RESUMEN
El objetivo principal del artículo es fundamentar el método de las generaciones para el análisis político. Para ello, se aclara el marco conceptual y teórico de dicho método, se muestra un ejemplo de investigación aplicada al estudio del liderazgo político, y se exponen datos empíricos e ideas que avalan la utilidad de la mirada generacional. El escrito se estructura en cinco secciones. La introducción indaga en los significados del término “generación”, centrándose en el examen de la acepción vinculada al mundo sociopolítico. La segunda sección describe los fundamentos de la teoría de las generaciones y propone una metodología cualitativa para el análisis generacional del campo político. La tercera sección presenta un estudio sobre las generaciones de los presidentes del Gobierno de España, entre 1977 y 2023, mostrando una propuesta de clasificación generacional de tales presidentes. El cuarto apartado expone un análisis de las relaciones generacionales entre los presidentes, y entre estos y sus respectivos equipos de gobierno. El análisis revela la importancia de la segunda generación de presidentes (González y Aznar) en la que aparece un habitus de generación tendente hacia la profesionalización de la política transmitido a las siguientes generaciones. Finalmente, las conclusiones subrayan las ventajas del método generacional para elaborar estudios contextualizados de los fenómenos sociopolíticos.
Palabras clave: campo político, España, Gobierno, liderazgo político, método cualitativo, presidentes del Gobierno, teoría de las generaciones.
ABSTRACT
The main objective of the article is to substantiate the generations’ method for political analysis. In this sense, the article clarifies the conceptual and theoretical framework of this approach; shows an example of research applied to the study of political leadership, and exposes empirical data and ideas that support the usefulness of the generational view. The writing has five sections. The introduction investigates the meanings of the word “generation”, focusing on the examination of the meaning linked to the sociopolitical arena. The second section describes the foundations of the theory of generations and proposes a qualitative methodology for the generational analysis of the political field. The third section presents a study on the generations of the presidents of the Government of Spain, between 1977 and 2023, showing a proposal for a generational classification of such presidents. The fourth section exposes an analysis of the generational relationships between the presidents, and between them and their respective government teams. The analysis highlights the relevance of second generation of presidents (González and Aznar) in which a generational habitus appears that tends towards the professionalization of politics in the following generations. Finally, the conclusions emphasize the advantages of the generational method to make contextualized studies of sociopolitical phenomena.
Keywords: Government, political leadership, political field, prime ministers, qualitative method, Spain, theory of generations.
En las conversaciones cotidianas se utiliza la palabra “generación”, de forma intuitiva e imprecisa, para referirse a determinadas afinidades sociales y de carácter entre personas que nacieron en fechas cercanas. Durante el siglo xx, los escritos divulgativos y periodísticos utilizaron el término generación para referirse a problemas vinculados a la juventud como categoría social diferenciada del resto de la población, pero recientemente la literatura sobre las generaciones ha incorporado a los mayores (Caballero y Baigorri, 2019). De esta forma, se alude a ciertos grupos demográficos (baby boomers, millenial, X, etc.) a los que se atribuyen actitudes, comportamientos y valores homogéneos, ignorando su posible diversidad interna y matices relevantes para comprender la compleja realidad sociopolítica de tales grupos.
Sin duda, el uso recurrente de un concepto de casi dos siglos de vigencia en las ciencias sociales y humanas (Abrams, 1982; Alonso y Rocco, 2023; Duffy, 2022; Beck, 2008; Bourdieu, 1988; Braungart y Braungart, 1986; Mannheim, 1993; Moreno Pestaña, 2011; Longa, 2017; Marías, 1949 y 1989; Ortega y Gasset, 2017a y 2017b), tiene sus peligros cuando no se conocen ni se concretan sus significados. Un peligro evidente resulta de aceptar “la generación” como el único factor explicativo de los cambios y continuidades socio-históricas, lo que lleva a oscurecer la comprensión adecuada de los fenómenos que pretenden conocerse. Habitualmente, los hechos sociopolíticos no pueden explicarse atendiendo a un solo factor y/o método, por importante que este sea (Beltrán, 2000; Bericat, 1998; Della Porta y Keating, 2013; Marsh y Stoker, 2015). Pese a ello, parece muy tentador atribuir la capacidad omnicomprensiva al factor generacional, entre otras razones porque exime de indagar en otros factores que contribuyan a conocer la realidad estudiada. Desde el siglo xix, distintos pensadores argumentaron la relevancia de los sujetos históricos como promotores del cambio social. Así, se destacó la primacía de algunas clases sociales, de ciertas élites políticas e intelectuales, de algunas generaciones, etc. No obstante, la realidad sociopolítica está envuelta en variadas relaciones dialécticas de interdependencia entre la agencia y la estructura (Giddens, 2011), pues los seres humanos “hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas del pasado” (Marx, 1995: 213). Estas ideas fueron realzadas por Marx (1995) revelando el influjo recurrente de la “tradición de todas las generaciones muertas” sobre la vida humana.
Al considerar los distintos significados de la palabra generación, admitidos por el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), se advierte la complejidad semántica que entraña. Según este diccionario, el término generación puede atender a siete significados[2] y no todos ellos se desarrollan en el campo político. Dichos significados de “generación” se fundamentan en el origen biológico (“engendrar”) de la palabra, en su primera acepción. Esta luego se utiliza metafóricamente para comprender el cambio y/o la duración de los fenómenos producidos en varios campos sociales, tales como la economía, la esfera tecnológica, la vida animal, la familia humana y la arena sociopolítica. Así, la cuarta acepción de “generación” despliega la metáfora familiar en el siguiente sentido: “conjunto de las personas que tienen aproximadamente la misma edad”. En consecuencia, podría hablarse de “la generación de nuestros padres”, suponiendo que hayan nacido en fechas próximas. La quinta acepción de “generación” desvela su significado sociopolítico. Este es el contenido central para los propósitos de este artículo: “Conjunto de personas que, habiendo nacido en fechas próximas y recibido educación e influjos culturales y sociales semejantes, adoptan una actitud en cierto modo común en el ámbito del pensamiento o de la creación. La generación del 98” (DRAE, 2024).
Esta definición posee afinidad semántica con “grupo”, “promoción”, “quinta”, “hornada”. De tal modo, se concibe la palabra como metáfora de la construcción social del tiempo y, por ende, está asociada a la posible aparición de cierta conciencia sociopolítica a partir de un evento histórico (Leccardi y Feixa, 2011; Caballero y Baigorri, 2019; Mauger, 2013). En España este significado fue recuperado por uno de los escritores de la generación del 98, José Martínez Ruiz (Azorín), para referirse al grupo coetáneo de intelectuales conocidos con esa rúbrica, desde inicios del siglo xx[3]. Como se muestra en el siguiente apartado, el pensador español José Ortega y Gasset (1883‑1955), lector contemporáneo de la generación del 98 e inspirado en ella, fue quien meditó sobre las generaciones para comprender las continuidades y cambios de la vida humana. Es revelador que la reflexión sobre la influencia generacional tomara impulso con la generación del 98, pues esta elaboró sus pensamientos y escritos en el contexto de la crisis nacional de 1898 (Leccardi y Feixa, 2011: 24), derivada de la derrota española en la guerra con Estados Unidos y la pérdida de las últimas colonias.
En este sentido, existen varias categorías de hechos sociopolíticos que ejercen efectos objetivos, duraderos, pero dispares, sobre las biografías y conciencias de quienes los vivieron y que, a su vez, abundan en las distintas interpretaciones y reinterpretaciones de la construcción social del tiempo en un contexto dado. De acuerdo con ello, se han identificado los siguientes acontecimientos humanos:
“1) Las revoluciones que redefinen más o menos radicalmente los modos de reproducción y los marcos de socialización […] 2) Las guerras que ponen en suspenso de una manera más o menos prolongada las trayectorias biográficas de los combatientes y afectan o trastornan la vida cotidiana de los civiles […] 3) Finalmente, las crisis políticas que perturban de manera más o menos duradera el orden social sin que se puedan objetivar tan fácilmente cambios en los marcos de socialización o inflexiones de las trayectorias biográficas” (Mauger, 2013: 142).
Las reflexiones anteriores sugieren dos preguntas de investigación concatenadas: ¿Hasta qué punto es adecuado el método y/o mirada generacional para el estudio del liderazgo político presidencial? En caso de ser adecuado tal método, ¿cuáles son las generaciones de los presidentes del Gobierno de los pasados 46 años del sistema político español (1977‑2023)? Tratando de responder a tales preguntas, se proponen varias hipótesis exploratorias. Primera: el método generacional es pertinente para estudiar el liderazgo político si se elabora un análisis formal, longitudinal y contextualizado de los liderazgos objeto de estudio. Segunda: los presidentes del Gobierno de España (1977‑2023) se ubican en cuatro generaciones diferentes, atendiendo a sus respectivos años de nacimiento, socializaciones políticas y a las luchas por el liderazgo presidencial.
Por tanto, el objetivo general del presente artículo es fundamentar el método de las generaciones para el análisis del campo político. Con ese propósito, se aclaran los conceptos clave de dicho método y se muestra un ejemplo de investigación aplicada al estudio del liderazgo político. El escrito se estructura en cinco epígrafes, el primero de los cuales es esta introducción. En el epígrafe siguiente se plantea el marco teórico y metodológico de la teoría de las generaciones. Después, se expone un estudio centrado en el análisis de las generaciones de los presidentes del Gobierno de España, entre 1977 y 2023. Más tarde, se elabora un análisis detallado de las relaciones generacionales entre los referidos presidentes, y entre estos y sus equipos de gobierno. Finalmente, se presentan varios argumentos que confirman las ventajas analíticas del método generacional para el estudio de los fenómenos sociopolíticos.
El concepto de generación empezó a utilizarse en el siglo xix por pensadores como Auguste Comte y Wilhelm Dilthey. Comte (1798‑1857), fundador de la sociología y desde una perspectiva positivista, promueve la teoría de las generaciones en su Curso de la filosofía positiva (Comte, 1839: 635‑639). En este libro, Comte argumenta que “la duración de la vida humana” es un factor explicativo clave de los cambios e innovaciones sociales. Entre las personas de más edad (60 y más años), en las que prevalece el instinto de conservación, y las generaciones más jóvenes (entre los 15 y 45 años), en las que predomina el impulso de innovación, se forjan luchas de poder por imponer o remover las creencias, ideas[4] y vigencias de su mundo. Es decir, Comte intuyó que el poder que está en juego en la sociedad se disputa, en parte, a través de luchas generacionales.
Wilhelm Dilthey (1833‑1911), desde una visión historicista y crítica del positivismo, planteó el concepto de generación para profundizar en el estudio de la vida humana-espiritual, pues esta desborda el ámbito biológico. El propósito de Dilthey fue el estudio de la vida intelectual de las generaciones de pensadores alemanes que le precedieron y cómo entre ellos se conformaban cosmovisiones o Weltanschauungen. Así, él concebía generación como cierto vínculo “de la coetaneidad de individuos; aquellos que, en cierto modo, crecieron juntos, es decir, que tuvieron una edad infantil común y una común juventud y cuya época de madurez coincidió en parte […]. De aquí resulta el enlace de estas personas por una relación profunda. […]. Así considerada, constituye un círculo estrecho de individuos que forman un todo homogéneo gracias a su dependencia de los mismos grandes hechos y cambios, que se presentaron en la época de su receptividad, a pesar de la diversidad de otros factores que se añaden luego” (Dilthey, 2014: 351).
Desde la perspectiva de la lucha generacional por el poder político, las generaciones más maduras van siendo diezmadas con el paso del tiempo, y además de contar con menos efectivos también disponen de menos sujetos activos en el mundo profesional y político. En principio, para las generaciones más veteranas es más difícil, debido a su declinar demográfico, poder imponer sus vigencias (sistema de usos sociales), ideas y valores y, por ende, disponer de puestos de poder político. Como se verá más adelante, la generación que ocupa puestos de mando (“etapa de predominio”) está conformada por las personas de entre 45 y 60 años, aproximadamente. En tal sentido, Comte aclara que: “nuestro progreso social se apoya esencialmente en la muerte; es decir, que los sucesivos pasos de la humanidad suponen necesariamente la continua renovación, suficientemente rápida, de los agentes del movimiento general, que, poco perceptible habitualmente en el curso de cada vida individual, no se hace verdaderamente pronunciado sino al pasar de una generación a la que la sigue” (Comte, 1839: 635‑636).
Asimismo, el concepto de generación alude al problema “de la producción de diferencias entre los miembros de diferentes cohortes de un grupo social cuando cambian las condiciones materiales y sociales de existencia y de reproducción de ese grupo” (Martín-Criado, 2009: s/p). Esto es, las edades y generaciones del ser humano, en cierto contexto temporal y territorial, evolucionan socialmente en determinadas condiciones materiales de existencia, así como en una época histórica caracterizada por ciertos rasgos socioculturales (régimen político, sistema educativo, creencias religiosas, costumbres, ideas, mitos, valores, etc.). Ello origina afinidades, habitus de generación, sensibilidades vitales, posiciones, conexiones y unidades generacionales diversas (Bourdieu, 1988; Mannheim, 1993 y 2017; Mauger, 2013), si acontecen cambios relevantes en las referidas condiciones materiales de existencia y/o surgen crisis históricas que provocan mudanzas en el mundo social (Marías, 1949; Ortega y Gasset, 2017a y 2017b). Por ello, es útil “identificar los acontecimientos y procesos histórico-sociales que marcan la generación de nuevos miembros” (Ghiardo, 2004: 44), de manera que se comparen las distintas formas históricas de la vida humana.
Desde el enfoque del “análisis abstracto del fenómeno generacional” entreverado con la sociología histórica aplicada, Karl Mannheim (1893‑1947) aportó tres categorías formales en el estudio generacional. Así, él diferenció entre “posición generacional” (Generationslagerung), “conexión generacional” (Generationszusammenhang) y “unidad generacional” (Generationseinheit)[5]. A su juicio, “para estar incluido en una posición generacional […] tiene uno que haber nacido en el mismo ámbito histórico-social —en la misma comunidad de vida histórica— y dentro del mismo periodo” (Mannheim, 1993: 221). Sin embargo, para que exista conexión generacional tiene que “darse alguna otra vinculación concreta”, esto es, “una participación en el destino común de esa unidad histórico generacional”. Por tanto, sólo existe conexión generacional si “los contenidos sociales reales y los contenidos espirituales establecen […] un vínculo real entre los individuos que se encuentran en la misma posición generacional” (Mannheim, 1993: 221‑222).
Partiendo de este marco analítico, propuesto por Mannheim (1993), véase el siguiente ejemplo: los jóvenes españoles de los años 1960, nacidos en la década de 1940, no estaban en la misma posición generacional que los jóvenes canadienses nacidos en las mismas fechas. Ambos grupos poblacionales vivían en diferentes comunidades de vida histórica. Además, entre los citados jóvenes españoles no existía conexión generacional si estos experimentaron distintas vivencias sociales en la misma comunidad histórica; así los jóvenes con estudios universitarios en los años sesenta constituían una minoría social frente a la mayoría de la juventud española de esa misma época que solo tenía estudios primarios y parte de ella era analfabeta y/o vivía en ámbitos rurales.
Respecto al concepto de unidad generacional, Mannheim enfatiza cómo las personas pueden emplear las mismas vivencias histórico-sociales de maneras muy diferentes. Así, las unidades generacionales muestran los efectos socializadores sobre personas que han compartido similares experiencias educativas. Esto es, dos hermanos nacidos en el mismo intervalo de fechas vivieron en la misma posición y conexión generacionales, pues se socializaron en la misma comunidad socio-histórica y compartieron vivencias familiares y educativas iguales, pero posiblemente se instalaron en unidades generacionales distintas. En efecto, los hermanos incorporaron tales vivencias de manera muy dispar y, por ende, asimilaron ideologías y convicciones políticas opuestas. Ejemplo de ello fueron los hermanos Machado, ambos situados en la misma posición generacional y con conexión generacional entre ellos, pues pertenecieron a la generación del 98[6], pero de diferentes unidades generacionales. Sus escritos muestran dispares talantes, convicciones y corrientes literarias[7] en las que se ubicaron (Salinas, 1998).
Las ideas de Mannheim sobre el factor generacional matizan y detallan su potencial explicativo y, así, expone que: “La propia juventud que se orienta por la misma problemática histórica-actual, vive en una «conexión generacional»; dentro de cada conexión generacional, aquellos grupos que siempre emplean esas vivencias de modos diversos constituyen, en cada caso, distintas «unidades generacionales» en el ámbito de una misma conexión generacional” (Mannheim, 1993: 223). La unidad generacional tiene un efecto unificador mucho más concreto sobre los sujetos que el producido mediante la mera conexión generacional (Mannheim, 2017: 103‑105).
El pensador húngaro coincide con Ortega acerca de la relevancia del factor generacional, pero el primero destaca la importancia de tratar el problema de las generaciones a través del método científico. Mannheim critica a quienes encuadran el problema de las generaciones dentro de una filosofía de la historia con pretensiones de capacidad omnicomprensiva[8]: “El de las generaciones es un problema importante que hay que tomar en serio. Es una de las guías indispensables para el conocimiento de la estructura de los movimientos sociales y espirituales” (Mannheim, 1993: 204). Ello adquiere sentido en la tarea de comprender con rigor procesos de transformación social acelerada. Mannheim (1993: 204) rechaza el empleo encubierto de “métodos extracientíficos, sin que haya lugar para una mayor investigación sobre la duración”.
Ortega y Gasset (2017a: 563), antes que Mannheim, argumentó que “las variaciones de la sensibilidad vital […] decisivas en historia se presentan bajo la forma de generación […] La generación, compromiso dinámico entre masa e individuo, es el concepto más importante de la historia, y, por decirlo así, el gozne sobre que ésta ejecuta sus movimientos”.
Retomando las ideas de Ortega y Gasset (2017a y 2017b), Marías (1949: 97‑98; 1989), Mannheim (1993), Bourdieu (1988) y Mauger (2013), se propone una metodología cualitativa para el análisis generacional del campo político, basada en la clasificación en cinco etapas de la vida humana. Como se verá más adelante, esta clasificación permite un análisis generacional detallado del campo político. Este análisis para ser efectivo debe investigar “la particular forma en que se producen los sujetos en cada grupo social y en relación a cada campo específico” (Ghiardo, 2004: 44). Así, la Tabla 1 contribuye a comprender el triple proceso de socialización, institucionalización y legitimación del liderazgo en el campo político (Jiménez-Díaz, 2022: 76).
Tabla 1.
Etapas vitales en el análisis generacional del campo político.
| Edades | Etapa de la vida | Relaciones sociales y de poder |
|---|---|---|
| 0‑15 años | Etapa de niñez. Socialización primaria. |
No hay actuación histórica. Ajena a las relaciones de poder. |
| 15 a 30 años | Etapa de juventud. Socialización secundaria. |
Receptividad de información y relativa pasividad. Primeras críticas al poder instituido. |
| 30 a 45 años | Etapa de iniciación o gestación. Socialización / resocialización. Posible visión alternativa al poder. |
Posibilidad de actuar e innovar. Luchas de poder orientadas a adquirir protagonismo. |
| 45 a 60 años | Etapa de predominio o gestión. Institucionalización y legitimación. Sostiene el poder y las vigencias. |
Posibilidad de ocupar el poder. Luchas de poder orientadas a mantener hegemonía y predominio. |
| 60 a 75 años y más | Etapa de declive o vejez. Pervivencia histórica y social. Legitimación simbólica. |
Disminuye la acción histórica. Pugnas por el reconocimiento y por el poder simbólico. |
Fuente: elaboración propia, a partir de Marías (1949 y 1989). Nótese que los intervalos etarios no se solapan, pues el límite superior de cada intervalo se refiere a edad a cumplir, mientras que el límite inferior alude a edad cumplida.
Como se observa en la segunda fila de la Tabla 1, los primeros años de vida (de 0 a 15 años) se corresponden con la etapa de niñez. No hay actuación histórica. Es un periodo marcado por los cuidados que recibe el ser humano a esta temprana edad. Coincide, en parte, con la socialización primaria.
Entre los 15 y los 30 años se desarrolla la etapa de juventud (tercera fila de la Tabla 1). En esta segunda etapa se vive recibiendo aprendizajes del contorno. Es un tiempo marcado por la receptividad de información y por una relativa pasividad. Aún no hay actuación histórica en el campo político, pero aparecen las primeras críticas al poder instituido. Este tiempo coincide con la socialización secundaria. Sin embargo, la vocación despertada por el poder en ciertos contextos de movilización política intensa lleva a que algunas personas ejerzan tempranamente sus disputas políticas[9].
Entre los 30 y los 45 años transcurre la etapa de iniciación o gestación (cuarta fila de la Tabla 1). El ser humano empieza a tener la posibilidad de actuar históricamente. De hecho, en este tercer periodo es factible cambiar el mundo recibido e innovar. Es un momento de gestación de ideas innovadoras que permiten cuestionar las vigencias hegemónicas, así como de lucha contra quienes ocupan las posiciones de poder. Esta lucha es sobre todo simbólica y basada en el cuestionamiento de las vigencias que sostienen al grupo que ocupa el poder.
De los 45 a los 60 años aparece la etapa de predominio o gestión (quinta fila de la Tabla 1). Este momento es de predominio social y político; posiblemente se ocupan puestos de poder y se ostenta cierta autoridad. Las personas luchan por mantenerse en los puestos de mando y gestionar el poder en esta etapa vital. Ello supone defender cierto sistema de vigencias. Este grupo ostenta la capacidad de intervenir en la regulación coactiva de los conflictos sociales (Vallès, 2015) y, posiblemente, la mayoría de las autoridades políticas se hallan en este tramo de edad. De tal modo, las personas de estas edades luchan por conservar la hegemonía, así como las vigencias que legitiman y favorecen su mantenimiento en el mando. Con el envejecimiento progresivo en el tiempo reciente, es muy probable que esta etapa se alargue hasta los 70 años y la vejez se demore.
Entre los 60 y 75 y más años se llega a la quinta etapa: es el proceso de declive o vejez. Es un momento del ciclo vital marcado por la supervivencia y las pervivencias históricas. Prevalece el instinto de conservación y hay menos actuación histórica. Posiblemente haya menos personas de esta edad que de los grupos anteriores. Las personas de más edad, sobre todo a partir de los 80 años, se sitúan en los márgenes de la actuación histórica, pero quizá luchen por su reconocimiento social y el poder simbólico. A raíz del referido envejecimiento, se muestra cierta tendencia hacia la gerontocracia. De hecho, en algunas democracias perviven líderes que superan los 75 y 80 años (Biden, Trump, Lula da Silva, Mattarella, etc.).
Cabe hacer varias matizaciones a la clasificación presentada en la Tabla 1. Primero, las etapas se aplican exclusivamente al análisis generacional del campo político, como se verá en el siguiente epígrafe. Segundo, con el término generación no se refiere a un grupo social homogéneo y cohesionado, sino más bien a una configuración social dinámica cuya realización concreta depende de la evolución de cada contexto histórico, de cómo las personas incorporan las vivencias y la socialización recibida, así como de las luchas sociales por el poder. Por ello, como sostiene Mannheim (1993: 231): “el investigador sólo puede hacerse cargo de las transformaciones atribuibles al factor generacional, cuando previamente ha distinguido todas las modificaciones atribuibles al dinamismo histórico-social”. Tercero, el concepto de generación no alude a una realidad biológica, sino sociopolítica y, por ende, está referido a un grupo de convivencia social que comparte la misma edad en un intervalo de fechas específico. Así, “el conjunto de los que son coetáneos en un círculo de actual convivencia” constituye una generación, lo cual implica dos notas: “tener la misma edad [haber vivido los mismos acontecimientos históricos] y tener algún contacto vital [convivir en un contexto y compartir un sistema de vigencias]” (Ortega y Gasset, 2017b: 393). Cuarto, pese a la apropiada intuición de Comte, no todas las luchas de poder son generacionales: el factor generacional no explica todas las disputas de poder. A medida que los campos sociales adquieren autonomía (véase, el campo intelectual en la modernidad), surgen luchas de poder distintas y comprensibles dentro de la lógica interna de cada esfera social, como revelaron Weber, Elias y Bourdieu (Martín-Criado, 2008).
En el contexto de la modernización reflexiva y de la incertidumbre del tiempo presente, los actores políticos necesitan saber a qué generación pertenecen, cuáles son sus posiciones histórico-temporales respecto a sus contemporáneos y en qué medida están en conexión con ellos, para saber a qué atenerse (Beck, Giddens y Lash, 1997; Beck, 2006 y 2008). Es decir, para tales actores es significativo saber quiénes son sus coetáneos (con estos comparten posición generacional) y quiénes son sus contemporáneos (con ellos mantienen relaciones intergeneracionales) para así entablar interacciones sociales.
El liderazgo político es un fenómeno multidimensional que requiere la utilización de variados enfoques teóricos y métodos de investigación para su estudio detallado. Como el liderazgo se despliega mediante la interacción tríadica entre líderes, seguidores y contextos, dependiendo de qué componente se atienda, se requieren unos enfoques teóricos u otros para su estudio (Jiménez-Díaz, Delgado-Fernández y Collado-Campaña, 2019; Jiménez-Díaz, 2022). En este caso, el análisis se centra en el contexto de socialización y de acción política de los presidentes del Gobierno españoles, así como en los posibles cambios socio-históricos y generacionales derivados de los variados contextos. Esto es, se entiende que los entornos específicos de socialización y de acción de los líderes del poder Ejecutivo probablemente condicionaron sus respectivas trayectorias biográficas, carreras políticas y relaciones generacionales. Diversas teorías muestran que la socialización perdura a lo largo de toda la vida, pero es especialmente importante el aprendizaje adquirido por los seres humanos en las dos o tres primeras décadas de existencia (primeros 30 años de vida), periodo en el que se forman biológica, psicológica y socialmente (Caballero y Baigorri, 2019; Giddens, 2011; Ghiardo, 2004; Herrero, 1977; Mannheim, 1993). Por tanto, se considera esta fase de la vida, así como el periodo de desempeño político, para clasificar las generaciones de presidentes del Gobierno de España durante la reciente etapa democrática.
En este escrito entendemos por generación: el conjunto de las personas nacidas en un intervalo temporal conformado por 15 años de convivencia en un mismo contexto histórico-social. Tal intervalo conforma una fecha clave que define cada generación mediante un año central de nacimiento, siendo sus límites temporales siete años antes y siete años después de dicho año (Ortega y Gasset, 2017b: 398‑408; Marías, 1949). El liderazgo político de los presidentes del Gobierno de España durante el periodo democrático es la variable objeto de estudio. Aplicando el método de las generaciones como derivada del enfoque histórico-interpretativo, pretende responderse las preguntas de investigación enunciadas en la introducción. A este respecto, la Tabla 2 muestra una propuesta de clasificación generacional de los presidentes españoles, atendiendo a los criterios expresados en la Tabla 1.
La clasificación generacional aquí ofrecida, en parte, coincide cronológicamente con la propuesta por Álvaro Espina (2004). Este autor elaboró un análisis demográfico de cinco generaciones nombrándolas con un hecho histórico característico y definiendo el intervalo de fechas de su nacimiento: “la de la guerra [1916‑1930], la de la posguerra [1931‑1945], la del desarrollo [1946‑1960], la del cambio [1961‑1975] y la del milenio [1976‑1990]” (Espina, 2004: s/p). Esta práctica es habitual en los estudios de las generaciones (Caballero y Baigorri, 2019; Duffy, 2022; Ghiardo, 2004). Aunque referirse a las generaciones por un único hecho histórico lleva a su cosificación y a la ilusión unificadora generacional. Poner un nombre a una generación es un atajo cognitivo que oculta las contradicciones, conflictos y tensiones sociopolíticas mostradas dentro de los grupos generacionales. Por ejemplo, entre la llamada “generación de la guerra” quienes se exiliaron desde el inicio de la contienda, en 1936, no participaron en la misma y nunca regresaron a España es equívoco referirse a ellos bajo tal rúbrica. Probablemente los miles de exiliados de la guerra civil española y ubicados en dicha generación vivieron otros conflictos y guerras. Además, por importante que sea un hecho histórico, este es necesario ubicarlo en su dinámica sociopolítica, como muestra la Tabla 2. Es decir, desde la perspectiva del análisis político, es más útil el estudio formal y longitudinal de las generaciones (Braungart y Braungart, 1986: 223; Mannheim, 1993 y 2017).
La Tabla 2 muestra y clasifica cuatro generaciones de presidentes, cuyos detalles se comentan más adelante. Por ahora, cabe resaltar que los presidentes españoles de la etapa democrática (1977‑2023) nacieron y se socializaron en cuatro contextos generacionales diferentes, tanto en términos históricos como de cultura política. Así, Adolfo Suárez y Leopoldo-Calvo Sotelo pertenecen a la primera generación, cuyo intervalo de fechas de nacimiento (1924‑1938) se ubica en la etapa política más convulsa de la España contemporánea. Durante tal intervalo se produjeron varios cambios de régimen, manejando la violencia política de modo recurrente (dictadura de Primo de Rivera, Segunda República y Guerra Civil). Es el periodo de mayor convulsión pública del país. Por su parte, la segunda generación, en la que aparecen Felipe González y José María Aznar, nació en un intervalo de fechas (1939‑1953) coincidente con la primera fase de la dictadura militar de Franco. Y, por ello, se imponen patrones de cultura política típicos de un régimen dictatorial, autárquico y represor, que vive su momento de mayor aislacionismo, y en estado de guerra hasta 1948. A partir de 1953, sobre todo con los acuerdos entre España y Estados Unidos (pactos de Madrid), la dictadura franquista accedió a las organizaciones internacionales (en 1955, España accede a la ONU, etc.). La tercera generación, representada por Mariano Rajoy y José Luis Rodríguez Zapatero, se instala dentro del intervalo temporal 1954‑1968. Lo más característico de este nuevo contexto generacional es la evolución de la dictadura franquista hacia la fase del aperturismo económico y el desarrollismo. Ambos hechos cambiarán de facto la sociedad española, pues fomentan un gran éxodo poblacional interior del campo a las ciudades, así como la emigración hacia varios países europeos. Además, en los años sesenta aumentan las protestas sociales contra el franquismo y aflora una juventud con ambiciones políticas precoces. La cuarta generación está constituida por el presidente Sánchez, y el intervalo temporal de nacimiento va de 1969 hasta 1983. Aquí surge un cambio de régimen político, pasando de una dictadura militar a una monarquía parlamentaria: es el tiempo de la travesía del tardofranquismo a la Transición. Precisamente, en el año central de la cuarta generación (1976) sucedió un acontecimiento relevante para el cambio político: se aprobó la Ley para la Reforma Política con el liderazgo de Suárez. Así se impuso la vía reformista en la Transición y en la consolidación democráticas (Linz, 2019; Jiménez-Díaz, 2022), construyendo un régimen nuevo “con los ladrillos del antiguo” (Preston, 2020: 187‑233).
El semblante socio-demográfico de los presidentes del Gobierno españoles en la etapa democrática, en el momento de acceso a sus cargos, se corresponde con el siguiente perfil. El presidente es (y ha sido) un hombre de entre 40 y 56 años de edad; el más joven fue Felipe González (40 años), y los más mayores fueron Rajoy (56 años) y Calvo-Sotelo (54 años). Por su parte, Suárez, Aznar y Rodríguez Zapatero accedieron al puesto a los 43 años, en tanto que Pedro Sánchez ha ostentado el cargo a los 46 años. Así, la media de edad de los presidentes es de 46,6 años, por debajo de la edad media de los primeros ministros y/o presidentes de otras democracias de la Unión Europea —UE— (Ordaz, 2018) y del mundo. Ello confirma la juventud relativa de la democracia española respecto a dichos países (Jiménez-Díaz, Delgado-Fernández y Collado-Campaña, 2019), y que la etapa vital de predominio político en las pasadas décadas se corresponde con la clasificación expuesta en la Tabla 1.
Además, casi todos los presidentes han pertenecido a familias de clase media o clase media-alta, salvo Calvo-Sotelo que procedía de una familia de clase alta con vínculos nobiliarios. Los presidentes recibieron una educación en centros educativos religiosos, como en los casos de González, Aznar, Rodríguez Zapatero y Rajoy. Además, Suárez y González se desempeñaron como dirigentes juveniles de varias asociaciones católicas. Los presidentes estudiaron la Licenciatura de Derecho, excepto Sánchez que es licenciado y doctor en Ciencias Económicas, y Calvo-Sotelo que fue ingeniero de Caminos, Canales y Puertos. Sólo estos dos últimos presidentes han dominado idiomas extranjeros. También casi todos los jefes del Ejecutivo desempeñaron una función relevante en sus respectivos partidos en los inicios de sus carreras (Jiménez-Díaz, Delgado-Fernández y Collado-Campaña, 2019; CIDOB, 2024), variando la duración de esa etapa.
Tabla 2.
Los presidentes del Gobierno de España en su contexto generacional
| Generaciones de los presidentes del Gobierno de España / Periodo temporal de presidencias | Periodo 1976‑1982. Cambio de régimen: Transición, Pactos de la Moncloa, Constitución, dimisión de Suárez y golpe de Estado (1981) |
Periodo 1982‑2004
.
Consolidación del régimen. Primera alternancia en el Gobierno (1982). Entrada en Europa (1986). Segunda alternancia (1996) |
Periodo 2004‑2018
.
Crispación política y atentados de Madrid (11-M), crisis económica (2008), ciclo de protesta política (15-M 2011), y procés catalán. |
Periodo 2018‑2023 . Crisis nacionales e internacionales: moción de censura en 2018, gobiernos hiperminoritarios y de coalición, pandemia COVID-19, guerra de Ucrania |
|---|---|---|---|---|
| 1ª Generación Años de nacimiento:1924‑1938. Año central: 1931 (dictadura de Primo de Rivera, II República y guerra civil) |
Adolfo Suárez González (1932‑2014) Leopoldo Calvo-Sotelo (1926‑2008) |
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| 2ª Generación Años de nacimiento: 1939‑1953. Año central: 1946 (primer franquismo: autarquía económica y aislamiento de España) |
Felipe González Márquez (1942) José María Aznar López (1953). (En este periodo, apareció un habitus de generación que influyó en esta y las posteriores generaciones). |
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| 3ª Generación Años de nacimiento: 1954‑1968. Año central: 1961 (apertura económica del franquismo, desarrollismo y tecnócratas) |
José Luis Rodríguez Zapatero (1960) Mariano Rajoy Brey (1955) |
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| 4ª Generación Años de nacimiento: 1969‑1983. Año central: 1976 (designación del presidente Suárez, Transición, Ley para la Reforma Política) |
Pedro Sánchez Pérez-Castejón (1972) |
Fuente: Elaboración propia (2021‑2024), a partir de Marías (1949).
Respecto al perfil político de los presidentes: todos ellos han desarrollado una destacable ambición política dentro de una organización partidista a la que se afiliaron pronto. En general, la clase política española y quienes conforman las cúpulas partidistas dependen mucho de los apoyos internos para desarrollar sus carreras. Esta dinámica se ha intensificado y, en algunos casos, alargado con la evolución de la democracia, puesto que las listas electorales son cerradas y bloqueadas, así como elaboradas exclusivamente por dichas cúpulas. Las carreras políticas más cortas, debido a que ejercieron en los primeros años de la democracia, fueron las de Suárez y Calvo-Sotelo[10] en la Unión de Centro Democrático (UCD). Este fue un partido creado para hacer la Transición y desapareció prácticamente al finalizar esta (Hopkin, 1999).
Después de los dos primeros presidentes y con la consolidación del régimen democrático, las carreras partidistas de los líderes presidenciales se han alargado notablemente en el tiempo. Mientras que la primera generación de presidentes (Suárez y Calvo-Sotelo) permaneció en el poder menos de siete años, la segunda generación (González y Aznar) es la que, hasta ahora, más tiempo ha permanecido en el poder, con casi 22 años en la presidencia del Gobierno, entre 1982 y 2004. Probablemente esta larga experiencia de poder de la segunda generación presidencial resultó en un habitus de generación[11] tendente hacia la profesionalización de la política (Weber, 2007), transmitido a la tercera y cuarta generación (Zapatero, Rajoy y Sánchez).
En este sentido, el jefe de Gobierno con más experiencia pública fue Rajoy, pues cuando accedió al puesto contaba con tres décadas de práctica política. En la misma línea, Rodríguez Zapatero, al asumir la responsabilidad de Presidente, acumulaba 18 años como diputado en el Congreso y unos 25 años de militancia en el Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Aznar contaba con 16 años de experiencia partidista y política en Alianza Popular (AP) y Partido Popular (PP), partido este último que refundó en 1990 de la mano de Manuel Fraga (López-Nieto, 2009; Jiménez-Díaz, Delgado-Fernández y Collado-Campaña, 2019).
Felipe González dispuso de menos rodaje en el liderazgo partidista y en la política de confrontación democrática, pues cuando accedió al Gobierno sólo acumulaba cinco años de diputado y ocho años como Secretario General del PSOE. No obstante, González ha sido la persona que más años permaneció en el cargo, durante cuatro mandatos presidenciales consecutivos (1982‑1996), a la vez que dirigió el PSOE en la etapa hegemónica de esta organización (Delgado-Fernández y Cazorla-Martín, 2017).
Atendiendo a los datos anteriores y respondiendo a la segunda pregunta de investigación, procede estudiar los cambios y/o continuidades políticas que condicionaron las generaciones de los presidentes españoles. Considerando la información de la Tabla 2, la primera generación de presidentes españoles se configura en torno a las personas nacidas hacia 1931. En este año se proclamó la II República y poco después (1932) nació Adolfo Suárez. De tal modo, si se toma el año octavo (1931), por su significancia histórica en el devenir político español, como año central de nacimiento de esta primera generación, conformarían un grupo las personas nacidas entre 1924 y 1938. Esta primera generación de presidentes, como se ha mostrado, está representada por Adolfo Suárez (1932‑2014) y por Leopoldo Calvo-Sotelo (1926‑2008).
Los dos primeros presidentes ocuparon cargos políticos de relevancia en la dictadura franquista, y ostentaron la jefatura del Gobierno en la Transición: Adolfo Suárez (1976‑1981) y Leopoldo Calvo-Sotelo (1981‑1982). Ambos lideraron la reforma política-institucional evitando la ruptura (Preston, 2020). Junto a ellos dos, otras personas de su misma generación y de otras generaciones anteriores protagonizaron la Transición. Tal es el caso del rey Juan Carlos I (1938), Manuel Fraga (1922‑2012), Torcuato Fernández-Miranda (1915‑1980), Santiago Carrillo (1915‑2012), Fernando Abril-Martorell (1936‑1998) y Alfonso Guerra (1940).
Adolfo Suárez y Felipe González (1942) vivieron un contexto más propicio para la aparición de liderazgos innovadores y basados en la transacción, al tiempo que ambos tuvieron que gestionar crisis políticas y económicas tanto en sus mandatos como dirigentes de los partidos que regían como en sus cargos presidenciales (Linz, 2019). Este protagonismo político llevó a la presidencialización y personalización del sistema político español (Montabes, Garrido y Martínez, 2019; Picarella, 2009). En el caso de González, situado en la segunda generación (nacida hacia 1946), estuvo casi catorce años en el Gobierno (1982‑1996) y acabó su mandato, denominado como “felipismo”, con una gran merma en su credibilidad pública, pero manteniendo una valoración por encima del aprobado (Rico, 2009: 47).
El relevo en la presidencia del Gobierno que supuso el primer mandato de José María Aznar (1953), perteneciente a la segunda generación, al igual que González y con quien tuvo que disputar el liderazgo presidencial, implicó cierta recuperación de las políticas de pactos de la Transición. De hecho, Aznar negoció con diversos partidos políticos su primera investidura, asunto que ya preveía el líder conservador poco antes de alcanzar el poder, cuando publicó su libro: España. La segunda Transición (Aznar, 1995). Además, la necesidad de negociar con partidos de la oposición estuvo vigente en el último mandato del presidente González (1993‑1996), quien tuvo que pactar su investidura y los presupuestos generales del Estado con los partidos nacionalistas mayoritarios del País Vasco y Cataluña: Partido Nacionalista Vasco (PNV) y Convergencia i Unió (CiU).
Esta política de negociaciones, sin embargo, se relegó en la segunda legislatura de Aznar, en la que este gobernó con mayoría absoluta y con un talante más alejado de la opinión pública. La tendencia a gobernar sin considerar las ideas y propuestas de la oposición hizo que el presidente Aznar se percibiera como distante de la ciudadanía en temas como la Guerra de Iraq de 2003, apoyada expresamente por él. Además, la gestión presidencial de los atentados de Madrid del 11 de marzo de 2004, previa a las elecciones generales, abundó en el clima de opinión negativo hacia el Partido Popular, pues las valoraciones de los líderes estuvieron condicionadas por los sentimientos hacia los partidos (Rico, 2009).
Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy (1955), ubicados en la tercera generación cuyo año central de nacimiento es 1961, inician sus respectivos mandatos presidenciales a partir de 2004. Ambos parecen compartir un mismo habitus de generación: procedían de los aparatos de sus respectivos partidos, y los dos acumulaban una carrera pública de varias décadas, pero sin brillo propio. Los dos líderes, al no ser emprendedores políticos que han de construir una organización desde sus inicios, “[s]on apparatchiks sin capital político propio —no lo tienen principalmente porque las listas electorales son cerradas— que avanzan en sus carreras gracias a su perfil bajo, obediencia, lealtad a la nomenklatura, al aparato o al hiperlíder en caso de que el partido ostente el Gobierno” (Álvarez, 2014: 17).
El primer mandato del presidente José Luis Rodríguez Zapatero (1960) estuvo caracterizado por la crispación y la polarización política, a raíz de las controversias en varios asuntos clave entre el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y el Partido Popular (PP), tales como los citados atentados del 11-M, la retirada de las tropas españolas de Iraq, las negociaciones con la banda terrorista ETA[12], etc. Precisamente, desde 2004 se empezó a difuminar la política de acuerdos de la Transición y, muy posiblemente, desde ese momento se diluyeron los liderazgos innovadores y transformadores que habían predominado en la política española desde los años setenta (Linz, 2019; Llera, 2011).
En marzo de 2008, Rodríguez Zapatero volvió a ganar las elecciones generales por mayoría simple. La segunda legislatura del dirigente socialista estuvo caracterizada por los intentos, varias veces fallidos, de detener los efectos de la crisis económica en España. A mediados de 2010, Rodríguez Zapatero mostró un viraje radical en las políticas desarrolladas hasta ese momento, imponiéndose la austeridad en la política económica nacional para cumplir con los límites presupuestarios impuestos por la UE. En 2011, con el movimiento del 15-M, se llegó al declive y agotamiento de la política de la Transición. El principal lema que difundía dicho movimiento (“No nos representan”) aludía directamente a los políticos que habían gobernado desde finales de los años setenta, pero sin haber solucionado los grandes problemas del país (desempleo, corrupción, diversificación económica, etc.). En un ciclo de cambio electoral y de protesta política, Zapatero y Rajoy acordaron una modificación constitucional entre agosto y septiembre de 2011, que llevó a la reforma del artículo 135 de la Constitución. En este marco legal, desde 2012, se aprobaron todos los presupuestos generales del Estado. Por su parte, el movimiento 15-M reveló ciertas diferencias generacionales entre quienes estaban a favor de la política de la Transición (las dos primeras generaciones, nacidas respectivamente en los años centrales de 1931 y 1946), y quienes criticaban y estaban en contra de la misma (personas más jóvenes nacidas hacia los años de la Transición, año central de 1976).
En este escenario político, dominado por la crisis económica y la crisis política agravada con los escándalos de corrupción, Mariano Rajoy ocupó la presidencia del Gobierno, desde diciembre de 2011 hasta el 2 de junio de 2018. Con la mayoría absoluta obtenida en las elecciones generales de 2011, Rajoy gobernó en un clima de crisis multidimensional, continuando las políticas de austeridad presupuestaria, iniciadas por Zapatero, hasta 2015. En su segundo mandato presidencial (2016‑2018), y tras el bloqueo político que llevó a la repetición de las elecciones generales en 2016, gobernó en minoría, pero se aprobaron unos presupuestos generales para el año 2018. No obstante, en mayo de 2018, apoyándose en una trama de corrupción que afectaba al PP (caso Gürtel), Pedro Sánchez (1972), situado en la cuarta generación de presidentes, fue investido jefe del Ejecutivo tras obtener la confianza parlamentaria en la primera moción de censura constructiva que derribó a un Gobierno español en la historia reciente. Sánchez, mostrando resistencia en diversas crisis internas del PSOE y en sus mandatos presidenciales, consiguió revalidar su presidencia, después de obtener la mayoría de los votos parlamentarios en las respectivas sesiones de investidura de enero de 2020 y noviembre de 2023 (CIDOB, 2024).
El liderazgo del presidente Sánchez, forjado en varios gobiernos hiperminoritarios e iniciando en 2020 el primer Ejecutivo de coalición en la arena nacional, poco tiene que ver con el liderazgo de Felipe González en la presidencia del Gobierno, con tres mayorías absolutas obtenidas en los años ochenta (Giménez-Glück, 2019). Parecen evidentes las diferencias generacionales y políticas entre ambos dirigentes socialistas en sus respectivos estilos de liderazgo, talantes y socializaciones, pero también existen continuidades marcadas por compartir un mismo habitus de generación.
La Tabla 2 revela que diversos presidentes tuvieron la misma posición generacional, a saber: Suárez y Calvo-Sotelo, posición 1; González y Aznar, posición 2; Zapatero y Rajoy, posición 3, así como mantuvieron sus respectivas conexiones generacionales. Sin embargo, entre los referidos presidentes no hubo unidad generacional, pues representaban diferentes talantes, tendencias y/o convicciones dentro de su partido (Suárez — Calvo-Sotelo) o discrepancias ideológicas partidistas como las habidas entre el PP y el PSOE (González — Aznar, y Zapatero — Rajoy). La Tabla 3 muestra estas relaciones generacionales, de forma tentativa y a modo de ideas exploratorias, que deben comprobarse en futuras investigaciones que profundicen en el análisis generacional.
Primero, es necesario recalcar que las generaciones políticas de los presidentes (posiciones generacionales) no constituyen grupos homogéneos ni cohesionados. Nacer en un mismo intervalo de fechas no implica adoptar los mismos valores, comportamientos o talantes a la hora de liderar. Tales valores, comportamientos y talantes varían dentro de una misma posición generacional (véanse los casos de Rajoy y Zapatero). Es decir, que haya conexión generacional entre los presidentes del Gobierno no supone que compartan ideologías, visiones y pensamientos en la arena política. No obstante, dicha conexión sí implica la preocupación por los mismos problemas o asuntos públicos. Por ejemplo, el problema del terrorismo de ETA formó parte de las agendas políticas de Suárez y Calvo-Sotelo, de González y de Aznar, y de Zapatero y de Rajoy, pero cada uno de ellos, incluso desde la misma posición y conexión generacionales, lo gestionó de forma genuina.
Tabla 3.
Relaciones generacionales de los presidentes españoles (1977‑2023)
| Periodo histórico / relaciones generacionales | Posición generacional | Conexión generacional | Unidad generacional | Transmisión de habitus de generación |
|---|---|---|---|---|
| Periodo 1976‑1982 | Posición 1: Suárez — Calvo-Sotelo | Sí | No | No |
| Periodo 1982‑2004 | Posición 2: González — Aznar | Sí | No | Sí. Surge habitus de generación |
| Periodo 2004‑2018 | Posición 3: Zapatero — Rajoy | Sí | No | Sí |
| Periodo 2018‑2023 | Posición 4: Sánchez | Sin datos | Sin datos | Sí |
Fuente: elaboración propia, a partir de Mannheim (1993) y Mauger (2013).
Segundo, tratándose de personalidades tan marcadas como las de los líderes presidenciales, es bastante infrecuente que haya unidad generacional, incluso entre presidentes del mismo partido que gobernaron en la misma legislatura, como fue el caso de Suárez y Calvo-Sotelo. A los dos primeros presidentes del Gobierno, les separaba, además de su diferente clase social y formación educativa, diferentes talantes y convicciones políticas. Además, el partido del que formaron parte (UCD) era una coalición electoral liderada por personalidades adscritas a múltiples corrientes ideológicas, lo que muestra la escasa unidad generacional entre sus dirigentes.
Tercero, el poder político presidencial se compite dentro de una misma generación y/o entre generaciones fronterizas. Es decir, las personas de una misma posición generacional disputan el poder político, tanto en el gobierno como en la oposición. Dichas personas fueron influidas por similares acontecimientos, en su juventud, y es la impronta que tales acontecimientos dejó en ellas la que condicionó ciertos modos de disputar el poder político. Mientras que Suárez parecía poco preparado para la lucha democrática parlamentaria, pues se socializó dentro de la clase política franquista, González mostraba mucha mayor preparación para la competición parlamentaria. La socialización de González transcurrió en la lucha y crítica antifranquista y él pugnó por el liderazgo dentro de su partido, en la primera mitad de la década de 1970, antes de la muerte de Franco, en tanto que Suárez apenas tenía experiencia en la confrontación por el liderazgo en su partido (UCD), creado ad hoc para hacer la Transición (Hopkin, 1999).
Cuarto, las etapas vitales en el campo político (Tabla 1) no deben entenderse como estadios inamovibles y herméticos. El campo político se configura mediante luchas de poder continuas y depende de ciertos cambios y procesos históricos (Martín-Criado, 2008; Weber, 2007). Por ello, las distintas generaciones con posibilidad de competir por el poder se adaptan continuamente a este campo. Esto es, la clasificación de la Tabla 1 debe entenderse desde una perspectiva dinámica y procesual, donde no sólo se suceden generaciones durante los periodos históricos, sino que más bien se superponen y encajan varias generaciones en tales periodos (Herrero, 1977: 42). Así, “lo decisivo en la idea de las generaciones no es que se suceden, sino que se solapan y empalman. Siempre hay dos generaciones actuando al mismo tiempo, con plenitud de actuación, sobre los mismos temas […]” (Ortega y Gasset, 2017b: 404). De hecho, con el aumento de la esperanza de vida, la etapa de predominio (de 45 a 60 años) puede extender su influencia hasta los 70 y más años, como se está viendo en Estados Unidos (Biden, Trump, etc.), Italia (Mattarella) o Portugal (Rebelo de Sousa).
Quinto, esta investigación ha de continuarse para indagar si en los diversos equipos de gobierno de los presidentes españoles existió una posición generacional dominante, así como para profundizar en el conocimiento de los rasgos de la conexión y unidad generacionales de dichos presidentes. Por ahora, cabe confirmar que los presidentes accedieron al poder al final de la etapa de iniciación (de 30 a 45 años) o en la etapa de predominio (de 45 a 60 años). Esto mismo se observa en los directores del Gabinete de la presidencia del gobierno en España, desde 1977: la mitad de ellos accedieron al cargo a edades comprendidas entre los 46 y 54 años, y el resto lo hizo entre los 34 y 43 años (Garrido y Martínez, 2018: 78)[13]. Así, habitualmente se muestra la misma posición y conexión generacionales entre los presidentes y sus jefes de Gabinete, desde la primera presidencia de González, salvo en los casos de Carmen Díez de Rivera y Suárez, Eugenio Galdón y Calvo-Sotelo, y José Enrique Serrano (2004‑2011) y Zapatero (CIDOB, 2024).
Sexto, el PSOE fue el partido dominante durante más de un decenio (1982‑1993), lo que le llevó a abarcar casi “todos los espacios relevantes del sistema nacional de poder […]. La distancia electoral y parlamentaria del PSOE respecto a la coalición AP-PDP resulta de una magnitud inédita […] y da lugar a un estilo de gobierno desconocido desde 1977” (Wert, 1994: 630‑631). Probablemente, en dicho decenio se forjó un habitus de generación en la clase política española, que parece tener ecos hasta el presente. Respecto a los responsables ministeriales del primer gobierno de Felipe González (1982‑1986), algunos ministros permanecieron en el poder hasta los años 1990; entre ellos existía posición, conexión y unidad generacionales, al menos entre los ministros más afines al presidente González, tales como Almunia, Barrionuevo, Maravall, Serra, Solana y Solchaga (Jiménez-Díaz, 2022; Ortega-Ruiz, 2015; Rodríguez Teruel, 2011).
Séptimo, en efecto, según la Tabla 3, durante el periodo 1982‑2004 se desplegó un habitus de generación que ha condicionado la forma de comportarse, y de ver y hacer política desde la segunda generación de presidentes españoles (González y Aznar). Ese habitus de generación, tendente hacia la profesionalización de la política, ha influido en varias generaciones de presidentes (González — Aznar, Zapatero — Rajoy, y Sánchez). Es decir, en principio, el relevo generacional de los presidentes no implica per se cambios profundos en las formas de hacer política. A este respecto, es revelador que el Director de Gabinete del presidente Zapatero, entre los años 2004 y 2011, fuera José Enrique Serrano (1949), quien ya había ocupado este mismo cargo, entre 1995 y 1996, en el Gobierno de González. Asimismo, el Gobierno de Zapatero recuperó como ministros a varias personas que ejercieron puestos relevantes en los gobiernos socialistas de los años ochenta y noventa. En efecto, políticos pertenecientes a la segunda generación siguieron ostentando relevancia pública, a partir de abril de 2004, cuando los presidentes de la segunda generación estaban retirados. Ese fue el caso de Alfredo Pérez-Rubalcaba (1951) que ejerció de ministro de la Presidencia y portavoz del Gobierno, 1993‑1996; ministro del Interior, 2006‑2011; vicepresidente primero del Gobierno y portavoz del Gobierno, 2010‑2011. María Teresa Fernández de la Vega (1949) fue secretaria de Estado de Justicia, 1994‑1996; portavoz del Gobierno de España, 2004‑2010; ministra de la Presidencia y portavoz del Gobierno y vicepresidenta primera, 2004‑2010. Pedro Solbes (1942) se desempeñó como ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación, 1991‑1993; ministro de Economía y Hacienda, 1993‑1996 y 2004‑2009, y vicepresidente segundo, 2004‑2009. Manuel Chaves (1945) ejerció de ministro de Trabajo y de Seguridad Social, 1986‑1990; presidente de la Junta de Andalucía, 1990‑2009; ministro de Política Territorial y vicepresidente tercero, 2009‑2011. José Bono (1950) fue presidente de Castilla-La Mancha, 1983‑2004; ministro de Defensa, 2004‑2006; y presidente del Congreso de los Diputados, 2008‑2011. Elena Salgado (1949) fue secretaria general de Comunicaciones (1991‑1996) y encabezó varias carteras ministeriales con Zapatero, entre ellas Administraciones Públicas, 2007‑2009, y Economía y Hacienda, 2009‑2011. Cristina Narbona (1951)[14] fue secretaria de Estado de Medio Ambiente y Vivienda, 1993‑1996, así como ministra de Medio Ambiente, entre 2004 y 2008. Miguel Ángel Moratinos (1951) fue embajador de Marruecos, 1984‑1987; director general para África, 1993‑1996; embajador de Israel, 1996‑1997; y ministro de Asuntos Exteriores, 2004‑2010.
Por su parte, los gobiernos de Sánchez, entre 2018 y 2023, reproducen también el habitus de generación surgido en los años ochenta y noventa. Así, cabe destacar el protagonismo de Josep Borrell (1947) que ejerció de secretario de Estado de Hacienda, 1984‑1991; ministro de Obras Públicas y Transportes, 1991‑1996; presidente del Parlamento Europeo, 2004‑2007; ministro de Asuntos Exteriores, 2018‑2019; Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, desde 2019. Carmen Calvo (1957), además de haber sido ministra de Cultura con Zapatero, entre 2004 y 2007, lideró el ministerio de la Presidencia y de Relaciones con las Cortes (2018‑2021). Margarita Robles (1956) se ocupó de la secretaría de Estado del Interior y de la Dirección de Seguridad del Estado, 1994‑1996, así como del ministerio de Defensa, desde 2018. Isabel Celaá (1949) fue consejera de Educación del Gobierno Vasco, 2009‑2012; portavoz del Gobierno de España, 2018‑2020; y ministra de Educación y Formación Profesional, 2018‑2021. Luis Planas (1952) ha ejercido varios altos cargos: consejero de la Presidencia de la Junta de Andalucía, 1994‑1996; Embajador de España en Marruecos, 2004‑2010; ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación, 2018‑2023.
El referido habitus de generación se reprodujo también en los gobiernos de Rajoy, entre 2011 y 2018. En este caso, cabe subrayar el predominio de varios ministros y/o altos cargos que ya lo fueron con Aznar. Rajoy lideró varios ministerios, entre ellos los de la Presidencia y del Interior, con el presidente Aznar. Cristóbal Montoro (1950) fue secretario de Estado de Economía, de 1996 al 2000, y Ministro de Hacienda, de 2011 a 2018. José Manuel García-Margallo (1944) fue diputado del Parlamento Europeo (1994‑2011) y ministro de Asuntos Exteriores (2011‑2016). Alberto Ruiz-Gallardón (1958) ejerció como presidente de la Comunidad de Madrid (1995‑2003), alcalde de Madrid (2003‑2011) y ministro de Justicia (2011‑2014). Pedro Morenés (1948) se desempeñó como secretario de Estado de Defensa (1996‑2000) y secretario de Estado de Seguridad (2000‑2002), así como ministro de Defensa, entre 2011 y 2016. Ana Pastor (1957) fue subsecretaria de la Presidencia del Gobierno (2000‑2001), subsecretaria de Estado de Interior (2001‑2002), ministra de Sanidad y Consumo (2002‑2004), ministra de Fomento (2011‑2016) y presidenta del Congreso de los Diputados (2016‑2019). Miguel Arias Cañete (1950) fue senador y ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación, entre 2000 y 2004, repitiendo en el mismo ministerio entre los años 2011 y 2014. Luis de Guindos (1960) fue secretario de Estado de Economía (2002‑2004) y ministro de Economía y Competitividad (2011‑2018). Jorge Fernández-Díaz (1950) se ocupó como secretario de Estado de las Administraciones Territoriales (1996‑1999), secretario de Estado de Relaciones con las Cortes (2000‑2004), y ministro del Interior (2011‑2016).
El método generacional adquiere utilidad interpretativa y pertinencia analítica para comprender las dinámicas históricas y políticas, sobre todo cuando se aclaran los conceptos que entraña tal método y éste se lleva a la práctica investigadora desde una perspectiva comprensiva, formal y contextualizada (Longa, 2017). Esto es, al aplicar dicho método es necesario elaborar estudios detallados que contribuyan a contextualizar y comprender el cambio o la continuidad generacional, como muestra este artículo.
Una de las ventajas del análisis generacional es su contribución para comprender las relaciones de interdependencia entre acciones y estructuras sociopolíticas (Giddens, 2011; Mannheim, 1993; Marías, 1949; Ortega y Gasset, 2017a y 2017b), puesto que ese análisis se fundamenta en una teoría de alcance intermedio (Merton, 2002), como la teoría de las generaciones. También, permite la investigación detallada de la evolución de las trayectorias biográficas y las carreras políticas de los agentes estudiados. Además, aporta una mirada diacrónica y longitudinal sobre la continuidad o discontinuidad de las acciones e instituciones mediante las que se relacionan los actores políticos (Braungart y Braungart, 1986). Asimismo, el citado análisis, con su mirada a largo plazo, permite clasificar y jerarquizar las edades de los sujetos políticos y comprender su impacto efectivo sobre el sistema político. En parte, las dos hipótesis se confirman. Pero, la comprobación sistemática de la segunda hipótesis requiere otras investigaciones cualitativas (con entrevistas semiestructuradas y relatos biográficos) que estudien detalladamente cómo se reproduce el habitus de generación en la tercera y cuarta generación de presidentes.
Entre los aspectos más problemáticos del método de las generaciones están, por un lado, determinar los intervalos de fechas de las generaciones y, por otro, nombrar a tales generaciones. Aquí se opta por una denominación y análisis formal de las mismas, así como por determinar las fechas generacionales atendiendo a la relación entre la dinámica de los acontecimientos históricos, los años de nacimiento de los líderes y los contextos de socialización y de confrontación políticas. Sin duda, el análisis generacional de los presidentes no permite comprender, en su totalidad, la realidad y las mudanzas de la política española, sobre todo en tiempos que llevan a la sustitución de quienes ostentan el poder. Esto es, los cambios de régimen político suponen la desaparición de ciertas instituciones políticas en las que actúan los agentes y, así, las rupturas sociopolíticas implican la reconfiguración de las generaciones y de la duración de sus carreras. Por tanto, el potencial analítico de la mirada generacional depende de estudiar las rupturas políticas en el largo plazo.
Finalmente, se requiere aplicar el método de las generaciones en el análisis político, pues posiblemente con el progresivo envejecimiento demográfico la llamada etapa de predominio se esté alargando en España, como sucede en otros sistemas políticos del mundo. Entre las nuevas cuestiones y líneas de investigación cabe señalar: ¿Hasta qué punto los liderazgos políticos autonómicos y locales españoles se atienen a las cuatro generaciones identificadas? ¿Cómo ha condicionado la política española las dos generaciones más jóvenes, entre los 15 y 45 años? ¿Qué influencia efectiva han tenido los liderazgos más jóvenes en los nuevos y tradicionales partidos políticos españoles, durante las pasadas décadas? ¿Qué factores explican la retirada durante la etapa de iniciación de diferentes liderazgos políticos en España?
| [1] |
Este artículo se enmarca dentro de las actividades del proyecto de investigación C‑SEJ‑266-UGR23. |
| [2] |
Véanse las definiciones en el enlace: https://dle.rae.es/generaci%C3%B3n [Consulta: 8/03/2024]. |
| [3] |
Azorín concibió el término “generación del 98” en escritos de prensa, publicados a principios del siglo xx en su libro Clásicos y modernos, 1913 (Enciclopedia Humanidades, 2024). |
| [4] |
Estos conceptos se utilizan en el sentido ofrecido por Ortega y Gasset (2017b). |
| [5] |
Entre paréntesis aparecen los términos utilizados en el texto original alemán (Mannheim, 2017: 103). |
| [6] |
Véase, también: https://humanidades.com/generacion-del-98/ (fecha de consulta: 14/03/2024). |
| [7] |
El análisis detallado de los significados y contenidos permite diferenciar “la conexión generacional en unidades generacionales” (Mannheim, 1993: 223). |
| [8] |
Mientras Mannheim propone un enfoque sociológico que enfatiza el carácter colectivo del fenómeno generacional, Ortega elabora un enfoque elitista atendiendo a las tensiones derivadas de la disputa del mando en la sociedad de masas que relega a las minorías (Sánchez de la Yncera, 1993: 181‑182). |
| [9] |
Así ocurrió en los casos de Santiago Carrillo (1915‑2012) y de José Antonio Primo de Rivera (1903‑1936) en los años 1930, y entre la juventud universitaria española de la década de 1960. |
| [10] |
Ambos líderes tuvieron una carrera pública durante el franquismo: Suárez entre 1957 y 1975, y Calvo-Sotelo, entre 1967 y 1975 (Linz, 2019). |
| [11] |
El habitus de generación es una “tendencia hacia un modo de comportamiento, una determinada manera de sentir y de pensar” (Mauger, 2013: 132). |
| [12] |
ETA (Euskadi Ta Askatasuna: País Vasco y Libertad) fue una organización terrorista, ubicada en el País Vasco, que se proclamaba independentista, nacionalista, socialista y revolucionaria. Desde su aparición, asesinó a 845 personas en España. |
| [13] |
Véase también, Óscar López Águeda (1973), director del Gabinete de la presidencia del Gobierno, que accedió al cargo con 47 años, en 2021. |
| [14] |
Narbona es presidenta del PSOE, desde 2017, y fue vicepresidenta primera del Senado, de 2019 a 2023. |
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José Francisco Jiménez-Díaz es Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología (1998), y Doctor en Sociología (2004), por la Universidad de Granada. Es profesor titular de Ciencia Política y de la Administración en la Universidad Pablo de Olavide (Sevilla). Sus líneas de investigación versan sobre liderazgo político, pensamiento político, teoría política, globalización y migraciones, con especial atención al contexto español. Estas líneas las trabaja dentro de diferentes proyectos de investigación nacionales e internacionales de los que resultan más de 100 publicaciones, aparecidas en libros, capítulos, y artículos de investigación y de divulgación científicas. Entre sus libros cabe destacar las coediciones, junto al Doctor Santiago Delgado Fernández: Political Leadership in the Spanish Transition to Democracy (1975‑1982), Nova Science Publishers, Nueva York, 2016; Ideas políticas para un mundo en crisis. De la Ilustración al siglo xx, Comares, Granada, 2021. Recientemente, ha publicado la monografía Miradas y meditaciones de la polis. Introducción a la Teoría Política, Tirant lo Blanch, Valencia, 2023. Ha publicado artículos de investigación en las revistas: Perseitas, Política y Sociedad, Revista de Estudios Políticos, Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, Revista Española de Investigaciones Sociológicas, Revista de Sociología e Política, Sustainability, etc. |