En una mirada curiosa a la portada nos puede rondar ya la pregunta: ¿Qué lleva a un filósofo referente en los estudios de las formas de poder, de la cuestión neoliberal o de la obra de Marx a estudiar Chile? Pierre Dardot, comúnmente junto a Christian Laval, nos tenía acostumbrados a obras sobre conceptos y grandes ideas, véase Común (‍2015), La nueva razón del mundo (‍2015) o Dominar (‍2021). ¿Por qué Chile? Si tenemos en cuenta la relevancia de Dardot en la reflexión sobre el neoliberalismo las piezas comienzan a encajar. No por veces repetido debemos dejar de decirlo, Chile es un punto iniciático de esta teología política, que diría Villacañas (‍2020), y que nos viene acompañando ya por medio siglo. La línea que se traza es que Chile se postuló autoconsciente de esta posición en octubre de 2019 y ha tratado de erigirse como principio del fin neoliberal. Aquí no hay novedad alguna, son múltiples las reflexiones en este sentido, el acontecimiento es el encuentro. Este es quizás uno de los grandes alicientes del libro, esos encuentros que vienen motorizados por el accionar de la política, esos encuentros entre los enunciadores de teorías y los casos paradigmáticos que les dan vida.

En La memoria del futuro: Chile 2019-‍2022 Dardot nos interpela a pensar si Chile nos ha ofrecido motivos suficientes para ilusionarnos políticamente, se pregunta cuánto hay de ese principio del fin o qué actores son los protagonistas. La respuesta más convincente quizás la hallemos en la propia decisión de escribir un libro para pensar lo sucedido en el Chile del estallido social. Se pregunta a la manera del intelectual de ideas comprometidas (‍Fuentes y Archilés, 2018). Esto que le hace ganar en cercanía y complicidad con el lector, en este caso le hace perder ese mayor vuelo categorial y analítico al que nos tenía acostumbrado. De tal manera que no acaba de ofrecernos una lectura analítica desde la caja de herramientas conceptual de sus obras precedentes. Pero, tampoco, en un ensayo escrito con velocidad (‍Traficantes de Sueños, 2023), logra la profundidad explicativa de los movimientos, partidos, actores y sucesos del periodo, que podemos encontrar en la prolija ciencia política chilenista.

Pensemos en la sostenida obra de Juan Pablo Luna (‍2008, ‍2011, ‍2021) en torno al sistema de partidos chilenos, la relación partidos y sociedad civil, o la cuestión sobre la crisis de representación (‍Luna, 2017; ‍Avendaño, 2019). Pero también el propio Luna (‍2022) o Rovira Kaltwasser (‍2023) sobre el gobierno Boric; Díaz, Rovira y Zanotti (‍2023) sobre la derecha populista radical chilena; la cartelización del sistema de partidos chileno postransicional (‍Mayol, 2016; ‍Madariaga y Rovira Kaltwasser, 2020); élites chilenas y (desconexión) (Atria y Rovira Kaltwasser, 2021); (des) movilización, gobernanza y neoliberalismo (‍Jara Ibarra, 2019); más genéricos al abordar como conjunto la crisis del modelo chileno (‍Castiglioni, 2019) o desafíos para la representación política (‍Castiglioni y Rovira, 2016; ‍González-Flores, 2024).

Dardot se pregunta por las posibilidades y los tiempos del cuestionamiento y la superación neoliberal en Chile, está pensando en horizontes más allá de sus fronteras. Donde «la singularidad de Chile (...) consiste en el intento de experimentar una ruptura con el neoliberalismo globalista y el populismo autoritario en nombre de la democracia» (p.24). Se pregunta si había una serie de causas que necesariamente desembocaban en el estallido o es el estallido el que dio sentido y vio las causas en la vivencia neoliberal. La memoria del futuro es la respuesta que Dardot encuentra y plantea como horizonte.

El neoliberalismo permea el conjunto de lo social, se traduce en prácticas cotidianas y cuenta con un ethos político, a este último dedica el primer capítulo. El ethos político neoliberal en Chile es el concertacionismo. Este no se restringe a la coalición de partidos que le otorga el nombre. Es un espíritu fundado sobre el consensualismo, el institucionalismo representativo y la profesionalización de la política. Que se asienta sobre la aceptación de la Constitución del 80 y que bajo la premisa de eludir el conflicto y fomentar la paz social es el sostén del statu quo neoliberal. Dardot va a señalar su dimensión tecnocrática y antiparticipativa que sustraería de la política la deliberación colectiva sobre asuntos de la res pública. Entiende a las identidades y proyectos políticos ideológicos como polarizantes y politizadores, negando ante la sociedad su propia condición identitaria e ideológica. Generando como resultados la escasez de alternativas y altos niveles de apatía y despolitización.

Para el autor el estallido social, en parte, es un levantamiento frente al concertacionismo, cuya respuesta ante el mismo no pudo ser sino un dejanoslo a nosotros, que buscaba una retirada del momento plebeyo a los cuarteles de invierno. Que a juicio del autor logra revitalizarse y actualizarse a través de la presidencia Boric, de quien nos deja una demoledora crítica de su primera etapa como presidente. En especial motivada por la pervivencia consensualista-tecnocrática en su concepción política y al mantenimiento de la militarización de la Araucanía.

El estallido es, sobre todo, para Dardot un levantamiento de carácter espontaneista frente al neoliberalismo, un movimiento revolucionario en el sentido de autoinstitución de la sociedad. Que viene motorizado por el movimiento feminista, movimiento estudiantil y la cuestión mapuche. Respondiendo a la pregunta de las temporalidades, no sería sólo movimientos que vienen del pasado, sino que inscriben un sentido al mismo. Acorde con sus obras previas, la potencia del neoliberalismo está en convertirse en un conjunto de prácticas sociales cotidianas que se sedimentan en capas de experiencia y que son parte ya del sentido común de la vivencia chilena. Los resultados que genera tienen que ver con un desánimo existencial, frustración y una persistente precariedad. Una fortaleza es la identificación de la paradoja de que las consecuencias del neoliberalismo empujan tanto el descontento y a la vez frenan el avance el 4 de septiembre de 2022.

Es un libro de corte movimentista, que otorga preferencia analítica a los movimientos sociales. En el segundo capítulo analiza el movimiento mapuche, el movimiento feminista y el movimiento estudiantil. Traza una genealogía, trata de establecer una serie de puntos que les sitúan como los vectores contestatarios al neoliberalismo y su ethos político. Le sirven para ilustrar que la subjetividad neoliberal no puede ser completa. Digamos que la tesis consiste en que cuestiones parciales y restringidas de movimientos sociales contestatarios pasan a ser transversales y tomadas por una mayoría social con el estallido.

El movimiento mapuche es la exterioridad que pone de manifiesto la cuestión del Estado-nación chileno. Argumenta su generalización, una «apropiación símbolos y luchas mapuches por parte de estudiantes y feministas» (p.79). Quien avanza más posiciones en este sentido es el movimiento feminista, que pasa de ser una pretensión particularista a una transversalidad de articulación de luchas, habla de una lucha general contra la precariedad de la vida. Para el caso del movimiento estudiantil, surge ya en respuesta al neoliberalismo en democracia. Este lleva interpelando a la sociedad chilena durante dos décadas con un alto grado de organización, una fuerte gestación de redes de solidaridad y una desbordante creatividad en la acción colectiva. Ha tenido una respuesta represiva del Estado, pero ha logrado granjearse el apoyo mayoritario de la sociedad.

Se observa una fetichización de la praxis política de los movimientos sociales. Dardot parte de la premisa de que la acción de los partidos es antipopular y la acción de los movimientos responde directamente a una suerte de voluntad real de la ciudadanía. En parte viene motivado del presupuesto de partida de que toda forma representativa de la política equivale a una suerte de sustitución sustractora de la expresión directa de la voluntad y la movilización popular. Otras de las claves de su juicio negativo lo podemos encontrar en el debate entre la forma partido-movimiento y partido como máquina electoral, donde este segundo modelo a juicio de Dardot se acabaría imponiendo en el Frente Amplio. De tal manera que la dirigencia proveniente del movimiento estudiantil da el salto a la política profesional con una nueva actitud hacia los movimientos sociales, que consiste en el apoyo o rechazo de políticas, pero no en la capacidad de decisión y determinación.

Sin duda, una de las grandes preocupaciones es la cuestión constituyente a la que dedica gran parte del tercer y cuarto capítulo. Se pregunta si estamos ante un proceso que podamos considerar constituyente. Situando su gran preocupación en la subordinación o no del proceso a la Constitución del 80. La primera sensación de Dardot es no ver tal carácter al no estar ante una Asamblea Constituyente. Un proceso de la ley a la ley que decía el político franquista Torcuato Fernández-Miranda, y este es el vicio fundante que señala. Es una subordinación a la Constitución de Jaime Guzmán y sus boys. Ve una Convención Constitucional que no cuenta con funciones legislativas ni autonomía presupuestaria, que no ejerce como soberana ni puede representar un nuevo orden.

Si bien, la obra se fortalece al no quedarse aquí, es un proceso ambivalente. Tiene a su juicio un carácter constituyente por la vía de los hechos, a través de su emergencia como una de las demandas fundamentales de la mayor movilización de la historia democrática chilena. También, recuperó su naturaleza constituyente por la vía del derecho, después de que el Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución del 15 de noviembre de 2019 se la negara. La recupera a través de los resultados aplastantes del plebiscito de octubre de 2020 y la mayoría izquierdas-independientes en la Convención Constitucional que emerge de las elecciones de mayo de 2021.

Valora positivamente la composición de la Convención en términos de género, de presencia de pueblos originarios, de presencia juvenil, diversidad laboral y la alta presencia no partidista. Junto a lo que considera un proceso transparente y participativo. Lo que le lleva a afirmar «la radical novedad de esta Constituyente: es sin duda, si no el proceso constituyente en sentido absoluto, al menos uno de los más participativos que ha tenido lugar nunca» (p.169). Hace una apuesta por combinar fondo y forma que le lleva a una preferencia normativa por la deliberación colectiva frente a un «procedimiento elitista o expertocrático» (p.210).

En el quinto capítulo realiza un análisis del texto constitucional, tratando de observar que agendas de derechos avanzan más. El análisis jurídico lo fundamenta en la interpretación de Gargarella (‍2020) y toma como punto de análisis la diferencia entre parte dogmática y orgánica de las constituciones. Su tesis es que es un proyecto constitucional valiente en el bloque de derechos o dogmático y timorato en el bloque institucional-orgánico. Este último no favorece la participación ciudadana, no garantiza con fuerza la eficacia de los derechos y «sigue siendo ante todo representativo, y esta es su principal limitación» (p.202). Elementos que no se circunscriben a Chile, sino sería una constante latinoamericana.

Al llegar a la derrota del 4 septiembre, identifica las causas en la cuestión de la propiedad de la vivienda, el abordaje de la plurinacionalidad, la decepción con el gobierno Boric y la crítica a la Convención. Observando las corrientes profundas en el éxito del Estado-nación chileno que retorna en forma de reacción «del núcleo reprimido de lo colonial» (p.213) y en la potencia de la subjetivación neoliberal. Crítica el nuevo proceso al fundamentarse en la búsqueda del consenso y la tecnocracia entre partidos como alternativa al conflicto. Esto desde su concepción de la democracia. Ya que argumenta que: «la verdadera democracia (...) sólo puede ser deliberativa» (p.223) y donde tomando a Castoriadis se postula que «en democracia no hay expertos en política» (p.222).

Parece que acaba concluyendo con un todo está perdido. De lo que entiende de positivo de octubre 2019 ya no quedaría nada. Acaba cayendo en la tesis de la futilidad que señala Hirschman (‍2020) donde los intentos de transformación social parecerían siempre destinados a la derrota. Profecía autocumplida y argumento teleológico, necesitamos aspirar a más. Esto también puede ser regresar al modelo de pensamiento previo a 2019, a un cinismo frente a la potencialidad transformadora de la acción colectiva. La huella de octubre de 2019 tampoco se borra de la noche a la mañana, y esto en parte lo introduce el propio Dardot cuando abraza al movimiento feminista chileno y su memoria del futuro. Que no es sino «ese ejercicio de imaginación política que nos prohíbe situar lo deseable en un pasado que deberíamos tratar de reproducir o restaurar» (p.226). Es una noción que nos lleva a la acción política sin tener que desvelar sentidos en la historia, a ocuparnos del presente «desde el lugar que queremos ocupar en el futuro» (p.226). Porque empezar a hablar del neoliberalismo en pasado implica, como se narra en la novela Anatomía de la Memoria del mexicano Eduardo Ruiz Sosa, que: «El pasado es una cosa que solo puede terminar, algún día, quién sabe cuándo» (21).

Bibliografía[Subir]

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