Prácticamente siempre ha existido una suerte de divorcio entre la forma en que el mundo es gobernado y la forma en que una parte importante de la opinión pública cree que el mundo podría y debería ser gobernado. Es una condición indispensable para que se produzcan la crítica y el pluralismo, y genera una saludable tensión en quienes ejercen responsabilidades de gobierno. Vivimos en uno de esos momentos en los que, sin embargo y por diversos motivos, la brecha se ha hecho demasiado grande. Para una parte considerable de la opinión, el mundo no está mal gobernado por este o aquel partido, o por este o aquel político; está mal gobernado desde sus cimientos, secuestrado por una clase con intereses ocultos. En este sentido, es falso que el neoliberalismo haya sido exitoso en imponer una hegemonía que lleve a pensar que no hay alternativa y que este es el mejor de los mundos posibles. Una alternativa sistémica profundamente nebulosa (necesariamente nebulosa tras el fracaso del socialismo real) lleva años flotando en el ambiente, condujo al 15-M y a Occupy Wall Street y, finalmente, ha ido tomando cuerpo con la creación de nuevos partidos —o de corrientes dentro de partidos ya existentes—. Podemos. Cuando lo nuevo se hace viejo, dirigido por los profesores Manuel Álvarez Tardío y Javier Redondo Rodelas, es una radiografía exhaustiva y demoledora del ejemplo español, con todos los elementos que lo insertan dentro de esta crisis global, pero también con todas sus particularidades.

Esta demolición no es el resultado de un ensayo o de un ejercicio de opinión, sino del análisis riguroso y minucioso de la trayectoria del partido y de sus líderes. Hoy resulta ya evidente que colocar a los políticos de Podemos de 2019 frente al espejo de sus propias declaraciones solo unos años atrás, dejando que sus propios estándares sirvan para juzgarlos, es suficiente para desacreditar las pretensiones de excepcionalidad. Pero no existe ningún texto como este libro para desentrañar los entresijos de este proceso, desnudar los fines de sus dirigentes y, en suma, calibrar de manera tan precisa la profundidad de la brecha. Podemos. Cuando lo nuevo se hace viejo es una crónica poliédrica de un caso más en el que los que proclaman «esta vez, sí», resultan poco o nada excepcionales en la forma de ejercer el poder dentro de sus organizaciones y de lidiar con la realidad política.

«Es evidente que entre 2014 y 2018 —dicen Álvarez y Redondo— se había producido un choque de realidad y que el movimiento ya no se movía al unísono ni acompasado» (p. 23). El proceso de formación y consolidación del partido se convierte entonces en el escenario perfecto a pequeña escala en el cual constatar esta confrontación: el caso de unos profesores que, legitimados por el 15-M, pronto abandonaron su supuesto asamblearismo por un leninismo apenas disimulado en la cuestión de la organización. «Pese a la retórica y la propaganda sobre el protagonismo de la “gente”, en el marco de una “nueva política”, Podemos no ha resistido a la lógica organizativa propia de un partido convencional dispuesto a competir a gran escala. […] No habría nada de extraño en esa evolución organizativa si no fuera porque Podemos nació en 2014 reclamando el monopolio de la moralidad pública y asegurando que no eran un partido sino un movimiento» (pp. 21 y 22). Porque, insistimos, la legitimidad añadida que el partido de Iglesias reclamaba se fundamentaba, efectivamente, en su supuesta excepcionalidad. «Podemos no habría irrumpido en el sistema de partidos español para ser un competidor más, sino para ofertar un cambio drástico del sistema» (p. 304), y «aspiraba a romper las rutinas de la política representativa» (p. 24). La batalla de los humanos contra la rutina en general es siempre difícil, pero la traducción de las alternativas retóricas a la realidad política concreta es decepcionante de necesidad. Si Podemos decía que buscaba «canalizar sin mediación el interés de la “gente”» (p. 22), en poco tiempo se convirtió, en el mejor de los casos, en una estructura más en la distancia que separa gobierno y pueblo. El libro es también una radiografía de las diversas razones por las que la palabra gente debe ser aquí puesta entre comillas.

Pero lo más interesante es que esta clásica disonancia entre discurso y la realidad —tal y como muestran en sus capítulos Álvarez y Redondo, Redondo, Rico o Del Palacio— no se produjo solo por efecto de un choque inevitable de los soñadores con la realidad, sino, precisamente, llevando a la práctica las verdaderas ideas de sus dirigentes. Así, «uno de los errores de análisis habituales en los trabajos que se han escrito sobre el nacimiento y los primeros pasos de Podemos ha consistido en confundir la retórica con la realidad» (p. 25). En este sentido, el ascenso de Podemos es obviamente interpretado en clave estratégica, desmitologizando todas las vertientes de su éxito: su visión de partido por Javier Redondo, sus estrategias comunicativas por Rafael Rubio, el perfil de sus votantes por Irene Delgado, el pasado activista de sus dirigentes por José Antonio Parejo o sus ideas económicas por Pedro Fraile. Particularmente, Del Palacio se dedica a separar de forma realmente cuidada la ideología oficial de Podemos, las verdaderas ideas de sus líderes y los fines organizativos del partido. El resultado de estos análisis converge en un punto fundamental: al margen del envoltorio, nada demasiado nuevo bajo el sol… La ideología de Podemos es más vieja y peligrosa de lo que pretenden sus defensores; sus votantes se sitúan muy a la izquierda; su naturaleza no es posmoderna; su mensaje no es transversal; su estructura no es horizontal, y sus fines como organización son perfectamente mundanos.

El libro deja, pues, pocas dudas sobre la relación instrumental de Podemos con el populismo y la democracia radical. El partido no está, ni mucho menos, más allá del eje izquierda-derecha, y sus intentos por convertirse en una fuerza transversal fueron siempre superficiales. Resulta curioso, a este respecto, la escasa similitud con otras fuerzas del populismo europeo, donde pueblo se contrapone de forma clarísima a los adultos urbanitas de clase medias y media-alta, que viven en barrios gentrificados o multiculturales (el público predilecto del mensaje de Podemos). Particularmente, los posicionamientos de Podemos respecto a las cuestiones morales son propias de un partido estrictamente progresista, sin asomo de transversalidad, y que, para muchos, defiende las ideas predilectas de los globalizadores. Esta característica de Podemos merma asimismo la credibilidad de su radicalismo democrático (¿qué ocurre entonces si el pueblo piensa mal en cuestiones morales, como, de hecho, sucede a menudo?). Por último, resulta particularmente interesante la relación de esta difícil identidad ideológica de Podemos con el pasado español, explorada por Álvarez Tardío en el último capítulo. Es quizá ahí donde la formación tiene más problemas para situarse y reivindicarse como una fuerza en la lucha contra la globalización neoliberal, en lugar de aparecer como un espectro del Frente Popular que viene a enmendar los errores del PCE durante la Transición.

Los dirigentes de Podemos siempre creyeron, gracias a sus supuestos conocimientos teóricos, estar controlando y utilizando los ritmos de la historia. Así, aprovechando un momento leninista de aceleración, canalizaron un descontento e intentaron crear una nueva hegemonía. La realidad, sin embargo, es que a cambio de una muy escasa ganancia en hegemonía han desacreditado en España el lenguaje de la alternativa radical por mucho tiempo. «La nueva política —dice Redondo— preconizada por los activistas del 15-M quedaba pendiente para más adelante, pospuesta indefinidamente» (p. 77). Para este viaje, no hacían falta alforjas…