RESUMEN
Este artículo tiene como objetivo analizar las similitudes y diferencias del concepto de nación en José Antonio Primo de Rivera, fundador y líder de Falange Española, del usado en Vox, partido de derecha radical. En primer lugar, se introduce el nacionalismo español como fuente principal que ayuda a comprender las posiciones de José Antonio y de Vox. En segundo lugar, se estudia el concepto de nación de José Antonio como manifestación del ultranacionalismo fascista, atendiendo su relación con otros elementos del pensamiento falangista, como la idea de imperio o la «revolución pendiente». En tercer lugar, se expone el concepto de nación de Vox, analizado como un ultranacionalismo de derecha radical fundamentado por el unitarismo, la catolicidad y la homogeneidad étnica y cultural. Finalmente, se señalan los factores de continuidad y discontinuidad entre el ultranacionalismo fascista de José Antonio y el ultranacionalismo de derecha radical de Vox.
Palabras clave: Nación; José Antonio Primo de Rivera; Vox; ultranacionalismo; fascismo; derecha radical.
ABSTRACT
This article aims to analyze the similarities and differences of the concept of nation in José Antonio Primo de Rivera, founder and leader of Falange Española, from that used in Vox, a radical right party. First, Spanish nationalism is introduced as the main source that helps understand the positions of José Antonio and Vox. Secondly, the concept of nation in José Antonio is studied as a manifestation of fascist ultranationalism, considering its relationship with other elements of Falangist thought, such as the empire or the «pending revolution». Thirdly, the concept of the nation in Vox is exposed, analyzed as a radical right ultranationalism based on unitarianism, catholicity and ethnic and cultural homogeneity. Finally, the factors of continuity and discontinuity between the fascist ultranationalism of José Antonio and the radical right ultranationalism of Vox are pointed out.
Keywords: Nation; José Antonio Primo de Rivera; Vox; ultranationalism; fascism; radical right.
El presente artículo tiene como objetivo analizar las similitudes y diferencias del concepto de nación de José Antonio Primo de Rivera (1903-1936), fundador y líder de Falange Española, y de Vox, partido político de derecha radical contemporáneo. Este análisis comparativo, además, permitirá examinar la continuidad y discontinuidad entre el pensamiento fascista clásico y el pensamiento de la derecha radical contemporánea, partiendo de la idea-fuerza principal que articula ambos movimientos: la nación.
El artículo se inicia situando las distintas aproximaciones existentes sobre el nacionalismo y las naciones, lo que permitirá ubicar el ultranacionalismo de los casos aquí estudiados en un marco más amplio. A su vez, se señalarán las principales características del nacionalismo español, matriz de la que se despliega el pensamiento político de José Antonio y de Vox. Mediante un análisis de la obra de José Antonio y de los documentos políticos de Vox, sus líderes y su think tank, la Fundación Disenso, se presentarán sus conceptos de nación y cómo se relacionan con su proyecto político en un sentido amplio. Al analizar el ultranacionalismo de Vox se irán presentando las continuidades y discontinuidades con el ultranacionalismo de José Antonio. Estas elaboraciones se enmarcan en el ultranacionalismo fascista en el caso del fundador de Falange Española y en el ultranacionalismo de derecha radical en el caso de Vox.
Comparar el ultranacionalismo de José Antonio con el de Vox a partir de su concepción de la nación permitirá incidir en las relaciones entre fascismo clásico y derecha radical. Además, habiendo importantes cargos de Vox como Jorge Buxadé o Javier Ortega Smith con pasado falangista, esta comparación contribuirá a atender a las continuidades y discontinuidades ideológicas entre estos dos partidos. Como ha señalado Traverso (2018: 18), las derechas radicales contemporáneas parten de una matriz fascista, pero se han emancipado de ella constituyendo movimientos políticos distintos. Esto indica, por un lado, que las derechas radicales constituirían algo nuevo, debiéndose diferenciar del fascismo. Es por ello que Ignazi (1992: 12-13) diferencia entre una «vieja» y una «nueva extrema derecha» en función de sus vínculos con el fascismo clásico. Posteriormente, Mudde (2007: 31) distingue a la derecha radical de la extrema derecha (en la que se encontrarían los movimientos fascistas) a partir de sus objetivos políticos: mientras la primera sería nominalmente democrática y se opone a aspectos centrales de las democracias liberales, la segunda sería esencialmente antidemocrática. El fascismo es un movimiento reaccionario de masas que pretende instaurar una dictadura (Renton, 2020: 141-142) como forma de alcanzar el renacimiento nacional ante una situación diagnosticada como decadente (Antón-Mellón, 2009: 52), para lo cual plantea objetivos de «limpieza interna y expansión exterior» (Paxton, 2019: 368). Consecuentemente, la praxis política del fascismo considera el uso de la violencia física un instrumento fundamental para sus objetivos de purificar la nación y eliminar a sus enemigos, organizándose como partidos-milicia, esto es, combinando una estructura partidista convencional con una estructura paramilitar (Gentile, 2002: 85). La derecha radical, en cambio, habría renunciado a su uso como recurso sistemático (Eatwell, 2003: 5).
Por otro lado, las derechas radicales parten de una matriz fascista, algo que se revela en sus principales ideólogos, como la Nouvelle Droite de Alain de Benoist o Guillaume Faye y su esfuerzo por hacer sobrevivir, adaptándolos, los idearios fascistas en una época de hegemonía liberal y democrática inaugurada tras la derrota político-militar del fascismo en la Segunda Guerra Mundial (Antón-Mellón, 2011). En este sentido, se ha operado un proceso de actualización y normalización en la ultraderecha que ha llevado a su diferenciación con el fascismo clásico. No obstante, las fronteras entre las dos alas de la ultraderecha son porosas, no pudiendo considerarse movimientos desvinculados entre sí (Forti, 2021: 158). Además, la derecha radical contemporánea es un fenómeno que solo se hace comprensible como parte de la longue durée de la ultraderecha como movimiento político autónomo desde mediados del siglo xix —coincidiendo con la aparición de la política de masas—, adoptando diferentes formas en función de la época (como el bonapartismo, el fascismo o, actualmente, la derecha radical) (Saull, 2014: 25). Igualmente, la ultraderecha debe entenderse como un fenómeno global configurado mediante una internalización de lo internacional como una fuente permanente de amenazas a la «integridad racial y espacial de ‘La Patria’: la base misma de su política» (Anievas y Saull, 2023: 720).
La patria o la nación, ya sea en su manifestación fascista o en su manifestación de derecha radical, es la idea-fuerza fundamental de la ultraderecha. El ultranacionalismo, entonces, es una característica que articula a estos dos movimientos y constituye la base de su política, en tanto las ultraderechas siempre fetichizan una identidad colectiva definida en términos bio-étnicos (Bihr, 1999: 21). Por ello, el análisis de cómo esta se conceptualiza ofrece información clave para comprender adecuadamente la articulación de estos movimientos, sus similitudes y sus diferencias.
En primer lugar, se abordarán mínimamente los conceptos de nación y nacionalismo y su expresión en España. Existiendo múltiples paradigmas para explicar el nacionalismo (como el perennialismo, el primordialismo o el etnosimbolismo), aquí se partirá de las reflexiones del paradigma modernista (Smith, 2010: 49-65). De acuerdo, entonces, con Anderson (1993: 30), la nación es una comunidad imaginada que surge a finales del siglo xvii de la mano de las transformaciones económicas que estaban dando lugar al modo de producción capitalista. La nación pasa progresivamente a convertirse en la comunidad imaginada (pues sus miembros imaginan que son comunes entre sí, aunque no se conozcan) de la modernidad, sustituyendo a la comunidad religiosa, que había conformado el sistema cultural dominante durante la época feudal. La comunidad imaginada nacional comporta como novedad el imaginarse limitada, pues asume que la comunidad es finita, con fronteras, y que existen otras comunidades nacionales diferentes de la propia; y soberana, producto de su nacimiento parejo a la Ilustración y a la crítica del absolutismo. Por ello, Gellner (2001: 13) apunta a que «el nacionalismo es un principio político que sostiene que debe haber congruencia entre la unidad nacional y la política», lo que viene a implicar que «los límites étnicos no deben contraponerse a los políticos, y especialmente [...] que no deben distinguir a los detentadores del poder del resto dentro de un estado dado» (Gellner, 2001: 14).
El criterio étnico, no obstante, puede adquirir connotaciones muy distintas en función del movimiento nacionalista de que se trate, ya que, como sostiene Hobsbawm (1991: 18), «el nacionalismo antecede a las naciones», es más, «las naciones no construyen estados y nacionalismos, sino que ocurre al revés». En este sentido, se ha tendido a dividir el nacionalismo en, al menos, dos subtipos: el nacionalismo étnico y el nacionalismo cívico. El nacionalismo étnico se fundamentaría en el uso de criterios hereditarios (que remiten al ius sanguinis), entendiendo la nación como superior al individuo; y el nacionalismo cívico se basaría en criterios legales, de nacimiento o de residencia (que remiten al ius soli), entendiendo al individuo como previo a la nación (Keating, 1994: 45)[1].
El nacionalismo, entonces, plantea cómo articular la adscripción de los individuos a la nación. Generalmente, manteniendo esta división entre nacionalismo étnico y nacionalismo cívico, se distingue una adscripción cultural de una voluntarista, respectivamente. La cultural entiende que la nación se forma por los individuos de una misma cultura, entendida como sistema amplio, pudiéndose enfatizar más unos u otros elementos. La voluntarista, en cambio, entiende que la nación se forma por los individuos que se reconocen mutuamente como pertenecientes a la misma nación, independientemente de si comparten muchos, pocos o ningún atributo cultural (Gellner, 2001: 20). Históricamente, el nacionalismo cívico acompañó los movimientos democráticos radicales antiabsolutistas desde la Revolución francesa (1789), pero es hacia finales del siglo xix cuando el nacionalismo empieza a experimentar un cambio. El principio del umbral, según el cual solo las naciones de cierta entidad (económica, cultural, histórica, etc.) tenían derecho a la autodeterminación, es progresivamente abandonado, de forma que cualquier entidad concebida como nación podía reclamar este derecho. Junto a ello, el número de naciones se multiplicó, usando la lengua o la etnia como criterios cada vez más importantes para definir la nación. Este proceso de adaptación del nacionalismo ocurrió de la mano de una derechización de la idea de nación y sus símbolos (Hobsbawm, 1991: 112).
Esta entrada en escena del nacionalismo étnico (aunque tiene antecedentes desde finales del siglo xviii con Herder o, más adelante, con Fichte) intenta resolver el problema de la identidad, olvidado en las concepciones voluntaristas de la nación, dominantes hasta finales del siglo xix. Su tesis de partida es que la nación política (cambiante) solo podía fundamentarse en la nación cultural (permanente), la cual se fundaría por elementos comunes como la historia, la religión, la cultura, las costumbres y la lengua, excluyendo de la nación a quienes no dispusiesen de este acervo compartido. Esto se produjo especialmente en territorios donde existía la mezcla étnica y cultural, lo que entronca con la idea de que el nacionalismo pretende identificar la unidad étnica y la unidad política (Caminal, 2016). El ultranacionalismo (con el fascismo como caso paradigmático), por su parte, aparece como una radicalización del nacionalismo étnico, rechazando los ideales liberales e igualitarios que pueden asociarse a la nación y animando a sus miembros a disolverse en la comunidad, exigiendo compromiso y sacrificio por la patria. Así, promueve una pertenencia mística a una comunidad nacional orgánica (sea el Estado nación, una etnia global, una raza o una cultura de base étnica) definida a partir de criterios como una historia mitificada, la ascendencia, el territorio, el lenguaje, la cultura y la sangre o ius sanguinis (Griffin, 2019: 65-67, 174).
En lo que respecta al nacionalismo español, Núñez Seixas (2018: 15-16) apunta hacia tres características compartidas de este movimiento: la idea de que España es una nación y único sujeto soberano, la idea de que la condición nacional de España se fundamenta en vínculos culturales que no derivan de ninguna constitución (y, al menos, posee existencia común desde el siglo xv) y la oposición a la posibilidad de algún tipo de secesión (aun cuando sea pacífica y democrática) de alguna parte del territorio español donde exista e incluso domine una conciencia nacional alternativa a la española. Estos elementos identifican al nacionalismo español con un nacionalismo de características perennialistas, asociado a posiciones conservadoras, pero este vínculo no empieza a darse hasta la segunda mitad del siglo xix. Hasta entonces, la derecha española se centraba en reivindicar la religión y la tradición, pero tras la derrota del carlismo como alternativa real, el conservadurismo comenzó a integrar la nación en sus reivindicaciones, siempre asociada al catolicismo (Álvarez Junco, 2017: 167-168).
Con la Restauración monárquica (1874), se fija que «España era una unidad orgánica, forjada por una Historia común, la religión católica y el papel de la Monarquía, en la que la diversidad etnoterritorial solo era tolerada en un nivel prepolítico» (Núñez Seixas, 2018: 41), lo que constituyó el dominio de un nacionalismo tradicionalista y conservador frente a un nacionalismo progresista y liberal-republicano, profundamente derrotado tras la experiencia del Sexenio Revolucionario (1868-1874). En esta forma de articular el nacionalismo español tuvo un peso decisivo el «catolicismo político» de Antonio Cánovas del Castillo, donde las naciones se presentan como instrumentos de Dios para realizar la misión divina. Son, además, hechos eternos y, en el caso español, sus esencias (o «verdades madre») serían el catolicismo y la monarquía, que se orientan a la preservación del hecho natural de la desigualdad social, amenazado por las revoluciones modernas (Antón-Mellón, 2019).
En su entrada en el siglo xx, el nacionalismo español toma un rumbo pesimista marcado por las pérdidas imperiales de 1898 y el crecimiento de los nacionalismos periféricos (especialmente el vasco y el catalán), lo que prepararía la base para el crecimiento del nacionalcatolicismo como derivación del nacionalismo tradicionalista y conservador español anterior (Núñez Seixas, 2018: 47-48). Concretamente, es la figura de Marcelino Menéndez Pelayo la que dio paso a esta forma del nacionalismo español:
Él fue quien encontró la anti-España, el «enemigo» que toda nación necesita, en los «heterodoxos», aquellos españoles que se habían apartado del catolicismo, algo equivalente a la subversión política. Con ello, el nacionalismo logró al fin emparejarse con un objetivo político perfectamente asumible para la opinión conservadora: la contrarrevolución. Se alzó la bandera nacional contra la subversión obrera, contra los separatismos, contra la secularización. (Álvarez Junco, 2017: 169)
El nacionalcatolicismo, de hecho, cobra fuerza con el advenimiento de la Segunda República (1931) al percibir las fuerzas conservadoras una amenaza de perder los privilegios que le confería el sistema de la Restauración. Ello se refleja en la laicización del Estado emprendida por la República, lo que llevó a las derechas a distinguir entre «creyentes agredidos» y «no-creyentes agresores», por lo que articulan el proyecto contrarrevolucionario en torno a la identidad religiosa (González Calleja, 2011). Junto a ella, la amenaza a la unidad de España por el crecimiento del nacionalismo catalán, vasco y, en menor medida, gallego, contribuye a exacerbar el nacionalismo unitarista español (Botti, 1992: 50). Las fuerzas conservadoras veían en las políticas republicanas un intento de destruir España, lo que les llevó a identificarse con la «verdadera» España luchando contra la «anti-España» (Álvarez Junco, 2017: 184).
Así, frente al proyecto nacionalizador republicano-democrático, que entroncaba con el nacionalismo revolucionario y anti-absolutista del siglo xix y buscaba integrar la pluralidad nacional del Estado, se impuso el proyecto nacionalcatólico, con la dictadura franquista como resultado de la Guerra Civil (1936-1939). El nacionalcatolicismo se puede resumir en la identificación entre nación y religión, entre España y catolicismo, a la vez que se distinguía entre liberalismo económico y democracia política, optando, en cambio, por un tipo de modernización impulsada y controlada por las élites siguiendo un modelo autoritario de bases representativas corporativas (Botti, 1992: 141-142). Este proyecto, con Franco como dictador, estuvo formado por dos proyectos nacionalistas diferenciados, en ocasiones enfrentados y, también, muy vinculados entre sí: el propiamente nacionalcatólico (vinculado a la Iglesia católica, los sectores monárquicos, el Ejército y demás fuerzas conservadoras) y el fascista (vinculado a Falange Española como partido único del régimen) (Saz Campos, 2003: 53).
El triunfo del nacionalcatolicismo en la Guerra Civil condicionó el devenir del nacionalismo español, que quedó profundamente vinculado a los proyectos conservadores y autoritarios. La tradición republicana-democrática, en cambio, se ha desvinculado en buena medida del nacionalismo español, teniendo más afinidad con los nacionalismos periféricos, convertidos en sinónimos de resistencia antifranquista (Núñez Seixas, 2018: 79-80). Esta situación explica parcialmente la permanencia de una cuestión nacional no resuelta en España, con nacionalismos periféricos demandando mayor autogobierno (cuando no la independencia, como el nacionalismo catalán en 2017), y un nacionalismo español (tanto el del Partido Popular como el de Vox) opuesto a profundizar la descentralización del Estado, claramente influido por su origen nacionalcatólico (Álvarez Junco, 2017: 197). De hecho, el nacionalismo español habría tomado un rumbo radical y «neocentralista» desde 2004, abandonando los intentos de desarrollar un «patriotismo constitucional»[2] (Núñez Seixas, 2018: 190), de modo que intensifica su carácter reaccionario y contrario a admitir transformaciones en las «verdades madre» de la nación.
Así, el ultranacionalismo de la ultraderecha (fascista o de derecha radical) es en buena medida un heredero de este nacionalismo étnico, al asumir sus premisas sobre la nación como una entidad natural anterior a la voluntad de sus individuos, formada por criterios étnicos excluyentes y sacralizarla como el valor fundamental de la sociedad. Además, las peculiaridades del nacionalismo español son decisivas para comprender el concepto de nación sostenido por José Antonio y por Vox, que se analiza a continuación, atendiendo a las similitudes y diferencias entre ellos.
Para analizar el concepto de nación elaborado por José Antonio Primo de Rivera y poder examinar las características del ultranacionalismo fascista se llevará a cabo un análisis de sus obras completas, formadas por artículos, cartas, discursos y documentos políticos de Falange Española. La atención a la obra de José Antonio se debe a que se trata de la figura que principalmente ha elaborado la doctrina falangista, siendo a su vez la referencia doctrinal seguida por el fascismo español posterior.
En la obra de José Antonio se pueden distinguir tres etapas, con distintas formas de entender la nación. La primera, coincidiendo con sus primeros pasos en política, es típicamente conservadora y contrarrevolucionaria, defendiendo el legado de la dictadura de su padre Miguel Primo de Rivera (1923-1930) y la unidad de España, pero sin un contenido programático fascista. La segunda es su etapa estrictamente fascista, que va desde que recibe la influencia intelectual de Ernesto Giménez Caballero en 1932 y la fundación de Falange en 1933 hasta que inicia la Guerra Civil (Saz Campos, 2003: 138-139). La tercera etapa, relativa a su estancia en la prisión de Alicante entre junio y su muerte en noviembre de 1936, supone una involución, abandonando el ultranacionalismo fascista por posiciones aristocráticas y conservadoras en las que identificaba monarquía, aristocracia, Iglesia y milicia con lo «germano», y el liberalismo, lo popular y a la masa con lo «bereber», suponiendo una especie de abandono de la españolidad (Saz Campos, 2003: 154-155). En este artículo se atenderá a su etapa fascista.
El concepto de nación de José Antonio Primo de Rivera (1959: 86) se sintetiza en su famosa frase de que España «es una UNIDAD DE DESTINO EN LO UNIVERSAL». Esta concepción resulta de sintetizar las teorizaciones de José Ortega y Gasset y de Eugeni D’Ors. El primer elemento que destaca es el carácter unitario concedido a España, a la patria, que se afirma como algo situado por encima de las divisiones. De hecho, José Antonio considera que el fascismo es principalmente una idea (la unidad) que va más allá de la táctica (la violencia). Así, el fascismo, a diferencia del liberalismo y del marxismo, respectivamente:
[...] sostiene que hay algo sobre los partidos y sobre las clases, algo de naturaleza permanente, trascendente, suprema: la unidad histórica llamada Patria. La Patria, que no es meramente el territorio donde se despedazan [...] varios partidos rivales ganosos todos del Poder. Ni el campo indiferente en que se desarrolla la eterna pugna entre la burguesía, que trata de explotar a un proletariado, y un proletariado, que trata de tiranizar a una burguesía. (ibid.: 43-44).
La patria, por tanto, se sitúa por encima de partidos y de clases y, especialmente, de la lucha fratricida entre ellos, pero esa unidad no se limita a estas cuestiones. La unidad que supone la patria es también «superior a las diferencias entre los pueblos» (ibid.: 87). Esta es una de las principales características del concepto de nación de José Antonio, pues asume la diversidad interna de los pueblos que forman España, aunque ello no le lleva a asumir una existencia plurinacional del Estado. Según argumenta, una «nación no es una realidad geográfica, ni étnica, ni lingüística; es sencillamente una unidad histórica» ((ibid.: 99), por lo que la pluralidad puede ser reconocida sin invocar el separatismo, uno de los principales (si no el principal) enemigos políticos del líder falangista. De hecho, considerar a la nación en estos términos puede llevar «a sentirnos perdidos en un particularismo o regionalismo infecundo» ((ibid.: 165). Esta lectura es una acusación contra el romanticismo que imperaría en la derecha española, incapaz de anular al separatismo por utilizar unas tesis que refrendarían el estatus nacional de Cataluña y el País Vasco. Frente a ello, propone un «nuevo nacionalismo» encargado de «reemplazar el débil intento de combatir movimientos románticos con armas románticas, por la firmeza de levantar contra desbordamientos románticos firmes reductos clásicos, inexpugnables» ((ibid.: 216).
Este posicionamiento lleva a José Antonio a rechazar el nacionalismo, negando que él formase parte de este movimiento (Núñez Seixas, 2018: 57), notándose aquí la influencia de pensadores como Ortega y D’Ors (Fuentes Codera, 2013: 163). Concretamente, sostiene que «ser nacionalistas es una pura sandez; es implantar los resortes espirituales más hondos sobre un motivo físico», por lo que los falangistas no serían nacionalistas, ya que el «nacionalismo es el individualismo de los pueblos»; los falangistas son «españoles, que es una de las pocas cosas serias que se pueden ser en el mundo» (Primo de Rivera, 1959: 720). No obstante, este no nacionalismo sistemáticamente recurría a la historia de España para justificar posiciones sobre el momento presente, desautorizando el cambio. Se trata de una «España metafísica, eterna, suprema, permanente e irrevocable que, por enunciarse como un absoluto, no requería de mayor argumentación o demostración» (Saz Campos, 2003: 144). El no nacionalismo contrario a la apelación romántica a la lengua, la etnia o la geografía de José Antonio vive en constante tensión con sus recurrentes apelaciones a estos factores al hablar de España. De hecho, el españolismo de José Antonio tiene como matriz Castilla, aunque este «nacionalismo castellano» se intenta ocultar mediante el reconocimiento de la pluralidad de España[3]. Esto se evidencia al intentar reconciliar las nacionalidades periféricas con España, que se realizaría mediante la reconciliación con Castilla: «España es nación y es irrevocablemente nación, porque España, que no es Castilla frente a Vasconia, sino que es Vasconia con Castilla y con todos los demás pueblos que integraron España» (Primo de Rivera, 1959: 181).
El concepto de nación de José Antonio, a pesar de intentar huir (sin éxito) de esencialismos, no se desarrolla de una forma voluntarista, ya que «las naciones no son contratos, rescindibles por la voluntad de quienes los otorgan: son fundaciones, con sustantividad propia, no dependientes de la voluntad de pocos ni de muchos», por lo que «los españoles podrán decidir acerca de cosas secundarias; pero acerca de la esencia misma de España no tienen nada que decidir». En suma, José Antonio considera que «España no es nuestra, como objeto patrimonial; nuestra generación no es dueña absoluta de España la ha recibido del esfuerzo de generaciones y generaciones anteriores, y ha de entregarla, como depósito sagrado, a las que la sucedan» ((ibid.: 286)[4]. Esta entrega, claro está, no debe alterar las esencias nacionales, entre las que se encuentra la catolicidad de España, ya que «toda reconstrucción de España ha de tener un sentido católico» ((ibid.: 92). Sin embargo, el catolicismo sería progresivamente atenuado en el pensamiento de José Antonio, como se puede ver en sus proclamas de separar Iglesia y Estado, aunque este elemento nunca sería eliminado ni marginalizado (Saz Campos, 2003: 142). De todas formas, en la España de la época, esta cuestión diferenciaba a Falange de todas las fuerzas derechistas, profundamente comprometidas con la identificación entre Iglesia y Estado (Thomàs, 2017: 373).
Las naciones son, para José Antonio, «algo superior a la suma de individuos», o sea, «una entidad con vida propia» y «una empresa universal que cumplir» (Primo de Rivera, 1959: 290). Es la empresa (o destino), por tanto, lo que distingue a las naciones para José Antonio, solo teniendo esa condición quienes tengan una empresa colectiva a cumplir (Thomàs, 2019: 88). Esta idea es asumida por José Antonio partiendo de la idea de empresa común de Ortega, pero pasada por el filtro de la unidad y la jerarquía que recibe de D’Ors (Selva Roca de Togores, 2013: 529)[5]. Aunque, en principio, la idea orteguiana de la empresa común o, más precisamente, «proyecto sugestivo de vida en común» (similar al «plebiscito cotidiano» de Ernest Renan, 1882: 11) venía a dar un fundamento más o menos democrático a la nación, al serlo aquellos grupos humanos que deseaban serlo, los fascismos (y el caso de José Antonio y el falangismo es paradigmático) convertían esta empresa en un destino providencial, independiente de la voluntad de la población (Álvarez Junco, 2017: 4). Esto plantea la pregunta de cuál es esa empresa colectiva que justifica la entidad nacional de España y se la niega a las regiones que la forman. Según José Antonio, «España se justifica por una vocación imperial para unir lenguas, para unir razas, para unir pueblos y para unir costumbres en un destino universal» (Primo de Rivera, 1959: 384), que a su vez se justifica en la historia, pues España «ha cumplido en la Historia los tres o cuatro destinos trascendentales que caracterizan la historia del mundo» ((ibid.: 416). Así, la justificación de la unidad de España como principio sagrado es circular: era nación porque tuvo una misión en el pasado y ello le hace ser nación en el presente, por lo que debe mantenerse unida para realizar su empresa colectiva en el mundo (Saz Campos, 2003: 240).
La nación en el pensamiento joseantoniano aparece como el elemento central, articulada en oposición a los enemigos políticos del falangismo: el marxismo, el liberalismo y el separatismo[6]. En este sentido, el pensamiento de José Antonio y Falange entiende, de acuerdo a las ideas fuerza del fascismo, la comunidad nacional desde una perspectiva unitarista armónica y organicista que supere las diferentes divisiones existentes en la sociedad (económicas, políticas o culturales) (Antón-Mellón, 2009). Esta idea se relaciona con la forma «palingenésica» del ultranacionalismo fascista, que entiende a la nación en un Estado de decadencia del que debe resurgir gracias a la acción política de una vanguardia consciente (Griffin, 2019: 70-71). En José Antonio, esta obsesión con la decadencia también está presente, lo que además encaja con el pesimismo del nacionalismo español después de 1898: «No podemos aceptar que se estabilice como orden precisamente este momento de decadencia. Estamos, en efecto, al final de un proceso de decadencia. España perdió primero su misión imperial; perdió después, al caer la Monarquía, el instrumento con que había realizado esta misión imperial. Hoy no tiene ninguna que cumplir, ni un Estado fuerte que la realice» (Primo de Rivera, 1959: 549)
Esta decadencia puede llevar a la desaparición de la patria, ante lo que considera necesaria la intervención del Ejército, pues «como dice Spengler, siempre ha sido a última hora un pelotón de soldados el que ha salvado la civilización» ((ibid.: 321)[7]. La tarea del resurgimiento exige la acción de una minoría de élite ante la incapacidad de las masas de salvarse a sí mismas (Saz Campos, 2003: 145-146). Esto remite a la influencia orteguiana de su pensamiento, entendiendo que la sociedad se divide entre «masa» y «minorías excelentes» (en el pensamiento de José Antonio, este lugar está reservado a él y a la Falange), destacando las primeras por la pereza y las segundas por entregar su vida a cumplir una misión trascendente (Thomàs, 2017: 341). Esta tarea, en el falangismo, no duda ante el uso de la violencia[8], pero requiere de algo más, requiere de un instrumento capaz de realizar el destino de la unidad que representa la patria. Aunque Payne (1985: 63) sostiene que José Antonio «nunca aclaró si dicha frase —la noción de "destino en lo universal"— implicaba una restauración del dominio cultural español o una resurrección del Imperio español», la misión en el pensamiento joseantoniano tiene clara vocación imperial, como se verifica en el programa de Falange: «Tenemos voluntad de Imperio. Afirmamos que la plenitud histórica de España es el Imperio. Reclamamos para España un puesto preeminente en Europa. No soportamos ni el aislamiento internacional ni la mediatización extranjera» (Primo de Rivera, 1959: 339). Estas posiciones, además, se entienden mediante la influencia dorsiana en el pensamiento del líder falangista, marcada por el clasicismo y la búsqueda de soluciones en el pasado del Imperio español (Fuentes Codera, 2013: 159-160). El imperialismo de José Antonio y Falange, aunque incorpora el elemento de dominación cultural, es un imperialismo de conquista (Thomàs, 2017: 357). El destino que mantiene unida a la nación, para José Antonio[9], por tanto, es siempre el Imperio, por ello, contra el «Estado liberal capitalista», propone «la España imperial» (Primo de Rivera, 1959: 816). Como ha señalado Saz Campos (2003: 267):
La unidad de destino en lo universal era, como se ha visto, desde todos los puntos de vista, el Imperio. Todo en la ideología falangista conducía a él. No era una figura retórica, sino la culminación inevitable de una ideología ultranacionalista [...]. La propia concepción falangista de la nación como unidad proyectada hacia el exterior no podía resolverse sino en la noción ideal de Imperio. También el «universalismo» falangista comportaba una idea de «misión», de aportación española a Europa y al mundo, que solo podía verificarse en el plano imperial. La vertiente palingenésica del nacionalismo falangista implicaba la idea del engrandecimiento y la expansión indefinida e ilimitada.
El imperio, instrumento de la nación para realizar su misión, debe ser un «Estado fuerte, no dócil a una clase ni a un partido, el interés que triunfa es el de la integración de todos en aquella unidad, no el momentáneo interés de los vencedores» (Primo de Rivera, 1959: 195). El Estado, además, es el «instrumento histórico de ejecución del destino de un pueblo» ((ibid.: 322). Ese destino es entendido como las dos tareas «pendientes» de España, la «nacional» y la «social»[10], por lo que el Estado nacionalsindicalista perseguido por José Antonio tendría «dos metas bien claras; lo que nosotros dijimos siempre: una, hacia afuera, afirmar a la Patria; otra, hacia adentro, hacer más felices, más humanos, más participantes en la vida humana a un mayor número de hombres» ((ibid.: 511).
Debe notarse que el objetivo de José Antonio, según sus propios términos, es llevar a cabo la «revolución pendiente» que acabe con la degeneración que experimenta España. Esta degeneración, aparte de la falta de empresa que unificara a los españoles y que había avivado a uno de los enemigos internos como el separatismo, también se verificaba en la injusticia social, que a su vez aviva a otro de los enemigos: el marxismo. La cuestión social, igualmente, es un elemento dependiente de la concepción nacional de José Antonio, ya que, para llevar a cabo la empresa imperial que le correspondería a España, todo el pueblo debe participar en la Patria ((ibid.: 153) y al hacerlo «vivían los españoles mejor y eran más libres y felices» ((ibid.: 177). Todo ello unido a su desprecio a las masas, a su profundo elitismo y a su compromiso (explícito) con el modo de producción capitalista, pues José Antonio solo abomina del «capitalismo», indicando las comillas que se refiere al capital financiero (Thomàs, 2017: 375), mostrando que su «revolución», aunque pretende encuadrar a las masas[11], también debe ponerse entre comillas[12]. Aquí se ve que articular un movimiento de masas y defender objetivos reaccionarios es parte de la naturaleza fascista, lo que lleva a contradicciones que se intentan resolver con la expansión imperialista y la guerra (Trotsky, 2022: 339-340), también sostenida por José Antonio.
Para analizar el concepto de nación sostenido por el partido político español de derecha radical Vox se utilizarán los documentos programáticos del partido, los documentos elaborados por su think tank, la Fundación Disenso, y los libros elaborados por sus líderes.
En general, el concepto de nación en Vox se sintetiza en una fórmula que Santiago Abascal recoge del filósofo Gustavo Bueno (2005: 108-109), según la cual «el pueblo es el viviente pero la nación contiene a nuestros hijos y a nuestros muertos» (Abascal, 2014: 35-36). Partiendo de esta premisa, Abascal ((ibid.: 218) formula que «una nación es "el orgullo del pasado, el esfuerzo del presente y la esperanza del porvenir". Y España es una gran nación». También Jorge Buxadé (2021: 45) sostiene esta idea: «El pueblo es la población dada en un momento dado. La nación, por el contrario, es mucho más. Es el pueblo, y sus instituciones históricas y presentes, el pueblo que fue, y el que está por hacerse». Estas fórmulas, no obstante, pueden encontrarse también en uno de los filósofos de cabecera de Vox, Roger Scruton, quien entiende la sociedad como una herencia compartida en lugar de como un contrato, en una forma de criticar al pensamiento ilustrado, constituyendo «una línea de obligaciones que nos conecta con quienes nos dieron lo que tenemos; y nuestra preocupación por el futuro es una extensión de esa línea» (Scruton, 2018: 28). Estas formulaciones, a su vez, aparecen ya en la concepción del Estado de Edmund Burke, entendido como «una coparticipación no solo de los vivientes, sino de los que viven, los que murieron y los que han de nacer» (Burke, 1984: 125). Tal como se sostiene desde el think tank de Vox, «la nacionalidad implica más que un simple concepto jurídico», pues «se asocia con una tradición y con unos valores, esto es, con una concreta identidad forjada durante generaciones, y en consecuencia con unas formas de convivencia determinadas por la cultura y la historia» (Fundación Disenso, 2021a: 28)[13]. Esta concepción de la nación la sitúa como una entidad por encima de la voluntad de sus integrantes, al deber rendir siempre cuenta ante los muertos y los no nacidos, constituyendo una tradición sobre la que no se puede discutir ni, por tanto, modificar. Es, en buena medida, equiparable a la idea de Cánovas sobre la nación como obra divina por encima de los «pasajeros individuos» (Cánovas del Castillo, 1884: 57). La posición de Vox coincide aquí con la de José Antonio en rechazar que las naciones sean contratos y encuentran una fuente común en el pensamiento canovista. Ambos ultranacionalismos sostienen, en cambio, que las naciones constituyen vínculos entre generaciones por encima de las voluntades individuales de sus miembros.
La primera característica que Vox señala sobre España es su indisoluble unidad territorial. Su definición de la nación es funcional a esta cuestión, al plantear la imposibilidad de discusión y/o modificación de la comunidad nacional. Igualmente, Buxadé (2021: 34) ha apoyado esta cuestión desde la teoría de la soberanía de Jean Bodin, sosteniendo que el soberano no puede autodestruirse y está legitimado a afirmar su poder, de modo que desde que España se ha constituido en nación tiene la obligación de defenderse de quien atente a su unidad, sobre la que se basa su soberanía. Un argumento «negativo» a favor de la unidad territorial está en la negación del carácter nacional de las regiones con movimientos independentistas (primer y principal enemigo político de Vox), especialmente Cataluña, señalando su falta de diferenciación respecto a España, su ausencia de conciencia nacional en la historia y que el independentismo solo se movilizaría tardíamente mediante falsificaciones del pasado en los momentos de debilidad de España (Merchán Fernández, 2023). En este aspecto, la concepción nacional de Vox no intenta huir de esencialismos, como trata sin éxito José Antonio.
La unidad territorial, para Vox, de todas formas, siempre es entendida como una unidad cultural y étnica. Por ello, otra de las características de la nación que Vox esencializa es la lengua, insistiendo en sus programas en la necesidad de «Garantizar el derecho a ser educado en español en todo el territorio nacional y el deber de todos los españoles de conocer la lengua común» (Vox, 2021: 12). Esto se debe a que, tal como lo ven, los independentismos buscan negar la condición de lengua común al español como forma de negar la nación, lo que empieza con hablar de «castellano» en lugar de «español» y terminaría con la disolución de la unidad territorial de España, esto es, la disolución misma de España en el pensamiento de Vox (Abascal, 2014: 156-157). En suma, lo que se advierte es que el independentismo pretende «confrontar las lenguas regionales con el español, y observar en el arraigo de las lenguas regionales, y en su fomento y estímulo, un criterio de legitimidad para la construcción de una identidad nacional que pueda ser aceptada como tal» (Fundación Disenso, 2021b: 18).
Junto a la lengua, Vox advierte como elemento cultural que conforma a España la catolicidad. Coincide aquí con el diagnóstico de Acción Española y del nacionalcatolicismo de Menéndez Pelayo, quienes señalan que la unidad española se basa en la unidad católica (Saz Campos, 2003: 316). Para Vox, no se puede entender España sin el elemento católico, por lo que lo incorpora para articular su sistema de valores (Ferreira, 2019: 91). De hecho, Abascal apunta a la homogeneidad religiosa como factor beneficioso para la sociedad en materia de convivencia (Sánchez Dragó, 2019: 174). Ello se evidencia especialmente en las posiciones de Vox sobre la familia, considerada como «el eslabón entre el individuo y la patria» (Abascal, 2014: 167) y fundamento de la «vida», una de las tres «líneas rojas» de Vox junto a la libertad y la unidad de España (Sánchez Dragó, 2019: 33). La familia, de acuerdo a Vox, da fundamento a la vida, pues es el espacio en que crecen las personas, por lo que Vox rechaza los «ataques a la vida», esto es, el derecho al aborto y el derecho a una muerte digna. Desde estas coordenadas, Vox señala a otro de sus principales enemigos políticos: el feminismo. Tal como lo expone Rocío Monasterio, «como el feminismo actual ataca a la familia, Vox se opone a él» (Altozano y Llorente, 2018: 58). La defensa de la familia (tradicional y heterosexual) ejercida por Vox está estrechamente vinculada a su concepción nacional, entendiendo que esta constituye una esfera para reproducir física y culturalmente la nación, lo que les lleva a situar a las mujeres en una posición subordinada a este objetivo, siendo sistemáticamente representadas como madres (Aragón-Morales y Ruiz Jiménez, 2023). Así, Buxadé (2021: 39) apunta a que «tanto la familia como la nación son el producto histórico de un modo de pensar, de sentir, de vivir», de forma que «sus enemigos son los mismos; porque si cae una, la otra estará en trance de ser derrotada; y si la una se alza victoriosa, la otra se hará fuerte en su victoria». Esos enemigos comunes de la nación y de la familia son los mismos que los que enfrentaría la cristiandad, que, según el pensamiento de Vox, se ve amenazada por dos civilizaciones aliadas entre sí, como son el islam y el «wokismo» o progresismo (del cual formaría parte el feminismo) (Quintana Paz, 2022: 17)[14].
En el caso del islam, la oposición de Vox a esta religión es frontal, al entenderlo como manifestación principal del multiculturalismo, el cual estaría poniendo en riesgo la existencia de España y las naciones occidentales, al entender que socava su homogeneidad étnica y cultural. Tal como expresan, el multiculturalismo contribuye a la fragmentación social, a la pérdida de solidaridad comunitaria, a la alienación de las minorías y a la desconfianza de la población en las instituciones, siendo, además, en el caso de la población musulmana residente en Europa, incompatible con sus valores (Fundación Disenso, 2021c). Por ello, Abascal prefiere, junto a la religiosa, la «homogeneidad cultural y moral» frente al «mestizaje entre razas» (Sánchez Dragó, 2019: 174), lo que se deriva en una apuesta por el ius sanguinis como mecanismo para obtener la nacionalidad, en lugar del ius soli, cuestionando la institución del arraigo (Buxadé, 2021: 110; Vox, 2021: 26). Estas lecturas de la inmigración, las sociedades pluriétnicas y el islam son deudoras de la Nouvelle Droite y su «miedo a la indiferenciación» que tiene como corolario político el «derecho a la diferencia», o, más bien, el racismo diferencialista (Antón-Mellón, 2011: 89), esto es, la separación territorial por criterios étnicos de la población, lo que, para Benoist (2015: 125) implica situarse en: «[...] el contexto más amplio del derecho de los pueblos y de las etnias: derecho a la identidad y a la existencia colectivas, derecho a la lengua, a la cultura, al territorio y a la autodeterminación, derecho a vivir y trabajar en el propio país, derecho a los recursos naturales y a la protección del mercado, etc.».
Multiculturalismo y feminismo, según Vox, son ambos promovidos por las élites globales, que «apuestan por la llegada de millones de inmigrantes ilegales en los próximos años con el objetivo de revertir el invierno demográfico mientras imponen políticas contrarias a la familia» (Vox, 2021: 25). Esto conecta con otro de los enemigos de Vox, el globalismo, que representaría un conjunto de élites económicas y políticas internacionales que pretenden dividir y enfrentar a la población: «Mujeres contra hombres; heterosexuales contra gays; feministas contra transexualistas; nacionales contra extranjeros; animales contra seres humanos; propietarios contra quienes carecen de propiedad; policías contra ciudadanos» (Buxadé, 2021: 160). En una afirmación similar a la de José Antonio (pero menos sistemática), frente a esta división se propone y defiende la unidad, entendida como «cualidad de toda nación, que contribuye al Bien Común» ((ibid.: 32). La crítica de las élites, no obstante, siempre ha sido bastante abstracta y centrada en las de carácter internacional, mientras que las élites nacionales como la monarquía o la clase capitalista española son plenamente defendidas (Seijo Boado y Antón-Mellón, 2024), lo que hace que el grado de populismo en Vox (con todo, una de las características más comunes de los partidos de derecha radical) sea dependiente del ultranacionalismo, incapaz de articular discursivamente un sujeto popular independiente de la identidad nacional (Balinhas, 2020). La crítica al globalismo de Vox puede interpretarse como una continuidad con el pensamiento de José Antonio y su crítica al capital financiero, siendo en ambos casos un enemigo secundario de la nación. Ello se debe a que José Antonio y Vox hacen una defensa férrea del orden capitalista y de la propiedad privada, pero teñida de cierta retórica «anticapitalista», lo que constituye una paradoja aparente que aparece recurrentemente en la ultraderecha histórica (Anievas y Saull, 2023: 718-719).
La crítica al globalismo ejercida por Vox está muy orientada a criticar la Unión Europea, cuestionando su política y sosteniendo que «España no puede mirar solo hacia Europa», sino que debe promover la «Iberosfera» (Vox, 2021: 36). Este concepto apunta a una revisión de las relaciones internacionales de España, priorizando un espacio donde existan más vínculos con la nación, entendiendo que «la identidad nacional de España se forjó en su historia conjunta con las naciones de la Iberosfera» (Vox, 2023: 101). Por ello, desde la derecha radical española se ha planteado reforzar los vínculos con esta región, en referencia al pasado colonial del imperio español, priorizando la inmigración de estos países, las alianzas con los Estados de la región de signo derechista (como evidencia la Carta de Madrid) y la promoción del «legado español» en la región ((ibid.: 142, 145). Así, la idea de España como una asociación entre generaciones determina también el pensamiento de Vox sobre las relaciones internacionales[15], viendo que «en América está la Patria, porque en América está la herencia de nuestros mayores, esa que debemos conservar y mejorar para entregarla a nuestros hijos» (Buxadé, 2021: 182). La Iberosfera, así, se presenta como una comunidad de valores compartidos, bajo un signo claramente conservador, al buscar alianzas con los gobiernos más derechistas de la región frente a los «regímenes totalitarios de inspiración comunista» (Fundación Disenso, 2020). Esta idea, deudora de la idea de hispanidad, especialmente en la conceptualización franquista, entiende las relaciones entre España y América Latina como parte de un mismo polo dentro de un posible mundo multipolar, buscando un espacio de mayor protagonismo para los Estados nación y, específicamente, para España como líder espiritual y moral de unos valores ultraconservadores (Sanahuja y López Burian, 2023). Es, también, una recuperación de la idea de hispanidad de acuerdo a la formulación de Acción Española y, particularmente, Ramiro de Maeztu, como puramente espiritual y sin una proyección imperialista de contenido material, racial o geográfico concreto (Saz Campos, 2003: 170). En este aspecto, Vox se aleja de la empresa imperial del ultranacionalismo falangista, lo que constituye una de sus principales diferencias con el pensamiento de José Antonio. No obstante, no se tratan de ideas antagónicas, como evidencia la convivencia (más o menos tensa, según la coyuntura) del falangismo en el régimen franquista y su proyecto nacionalcatólico (Saz Campos, 2003), más próximo a las ideas de Vox en esta cuestión.
Así, del concepto de nación de Vox y sus características centrales (unitarismo, catolicidad y homogeneidad etnocultural) se pueden extraer los principales enemigos políticos de este partido de derecha radical, que constituyen una confluencia de enemigos internos y externos: el independentismo, el islam y el progresismo (en sentido amplio, incluyendo al feminismo, las izquierdas y las élites globales). El ultranacionalismo de Vox se define en buena medida por la oposición a estos enemigos, articulando tres oposiciones principales: la «España viva» contra la «Anti-España», la civilización occidental (judeocristiana) contra el islam y los patriotas contra los «globalistas». Del triunfo de los primeros frente a los segundos depende superar la situación decadente que advierte la derecha radical, marcada por la amenaza de desintegración de España.
El ultranacionalismo de la derecha radical se ha caracterizado entonces por desarrollar una agenda política que combina muchos elementos de carácter negativo y reaccionario, en el sentido de vaciar de sustancia o eliminar leyes y políticas existentes, con pocos elementos propositivos para dibujar una alternativa clara a los sistemas liberal-democráticos[16]. Esta cuestión se relaciona con la estrategia metapolítica, también adoptada a partir de la Nouvelle Droite, que sostiene que la política es el resultado de la cultura, por lo que, en lugar de centrarse en la lucha política, la derecha radical debe centrarse en la batalla cultural para hacerse con la hegemonía, pues, como dice Benoist (s. d.), «no hay toma del poder político sin una toma previa del poder cultural». En lugar de presentar directamente sus ideas y propuestas, la derecha radical ha intentado crear un nuevo consenso sobre determinadas temáticas como el género, la inmigración o la identidad. En el caso de Vox, ha priorizado la defensa de medidas concretas antes que una explicación sistemática de su modelo de sociedad, apuntando a la ilegalización de partidos políticos, asociaciones u otras organizaciones que busquen acabar con la unidad de España (Vox, 2021: 8), a la derogación de las leyes de violencia de género ((ibid.: 42), a la derogación de la ley trans (Vox, 2023: 11) o a la expulsión de inmigrantes en situación irregular o en situación regular que hayan cometido un delito grave o múltiples delitos (Vox, 2021: 26).
Toda esta batería de medidas, enmarcado en el ultranacionalismo propio de la derecha radical, responde a un proyecto (no explicitado por la propia derecha radical) homologable al «liberalismo etnocrático» (Griffin, 2000), esto es, un sistema en el que se vinculen instituciones propias de las democracias liberales con instituciones iliberales y autoritarias, siendo las primeras exclusivas para la población nativa y las segundas aplicadas a la población foránea. Este proyecto es visible en el caso de Vox en tanto no se aleja sustancialmente de los fundamentos liberales cuando de la población española se trata, pero suspende las garantías y buena parte de los derechos para la población extranjera. Este proyecto autoritario, además de contra la población extranjera, en el caso de Vox se desplegaría contra grupos de la población nacional, especialmente los independentismos, movimientos que propone ilegalizar. Ello conecta sus propuestas con el derecho penal del enemigo, esto es, un modelo de derecho penal que no se centra tanto en el hecho delictivo como en el sujeto delictivo, entendiendo que existen individuos sin una «seguridad cognitiva suficiente» de que se comportarán con arreglo a derecho, por lo que su persecución sería legítima incluso antes de que cometan algún hecho posiblemente delictivo (Jakobs, 2003). Junto a esto, el incremento del castigo y el control social, con la apuesta por la militarización de las fronteras y un mayor despliegue policial (en recursos y capacidad de acción), son elementos muy presentes en Vox (2023: 91, 94), articulados desde el populismo punitivo (López-Rodríguez, González-Gómez y González-Quinzán, 2021)[17]. Este programa político y este giro autoritario del Estado que pretende articular Vox se despliega desde el ultranacionalismo, entendiendo la necesidad de que España se defienda de las amenazas internas y externas a su unidad, homogeneidad y soberanía. Ello se refleja en la propuesta de Vox, enlazando con el pensamiento de José Antonio sobre el instrumento de la nación, de «un Estado pequeño pero fuerte; y sobre todo un Estado al servicio de la Nación, que es al servicio del Bien Común y no de los intereses de parte» (Buxadé, 2021: 69), mostrando la continuidad con el pensamiento unitario del líder falangista, a la vez que su diferenciación, al abrazar los dogmas neoliberales.
Habiendo analizado las concepciones de nación de José Antonio Primo de Rivera y de Vox, pueden advertirse ahora una serie de elementos de continuidad y de discontinuidad entre ambos, lo que permitirá profundizar sobre las similitudes y diferencias del ultranacionalismo fascista y el ultranacionalismo de derecha radical. En primer lugar, ambos conceptos son herederos del nacionalismo español que les precede, encontrándose trazos del pensamiento canovista, esto es, la nación situada por encima de la voluntad de los individuos que la habitan en un momento determinado (Antón-Mellón, 2019). El ultranacionalismo, sea fascista, sea de derecha radical, desarrolla una fetichización de la nación como una entidad superior a los individuos y, por ello, se presenta como una institución no democrática ni democratizable.
Este carácter metafísico y eterno otorgado a la nación se conjuga con una segunda coincidencia: el esencialismo. Tanto en José Antonio como en Vox, la concepción de España está articulada con elementos que remiten a unas esencias continuas, como la lengua como factor de unificación y el catolicismo como elemento constituyente de la nación española. En el caso de José Antonio, hay un intento de huir del nacionalismo romántico, pero su concepción nacional no logra abandonar los esencialismos, reflejado en su tendencia a entender Castilla como la región que da forma a España. En Vox, en cambio, el esencialismo es mucho más explícito y no se reconocen sus límites, reivindicando abiertamente los elementos castellanos e identificándolos con España. Además, aunque se reconocen las diferencias internas de España, estas son sistemáticamente minimizadas, entendiendo que, en las regiones periféricas, los elementos culturales propios como la lengua, no son más importantes ni están más asentados que los elementos castellanos. Respecto al catolicismo, tanto en Vox como en José Antonio es un factor cultural clave para su forma de comprender España, en tanto da forma a la nación y a los valores ultraconservadores a ella asociados.
Estas características se consuman en la tercera coincidencia entre José Antonio y Vox: la unidad. Su concepción de la nación se fundamenta en la unidad de España como hecho indiscutible y como reivindicación principal de sus idearios políticos. La justificación de dicha unidad, no obstante, varía del ultranacionalismo fascista al ultranacionalismo de derecha radical. En el caso de José Antonio, la justificación de la unidad está en la empresa colectiva que España debe cumplir en el mundo. En este sentido, la concepción nacional del ultranacionalismo fascista se justifica tanto en el pasado como en el futuro, por lo que España hizo y por lo que debe hacer para superar su decadencia. En Vox, en cambio, la justificación de la unidad de España solo encuentra argumentos en el pasado y en la tradición. Para Vox, España debe permanecer unida porque en el pasado lo estuvo y porque las regiones que reclaman su independencia nunca fueron independientes. No hay ningún argumento que apunte al futuro. Además de la territorial, la unidad de la nación que plantea José Antonio apunta a la superación de la división entre partidos (contra el liberalismo y la democracia) y entre clases (contra el marxismo y el socialismo). En el caso de Vox, aunque también se apunta a superar las divisiones de la sociedad desde la unidad de la patria, esta reclamación tiene mucha menos intensidad y rara vez toma concreción, no pretendiendo suprimir (todos) los partidos políticos ni trascender la lucha de clases.
En cuanto a los enemigos políticos de José Antonio y Vox, estos se pueden derivar de su concepción de la nación, ya que, de acuerdo a sus lecturas ultranacionalistas, amenazan la existencia de la patria y se oponen a sus esencias. Es una característica compartida entre el fascismo y la derecha radical el articular una interpretación excluyente de la nación que polarice a la sociedad entre el «nosotros» y el «otro». En este sentido, ambos ultranacionalismos articulan su criterio de lo político siguiendo la distinción de Schmitt (2009: 58-59) entre amigo y enemigo (como hostis), lo que les aleja del pluralismo liberal (más explícitamente a José Antonio que a Vox), acercándoles a la afirmación del conflicto en un sentido existencial. El enemigo principal, en ambos casos, es el independentismo, en tanto amenaza a la unidad nacional. Igualmente, ambos se oponen a las izquierdas, el progresismo, el socialismo o el comunismo, centrándose más José Antonio en la amenaza del socialismo y el marxismo y Vox en el feminismo o el progresismo, en relación con los distintos contextos históricos de lucha social en que se despliegan sus proyectos políticos. Un tercer enemigo común, aunque secundario, como se ha mencionado, serían las élites internacionales.
A pesar de tener estos enemigos en común, la crítica de José Antonio a la democracia y al liberalismo es sistemática, planteando el fin de los partidos políticos y los sistemas democráticos. En Vox, aunque se plantea un modelo excluyente de democracia, no se ha ejercido una crítica sistemática a sus fundamentos y, al menos formalmente, se han vinculado a ella. El islam, entendido como una civilización opuesta y enfrentada a la catolicidad (que, recuérdese, articularía lo que es España), es uno de los enemigos principales de Vox que, sin embargo, no aparece en el caso de José Antonio, en buena medida por el distinto contexto histórico. Ello se debe a que la islamofobia en la derecha radical aparece como respuesta a la resistencia popular al imperialismo occidental en el norte de África y Oriente Medio (Callinicos, 2021), culminada con la disposición a la guerra contra el terror tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 (Renton, 2019: 20). Igualmente, la influencia de la Nouvelle Droite en las derechas radicales contemporáneas ha contribuido a que sus ideas estén atravesadas por el racismo diferencialista.
Frente a la amenaza existencial que plantean estos enemigos, José Antonio y Vox proponen una regeneración de la nación que está plenamente conectada con su concepción nacional y que, además, marca la diferencia más obvia entre fascismo y derecha radical. Mientras José Antonio propone una «revolución» que construya el imperio, mediante la restauración del territorio imperial español y con el Estado fuerte como instrumento, en Vox se propone un modelo etnocrático. Apostando también por un Estado fuerte, Vox no propone abandonar plenamente las formas democráticas ni tiene objetivos expansionistas, más allá de reordenar las relaciones internacionales hacia un modelo multipolar en el que España tenga más protagonismo, especialmente en el polo de la Iberosfera. El programa de la dictadura y el expansionismo del fascismo no aparecen en la derecha radical y no se deducen de su concepción de la nación, por lo que su programa autoritario se centra en repeler las amenazas a la soberanía, homogeneidad y unidad nacionales. La concepción de la nación fascista, en cambio, implica llevar el programa reaccionario un paso más allá y apostar por la expansión imperial y la guerra para concretar el resurgimiento nacional.
El auge de la ultraderecha en las últimas décadas ha puesto sobre la mesa la necesidad de una adecuada conceptualización de sus ideas y su proyecto político. Además, una parte importante de esta tarea ha consistido en evaluar sus relaciones con el fascismo clásico. La comparación de los ultranacionalismos de José Antonio Primo de Rivera y de Vox a través de su concepto de nación permite profundizar sobre las continuidades y discontinuidades del pensamiento fascista y del pensamiento de derecha radical. Igualmente, permite ponderar la influencia del primero sobre el segundo.
En este caso, se ha observado cómo en Vox hay múltiples continuidades con el ultranacionalismo falangista, como la fetichización de la nación, el esencialismo (del que intentó huir sin éxito José Antonio), el unitarismo y la interpretación de sus enemigos políticos como enemigos de España. No obstante, también existen importantes discontinuidades con el fundador de Falange Española, lo que evidencia el recurso de Vox a otras fuentes de inspiración ideológica del nacionalismo español. Aquí destaca la idea de la Iberosfera (de impronta nacional-católica), alejada de la idea del imperio y la empresa colectiva defendidas por José Antonio. Igualmente, el proyecto imperialista y dictatorial del falangismo no aparece explicitado en Vox, más comprometido con un programa autoritario y neoliberal, en línea con la actualización que la ultraderecha contemporánea ha operado de la ultraderecha histórica (principalmente fascista).
Aunque la influencia de la concepción nacional de José Antonio sobre la de Vox es parcial, presente de forma asistemática, en elementos como el unitarismo y la conceptualización de los enemigos pueden verse sus principales coincidencias. El parentesco de ambos ultranacionalismos, no obstante, está fuera de toda duda, en tanto ambos recurren a las fuentes del nacionalismo español decimonónico para articular sus ideas de nación. Igualmente, el filtro del nacionalcatolicismo franquista contribuye a allanar la presencia de aspectos ideológicos de José Antonio en la concepción nacional de Vox. De la concepción de la nación de José Antonio a la de Vox, del ultranacionalismo fascista al ultranacionalismo de derecha radical, por tanto, se da una continuidad discontinua, se trata de «vino nuevo en odres viejos».
[1] |
Los principios del ius sanguinis y el ius soli no son excluyentes entre sí, aunque el predominio de uno u otro (cuando no la adopción plena) implica importantes diferencias en la construcción de la ciudadanía, las políticas migratorias y las políticas de integración. En este sentido, el caso alemán y el francés representan ejemplos contrapuestos, basándose en el ius sanguinis el primero y en el ius soli el segundo (Brubaker, 1992: 184-189). |
[2] |
Concepto desarrollado por Jürgen Habermas para referirse a un nacionalismo cívico sin elementos étnicos anclado en el consenso antifascista. |
[3] |
Se revela de nuevo aquí la influencia orteguiana y su «Castilla sabe mandar» (Ortega y Gasset, 1921: 35), que se debe leer, en gran medida, como un «Castilla debe mandar». |
[4] |
Una idea ya presente en Cánovas (Antón-Mellón, 2019: 83). |
[5] |
Estos dos pensadores, destacando en mayor medida Ortega, son quienes más han aportado al pensamiento de José Antonio, siendo, en ocasiones, un calco del pensamiento orteguiano, pese a ser presentado como algo original del líder falangista por sus seguidores (Thomàs, 2017: 336). |
[6] |
Aunque critica a los tres movimientos, el discurso antimarxista y antiseparatista es mucho mayor al antiliberal. Igualmente, José Antonio critica al capitalismo, pero de nuevo con mucha menor intensidad. Concretamente, define al separatismo y al marxismo como «los peores enemigos de España» (Primo de Rivera, 1959: 415). En ello juega un papel importante el origen terrateniente y aristocrático del líder falangista, que «representaba para las clases dominantes la garantía de que el fascismo español no escaparía a su control, como había sucedido en el caso de sus equivalentes alemán e italiano» (Preston, 2017: 84). |
[7] |
Debe señalarse que, pese a solicitar la intervención del Ejército, cree que el proceso de salvación debe dirigirlo Falange (Thomàs, 2017: 342). |
[8] |
Véase la conocida frase de José Antonio: «[...] no hay más dialéctica admisible que la dialéctica de los puños y de las pistolas cuando se ofende a la justicia o a la Patria» (Primo de Rivera, 1959: 67-68). |
[9] |
En una afirmación reveladora sobre su pensamiento (y sobre su condición social), José Antonio sostiene: «Si yo fuera inglés, en este momento estaría, con los ojos cerrados, al lado del Gobierno inglés, porque yo sería imperialista inglés, porque yo creo que el Imperio es la plenitud histórica de los pueblos» (ibid.: 653). |
[10] |
En este aspecto, la influencia de Georges Sorel en el pensamiento de José Antonio juega un papel importante (Thomàs, 2017: 373). Mucho se ha escrito sobre Sorel como un pensador «prefascista», algo un tanto discutible, lo que no niega sus influencias sobre este movimiento, como explica Solano (2023). |
[11] |
Esta es una característica habitual del fascismo, presente también en los casos italiano y alemán. Además, la búsqueda de apoyo de las masas y los estratos populares es una característica recurrente en los distintos capitalistas antiliberales (Rosenberg, 1976: 87), siendo el fascismo «una forma moderna de la contrarrevolución burguesa capitalista, disfrazada de movimiento popular» (ibid.: 83). |
[12] |
Para una crítica al carácter pretendidamente revolucionario del fascismo y a su sobrevaloración por autores como Zeev Sternhell, George Mosse o Emilio Gentile (que, al tiempo, disminuían la importancia de su carácter contrarrevolucionario), es importante recordar la advertencia de Traverso (2005: 249): «Cuando se habla de revolución fascista, se deberían siempre poner grandes comillas, si no corremos el riesgo de ser deslumbrados por el lenguaje y la estética del propio fascismo, incapacitándonos para guardar la necesaria distancia crítica». |
[13] |
Por ello, el discurso de Vox sobre España está plagado de referencias a sucesos históricos, pero siempre con un uso político instrumental a su concepción ultranacionalista, especialmente con la llamada Reconquista y la conquista de América (Ballester Rodríguez, 2021). |
[14] |
Aunque el «wokismo» o progresismo no constituye una civilización, se sigue la categorización hecha desde la Fundación Disenso (en este caso concreto de Quintana Paz en particular) para reflejar con la mayor fidelidad el pensamiento de Vox sobre el tema. |
[15] |
El ultranacionalismo también ha determinado las relaciones de Vox con otros partidos, adoptando inicialmente una política de alianzas poco selectiva con las derechas radicales, mientras que, una vez asentado como formación relevante en España, se ha vinculado con los partidos con los que tiene más afinidad, como Fidesz o Fratelli d’Italia (Ballester Rodríguez, 2022). |
[16] |
Esta dualidad es advertida por Hermansson et al. (2020: 31-32) para el caso de la Alt-Right estadounidense, señalando que el programa de la facción de derecha radical de Steve Bannon busca evitar la inmigración musulmana, mientras que el programa de la facción extremista de Richard Spencer, Greg Johnson o Jared Taylor propone explícitamente la construcción de un Etnoestado blanco. |
[17] |
Esta tendencia punitivista que se advierte en Vox debe entenderse como parte del proyecto de «Estado fuerte» como premisa de una «economía libre», comentado por Bonefeld (2015) o, en intención similar, como una forma de gestionar el malestar social y las desigualdades desde un programa neoliberal, sustituyendo las políticas sociales por políticas penales (Wacquant, 2011). En este sentido, para un análisis de la ultraderecha en relación al contexto de crisis capitalista y al giro penal de los Estados, véase Solano y Elvira (2024). |
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