Desde comienzos del siglo han proliferado los libros escritos por arqueólogos, museólogos o historiadores, pero también por narradores ajenos a las disciplinas académicas, que desde ópticas muy diferentes abordan el estudio del pasado a través de los objetos, explotando así su potencial como «portadores de memoria», según han escrito Zuzanna Dziuban y Ewa Stanczyk, o como «señales del pasado», tal cual observa Neil MacGregor.

La historia de los objetos, o historia a través de los objetos, ha devenido en una herramienta más para comprender el pasado. Una herramienta que apela a otras disciplinas centradas en la cultura material, como la arqueología o la museística, y que puede ser útil tanto en los ámbitos de la investigación como de la divulgación.

Su espacio de trabajo es la microhistoria, pues remite a una esfera de observación próxima al individuo, a su comunidad, a su hábitat. Y alcanza su mayor potencial cuando vincula este territorio de lo micro, de la experiencia individual, con el análisis de grandes procesos, sobre los que arroja una nueva luz. Interrelacionados con fuentes escritas u otros registros materiales, los objetos constituyen un útil recurso para estudiar trayectorias biográficas, acontecimientos históricos o construcciones sociales.

En tanto que herramienta, la historia de los objetos ofrece un abanico infinito de posibilidades. Tantas como temas para abordar existan, según muestran algunas publicaciones recientes: Bozena Shallcross analiza desde esta perspectiva el Holocausto en The Holocaust Object in Polish and Polish-Jewish Culture (Indiana University Press, 2011); a través de artefactos compartidos, Aanchal Malhotra trabaja en Vestiges d’une separation (Éditions Héloïse d’Ormesson, 2021) sobre la memoria de la India postcolonial, antes de la partición del país; Marcus Rediker aborda la esclavitud a partir del barco esclavista en Barco de esclavos: la trata a través del Atlántico (Capitán Swing, 2021), y Antonio Cazorla y Adrian Shubert acaban de publicar La guerra civil española en cien objetos, imágenes y lugares (Galaxia Gutenberg, 2022).

También las revistas académicas han abierto sus páginas a la historia de los objetos. Emilia Perassi y Fernando Reati, por ejemplo, han coordinado el monográfico Cosas, objetos, artefactos. Memorias materiales de la violencia en América Latina para la revista Kamchatka (núm. 16, 2020), y Zuzanna Dziuban y Ewa Stanczyk The Surviving Things: Personal Objects in the Aftermath of Violence, monografía para el Journal of Material Culture (2020, 25-‍4). Y estos son solo algunos ejemplos en una oferta que no para de crecer.

Fragments de violence… se mueve en este campo de juego. La premisa de Bruno Cabanes es clara: los objetos son «testigos mudos de las violencias del pasado» y la guerra constituye la forma de violencia generalizada por excelencia. Las cosas nos pueden ayudar a explicar y a comprender la experiencia de la guerra en la sociedad de masas.

La revalorización de los objetos constituye una reacción a las historias hechas desde arriba, a gran escala. Como aquellos relatos sobre el bombardeo de Hiroshima o Nagasaki, observa Cabanes, centrados en las características científicas de la bomba atómica o en su impacto demográfico. O los estudios sobre el Holocausto, donde a veces las víctimas acaban convertidas en pequeñas cifras perdidas en inmensas magnitudes.

Los objetos, por el contrario, apelan a quienes los poseyeron: a las vidas segadas en el campo de batalla, en ciudades bombardeadas o en los asesinatos masivos de la retaguardia. Invitan a construir una historia más humana, a partir de «las sensaciones y las emociones». Ofrecen el testimonio de quienes sucumbieron en los episodios de violencia de masas del siglo xx. O de quienes sobrevivieron, pero ya no están. Por eso Yad Vashem, cuenta Cabanes, ante la inminente desaparición de los últimos supervivientes, emprendió en 2010 la campaña «gathering the fragments», destinada a recopilar utensilios relacionados con las víctimas antes, durante y después del Holocausto. Los propios supervivientes, o sus familias, entregaron cerca de 250 000 objetos a la institución.

Uno de los méritos de este libro consiste en partir de una definición voluntariamente amplia e imprecisa de lo que es un objeto de guerra, en asumir que las guerras del siglo xx son totales y los artefactos que las representan atañen tanto a los combatientes como al conjunto de la población civil. De ahí que la selección de utensilios no se limita al campo de batalla, sino que incluye todo tipo de objetos de la retaguardia.

El rango que abarca el centenar de artefactos recopilados y fotografiados en las páginas del libro es amplísimo e incluye, entre otras cosas, artilugios que pueden hallarse en el frente; artesanía fabricada por combatientes con material de guerra; talismanes y fetiches; cosas relacionadas con las diversas formas de resistencia; trofeos de guerra; artículos de propaganda o vinculados con diversas formas de patriotismo banal; vestigios de las víctimas de la violencia política en tiempo de guerra; experiencias de los civiles; dibujos de niños sobre bombardeos; bienes asociados al duelo, público o privado; prótesis; artículos que evocan la memoria de la guerra…

La selección de utensilios es eficaz, pues ofrece una imagen ambiciosa y plural de las guerras. Pero, además, Cabanes aporta reflexiones lúcidas, y a la par didácticas, sobre la naturaleza de los conflictos bélicos y la experiencia de la población en las guerras totales. A partir del uso por vez primera de chapas identificativas de acero en la Gran Guerra, por ejemplo, escribe sobre la movilización masiva. El reloj de un combatiente le permite pensar sobre cómo se vive el paso del tiempo en las trincheras. Un tigre de juguete con la imagen de Clemenceau da pie a un apunte sobre la propaganda banal. Al hilo de los carteles americanos durante la Segunda Guerra Mundial aborda el odio racial, la cosificación del otro. Un chusco de pan duro le ofrece la oportunidad de recordar que cada contienda tiene sus sabores, sus olores, sus colores…

En definitiva, Fragments de violence… es un libro muy interesante, bien diseñado, visualmente atractivo, en el que Bruno Cabanes vuelca sus años de experiencia investigando sobre conflictos bélicos, y que ofrece una historia cultural de la guerra y una perspectiva global sobre cómo la vivieron civiles y combatientes en el siglo de la guerra total. Un libro que habrán de tener en cuenta los estudiosos de la guerra y que, además, muestra todo el potencial que ofrece la historia de los objetos.