Estudios

CIUDAD Y TERRITORIO

ESTUDIOS TERRITORIALES

ISSN(P): 1133-4762; ISSN(E): 2659-3254

Vol. LV, Nº 216, verano 2023

Págs. 445-466

https://doi.org/10.37230/CyTET.2023.216.10

CC BY-NC-ND

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Entre desigualdades acumuladas y prácticas de producción espacial: las mujeres de los García Tres, San Luis Potosí (México)

Lourdes Marcela López-Mares (1)
Miguel Adolfo Ortiz-Brizuela (2)
Luz Daniela López-Rivera (3)
Roberto Josué Rodríguez-Santiago (4)

(1) (2) Profesor/a-investigador/a

(3) (4) Arquitecto/a independiente

(1) (2) Universidad Autónoma de San Luis Potosí (México)

Resumen: En una sociedad patriarcal, las desigualdades que viven las mujeres se agudizan en contextos de pobreza sistémica como el de Los García 3. Este asentamiento informal es aledaño al relleno municipal de San Luis Potosí, México, una ciudad media e industrializada. En él, nuestras interlocutoras trabajan como recicladoras de residuos y viven un cotidiano desafiante que las expone a inseguridad y riesgo y dificulta el desempeño de sus labores productivas, reproductivas y de organización comunitaria. Con un enfoque cualitativo, este trabajo documenta las narrativas de quince mujeres de esta comunidad, analiza los roles que juegan y cómo desempeñarlos afecta sus cuerpos, memoria, organización, espacio y tiempo. Es en estos campos de acción que las mujeres negocian estos roles y emplean tácticas y formas de contra-conducta mediante las cuales adaptan y producen su espacio habitable.

Palabras clave: Desigualdades acumuladas; Producción de espacio por mujeres; Roles de género; Asentamientos informales; México.

Between accumulated disadvantage and space production practices: women in los Garcia Tres, San Luis Potosí (México)

Abstract: In a patriarchal society, contexts of systemic poverty aggravate women’s inequalities as experienced in Los Garcia 3. This informal settlement is situated alongside the municipal landfill of the mid-sized industrial Mexican city, San Luis Potosi. In this context, study participants work as waste recyclers and experience day to day challenges that expose them to insecurity and risk, thereby complicating their productive, reproductive and community development activities. With a qualitative approach, this study documents fifteen women’s narratives from this community and analyses their roles and the ways in which they affect their bodies, memory, organization, space, and time. It is within these dimensions that women negotiate these roles and deploy tactics, as well as forms of counter conduct through which they adapt and produce their living space.

Keywords: Accumulated disadvantage; Women’s space production; Gender roles; Informal settlements; Mexico.

Recibido: 01.04.2022; Revisado: 14.12.2022

Correo electrónico (1): marcela.lopez@uaslp.mx. ORCID: https://orcid.org/0000-0002-7344-7626

Correo electrónico (2): miguel.ortiz@uaslp.mx. ORCID: https://orcid.org/0000-0001-5878-4694

Correo electrónico (3): danniela.lopez.20@gmail.com. ORCID: https://orcid.org/0000-0001-9793-8465

Correo electrónico (4): robe.josue@outlook.com. ORCID: https://orcid.org/0000-0001-7774-9835

Los autores agradecen los comentarios y sugerencias realizados por los evaluadores anónimos, que han contribuido a mejorar y enriquecer el manuscrito original.

Igualmente agradecen a todas nuestras interlocutoras de Los García Tres por su participación y disposición para la realización de este estudio, también, al Fondo de Apoyo a la Investigación 2019 de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí por el apoyo financiero otorgado para este proyecto y a Melanie Esparza por su invaluable apoyo en diversas tareas gráficas y de edición.

1. Introducción

La igualdad entre hombres y mujeres forma parte de los objetivos del desarrollo sostenible y es parte central de la Agenda 2030 de las Naciones Unidas (Boccia, 2020). Lograr condiciones de igualdad entre ambos, sin embargo, representa un gran reto en sociedades patriarcales. Si bien es cierto que las mujeres se han integrado de forma cada vez más activa en actividades de producción económica, las condiciones bajo las cuales lo hacen presentan aún marcadas desventajas (Grau & Metrópoli, 2014). Además, el que las mujeres adquieran mayores responsabilidades productivas no necesariamente significa que los hombres asuman mayores responsabilidades en la esfera doméstica. En México, por ejemplo, mientras que el 43% de las mujeres llevan a cabo trabajo remunerado, el 75,3% del trabajo doméstico no remunerado es realizado por ellas (Instituto Nacional de Estadística y Geografía [INEGI], 2020). Esto indica que cerca de la mitad de las mujeres generan ingresos y dos terceras partes de ellas continúan asumiendo tareas domésticas no remuneradas, duplicando sus responsabilidades y dividiendo su tiempo entre roles productivos y reproductivos.

Además de estos roles, la participación de las mujeres en la organización de sus comunidades es central. Si bien han sido invisibilizadas en la esfera pública, su participación en la parroquial o comunitaria es activa. Estudios han encontrado que las mujeres hacen un uso más intenso del barrio que los hombres (Link, 2022). A diferencia de las esferas privada y pública, en la esfera parroquial las mujeres encuentran espacios para expresar sus preocupaciones y abordar los problemas que las aquejan a ellas y a sus familias, para tejer solidaridades, agruparse, organizarse y buscar soluciones colectivas (Bose, 1999). La gestión comunitaria es una tarea que muchas mujeres asumen en la búsqueda de mejores condiciones de vida para ellas y sus familias, especialmente en contextos de pobreza (Volbeda, 1989). Diversas autoras han documentado el rol protagónico que juegan las mujeres en movimientos sociales urbanos, en la defensa de la tierra, la vivienda y los servicios (Bautista, 2013).

En el espacio privado, la participación de las mujeres es incuestionable salvo cuando de tareas típicamente llevadas a cabo por hombres se trata, como en el caso de la autoconstrucción. Este método de edificación, popular en América Latina, se caracteriza por llevarse a cabo en etapas, conforme a las capacidades económicas y técnicas de las familias y mediante su esfuerzo de construcción y gestión.

Aún y cuando el protagonismo de las mujeres en la producción de vivienda sea invisibilizado, ellas juegan un rol central, pero velado, en las tomas colectivas de tierra y en el proceso de construcción (Bautista, 2013). Las mujeres se vinculan al proceso de construcción de la vivienda desde actividades que generan ingresos y que se reflejan en la compra de materiales, la consecución de un lote, la excavación, el levante de muros y los acabados, es decir, en contextos de pobreza donde la autoconstrucción se considera la norma, la intervención de las mujeres abarca toda la gama del continuo de participación (Basolo & Morian, 1992).

Las relaciones de género son complejas y desbordan los límites de la dicotomía entre los sexos hombre-mujer. Este estudio, sin embargo, adopta una postura feminista y desde ella se enfoca en responder las siguientes preguntas: ¿qué roles juegan las mujeres en esta comunidad autoconstruida?, ¿de qué manera las negociaciones que efectúan para poder ejercerlos afectan sus cuerpos, memoria, organización, espacio y tiempo? Y, finalmente, ¿qué estrategias emplean para incidir en la producción de su entorno, externar sus demandas e influir tácitamente en la vida pública?

A manera de hipótesis de trabajo y con base en la literatura, se espera encontrar que las mujeres de Los García 3 (LG3) tiene asignados roles reproductivos y de cuidado que deben realizar a la par de roles productivos bajo condiciones de riesgo y desventaja. Sin embargo, ellas también negocian sus roles y emplean formas de contra-conducta como el asociacionismo con otras mujeres y la participación en el desarrollo comunitario para ser partícipes de la producción de su entorno, externar sus demandas e influir tácitamente en la vida pública. El patriarcado, como forma de poder y desigualdad, produce espacios físicos que reproducen desigualdades, pero esta realidad no diluye la agencia humana de aquellas que mantienen roles de subordinación. Por el contrario, las mujeres subordinadas a condiciones de desigualdad, en su búsqueda constante por “estar en el mundo”, producen creativamente ganancias tangibles, de forma que la realidad social no es nunca el resultado acabado ni unilateralmente producido desde arriba (Long, 2007). Dichas tácticas pueden observarse como semillas para la emancipación de género (Del Valle, 1991).

En este artículo, estas ideas se discuten en seis apartados, el primero es de introducción, el segundo presenta el marco teórico en el que se lleva a cabo una revisión de la literatura sobre autoconstrucción y participación, roles, necesidades, movimientos y espacios de acción de las mujeres en contextos de informalidad y autoconstrucción. El tercero muestra la estrategia metodológica y el cuarto presenta los resultados obtenidos; estos pretenden dar voz a nuestras interlocutoras para finalmente, en el quinto apartado, discutir los hallazgos y en el sexto presentar conclusiones.

2. Teoría

2.1 Gestión comunitaria, roles de género y autoconstrucción

Como han mostrado ya varias décadas de investigaciones centradas en el cuidado1, los roles que las mujeres desempeñan en su vida cotidiana son múltiples. Comúnmente, ellas dividen su tiempo entre actividades reproductivas, asociadas a las tareas del hogar y al cuidado de terceros (niños, ancianos, enfermos, personas con discapacidad), actividades productivas, generadoras de ingresos, ya sea dentro o fuera del hogar y de gestión comunitaria, relacionadas a la ayuda mutua, a la creación de redes de apoyo, gestión ante autoridades y organización de la comunidad, entre otras (Bose, 1999; Moser, 1989; Volbeda, 1989). Negociar estos roles es desafiante y más aún en condiciones de carencia extrema (Bose, 1999; Massey, 2014; Volbeda, 1989). Se trata de actividades en tensión que han provocado una crisis de reproducción social, particularmente agudizada bajo la puesta en práctica de los neoliberalismos, tanto en el norte como en el sur del mundo, que generaron la precarización de los cuidados en el mercado, y por parte del estado, y cuya consecuencia más notoria son las sobrecargas laborales sin precedentes que enfrentan las mujeres (Vega, Martínez & Paredes 2018).

Además de sobrecarga, el trabajo de las mujeres es desvalorizado y considerado como un aporte secundario ya que se apega al contexto inmediato y a sus tareas reproductivas, las cuales reducen el tiempo laborable y acotan las oportunidades a unas que típicamente retribuyen menor paga (Bose, 1999). En un estudio realizado en la comunidad de Milpillas, aledaña a Los García Tres, nuestro caso de estudio, (LG3 de ahora en adelante), Balcorta (2009) concluye que las mujeres pepenadoras2 adquieren un sentido de empoderamiento e identidad social de su labor. Sin embargo, son el último eslabón, el peor remunerado en la jerarquía del reciclaje de basura. Por otro lado, parecería que el rol reproductivo es privativo de la mujer por lo que aún y cuando ésta sea la proveedora asidua, las parejas masculinas no comparten las responsabilidades domésticas (Villarreal, 2010). Aunado a esto, en contextos en desventaja por pobreza o marginación, factores de supuesta movilidad social como la educación no siempre constituyen un vehículo para la superación personal, dada la discriminación que sufren por ser mujeres, vivir en la informalidad y ser pobres, además de otras capas de desigualdad como tener alguna discapacidad o pertenecer a un grupo étnico (Villarreal, 2010).

En resumen, desempeñar roles productivos y reproductivos a la par implica grandes desafíos. En asentamientos autoconstruidos, caracterizados por falta de infraestructura y servicios, combinar los diferentes roles implica costos y cargas añadidas que consumen tiempo y recursos. Tener acceso al agua, por ejemplo, implica su acarreo manual de la fuente hasta la vivienda, llevar a los niños a la escuela, acceder a servicios médicos y a oportunidades laborales se condicionan por la localización de la vivienda, acceso a transporte público y caminabilidad de la comunidad. Para afrontar estos desafíos, muchas mujeres realizan trabajo de gestión comunitaria en pro de la mejora tanto de la vivienda como del entorno urbano. En él, las redes de ayuda mutua (Volbeda, 1989), así como de co-dependencia familiar y social han demostrado ser estrategias clave de sobrevivencia aún y cuando estas se tejen entre personas con restricciones financieras y de disponibilidad similares, en constelaciones familiares complejas y fragmentadas y en contextos sociales que pueden presentar problemáticas como explotación, competencia, adicciones y violencia, entre otros (Villarreal, 2010). En relación con la vivienda, la gestión comunitaria implica tejer estas redes y organizarse para llevar a cabo la apropiación de predios, autoconstrucción de viviendas y lucha por acceder a bienes y servicios (Bautista, 2013; Massey, 2014; Volbeda, 1989).

En estos esfuerzos, el rol de las mujeres ha sido clave: ellas gestionan el ahorro y la deuda familiar, los recursos humanos, obtienen créditos, beneficios gubernamentales y materiales y diseñan, planifican y administran la obra (Basolo & Morian, 1992; Salles & de la Paz, 2004; Villarreal, 2010). Además, diversas autoras han documentado casos en los que las mujeres lideran también el proceso de construcción, aunque estos estudios son más escasos (Arista, 2010; Basolo & Morian, 1992; Bose, 1999; Massey, 2014; Volbeda,1989). En San Luis Potosí, Arista (2010) documentó el sistema de faenas que mujeres de la colonia Los Limones organizaron para construir las viviendas en tanda, es decir, mediante la organización de un grupo de personas que aportan tanto materiales como mano de obra de forma periódica hasta terminar la última de las viviendas.

Mediante estos procesos, las mujeres han logrado mejorar las condiciones de sus viviendas y de su comunidad y han aprendido diferentes oficios relacionados a la administración y construcción de la obra, con lo que pueden reparar sus casas, construir ampliaciones y en algunos casos incluso ejercer estos oficios en su vida productiva. Sin embargo, el trabajo de gestión comunitaria, debe entenderse como un fenómeno de interacción institucional en el que pueden intervenir lo familiar y lo vecinal, lo gubernamental y lo empresarial, siendo así de una complejidad que no siempre otorga beneficios duraderos o incluso puede reforzar la sobrecarga laboral de las mujeres mientras que libera de la responsabilidad al estado, convenientemente, en su adelgazamiento neoliberal (Vega, Martínez & Paredes, 2018, p. 33).

Los procesos de gestión comunitaria para la mejora del entorno construido implican retos estructurales confrontados por mujeres sometidas a dinámicas patriarcales. Participar en ellos, sin embargo, les ha permitido cavar espacios en los cuales insertan su voz, toman decisiones, ponen en valor su trabajo, se apoyan mutuamente y coadyuvan a mejorar su calidad de vida y la vida de sus familias. En otras palabras, mediante estos procesos las mujeres abordan sus necesidades, tanto prácticas como estratégicas de género y ejercen poder más allá del espacio doméstico.

2.2 Necesidades prácticas y estratégicas de género

Según la Carta de las Mujeres y la Ciudad (2004), las mujeres han aportado significativamente a la construcción de los asentamientos humanos y sin embargo la planificación de éstos no incorpora sus necesidades, por el contrario, las excluye de las decisiones que afectan a su espacio. El diseño, planeación y desarrollo de las ciudades se ha llevado a cabo bajo principios de universalidad y neutralidad que toman como referencia al “...mundo público, la participación en el mercado y los espacios asignados a los hombres” (Muxi Martínez & al., 2011, p. 108) y por lo tanto están dominados por dinámicas patriarcales. Como resultado, diferentes grupos que no se ajustan al patrón masculino de clase alta se ven excluidos no solo de las dinámicas de producción de ciudad sino también de representación en el espacio público y de atención a sus necesidades (Matossian, 2022).

No obstante, sería reduccionista pensar que las necesidades de las mujeres pueden ser abordadas sin reconocer que además de los retos de ser mujer en sistemas patriarcales, muchas experimentan capas interseccionales de desventaja según su edad, situación de pobreza o vulnerabilidades: indígenas, con discapacidades, desplazadas, Lesbiana, Gay, Bisexual, Transexual, Travesti, Intersexual, Queer, Asexual (LGBTTTIQA), entre otras. Es por ello que estas necesidades no pueden ser homogeneizadas sino entendidas en su contexto particular. Moser (1989) clasifica estas necesidades en prácticas y estratégicas las cuales, desde la política pública y la planeación, deben de ser abordadas a la par.

Las necesidades prácticas se relacionan a la multiplicidad de roles que juegan las mujeres dentro de estructuras patriarcales y a la manera en que asumen y negocian estos roles para finalmente entender cómo se pueden mejorar sus condiciones de vida en contextos de subordinación. En este sentido, las políticas de desarrollo que abordan solamente las necesidades prácticas perpetúan este estado ya que detrás de ellas prima el supuesto de que la principal tarea de las mujeres es la reproductiva y por lo tanto no cuestionan las jerarquías patriarcales (Moser, 1989). Por el contrario, las necesidades estratégicas se refieren a aquellas que deben de ser atendidas para pugnar por condiciones de igualdad entre mujeres y hombres tales como derechos legales, inclusión laboral y el control de la mujer sobre su cuerpo (Bose, 1999; Moser, 1989). Aún y cuando es imperativo mejorar las condiciones actuales de vida de las mujeres, enfocarse en sus necesidades estratégicas es central para poco a poco detonar cambios estructurales que reviertan su estado de subordinación.

2.3 Espacios: público, privado, parroquial, subalterno

La crítica feminista analiza los mecanismos mediante los cuales “diferentes estructuras de poder trabajan para mantener y perpetuar el estado de subordinación de las mujeres en la sociedad” (Bose, 1999, p. 6, traducido por las autoras). La normalización de las estructuras patriarcales en la producción del espacio se ha construido históricamente desde una esfera pública que goza de escasa o nula participación de las mujeres y relega a la mujer a la esfera privada:

“a partir de la dicotomía femenino y masculino se articula una serie de representaciones espaciales, tales como privado y público, inmovilidad y movilidad, periferia y centro, reproductivo y productivo, que naturalizan la presencia de las mujeres en espacios privados, periféricos, inmóviles y reproductivos” (Villagrán, 2018, p. 17).

Esta dicotomización configura e impone roles de género que condicionan la vida cotidiana de las mujeres, además de reducir a dos polos opuestos la variedad de espacios intersticiales entre ambos. En este sentido, Lofland (1989) añade un tercer espacio, el parroquial, que, en palabras de Bose (1999), contribuye a entender la producción de públicos alternos en realidades de carencia que dependen de las redes de apoyo comunitarias. En el espacio parroquial se crea “…un sentido común entre conocidos y vecinos involucrados en redes interpersonales ubicadas en comunidades…” (Lofland, 1989, p. 455, traducido por las autoras); es en él que las mujeres tejen redes y se desempeñan como gestoras comunitarias. En este espacio también se conforman

“…arenas discursivas paralelas y diferencialmente empoderadas en las que miembros de grupos subordinados entablan un diálogo entre ellos y formulan interpretaciones alternativas de sus identidades y necesidades” (Bose, 1999, p. 9).

Fraser (1997) llama a estas arenas discursivas contra-públicos subalternos. Estos espacios intersticiales son de central importancia para trascender la reflexión en torno a las necesidades prácticas de género y construir un marco de referencia común para abordar las estratégicas.

2.4 Construcción de contra-públicos subalternos: tácticas cotidianas y contra-conducta

La construcción de contra-públicos en lugares de carencia y subordinación requiere de un proceso de empoderamiento femenino que generalmente se detona a partir de la atención a las múltiples necesidades prácticas que viven las mujeres y sus familias en contextos similares al de LG3. Estos lugares de carencia implican en su existencia misma una visión fragmentaria de la ciudad que desvincula la parte habitable de la no habitable, las zonas exclusivas de las zonas de exclusión, lo rural de lo urbano (Aguilera, 2022). Como ha descrito Javier Sanjinés (Mignolo & Escobar, 2010, p. 151), son producto de la dialéctica entre colonialidad y modernidad, propia de la lógica del capital global que produce espacios de modernidad negativa para que opere la modernidad habitable. Es decir, genera espacios pauperizados (coloniales) para dotar de habitabilidad a espacios modernos. El área destinada a la disposición final de residuos urbanos en la ciudad corresponde a una externalización de los altos costos ambientales y sociales que absorben personas como nuestras interlocutoras, habitantes de LG3. Su participación en el relleno sanitario no está desligada de esta dialéctica, pues sus acciones, evidenciadas en sus testimonios, implican el procurarse una certeza para ellas y para sus familias. Así, la dialéctica colonialidad/modernidad no sólo es observable en el diseño de la ciudad fragmentaria, sino también en el diseño posible que imaginan para su espacio habitable personas de la base social como las mujeres de LG3.

Las actividades ordinarias que realizan las mujeres para re-imaginar su espacio de vida comportan prácticas culturales que adaptan de forma creativa un espacio agreste en uno habitable mediante “manipulaciones internas de un sistema…[que] postulan la constitución de un espacio propio” (De Certeau, 1984, p. 24). Estas manipulaciones se caracterizan por ser manifestaciones modestas de resistencia que, lejos de buscar la emancipación de un sistema opresor, expanden a cuentagotas su espacio de acción adaptándolo a sus intereses y necesidades (Nethercote, 2015). Las “tácticas” cotidianas como las llama De Certeau no son premeditadas, sino que aprovechan la oportunidad, el hueco; están inmersas en contextos específicos, pero no dependen de sus reglas, sino que reinventan las propias. Mediante estas tácticas las mujeres re-escriben una versión de ciudad en la que ellas, sus hijos y su comunidad tengan cabida, en la que puedan desempeñar los diferentes roles que cotidianamente asumen y satisfacer sus necesidades prácticas. De esta forma, la ciudad abstracta, pensada desde el patriarcado se reescribe mediante tácticas de adaptación y presencia en el espacio público (Collie, 2013). Una línea muy fina, tamizada por una gama de posibilidades conecta a las tácticas con la contra-conducta, caracterizada por actos de desobediencia que desafían formas de gobierno y de ejercer poder establecidas, sin confrontarlas de manera directa:

“La perspectiva de la contra-conducta se enfoca en prácticas y mentalidades de resistencia…y desafía la manera institucional en la que los espacios urbanos han sido diseñados, construidos y mantenidos.” (Massey, 2014).

Las tácticas cotidianas y la contra-conducta fomentan la presencia de las mujeres en el espacio tanto público como parroquial. Sin embargo, no es sino hasta que ellas se asocian e identifican las necesidades estratégicas que por su posición de subordinación comparten, que se construyen espacios puente (Del Valle, 1991) y movimientos sociales desde los cuales se desafía la estructura del patriarcado.

2.5 Movimientos de lucha contra el patriarcado: del feminismo popular al feminismo comunitario

En Latinoamérica, destacan dos movimientos feministas que pugnan por develar las causas de la opresión de las mujeres de la clase popular y contribuir al cambio social: el feminismo popular y el comunitario. Estos movimientos cuestionan al feminismo occidental, promovido por mujeres blancas de clase media y alta para enfocarse en las luchas que las mujeres en contextos de carencia han enfrentado para abordar sus necesidades y las de sus familias (Paredes, 2014).

El feminismo popular, surgido en México en los años ochenta, vocaliza las necesidades prácticas de las mujeres y las hace visibles en la esfera pública, a partir de su identidad como madres, esposas y “amas de casa” provenientes de asentamientos informales y barrios marginales con voz y acción propia pero también con necesidades particulares derivadas de su condición de mujeres empobrecidas (Massolo, 1998). El feminismo popular ha sido cuestionado por las feministas críticas ya que este se enfoca en las luchas alrededor de las necesidades prácticas de género, argumentando que sólo refuerzan la división sexual del trabajo, agregando más labores a las mujeres (Massolo, 1998). Sin embargo, este movimiento contribuyó a romper con el estereotipo de la mujer latina sumisa y abnegada y a visibilizar las necesidades de mujeres con la desventaja añadida que deriva de la precariedad de sus condiciones de vida. En este contexto político, el movimiento pugna por mejorar las condiciones de las mujeres en asentamientos marginales, aborda sus luchas por la ocupación de terrenos, la construcción de vivienda y la obtención de servicios e infraestructura. Estas necesidades, identificadas a través del rol reproductivo son el detonante que saca a las mujeres de la esfera privada (de donde son invisibilizadas) a la pública, en donde se manifiesta la lucha y se promueve la construcción de contra-públicos subalternos.

El feminismo comunitario nace como una postura epistémica y política para entender la intersección entre el patriarcado, la colonización y el sistema capitalista neoliberal y la construcción histórica de las mujeres indígenas bolivarianas. Este enfoque, representado por el trabajo de Paredes (2014), rompe epistemológicamente con el feminismo occidental ya que confronta la postura de la “igualdad de género” y coloca a mujer y hombre como par complementario (y no necesariamente igualitario) en relación con la comunidad. Esta, según Paredes (2014, p.87): “…está constituida por mujeres y hombres como dos mitades imprescindibles, complementarias, no jerárquicas, recíprocas y autónomas una de la otra.” El enfoque reposa sobre el principio de alteridad o cambio de la perspectiva individual al entendimiento del otro, es decir, la comunidad es el nicho a partir del cual se cuida la vida con el otro. En este sentido, el feminismo comunitario analiza las asimetrías vividas por las mujeres en sus comunidades y la complementariedad mujer-mujer en la lucha por exigir sus derechos, a partir de cinco campos de acción: espacio, movimiento, cuerpo, memoria y tiempo.

Es a partir de estos campos que este trabajo analiza los roles que las mujeres de LG3 desempeñan, negocian y desafían en atención a sus necesidades tanto prácticas como estratégicas en un contexto de pobreza y desigualdad cuya desventaja se añade a la de género. La figura debajo resume las herramientas teóricas principales de las cuales se vale este trabajo (Fig. 1). Al centro, los roles que desempeñan las mujeres se develan como prácticas contradictorias ya que reproducen desigualdades, pero también abren líneas de emancipación con una fuerte carga de conflicto que, a fuerza de batirse en el cotidiano, generan cambios concretos en el espacio habitable, y en lo social, cultural y político. Es en función de los roles de género, que los capitales (culturales, simbólicos, familiares, entre otros) son movilizados por las mujeres en un proceso continuo para construirse un hogar: a fin de cuentas, un espacio “permitido” desde ideologías de género patriarcales para la mujer, pero que en el proceso, logra abrir espacios hacia la vida pública desde su esfera inmediata, a saber, el espacio parroquial.

Fig. 1/ Roles de género y autoproducción de vivienda

Fuente: Elaboración propia

3. Metodología

3.1 Campos de acción del feminismo comunitario como marco de análisis para entender las luchas cotidianas de las mujeres de los García 3

Los campos de acción propuestos por Paredes (2014) son retomados en este trabajo como herramientas analíticas para entender cómo las mujeres de LG3 negocian los diferentes roles que desempeñan y los desafían mediante contra-conductas con las que atienden a sus necesidades y a las de su familia.

Según Paredes (2014) el cuerpo es el primer lugar que se habita, tiene una existencia individual y colectiva al mismo tiempo y se desenvuelve en tres ámbitos: la cotidianeidad, la propia biografía y la historia de los pueblos. El cuerpo se refiere, en este caso, exclusivamente al de las mujeres, el cual no es igual al de los varones y por tanto conlleva acciones y procesos distintos. Este campo de acción toma en cuenta aspectos tales como la salud, la información, el conocimiento, el placer, la libertad sexual, la representación política, los derechos y las habilidades de las mujeres, por mencionar algunos. El espacio es el envolvente, el lugar donde es, crece y se desarrolla la vida; es la vivienda, la tierra, la escuela, la calle, la comunidad, el espacio público y privado; el tiempo es como se mide la vida, este abre espacios para producir procesos de transformación en la comunidad y la propia historia, es aquí donde se llevan a cabo actividades imprescindibles necesarias para cuidar y mejorar la vida de los hombres y mujeres en comunidad; el movimiento: permite construir un cuerpo social, un cuerpo común que lucha por vivir y vivir bien, permite responsabilizarse de las acciones políticas, son las organizaciones, las alianzas, las propuestas comunitarias, la complementariedad entre mujeres; finalmente, la memoria se refiere a las raíces de las mujeres, a la identidad que se construye, a la sabiduría que se hereda, a la producción económica y espacial y a la recuperación de los valores identitarios.

Estos campos se relacionan entre sí y con los roles que desempeñan las mujeres en su cotidiano. El trabajo analiza estas intersecciones que, en conjunto, develan cómo las mujeres de LG3 negocian estos roles y cavan espacios de lucha para procurar, para ellas y sus familias casa, vestido y alimento, así como los efectos que estas luchas cotidianas imprimen en sus cuerpos, tiempo y memoria. La figura debajo ejemplifica, sin llegar a ser exhaustiva, las intersecciones entre los campos y los roles reproductivo, productivo y comunitario en relación con las fuentes consultadas (Fig. 2).

Campos

Roles

Reproductivo

Productivo

Comunitario

Cuerpo

Trabajo biológico: decisiones sobre la maternidad, cuerpo sexualizado y abusado (Paredes, 2014).

Trabajo físico: actividades remuneradas que implican riesgos, enfermedades y menor paga (Bose, 1999).

Las mujeres exploran sus capacidades fuera del terreno reproductivo, su participación se ve menguada por ser mujeres (Villagrán, 2018).

Trabajo físico: actividades del hogar no remuneradas

Espacio

La vivienda es el espacio naturalizado y asociado con la mujer (Villagrán, 2018). Es también patrimonio y seguridad para los hijos.

Proximidad entre los espacios doméstico y productivo: La casa como espacio de trabajo y el trabajo cerca de la casa.

Escenario parroquial donde se manifiestan los movimientos para mejorar el entorno inmediato (Volbeda, 1989; Bose, 1999).

El contexto urbano dificulta las labores domésticas y de cuidado.

El espacio de trabajo y el contexto urbano como ámbitos de riesgo para las mujeres (Bose, 1999).

Tiempo

El trabajo doméstico como responsabilidad exclusiva de las mujeres (Villarreal, 2010).

El trabajo consume gran parte de su jornada, sin embargo, es percibido como actividad secundaria para ellas (Bose, 1999).

El tiempo dedicado a este rol busca la mejora del entorno, pero genera fricciones con la pareja (Massolo, 2003).

Movimiento

Construyen redes de apoyo para el cuidado de menores. Esto les permite llevar a cabo otras tareas productivas y comunitarias (Volbeda, 1989).

Se hacen presentes en el espacio público de forma organizada para realizar labores productivas (Bose, 1999).

Las mujeres construyen espacios para abordar los problemas que las aquejan a ellas y a sus familias, para tejer solidaridades, agruparse, organizarse y buscar soluciones colectivas (Bose, 1999, Bautista, 2013).

Luchan por mejorar sus viviendas (Volbeda, 1989, Arista, 2010).

Memoria

Se transmiten los saberes de crianza y también los conocimientos del ámbito doméstico (Paredes, 2014).

Las estrategias de supervivencia son parte del legado también. Las mujeres se impulsan e impulsan a sus hijas a la independencia económica.

Identidad colectiva a partir de los orígenes de la comunidad.

El trabajo como fuente de empoderamiento e identidad (Balcorta, 2009).

Las mujeres se organizan a partir de su identidad como madres, esposas, amas de casa provenientes de asentamientos informales y barrios marginales (Massolo, 1998).

Fig. 2/ Intersección de temáticas

Fuente: Elaboración propia

3.2 Métodos de recolección de datos

Este trabajo deriva de una colaboración de largo plazo con personas de LG3 que comenzó en el 2017 y que nos ha permitido construir confianza y dado entrada a la comunidad. Durante estos años, un equipo universitario conformado principalmente por profesores y alumnos de las carreras de arquitectura, diseño industrial y diseño urbano de la Facultad del Hábitat de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí ha trabajado con la comunidad, con un enfoque de co-producción y diseño participativo tanto de espacio como de objetos. De esta manera, más allá de un rol pasivo, el equipo ha intentado generar pequeños proyectos de intervención como el diseño de equipamientos, construcción de un parque, diseño de vivienda, impartición de cursos de bio-construcción y la realización en proceso de un pequeño video documental de divulgación del presente trabajo. Este trabajo nos ha acercado a la comunidad y permitido construir una red de actores de diversos sectores que actualmente contribuyen a la materialización de los proyectos. El proceso, sin embargo, se ha visto ralentizado por los problemas derivados de la litigación del predio en el que se encuentra LG3 (un conflicto del cual se hablará brevemente más adelante) y por la pandemia de Covid 19.

En este proceso, hemos observado que las mujeres de LG3 participan activamente en las actividades comunitarias, sin embargo, como indica Don Jacinto, líder de la comunidad “las decisiones al final las tomamos nosotros” (Don Jacinto, entrevista realizada el 12 de mayo del 2019), refiriéndose a él y a los otros dos jueces de la comunidad. Esta contradicción entre el rol activo que ellas desempeñan y su poder de toma de decisión nos impulsaron a tratar de entender: ¿qué roles juegan las mujeres en esta comunidad autoconstruida?, De qué manera las negociaciones que efectúan para poder ejercerlos afectan sus cuerpos, memoria, organización, espacio y tiempo? Y, finalmente, ¿qué estrategias emplean para incidir en la producción de su entorno, externar sus demandas e influir tácitamente en la vida pública?

El trabajo de investigación se adhiere a las metodologías feministas, que según Mauthner (2020, p.2) “...no se caracterizan por métodos de investigación distintivos sino por sus compromisos epistemológicos y metodológicos, que desafían al positivismo y su énfasis en objetividad y neutralidad de valores”. El debate en torno a las metodologías feministas data de los años 70 en respuesta al sesgo de género característico de formas patriarcales y heteronormativas de hacer ciencia, que, como comenta Mauthner priorizan la objetividad sobre la subjetividad en la construcción de conocimiento y ejercen mecanismos de control sobre el objeto de estudio (Güereca, 2016).

En línea con los compromisos epistemológicos de las metodologías feministas, este trabajo busca producir conocimiento emancipatorio, así como contranarrativas descolonizantes, situadas, históricas y sociales en las que las mujeres estén al centro, pasando de “la mujer” como objeto singular observable a las mujeres; de las mujeres como objeto de conocimiento a las mujeres como sujeto de conocimiento, y de los conocimientos dados a la posibilidad de proponer nueva teorías y transformaciones que ayuden a pensar y a analizar la realidad de otra manera.

En base a esta epistemología, los métodos mayormente empleados en la metodología feminista son los cualitativos como la etnografía, grupos focales y la entrevista con muestras reducidas (Peake, 2017)3. En este trabajo, los métodos implementados se centran en conocer y reconocer los múltiples roles que desempeñan las mujeres, así como su participación en la construcción de su comunidad mediante sus testimonios y experiencias. Para ello, la historia oral, a través de entrevistas en profundidad fue la fuente principal de información.

En total se llevaron a cabo 15 entrevistas a profundidad, siete entre mayo y julio del 2019 y ocho en marzo del 2021. Se buscó que nuestras interlocutoras fueran mayores de edad, pero de edades variadas, que desempeñaran las labores productivas representativas de la comunidad y que formaran parte de estructuras familiares tanto monoparentales como nucleares y de familia extendida que distribuyeran las tareas domésticas y de cuidado de forma variable. También, participan de alguna forma en la organización vecinal de su colonia y han contribuido en la construcción de su propia casa.

Todas ellas poseen un terreno en LG3 pero solo la mitad reside ahí actualmente mientras que el resto vive en comunidades aledañas. La siguiente tabla resume sus características principales (Fig. 3):

Las entrevistas se estructuraron de acuerdo a la intersección de temáticas en siete secciones: 1) Datos básicos, 2) Vivienda y contexto, 3) Sobre el rol de madre, 4) Sobre el rol doméstico, 5) Sobre el rol productivo, 6) Cuerpo y 7) Organización comunitaria. Su implementación llevó entre 1 y 2 horas y fue complementada con charlas informales y observación de las actividades y de los espacios en dónde viven nuestras entrevistadas. Este método de recolección de datos nos permitió documentar sus historias, sentires, objetivos, formas de sustento sociovital y formas tácticas de lidiar con sus realidades particulares. Así, mediante una estrategia de bola de nieve conectamos las historias de vida de las mujeres de LG3 al vecindario y a su devenir. Se implementó también una herramienta diseñada como una gráfica de pastel en la que las mujeres plasmaron sus rutinas en horarios de 24 h, a fin de determinar cuánto tiempo dedican a ejercer cada uno de sus roles.

Entrevistada

Escolaridad

Lugar de origen

Estado
civil

No. de hijos

Trabajo
remunerado

Tiempo
residiendo en LG3

Fecha de entrevista

Josefa

N/E

SLP

Casada

3

Empleada de industria, pepena, cuidado de animales de granja

Tiene su terreno desde hace más de 3 años pero aún no vive en LG3

12/5/19

Martha

N/E

San Luis de la Paz

Casada

0

Se dedica al hogar

Vive en Los García 2 y tiene tejabán desde hace alrededor de 4 años en LG3

12/5/19

Bertha

N/E

San Luis Potosí

Madre soltera

6

Pepena

3 años

25/6/19

Cecilia

N/E

Soledad

Casada

6

Pepena, cuida a sus nietos

30 años en Milpillas, tiene casa en LG3

25/6/19

Alma

N/E

Milpillas

Casada

2

Ama de casa

Tiene jacal pero vive con familiares en Milpillas

12/5/19

Lulú

N/E

Milpillas

Madre soltera

2

Ama de casa y cuidado de animales de granja

Tiene jacal pero vive con familiares en Milpillas

7/7/19

Carolina

Secundaria

Milpillas

Casada

4

Venta ambulante de comestibles y pepena

6 años

07/07/2019 y 18/03/2021

Lola

1º de Primaria

Matehuala

Casada

3

No, apoya a su esposo en la pepena

N/E

4/3/21

Alicia

N/E

Cd. Valles

Madre soltera

3

Pepena y/o venta de ropa de segunda mano

1 año

7/3/21

Aranza

Primaria

Querétaro

Casada

1

Empleada doméstica

Alrededor de 4 años

7/3/21

Carla

Secundaria

Soledad

Casada

4

Pepena

Llegó a Milpillas hace 6 años, a LG3 hace 1

7/3/21

Zoila

Primaria

Guadalcázar

Casada

3

Paquetería, aeropuerto

Vive cerca del aeropuerto, tiene jacal en LG3 pero aún no vive ahí

11/3/21

Victoria

Secundaria

Querétaro

Separada

3

Seguridad privada

2 años

11/3/21

Silvia

Primaria

Querétaro

Casada

1

Pepena

10 meses

25/3/21

Fig. 3/ Lista de entrevistadas y sus características

Fuente: Elaboración propia

Además de las historias de vida, se llevaron a cabo entrevistas con otros actores clave, importantes en el acontecer cotidiano de nuestro caso de estudio, LG3. Lo anterior, en concordancia con la perspectiva del actor social de Long (2007). Así, entrevistamos a don Jacinto, dueño original del predio, a los otros dos jueces de la comunidad, al líder de los pepenadores y a tres residentes de la comunidad. Cuando manifestaron anuencia, las entrevistas fueron grabadas o de lo contrario fueron registradas en el diario de campo. Todas ellas fueron transcritas y codificadas en Atlas ti, en base al sistema de códigos derivados del marco analítico.

También, el trabajo empleó la observación, el mapeo y levantamiento fotográfico como métodos mediante los cuales se recabó información del entorno construido y de la organización comunitaria. Se llevaron a cabo observaciones participantes y no participantes de al menos 15 juntas comunitarias, actividades de construcción y co-diseño, faenas y clases de alfabetismo. Estas fueron registradas en un diario de campo y nos permitieron analizar las interacciones entre los líderes comunitarios, hombres y mujeres y los procesos de toma de decisiones, así como documentar y entender las necesidades de las personas de la comunidad y las luchas que emprenden por atraer atención política que les asegure la dotación de servicios y por legalizar la tenencia de los predios. Observar actividades de construcción y consolidación del contexto urbano y de las viviendas nos permitió entender los procesos de autoconstrucción y documentar cómo participan las mujeres. Mediante mapeo y levantamiento fotográfico documentamos estos procesos y cuantificamos cambios a través del tiempo.

Conscientes que como caso de estudio la generalización de nuestros resultados es limitada, privilegiamos la profundidad del análisis por sobre la extensión de su alcance (Giménez, 2012). El cruce de la información recabada con diferentes métodos y la variedad de características de nuestras interlocutoras nos permitió construir una historia que, lejos de ser generalizable, ofrece un retrato de la situación actual de las mujeres en LG3.

4. Resultados

4.1. Ubicación e historia de LG3

LG3 es una colonia informal en proceso de construcción fundada hace aproximadamente 6 años. Se ubica en la periferia norte (Distrito 13 Aeropuerto-Milpillas) de la Zona Metropolitana de San Luis Potosí (ZMSLP), de vocación industrial automotriz con poco más de 1 200 000 habitantes (Instituto Municipal de Planeación [IMPLAN] 2021).

Desde sus orígenes como puesto y frontera de la Gran Chichimeca, hace más de 400 años, hasta la actualidad, la periferia norte es portadora de prejuicios que siguen reproduciéndose a la fecha, razón por la cual su crecimiento ha sido lento, fragmentado y sujeto a prácticas informales. En esta parte de la ciudad se encuentra la infraestructura, el equipamiento y la industria que menos especulación generan sobre sus tierras aledañas como industria pesada, plantas tratadoras y ladrilleras. En el Distrito 13 en específico, se encuentra el relleno sanitario municipal, en el cual trabaja la mayoría de los habitantes de LG3. Esta zona se caracteriza por diversos problemas medioambientales como lo son agrietamiento en el terreno, contaminación atmosférica por ladrilleras y quema de basura, malos olores y contaminación por lixiviados (Moreno & Hernández, 2010).

LG3 se ubica entre Fracción Milpillas y Los García, comunidad de dónde es originario Don Jacinto (Fig. 4). Este líder comunitario y actual juez, fundó la colonia en un predio de aproximadamente seis hectáreas que heredó de su padre, y que un familiar lejano invadía. En respuesta, Don Jacinto organizó a parientes, amigos y vecinos para cubrir los gastos de legalización y lotificación de 170 terrenos, en su mayoría de 150 m2 que resultaron de la lotificación:

“...yo voy a Catastro Municipal y ahí me dicen que para no tener problemas de que el señor se los ande adjudicando, nosotros los legalicemos personalmente y hagamos lo que queramos con ellos...yo ya empecé a quitárselos a él y entonces yo se los repartí a la gente que ya estaba pobre, que no tenían donde vivir, órale todos agarren sus lotes aquí y así fue que empezamos aquí…” (Don Jacinto, entrevista realizada el 12 de mayo del 2019).

A la fecha, los colonos de LG3 ganaron la demanda y están en proceso la legalización de la tenencia de los lotes.

Fig. 4/ Ubicación de Los García 3 (LG3)

Fuente: Elaboración propia en base a Instituto Municipal de Planeación, IMPLAN (2021)

4.2. Organización y desarrollo comunitario

Además de la acción colectiva para evitar la invasión y procurar la legalización de los lotes, la estrategia de desarrollo urbano implementada por Don Jacinto moviliza la mano de obra de los beneficiarios para realizar faenas y así delimitar y desmontar lotes y trazar y consolidar caminos, entre otras acciones comunitarias:

“…nosotros nos dimos cuenta de aquí por medio de familiares y nos dijeron que estaban dando terrenos, y empezamos a apoyar y empezamos a venir y empezamos a tumbar y a limpiar, hacíamos faenas primero, y luego ya después ya que nos vieron nos dieron los recibos…” (Carolina, entrevista realizada el 18 de marzo del 2021).

Sin embargo, actualmente Don Jacinto ha comenzado a vender los lotes de personas que no han participado en las faenas, lo que ha causado descontento entre los beneficiarios originales ya que él, argumentan, se ha beneficiado del plusvalor generado por el trabajo colectivo. Este plusvalor, sin embargo, no solo beneficia a Don Jacinto, sino a toda la comunidad ya que poco a poco, a base del trabajo colectivo han consolidado el predio.

Don Jacinto y dos de sus allegados son los jueces de la comunidad y cada domingo convocan a junta en “los jacales”, centro comunitario construido con madera y lámina. En estas juntas se organizan para dar seguimiento a la legalización de predios, para solicitar infraestructura y servicios al Ayuntamiento municipal y atender asuntos comunitarios emergentes. En estos asuntos, las mujeres participan activamente en busca de la mejora de la comunidad. Carolina, madre de 4 hijos y vendedora ambulante, por ejemplo, gestionó para la comunidad un contenedor de 10 mil litros de agua del cual las familias acarrean el preciado recurso cotidianamente. Martha, por otro lado, es esposa de uno de los jueces, se ha encargado de gestionar la visita de una pipa semanal que llena este y otro tanque instalado en la comunidad. Este es el único servicio con el que cuentan a la fecha ya que ni la luz ni el drenaje han sido instalados por ser aún un asentamiento irregular. En respuesta a esto, algunas personas utilizan pequeños paneles solares conectados a baterías de coche para cargar sus teléfonos y alimentar algunas salidas de luz. La carencia de drenaje y de instalaciones sanitarias en las casas promueve la defecación al aire libre y los problemas de salud que esta conlleva.

Estas necesidades en el ámbito doméstico se suman a las del entorno urbano, carente también de infraestructura y equipamiento. Entre el equipamiento necesario, las residentas identificaron un área comunitaria con canchas deportivas, áreas recreativas y espacios para juntas vecinales, campañas de vacunación para niños, esterilización para animales, clases de alfabetismo para adultos y extraescolares para niñas y niños, velaciones de difuntos y punto de distribución de beneficios gubernamentales entre otros. Estas necesidades están contempladas en el predio en zonas reservadas para un centro comunitario, un pequeño corredor comercial y un parque con espacios recreativos y deportivos (Fig. 5).

Fig. 5/ Los García 3

Fuente: Elaboración propia sobre foto aérea

Actualmente las mujeres de LG3 caminan entre 1 y 3,5 kilómetros para trasladarse al relleno sanitario, centro de trabajo de muchas de ellas y a los equipamientos más frecuentados en Fracción Milpillas y Los García (Fig. 6).

Destino

Distancia
en kms

Tiempo en
minutos

Primaria

0,75

9

Primaria Milpillas

1,9

22

Secundaria

2,5

30

Centro de salud

1,3

15

Comercio

1,6

20

Relleno sanitario

3,5

42

Parada de transporte público

3,4

40

Fig 6/ Distancias y tiempos que las y los residentes de Los García 3 (LG3) caminan cotidianamente a equipamientos

Fuente: Elaboración propia

Estos recorridos deben hacerlos en calles sin pavimentar, de muy difícil tránsito cuando llueve y sin alumbrado público, como comenta Carolina:

“…cuando se inunda aquí a veces salimos caminando porque la camioneta se inunda, haz de cuenta que de la llanta, a veces a la mitad se sume y ya cuando usted camina se le se sume el pie hasta acá (señalando debajo de la rodilla)…” (Carolina, entrevista realizada el 7 de Julio del 2019).

4.3. Vivienda

Es debido a estas carencias y a la falta de seguridad en la tenencia que son aún pocas las familias que viven toda la semana en LG3. Según el trabajo de campo realizado, al 2021, en 52 de los 170 lotes los colonos han construido viviendas, sin embargo, solo dos lo han hecho con materiales sólidos mientras que el resto están construidas con material reciclado. En estas estructuras, comúnmente llamadas “jacal” o “tejabán” solo habitan 13 familias de forma permanente, mientras que el resto visitan sus predios los fines de semana o los utilizan como refugios temporales. En palabras de Carolina:

“Hay muy poca gente que se anima a venirse para acá, por la luz, como ve unos ya tienen construidas sus casas, ya nada más les falta la loza o cualquier cosa, nosotros estamos esperando que pasa más adelante por eso nos detenemos un poco, uno no sabe si al rato vengan y nos saquen de aquí, pero pues no creo ya son 5 años que tenemos viviendo aquí de habernos sacado, nos hubieran sacado el primer año”. (Carolina, entrevista realizada el 18 de marzo del 2021).

En esta etapa formativa de la comunidad, tanto los lazos de parentesco como el reciclaje de residuos han definido la ubicación de las familias en los lotes y la distribución y materiales de las construcciones. Lola por ejemplo, llegó a LG3 a través de sus tías y construyó su tejabán en dos lotes que les fueron asignados a ella y a su hermano por lo que las estructuras comparten patio y cocina. Su tejabán, como el resto de los de sus vecinas está construido con pallet, lonas, láminas y lijas (Figs. 7 y 8). El trabajo en el negocio de los residuos pone al alcance materiales de construcción para las estructuras, así como muebles y muchos de los enseres domésticos de uso cotidiano en sus interiores. Resulta sorprendente el ingenio con el que construyen su vivienda desde cero, a partir de “lo que ya nadie quiso”. En promedio, las familias levantan su vivienda en tres días y con un simple tijeretazo abren ventanas y colocan accesos. Sin embargo, la flexibilidad y bajo costo de las estructuras se contraponen a las condiciones de riesgo a las que están expuestas como derrumbes, robos, inundaciones, incendios e invasión de plagas nocivas, lo cual incrementa la vulnerabilidad de sus moradores.

Figs. 7 (Izqda) y 8 (Dcha)/ Vivienda en Los García 3 (LG3)

Fuente: Elaboración propia

Figs. 9 (Izqda) y 10 (Dcha)/ Autoconstrucción de vivienda e interior de una casa con su orgullosa moradora

Fuente: Elaboración propia

A pesar de estos desafíos, el tener un terreno propio y construir un tejabán en él resignifica el sentido de empoderamiento e identidad de las mujeres y proporciona estabilidad a las familias que se asientan y construyen un patrimonio (Fig. 9). Silvia, mujer de entre 50 y 60 años que se dedica a separar residuos, se siente orgullosa de su casa: “...yo desde un principio dije que no, yo quiero una casa … que cada quien tenga su cuarto, la cocina, el comedor y una sala...me gusta mucho como lo hice…” (Silvia, entrevista realizada el 25 de marzo del 2021). Josefa, madre de 3 jóvenes, está contenta de tener un patrimonio que heredar a sus hijos:

“Pues es algo feo, porque uno tiene miedo de que le pase algo a uno y dejar a los hijos en las mismas, en las condiciones en que hemos andado y ya teniendo algo propio…uno más tranquilo, más a gusto…de que le va a dejar algo a los hijos y que ya de ahí ya no se van a mover, que nadie los va a echar o que nadie les va a pedir el lugar” (Josefa, entrevista realizada el 12 de mayo del 2019).

El sistema de crecimiento progresivo se adapta a las necesidades espaciales y posibilidades económicas de las familias, cuya aspiración es eventualmente consolidar su vivienda y construir con materiales no perecederos. Lola, joven madre de 3 niños comenta:

“…hasta ahorita está bien así, vamos a construir uno [un cuarto] de block, de hecho, él [su pareja] le pidió prestado a su patrón para construir, y es que como…anteriormente ya vivimos mucho tiempo en la pobreza pues ahora sí …es momento de que miremos hacia adelante y construyamos aquí…” (Lola, entrevista realizada el 4 de marzo del 2021).

La construcción de tejabanes es una tarea compartida, la ligereza de los materiales y la sencillez del proceso de construcción facilita la participación de todos los miembros de la familia (Fig. 10). La consolidación de la vivienda, sin embargo, es una tarea realizada en su mayoría por los hombres. De las entrevistadas, Martha y Lola fueron las únicas que declararon haber aprendido a construir ya que sus papás fueron albañiles y ahora apoyan a sus parejas: “Pues ahora sí que yo le hago la mezcla a veces y ya le arrimo la mezcla y así le ando ayudando…ahora así que eso a mí no me da pena…” (Martha, entrevista realizada el 12 de mayo del 2019).

El financiamiento para la construcción lo obtienen de diferentes fuentes como préstamos de cajas de ahorro, personales de patrones y familiares como en el caso de Lola, o de programas gubernamentales como Carolina: “le digo que el presidente nos dio el pisito…los albañiles…me lo acomodaron bien, ya ahorita gatea la niña ya anda en el piso, ya no se atierra tanto” (Carolina, entrevista realizada el 18 de marzo del 2021) y mediante ahorros progresivos como comenta Martha:

“Todo hay que comprarlo uno porque pues ahora sí que, pues nadie te da nada a veces, hay que irle apachurrando de perdido cien, doscientos e ir comprando” (Martha, entrevista realizada el 12 de mayo del 2019).

Obtener un crédito de alguna institución pública para la compra de vivienda terminada no es una opción para la mayor parte de los residentes de LG3 que no son asalariados, sino que obtienen sus recursos del sector informal:

“…No me gusta endeudarme, yo si un día hago mi casa, esta va a ser de lo poquito que a nosotros nos vaya saliendo, lo que trabajamos, comprar material y hacer nuestra casa…sacar un crédito después ya he visto que los que se endeudan mucho, después les andan cobrando hasta la casa y no...” (Alicia, entrevista realizada el 07 de marzo, 2019).

4.4. Actividades económicas en LG3

La inestabilidad económica caracteriza a todas las familias de las mujeres entrevistadas. Todas ellas trabajan en casa y además realizan actividades productivas, en algunos casos no remuneradas de apoyo a sus parejas. La familia en todos los casos funge como unidad económica organizada mediante roles y ciclos. Es común que diversifiquen sus actividades económicas a lo largo del año con el fin de complementar ingresos. Dependiendo de la temporada, los adultos de las familias y en algunos casos los niños también realizan trabajo asalariado, agrícola, fabricación de ladrillos, cría de animales de granja, reciclaje de residuos y comercio informal (Balcorta, 2009). Las mujeres y los niños participan con mayor frecuencia en las últimas tres tareas que son las que pueden realizar cerca del núcleo doméstico. El caso de Victoria, migrante Otomí del estado de Querétaro, es atípico en la comunidad, ella es madre soltera de dos niñas de 7 y 10 años y trabaja como guardia de seguridad en una empresa de la zona industrial, a una hora y media de distancia, con turnos de 24 horas. Esto le ha sido posible gracias al apoyo de mujeres como Silvia que cuida de las niñas y cocina para ellas. En este caso se manifiesta la complicidad horizontal que surge entre mujeres en condiciones de desventaja, quienes tejen redes de apoyo entre sí para protegerse y progresar juntas.

Con excepción de Victoria, la mayoría de las mujeres que viven actualmente en la comunidad se dedican a la “pepena”, al paralelo de otras actividades tanto productivas como reproductivas. La “pepena” se refiere coloquialmente a una gama de actividades relacionadas con la recolección, tratamiento, reciclaje y venta de residuos. Este oficio es característico del distrito en el cual se encuentra LG3 por su cercanía al relleno sanitario municipal. Según un censo realizado por la junta de mejoras en la comunidad aledaña de Milpillas (de la cual proviene un alto porcentaje de vecinos de LG3), el 42,2% de las personas se dedican a la pepena, el 25,3% a la agricultura, el 9,6% exclusivamente a la recolección de residuos mediante transporte motorizado o de tracción animal, el 4,8% a la fabricación de ladrillo y el 18% restante no especifica (Balcorta, 2009). De la población dedicada a la pepena, el 67% son mujeres. El relleno sanitario de Peñasco es una fuente de ingreso, precaria y sujeta a muchos riesgos, pero cercana al espacio doméstico, es por esto que atrae a muchas mujeres de comunidades aledañas.

En el negocio de la pepena, se encontró que las mujeres participan de tres formas: 1) trabajando con sus parejas en la recolección, reciclaje y venta de residuos, 2) trabajando por su cuenta en el relleno y vendiendo lo que reciclan a intermediarios o 3) con intermediarios reciclando el desecho. En el primer caso, solo las familias que disponen de una camioneta o un transporte de tracción animal pueden realizar este trabajo y es el hombre quién conduce y toma decisiones. En el segundo caso, las mujeres se enfrentan a mafias que disponen de los camiones recolectores municipales para llevar a cabo una primera separación, dejándoles las “bachitas” para que ellas separen el resto. En el tercer caso el salario que ganan es mínimo y las jornadas de trabajo son largas. Cecilia, mujer de 47 años y dueña de un predio en LG3 recolecta residuos en el centro y cuida de sus nietos mientras que sus hijas trabajan en el tiradero, pero una de ellas comúnmente le comenta a su mamá: “ya cuando voy…todos los camiones están apartados, ya no quieren que nadie se arrime ahí o se los llevan más pa’ dentro” (Cecilia, entrevista realizada el 25 de junio del 2019). En el caso de Carolina, se cansó de trabajar en la pepena y ahora se dedica al comercio ambulante, pero así recuerda sus días en el relleno:

“…Sí, yo cuando trabajaba [en el relleno], prácticamente me iba a las tres de la tarde hasta las dos de la mañana. Lunes y viernes y entre semana a las doce, más tardar a la una…tiene que llevar uno guantes y comprar una lámpara recargable para poder trabajar porque si no imagínese sin luz y en la basura [hay] vidrios y llegan los accidentes y si se corta uno…prácticamente cuando no dejan nada, correrle atrás de la máquina, y empieza a aventar, lo acumulan en un bordo y…nosotros atrás de la máquina pues arriesgándonos porque como en tiempos de lluvia se resbala la máquina... Y ya ha habido accidentes y ha habido muertes ahí por la máquina…” (Carolina, entrevista realizada el 07 de julio del 2019).

La “máquina” a la que se refiere Carolina es un trascabo que junta y compacta el residuo, con el riesgo de atropellar a las trabajadoras. Además de este riesgo, el testimonio de Carolina da cuenta de los horarios que las mujeres cubren para trabajar en el relleno, en la noche, una vez que les han liberado el material restante de los camiones recolectores, de los accidentes que suceden al manipular residuos y de las condiciones inhumanas de trabajo a las que se exponen. Además de esto, las mujeres ganan menos por su trabajo bajo la premisa de que los hombres hacen el trabajo pesado, mientras que las mujeres hacen el trabajo fino de separación. Esto las desalienta y pone en aprietos cuando son la única fuente de ingresos familiares como Alicia, madre soltera de tres niñas: “...Si [hago] doble trabajo, tanto ser papá y mamá y mantener un hogar, sacar adelante, pagar estudios, pagar inscripciones ganando menos solo por ser mujer…” (Alicia, entrevista realizada el 7 de marzo de 2021).

A pesar de estas condiciones de trabajo el llevar a cabo actividades productivas ha permitido a las mujeres salir de situaciones de violencia de género y ganar cierta independencia económica, en palabras de Bertha, madre soltera de 6 jóvenes:

“…me gusta ir a mi trabajo, no me gusta depender de nadie, de nadie…me gusta trabajar y hacer mis actividades para cuando me pidan algo mis hijos yo darles, apoyarlos, pero me gusta mucho mi trabajo...” (Bertha, entrevista realizada el 25 de junio del 2019).

A mujeres como Alicia, trabajar fuera de casa también la ha empoderado. Ella manifiesta que la pepena le ha permitido sacar adelante a su hijo y entender que, a pesar de la discriminación que sufren, las mujeres son tan capaces como los hombres:

“…muchos hombres dicen que las mujeres no saben hacer esto no saben hacer lo otro, las mujeres podemos hacer lo mismo que pueden hacer los hombres, ósea…que tenemos los mismos derechos de igualdad…yo trabajé toda mi vida desde que estaba chica…cuando mi hijo nació yo tuve que trabajar porque el papá de mi hijo nunca me ayudó, ósea yo digo en este caso que las mujeres podemos hacer lo mismo que hacen los hombres” (Alicia, entrevista realizada el 07 de marzo del 2021).

4.5. Negociación de roles

A pesar de que todas las mujeres contribuyen con las labores productivas, ellas asumen también las reproductivas, encargándose de las labores domésticas y del cuidado de niñas y niños, ancianos y familiares con discapacidad. En algunos casos las madres de familia comparten este rol con sus hijas:

“...Pues yo creo que también este pus las dos cosas, hace falta tanto hacerle la lucha para ganar algo, como para estar en la casa también, o sea…bueno de mis muchachas…eso hacen, un ratito trabajan, un ratito se ponen a hacer el quehacer en la casa…” (Cecilia, entrevista realizada el 25 de junio del 2019).

Los hombres contribuyen con las tareas pesadas como acarrear agua, sacar basura y abastecer leña pero la responsabilidad descansa en las amas de casa quienes aún embarazadas o enfermas asumen el rol, como manifiesta Doña Cecilia:

“...dicen no pues échenle ganas porque usted le ayuda a su señor y pues más que nada te va sacando a tus hijos, porque eso sí, desde que anda uno embarazao hasta que se acaba uno de aliviar anda ahí el otro ayudándoles a barrer, a barrer las calles, a sacar la basura y pues bueno, uno trata de darles el mejor servicio que puede uno…” (Cecilia, entrevista realizada el 25 de junio del 2019).

Silvia es una de las pocas mujeres que ha podido cuestionar la división de las tareas domésticas basada en el género. Desde que su segunda pareja se jubiló, ella se convirtió en el principal sustento y distribuyó estas tareas entre su pareja, su hijo y un hermano con ceguera de quién ella se encarga. Sin embargo, el desgaste físico y psicológico que vive se refleja en las enfermedades que la aquejan constantemente y le imposibilitan trabajar. Silvia llegó a LG3 hace 2 años, en la búsqueda de un lugar tranquilo para vivir y respira aliviada al comentar que su hijo, ex-adicto y ex-miembro de un grupo organizado se enfoca ahora en su trabajo, también en el negocio de la basura:

“...una vez alguien me dijo, así te lo lleves hasta el cerro más alto él va a buscar la manera, pero pues digo fue mentira digo porque pues está tranquilo, trabaja, ahí no quería trabajar, no quería y no quería y pues yo lo mantenía...hasta que un día me harté y dije nos vamos a la fregada de aquí y ya...” (Silvia, entrevista realizada el 25 de marzo del 2021).

Silvia tomó la decisión tajante de cambiar de un barrio de interés social a otro informal para finalmente instalarse en LG3. La actual pareja de Silvia es un hombre de edad avanzada que, como pocos en la comunidad, asume tareas domésticas mientras que ella sale a trabajar. Durante la entrevista, Silvia comentó con amargura que él ejerce violencia psicológica sobre ella pero se siente incapaz de abandonarlo ya que perdería el acceso que ahora tiene a medicinas para atender sus enfermedades a través del seguro de jubilación. Finalmente, el hermano de Silvia tiene ceguera como resultado de una pelea callejera en una noche de borrachera; el contribuye con el trabajo familiar separando residuos y lavando trastes.

Los tres hombres y Silvia trabajan juntos en el negocio de la basura, la recolectan en una camioneta, la clasifican y venden en Milpillas. Ella quedó huérfana y comenzó a trabajar desde pequeña, en sus palabras:

“…bueno yo nací en Querétaro, pero a los 5 años nos trajeron a vivir aquí con mi abuelita a la ferrocarrilera, ahí crecimos nosotros, somos 5 hermanos y ahí quedamos huérfanos, ahí nos fueron a dejar, mi papa se murió, luego mi mama se fue a México a trabajar que porque allá pagaban más. Se fue yo digo, yo siento que nos abandonó no sé, no sé cómo verlo…yo trabajo…desde los seis años, mi hermano también el que anda ahí es mi cuate…” (Silvia, entrevista realizada el 25 de marzo del 2021).

Silvia pudo terminar la primaria y aspiraba a continuar estudiando, pero esto no se alineaba con las expectativas familiares:

“… yo quería seguir estudiando, en ese tiempo se podía salir de la primaria y entrar, que a un instituto que se llama Colón, me acuerdo mucho porque ¡Ah! como yo deseaba ser secretaria, pero mi mamá ya no me dejó porque ella me decía que para qué iba yo a estudiar para ir a mantener, este, con perdón de ustedes…a un cabrón. A veces digo, hay no mantuve un cabrón, estoy manteniendo 3, (Risas)…” (Silvia, entrevista realizada el 25 de marzo del 2021).

Silvia, como todas nuestras interlocutoras, creció en un contexto de pobreza extrema y falto de oportunidades en el que se libran luchas cotidianas de supervivencia. En este contexto son comunes el trabajo infantil, el analfabetismo, la separación familiar, el abuso sexual, la violencia doméstica y la enfermedad, aunado a problemáticas de alcoholismo, drogadicción y crimen organizado como las que enfrentó la familia de Silvia. En su caso, mudarse a LG3 los alejó de un contexto de conflicto y los acercó a otro de múltiples carencias y vulnerabilidades pero que les ha permitido encontrar un nicho de trabajo en el relleno, materiales con los cuales construir sus casas, vestirse y alimentarse, como a muchas otras familias de la comunidad.

5. Discusión

Hasta aquí, el trabajo ha mostrado los elementos que operan en la realidad cotidiana de algunas de las mujeres habitantes de LG3 y que son constitutivos de un proceso conflictivo y lento de empoderamiento que incluso puede llegar a no fraguarse. Estos elementos se pueden separar en dos grandes rubros. El primero de ellos corresponde a las condiciones estructurales de nuestras interlocutoras, que operan como constrictores de sus acciones, y que imponen roles a sus propios cuerpos, espacios, tiempos, movimientos y memorias. Un cúmulo de desigualdades incidentes en la aguda vulnerabilidad de las mujeres a las cuales nos hemos acercado desde este estudio y que representan, sin duda, el sector de la población más vulnerable de la capital potosina, regida por una producción espacial capitalista-patriarcal (Boccia, 2020). El segundo es precisamente la movilización táctica, contra-conductual y de negociación de roles que se produce de manera implícita y lenta, bajo un objetivo no directamente emancipatorio, como lo es la producción de su propio espacio habitable.

En este trabajo argumentamos que este proceso contiene elementos útiles para otros proyectos sociales de vivienda. LG3, como proyecto, es importante para la innovación social a través de la producción colectiva del espacio (Escobar, 2018), porque se basa en la lucha constante de nuestras interlocutoras por integrar su voz a la producción de su espacio habitable, que podemos definir como una lucha por el derecho a la ciudad. El ir poco a poco ganando batallas para procurarse un espacio de vivienda, también detona un proceso de negociación de roles que influye, sugerimos, en la concreción de un espacio arquitectónico y urbano pensado y producido por y para el usuario. A continuación, se desglosa este proceso, enfocado en el devenir biográfico de los cuerpos, espacios, tiempos, movimientos y memorias de nuestras interlocutoras.

El cuerpo de las entrevistadas ha sufrido estragos por su actividad laboral desde niñas, por largas jornadas de trabajo y su empleo en la separación de residuos en condiciones insalubres y riesgosas, como atestiguaron Silvia y Carolina. La pepena, en palabras de Balcorta (2009, p.153), “… es uno de los trabajos que requiere mucha fuerza física, horas en el sol, exposición ante cualquier tipo de virus. Implica riesgos, cualquier movimiento en falso puede provocar la muerte, heridas y enfermedades”. Además de las actividades productivas en la pepena, según los testimonios de las mujeres entrevistadas, su cuerpo se ve también afectado por maternidades no planificadas, trabajo durante el embarazo, mala alimentación, violencia física y psicológica por parte de sus parejas, falta de acceso a servicios de salud y de recursos para la compra de medicinas, aunado a vivir en un entorno pauperizado, en el que los residuos producen malos olores, atraen insectos nocivos y su quema genera humos contaminantes. En LG3, la defecación al aire libre produce problemas gastrointestinales, pues se carece de agua corriente, drenaje y de recolección de residuos. La falta de alumbrado público y de infraestructura agudizan las condiciones de inseguridad. Finalmente, sus hogares se encuentran en riesgo de incendios y, en temporada de lluvias, de inundaciones al interior.

El espacio, por lo tanto, juega un rol preponderante en la negociación que hacen las mujeres de los múltiples roles que asumen. Como mencionan las participantes, la falta de infraestructura y la indefinición en la tenencia de la tierra, no facilita las tareas cotidianas y no es conducente a generar un entorno seguro ni saludable. En LG3 como en otros casos documentados (Arista, 2010; Bautista, 2013; Massey, 2014), las mujeres han sido protagonistas del desarrollo de su comunidad y de la construcción de sus viviendas. Esto, como comenta Volbeda (1989), es un ejemplo de lo que puede lograr el esfuerzo colectivo y la construcción de redes.

La territorialidad de las mujeres es también patente en su deseo de permanecer en la zona, cerca del tiradero, que, como ellas mencionan, les da de comer, las viste, les proporciona materiales y mobiliario para sus casas. La mayoría de las mujeres nacieron y crecieron en la zona y comenzaron a trabajar en la pepena desde niñas. Además de estas, un pequeño grupo de mujeres migraron de entornos rurales e indígenas para vivir con sus parejas e insertarse en las actividades de la pepena. En ambos casos, las mujeres han tejido solidaridades con vecinas y familiares en quienes se apoyan para atender a sus necesidades prácticas (Bose, 1999). Estas complementariedades horizontales, como las llama Villagrán (2018) son multifacéticas y adaptables y, aun y cuando no están exentas de conflicto, son un activo intangible muy valioso con el potencial de convertirse en semillas de organización para la emancipación y la atención a las necesidades estratégicas de las mujeres (Del valle, 1991; Romero & al., 2005).

En cuanto al tiempo, ellas dividen las horas de sus días entre actividades domésticas, productivas y también de organización comunitaria. De manera similar a los casos abordados en la revisión de la literatura, asumen esta sobrecarga de trabajo en un contexto de precariedad que añade desafíos (Bose, 1999; Massey, 2014; Moser, 1989; Volveda, 1989, p.185). A pesar de esto, participar en la vida productiva de su familia no las libera de su posición subordinada, según lo encontrado por Balcorta (2009) en su estudio de la comunidad pepenadora de Peñasco: “Aunque se les reconozca públicamente su ardua labor en la pepena y como trabajadoras, en el hogar son tratadas de distinta forma por su rol como madre-esposas…”. El trabajo doméstico parece ser privativo de ellas y de sus hijas y no genera retribución alguna. Con excepción de Silvia, y en línea con lo encontrado por Villarreal (2010), los hombres no comparten estas labores salvo cuando se trata de los hijos jóvenes y de tareas pesadas como el acarreo de leña y agua. En actividades domésticas y de cuidado las mujeres invierten un promedio de 8 horas al día, esto incluye las tareas relacionadas al mantenimiento de la vivienda, el abasto de agua y el cuidado de familiares como niños pequeños y familiares enfermos. En labores productivas fuera del hogar, las mujeres invierten en promedio, 6 horas. En este rol encontramos a una minoría de mujeres asalariadas que trabajan ocho horas al día, pero invierten más de dos en trasladarse; mujeres que trabajan en el relleno o en actividades relacionadas al mismo de manera independiente y mujeres que trabajan con sus parejas también en actividades relacionadas a los residuos. En línea con lo encontrado por Bose (1999), estas labores productivas son percibidas como secundarias y les generan menos retribución que a los hombres. El trabajo, sin embargo, libera a las mujeres de la sensación de estar encasilladas en el rol reproductivo (Romero & al., 2005), y les proporciona un sentido común de poder, como colectivo transformador, más allá de la potenciación individual (Basolo & Morlan, 1992; Massolo, 2003; Ndinda, 2009).

En relación al movimiento de las mujeres, en actividades de organización comunitaria, encontramos que han fungido como gestoras de servicios y como aglutinantes comunitarias que acogen a las recién llegadas. Algunas de ellas como Carolina y Martha juegan un rol central en la provisión de agua en la comunidad, para lo cual hacen las gestiones en municipio, otras como Silvia apoyan a las vecinas recién llegadas, ofreciéndoles casa y comida hasta que encuentran un trabajo, otras como Alicia asisten sin falta cada domingo a las juntas comunitarias y finalmente, otras como Victoria se niegan a participar pero generan microeconomías de apoyo para harmonizar el trabajo fuera del hogar con el cuidado de sus hijas. Estas actividades se llevan a cabo en la esfera parroquial e incluso en la pública, sin embargo, esta participación no mengua las desigualdades de género. Aún y cuando las mujeres participan activamente en el espacio parroquial, comúnmente lo hacen como voceras de las necesidades familiares por lo que su lucha rara vez incluye sus necesidades particulares de género (Massolo, 2003). Además, la carga adicional de trabajo que implica la participación comunitaria no se remunera, y se asume que ellas están siempre disponibles, en palabras de Massolo (2003, p.43): “Para las mujeres, principalmente de sectores populares, la participación es más una obligación por necesidad, que un derecho ciudadano a participar en los asuntos públicos”.

Finalmente, en el ámbito de la memoria, varias de las mujeres entrevistadas manifiestan admiración hacia sus madres, mujeres trabajadoras que desde muy pequeñas comenzaron a laborar en el relleno, que sacaron adelante a sus hijos, ya sea en colaboración con sus parejas o a pesar de ellas. Otras como Silvia recuerdan con tristeza a una madre que los “abandonó” para trabajar en otra ciudad con mayores oportunidades. Los conocimientos por lo general se transmiten de madres a hijas, estos se enfocan tanto en las tareas del hogar como las relacionadas al trabajo en el relleno. La pepena, como comenta Balcorta (2009) es una forma de vida que forja la identidad de mujeres valerosas y trabajadoras, capaces de sobreponerse a lo más desagradable.

6. Conclusiones

El caso de Los García 3 muestra a una comunidad informal inscrita en un espacio producto del diseño fragmentario de la ciudad, que separa los espacios necesarios o coloniales, de los espacios habitables o modernos. Esa contradicción, inherente a todo proceso de producción de espacio que genera externalidades y no las resuelve, a su vez, ha detonado una dialéctica de producción de espacio habitable, misma que es objeto de estudio de este trabajo. Se trata de una coyuntura entre la ciudad posible, pensada desde lo vinculatorio, y la ciudad real, que esconde los vínculos entre los espacios pauperizados y los espacios exclusivos.

Las vidas cotidianas de las mujeres que hemos tratado de esbozar en el presente trabajo, muestran una sobrecarga de tres esferas laborales, producto de los roles impuestos productivos, reproductivos y comunitarios, mediante los cuales ellas libran una lucha cotidiana por cubrir las necesidades básicas de sus hijos, por asegurarles al menos una educación secundaria, por mantenerlos fuera de problemas comunes en la comunidad como alcoholismo, drogadicción y actividades delictivas y por asegurar un pedazo de tierra y un techo que heredarles. El trabajo en el relleno sanitario y un contexto carente de infraestructura y servicios las pone en riesgo, las expone a entornos inseguros, incrementa su carga de trabajo y limita sus oportunidades laborales a las encontradas cerca del hogar. Todo esto, dejando de lado el autocuidado y generando un desgaste que repercute en su salud.

La ciudad que imaginan ellas, las personas más afectadas por los diseños fragmentarios de las ciudades, y desde sus necesidades, es la que mantiene su esperanza de una retribución a futuro de sus esfuerzos. Las mujeres asumen la carga de trabajo extra que implica el rol comunitario sobre la base de una ciudad posible, de un espacio de vida, que termine por dignificar su empleo, su rol reproductivo y sus esfuerzos contra-conductuales en el ámbito comunitario. En otras palabras, LG3 es un intento débil pero legítimo y coyuntural por hacerse un espacio, por reclamar un derecho a la ciudad.

Son sus acciones cotidianas las que operan en la producción de esa ciudad posible que se ensaya y experimenta en su espacio inmediato, para poder vivir en él bajo sus propias reglas, mediante actos modestos de resistencia que aprovechan oportunidades para satisfacer sus necesidades prácticas (De Certeau, 1984; Nethercote, 2015). La informalidad urbana es en sí misma una forma de contra-conducta mediante la cual las personas desafían y re-escriben las reglas de lo que es urbanamente posible y lo que no. Estos actos incluyen luchas como las documentadas en este trabajo por gestionar la legalización de la tenencia de predios, obtener servicios y mejorar las calles. Estas luchas visibilizan a las mujeres en la esfera parroquial y pública, sin embargo, esto no significa que ellas sean percibidas como sujeto de derecho, sino como emisarias no remuneradas y siempre disponibles que luchan por las necesidades de otros. En otras palabras, aún resta un gran trecho para que la participación de la mujer no solo aborde las necesidades prácticas de ellas y sus familias, sino que además articule y vocalice sus necesidades estratégicas.  La inserción de las mujeres en labores productivas es también un acto de contra-conducta que desafía los roles de género tradicionalmente asignados, las empodera y otorga un sentido de identidad, esto a pesar de ganar menos, ser el último escalafón en la jerarquía de la pepena y conservar un rol sumiso como responsables de las tareas reproductivas en el hogar. Este empoderamiento, más allá de la autorrealización, también coadyuva a la construcción de una identidad común que, en conjunción con las redes de apoyo que han erigido entre vecinas y familiares, pueden ser germen de asociaciones emancipatorias (Del Valle, 1991).

La construcción de un espacio habitable con residuos es también un acto de contra-conducta. En este aspecto, ellas son agentes activos en la consecución del terreno, obtención de materiales del relleno sanitario y en la construcción de sus jacales. En este sentido, la organización de las mujeres para el desarrollo de sus viviendas podría detonar economías locales que remuneren y reconozcan su trabajo. Como en el caso de la colonia los Limones (Arista, 2010), la organización podría emular los sistemas de préstamo informales o “tandas” que actualmente se emplean en la comunidad como forma de ahorro. Sin embargo, además de la organización a nivel local, se requieren cambios legislativos que promuevan el desarrollo de vivienda en cooperativa, el financiamiento de instituciones crediticias y una red de actores que den soporte técnico y legal, apoyados en programas gubernamentales (Richer, 2010). La ocupación cotidiana de Los García 3 contiene una coyuntura que no es posible resolverse sin que se asuman responsabilidades por todos los actores involucrados en su formalización, desde sus empleadores en el relleno, hasta las instancias gubernamentales con injerencia en su caso.

En este sentido, investigaciones futuras pueden analizar la legislación existente en materia de vivienda y las oportunidades y cambios que esta requiere para facilitar esquemas de autoproducción de vivienda, más allá de la vivienda social terminada y producida en masa que el sector público promueve. También, se requieren investigaciones sobre el rol de la tenencia de la tierra en el bienestar de las mujeres y finalmente acercamientos de planeación y diseño urbano que busquen opciones para coadyuvar con la coproducción de un lugar realmente habitable para nuestras interlocutoras en función de las necesidades que ellas mismas han detectado y que tratan de cubrir de manera activa a pesar de las circunstancias.

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8. Referencias a otros recursos/Fuentes documentales

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9. Listado de Acrónimos/Siglas

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IMPLAN Instituto Municipal de Planeación

INEGI Instituto Nacional de Estadística y Geografía

LG3 Los García 3

ZMSLP Zona Metropolitana de San Luis Potosí

1 Un balance reciente puede encontrarse en (Vega, Martínez & Paredes, 2018, p.16)

2 La palabra pepenadora se refiere a las personas que ejercen

el oficio del reciclaje manual de residuos. El término proviene de la lengua autóctona Mexicana llamada Náhuatl, de la palabra pepenatl que significa recoger (Balcorta, 2009)

3 Otras autoras como Peake (2017) cuestionan el supuesto de que solo los métodos cualitativos se adhieren a la epistemología feminista e invita a transgredir la dicotomía cualitativo-cuantitativo para enfocarse en la reflexión y en el potencial de métodos como los geoespaciales para conectar fenómenos sistémicos con la experiencia vivida. Este debate, sin embargo, no es el enfoque de esta investigación.