RESUMEN

El neoconservadurismo es un movimiento y una doctrina que lleva presente más de cuatro décadas en la política de Estados Unidos. Aunque alcanzó su momento cimero durante la presidencia de George W. Bush, es preciso remontarse a sus años de formación y desarrollo para comprender adecuadamente su manera de ver el mundo. En este artículo se analizará cómo la Guerra Fría es clave para entender los orígenes del neoconservadurismo a finales de la década de los sesenta y principios de los setenta, así como su propio desarrollo hasta la caída del Muro de Berlín. De este modo, se procederá a impugnar la idea establecida de que la política internacional y la política exterior estadounidense fueron un tema secundario en la primera época neoconservadora. Pero la Guerra Fría no solo es fundamental para estudiar el pasado del neoconservadurismo sino que sigue siendo sustancial para iluminar el análisis de su presente. En este sentido, el neoconservadurismo de nuestros días ha heredado varias características de entonces, entre ellas una visión del mundo que, en su sustrato básico, permanece arraigada en la lógica de la Guerra Fría.

Palabras clave: Neoconservadurismo; Guerra Fría; posguerra fría; política exterior estadounidense; peligros presentes; guerra contra el terror;

ABSTRACT

Neoconservatism is a movement and a doctrine that has been present in American politics for more than forty years. Although it had its peak of influence a decade ago, during George W. Bush’s first term, it is necessary to go back to its formative and development years in order to properly comprehend its vision of the world. This article will analyze how the Cold War plays a key role in understanding the origins of neoconservatism in late 60’s and early 70’s, as well as in its evolution up until the fall of the Berlin Wall. Thus, the idea that international politics and US Foreign Policy were a minor issue in the first neoconservative epoch will be contested. However, the Cold War is not only essential for understanding the past of neoconservatism but it is also fundamental to enlighten the study of its present. In this sense, nowadays neoconservatism has inherited several features of that time, among them a world view that remains basically rooted in the Cold War logic.

Keywords: Neoconservatism; Cold War; post-cold war; U.S. foreign policy; present dangers; war on terror;

Cómo citar este artículo / Citation: Iglesias Cavicchioli, M. (2016). La Guerra Fría en el neoconservadurismo estadounidense: una influencia persistente. Revista de Estudios PolÌticos, 172, 205-234. doi: http://dx.doi.org/10.18042/cepc/rep.172.07

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SUMARIO

  1. Resumen
  2. Abstract
  3. I. INTRODUCCIÓN: LA GUERRA FRÍA Y LAS DOS ÉPOCAS DEL NEOCONSERVADURISMO NORTEAMERICANO
  4. II. LA PRIMERA ÉPOCA NEOCONSERVADORA: EL SURGIMIENTO DEL NEOCONSERVADURISMO COMO REACCIÓN FRENTE AL RELATIVISMO MORAL
    1. 1. El giro neoconservador y la Guerra Fría
      1. A) La radicalización del Partido Demócrata
      2. B) La crisis del consenso del vital center y de la estrategia de la contención
      3. C) La guerra de Vietnam
      4. D) El realismo de Kissinger y la política de détente
      5. E) La cuestión del conflicto árabe-israelí
    2. 2. Anticomunismo e ideologización del conflicto con la URSS
  5. III. LA PERVIVENCIA DE LA VISIÓN DE LA GUERRA FRÍA EN LA SEGUNDA ÉPOCA NEOCONSERVADORA
    1. 1. Las lecciones de la Guerra Fría y la mitificación y sacralización de la política exterior de Reagan
    2. 2. Los «peligros presentes» y la Guerra contra el Terror
    3. 3. Estatocentrismo, ideología y moralismo en la Guerra contra el Terror
    4. 4. El creciente conflicto entre democracias y autocracias
  6. IV. CONCLUSIONES
  7. Notas
  8. Bibliografía

I. INTRODUCCIÓN: LA GUERRA FRÍA Y LAS DOS ÉPOCAS DEL NEOCONSERVADURISMO NORTEAMERICANO [Subir]

El neoconservadurismo ha marcado la política exterior de Estados Unidos —y en esa medida el propio curso de las relaciones internacionales— durante los primeros lustros del siglo xxi. No obstante, no se trata de un fenómeno nuevo aparecido tras el 11-S sino de una doctrina profundamente imbricada en la política norteamericana de los últimos cuarenta años. En este tiempo, el neoconservadurismo se ha desarrollado en dos épocas diferenciadas. El hecho fundamental que, a nuestro juicio, permite distinguirlas no es otro que el drástico y profundo cambio provocado en el sistema internacional por la caída del Muro de Berlín, el desplome de la URSS y el consiguiente fin de la Guerra Fría[1]. En efecto, como se verá más adelante, en los años noventa el neoconservadurismo experimentará una notable renovación teórica debida al cambio sustancial que supuso la quiebra del sistema bipolar y el surgimiento de un nuevo sistema internacional caracterizado por la unipolaridad.

La Guerra Fría es un proceso histórico sin el cual sería imposible no ya entender mínimamente buena parte de los postulados teóricos del neoconservadurismo, sino concebir su propio origen. Ello se debe a dos razones fundamentales. En primer lugar, a que el periodo de la Guerra Fría que comprende desde la etapa de la distensión de principios de los años setenta hasta la llegada de Ronald Reagan a la Casa Blanca tras la presidencia de James Carter constituye el continuum histórico en el que surge y se consolida el movimiento neoconservador en EE.UU. En segundo lugar, porque, como también veremos, la Guerra Fría se ha erigido en el verdadero parteaguas de la propia historia del neoconservadurismo como doctrina y movimiento políticos, toda vez que su fin dio lugar a una importante reelaboración de su pensamiento para afrontar los desafíos del nuevo escenario internacional.

Por lo tanto, para proceder a estudiar la influencia de la Guerra Fría en el neoconservadurismo estadounidense es esencial distinguir entre las dos épocas que históricamente han existido dentro del mismo y que han propiciado su desarrollo. Aunque se ha llegado a afirmar la existencia de hasta tres etapas diferenciadas dentro del neoconservadurismo[2], es más apropiado, a nuestro juicio, hablar únicamente de dos. Este criterio de división del neoconservadurismo obedece principalmente a la evolución teórico-ideológica que se producirá en el mismo, y nos permitirá poner de relieve las continuidades y los cambios existentes entre ambas épocas.

Por otro lado, existe la idea extendida de que la política exterior y la política internacional no jugaron un papel esencial en los orígenes del neoconservadurismo y que, de este modo, este se habría definido, en sus primeros tiempos, esencialmente por cuestiones de política interna y solo más tarde por aquellas[3]. El presente trabajo pretende rebatir esta afirmación, tratando de demostrar que la política exterior de EE.UU. y las cuestiones internacionales fueron, en estrecha conexión con los asuntos domésticos, una preocupación determinante del movimiento neoconservador y que han jugado un papel crucial en la propia conformación de la doctrina neoconservadora.

II. LA PRIMERA ÉPOCA NEOCONSERVADORA: EL SURGIMIENTO DEL NEOCONSERVADURISMO COMO REACCIÓN FRENTE AL RELATIVISMO MORAL [Subir]

Como acertadamente se ha puesto de relieve, el neoconservadurismo es un movimiento político de carácter reactivo[4] que surge bajo el signo de la preocupación por la decadencia moral, cultural y política que, según una serie de intelectuales y políticos liberales, estaba experimentando EE.UU. durante la década de los sesenta y, especialmente, durante la década de los setenta. En efecto, los tachados como «neoconservadores» por sus rivales políticos[5] se encontraban cómodamente situados en el seno del liberalismo norteamericano cuando importantes cambios generados en este provocaron su reacción política e ideológica. Se trata, pues, de un proceso de ruptura con el liberalismo y con el Partido Demócrata que se desarrolla de forma paulatina a lo largo de aproximadamente una década. Esta reacción llevará a estos intelectuales neoconservadores desde la férrea defensa de los principios del llamado Cold War Liberalism hasta una gradual convergencia con la nueva derecha de Ronald Reagan, que culminará, ya en los años ochenta, con su llegada a la presidencia[6].

Serán diversos factores, tanto relativos a la política doméstica como a la exterior, los que desencadenarán el surgimiento del neoconservadurismo, pero en la base filosófica de todos ellos se halla la denuncia del relativismo moral y cultural que, según los propios neoconservadores, pasó a imperar en sectores clave del tejido social y político de EE.UU. durante los años sesenta y setenta (Murray, D. (2006). Neoconservatism: Why We Need It. New York: Encounter Books. Murray, 2006: xiii, xiv, 16-20 y 30-34). A juicio de estos intelectuales, los valores tradicionales en los que se asentaban la sociedad, la cultura y la política norteamericanas estaban siendo asaltados por el radicalismo de la llamada «nueva izquierda» (New Left) [7]. Esta era el principal exponente del relativismo moral en el que habían caído el liberalismo norteamericano y la mayoría del Partido Demócrata al promover formulaciones ideológicas como el pacifismo, el multiculturalismo, el feminismo, el ecologismo o el igualitarismo (plasmado este último en políticas como la acción afirmativa y en la expansión del welfare state mediante programas sociales), que, según los neoconservadores, socavaban los cimientos de la política y la cultura norteamericanas, poniendo en peligro los valores burgueses de la nación (Dorrien, G. (1993). The Neoconservative Mind. Politics, Culture and the War of Ideology. Philadelphia: Temple University Press.Dorrien, 1993: 352-356).

A su juicio, las ideas radicales de la New Left eran sustancialmente anti-americanas y, por ende, emplearon dos términos para referirse a ellas que buscaban denunciar su clara ajenidad a las esencias nacionales de EE.UU.: la «cultura adversaria» (adversary culture) o «contracultura» (counterculture) (Kristol, I. (1979). The Adversary Culture of Intellectuals. Encounter, 53 (4), 5-14.Kristol, 1979: 5-14)[8]. Ambos términos adquirirán un gran valor en el ideario neoconservador como expresión de un liberalismo degenerado que llevaba a EE.UU. a la quiebra moral y a la consiguiente rendición ante su mayor enemigo externo: el comunismo[9].

El problema central para los neoconservadores era que las ideas del nuevo liberalismo estaban teniendo una enorme repercusión social, cultural y política, al haber sido adoptadas por una élite contraria a los valores tradicionales de EE.UU. que estaba ganando un poder creciente y que era el epítome de los males que azotaban a EE.UU. durante los años sesenta y setenta. Se trataba de una «nueva clase» (New Class) [10], compuesta por intelectuales, académicos, medios de comunicación y burócratas gubernamentales que encarnaba un liberalismo radicalizado y extraño a los valores nacionales[11]. Una New Class partidaria de un fuerte intervencionismo estatal en la economía y, en cambio, del laisser-faire en el terreno cultural y moral que, asimismo, no creía en la universalidad de los valores occidentales representados por EE.UU. y que era complaciente con las autocracias de izquierda (Dorrien, G. (1993). The Neoconservative Mind. Politics, Culture and the War of Ideology. Philadelphia: Temple University Press.Dorrien, 1993: 97 y 98).

En definitiva, esta «nueva clase» estaba guiada por el espíritu ideológico de la cultura adversaria (Steinfels, P. (1979). The Neoconservatives. The Men Who Are Changing America’s Politics. New York: Simon and Schuster.Steinfels, 1979: 56), y ello había generado una profunda crisis de autoridad en EE.UU. que desafiaba y ponía en peligro la pervivencia de sus instituciones y valores tradicionales[12]. Según los neoconservadores, dicha crisis había sido propiciada por una élite ajena a los valores mayoritarios y profundos del pueblo norteamericano, y, en realidad, no respondía a razones sociales y/o económicas, sino que era fundamentalmente una crisis cultural y moral generada desde arriba (top-down) (Steinfels, P. (1979). The Neoconservatives. The Men Who Are Changing America’s Politics. New York: Simon and Schuster.Steinfels, 1979: 55 y 56), que, como tal, desde arriba debía ser combatida. Por lo tanto, la prioridad neoconservadora era reafirmar la autoridad y proteger la estabilidad social, y para ello había que librar una «guerra cultural» (culture war) contra la New Class en defensa de los valores tradicionales, de las instituciones y de la regeneración moral de la nación.

Ahora bien, para vencer la culture war era esencial conquistar la élite dirigente, desplazando a la «nueva clase» y logrando la mayor influencia posible en las políticas públicas. A tal efecto, los neoconservadores tejieron una estrecha relación con el mundo empresarial y financiero durante los años setenta que fue fundamental en la promoción de las ideas neoconservadoras[13]. En cuanto a estas, frente al estatismo socioeconómico y el relativismo moral y cultural de la New Class, el neoconservadurismo reivindica el imprescindible papel de las «estructuras de mediación» (familias, parroquias, asociaciones de voluntarios) en la sociedad y en la economía, como intermediarias entre el Estado y el individuo y protectoras del «bien común»[14]. La defensa de la moral tradicional en temas de familia y sexualidad y el papel vertebrador del orden social de la religión serán otros instrumentos neoconservadores frente al hedonismo nihilista que, a su entender, implicaba la contracultura (Kristol, I. (1986). Reflexiones de un neoconservador. Trad. de J. C. Gorlier. Buenos Aires: Grupo Editor Latinoamericano.Kristol, 1986: 95).

Por otro lado, en el marco de esa guerra cultural, los neoconservadores entendieron que la amenaza comunista debía ser utilizada como un elemento generador de cohesión interna, elaborando, así, un discurso circular que venía a unir, indisociablemente, la política exterior y la doméstica: no solo la falta de protagonismo de EE.UU. en la política internacional suponía, de inmediato, una amenaza para su seguridad nacional, sino que el poder estadounidense en el mundo y su capacidad para proyectarlo dependía sustancialmente de su fortaleza cultural y moral ad intra (Steinfels, P. (1979). The Neoconservatives. The Men Who Are Changing America’s Politics. New York: Simon and Schuster.Steinfels, 1979: 67-69).

En suma, para los neoconservadores, el auge de la New Class y de la cultura adversaria que esta había hecho suya, reflejaba e implicaba la decadencia moral, cultural y política de la democracia estadounidense, con graves consecuencias para la nación tanto en el ámbito interno como en el internacional. Una vez estudiado el surgimiento del neoconservadurismo, se hace necesario analizar con detalle las principales razones concretas que determinaron la reacción neoconservadora, centrándonos ya en las relativas a la Guerra Fría.

1. El giro neoconservador y la Guerra Fría [Subir]

Son cinco las razones fundamentales de lo que podríamos denominar el «giro neoconservador», es decir, del surgimiento del neoconservadurismo en el seno del liberalismo norteamericano: la radicalización del Partido Demócrata; la crisis del consenso liberal y de la estrategia de contención; la guerra de Vietnam; la política de distensión promulgada por el realismo kissingeriano; y, por último, el conflicto de Oriente Medio. Todas ellas tienen un mismo denominador común: están marcadas, en mayor o medida, por la Guerra Fría como marco sistémico internacional.

A) La radicalización del Partido Demócrata [Subir]

La victoria de George McGovern en las primarias demócratas de 1972 como candidato a la presidencia de EE.UU. creó una profunda alarma en el sector más conservador del Partido Demócrata, firmemente apegado a los principios del llamado Cold War Liberalism. A juicio de este sector, el triunfo de McGovern sobre el senador Henry Jackson era el símbolo preclaro de que las ideas radicales de la New Left habían hecho fortuna en el principal partido liberal estadounidense, apoderándose igualmente de la corriente principal del liberalismo. En el ámbito de la política exterior, el lema Come home, America defendido por McGovern durante su campaña presidencial, simbolizaba para los neoconservadores el nuevo papel que la New Left pretendía que EE.UU. jugara en el mundo y cómo las ideas relativistas de esta se habían adueñado del liderazgo del Partido Demócrata[15].

El viraje del Partido Demócrata no fue, sin embargo, refrendado en las urnas. Así, la aplastante derrota sufrida por McGovern frente a Nixon en las elecciones presidenciales de 1972 dio ciertas esperanzas a los neoconservadores de recuperar el mando del Partido Demócrata y del liberalismo norteamericano. De hecho, la mayoría de los neoconservadores no abandonará el Partido Demócrata de inmediato, sino que tratará de frenar las ideas de la New Left y de reconducirlo hacia las posiciones de férreo anticomunismo mantenidas durante dos décadas (Ehrman, J. (1995). The Rise of Neoconservatism. Intellectuals and Foreign Affairs 1945-1994. New Haven, London: Yale University Press.Ehrman, 1995: 34). En este empeño baldío estarán sumidos prácticamente hasta finales de los setenta, cuando ya se inicie su migración masiva a las filas del Partido Republicano.

Como reacción a la deriva del Partido Demócrata, en diciembre de 1972 vio la luz una organización importante en los momentos iniciales del movimiento neoconservador: la Coalition for a Democratic Majority (CDM)[16]. En torno a ella se agruparon intelectuales como Jeanne Kirkpatrick, Ben Wattenberg, Norman Podhoretz, Midge Decter o Daniel Bell (Heilbrunn, J. (2008). They Knew They Were Right: The Rise of the Neocons. New York: Doubleday.Heilbrunn, 2008: 114). Entre sus actividades más destacadas, hay que señalar que la CDM ayudaría al resurgimiento, en 1976, de una organización histórica de la Guerra Fría a la que aludiremos más adelante, el Committee on the Present Danger, y apoyaría las actividades de inteligencia del llamado Team B (Ehrman, J. (1995). The Rise of Neoconservatism. Intellectuals and Foreign Affairs 1945-1994. New Haven, London: Yale University Press.Ehrman, 1995: 112). La CDM sirvió, así, como una plataforma desde la cual los neoconservadores fueron creando su propia identidad ideológica a través del activismo político[17].

B) La crisis del consenso del vital center y de la estrategia de la contención [Subir]

Tras la Segunda Guerra Mundial, los futuros neoconservadores se integrarán en la corriente principal de la izquierda estadounidense representada por los liberales del Partido Demócrata. Se encontrarán, así, entre los llamados Cold War liberals o Cold Warriors, que tendrán una posición dominante en la política exterior de EE.UU. durante dos décadas. De este modo, formarán parte del consenso en política exterior existente en el seno del liberalismo norteamericano, el cual se gestará entre 1945 y 1949 bajo el liderazgo intelectual del teólogo Reinhold Niebuhr, padre del realismo político estadounidense, y del historiador Arthur Schlesinger, Jr. (Ehrman, J. (1995). The Rise of Neoconservatism. Intellectuals and Foreign Affairs 1945-1994. New Haven, London: Yale University Press.Ehrman, 1995: 13)[18]. Este consenso se articulará en el terreno político bajo la presidencia del demócrata Harry S. Truman y servirá de apoyo intelectual a la estrategia de la contención de George Kennan recogida en la llamada Truman Doctrine. Los futuros neoconservadores aceptarán y respaldarán plenamente los principios del consenso liberal, cuya base ideológica será el anticomunismo y su principal finalidad la defensa y el fortalecimiento de la sociedad libre frente a los embates comunistas (Ehrman, J. (1995). The Rise of Neoconservatism. Intellectuals and Foreign Affairs 1945-1994. New Haven, London: Yale University Press.Ehrman, 1995: 14-17).

El consenso del vital center tendrá una influencia directa en el ámbito político y de su sustrato intelectual surgirá el informe NSC-68 (Ehrman, J. (1995). The Rise of Neoconservatism. Intellectuals and Foreign Affairs 1945-1994. New Haven, London: Yale University Press.Ehrman, 1995: 16 y 17), un documento gubernamental de carácter confidencial realizado por el Consejo de Seguridad Nacional de EE.UU. en abril de 1950 y que tendrá una extraordinaria importancia para la política exterior y de seguridad estadounidense durante las primeras décadas de la Guerra Fría. Aunque no vería la luz pública hasta su desclasificación en 1975, el NSC-68 oficializará internamente la estrategia de la contención comunista, promoviendo su reforzamiento mediante el incremento del gasto militar y de defensa (US National Security Council (1950). NSC 68: United States Objectives and Programs for National Security. Washington, DC, April 14. [Consulta: 21 de octubre de 2014]. Disponible en: https://www.mtholyoke.edu/acad/intrel/nsc-68/nsc68-1.htm.US National Security Council, 1950).

El consenso liberal, nacido durante los primeros años de la Guerra Fría y desarrollado al amparo de la doctrina Truman, extenderá su vigencia aproximadamente hasta mediados de la década de los sesenta, momento en el que comenzará a deteriorarse de forma progresiva e irremediable. Cuando ese consenso se rompa y sea abandonado por la mayoría de los liberales norteamericanos, los neoconservadores permanecerán fieles a los principios del mismo, rechazando taxativamente la posibilidad de una coexistencia pacífica con la URSS, no solo manteniendo su discurso anticomunista intacto sino, en algunos casos, incluso radicalizando su mensaje contra el comunismo mediante la retórica de la liberación o rollback [19].

A lo largo de los años sesenta y setenta, las posiciones revisionistas acerca de los orígenes de la Guerra Fría llegaron a tener un eco en el liberalismo norteamericano que no habían hallado en las décadas precedentes. Esta corriente de pensamiento, con exponentes como el historiador William Appleman Williams, presentaba a EE.UU. como el mayor responsable del desencadenamiento de la Guerra Fría y a la política imperialista norteamericana como el principal problema al que se enfrentaba el mundo desde entonces (Ehrman, J. (1995). The Rise of Neoconservatism. Intellectuals and Foreign Affairs 1945-1994. New Haven, London: Yale University Press.Ehrman, 1995: 18-20). Como consecuencia del éxito de estas ideas revisionistas, el consenso liberal del vital center se vio sometido a un fuerte ataque ideológico que dañó sus bases de manera irreparable (Ehrman, J. (1995). The Rise of Neoconservatism. Intellectuals and Foreign Affairs 1945-1994. New Haven, London: Yale University Press.Ehrman, 1995: 32). En efecto, durante casi una década, el consenso liberal se verá sumido en una profunda crisis como resultado de la cual, lejos de forjarse un nuevo consenso capaz de agrupar a todos sus sectores ideológicos, se generará una escisión que, aunque comenzará reivindicando la vigencia de las ideas de la vieja izquierda anticomunista, acabará abandonando por completo el liberalismo para vincularse al mundo conservador norteamericano.

Ya desde mediados de los años sesenta empezó a producirse un debate interno sobre las bases de la política exterior estadounidense en el seno del Partido Demócrata. Un sector de este, liderado por el senador Fulbright, abogó por una aproximación más realista y menos ideologizada de la Guerra Fría por parte de EE.UU. De este modo, a partir de 1966, en el liberalismo estadounidense empezaron a alzarse voces que afirmaban que la división del mundo entre comunistas y anticomunistas no bastaba para definir una realidad internacional crecientemente compleja. El cuestionamiento de las bases sobre las que se había fundamentado la política exterior de EE.UU. en las dos últimas décadas sería ya profundo e imparable. En este contexto, la derrota de un liberal cold warrior como Hubert Humphrey en las elecciones presidenciales de 1968 frente a Richard Nixon dejó al Partido Demócrata sin liderazgo y contribuyó a la intensificación del debate interno liberal sobre la política exterior (Ehrman, J. (1995). The Rise of Neoconservatism. Intellectuals and Foreign Affairs 1945-1994. New Haven, London: Yale University Press.Ehrman, 1995: 22-24).

Surgirán, así, nuevas ideas sobre la política exterior estadounidense como las sostenidas por Richard Barnet, quien defendía la necesidad de establecer un nuevo paradigma basado en la coexistencia pacífica con Moscú. Se pretendía, de ese modo, superar la Guerra Fría aceptando la existencia de la URSS y situando a ambas superpotencias en el mismo plano. Consecuentemente, la principal tarea que EE.UU. tenía ante sí era abandonar su intervencionismo internacional y centrarse en sus acuciantes problemas internos (Ehrman, J. (1995). The Rise of Neoconservatism. Intellectuals and Foreign Affairs 1945-1994. New Haven, London: Yale University Press.Ehrman, 1995: 25-27). Menos rupturista y más relevante políticamente fue el trabajo de Stanley Hoffmann que influiría en el Partido Demócrata, especialmente durante la presidencia de Carter, en claro menoscabo de la visión anticomunista del Cold War Liberalism (Ehrman, J. (1995). The Rise of Neoconservatism. Intellectuals and Foreign Affairs 1945-1994. New Haven, London: Yale University Press.Ehrman, 1995: 30). Hoffmann (Hoffmann, S. (1968). Gulliver’s Troubles, or the Setting of American Foreign Policy. New York: McGraw-Hill.1968: 80) también consideraba que el vital center estaba agotado, pero, al mismo tiempo, rechazaba la idea de que EE.UU. se limitara a retirarse de los asuntos internacionales como venían a prescribir los intelectuales de la New Left. Para Hoffmann (Hoffmann, S. (1978). Primacy or World Order: American Foreign Policy Since the Cold War. New York: McGraw-Hill.1978: 258 y 286), un nuevo orden internacional estaba emergiendo: un mundo más seguro y dominado por la cooperación, donde disminuiría la competición ideológica y EE.UU. podría superar la lógica de la contención y de la Guerra Fría.

Según el análisis neoconservador, estas visiones, caracterizadas por su impronta antianticomunista, eran la consecuencia inequívoca de la decadencia moral del liberalismo norteamericano —a su vez consecuencia de su relativismo— que le llevaba a aceptar la coexistencia con los regímenes totalitarios en lugar de buscar su transformación.

Ahora bien, la crisis del consenso liberal en política exterior era solo una parte, una de las causas, de un fenómeno de mayor amplitud y trascendencia: la crisis de la estrategia mantenida por EE.UU. en la Guerra Fría desde sus orígenes, es decir, la crisis de la contención. Por ello, es pertinente conocer qué otras causas desencadenaron la crisis de la contención y, en consecuencia, por qué hallaron resonancia política y social ideas hasta entonces claramente marginales como el revisionismo aludido. Pues bien, siguiendo a Del Pero (Del Pero, M. (2006). Henry Kissinger e l’ascesa dei neoconservatori. Alle origine della politica estera americana. Roma: Laterza.2006: 21-36), los presupuestos sobre los cuales había descansado la estrategia de la contención durante dos décadas se hallaban en grave dificultad a finales de los años sesenta, debido a la mencionada ruptura del consenso interno en EE.UU. y a otras tres causas.

En primer lugar, se produjo el fin de la superioridad estratégica de la que había gozado EE.UU. durante las dos primeras décadas de la Guerra Fría. En efecto, en los años sesenta, el riesgo de proliferación nuclear propició una convergencia de intereses entre EE.UU. y la URSS que les llevó a ratificar el Test Ban Treaty en 1963. La convergencia soviético-norteamericana perseguía un triple objetivo: preservar la primacía nuclear, evitar la proliferación y limitar el riesgo de un conflicto. Se ponía, así, de relieve que EE.UU. y la URSS estaban unidos por una inevitable interdependencia estratégica. Por otro lado, a lo largo de los años sesenta, la URSS se lanzó a un ambicioso proceso de rearme para tratar de lograr una cierta paridad nuclear que le permitiera reequilibrar una de las asimetrías fundamentales de la Guerra Fría, algo que logró sobre todo en el ámbito de los misiles de largo alcance. En los años setenta, la convergencia nuclear soviético-norteamericana estaría en la base del proceso de distensión entre ambas superpotencias.

En segundo término, en contra de lo que los propios mandatarios norteamericanos creían en la década precedente, se produjo la constatación de que los medios y recursos a disposición de EE.UU. no eran ilimitados. La política económica de la posguerra, basada en un elevado gasto para sostener los costes de la contención, se reveló insostenible a largo plazo. Con la inflación y el déficit público disparados por la guerra de Vietnam, EE.UU. entrará en una importante crisis económica. A ello había que añadir que aliados de Washington como Alemania y Japón habían emprendido un proceso de desarrollo económico que los ponía en condiciones de competir con EE.UU. Como consecuencia de la crisis norteamericana y del ascenso de otras potencias, el sistema internacional estaba evolucionando, al menos desde un punto de vista económico, en un sentido multipolar.

Por último, la hegemonía norteamericana en el mundo occidental comenzó a encontrar una creciente oposición entre sus aliados europeos. En efecto, la hegemonía norteamericana era cada vez más controvertida y menos consensual. A las tensiones económicas y financieras entre EE.UU. y sus aliados había que añadir las estratégicas y militares con las que se entrelazaba. EE.UU. acusaba a sus aliados europeos de no contribuir de manera suficiente a la defensa común, ya que la contención tenía costes crecientes que EE.UU. no podían asumir por sí solo. Se trataba de una vieja crítica a la que la guerra de Vietnam y las dificultades económicas estadounidenses conferían una dimensión inédita. Los países europeos reivindicaban, por su parte, una mayor autonomía de acción que les permitiera una aproximación más flexible a los países del bloque comunista. Como resultado de todo ello, en estos años se produjo una verdadera crisis del atlantismo a nivel gubernamental que alcanzó una de sus máximas expresiones con el abandono francés de la estructura militar de la OTAN en 1966.

C) La guerra de Vietnam [Subir]

La derrota norteamericana en Vietnam debe ser mencionada como otro hecho concreto influyente en el surgimiento del movimiento neoconservador. En efecto, a juicio de los neoconservadores, la retirada estadounidense de Vietnam en 1975 supuso el triunfo de unos movimientos pacifistas eminentemente antiamericanos y un inmenso paso atrás en la lucha liderada por EE.UU. contra el comunismo internacional. Sin embargo, hay que recordar que, en un principio, aquellos eran contrarios a la guerra de Vietnam. Así, Norman Podhoretz rechazaba la intervención norteamericana en Indochina, basándose en los argumentos fundamentalmente realistas esgrimidos por Hans Morgenthau (Dorrien, G. (1993). The Neoconservative Mind. Politics, Culture and the War of Ideology. Philadelphia: Temple University Press.Dorrien, 1993: 161). De esta manera, para Podhoretz, aunque la guerra era moralmente defendible, era equivocada porque era imposible ganarla. Cabe preguntarse, pues, qué llevó a los neoconservadores a acabar defendiendo una guerra a la que se opusieron (o no apoyaron expresamente) durante sus primeros años.

Pues bien, el cambio de la postura neoconservadora respecto a esta cuestión surgió como reacción a la ideología anti-anticomunista de la New Left y del llamado Antiwar Movement que señalaba a la política intervencionista de EE.UU., representada por la guerra de Vietnam, como el principal problema al que se enfrentaba el mundo. Los neoconservadores verán en el contenido de esta crítica el símbolo del declive político y moral del liberalismo norteamericano, causado por el triunfo de una serie de ideas, a su entender, sumamente nocivas tanto para la sociedad norteamericana como para la posición internacional de EE.UU. En este sentido, consideraban que esta descalificación a la política norteamericana en Vietnam constituía una perniciosa muestra de antiamericanismo dentro de las propias fronteras estadounidenses al llevar implícita una cuestión de fondo de mayor calado que el rechazo a una acción militar concreta: lo que se ponía en tela de juicio era la misma legitimidad de la acción norteamericana en el mundo y, en especial, la política anticomunista. Para los neoconservadores, Vietnam pudo ser en un primer momento una guerra equivocada por motivos estratégicos, pero era, ante todo, una guerra correcta en virtud de principios morales: EE.UU. defendía en el Sudeste Asiático la causa de la libertad y la democracia ante la expansión del totalitarismo comunista (Podhoretz, N. (1982). Why We Were in Vietnam? New York: Simon and Schuster.Podhoretz, 1982).

Según los neoconservadores, entre los efectos negativos de la derrota de Vietnam cabía destacar la deslegitimación que, en el seno de la élite política norteamericana, había sufrido el uso de la fuerza para la defensa de los valores e intereses nacionales. Esta dinámica ponía a EE.UU. en una situación de alarmante debilidad y riesgo ante el enemigo comunista. Se trataba de una de las consecuencias del llamado «síndrome de Vietnam» que, más ampliamente, había llevado a un serio replanteamiento del intervencionismo norteamericano en el mundo. Se hacía urgente, por lo tanto, reivindicar el uso de la fuerza como un instrumento no solo válido sino esencial para defender los valores y los intereses norteamericanos (Ehrman, J. (1995). The Rise of Neoconservatism. Intellectuals and Foreign Affairs 1945-1994. New Haven, London: Yale University Press.Ehrman, 1995: 52 y 53). Para ello, había que desterrar el sentimiento de desmoralización nacional que solo sería superado reafirmando la justicia y la nobleza de la intervención norteamericana en Vietnam. Era necesario un nuevo rearme moral y material para superar la humillación vietnamita, un auténtico resurgir de EE.UU. como líder del mundo libre frente al comunismo, que encontrará en Reagan a su máxima figura en el terreno político.

Por último, no hay que olvidar que la guerra de Vietnam fue un factor de gran importancia, aunque desde luego no el único, en el clima de convulsión y protestas en el que estaba sumida la sociedad estadounidense a finales de los sesenta y principios de los setenta. En este sentido, las revueltas estudiantiles que tuvieron lugar en varias de las principales universidades del país eran vistas como una consecuencia de las ideas de una izquierda radical que ponían en jaque la misma legitimidad del sistema norteamericano y de los valores sobre los que este se asentaba. En casos relevantes como los del sociólogo Nathan Glazer o el historiador Donald Kagan, los graves incidentes acaecidos en las Universidades de Berkeley y Cornell fueron reconocidos como el detonante inmediato de su giro neoconservador (Heilbrunn, J. (2008). They Knew They Were Right: The Rise of the Neocons. New York: Doubleday.Heilbrunn, 2008: 87-90).

D) El realismo de Kissinger y la política de détente [Subir]

El rechazo del realismo kissingeriano, y su implementación práctica mediante la política de distensión, es una de las causas esenciales del nacimiento del movimiento neoconservador. En efecto, la aplicación de una política exterior realista y carente de fundamentos morales fue uno de los factores esenciales que motivó el surgimiento del neoconservadurismo. Según los neoconservadores, la política de distensión hacia la URSS, diseñada por Henry Kissinger, era la manifestación suprema de una política exterior amoral que estaba llamada a conducir a EE.UU. a la derrota (Del Pero, M. (2006). Henry Kissinger e l’ascesa dei neoconservatori. Alle origine della politica estera americana. Roma: Laterza.Del Pero, 2006: 128-134). Frente a la estrategia de la contención, que ofrecía una visión de la Guerra Fría en clave de conflicto, la doctrina de la distensión kissingeriana se basaba en una visión consensual de aquella (Del Pero, M. (2006). Henry Kissinger e l’ascesa dei neoconservatori. Alle origine della politica estera americana. Roma: Laterza.Del Pero, 2006: 80 y 81). Con la distensión, Kissinger buscaba normalizar y cronificar la bipolaridad del sistema internacional mediante su institucionalización de facto, confiriéndole, así, la misma legitimidad a EE.UU. y a la URSS como garantes del mismo (Del Pero, M. (2006). Henry Kissinger e l’ascesa dei neoconservatori. Alle origine della politica estera americana. Roma: Laterza.Del Pero, 2006: 67-70). De este modo, la victoria final de EE.UU. sobre la URSS, razón última de la contención, desaparecía como máximo objetivo de la política exterior norteamericana.

A juicio de los neoconservadores, la distensión suponía una renuncia en toda regla a combatir el mal encarnado por el comunismo soviético y, como tal, era la expresión política del relativismo y de la falta de valor que corroía el alma de las élites norteamericanas. Era, en definitiva, una nueva forma de apaciguamiento, entreguismo y rendición que llevaba a EE.UU. ineluctablemente hacia el desastre[20]. Los neoconservadores iniciarán, así, una fuerte movilización política contra la distensión. De este modo, con el senador demócrata Henry Jackson como punta de lanza, llevarán la cuestión de los derechos humanos al primer plano del debate sobre la política exterior estadounidense. La vinculación de los beneficios comerciales previstos por los acuerdos entre Washington y Moscú al respeto de los derechos humanos por parte soviética —en concreto al respeto de la libertad migratoria de la minoría judía— quedó plasmada públicamente en la célebre enmienda Jackson-Vanik. Como consecuencia del debate público que conllevó en el Senado de EE.UU., dicha enmienda acabaría truncando el acuerdo soviético-norteamericano (Del Pero, M. (2006). Henry Kissinger e l’ascesa dei neoconservatori. Alle origine della politica estera americana. Roma: Laterza.Del Pero, 2006: 137-140).

En el rechazo a la distensión jugó un papel importante el llamado Team B, un grupo de expertos constituido bajo la autorización del presidente Gerald Ford y con el apoyo de la Coalition for a Democratic Majority, cuya misión era reevaluar la magnitud de la amenaza soviética que, a su juicio, había sido infravalorada en los informes oficiales de la CIA (en contraposición, Team A). La representación neoconservadora en este grupo de expertos tuvo un alto nivel al contar, entre otros, con Richard Pipes en la presidencia. En el marco de este Team B, comenzó a producirse una colaboración entre una nueva derecha republicana, con Reagan como símbolo político, por un lado y los neoconservadores por otro (Del Pero, M. (2006). Henry Kissinger e l’ascesa dei neoconservatori. Alle origine della politica estera americana. Roma: Laterza.Del Pero, 2006: 125 y 126).

La actividad neoconservadora logró poner en entredicho la política de distensión de Kissinger (Del Pero, M. (2006). Henry Kissinger e l’ascesa dei neoconservatori. Alle origine della politica estera americana. Roma: Laterza.Del Pero, 2006: 140). Estos proporcionarán una visión del mundo que se opondrá frontalmente a la posibilidad de coexistir pacíficamente con la URSS denunciando la vigencia plena de la amenaza comunista y la debilidad de la política de Occidente, con EE.UU. a la cabeza, para combatirla (Ehrman, J. (1995). The Rise of Neoconservatism. Intellectuals and Foreign Affairs 1945-1994. New Haven, London: Yale University Press.Ehrman, 1995: 50-57).

E) La cuestión del conflicto árabe-israelí [Subir]

Las críticas liberales al apoyo de EE.UU. a Israel a partir de la guerra de 1967, así como la creciente simpatía liberal hacia la causa palestina, generaron un enorme malestar entre los intelectuales neoconservadores, en alta proporción judíos. En este sentido, el cuestionamiento profundo de la política seguida hacia el conflicto árabe-israelí por parte del liberalismo norteamericano propiciará una reacción marcadamente proisraelí en el movimiento neoconservador que caracterizará su visión hasta el presente (Heilbrunn, J. (2008). They Knew They Were Right: The Rise of the Neocons. New York: Doubleday.Heilbrunn, 2008: 81-86; Dorrien, G. (1993). The Neoconservative Mind. Politics, Culture and the War of Ideology. Philadelphia: Temple University Press.Dorrien, 1993: 184-196). Para los neoconservadores, Israel es la única democracia liberal de Oriente Medio, una democracia rodeada de enemigos que anhelan su destrucción. Israel es, por ende, un aliado esencial de EE.UU., al que este debe un apoyo incondicional, en una región clave para la defensa de sus valores e intereses.

2. Anticomunismo e ideologización del conflicto con la URSS [Subir]

La visión del mundo de los integrantes de la primera época neoconservadora vendrá determinada por el sistema internacional en el que la misma se desarrolla intelectualmente, esto es, el sistema bipolar surgido tras la Segunda Guerra Mundial como consecuencia del enfrentamiento total entre dos grandes potencias que eran a su vez el eje de dos grandes bloques ideológicos, políticos, económicos y militares. Sin duda alguna, el escenario internacional de la Guerra Fría jugará un papel esencial, verdaderamente constitutivo, en la concepción neoconservadora. Una concepción que seguirá la senda de las ideas antitotalitarias que los pioneros del neoconservadurismo cultivaron desde su juventud en los años treinta (Heilbrunn, J. (2008). They Knew They Were Right: The Rise of the Neocons. New York: Doubleday.Heilbrunn, 2008: 13).

Pues bien, una característica esencial de esta primera época será el acérrimo anticomunismo que marcará su visión de la Guerra Fría. Los neoconservadores no se limitaban a concebir a la URSS como una potencia rival que les disputaba la supremacía mundial, ni el enfrentamiento entre ambos bloques como una lucha inter pares por el poder. La URSS, más que como una potencia con fines hegemónicos, era vista como una auténtica encarnación del mal que amenazaba de forma permanente la propia existencia de EE.UU. Así pues, el enemigo no era tanto un Estado rival como la URSS, sino el sistema ideológico irremediablemente inicuo y expansionista sobre el que ésta se asentaba. Se trataba, en último análisis, de un enfrentamiento entre el bien, representado por EE.UU. y sus valores democráticos, y el mal, encarnado por el carácter totalitario del comunismo soviético. Los neoconservadores pretendían, así, llevar el conflicto internacional con la URSS al terreno de la moral y los valores, alejándolo de la lógica realista de la lucha estatal por el poder. De este modo, EE.UU., a la cabeza del mundo libre, tenía de su parte toda la legitimidad moral en su lucha contra el comunismo. Solo hacía falta, entonces, que los líderes estadounidenses tuviesen la voluntad de reconocer la superioridad moral norteamericana, convertirla en el principio rector de la política exterior y aplicar las políticas que la asumieran sin ambages y la hicieran triunfar.

Al considerar a la URSS como el máximo representante de una ideología perversa y no solo como un Estado que le disputaba a EE.UU. la primacía estratégica, en la estructura intelectual neoconservadora no cabía plantearse la coexistencia pacífica con aquella como una posibilidad aceptable (Del Pero, M. (2006). Henry Kissinger e l’ascesa dei neoconservatori. Alle origine della politica estera americana. Roma: Laterza.Del Pero, 2006: 129-132). No era posible lograr un compromiso fiable y duradero con los dirigentes comunistas, ya que estos no solo no iban a respetar los pactos que se alcanzaran, sino que los emplearían como medio para buscar la destrucción de EE.UU. y alcanzar la dominación mundial. Además, la coexistencia pacífica, al relegar el debate en torno a la naturaleza política interna del régimen soviético, ignoraba el plano moral del conflicto y venía a situar a ambas potencias en pie de igualdad, brindando a la URSS una legitimidad de la que carecía por definición.

Por todo ello, a juicio de los neoconservadores, era perentorio rechazar toda política conducente al diálogo y al entendimiento con la URSS, la realizaran demócratas o republicanos. Así, como hemos señalado, se opondrán frontalmente a la política de distensión desarrollada por Nixon y Kissinger y continuada por Carter a lo largo de la década de los setenta, al considerar que carecía de la «claridad moral» (moral clarity) necesaria para distinguir entre el bien y el mal y que, por lo tanto, no conducía sino a la derrota estadounidense[21]. De este modo, en el contexto de los años setenta, el objetivo primordial neoconservador era volver a una política de contención firme como la defendida por la doctrina Truman, rechazando de plano la posibilidad de una coexistencia pacífica con la URSS. Algunos neoconservadores resucitarán la retórica del rollback sostenida por Burnham en los primeros años de la Guerra Fría, aunque limitada a los regímenes comunistas periféricos (Dorrien, G. (1993). The Neoconservative Mind. Politics, Culture and the War of Ideology. Philadelphia: Temple University Press.Dorrien, 1993: 56-58).

Los neoconservadores interpretaban la Guerra Fría como una cruzada ideológica y militar contra el comunismo, lo que influirá decisivamente en su concepción e interpretación de la estrategia de la contención. En este punto, se hace preciso recordar que para el padre intelectual de la contención, George Kennan, el propósito de esta no era limitarse a controlar el imperialismo soviético, sino acelerar el colapso interno de la URSS. De este modo, a largo plazo, la contención haría aflorar las contradicciones internas del régimen soviético precipitando su colapso. A juicio de Kennan, la lectura de la Guerra Fría debía hacerse en clave esencialmente estratégica y geopolítica[22]. La visión de la contención de Kennan (X [Kennan, G.] (1947). The Sources of Soviet Conduct. Foreign Affairs, 25 (4), 566-582.1947: 576-580) era fundamentalmente realista y consideraba, por lo tanto, que la ideología era un elemento secundario tanto para entender y predecir la conducta soviética como para afrontar la Guerra Fría en sí. Para los neoconservadores, en cambio, el anticomunismo será un factor esencial en la interpretación de la contención, ya que determinará que pongan el acento en los aspectos ideológicos, relegando a un segundo plano sus aspectos estratégicos (Del Pero, M. (2006). Henry Kissinger e l’ascesa dei neoconservatori. Alle origine della politica estera americana. Roma: Laterza.Del Pero, 2006: 128-129). Así pues, los neoconservadores defenderán la estrategia de la contención pero manteniendo una interpretación altamente ideologizada de la misma al subrayar siempre la amenaza incesante del expansionismo comunista. La concepción neoconservadora de la contención era, además, profundamente militarista: entendía que el combate contra el comunismo exigía la permanente superioridad nuclear norteamericana.

III. LA PERVIVENCIA DE LA VISIÓN DE LA GUERRA FRÍA EN LA SEGUNDA ÉPOCA NEOCONSERVADORA [Subir]

Al principio de los años noventa, con la desintegración de la URSS y la consiguiente desaparición del orden mundial bipolar, los fundamentos de la visión del mundo de la primera época neoconservadora sufrirán un agotamiento ideológico. Los integrantes de la segunda época neoconservadora se hallarán ante un escenario internacional sustancialmente distinto al vivido por sus predecesores. Son los años iniciales de la Posguerra Fría, cuya nota principal será el paso de un sistema internacional bipolar a un sistema unipolar, en el que EE.UU. quedará en solitario como la única superpotencia mundial (Krauthammer, C. (1991). The Unipolar Moment. Foreign Affairs, 70 (1), 23-33. Disponible en: http://dx.doi.org/10.2307/20044692.Krauthammer, 1991). El pensamiento neoconservador, hasta entonces guiado por la divisa del anticomunismo, se enfrentará a la necesidad de desarrollar una renovación ideológica para salir de la encrucijada en que se hallaba.

La primera mitad de la década de los noventa fue, sin duda, un periodo crítico para el movimiento neoconservador. A las numerosas afirmaciones de su deceso (Kristol, I. (1996). Neoconservatism: The Autobiography of an Idea. Chicago: Ivan R. Dee Publishers.Kristol, 1996: 40; Podhoretz, N. (2003) [1996]. Neoconservatism: A Eulogy. En T. L. Jeffers (ed.). The Norman Podhoretz Reader: A Selection of His Writings from the 1950s through the 1990s (pp. 269-284). New York: Free Press.Podhoretz, 1996: 276-279;Gerson, M. (1996). The Neoconservative Vision: From Cold War to the Culture Wars. New York: Madison Books.Gerson, 1996: 26 y 27) habrá que unir notables abandonos, como los protagonizados por Daniel Bell y Daniel Moynihan, que, en estos años, tomaron distancia definitiva del mismo (Dorrien, G. (1993). The Neoconservative Mind. Politics, Culture and the War of Ideology. Philadelphia: Temple University Press.Dorrien, 1993: 17). Sin embargo, como más tarde reconocería el propio Irving Kristol (Kristol, I. (2005) [2003]. The Neoconservative Persuasion. What it was and what it is. En I. Stelzer, (ed.). Neoconservatism (pp. 31-37). London: Atlantic Books.2003: 33), la afirmación de la muerte del neoconservadurismo fue del todo errónea. Mientras unos escribían su epitafio, otros se dedicaban a reestructurarlo adecuándolo a los nuevos tiempos. Lejos de desaparecer diluido en el conservadurismo norteamericano, el neoconservadurismo experimentará durante la década de los noventa una serie de cambios destinados a adaptar su corpus teórico al nuevo escenario interno e internacional de la Posguerra Fría, adecuándose a las nuevas realidades nacionales e internacionales que afrontaba EE.UU. De este modo, el neoconservadurismo no solo no ha desaparecido del diccionario político estadounidense, sino que ha logrado un arraigo y una difusión verdaderamente extraordinarios.

El idealismo democrático se convertirá en el eje del pensamiento de esta segunda época neoconservadora; un idealismo democrático capaz de sustentar cruzadas democratizadoras en el exterior y de convertir la difusión de la democracia en un elemento esencial de la política exterior norteamericana[23]. En efecto, los neoconservadores afirman la necesidad de exportar la democracia norteamericana por dos razones fundamentales que se presentan de modo complementario e indisociable: por un lado, la democracia y su difusión forman parte sustancial de la identidad nacional de EE.UU. y exportándola el país hace honor a sus orígenes nacionales y cumple con su misión fundacional; por otra parte, es un medio imprescindible para garantizar tanto la seguridad como la primacía estadounidenses en el siglo xxi. Afirman, por ende, la existencia de un verdadero «imperativo democrático» (democratic imperative) (Fossedal, G. A. (1989). The Democratic Imperative: Exporting the American Revolution. New York: Basic Books.Fossedal, 1989; Ledeen, M. A. (1996). Freedom Betrayed: How America Led a Global Democratic Revolution, Won the Cold War and Walked Away. Washington, DC: AEI Press.Ledeen, 1996: 6 y 7). No obstante, hay que señalar que esta idea careció de éxito en la práctica política durante los años noventa: según los propios neoconservadores, en este periodo, EE.UU. no solo desaprovechó una ocasión para afianzar su hegemonía sino que renunció a la expansión de sus valores mediante la promoción de la democracia (Ledeen, M. A. (1996). Freedom Betrayed: How America Led a Global Democratic Revolution, Won the Cold War and Walked Away. Washington, DC: AEI Press.Ledeen, 1996: 61-90).

En todo caso, la desaparición del anticomunismo como matriz ideológica del neoconservadurismo no ha supuesto una ruptura total con el pasado; antes bien, la Guerra Fría ha seguido siendo esencial para entender la visión del mundo de los neoconservadores en su segunda época (Noon, D. H. (2007). Cold War Revival: Neoconservatives and Historical Memory in the War on Terror. American Studies, 48 (3), 75-99.Noon, 2007). A continuación, abordaremos la pervivencia de los esquemas básicos de la Guerra Fría en el neoconservadurismo una vez desaparecido el orden bipolar y hasta nuestros días.

1. Las lecciones de la Guerra Fría y la mitificación y sacralización de la política exterior de Reagan [Subir]

La principal lección que los neoconservadores han extraído de la Guerra Fría consiste en considerar que la derrota comunista fue debida a la puesta en práctica de una política exterior inspirada en sus ideas. De este modo, afirman que la Historia les ha dado la razón y que si EE.UU. consiguió acabar con la amenaza existencial que representaba el comunismo fue, en gran medida, gracias a ellos (Muravchik, J. (2010). Neocon Wrongs and Right. SAIS Review of International Affairs, 30 (1), 11-16. Disponible en: http://dx.doi.org/10.1353/sais.0.0080.Muravchik, 2010: 13). De esta lección pueden colegirse dos consecuencias relevantes que están estrechamente relacionadas. En primer lugar, los neoconservadores estiman que la caída de la URSS fue debida esencialmente a razones exógenas, relegando a un segundo plano las causas endógenas que condujeron al derrumbamiento comunista. Para ellos, la enmienda Jackson-Vanik constituía un ejemplo de cómo debía ser enfrentada la URSS en plena era de la distensión (Sharansky, N. y Dermer, R. (2006). Alegato por la democracia: la fuerza de la libertad para acabar con la tiranía y el terror. Barcelona: Gota a Gota.Sharansky con Dermer, 2006: 149-152); ejemplo que se vería desarrollado y culminado por la política exterior de Reagan, que acabaría por propiciar la derrota comunista. En este sentido, la experiencia histórica de la Guerra Fría ha motivado que los neoconservadores consideren que una política exterior norteamericana basada en la claridad moral y en la superioridad incontestable del poder militar estadounidense posee una capacidad transformadora del mundo incomparable. En efecto, según la doctrina neoconservadora, EE.UU. posee una capacidad sin igual para cambiar el mundo y moldearlo a su imagen y semejanza: es un motor de progreso democrático para la Humanidad (Muravchik, J. 1996). The Imperative of American Leadership: A Challenge to Neo-Isolationism. Wash-ington, DC: AEI Press.Muravchik, 1996: 180 y 181; Ledeen, M. A. (2001). Tocqueville on American Character. New York: Truman Talley Books.Ledeen, 2001: 202).

En segundo lugar, vemos cómo los miembros de la segunda época neoconservadora han procedido a mitificar y sacralizar la política exterior de Ronald Reagan. En este sentido, el proceso de mitificación de la política exterior reaganiana ha implicado una interpretación selectiva y sesgada de las ideas que la inspiraron. Es verdad que Reagan (Reagan, R. (1983). Remarks at the Annual Convention of the National Association of Evangelicals [«Evil Empire» Speech], March 8, Orlando, Florida. [Consulta: 10 de octubre de 2014]. Disponible en: https://www.reaganfoundation.org/pdf/Remarks_Annual_Convention_National_Association_Evangelicals_030883.pdf.1983: 7) adoptó el discurso anticomunista más distintivamente neoconservador llegando a calificar a la URSS como el «imperio del mal» (evil empire) y reviviendo los momentos más duros de enfrentamiento entre las dos superpotencias en un periodo que, no en vano, fue bautizado como «Segunda Guerra Fría» (Halliday, F. (1983). The Making of the Second Cold War. Washington, DC: Institute for Policy Studies.Halliday, 1983). No obstante, no es menos cierto que este espíritu de cruzada anticomunista coexistía con políticas realistas de desarme y diálogo con Moscú que fueron duramente censuradas por un importante sector neoconservador a lo largo de los años ochenta (Halper, S. y Clarke, J. (2004). America Alone: The Neo-conservatives and the Global Order. Cambridge, New York: Cambridge University Press.Halper y Clarke, 2004: 161 y 162). Asimismo, los neoconservadores han sacralizado la política exterior de Reagan al considerar que los principios en los que esta se basó son el único paradigma válido para la política exterior estadounidense (Kristol, W. y Kagan, R. (1996). Toward a Neo-Reaganite Foreign Policy. Foreign Affairs, 75 (4), 18-32. Disponible en: http://dx.doi.org/10.2307/20047656.Kristol y Kagan, 1996: 18-32). Los neoconservadores no han dudado en proclamarse herederos legítimos y directos de los logros de la política exterior de la era Reagan, en un intento de apropiación de la figura de este presidente como el más claro exponente contemporáneo de la política exterior neoconservadora. De este modo, se atribuyen con orgullo la responsabilidad ideológica de la derrota comunista y consideran que el liderazgo de Reagan, guiado por los principios neoconservadores, fue uno de los artífices fundamentales de la misma (Kristol, W. y Kagan, R. (1996). Toward a Neo-Reaganite Foreign Policy. Foreign Affairs, 75 (4), 18-32. Disponible en: http://dx.doi.org/10.2307/20047656.Kristol y Kagan, 1996: 19 y 20).

En suma, para los neoconservadores los postulados fundamentales aplicados por la política exterior reaganiana para derrotar al comunismo tienen una validez universal y son aplicables a cualquier otro escenario posterior a la Guerra Fría. Ello nos lleva a referirnos, a continuación, a la pervivencia de los esquemas fundamentales de la Guerra Fría en el neoconservadurismo contemporáneo.

2. Los «peligros presentes» y la Guerra contra el Terror [Subir]

El tema de los «peligros presentes» constituye un verdadero paradigma de la perduración de los planteamientos de la Guerra Fría en el neoconservadurismo contemporáneo. La publicación en el año 2000 de la obra colectiva Present Dangers (Kristol, W. y Kagan, R. (eds.) (2000). Present Dangers: crisis and opportunity in American Foreign and Defense Policy. San Francisco: Encounter Books.Kristol y Kagan, eds., 2000), probablemente el máximo exponente del pensamiento neoconservador de nuestros días, reintroduce, actualizada, una idea neoconservadora de la Guerra Fría. El título elegido para agrupar este conjunto de ensayos no es en absoluto casual, ya que la evocación de los «peligros presentes» tiene un importante valor simbólico y teórico en el ideario neoconservador. De hecho, fue ya mucho antes utilizada por Norman Podhoretz (Podhoretz, N. (1980). The Present Danger: Do We Have the Will to Reverse the Decline of American Power? New York: Simon and Schuster.1980) para alertar sobre el, a su juicio, alarmante declive del poder norteamericano frente a la URSS. Sin embargo, la noción de peligros presentes nos retrotrae aún varias décadas atrás hasta el ya mencionado Committee on the Present Danger (CPD), organización creada en los primeros años de la Guerra Fría (concretamente, en 1950) como apoyo a la doctrina Truman y que permaneció en activo hasta el año 1953. Tras casi dos décadas de inactividad, el CPD resurgió en 1976 con el apoyo de la Coalition for a Democratic Majority para oponerse activamente a la política de distensión y coexistencia pacífica con la URSS (Vaïsse, J. (2008). Histoire du néoconservatisme aux États-Unis: Le triomphe de l’ideologie. Paris: Odile Jacob.Vaïsse, 2008: 176-180).

Desaparecido con la llegada al poder de Reagan, el CPD fue nuevamente reactivado en el año 2004 bajo el lema fighting terrorism and the ideologies that drive it, y en él había una nutrida representación neoconservadora bien significativa de la vinculación de este movimiento con esta organización desde su creación y a lo largo de su intermitente existencia[24].

Si el peligro presente de la Guerra Fría era el expansionismo comunista y la falta de voluntad de los líderes norteamericanos para hacerle frente, el principal peligro al que los neoconservadores aluden en Present Dangers no proviene de ningún enemigo exterior sino del propio interior de EE.UU. y, en concreto, de su alarmante decadencia militar, debida, a su vez, a la ausencia de voluntad política para garantizar la hegemonía norteamericana (Kristol, W. y Kagan, R. (2005) [2000]. Interés nacional y responsabilidad global. En W. Kristol y R. Kagan (eds.). Peligros presentes: soluciones de la nueva Administración Bush ante una civilización amenazada. Traducido y adaptado por I. de la Rasilla (pp. 43-70). Córdoba: Almuzara.Kristol y Kagan, 2005 [2000]: 45). A su juicio, la pervivencia del régimen de Saddam Hussein, consecuencia de la reticencia de Bush y Clinton a emplear el poder norteamericano, fue el símbolo de la debilidad que caracterizó la política exterior norteamericana en este periodo, alentando a este tipo de actores a desafiar a EE.UU. (Kristol, W. y Kagan, R. (2005) [2000]. Interés nacional y responsabilidad global. En W. Kristol y R. Kagan (eds.). Peligros presentes: soluciones de la nueva Administración Bush ante una civilización amenazada. Traducido y adaptado por I. de la Rasilla (pp. 43-70). Córdoba: Almuzara.Kristol y Kagan, 2005 [2000]: 47).

Aunque apenas un año antes de los atentados de Nueva York y Washing-ton entre los peligros presentes citados por los neoconservadores la amenaza el terrorismo islamista no ocupaba un lugar prioritario, es necesario constatar que sí advertían en repetidas ocasiones sobre la imprevisibilidad del escenario internacional y del surgimiento constante de nuevas amenazas ante las que era necesario estar preparado y realizar cambios sustanciales en la política exterior norteamericana (Kristol, W. y Kagan, R. (2005) [2000]. Interés nacional y responsabilidad global. En W. Kristol y R. Kagan (eds.). Peligros presentes: soluciones de la nueva Administración Bush ante una civilización amenazada. Traducido y adaptado por I. de la Rasilla (pp. 43-70). Córdoba: Almuzara.Kristol y Kagan, 2005 [2000]: 43-70). En esta admonición encajará perfectamente la crisis nacional e internacional desencadenada por el 11-S. Por ello, es del todo coherente que los neoconservadores hayan hecho de la Guerra contra el Terror lanzada por la Administración Bush su principal bandera para poner en práctica las ideas que habían desarrollado a lo largo de la década de los noventa.

La Guerra contra el Terror revela, sin duda, la persistente influencia de la Guerra Fría en el pensamiento neoconservador. Así, autores como Eliot Cohen, James Woolsey y Norman Podhoretz se han referido a ella como la «Cuarta Guerra Mundial» (World War IV), asumiendo que la Guerra Fría, aunque no declarada como tal, fue, en rigor, la Tercera (Cohen, E. (2001). World War IV: Let’s call the conflict what it is. The Wall Street Journal, 20/11/2002.Cohen, 2001; Woolsey, R. J. (2002). World War IV, Global Security, November 16. [Consulta: 21 de octubre de 2014] Disponible en: http://www.globalsecurity.org/military/library/report/2002/021116-ww4.htm.Woolsey, 2002; Podhoretz, N. (2007). World War IV: The Long Struggle Against Islamofascism. New York: Doubleday.Podhoretz, 2007: 6-15).

La asimilación con una Guerra Mundial no es un mero ejercicio retórico, sino que es reveladora de cómo la Guerra contra el Terror debe ser afrontada según los neoconservadores, tanto en los medios materiales como en los fundamentos intelectuales y legales. Se trata de una verdadera lucha por la supervivencia de Occidente y los valores que este encarna frente a amenazas de carácter existencial, como lo fueron, en su momento, el nazi-fascismo y el comunismo (Noon, D. H. (2007). Cold War Revival: Neoconservatives and Historical Memory in the War on Terror. American Studies, 48 (3), 75-99.Noon, 2007: 83-86).

3. Estatocentrismo, ideología y moralismo en la Guerra contra el Terror [Subir]

En efecto, la doctrina neoconservadora ha interpretado la Guerra contra el Terror de manera muy similar a la Guerra Fría. De este modo, ha sido concebida en términos esencialmente estatocéntricos, marcadamente ideológicos y acusadamente moralistas. El estatocentrismo es uno de los ejes basilares de la visión neoconservadora del mundo[25]. Si bien es verdad que los neoconservadores reconocen en un actor no estatal armado una amenaza de enorme gravedad para la seguridad norteamericana, no es menos cierto que en todo momento tratan de reestatalizar esta amenaza, reconduciéndola a la perspectiva estatal y del poder militar, adecuándola, así, a los esquemas de la Guerra Fría (Frum, D. y Perle, R. (2004). An End to Evil: How to Win the War on Terror. New York: Ballantine Books.Frum y Perle, 2004: 198). De este modo, se concede gran importancia a los «Estados canallas» que albergan grupos terroristas, sin los cuales estos carecerían de base territorial de operaciones, y se otorga una gran preeminencia al instrumento militar para combatir al terrorismo, en el entendido de que solo unos EE.UU. decididos a fortalecer y demostrar su superioridad militar serán capaces de salir victoriosos de esta guerra y de preservar su hegemonía global. Igualmente, la idea de que el terrorismo puede y debe ser derrotado —explícitamente defendida por la doctrina neoconservadora y por la Administración Bush— lleva ínsita la impronta estatocéntrica, toda vez que implica una indudable equiparación con una amenaza estatal: es decir, se considera que el terrorismo islamista puede ser completamente vencido, como lo fueron la URSS y el comunismo (Ledeen, M. A. (2002). The War Against the Terror Masters. New York: St. Martin’s Griffin Press.Ledeen 2002: 147-210; Frum, D. y Perle, R. (2004). An End to Evil: How to Win the War on Terror. New York: Ballantine Books.Perle y Frum, 2004: 7).

La ideología también ha sido también clave en la concepción neoconservadora de la Guerra contra el Terror. Si la Guerra Fría se caracterizó para los neoconservadores por ser una lucha a vida o muerte entre el mundo libre liderado por EE.UU. y la tiranía comunista representada por la URSS, la Guerra contra el Terror reproducirá un esquema en el fondo idéntico: frente a EE.UU. como líder del mundo libre, se erige el terrorismo islamista y la ideología que lo inspira y apoya, el Islam radical o militante o islamo-fascismo (Podhoretz, N. (2007). World War IV: The Long Struggle Against Islamofascism. New York: Doubleday.Podhoretz, 2007). Aquí es fundamental referirnos a la ya mencionada noción de amenaza existencial, esto es, un tipo de amenaza que por su naturaleza pone en peligro grave y directo la propia supervivencia de los valores y forma de vida de EE.UU. y, por extensión, del mundo occidental. Si antes aquella provenía del expansionismo comunista, ahora dimana de un enemigo que también persigue la destrucción física y moral de EE.UU. y de sus aliados (Krauthammer, C. (2002). The Unipolar Moment Revisited. The National Interest, invierno, 5-17.Krauthammer, 2002: 8 y 9. Podhoretz, N. (2007). World War IV: The Long Struggle Against Islamofascism. New York: Doubleday.Podhoretz, 2007: 14)[26]. Asimismo, la divisa ideológica anticomunista es sustituida por un espíritu mesiánico que reivindica a EE.UU. como el principal agente difusor de la democracia liberal en el mundo. Para vencer la Guerra contra el Terror, el «imperativo democrático» debía convertirse en un vector imprescindible de la política exterior norteamericana. En efecto, tras el 11-S, para los neoconservadores la exportación de la democracia ha tenido como objetivo político principal la transformación del llamado «Gran Oriente Medio», partiendo de la premisa de que la ausencia de democracia en esta macro-región está en la raíz del terrorismo islamista y del islamismo radical que lo sustenta ideológicamente (Frum, D. y Perle, R. (2004). An End to Evil: How to Win the War on Terror. New York: Ballantine Books.Frum y Perle, 2004: 134-139; Donnelly, T. (2004). Operation Iraqi Freedom: a Strategic Assessment. Washington, DC: AEI Press.Donnelly, 2004:32, 108-112). En este sentido, consideramos que el 11-S y la Guerra contra el Terror sirvieron para concretar y llevar a la práctica una agenda política democratizadora cuyas bases teóricas habían sido ya bien definidas algunos años atrás.

Los principios morales y su aplicación a la política exterior constituyen el gran distintivo neoconservador[27]. La ya aludida claridad moral es imprescindible para entender su concepción no solo de la Guerra Fría sino de las relaciones internacionales. Así, para Podhoretz (Podhoretz, N. (1981). The Future Danger. Commentary, 71 (4), 29-47.1981: 40), la Guerra Fría era «un choque entre civilización y barbarie». Reagan (Reagan, R. (1983). Remarks at the Annual Convention of the National Association of Evangelicals [«Evil Empire» Speech], March 8, Orlando, Florida. [Consulta: 10 de octubre de 2014]. Disponible en: https://www.reaganfoundation.org/pdf/Remarks_Annual_Convention_National_Association_Evangelicals_030883.pdf.1983) asumiría esta visión y, como sabemos, ello sería fundamental, según los neoconservadores, para llevar a EE.UU. a la victoria final frente al comunismo (Murray, D. (2006). Neoconservatism: Why We Need It. New York: Encounter Books. Murray, 2006: 58). Como ya sucedió entonces, estos consideran que la claridad moral ha de ser uno de los principios fundamentales que deben inspirar la acción de EE.UU. en su política exterior y de seguridad en general, y en la Guerra contra el Terror en particular (Bennett, W. J. (2003). Why We Fight: Moral Clarity and the War on Terrorism. Washington, DC: Regnery.Bennett, 2003: 9-22). Ante una nueva amenaza existencial la política exterior norteamericana ha de estar siempre guiada por la claridad moral: si esta coadyuvó decisivamente a obtener la victoria frente al comunismo, debe conducir también a derrotar al islamo-fascismo. La claridad moral aplicada a la Guerra contra el Terror implica saber por qué y contra quién se lucha. En este sentido, los neoconservadores no albergan dudas: se lucha por la supervivencia de la democracia y la libertad y esta lucha se lleva a cabo contra un enemigo mortal que pretende destruir los valores y el modo de vida norteamericanos (Bennett, W. J. (2003). Why We Fight: Moral Clarity and the War on Terrorism. Washington, DC: Regnery.Bennett, 2003: 169-184).

La doctrina del «eje del mal» (axis of evil), formulada por George W. Bush en los meses iniciales de la Guerra contra el Terror, responde plenamente a la lógica de la claridad moral, pues identifica sin ambages a una serie de enemigos de EE.UU. contra la que no cabe el apaciguamiento[28]. Esta doctrina tiene una clara ascendencia neoconservadora: su autoría intelectual recae en David Frum (Frum, D. (2003). The Right Man: The Surprise Presidency of George W. Bush. New York: Random House.2003: 224), speechwriter del presidente Bush, y fue desarrollada pocos meses más tarde por el subsecretario de Estado John Bolton[29]. Asimismo, la idea de «eje del mal» posee un antecedente histórico que la vincula con la Guerra Fría, ya que remite a la idea de «imperio del mal» de Reagan, que, al igual que aquella, también encierra aspectos morales e ideológicos inequívocos. Esta última trataba de definir en pocas palabras al enemigo comunista de manera que EE.UU. no se limitara a aparecer como la superpotencia que disputaba a la URSS la hegemonía mundial sino como el líder del mundo libre en su lucha contra la tiranía. Lo que se afirmaba es que la Guerra Fría no era un conflicto entre iguales, sino una pugna entre el bien y el mal en la que EE.UU. poseía una superioridad moral indiscutible. Con la idea del «eje del mal», los neoconservadores rescatan aquella visión maniquea y erigen de nuevo a EE.UU. en el principal garante de los valores de Occidente.

4. El creciente conflicto entre democracias y autocracias [Subir]

Por último, más allá de la Guerra contra el Terror, en el actual escenario internacional hay que referirse a la idea neoconservadora acerca de la existencia de un creciente conflicto entre Estados democráticos, de un lado, y Estados autocráticos, de otro, por responder también a su persistente visión de la Guerra Fría. La doctrina neoconservadora parte de la premisa de la paz democrática kantiana, según la cual las democracias son esencialmente pacíficas y no hacen la guerra entre ellas. Dibuja, así, un mundo crecientemente dividido entre democracias —con EE.UU. al frente de Occidente— y autocracias —lideradas por China y Rusia, decididas a retomar su papel de grandes potencias— en el que la conflictividad se daría esencialmente entre estos dos grupos de Estados: un «eje de la democracia» versus una «asociación de autócratas» (Kagan, R. (2008). El retorno de la Historia y el fin de los sueños. Madrid: Taurus.Kagan, 2008: 85-124). Las tiranías se estarían alineando contra las democracias y representarían una amenaza de primer orden para los valores occidentales, de los que EE.UU. es el principal garante. Esta hipotética división de la sociedad internacional que vislumbran los neoconservadores viene a replicar de nuevo la lógica binaria de la Guerra Fría, siendo una reproducción de la política de bloques: la escisión Este-Oeste de la sociedad internacional es transmutada en una fractura igualmente ideológica, en este caso democracia-autocracia. En este sentido, según los neoconservadores, un nuevo conflicto ideológico, esta vez entre democracia liberal y tiranía, puede marcar el devenir de las relaciones internacionales en las próximas décadas (Kagan, R. (2008). El retorno de la Historia y el fin de los sueños. Madrid: Taurus.Kagan, 2008: 92).

IV. CONCLUSIONES [Subir]

La Guerra Fría está presente en todo momento en la historia del neoconservadurismo: desde su nacimiento y desarrollo hasta en los profundos cambios que provoca el fin de aquella en el mismo dando lugar a una nueva época neoconservadora. El anticomunismo fue el eje ideológico del neoconservadurismo desde sus más remotos orígenes en los años treinta hasta la debacle soviética de finales de los ochenta. De hecho, como sabemos, el cambio de actitud de la mayoría del liberalismo norteamericano respecto del comunismo soviético a partir de la segunda mitad de la década de los sesenta es uno de los factores principales, aunque desde luego no el único, que explica el propio surgimiento de la ideología neoconservadora, así como su paso del liberalismo al conservadurismo norteamericano.

El fin de la Guerra Fría provoca cambios relevantes en el neoconservadurismo. El anticomunismo deja de ser la clave de bóveda de la concepción neoconservadora, pero ello no significa en absoluto que esta rompa con su pasado y que desaparezca la lógica de la Guerra Fría de su visión del mundo. En este sentido, hemos demostrado que las esencias de aquella lógica prevalecen adaptadas al nuevo escenario en tres aspectos fundamentales: la ideologización de los conflictos y del enemigo, con la incesante búsqueda de un enemigo existencial que sustituya al comunismo, sea el terrorismo islamista o una asociación de Estados autocráticos; la visión estatocéntrica del mundo, según la cual el poder militar sigue teniendo un papel central en las relaciones internacionales y es vital para combatir las nuevas amenazas; y el moralismo, representado por el concepto de moral clarity, como guía fundamental de la política exterior estadounidense para salvaguardar y extender sus valores, lograr la victoria frente a sus enemigos y prevalecer como la mejor nación del mundo.

Finalmente, este artículo ha buscado demostrar que la política internacional, y en concreto la política exterior de EE.UU., fueron determinantes en el surgimiento del neoconservadurismo, siendo uno de los temas de máxima importancia desde su propio inicio. Ello desmiente la idea de que el neoconservadurismo fue en su primera época un movimiento preocupado esencialmente por los problemas internos y por la domestic policy de EE.UU., en el que las cuestiones internacionales ocupaban un lugar menor tanto cuantitativa como cualitativamente.

Notas [Subir]

[1] En este sentido: Velasco, 2010: 159.
[2] Así, Vaïsse (Vaïsse, J. (2008). Histoire du néoconservatisme aux États-Unis: Le triomphe de l’ideologie. Paris: Odile Jacob.2008: 12-15) habla de «las tres edades del neoconservadurismo»: una primera edad, a la que denomina «los neoconservadores», que abarcaría de 1965 hasta los años noventa, surgida como reacción a la evolución izquierdista del liberalismo norteamericano y a la contracultura; una segunda, que califica como los «Scoop Jackson Democrats», de 1972 a 1992, definida por su reacción al liderazgo de McGovern y por la lucha contra la distensión y el aislacionismo; y, por último, una tercera edad, a la que denomina «los Neocons», desde 1995 a la actualidad, caracterizada por ser una voz propia dentro del conservadurismo norteamericano y su dedicación principal a la política exterior. A nuestro juicio, esta división tripartita impide observar en su plenitud la centralidad de la Guerra Fría en el neoconservadurismo.
[3] El primer estudio extenso sobre el neoconservadurismo se centra en la política interna y presta escasa atención a la política exterior: Steinfels, P. (1979). The Neoconservatives. The Men Who Are Changing America’s Politics. New York: Simon and Schuster.Steinfels, 1979. El primer autor que se ocupa en profundidad de la importancia de la política exterior y de los asuntos internacionales en el neoconservadurismo desde sus orígenes es John Ehrman (Ehrman, J. (1995). The Rise of Neoconservatism. Intellectuals and Foreign Affairs 1945-1994. New Haven, London: Yale University Press.1995), ya en los años noventa. Para Vaïsse (Vaïsse, J. (2008). Histoire du néoconservatisme aux États-Unis: Le triomphe de l’ideologie. Paris: Odile Jacob.2008: 12-14), la primera edad neoconservadora tiene como centro de gravedad la política interior y la política exterior solo cobrará importancia en la segunda edad.
[4] En este sentido: Dorrien (Dorrien, G. (1993). The Neoconservative Mind. Politics, Culture and the War of Ideology. Philadelphia: Temple University Press.1993: 66), Gerson (Gerson, M. (1996). The Neoconservative Vision: From Cold War to the Culture Wars. New York: Madison Books.1996: 19 y 20) y Del Pero (Del Pero, M. (2006). Henry Kissinger e l’ascesa dei neoconservatori. Alle origine della politica estera americana. Roma: Laterza.2006: 107-115).
[5] El término «neoconservador» aparece como una descalificación proveniente de la izquierda estadounidense —en concreto del activista político Michael Harrington— que refleja la condición de minoría disidente de sus destinatarios, Lipset (Lipset, S. M. (2000). El excepcionalismo americano: Una espada de dos filos. México: Fondo de Cultura Económica.2000: 274).
[6] Según señala Midge Decter (Decter, M. (2002). Breaking Away. Hoover Digest, No. 1. [Consulta: 10 de octubre de 2014]. Disponible en: http://www.hoover.org/publications/digest/4484181.html.2002), durante el intento fallido de los neoconservadores de salvar al Partido Demócrata del radicalismo izquierdista, estos acabaron dirigiéndose de manera lógica hacia la derecha política.
[7] Sobre el contenido de estos valores tradicionales norteamericanos conviene remitirse a la obra de la esposa de Irving Kristol, la historiadora Gertrude Himmelfarb (Himmelfarb, G. (1995). The De-moralization of Society: from Victorian Virtues to Modern Values. New York: Random House.1995), gran estudiosa de la época victoriana.
[8] La expresión adversary culture se debe al crítico literario Lionel Trilling, figura influyente en la primera etapa del neoconservadurismo, Fuller (Fuller, A. L. (2012). Taking the Fight to the Enemy: Neoconservatism and the Age of Ideology. Lanham: Lexington Books.2012: 116 y 117). La voz counterculture es debida al historiador izquierdista Theodore Roszak (Roszak, T. (1969). The Making of a Counter Culture: Reflections on the Technocratic Society and Its Youthful Opposition. Garden City, N.Y.: Doubleday.1969).
[9] Así, según Kirkpatrick (Kirkpatrick, J. (2004). Neoconservatism as a Response to Counter-Culture. En I. Stelzer (ed.). Neoconservatism (pp. 233-240). London: Atlantic Books.2004: 235 y 236), el neoconservadurismo nace en oposición a la contracultura, siendo, por ende, un producto político e ideológico contra-contracultural.
[10] Para los orígenes trotskistas y anarquistas del concepto de New Class y su posterior desarrollo en la obra de James Burnham y David Bazelon, Dorrien (Dorrien, G. (1993). The Neoconservative Mind. Politics, Culture and the War of Ideology. Philadelphia: Temple University Press.1993: 13-15 y 30-35).
[11] Aunque los neoconservadores nunca definieron con precisión su concepto de New Class, empleándolo como una etiqueta amplia para designar a los enemigos de los valores burgueses de EE.UU., es indudable que los intelectuales norteamericanos constituían el núcleo del mismo, Steinfels (Steinfels, P. (1979). The Neoconservatives. The Men Who Are Changing America’s Politics. New York: Simon and Schuster.1979: 188-213). El concepto neoconservador de New Class puede ser identificado con la «élite cultural norteamericana», quedando excluida la élite empresarial y financiera, con la que los neoconservadores trabaron una estrecha relación para combatir a la primera, Dorrien (Dorrien, G. (1993). The Neoconservative Mind. Politics, Culture and the War of Ideology. Philadelphia: Temple University Press.1993: 382).
[12] En este sentido, Steinfels (Steinfels, P. (1979). The Neoconservatives. The Men Who Are Changing America’s Politics. New York: Simon and Schuster.1979: 53 y 54).
[13] El papel de Irving Kristol en este vínculo es clave, Dorrien (Dorrien, G. (1993). The Neoconservative Mind. Politics, Culture and the War of Ideology. Philadelphia: Temple University Press.1993: 100-102).
[14] Para la importancia de las mediating structures, Berger y Neuhaus (Berger, P. L. y Neuhaus, R. J. (1977). To Empower People: The Role of Mediating Structures in Public Policy. Washington, DC: AEI Press.1977).
[15] Según la New Left, EE.UU. debía centrarse en resolver sus graves problemas internos y renunciar a la política imperialista que había causado la Guerra Fría y que constituía la principal amenaza a la paz en el mundo, Kirkpatrick (Kirkpatrick, J. (2004). Neoconservatism as a Response to Counter-Culture. En I. Stelzer (ed.). Neoconservatism (pp. 233-240). London: Atlantic Books.2004: 235 y 236).
[16] La CDM fue creada por los partidarios del senador Henry Jackson tras su derrota frente a McGovern en las primarias del Partido Demócrata. Sin embargo, Jackson no llegaría nunca a formar parte de la organización, hecho que, según Decter (Decter, M. (2002). Breaking Away. Hoover Digest, No. 1. [Consulta: 10 de octubre de 2014]. Disponible en: http://www.hoover.org/publications/digest/4484181.html.2002), está en la propia raíz de su fracaso.
[17] Véase Wattenberg (Wattenberg, B. J. (2008). Fighting Words: A Tale of How Liberals Created Neo-Conservatism. New York: St. Martin’s Press.2008: 135-151).
[18] De hecho, el consenso liberal acabará identificándose con el título de una destacada obra de este último, Schlesinger (Schlesinger, Jr., A. M. (1997) [1949]. The Vital Center: The Politics of Freedom. New Brunswick: Transaction Publishers.1997 [1949]).
[19] Según James Burnham, el primer y más firme defensor del rollback durante los años cincuenta, la contención era insuficiente para combatir al comunismo soviético, por lo que se hacía preciso adoptar una estrategia destinada a expulsar a los regímenes comunistas del poder. Los neoconservadores harían uso de este concepto en los años setenta, si bien limitándolo a países fuera del área de intereses vitales de la URSS, Dorrien (Dorrien, G. (1993). The Neoconservative Mind. Politics, Culture and the War of Ideology. Philadelphia: Temple University Press.1993: 56-58); Del Pero (Del Pero, M. (2006). Henry Kissinger e l’ascesa dei neoconservatori. Alle origine della politica estera americana. Roma: Laterza.2006: 7 y 8).
[20] En este sentido, Podhoretz (Podhoretz, N. (1980). The Present Danger: Do We Have the Will to Reverse the Decline of American Power? New York: Simon and Schuster.1980: 32-38, 54-57).
[21] La claridad moral, definida como la capacidad para distinguir entre el bien y el mal y entre amigos y enemigos, es un concepto fundamental en el neoconservadurismo, Kristol y Kaplan (Kristol, W. y Kaplan, L. F. (2004) [2003]. La Guerra de Irak. En defensa de la democracia y la libertad. Comentado, adaptado y revisado por J. J. Mora. Córdoba: Almuzara.2004: 36) y Murray (Murray, D. (2006). Neoconservatism: Why We Need It. New York: Encounter Books. 2006: 46-53).
[22] En efecto, según Kennan (X [Kennan, G.] (1947). The Sources of Soviet Conduct. Foreign Affairs, 25 (4), 566-582.1947: 576-580), en la política exterior soviética primaban los factores geopolíticos por encima de los ideológicos.
[23] Joshua Muravchik (1991, 1996) es uno de los principales teóricos del idealismo democrático neoconservador desde principios de los años noventa. El libro de Kristol y Kaplan (Kristol, W. y Kaplan, L. F. (2004) [2003]. La Guerra de Irak. En defensa de la democracia y la libertad. Comentado, adaptado y revisado por J. J. Mora. Córdoba: Almuzara.2004 [2003]: 151-170) en defensa del cambio de régimen en Irak constituye un ejemplo claro de la puesta en práctica del idealismo democrático tras el 11-S.
[24] Así, entre los nombres más destacados: Eliot Cohen, Midge Decter, Jeanne Kirpatrick (fallecida en 2007), Joshua Muravchik, Norman Podhoretz o Ben Wattenberg. Véase http://www.committeeonthepresentdanger.org/OurMembers/tabid/364/Default.aspx [consulta: 21 de octubre de 2014].
[25] Sobre el estatocentrismo neoconservador, véanse, por ejemplo, Kagan (Kagan, R. (2003). Poder y debilidad. Estados Unidos y Europa en el nuevo orden mundial. Madrid: Taurus.2003; 2008: 11).
[26] Frum y Perle (Frum, D. y Perle, R. (2004). An End to Evil: How to Win the War on Terror. New York: Ballantine Books.2004: 7) perciben la gravedad de la amenaza en términos apocalípticos: «Terrorism remains the great evil of our time, and the war against this evil, our generation’s great cause […] There is no middle way for Americans; it is victory or holocaust».
[27] Así, según Kristol y Kagan (Kristol, W. y Kagan, R. (1996). Toward a Neo-Reaganite Foreign Policy. Foreign Affairs, 75 (4), 18-32. Disponible en: http://dx.doi.org/10.2307/20047656.1996: 31): «The remoralization of America at home ultimately requires the remoralization of American foreign policy».
[28] Inicialmente, constituyen el «eje del mal» Irak, Irán y Corea del Norte, regímenes acusados de colaborar con el terrorismo internacional y de ambicionar o poseer arsenales de armas de destrucción masiva: Bush, 2002.
[29] Bolton (Bolton, J. R. (2002). Beyond the Axis of Evil: Additional Threats from Weapons of Mass Destruction. The Heritage Foundation, Lecture #743 on Missile Defence, Washington, DC, May 6. [Consulta: 21 de octubre de 2014]. Disponible en: http://www.heritage.org/research/lecture/beyond-the-axis-of-evil.2002) incluye en la lista a Libia, Siria y Cuba, a quienes acusa de pretender adquirir armas biológicas.

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