidente y de entrevistas semi-estructuradas a actores que representan distintas sensibilidades del progresismo argentino, ha permitido identificar cuatro imaginarios, que se corresponden con las visiones nacional-popular, neo-desarrollista, ambientalista y socio-liberal.

A partir de esta diferenciación, el caso argentino aporta algunas claves para reflexionar sobre el estado del debate de la energía en América Latina. Por un lado, la dependencia que los proyectos progresistas siguen teniendo de la extracción de recursos naturales como motor del desarrollo, en especial en países, como es el caso de Argentina, con abundantes fuentes de hidrocarburos y una fuerte cultura fósil. Y, por el otro, la incapacidad que todavía muestran los proyectos más ambientalistas para plantear una alternativa sólida que permita dejar atrás las prácticas extractivistas.

Otra de las conclusiones que deja el estudio se relaciona con la mayor fragmentación del campo progresista, donde a la ya tradicional distinción entre corrientes históricas, se añade la irrupción de nuevas demandas, que incluyen desde las de carácter más identitario hasta reivindicaciones asociadas a las nuevas formas de trabajo o el reconocimiento de nuevos derechos. Esto, unido al paulatino debilitamiento de las organizaciones políticas clásicas -incluso en un país con una tradición tan fuerte como Argentina- configura una mayor heterogeneidad en las bases sociales progresistas, que dificulta a su vez la construcción de un imaginario compartido.

Estas tensiones abren las puertas a futuras investigaciones de carácter comparado en la región, con otros casos de Gobiernos progresistas que enfrentan dilemas semejantes, y en los que colisiona el discurso más desarrollista con el reconocimiento de nuevos derechos a la naturaleza, como son los casos de Chile con Gabriel Boric, Colombia con Gustavo Petro, Brasil con Lula da Silva o México, en donde el mandato de Andrés Manuel López Obrador dejó fuertes tensiones con comunidades y pueblos indígenas por su ambiciosa política energética, y en donde ahora se abre un interrogante en torno a la figura de la nueva Presidenta, Claudia Sheinbaum, de marcado perfil ambientalista.

Por último, el ascenso al Gobierno del paleolibertario Javier Milei en Argentina abre también una nueva fuente de investigación, que amplíe el espectro ideológico e incluya el estudio de distintas propuestas, más allá de los sectores progresistas. Este trabajo habría de abordar tanto los imaginarios que emergen dentro del ámbito de la derecha radical que encabeza el propio Milei como, sobre todo, el impacto que aquellos tienen en el discurso progresista y su posible reposicionamiento en busca de nuevas alternativas.