En las últimas décadas la historia cultural de la política ha dotado al estudio de las conmemoraciones de una gran centralidad. No en vano las efemérides son espacios simbólicos privilegiados en los que se construye y reproduce la nación. En especial, los días elegidos como fiesta nacional son objeto de conflicto, negociación y experimentación, en los que se apela a la emoción de los ciudadanos para construir una memoria nacional que, entre otras cosas, sirve para legitimar o, en ocasiones, disputar el poder establecido. Fruto de la voluntad de otorgar la importancia merecida a estas cuestiones, el libro coordinado por Marcela García Sebastiani aborda, desde una perspectiva transnacional, el fenómeno del nacionalismo a partir del eje vertebrador que supone la festividad del 12 de octubre en diferentes contextos temporales y geográficos.

La generalización de la celebración del 12 de octubre en recuerdo del mito del descubrimiento de América fue fruto, como se encarga de recordarnos Javier Moreno Luzón, de la centenariomanía que vivió su época de esplendor entre el último tercio del siglo xix y el primero del xx. Así, la conmemoración del IV Centenario sirve de detonante para la proliferación de esta efeméride, al servicio del nacionalismo y de la construcción del Estado nación, en España y por todo el continente americano. En este capítulo de reflexión conceptual y metodológica, su autor incide en el carácter instrumental de estas ceremonias, algo que se desprende de la mayor parte de las intervenciones de este libro, que demuestran la naturaleza propagandística de estos actos, utilizados por las élites para legitimar su poder o su posición social predominante y/o por diversos grupos sociales que tratan de encontrar su espacio en el relato que conforma la memoria nacional. Así, la implantación de la Fiesta de la Raza en las repúblicas latinoamericanas va de la mano de los emigrantes españoles y estuvo ligada al recuerdo de sus regiones de origen, pero pronto, como aborda el capítulo de Miguel Rodríguez, los nuevos Estados fueron utilizando paulatinamente esta festividad en pro de la construcción de sus respectivas naciones. En este caso, los depositarios de la identidad nacional eran los criollos, excluyendo a los habitantes originarios, lo que en el futuro convertirá en problemáticas estas ceremonias.

Por su parte, Maurizio Ridolfi y Marie-Christine Michaud nos trasladan al Columbus Day en Estados Unidos, un símbolo étnico para los inmigrantes católicos, especialmente los italianos, que sirvió de oportunidad a estas minorías para reclamar su plena ciudadanía e incluirse en el relato nacional poniendo en valor su contribución a la grandeza de América. Los autores, sin embargo, ponen de relieve cómo en las últimas décadas el significado de este día representa valores muy distintos para diversos colectivos que claman contra una conmemoración que alude al genocidio y al sometimiento ejercido sobre la población nativa.

Otro enfoque abordado es el de la dimensión transnacional que adquiere esta fecha y que supone uno de los reclamos más potentes de este libro, que se encarga de demostrar cómo la fiesta trascendía su misión nacionalizadora en clave interna. De este modo, la forma en la que tanto los emigrantes españoles en las repúblicas latinoamericanas como los italoamericanos o los hispanos en Estados Unidos experimentan la nación, solo puede entenderse desde la perspectiva transnacional, pues la identidad que les liga a su tierra de acogida está vinculada también a su comunidad de origen. Es probablemente al hilo de la dimensión transnacional y su conjugación con lo nacional donde se puede observar una de las aportaciones más relevantes de esta obra coral. Discursos supranacionales que se refieren a una comunidad internacional, como los que tenían que ver, por ejemplo, con el panamericanismo, el hispanismo o el latinismo, cobran entidad desde las lógicas nacionales. Maximiliano Fuentes demuestra, a través de los casos de España y Argentina, cómo la I Guerra Mundial fue un catalizador de excepción para estos discursos que, buscando trascender lo nacional, eran, antes que nada, discursos nacionalistas. Por su parte, Paula Bruno analiza la relación entre América y España a través de la mirada de diversas voces de intelectuales latinoamericanos. De fondo se defendía o cuestionaba la capacidad de España para ejercer de «faro» de América, de puente entre este continente y los valores occidentales. Sobre el papel de liderazgo de España también se ha ocupado Javier Zamora, quien ha estudiado los lazos académicos e intelectuales entre España y América Latina a partir de destacadas figuras españolas, prestando especial atención a José Ortega y Gasset. El filósofo fue el exponente de una visión heredada del regeneracionismo, según la cual la pérdida de las colonias americanas demostraba la decadencia nacional, y que articuló un discurso nacionalista en el que el hispanoamericanismo fue un vector fundamental. Se contribuía así a construir una narrativa en la que España se presentaba ante el mundo como un puente entre Europa y América, reforzando un mito que perdura hasta nuestros días.

Era precisamente la voluntad de España de proyectar internacionalmente su ascendencia sobre América Latina lo que alentó la implantación del 12 de octubre como Fiesta de la Raza en 1918. Se rememoraba la epopeya del descubrimiento, la colonización, la evangelización, con una evidente nostalgia del Imperio y haciendo referencia también a la lengua común y la proximidad histórica y cultural. Sobre la implantación y evolución de esta conmemoración en España se ocupan las contribuciones de David Marcilhacy y Marcela García, en el primer caso hasta la Segunda República y en el segundo desde el franquismo hasta la actualidad. Marcilhacy explica cómo esta efeméride ganó fuerza a raíz de la crisis del 98, en la que se vivió una exaltación del nacionalismo español que lloraba la decadencia del país mientras se pensaba España en términos regeneracionistas. Es en este marco en el que se experimentó un importante impulso del hispanoamericanismo que, con la salvedad del periodo republicano, adquirió tintes cada vez más conservadores y excluyentes que se fueron reflejando y reforzando con la ritualización de la fiesta. En la codificación tuvo un enorme protagonismo la religión católica, que era un componente esencial de la identidad compartida entre España y las repúblicas americanas desde que el descubrimiento y posterior colonización se hizo en nombre de la evangelización. En este sentido, Francisco Javier Ramón revela cómo el nacionalcatolicismo vinculó la advocación mariana de la Virgen del Pilar a la epopeya del descubrimiento de América y a los conceptos de raza e hispanidad. Esto, además, convertía a Zaragoza, como sucedía con Madrid, en un lugar de excepción para escenificar las celebraciones. Sin embargo, el 12 de octubre, como se da cuenta en varias de las intervenciones, arraigó en España gracias a que inicialmente se extendió a todas las capitales de provincia y después, con el franquismo, se convirtió en una fiesta itinerante −significativamente hasta la época democrática, en la que el Estado autonómico centralizó esta festividad en Madrid−, dando muestra de cómo lo local y lo regional son actores fundamentales en la construcción de la nación. Por otra parte, en la ritualización también tuvo un papel destacado la Universidad de Madrid, como pone de relieve Carolina Rodríguez.

Marcela García reflexiona sobre cómo, tras la imponente instrumentalización y apropiación del Día de la Hispanidad por parte del franquismo, durante la Transición y la democracia este símbolo del españolismo se mantuvo, aunque actualizando su significado y sus rituales para adaptarlo a los nuevos contextos. De la organización del V Centenario por parte del PSOE nos habla Giulia Quaggio, quien se refiere a la voluntad de los socialistas de dotar de un nuevo significado más acorde con los nuevos tiempos a una efeméride de la que en ningún caso renegaron. Como se señala, 1992 era también el año, no por casualidad, en el que España acogía la Exposición Universal, una oportunidad para proyectar una imagen de modernidad y normalidad de cara a la escena internacional. Enfatizando aspectos como el del papel de España a la hora de alumbrar una nueva época que supuso un punto de inflexión para la historia europea y universal −y olvidando otros más espinosos−, los socialistas reforzaron de nuevo el mito de España como puente entre el viejo y el nuevo mundo. Sin embargo, nos parece que Quaggio incide en exceso en el concepto del patriotismo cívico de los socialistas, lo que podría despistarnos del hecho de que estamos ante un nacionalismo de influencia orteguiana que vería en el hispanoamericanismo un pilar fundamental del pasado y el futuro de España. Por último, el texto de Jordi Canal lleva un paso más allá esta cuestión, diferenciando netamente el nacionalismo, excluyente y violento, del patriotismo, que sí sería compatible con la libertad y la justicia. Esta división, que en nuestra opinión es una dicotomía ficticia, es aplicada al estudio de la Diada en Cataluña, que parece oponer a la fiesta nacional de España. Canal explica de forma convincente que la Diada sería una invención de los nacionalistas, quienes construyen su nación en oposición al «otro», pero parece olvidar algo que precisamente es demostrado en este libro, y es que el nacionalismo español y su día nacional juegan bajo las mismas reglas. Como se extrae de la contribución de Javier Moreno, las conmemoraciones son instrumentos del nacionalismo en las que abunda el conflicto, ya que por definición el «nosotros» colectivo se construye frente al «otro».

Por otra parte, este planteamiento nos remite a otra cuestión que es abordada en múltiples ocasiones en esta aportación colectiva, y es la de la ambivalencia de los símbolos, en concreto del 12 de octubre. Por un lado excluyente, por ejemplo con la población nativa del continente americano, se trata de una fecha integradora, en cambio, para exiliados y emigrantes procedentes de Europa. La ductilidad de esta conmemoración queda patente a lo largo de los diversos capítulos que componen esta obra, en los que se observa cómo esta efeméride cambia su significado y se adapta a diferentes coyunturas, colectivos, periodos o geografías. En España remite a una identidad transnacional, a la proyección internacional, a la emigración y el exilio, la religión o la nostalgia del Imperio. Es y ha sido una fecha controvertida que no despierta grandes pasiones en muchos sectores de la sociedad, pero sin embargo ha conseguido mantenerse gracias a su maleabilidad y a que las divisiones frente a otros símbolos han sido aún mayores desde su implantación: su debilidad es también su fortaleza. La pertinencia de analizar desde múltiples perspectivas el fenómeno de las conmemoraciones es doble. Por un lado, nos permite comprender mejor el papel crucial que juegan los símbolos en los estudios del nacionalismo, sin los cuales las identidades nacionales no podrían reproducirse. Por otro, nos acerca a un debate actual sobre la herencia y las implicaciones de esta efeméride y de la idea de la hispanidad, que ha adquirido en los últimos años una fuerza renovada de la mano de una corriente que busca refutar, sin rigor histórico, la leyenda negra española y dotar de mayor legitimidad al nacionalismo español en un contexto de competencia, cómo no, con otros nacionalismos como el catalán.