eISSN: 1989-9742 © SIPS. DOI: 10.7179/PSRI_2024.45.08
http://recyt.fecyt.es/index.php/PSRI/
Francisco Miguel MARTÍNEZ-RODRÍGUEZ https://orcid.org/0000-0003-4588-5247
Universidad de Granada
Fecha de recepción: 24.III.2022
Fecha de revisión: 16.X.2022
Fecha de aceptación: 06.II.2023
CONTACTO CON LOS AUTORES
Francisco Miguel Martínez Rodríguez: Departamento de Pedagogía, Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Granada. Campus de la Cartuja, s/n. 18071 Granada (España). E-mail: miguelmr@ugr.es
PALABRAS CLAVE: Emprendimiento social; animación sociocultural; empoderamiento; desarrollo comunitario; neoliberalismo. |
RESUMEN: Los estudios que analizan el emprendimiento han proliferado como una estrategia clave para el crecimiento socio-económico y la creación de empleo. Buena parte se enfocan desde una perspectiva capitalista del emprendimiento en la que se ‘invita’ a los ciudadanos a hacerse autónomos, valientes, innovadores, activos, productivos, etc., es decir, a convertirse en ‘empresarios de sí mismos’. Son menos abundantes las investigaciones que se centran en el emprendimiento social y que además lo hacen desde una perspectiva educativa crítica. De hecho, tras la revisión de la literatura no se han detectado estudios que conecten la práctica del emprendimiento social con la praxis de la animación sociocultural. En este trabajo se desarrolla un análisis de contenido de textos que abordan, por un lado, el emprendimiento social y, por otro lado, la animación sociocultural. Se ha observado que estos dos conceptos comparten rasgos característicos, principios y valores fundamentales. Como resultado se percibe el emprendimiento social desde una cosmovisión alternativa que tiene una fuerte conexión con la ‘animación sociocultural’, ya que ambas ponen el foco en el interés colectivo. Concluimos que el emprendimiento social potencia los valores de una praxis colaborativa, asociativa y solidaria que defiende el desarrollo comunitario y la construcción de ‘Lo Común’. Se proponen finalmente algunas pautas de acción desde la educación social para animar al emprendimiento como práctica colaborativa y social, así como algunas líneas de trabajo futuras en esta dirección. |
KEYWORDS: Social entrepreneurship; sociocultural animation; empowerment; community development; neoliberalism. |
ABSTRACT: Studies analysing entrepreneurship have flourished as a key strategy for socio-economic growth and job creation. A good part of them are approached from a capitalist perspective of entrepreneurship in which citizens are ‘invited’ to become autonomous, courageous, innovative, active, productive and so on; i.e. to become ‘entrepreneurs of themselves’. There are fewer studies that focus on social entrepreneurship and which do so from a critical educational perspective. In fact, after reviewing the literature, no studies have been identified that connect the practice of social entrepreneurship with the praxis of sociocultural animation. This paper develops a content analysis of texts dealing, on the one hand, with social entrepreneurship and, on the other hand, with sociocultural animation. It has been observed that these two concepts share characteristic features, principles and fundamental values. As a result, social entrepreneurship is perceived from an alternative worldview, which has a stronger connection with ‘sociocultural animation’, as both focus on the public interest. We conclude that social entrepreneurship fosters the values of a collaborative, associative and solidarity-based praxis which defends community development and the construction of ‘The Common’. Finally, some guidelines for action from social education are proposed in order to encourage entrepreneurship as a collaborative and social practice. Some future lines of work in this direction are also suggested. |
PALAVRAS-CHAVE: Empreendedorismo social; animação sociocultural; empoderamento; desenvolvimento comunitário; neoliberalismo. |
RESUMO: Os estudos que analisam o empreendedorismo têm proliferado como estratégia chave para o crescimento socioeconómico e a criação de emprego. Grande parte é abordada de uma perspetiva capitalista de empreendedorismo em que os cidadãos são ‘convidados’ a tornarem-se autónomos, corajosos, inovadores, ativos, produtivos, etc., ou seja, a tornarem-se ‘empreendedores de si próprios’. Menos investigação centra-se no empreendedorismo social e fá-lo de uma perspetiva educativa crítica. De facto, após revisão da literatura, não foram detetados estudos que relacionem a prática do empreendedorismo social com a práxis da animação sociocultural. Este documento desenvolve uma análise de conteúdo de textos que abordam, por um lado, o empreendedorismo social e, por outro lado, a animação sociocultural. Foi observado que estes dois conceitos partilham características, princípios e valores fundamentais. Como resultado, o empreendedorismo social é percebido a partir de uma visão alternativa do mundo que tem uma forte ligação com a “animação sociocultural”, uma vez que ambas se centram no interesse coletivo. Concluímos que o empreendedorismo social reforça os valores de uma praxis colaborativa, associativa e solidária que defende o desenvolvimento comunitário e a construção do ‘Comum’. Finalmente, propomos algumas linhas de ação de educação social para encorajar o empreendedorismo como prática colaborativa e social, bem como algumas linhas de trabalho futuro nesta direção. |
El emprendimiento es uno de esos términos que se han puesto de moda en las últimas décadas. Es cada vez más habitual escuchar ‘soy un emprendedor’, ‘hazte emprendedor’, ‘he creado mi propia empresa’ y otras expresiones parecidas que dominan hoy el imaginario colectivo y que están vinculadas a cambios en el mercado laboral o a las nuevas demandas de la actividad económica. Se trata de un concepto en auge que está asociado con la razón capitalista de poner en marcha un negocio o actividad empresarial. Esta visión del emprendimiento suele ser mayoritaria y obedece a una realidad tangible que despierta posiciones muy enfrentadas entre defensores y detractores de esta práctica socioeconómica. Las voces críticas (Dahlstedt y Fejes, 2019; Fernández-Herrería y Martínez-Rodríguez, 2016; Hägg y Schölin, 2018; Laval y Dardot, 2013) sostienen que hay una clara perspectiva capitalista del emprendimiento con la que se ‘invita’ a los ciudadanos a hacerse autónomos, valientes, decididos, competentes, activos y productivos, o como expresó Foucault (2008), a convertirse en ‘empresarios de sí mismos’.
Ante un mercado laboral globalizado, inestable, cambiante y precarizado se ‘anima’ a los sujetos a que sean sus propios dueños. Sobre la lógica individual de la competencia, el esfuerzo y el sacrificio personal se ha construido un interesado discurso capitalista del emprendimiento (Bedoya-Hernández et al., 2022). Una concepción que, como es habitual en el pensamiento neoliberal, pone el acento en lo individual, en el sujeto como único responsable de sus actos, que trabaja aislado, que tiene que tomar sus propias decisiones y asumir riesgos, en síntesis, que tiene que ‘buscarse un hueco’ en una sociedad cambiante y muy competitiva (López-Alós, 2019).
Esta percepción del emprendimiento es una estrategia más del presente capitalismo que concibe a la persona como responsable único de su situación. Se responsabiliza al individuo de sus éxitos o fracasos (Jones, 2012), sin tener en consideración los elementos estructurales y sociales en los que ha nacido y por los que transita en su vida cotidiana. Una construcción neoliberal del ciudadano que entronca con la idea de Friedrich (2018) del ‘sujeto de rendimiento’, o con el concepto empleado por Han (2019) de ‘sujeto autoexplotado’, o del ‘neosujeto’ en expresión de Laval y Dardot (2013). Todos estos autores describen, con matices, las cualidades que integran la subjetividad del precariado contemporáneo como ser que “se violenta a sí mismo, que está en guerra consigo mismo” (Han, 2019, p. 11) y que busca su lugar en una sociedad tremendamente competitiva e individualista. De ahí que se ‘aliente’ a este nuevo ‘neosujeto’ a estar en permanente evolución, en cambio, alerta, esforzándose constantemente por mejorar sus resultados y por ser mejor que los demás en una continua competición por unos recursos que se presentan escasos.
En este artículo no se profundiza en esta noción capitalista del emprendimiento, sino que se muestra una imagen muy diferente de este que, además, comparte elementos característicos con la praxis de la animación. Se ofrece una visión del emprendimiento (adjetivado como social) desde unos principios y valores que distan mucho de los clásicos preceptos neoliberales, ya que perciben la acción emprendedora desde la cooperación, ayuda mutua, solidaridad, colaboración, empatía, etc. El emprendimiento social podría considerarse aquí como una especie de práctica de ‘resistencia’ que tradicionalmente han puesto en marcha movimientos cooperativistas y colectivos sociales como combatientes frente a la exclusión capitalista. Individuos que históricamente se han quedado en los ‘márgenes’ del sistema y que han unido esfuerzos para dar respuesta a sus necesidades vitales.
En este trabajo se presenta el emprendimiento social desde una cosmovisión alternativa que tiene una fuerte conexión con la ‘animación sociocultural’ como experiencia socioeducativa transformadora. Se reconstruye la lógica emprendedora desde esta importante herramienta socioeducativa que tiene un fuerte vínculo con dinámicas de desarrollo comunitario, acciones colectivas y cooperativas que trabajan por el bien común. Desde esta visión, se plantearon los siguientes objetivos:
1) Analizar las conexiones existentes entre la animación sociocultural y el emprendimiento social.
2) Considerar el emprendimiento como una acción que potencia los valores de una praxis colaborativa, asociativa y solidaria que aboga por el desarrollo comunitario y la construcción de ‘Lo Común’
3) Favorecer el empoderamiento comunitario desde la animación para facilitar el emprendimiento social.
Desde una perspectiva metodológica, se lleva a cabo una revisión de la literatura adecuada a la temática planteada en los citados objetivos. Se ha realizado una búsqueda en bases de datos especializadas como Dialnet, ERIC, Google Scholar e ISOC, utilizando las siguientes categorías de análisis: emprendimiento social, animación sociocultural, desarrollo comunitario y empoderamiento. Para identificar los rasgos epistemológicos básicos de la animación sociocultural se recurre, principalmente, a obras clásicas de autores españoles que han abordado este concepto desde una perspectiva histórica en España, aunque igualmente se analizan algunos textos de autores actuales. Estas obras fundamentales para comprender la animación sociocultural (qué es, características, valores y principios en los que se sustenta, etc.) han sido publicadas, tradicionalmente, en formato libro. Un proceso similar se ha seguido con los documentos seleccionados para describir, comprender y analizar los aspectos característicos que identifican al emprendimiento social. Se recurrió y seleccionó investigaciones de tipo teórico en las que se describe el término, características y principios elementales. Este tipo de trabajos han sido publicados especialmente en formato libro y tesis doctoral, como puede desprenderse de la bibliografía utilizada en este artículo.
Tras la selección de obras esenciales sobre estas temáticas (teniendo en cuenta los aspectos mencionados) se ha aplicado la técnica de investigación cualitativa conocida como análisis de contenido. Esta metodología de trabajo ha permitido identificar un conjunto de características comunes y compartidas (categorías de análisis) entre la animación sociocultural y el emprendimiento social, tales como: práctica colectiva, colaboración, ayuda mutua, participación, contexto local, responsabilidad compartida, empoderamiento grupal, entre otras. El análisis del significado que en las investigaciones se les ha dado a estas categorías permite establecer una conexión entre la práctica del emprendimiento social y la animación sociocultural. La imagen que se ofrece del emprendimiento se sitúa, por tanto, en el ámbito del emprendimiento social como estrategia de ‘resistencia’ comunitaria, alternativa, solidaria, etc., que pone el acento en lo común como principio vital del empoderamiento colectivo.
Una de las conclusiones a las que se llega en este artículo es la ausencia de trabajos previos en la literatura en los que se compare la animación sociocultural y el emprendimiento social. Por ello, la necesidad de partir de obras clásicas, editadas principalmente en libros y tesis doctorales, de las que se han establecido los criterios compartidos y las relaciones significativas entre estos dos ámbitos que presentamos como interconectados.
Autores clásicos como Ander-Egg (1987) y Besnard (1999) que analizaron la animación sociocultural (ASC) destacaron la variedad de enfoques que están detrás de esta ‘metodología’ de acción socioeducativa. El concepto refiere a dinámicas muy diversas que abordan tres elementos intrínsecamente relacionados como son el educativo, el social y el cultural. A continuación, se enlaza con los aspectos básicos que convierten a la ASC en una estrategia interesante para el emprendimiento desde la acción socioeducativa. Explorar en su etimología facilita esta tarea.
Siguiendo a Pérez Serrano y Pérez de Guzmán (2006, p. 90) la ASC tiene un doble origen latino. Por un lado, procede de ‘anima’ que significa alma, aliento o suscitar vitalidad a personas que no la tienen. Infundir vigor o energía a alguien con la intención de movilizarlo para que acometa una acción determinada. Esta primera acepción conlleva una intervención “desde fuera hacia adentro”, donde un agente externo provoca o estimula para que se actúe (Morata, 2009). Se aprecia en esta primera etimología cierta intervención de carácter vertical, es decir, una forma de “actuar sobre”. Por otro lado, tenemos ‘animus’ que denota movimiento, dinamismo, una acción que va de dentro hacia afuera. Esta segunda perspectiva huye de la influencia intervencionista externa y se acerca a prácticas más horizontales de dinamización y relación dentro de un grupo humano.
Son dos visiones de la animación que históricamente no se han considerado antagónicas o contrapuestas, sino complementarias (Froufe, 1998; Úcar, 1992). Habitualmente parte de los sujetos con los que se lleva a cabo el emprendimiento social no suelen disponer, por sí solos, de los recursos necesarios para la dinamización comunitaria (Dees, 2001). Son personas y colectivos que difícilmente van a realizar acciones de dinamización de forma autónoma, por lo que es importante que el animador infunda fuerza y aliento vital para promover la participación social y la creación cultural, en este caso, para que se produzca el emprendimiento social. La adquisición previa de habilidades y aprendizajes por parte de estas personas es fundamental para que con el tiempo puedan responder crítica y autónomamente a las situaciones de precariedad en las que muchos se hallan (Moreno, Cabrera y Lo Brutto, 2021). ‘Anima’ y ‘animus’ se complementan y desde esta lógica se contempla en este trabajo. Por ello, se comparte la idea clásica de Delorme (1985) en la que se indica que: “en el momento en que las personas se agrupan se produce animación, pues organizan y desarrollan estrategias de intercambio y comunicación, al tiempo que determinados individuos se convierten en agentes facilitadores de las mismas” (p. 27).
Emprender pone en relación dimensiones básicas de la animación en cuanto que se trata de una práctica colectiva (social), que implica procesos de enseñanza-aprendizaje (educativa) y en la que se comparten valores, creencias y formas de vida en sociedad (cultural), pero también se satisfacen necesidades vitales desde el momento que se movilizan recursos y acciones para el desarrollo de una actividad económica (Sáenz, 2017). Aquí el animador es uno más del grupo facilitando acciones para favorecer la autonomía socioeconómica de sus integrantes, esto es, buscando el empoderamiento colectivo. Se asumen las palabras de Soler et al. (2022) para quienes la ASC es “un recurso óptimo para evitar o superar la resignación y promover la activación comunitaria ante situaciones de crisis, de falta de recursos o de ausencia de vitalidad social y cultural” (p. 19). En ocasiones la práctica del emprendimiento social se convierte en su propio ‘modus vivendi’, ya que los sujetos se involucran voluntariamente en el proyecto haciéndolo propio e intercambiando conocimientos, vivencias, saberes, empatizando y expresando emociones profundas más allá de la mera satisfacción económica o de abastecimiento de recursos (Nicolás, 2014). Cuando se producen estos intercambios horizontales tan significativos se puede afirmar que se está ante una verdadera praxis de animación desde el emprendimiento social.
En expresión de Pérez Serrano y Pérez de Guzmán (2006): “existe animación cuando alguien está animado y muestra en sus expresiones y acciones vitalidad, dinamismo, capacidad de reacción y relación con los demás” (p. 91). Esta percepción de la animación ha bebido de la aportación de autores como Merino (1997) quien señaló tres conceptos integrados que ayudan a clarificar mejor la ASC como estrategia socioeducativa para el emprendimiento social: 1) Animar: es importante tanto en su plano personal (fomentar el autoconocimiento, crecimiento personal, inventiva, autonomía, etc.), como en su nivel grupal (organizar grupos, asociaciones, cooperativas, empresas sociales o lugares de encuentro, entre otros). 2) Intervenir: potenciando proyectos socioculturales y socioeconómicos, asesoramiento e información de iniciativas de desarrollo comunitario o emprendimiento social. 3) Transformar: tanto la ASC como el emprendimiento social requieren de la participación y la acción colectiva, se enfocan en el cambio de actitudes para provocar la transformación social. Estos tres rasgos definitorios de la ASC (animar, intervenir y transformar) son también consustanciales a la naturaleza del emprendimiento social.
Por otro lado, Calvo (2002) identificó algunas de las características de la ASC que permiten estrechar la conexión con la práctica del emprendimiento social. Así, la ASC es considerada una metodología de intervención en el terreno social y cultural. Un método de carácter intencional o una ‘forma de hacer’ que se dirige a la acción. El emprendimiento también tiene una dimensión social y cultural, además de la económica, y precisa de una metodología también orientada a la acción (Said et al., 2015).
Estamos ante un proceso sistémico, racional, que requiere de aprendizajes y conocimientos técnicos. La ASC no es producto de una práctica accidental o espontánea, está planificada y se basa en la racionalidad científica como método para analizar la realidad (Caride, 2005), diagnosticar las problemáticas y necesidades, diseñar objetivos, organizar actividades, evaluar, etc. El emprendimiento social comparte estos procesos siendo igualmente sistemático y riguroso en su análisis de la realidad (Nicolás, 2014). Un proceso planificado en el que el emprendedor realiza un diagnóstico minucioso del contexto y del entorno socioeconómico sobre el que va a desarrollar su acción social.
La animación ocurre en un territorio y/o entorno concreto. El territorio constituye el eje de las actuaciones y para que el proyecto de acción socioeducativa tenga un impacto real se debe delimitar bien el ámbito y el colectivo con el que se va a trabajar (Pérez Serrano, 2007). El emprendimiento social funciona bajo la misma lógica, el entorno debe estar perfectamente definido para conocer sus características sociales, culturales, económicas, educativas, entre otras (Sáenz, 2017). Conocer y delimitar el territorio ayuda a comprender la idiosincrasia de las personas que lo habitan y los potenciales de transformación social que ofrece.
Además, la ASC tiene como elemento vertebrador la participación activa de las personas que integran la comunidad (Morata, 2009). El objetivo es el de promover la autonomía del grupo y que lleguen a empoderarse (Soler et al., 2015). Metafóricamente hablando: ‘que deje de ser necesaria la ASC’ pues esto supondría que ha cumplido su objetivo. El emprendimiento social también busca la suficiencia económica y social de sus integrantes para que, con autonomía y responsabilidad, sean capaces de mantener un proyecto de vida digno y sostenible. En los años noventa del pasado siglo el término emprendimiento social empezó a popularizarse y a adquirir relevancia por su poder transformador para dar respuesta a problemáticas sociales y medioambientales (Said, Ahmad et al., 2015). La idea es mejorar la vida de las personas generando nuevas oportunidades, al tiempo que se van enfrentando los enormes retos socio-ambientales que hemos creado como especie ‘dominante’.
Para seguir profundizando en el análisis de la relación entre la animación y la práctica del emprendimiento social, se recurre a la triple clasificación que Pérez Serrano y Pérez de Guzmán (2006) realizan de las formas en las que se presenta la ASC: ‘dar vida’, ‘poner en relación’ y ‘participar en el desarrollo de la comunidad’.
‘Dar vida’ nos acerca nuevamente a su origen etimológico (‘anima’) donde animación es sinónimo de intensificar la existencia, potenciar y activar más la vida favoreciendo siempre un desarrollo humano que debe ser creciente. Por contra, el neoliberalismo presenta la precariedad como nueva normalidad, la inseguridad como algo crónico y la incertidumbre como estado permanente del sujeto. Giroux (2015) afirma que el objetivo del neoliberalismo “es individualizar lo social, en consecuencia, todos los problemas sociales y sus efectos se codifican como fallos individuales de personajes arraigados en una falta de responsabilidad individual o, peor aún, en una forma de psicopatología” (p. 19). Dado que el neoliberalismo justifica la individualidad por encima de lo social se demoniza a los que menos tienen (Jones, 2012), a los vulnerables que necesitan de la solidaridad y del trabajo institucional. Son considerados desechables, aplicándose toda una batería de políticas que bajo el paraguas de la austeridad desmantelan la asistencia social (Ariño y Romero, 2016).
Un proceso de ‘criminalización’ de lo social y de la vida asociativa que es contrario al principio básico de la animación de activar la vida. La animación pretende “combatir la atonía del cuerpo social afligido por el aislamiento y la pasividad” (Pérez Serrano y Pérez de Guzmán, 2006, p. 91). ‘Dar vida’ como forma de relación frente a la precarización neoliberal es, por tanto:
Ese estímulo proporcionado a la vida mental, física y afectiva de los habitantes de un sector determinado, para incitarles a emprender diversas actividades que contribuyan a su expansión, les permitan expresarse mejor y les proporcionen el sentimiento de pertenecer a una colectividad cuya evolución pueden llevar a cabo (Pérez Serrano y Pérez de Guzmán, 2006, p. 91).
Activar el emprendimiento social facilita combatir el aislamiento, la fragmentación social y el ‘vaciado’ al que es sometido el sujeto neoliberal. Emprender aquí implica revitalizar (volver a ‘dar vida’) articulando una cultura popular como fuerza asociativa emancipadora. Para Alcántara et al. (2022) “la ASC busca que las personas sean protagonistas de sus procesos y de las decisiones que conlleva” (p. 90), idea que conecta de nuevo con el empoderamiento comunitario que busca el emprendimiento social.
Visto así, el emprendimiento social es una potente herramienta socioeducativa al servicio de una cultura popular que “reactiva la imaginación radical” para ser autosuficientes (Giroux, 2015, p. 23). Intelectuales como Paulo Freire (2001, 2015) han defendido la importancia de la educación popular para el desarrollo de una conciencia política crítica y radical. Un saber analizar y estar en el mundo como sujeto activo y político. La animación se convierte en un desafío intelectual para educadores sociales que defienden modos diferentes de entender la vida pública a la lógica de mercado por lo que “(…) en estos tiempos, la resistencia no es un lujo sino una necesidad” (Giroux, 2015, p. 25). Resistencia, así entendida, es sinónimo de ‘emprendimiento social’.
En opinión de Illich (2012), “la única solución a la crisis ecológica consiste en que la gente comprenda que sería más feliz si pudiera trabajar junta y prestarse asistencia mutuamente” (p. 118). El ser humano dispondrá de autonomía cuando vuelva a ser autosuficiente, realizando labores tradicionales de cuidado, salud o educación de sus semejantes y allegados de forma autónoma. Cuanto más especializada y compleja se hace una sociedad más dependiente se vuelve la persona, más limitada y vulnerable será. En este punto, es urgente repensar la capacidad de satisfacer las necesidades elementales sin depender de la tecnificación y de los especialistas que lo harán todo por nosotros. No todas las personas tienen capacidad de consumo o de pagar servicios ‘caros’ que antes eran cubiertos por la comunidad. El neoliberalismo ha dejado fuera de las redes sociales y de consumo ‘normalizadas’ a millones de seres humanos en todo el mundo por lo que, en determinadas ocasiones, el emprendimiento social se convierte casi en su única vía (Nicolás, 2014). En este contexto, emprender puede entenderse como sinónimo de ‘dar vida’ a un colectivo social marcado por la precariedad neoliberal.
‘Poner en relación’ hace referencia al ámbito de la ASC que acentúa la dimensión relacional, es decir, el potencial educativo que posee la animación para reforzar la comunicación e interacción social. Desde esta perspectiva, la animación “se considera como una acción tendente a crear dinamismo allí donde no existe o bien favorecer la acción cultural y comunitaria orientando sus actividades hacia el cambio social” (Pérez Serrano y Pérez de Guzmán, 2006, p. 92), poniendo el foco en mejorar las relaciones interpersonales. La idea de que ‘la unión hace la fuerza’ forma parte del imaginario colectivo y, en este caso, encierra un verdadero poder como elemento de transformación social. Como expresa Dion (2019): “Gandhi había demostrado a los indios que, si se unían y organizaban, tenían poder. Y una vez sembrada esta primera semilla sería capaz de proponerles otras perspectivas” (pp. 177-178).
La unión y la cooperación ante un eventual colapso sistémico (Taibo, 2016) y como estrategia colectiva para el bien común (Felber, 2012), son la esencia de cualquier acto de resistencia humana. En este sentido, las prácticas de la animación y del emprendimiento social no son una excepción, es más, se nutren de la riqueza que al grupo aportan las diversas inteligencias puestas al desarrollo del ‘Común’. ‘Poner en relación’ supone repensar el ‘yo individualista y competitivo’ neoliberal y centrar la mirada en lo que Illich (2012) identificó como un ‘yo convivencial’, una sociedad en la que “la tecnología moderna está al servicio de la persona integrada en la colectividad y no al servicio de un cuerpo de especialistas. Convivencial es la sociedad en la que el hombre controla la herramienta” (p. 53). Como ha apuntado Bregman (2017), los economistas se han convertido en los principales pensadores del mundo occidental, un cuerpo de especialistas (tecnócratas) que han impuesto el discurso de la competencia y el esfuerzo personal como nueva razón de ser. La conocida proclama de Margaret Thatcher de que no existe la sociedad, sino individuos libres, domina en las subjetividades neoliberales (Jones, 2012).
Frente a esto, Illich argumenta que el ser humano convivencial es un sujeto austero, donde austeridad no equivale a aislamiento o estar recluido en sí mismo. Tirando de clásicos como Aristóteles o Tomás de Aquino, la austeridad aquí entendida está relacionada con recuperar el valor de la amistad, la alegría, la creatividad, los cuidados, el compartir. Es una virtud que le lleva al ser humano a despojarse de aquellos ‘placeres’ (consumo exacerbado) que lo degradan. Esto no significa desprenderse de toda clase de ‘placeres’, sólo de aquellos que alienan a la persona, que la esclavizan a una vida de consumo y degradación irresponsable del entorno que habita (Bauman, 2017). Austeridad es sinónimo de alegría y amistad. Se celebra la ‘buena vida’, la que no somete a la dictadura del capital y el consumo sin ‘límites’. Así pues, para reconstruir la sociedad “un nuevo sistema de producción, para poder ser eficiente y poder cubrir las necesidades humanas que determina, debe también reencontrar la dimensión humana y comunitaria” (Illich, 2012, p. 68). Ambas dimensiones, la humana y la comunitaria, son fundamentales para ‘poner en relación’ como señala la animación (Aguilar et al., 2022) y requiere el emprendimiento social (Palacios, 2010).
‘Participar en el desarrollo de la comunidad’ es el tercer elemento que identifican Pérez Serrano y Pérez de Guzmán (2006) a la hora de clasificar las diferentes perspectivas de la ASC. Estas autoras destacan la definición que la UNESCO emitió en 1982 y que reproducimos textualmente:
La Animación Sociocultural es el conjunto de prácticas sociales que tienen como finalidad estimular la iniciativa y la participación de las comunidades en el proceso de su propio desarrollo y en la dinámica global de la vida sociopolítica en la que están integradas (Pérez Serrano y Pérez de Guzmán, 2006, p. 93).
Subrayamos la importancia que se le concede desde la UNESCO a la ‘participación de las comunidades’ como medio para alcanzar ‘su propio desarrollo’. El emprendimiento social también requiere de la participación activa de sus integrantes como forma de dar respuesta a sus necesidades colectivas (Kury, 2012). Para Besnard (1999) la ASC participa de un proyecto de sociedad futura que pone el acento en el desarrollo comunitario. El emprendimiento social se apoya igualmente en esta idea de defender primero la colectividad, ‘Lo Común’, por lo que vuelven a encontrarse los ‘intereses’ de la animación con los de esta lógica emprendedora. Se presenta a continuación la concepción de ‘desarrollo comunitario’ de la que se parte y qué relación guarda con la noción de ‘Lo Común’ que se defiende en este trabajo.
Se conecta ahora la animación sociocultural con el desarrollo comunitario como herramientas para la acción crítica socioeducativa que pueden ayudar desde el emprendimiento social a construir ‘Lo Común’. Implica repensar cómo nos relacionamos, entre los seres humanos y con el entorno, regenerando y recreando formas distintas de relaciones sociales más satisfactorias y menos depredadoras de la naturaleza (Chomsky, 2020). Igualmente supone reflexionar acerca del proceso de empoderamiento que debe darse para avanzar hacia esta forma de emprendimiento social.
La animación es considerada una metodología de acción socioeducativa que potencia el desarrollo de las comunidades (Soler et al., 2022). Una afirmación mantenida por numerosos expertos en la materia como el profesor Caride (2005, p. 75), para quien la animación sociocultural y el desarrollo comunitario forman parte de las áreas y estrategias de la Educación Social que buscan:
Transformar las condiciones que impiden y/o limitan la vida de las personas en su medio social, mediante la promoción de una mejora significativa de su bienestar y calidad de vida, y la integración de lo educativo en la sociedad y de lo pedagógico en el trabajo social.
Subyace la idea de transformación de las condiciones que impiden satisfacer las necesidades básicas y condicionan negativamente el bienestar de las personas, principio de partida compartido por el emprendimiento social (López de Toro, 2014). Caride profundiza su reflexión exponiendo una visión crítica de la educación como práctica de la animación y del trabajo comunitario que, desde una dimensión política y discursiva, ayude a los sujetos a identificar las complejas relaciones y estructuras de poder como primer paso para plantear su transformación. Desde esta postura crítica, defiende que la ASC:
Resalta el peso de la educación en los procesos y las prácticas socioculturales con estrategias metodológicas que promueven la iniciativa, la auto-organización, la participación y la acción autónoma de los individuos en los grupos y las comunidades de las que forman parte (Caride, 2005, p. 76).
Mientras que el desarrollo comunitario:
Apuesta, en clara convergencia con los principios de la animación sociocultural, por un desarrollo humano que habilite los dispositivos endógenos del territorio y de las comunidades locales, valorice de forma integrada y sustentable los recursos existentes, y afirme la implicación de cada persona como sujeto y agente de sus propios procesos de transformación social en su entorno inmediato (Caride, 2005, p. 76).
En la conexión entre la animación y el desarrollo comunitario se subrayan aspectos importantes como la iniciativa, participación, autonomía o auto-organización colectiva como principios vertebradores del desarrollo humano. En esta línea, Úcar (1992) planteó que, en este proyecto compartido, la ASC pone el acento más en el proceso, en la praxis, en las dinámicas colectivas que ‘dan vida’ al grupo, mientras que el desarrollo comunitario centra más su atención en la finalidad, en los elementos que visibilizan que ha habido crecimiento humano, que se están satisfaciendo las necesidades, que se ha producido la transformación social del entorno.
La comunidad y, por extensión, lo comunitario son las categorías fundamentales de esta metodología de intervención socioeducativa como es la ASC. Ander-Egg (1993) percibe la comunidad como agrupación organizada de personas que comparten rasgos e intereses comunes dentro de un ámbito geográfico determinado. Uno de estos rasgos tiene que ver con la conciencia de pertenencia al grupo, lo que implica reconocimiento mutuo y facilita la cohesión social. Desde el emprendimiento social igualmente se destaca ese sentido de comunidad como estrategia colectiva para hacer frente a sus ‘carencias’ socio-personales y contextuales (Pfeilstetter, 2011). Se promueve de esta forma un sentimiento de aceptación que intensifica la conciencia y la co-participación bajo un proyecto de vida en común.
Laval y Dardot (2015), indagando en el origen etimológico del término ‘Común’, sostienen que expresa cierta obligación de reciprocidad, vinculada con el ejercicio de las responsabilidades humanas compartidas. Se deduce un sentido de ‘co-obligación’ para todos aquellos que comparten una misma actividad. Por ello, “lo Común debe ser pensado como una co-actividad, no como una co-pertenencia, co-propiedad o co-posesión” (Laval y Dardot, 2015, p. 57). Los autores quieren alejar la idea del Común de las lógicas materialistas que mercantilizan todo acto y proceso humano como ocurre en el neoliberalismo. Su análisis centra las luchas y los procesos de resistencia (como el emprendimiento social) en entender Lo Común como una forma de “(…) oponerse a los procesos de privatización y a las formas de mercantilización que se han desarrollado desde los años 1980” (Laval y Dardot, 2015, p. 109). Visto así, Lo Común como estrategia de lucha contra el neoliberalismo suscita la necesidad de: “reapropiarse, colectivamente y de forma democrática, de recursos y espacios acaparados por los oligopolios privados y los gobiernos” (Laval y Dardot, 2015, pp. 110-111).
Repensar Lo Común desde esta perspectiva no capitalista plantea dos aspectos fundamentales a tener en cuenta. Por un lado, como han señalado Laval y Dardot, supone recuperar colectivamente (‘reapropiarse’) parte de los recursos y espacios que han ‘depredado’ históricamente unas élites en connivencia con los poderes ‘estatales’. Felber (2012) habla de crear una especie de “dote democrática” que sería algo parecido a una redistribución de la riqueza mundial como ejercicio de una auténtica “democracia radical” (Giroux, 2019). La redistribución de los recursos básicos para la vida mediante mecanismos como una “Renta Básica Universal” digna para todo ciudadano (Alcántara, Novella y Muñoz, 2022) es sólo un ejemplo de por dónde podría ir ese proceso de transformación social. Por otro lado, articular Lo Común desde una visión del mundo no capitalista también implica una manera de dar forma a la vida social y política que ponga el foco en las personas y el entorno natural, dejando a un lado la actual ‘monetarización’ radical de la vida.
Trabajar en favor del interés comunitario refuerza el concepto de vida asociativa asumiendo la propia colectividad “la capacidad autónoma, autodeterminada y autoregulada de decidir sobre los asuntos relativos a la producción material y simbólica necesaria para garantizar su vida biológica y social a través del tiempo” (Gutiérrez Aguilar y Salazar, 2019, p. 23). En esta argumentación, los citados autores señalan la importancia de que los colectivos gestionen sus propios recursos para la vida, pero que lo hagan de forma sostenible y duradera en el tiempo.
Redefinir los comunes desde esta óptica exige repensar igualmente nuestras relaciones sociales en una dirección contraria y alternativa al capitalismo. Gutiérrez Aguilar (2019) lo expresa con estas palabras:
‘Cambiar el mundo’ quiere decir, necesaria e inmediatamente, trastocar las maneras impuestas en las que nos relacionamos unas con otros, regenerando y reactualizando formas de relación social concretas e inmediatas más satisfactorias y menos agobiantes y depredadoras; formas de las relaciones sociales al mismo tiempo heredadas y recreadas, que nos permitan producir –o defender o conservar– condiciones menos brutales para garantizar el conjunto de procesos y ciclos vitales que se enuncian de manera sintética mediante la expresión reproducción material y simbólica de la vida social (p. 79).
No es suficiente con ‘maquillar’ el impacto destructivo del capitalismo, ni de vestir a las grandes multinacionales con el traje del ‘capitalismo verde’, se precisa una verdadera gestión democrática y comunal de los entornos que habitamos, desde el respeto y cuidado del Planeta. Una gestión horizontal de los recursos como defiende el emprendimiento social. Extender esta idea conlleva un cambio de mirada, es decir, dejar de mirar desde las lentes neoliberales (Martínez-Rodríguez, 2020) y es aquí, en esta ‘utópica’ misión, donde la ASC como práctica socioeducativa crítica puede coadyuvar. Los emprendimientos sociales han de ir necesariamente en esta dirección, pues los acuciantes retos socio-ambientales no admiten más demoras.
Hay que ser conscientes de que esta postura ‘radical’ de entender ‘los comunes’ o ‘Lo Común’ supone un cambio también ‘radical’ a la hora de ver, analizar y repensar el vigente modelo neoliberal. Bregman (2017) expone en su obra: ‘Utopía para realistas’ que las ideas que en un momento pueden parecer políticamente ‘imposibles’ (como la experiencia de Mont Pelèrin y su utopía neoliberal), con el tiempo pueden llegar a ser políticamente ‘inevitables’. Las ideas han cambiado el mundo y lo van a seguir haciendo, la pregunta ahora es ¿qué modelo de sociedad queremos ‘imaginar’? Empoderar a los sujetos en sus contextos locales velando por el interés común, analizando los retos y las necesidades como problemas colectivos y no individuales, es un paso necesario en esta dirección. Construir comunidad y repensar la manera actual de satisfacer necesidades requiere de estrategias socioeducativas críticas como la ASC y el emprendimiento social como claves del empoderamiento colectivo.
El emprendimiento social tiene como una de sus grandes finalidades la de buscar el empoderamiento de las personas en sus comunidades locales (Nicolás, 2014). Pero para llegar a empoderar se tienen que generar espacios de reflexión, análisis, debate, toma de conciencia, intercambio de experiencias…, en definitiva, debe mediar un proceso de ‘alfabetización’-educación crítica que facilite esos espacios de acción y resistencia frente a las dinámicas precarizadoras neoliberales. Goodman y Cocca (2014) sostienen el poder de la educación crítica para el empoderamiento de las personas, especialmente de las y los jóvenes estudiantes, en la línea de construir identidades, fomentar la participación ciudadana y el activismo social. Estos autores identifican la desigualdad como una construcción social e histórica que ha favorecido a unas élites minoritarias. No es algo natural y abogan por reconstruir nuevas identidades en los jóvenes provenientes de contextos empobrecidos. La educación crítica y el empoderamiento caminan juntos en un proceso de reconstrucción social frente a los problemas comunitarios.
Parten de la alfabetización crítica de Freire destacando la relevancia de prácticas y herramientas educativas que contribuyen a cuestionar las relaciones de poder heredadas. La producción del conocimiento no es neutral, por lo que una educación crítica contextualizada mueve a los sujetos a hacerse una idea del entorno que habitan, sus problemáticas, las relaciones de poder que allí se dan, su capacidad de organizarse y protestar teniendo en cuenta los recursos disponibles (Martínez-Rodríguez, 2020). Para Goodman y Cocca (2014, p. 5) “el aprendizaje en las comunidades que promueven el empoderamiento no sólo se produce a través de cambios en el conocimiento, la práctica y la participación, sino a través de cambios en la identidad.”
La clave está en ‘reparar’ la identidad de los jóvenes (y las personas precarizadas en general) para que no se perciban a sí mismos como fracasados, como responsables únicos de sus éxitos y fracasos. Cambiar la identidad, la forma de ver y de verse a sí mismos para visibilizar sus propias vivencias, sus condiciones de marginación, de falta de oportunidades laborales, de escasez de recursos, dando testimonio crítico de lo que ocurre y de cómo ocurre. De esta forma “los jóvenes aprenden a identificarse con sus comunidades y ver las conexiones entre el aprendizaje, el poder y la justicia social” (Goodman y Cocca, 2014, p. 7). Este hecho facilita los procesos de empoderamiento colectivo mediante el conocimiento más en profundidad de sus contextos y problemáticas, estableciendo conexiones entre la situación analizada y las estructuras de poder en la sociedad.
El concepto de empoderamiento cobra relevancia a partir de los años sesenta del pasado siglo, siendo uno de los primeros en abordar la temática el profesor Rappaport (1985) al publicar una serie de trabajos en el ámbito de la ‘psicología comunitaria’. No obstante, la aproximación al campo se ha realizado desde entonces desde una perspectiva multidimensional: pedagógica, económica, sociológica, etc. Más allá de dónde se ponga el acento, un aspecto común a las diferentes aproximaciones es que se analiza el concepto de empoderamiento ligado a las diferentes nociones de poder (Rowlands, 1997). El empoderamiento tiene que ver con el ‘poder’ en el plano personal, político, económico y, como no, comunitario.
Existen enfoques claramente diferenciados a la hora de abordar el empoderamiento. Desde aquellos que hablan de ciudadanía plena y generación de bienes comunitarios, que se dirigen a subvertir las condiciones de desigualdad y opresión, y que tienen como fin reinventar el sistema (San Pedro, 2006). Otros que apuestan por posicionamientos intermedios que encajan en los principios de la ‘socialdemocracia’ tradicional donde se aboga por la igualdad, reducir la pobreza, ofrecer oportunidades a los individuos como la educación pública, pero que no cuestionan ni ponen en duda el sistema vigente. Y un tercer enfoque que empatiza con las políticas maniqueas neoliberales. Para Bacqué y Biewener (2016) hay una fuerte tendencia global que percibe el empoderamiento exclusivamente como responsabilidad del sujeto exigiendo que sea autosuficiente, autónomo, centrado en la cultura del esfuerzo y la meritocracia. Este enfoque neoliberal resalta básicamente la dimensión individual y anula (incluso rechaza) la dimensión socio-política y comunitaria. Evidentemente, no se cuestionan desde aquí las desigualdades estructurales presentes.
En este trabajo nos aproximamos al enfoque epistemológico de empoderamiento desarrollado por Paulo Freire (1987, 2015) desde la educación popular y crítica, desde el que sí se cuestiona el modelo ecocida y las estructuras de poder que mantienen el status quo. Se parte de la necesaria concienciación de los sujetos (para poder ‘dotarlos de vida’, como sostiene la ASC), a través de una educación crítica que les ayude a ‘desmontar’ el sistema de control impuesto. Un enfoque que trabaja en tres claves centrales: adquirir el poder, control de recursos y trabajar por el cambio sistémico de modelo.
Analizar el empoderamiento desde esta perspectiva transformadora y ‘radical’ nos lleva a pensar en procesos comunitarios autogestionados. Difícilmente se pondrá en cuestión el modelo actual, y su modus vivendi, si uno depende permanentemente (y casi en exclusiva) de proyectos subvencionados y/o controlados por administraciones públicas y privadas. No es creíble esperar una transformación social ‘radical’ desde los vigentes marcos estructurales del Estado y de los intereses del mercado. Si retomamos el sentido etimológico del término empoderar vemos que este nos habla de ‘cesión de poder’. Se entiende que el grupo que detenta el poder cede parte de este a otro u otros grupos menos privilegiados. A día de hoy, ¿están dispuestas las élites a compartir su poder con el resto de ciudadanos, con el resto del mundo? Esto sí que parece más bien una ‘utopía’ poco creíble, al menos, si partimos de la realidad vigente.
Un proceso es considerado empoderador si permite que las personas lleguen a ser independientes a la hora de tomar decisiones y de solucionar sus problemas. Se parte de una visión de la ASC que va más allá de una mera tecnología social para ‘dirigir’ (animar) a un colectivo, pues esto limitaría el protagonismo de las personas. El enfoque crítico cede el protagonismo a los sujetos que participan en el proceso convirtiéndolos en los auténticos protagonistas de su desarrollo comunitario, de la construcción de ‘Lo Común’. Soler, Planas y Núñez (2015, p. 42) entienden la ASC desde una dimensión “crítica, empoderadora y con voluntad de transformar tanto a los propios sujetos como también a las comunidades”, a lo que añaden: “(…) empoderar a las personas y a las comunidades es –o debería ser– la aspiración básica de toda iniciativa de ASC”. El emprendimiento social comparte, en esencia, esa misma aspiración básica al adjetivar lo social y comunitario por encima de lo individual y lo material. En síntesis, empoderar a las comunidades implica revitalizar, dar vida y poner en relación, aspectos inherentes a la ASC y el emprendimiento social.
En este trabajo se ha realizado un esfuerzo epistemológico para conectar el emprendimiento social con la praxis socioeducativa de la animación sociocultural. Se ha analizado un concepto que despierta intereses enfrentados y que se suele ‘encuadrar’ dentro de la lógica neoliberal. Por ello, una de las primeras conclusiones que merece ser destacada es la distancia que existe entre la percepción tradicional del emprendimiento tradicional (vinculado a prácticas capitalistas) y el enfoque innovador del emprendimiento social como experiencia comunitaria de ‘resistencia’.
Empoderar a las comunidades desde el emprendimiento social y la animación sociocultural supone una reconstrucción de la identidad personal desde ‘Lo Común’, colaborativo, asociativo, solidario, recíproco. Nos hallamos ante un ejercicio práctico de aprendizaje y desarrollo de responsabilidades humanas compartidas que exigen un sentido de ‘co-obligación’ y ‘co-actividad’ como forma de vida asociativa. Esta percepción del emprendimiento social no sólo asume rasgos característicos con la animación, sino que contribuye a deconstruir el “Ser emprendedor neoliberal” (Fernández-Herrería y Martínez Rodríguez, 2016). Al compartir aspectos consustanciales con la praxis de la animación, el emprendedor social se aleja de la identidad neoliberal del emprendimiento: se deja a un lado el fuerte individualismo, el yo impulsado por el beneficio, una forma de vida definida como conquista, control y visión utilitarista, una noción del tiempo puesta al servicio de lo material.
Existen, pues, destacadas diferencias entre ambas formas de entender el emprendimiento. Un ejemplo de esto se aprecia en los denominados ‘fallos del mercado’, es decir, la fuerte rivalidad capitalista a la que se ven abocadas las empresas convencionales provoca importantes desequilibrios socioeconómicos. La misma dinámica del capitalismo es excluyente y la máxima de la competitividad de la que se nutre no sólo expulsa a numerosas empresas y emprendedores, sino también a millones de personas en todo el mundo (desempleados, trabajadores pobres, precarizados, etc.). Son los propios fallos del sistema (y desequilibrios resultantes en forma de retos) los que hacen aparecer a las organizaciones y colectivos sociales que ven el emprendimiento social como una oportunidad para trabajar por la justicia socio-ambiental. A veces, como una forma básica de ‘subsistencia vital’, como respuestas de ‘resistencia’ e innovación social que defienden la cooperación como guía interna y externa de su funcionamiento organizacional. El emprendimiento social como respuesta colectiva a un sistema discriminatorio, excluyente e insostenible.
Estos emprendedores actúan como agentes del necesario cambio sistémico aportando valor y reconociendo oportunidades para la transformación social. Como sostuvo Dees (2001), la idea de mejorar la sociedad mueve a los emprendedores sociales a la necesidad de innovar y a un aprendizaje permanente dando una respuesta creativa a los citados ‘fallos del mercado’. Autores como Kury (2012) y Pfeilstetter (2011) han mantenido que el emprendimiento social tiene como objetivo principal el de promover valor social y/o medioambiental, siempre buscando mejorar la sociedad, empezando por los colectivos vulnerables que quedan fuera de las dinámicas excluyentes del capitalismo. Por todo lo expuesto, se comparte la argumentación defendida por Sáenz en la que asegura que: “el emprendimiento social tiene un valor transformador, busca un cambio sostenible en la vida de las personas siendo el deseo de emprender para resolver una necesidad social el objetivo primordial, por encima del beneficio económico e intereses individuales” (2017, p. 32).
La ASC vuelve a alinearse con el emprendimiento social desde el momento en el que ambas prácticas tienden hacia la transformación de los sujetos y del entorno que habitan. Autores como Soler, Calvo y Trilla (2022) hacen hincapié en el valor transformador de la animación y una de las conclusiones a las que se llega en este trabajo es que para transformar el entorno y poder tomar decisiones de forma soberana, resistir, conquistar el espacio y generar relatos compartidos, se debe contar con recursos para la subsistencia comunitaria. Poseer y mantener los recursos básicos para la vida es fundamental para poder distanciarse de la subsidiariedad (por ejemplo, estatal, entendida como ‘dependencia de’), aspecto que está también en la base de la práctica de la animación. Esto lo proporciona el emprendimiento social, el asociacionismo y el cooperativismo (como entes de la economía social y solidaria) que, como ha quedado patente, comparten rasgos inherentes con la praxis socioeducativa de la ASC, pero que además pueden garantizar esos espacios de soberanía socioeconómica y de resistencia frente a la lógica capitalista excluyente.
Queda mucho por conocer acerca del potencial transformador que pueden llegar a ejercer los emprendedores sociales. La investigación en este ámbito de la acción socioeducativa se enfrenta a un importante campo de trabajo aún por explorar. Educadores sociales y profesionales de lo social tienen el desafío de trabajar por un mundo mejor, más justo y sostenible. Ese es su horizonte. Los inaplazables retos sociales y medioambientales por los que transitamos obligan a redoblar los esfuerzos en este sentido y la acción en el terreno del emprendimiento social comunitario puede ser una posible vía para ello. Desde este enfoque se proponen algunas pautas para la acción desde la educación social para animar al emprendimiento como práctica colaborativa y social. Se plantean en forma de retos para el futuro con la intención de favorecer la investigación en este campo de estudio.
Como primer reto, sería interesante elaborar una radiografía lo más completa posible de las diferentes empresas sociales que los educadores sociales han desarrollado en los últimos años en el panorama nacional. Uno de los resultados esperados de este análisis podría ser el diseño de guías de experiencias prácticas en el ámbito de la economía social con las que poner en valor dinámicas colaborativas que están contribuyendo al empoderamiento social y comunitario. Estos emprendimientos sociales liderados por educadores sociales ayudan a las personas a abordar los procesos de precarización neoliberal. Se parte de la idea de que estamos ante prácticas de ‘resistencia’ frente a la precariedad neoliberal, por lo que sus dinámicas y visión se mueven más allá de las lógicas competitivas e individualistas actuales.
De ese trabajo de investigación previo, se podría elaborar una base de datos con los diferentes tipos de empresas sociales (asociaciones, cooperativas, sociedades laborales, etc.) que han sido promovidas por los educadores sociales, con la idea de llegar a conocer el fundamento epistemológico y axiológico que mueve a estos emprendimientos. De esta forma se podrían analizar las prácticas socioeducativas que llevan a cabo emprendedores sociales identificando los valores y principios en los que se sustentan y viendo su conexión con experiencias de desarrollo comunitario sostenible.
Otra posible línea de acción puede estar vinculada con una propuesta de trabajo colaborativo entre investigadores, educadores sociales y usuarios de las empresas sociales. La idea es proponer acciones coordinadas de mejora junto con educadores sociales, trabajadores de empresas sociales e investigadores centrándose, por ejemplo, en la investigación acción-participativa. El objetivo podría ser el desarrollo de programas socioeducativos pensados desde la Animación Sociocultural y el Desarrollo Comunitario sostenible. Diseñar proyectos coordinados en los que se promuevan talleres, seminarios, cursos y otros espacios de encuentro para visibilizar un enfoque ético de vida sostenible inspirado en la Comunidad de la Vida. Los enormes retos socioecológicos a los que nos enfrentamos como sociedad requieren un cambio de mirada y de acción con el que satisfacer nuestras necesidades humanas sin poner en peligro la continuidad como especie ni la del resto de seres vivos. La necesidad de recrear formas de vida sostenible puede unir a educadores sociales e investigadores en proyectos conjuntos de emprendimiento social sostenible, trabajando desde la animación y la praxis colaborativa.
En este punto convergen la praxis de la animación y la propuesta de investigación-acción participativa. Recordemos que para Pérez Serrano y Pérez de Guzmán (2006, p. 91) en una comunidad: “existe animación cuando alguien está animado y muestra en sus expresiones y acciones vitalidad, dinamismo, capacidad de reacción y relación con los demás”. Lo interesante estaría en comprobar si los emprendimientos sociales llegan a funcionar como una verdadera comunidad animada: mostrando vitalidad en sus acciones, ejerciendo una actividad asamblearia, con funcionamiento horizontal, valores cooperativos, solidarios, etc.
Revitalizar e infundir vida a las personas y a las comunidades es una manera de empoderar que requiere también la parte de gestión y control de recursos básicos para la vida que ofrece el emprendimiento social. Estrategias socioeducativas críticas como la animación ayudan a reconstruir ‘Lo Común’ desde la práctica del emprendimiento social, poniendo el acento de la necesaria transformación sistémica en el bien colectivo y la sostenibilidad frente a la fragmentación neoliberal.
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Esta publicación es parte del proyecto de I+D+i ‘Análisis y propuesta de mejora de emprendimientos sociales promovidos por educadores sociales en Andalucía desde la perspectiva de un desarrollo comunitario sostenible (Carta de la Tierra)’, CÓDIGO-REFERENCIA: C-SEJ-045-UGR23, cofinanciado por la Consejería de Universidad, Investigación e Innovación y por la Unión Europea con cargo al Programa FEDER Andalucía 2021-2027.
Declaración de conflicto de intereses
El autor declara que no existe ningún conflicto de intereses.
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CÓMO CITAR EL ARTÍCULO
Martínez-Rodríguez, F.M. (2024). Conexiones entre el emprendimiento social y la animación sociocultural. Empoderando desde “lo común” frente a la lógica neoliberal. Pedagogía Social. Revista Interuniversitaria, 45, 151-165. DOI:10.7179/PSRI_2024.45.08 |
DIRECCIÓN DE LOS AUTORES
Francisco Miguel Martínez Rodríguez. Departamento de Pedagogía, Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Granada. Campus de la Cartuja, s/n. 18071 Granada (España). E-mail: miguelmr@ugr.es |
PERFIL ACADÉMICO
FRANCISCO MIGUEL MARTÍNEZ RODRÍGUEZ https://orcid.org/0000-0003-4588-5247 Profesor Titular en el área de Teoría e Historia de la Educación y Pedagogía Social del Departamento de Pedagogía de la Universidad de Granada. Actualmente imparte docencia en el Grado en Pedagogía y Grado en Educación Social, así como en varios másteres oficiales de la citada Universidad. Ha realizado estancias de investigación en universidades europeas y latinoamericanas. Sus líneas de investigación se centran en temáticas relacionadas con: Pedagogía Crítica, Carta de la Tierra, Ecopedagogía, Procesos de Neoliberalización, Prácticas de Resistencia en Contextos Socioeducativos, Emprendimiento y Educación Social. Es investigador y cofundador del Grupo de Investigación de reciente creación: “Retos Emergentes en Educación Social y Políticas Educativas” (REESPE). |