«En casa y en el extranjero los enemigos de Serbia se están preparando contra nosotros. Nosotros les decimos: no tenemos miedo. No retrocederemos ante la batalla». Slobodan Milosevic. Gran mitin en Belgrado, 19 de noviembre de 1988.

Comprender el libro que se reseña a continuación requiere hacer una previa contextualización del inicio de desintegración del otrora país balcánico. El 25 de junio de 1991 la República Federativa Socialista de Yugoslavia dejaba de existir tras la proclamación de independencia de las repúblicas de Eslovenia y Croacia. Sin embargo, el lento declinar hasta su extinción había comenzado una década antes. El país, que se había refundado a la finalización de la II Guerra Mundial bajo la bandera comunista y el liderazgo carismático del mariscal Tito, se organizó territorialmente a partir de la constitución de 1974 en seis repúblicas (Serbia, Croacia, Montenegro, Macedonia, Bosnia y Eslovenia) y dos provincias autónomas (Voivodina y Kosovo). Contaba con tres confesiones reconocidas (ortodoxa, católica y musulmana), cinco idiomas oficiales (serbo-croata, esloveno, macedonio, albanés y húngaro) y dos alfabetos (cirílico y latino). En lo político, huérfanos de la figura unificadora, desde 1980, se optó en la presidencia del Gobierno por una presidencia colectiva anual rotativa para la Federación, que fue ineficiente y no evitó las rivalidades entre las repúblicas.

En lo económico, verdadero acicate que espoleó las tensiones étnicas dormidas hasta entonces, las repúblicas descentralizadas tenían competencias de gestión casi plenas, originando un crecimiento desigual entre el norte industrializado (Croacia y Eslovenia) y el empobrecido sur (Macedonia, Kosovo). Se establecieron aranceles entre repúblicas y la economía autogestionada comenzó a entrar en barrena. Con estos condicionantes, la década de los 80 se inició con un proceso inflacionario creciente e imparable. En 1988, la inflación ya había llegado al 200% devorando las tres cuartas del poder adquisitivo de los hogares yugoslavos anterior al fallecimiento de Tito (El País, 1988). El desempleo, algo inaudito en una economía socialista, era del 25% y la deuda externa se acercaba a los 20.000 mil millones de dólares. Al año siguiente el Fondo Monetario Internacional presentó un plan de choque de liberalización de la economía al primer ministro Ante Markovic. Reacio a desmantelar por completo el entramado colectivista no obtuvo ningún crédito del FMI. La moneda nacional, el dinar, se hundió.

En este abrumador escenario, que anunciaba una catástrofe, comenzaron los programas separatistas de carácter étnico que acabaron con la implosión de Yugoslavia. En 1987 emergió la figura de Slobodan Milosevic y su idea de constituir una gran Serbia. En un principio, iniciando una campaña para controlar el poder de la Federación mediante la reforma del sistema de votación. Ante su imposibilidad comenzó a imponer a sus patrocinados mediante multitudinarias marchas de nacionalistas serbios a los distintos territorios donde estos eran mayoría. En 1989, Milosevic ya controlaba la mitad de los votos del órgano colegiado pues controlaba los de la propia Serbia, Montenegro, Voivodina y Kosovo.

En este contexto se hizo visible la figura de otro de los actores protagónicos de la tragedia yugoslava: Milan Kucan. El presidente de Eslovenia denunció la maniobra de Belgrado como ilegal y se opuso frontalmente temiendo una próxima intervención de la autonomía eslovena. En diciembre de ese año, Kucan anunciaba la reforma de la constitución para impedir interferencias del poder federativo. Para presionar al presidente de Eslovenia, Milosevic utilizó dos tácticas. Una fue la organización, sin éxito, de «la marcha de la verdad» por parte de los serbios de Kosovo hacia Liubliana. De mayor calado, fue la convocatoria de un congreso extraordinario de la Liga Comunista Yugoslava (SKJ) entre el 20 y 22 de enero de 1990 para discutir la disidencia eslovena. Las mociones presentadas por los delegados eslovenos no fueron aceptadas. Abandonaron el congreso en la jornada inaugural. En solidaridad también lo hicieron los representantes croatas. El XIV Congreso concluyó con la disolución del partido único.

En simultaneidad apareció el tercer actor de la crisis, Franjo Tudjam. Su partido, la ultranacionalista Unión Demócrata Croata, se hizo con la victoria en las primeras elecciones multipartidistas en mayo de 1990. En respuesta la minoría serbia de la región croata de la Krajina, que temían un nuevo episodio de limpieza étnica como el perpetrado en la II Guerra Mundial, cortaron las carreteras y pidieron el amparo del gobierno de Belgrado. Mientras las autoridades independentistas de Croacia pasaban armas por la frontera.

En enero de 1991 el gobierno de la Federación exigió el desarme croata. Sus responsables fueron convocados a una reunión ante el Consejo Federal. En el cónclave se ofrecieron unas imágenes con cámara oculta que fueron emitidas por televisión en que se vio la compra de armas por parte del gobierno croata. En marzo, en una nueva reunión, celebrada en la sede del Alto Mando del Ejército, el general Kadijevic habló de una guerra civil en ciernes. Pidió la declaración del Estado de emergencia para evitarla. Se procedió a la votación. Se necesitaban cinco votos de los ocho. Quedaba un voto decisivo para la intervención militar. Fue el turno del representante de Bosnia. Era serbio-bosnio. Votaba, no. Fue el principio del fin. Los serbios acto seguido abandonaron la Federación. Cuatro meses después comenzó el conflicto.

Situados brevemente los antecedentes del proceso político, pasados más de treinta años desde el inicio de aquel conflicto, aparece Yugoslavia, el eclipse de la política. Europa ensombrecida, editado por la sección de publicaciones de la Cátedra de la Paz y la Justicia de la Universidad de Alicante con la certera dirección del profesor Manuel Menéndez Alzamora. La obra, incardinada en el eje «Paz, justicia e instituciones sólidas» objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 de Naciones Unidas, fue posible gracias a la oportunidad que brindó la exposición del fotoperiodista Gervasio Sánchez sobre el conflicto. Por otra parte, este libro se suma, a su vez, a una serie de obras que han conmemorado dicha efeméride desde hace un lustro: Ruiz (‍2016), Romero (‍2021), Taibo (‍2023), etc.

De la mano de reputados especialistas en la materia (Marc Casals, Martín de la Guardia, Rodríguez Andreu, Esma Kucukalic, José Ángel Ruiz-Jiménez o Francisco Veiga, entre otros), este libro colectivo a lo largo de diez capítulos (junto a una estremecedora selección fotográfica final) centra su atención en la génesis, desarrollo y consecuencias del episodio más cruento y que mayor impacto dejó impreso en la retina de los conflictos sucesivos acaecidos en los Balcanes en la última década del siglo xx: la guerra por el control de la antigua república yugoslava de Bosnia-Herzegovina entre 1992 y 1995. Siguiendo el esquema trazado con anterioridad, varios de los capítulos en que se relatan los prolegómenos de la contienda señalan la inevitabilidad del conflicto debido a los claros intereses de repartición del territorio entre serbios y croatas. A este respecto, Milosevic y Tudjman mantuvieron varias reuniones secretas (la primera el 25 de marzo de 1991) en las que se acordaron el intercambio de poblaciones, los desplazamientos forzosos y la posibilidad de crear un estado tapón musulmán entre ambas potencias. También el fracaso de los actores internacionales, inicialmente la Comunidad Europea, por la falta de unidad de sus socios al reconocer Alemania unilateralmente la independencia de Eslovenia y Croacia en diciembre de ese año. De esta manera, se dinamitaba el realista y esperanzador plan Carrington que establecía una disolución controlada de la Federación y obligaba a las nacientes repúblicas independientes a respetar a sus minorías étnicas. De otra parte, creó un precedente nefasto pues legitimó el mecanismo de inicio de hostilidades para acto seguido conseguir el respaldo internacional de independencia.

En correspondencia con esa táctica exitosa, en marzo de 1992 el presidente Alija Izetbegóvic proclamó la independencia en nombre de la mayoría musulmana del territorio. Acto seguido los paramilitares serbo-bosnios, capitaneados por Radovan Karadzic y apoyados por los restos del Ejército Popular Yugoslavo, tomaban los suburbios y las montañas que rodeaban Sarajevo. En los meses sucesivos en un avance rapidísimo tomarían las dos terceras partes de la región. Para empeorar la situación, en enero de 1993, los croatas rompían su alianza con los bosniacos y atacaban a los musulmanes en la zona de Herzegovina. Esta situación dejó indefenso a los musulmanes que vivían en el este de la república, pudiendo los serbios iniciar una campaña de limpieza étnica cuyo epicentro fue la tristemente célebre ciudad de Srebrenika. Población que constató el fracaso de las resoluciones de Naciones Unidades de crear zonas seguras y la pasividad de los cascos azules para detener el genocidio. Sólo el poderío de Estados Unidos, mediante bombardeos de la OTAN a las fuerzas serbobosnias, y la imposición de la paz de Dayton en 1995 pudieron bloquear el conflicto.

Según los cálculos más fidedignos el conflicto se cobró la vida de más cien mil víctimas, conllevó el desplazamiento de un millón ochocientas mil personas y veinte mil desparecidos (p.81). El Producto Interior Bruto se redujo un 20% y el sector industrial, principal baluarte de la economía prebélica, quedó inutilizado. El Estado bosnio se mantuvo unificado, aunque dividido internamente en dos entidades: la Federación croata-bosnia (con el 51% del territorio) y la República de Srpska (con el 49% restante). En la práctica la presidencia es rotatoria entre las tres comunidades, pero la soberanía única es una quimera. En la práctica es una etnocracia (p.71), ya que cada comunidad responde a los intereses de su país matriz y existe un bloqueo continúo de las instituciones comunes por rivalidades irredentas.

El bloque temático de los capítulos destinados a glosar las consecuencias de la guerra y la situación presente de la Bosnia actual, acaso el más interesante, nos ofrece un panorama bastante sombrío en todos los sentidos. En el económico, muestra una Bosnia Herzegovina desindustrializada con una economía clientelar basada en el empleo público que supone el 50% del PIB actual. Una tasa de desempleo superior al 30%, bajos salarios y una fuerte emigración que es la única fuente de ingresos junto al turismo. El entramado social colectivista del régimen comunista, que ofrecía una mínima cohesión social, ha sido sustituido por una doctrina neoliberal impuesta por la Comunidad Internacional (Unión Europea, ONU, Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, Organización Mundial del Comercio) que han convertido al país en «un protectorado» de facto (p.118).

Su capital, Sarajevo, producto de los desplazamientos internos en la guerra de la población musulmana rural, ha iniciado un visible proceso de islamización. El proceso ha sido favorecido por la entrada de nuevos actores internacionales, como los medios de comunicación de la Turquía de Erdogan, las entidades bancarias de los Emiratos Árabes o las escuelas de árabe patrocinadas por Arabia Saudí. El territorio serbio por su parte ha pasado a ser un satélite de la Rusia de Putin. La memoria colectiva, ante la eliminación del mito del partisano, símbolo positivo de la Yugoslavia unida anterior, tiene una orientación victimista y rinde culto a los grandes héroes del pasado cuya reputación es dudosa, cuando no bastante siniestra: los serbios a Draza Mihajlovic (el líder chetnik), los croatas encumbran a Ante Pavelic (líder de la pronazi Utascha) y los bosniacos al ya citado presidente Izetbegóvic (postulador de una República Islámica en Bosnia).

Concluimos. Este obra, modesta en sus dimensiones pero grande en sus resultados, nos demuestra que las heridas de la guerra de los Balcanes están muy lejos de cicatrizar y que el panorama tres décadas después resulta bastante desesperanzador. La fragmentación ha reducido a las antiguas repúblicas federales del sur de Yugoslavia, sobre todo a Bosnia, a pequeños reductos controlados por cleptocracias locales, reducidas a la insignificancia económica y dependientes de potencias extranjeras. Se echa en falta en el texto la profundización de algunos aspectos del complejo proceso político de la década de los años 80 que desembocó en la guerra. No obstante, los apuntes que se realizan son lo suficientemente sugerentes para suscitar la curiosidad en un contexto que para cualquier politólogo e historiador o lector ocasional pueden resultar apasionantes.

BIBLIOGRAFÍA[Subir]

[1] 

Pelanda, Carlo. El País, 24-11-1988, ¿Una solución europea para el caso yugoslavo?

[2] 

Romero García, Eladio. 2021. Las guerras de Yugoslavia (1991-‍2015). Barcelona: Laertes.

[3] 

Ruiz Jiménez, José Ángel. 2016. Y llegó la barbarie: nacionalismos y juegos de poder en la destrucción de Yugoslavia. Barcelona: Ariel.

[4] 

Taibo, Carlos. 2023. La desintegración de Yugoslavia. Madrid: La Catarata.