Estudios

CIUDAD Y TERRITORIO

ESTUDIOS TERRITORIALES

ISSN(P): 1133-4762; ISSN(E): 2659-3254

Vol. LIV, Nº 214, otoño 2022

Págs. 799-812

https://doi.org/10.37230/CyTET.2022.214.1

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Nuevos paradigmas de la ciudad inacabada: la reactivación de espacios abandonados mediante usos temporales

Ignacio Grávalos-Lacambra(1)
Patrizia Di-Monte(2)

(1) Profesor Escuela de Arquitectura y Tecnología. Universidad de San Jorge, Zaragoza

(2) Arquitecta, coautora del programa estonoesunsolar

“(…) lidiar con la ciudad actual es la búsqueda de espacio y tiempo infrautilizado y su readaptación para la tarea deseada. Podemos explorar el uso de calles como zonas de juego, o las posibilidades de utilizar las azoteas, las tiendas vacías, los edificios abandonados, los terrenos baldíos, los pequeños espacios variopintos o las grandes zonas actualmente esterilizadas por monoculturas como los aparcamientos, las autopistas, los nudos ferroviarios y los aeropuertos”. (Lynch, 1995, p. 776)

Resumen: El elevado número de edificios abandonados existentes en la mayoría de las ciudades europeas exige una respuesta específica para su incorporación en nuevos ciclos de vida. La reactivación de estas piezas, necesarias estratégicamente para desencadenar procesos de regeneración urbana, entran a menudo en conflicto con la planificación urbana. Ante esta problemática, lastrada por la crisis económico-financiera, se están ensayando procesos flexibles de reactivación de edificios a través de los usos temporales que dan una respuesta a la coyuntura del “mientras tanto”. Lejos de mostrarse como procesos incompatibles con el planeamiento, cabe entenderlos como un sistema complementario, que debería disponer de un marco normativo que permita su inserción en la planificación urbana.

Palabras clave: Usos temporales; Vacíos urbanos; Ciudad temporal; Edificios abandonados.

New paradigms of the unfinished city: the reactivation of abandoned spaces through temporary uses

Abstract: The large number of derelict buildings in most European cities requires a specific response for their incorporation into new life cycles. The reactivation of these pieces, strategically necessary to trigger urban regeneration processes, is often conflictive with urban planning. Faced with this problem, weighed down by the economic-financial crisis, flexible processes of building reactivation are being tested through temporary uses that provide a response to the “meanwhile” situation. Far from being incompatible with planning, these processes can be seen as a complementary system, which should have a regulatory framework that allows its insertion into traditional urban planning.

Keywords: Temporary uses; Urban voids; Temporary city; Disused buildings.

Recibido: 10.01.2022; Revisado: 04.05.22

Correo electrónico: igravalos@usj.es; Nº ORCID: https://orcid.org/0000-0002-6185-9092

Correo electrónico: patrizia@gravalosdimonte.com; Nº ORCID: https://orcid.org/0000-0001-7654-5224

Los autores agradecen los comentarios y sugerencias realizados por los evaluadores anónimos, que han contribuido a mejorar y enriquecer el manuscrito original.

1. La ciudad inacabada

La sobreproducción urbana que generó la explosión del capitalismo y sus consecuentes ciclos de obsolescencia, derivaron en la aparición de estructuras que se iban activando o desactivando en función de los ciclos de vida económicos, cada vez más veloces y cambiantes. En los años setenta, desde la teoría urbana, se incidió en estas cuestiones espaciales generadas por la ciudad capitalista, definiendo los nuevos paisajes urbanos como consecuencia de los procesos de acumulación inherentes al modelo productivo. Los nuevos sistemas de producción y la eclosión de economías basadas en el conocimiento exigieron nuevos espacios, dejando obsoletas a las grandes infraestructuras de la producción en masa. Harvey (1977), en ese mismo contexto, teorizó sobre las constantes transformaciones que sufría el sistema una vez que colapsaba su capacidad acumulativa derivando en secuencias de construcción-destrucción territorial que provocaban desequilibrios en la estructura social. La aparición de un sinfín de vacíos en la trama urbana se traducía en interrupciones constantes en “la peculiar naturaleza de las ciudades” (Jacobs, 2011, p. 53).

Realizando una lectura histórica, el sociólogo Amendola en I centi colori del vuoto (2015) analizaba las diversas consideraciones que habían adquirido los vacíos urbanos a través del tiempo. La primera cuestión que abordaba el autor era el carácter cambiante de estos “fantasmas urbanos”, ilustrados a partir de las grandes plazas renacentistas europeas que hasta entonces representaban los grandes vacíos de la ciudad. Estos, a pesar de su inmaterialidad, contenían un gran poder simbólico: político (gobierno), comercial (mercado) o religiosos (fe). Siglos después y lejos de esta representatividad, la ciudad contemporánea ofrecía una serie de vacíos surgidos a la sombra de la ciudad industrial, presentando una posición habitualmente marginal. La modernidad va a producir innumerables espacios de este tipo, espacios del “mientras tanto” a la espera de ser reapropiados, espacios de lo posible, “como una porción de tierra en su condición expectante, potencialmente aprovechable, que no obstante ya contiene alguna definición de su propiedad a la que nosotros somos ajenos” (Solá-Morales,1996, p. 37).

La consideración del vacío y su repercusión en la estructura urbana ha sido interpretada a su vez bajo tres prismas (Muñoz, 2016): el vacío como grieta en la continuidad visual del paisaje urbano, el vacío como indeterminación formal del espacio urbano y el vacío como residuo urbano y herencia de un espacio urbano obsoleto. Estos, respectivamente, generan tres tipologías de situaciones urbanas que caracterizan la ciudad contemporánea: la ciudad interrumpida, la ciudad indefinida y la ciudad abandonada. En ese mismo sentido, extendiendo la visión a los edificios sin uso e introduciendo el concepto de nuevos ciclos de vida, se ha aludido a la cada vez más generalizada vacant city, formada por lugares de abandono, y sometida a “naufragios involuntarios de un proyecto de civilización que ha agotado el impulso y la función vital (…) a la espera de nuevas interpretaciones” (Marzot, 2015, p. 16). Dichos espacios, por tanto, se encuentran sumidos en una paradoja temporal, atrapados entre una realidad caducada (la ciudad del “ya no”) y otra que está todavía por llegar (la ciudad del “todavía no”).

Tanto la expansión o contracción urbana como las variaciones demográficas han revelado estos vacíos urbanos como un elemento fundamental en la consideración de la ciudad contemporánea. El número de las denominadas VUA (Vacant Urban Areas) se ha incrementado considerablemente desde el año 2000, tanto en Europa como en Estados Unidos, llegando a constituir en este último caso el 15,4% del suelo urbano (Pagano & Bowman, 2000). El presente artículo pretende abordar la problemática de las VUA, tanto terrenos baldíos como edificios abandonados, interpretándolas como una oportunidad para reprogramar la ciudad a través de estrategias de usos temporales. Se han analizado las causas, los beneficios, así como los riesgos que conllevan. Para ello se han considerado diversos estudios que pueden ejemplificar el impacto y la posibilidad regenerativa de un tejido urbano y social y de los que se extrapola una metodología para su análisis e implementación. Finalmente, se ha introducido el caso de Can Batlló para escenificar la posibilidad real de este tipo de intervenciones.

2. Del paisaje de la crisis al paisaje de la oportunidad

La realidad de los edificios abandonados en Europa es un tema de crucial importancia, dado que constituye un problema endémico en muchos de sus países miembros. No es posible considerar el crecimiento de las ciudades sin tener en cuenta las lógicas de reciclaje urbano y las estrategias de reprogramación. Esta preocupación se ha trasladado a numerosos trabajos de investigación que han abordado esta temática y que han ido introduciéndose en el imaginario colectivo a través de las diferentes muestras o exposiciones que han ilustrado y denunciado esta problemática1 (Fig.1).

Fig. 1/ Vacant NL. Bienal de Arquitectura de Venecia, 2010. Una ciudad formada por los espacios vacíos

Fuente: Adrian Welch

Las tipologías del abandono son muy diversas y abarcan diferentes escalas. Su taxonomía comprende desde vacíos por excelencia como solares o terrain vagues, equipamientos públicos (mercados, hospitales, escuelas, cuarteles, etc.), edificios residenciales, locales comerciales, colonias, faros, conventos, iglesias, mataderos, silos, cines, esqueletos urbanos propiciados por la paralización de la crisis, áreas más extensas como zonas industriales, puertos o infraestructuras obsoletas como vías de tren, canteras o aparcamientos. La variedad, por tanto, es inmensa y en muchos casos no se dispone de un registro o catalogación suficiente, siendo este, como veremos, un asunto capital en la transformación y gestión de estos espacios. Desde un punto de vista cuantitativo, existe una casuística que relaciona la eclosión de las VUA con la elasticidad de las ciudades. La aparición de terrenos baldíos está generalmente asociada a ciudades que han ampliado sus límites, mientras que la proliferación de edificios o infraestructuras abandonadas muestra una mayor correspondencia con la pérdida de población de la ciudad (Newman & al., 2018; Pagano & Bowman, 2000).

Las causas del abandono son múltiples y complejas (Oswalt & Overmeyer & Misselwitz, 2004; Bowman & Pagano, 2004). Algunas de ellas responden a coyunturas económicas como la debilidad de los mercados inmobiliarios, las crisis financieras, los recortes de inversiones, la ausencia de productividad o la inviabilidad económica de su rehabilitación. Otras vienen derivadas de la dificultad del cumplimiento de los procedimientos administrativos o de nuevas exigencias normativas inasumibles, por lo general referidas a exigencias ambientales y energéticas. En muchos casos la paralización de la actividad resulta provocada por los cambios de modelos productivos, acusando la ausencia de infraestructuras necesarias, la obsolescencia tecnológica, las exigencias logísticas, así como la dificultad la implementación de nuevas formas de trabajo. Finalmente, encontramos casuísticas originadas en inestabilidades políticas o en el rechazo social al uso planificado. Como vemos, las causas responden a una trama compleja de dimensiones tanto económicas, sociales, políticas como tecnológicas y, por tanto, exigen una mirada multidisciplinar para poder abordarlas.

Las continuas paralizaciones del sector económico, tanto público como privado, han dejado fuera del ciclo productivo a miles de espacios que aceleran su estado de degradación y ruina. Sin embargo, este enquistamiento puede ser considerado como una ocasión de repensar cuestiones obsoletas del pasado y descubrir nuevos modelos de desarrollo urbano para el futuro. Las dinámicas desencadenadas por las crisis han supuesto un auténtico laboratorio de innovación para el ensayo de los espacios residuales. Esta circunstancia, inicialmente lastrada por las connotaciones culturales del vacío, ha permitido redescubrir las inmensas posibilidades de la ciudad inacabada y la oportunidad, por tanto, de tener espacios de libertad susceptibles de ser apropiados. Esta praxis sugiere otra forma de abarcar la ciudad, muy alejada del monolítico pensamiento tecnocrático, privilegiando la indeterminación, lo alternativo, lo imprevisto o lo transitorio como elementos ineludibles del paisaje urbano. Se trata de considerar la anomalía de lo residual como un tránsito, “un momento de desmantelamiento de las viejas estructuras materiales y mentales antes de que las nuevas hayan sido diseñadas, montadas e instauradas” (Bauman & Bordoni, 2016, p. 106). La necesaria reprogramación de la ciudad no pretende solamente dar una respuesta destinada a la revitalización de la edificación, sino que aspira a establecer nuevas sinergias sociales dado que en muchos casos las nuevas visiones sobre el vacío están impulsadas sobre ideas latentes del futuro. Pero no solo es una cuestión que atañe a las estructuras en desuso. Las visiones arrojadas sobre los terrenos baldíos o abandonados se han abordado desde diversas perspectivas siendo consideradas oportunidades estratégicas no solo para reequilibrar tanto el tejido social o la actividad productiva, sino también como catalizadores ecológicos del territorio (Newman & Smith & Brody, 2017). Tanto desde una perspectiva antrópica como desde un enfoque ecológico, la gestión de los vacíos se erige como tema de especial importancia en la consideración de la ciudad contemporánea.

Si en el siglo XX la sociedad tecnocrática pretendió determinar la ciudad en su totalidad, en la actualidad el paradigma es bien distinto. Las prescripciones lógico-causales del planeamiento canónico han ido dejando paso a ciertos procesos complejos que otorgan a la indeterminación un valor en sí mismo. Emerge así el mito del bricoleur que tendrá una gran repercusión a partir de su introducción urbana en Collage City (Rowe & Koetter, 1998) y que introduce una visión fragmentada de la formación de la ciudad. Desde esta óptica, adquiere un valor la figura del ciudadano-bricoleur, protagonista activo de la ciudad inacabada, y que a partir de su capacidad de trabajar en red resulta capaz de detectar el vacío y activarlo, de “recodificar o generar una nueva estructura de códigos con intención última de construir una identidad revertida” (Luque & Pascual, 2014, p 18). No en vano, la constatación de los vacíos urbanos, muchas veces invisibilizados por el sistema, van a desencadenar motores de cambio promovidos por iniciativas ciudadanas, proponiendo nuevos modelos bottom-up frente a concepciones impositivas del planeamiento.

Es en este contexto donde se afianza el concepto de la ciudad temporal como respuesta a la ciudad del “mientras tanto” y que no hace otra cosa que poner de manifiesto una asincronía urbanística, subrayando el paradigma temporal que enfrentaba la rapidísima velocidad en la que se suceden los cambios en la sociedad contemporánea con la rigidez y la lentitud de las propuestas derivadas del planeamiento urbanístico. En el fondo de todas estas cuestiones subyace la canónica dicotomía urbana que opone el concepto antropológico de la cité, vinculado a un tipo de conciencia derivado del habitar, al concepto urbano de la ville, relacionado con la forma urbana (Sennett, 2019). Se muestran dos realidades urbanas aparentemente incompatibles: la urbs y la civitas, la ciudad planificada, armónica y bella frente a la ciudad vivida, caótica, azarosa y estéticamente devaluada.

Bishop, uno de los autores de referencia en el estudio de los usos temporales en el ámbito urbano, prologaba The Temporary City con un texto dedicado al “sueño de la permanencia”. Ponía así de manifiesto la voluntad generalizada de las ciudades de permanecer en el tiempo, de crear estructuras sólidas y no cambiantes, confrontando esos anhelos con la realidad contrapuesta de la fugacidad de la vida. Desde una óptica urbana, el autor detectaba la perversión del sistema en la que la ciudad, a través de una secuencia legislativa y constructiva, iba “solidificando” el carácter flexible y temporal de la estructura de la vida cotidiana (Bishop & William, 2012).

Nos encontramos, por tanto, en una coyuntura que muestra una ciudad que se activa entre los tiempos muertos propiciados por las crisis, entre el momento de lo planificado y el de su ejecución. Este tiempo de espera, el ya consolidado meanwhile, ha permitido flexibilizar el planeamiento urbano a través de la eclosión de usos temporales muchas veces desregulados. La reprogramación de la ciudad a través de los vacíos (físicos y legales) propicia un nuevo tipo de urbanismo a tiempo real, una “conectividad urbana bajo demanda” (Ferreri, 2015) basada en la movilización, activación y conexión que escapa al horizonte regulador y limitador. Todo ello arroja una lectura de la ciudad en base a un biorritmo urbano en el que la ciudad monorrítmica puede ser interrumpida temporalmente por otros ritmos derivados de la diversidad y de la variación de usos (Fig. 2).

Fig. 2/ The available City

Fuente: David Brown

3. Estrategias contra el abandono del patrimonio público

A pesar de la actualidad y de la relevancia de estas cuestiones, en Europa no existe una sólida reflexión sobre la reutilización del patrimonio público abandonado (Gastaldi & Camerin, 2017). Para hacer frente a esta carencia se están generando estudios financiados por la Comunidad Europea que abordan estas problemáticas2 y poco a poco se van generando metodologías para afrontarlas de un modo sistemático.

Las administraciones públicas se ven con frecuencia desbordadas por la gran cantidad de patrimonio público en estado de abandono. La incapacidad de realizar las inversiones necesarias o, en ocasiones, la falta de voluntad política por recuperar estos espacios ha relegado al olvido a un sinfín de patrimonio público que se va deteriorando con el paso de los años. Conscientes de esta dinámica, algunas administraciones han promovido mecanismos para gestionar estos espacios y rescatarlos de la ruina, dando soporte a actividades que antes solo se producían mediante acciones alternativas al sistema. Los mecanismos utilizados han sido diversos, desde la propia enajenación de bienes, la concesión mediante canon o la cesión gratuita, posibilitando la eclosión de procesos de mantenimiento y revitalización de los espacios abandonados. En el contexto europeo, y condicionados por una lectura histórica, los procesos han mantenido un enfoque conservacionista, privilegiando el carácter patrimonial y priorizando el sentido espacial sobre el temporal. En la actualidad, esta situación está transformándose, reequilibrando el papel social y ambiental respecto a la condición puramente arquitectónica (Marra & al., 2016).

La enajenación de bienes supone la obtención de recursos económicos a corto plazo por parte del Estado si bien constituye también una pérdida irrecuperable de patrimonio público. Ello conlleva no solo un empobrecimiento patrimonial sino también pérdida de la dimensión simbólica de la ciudad y, en cierto modo, al borrado de la memoria histórica. Estas estrategias no siempre responden a una cuestión económica ya que en ocasiones están motivadas por una ausencia de utilidad pública y pueden incorporarse a un ciclo de vida alternativo a lo público, recorriendo un espectro que abarca desde el bien común a la iniciativa privada. Sin embargo, esta tendencia también muestra síntomas de agotamiento. El modo habitual en que el Estado daba salida a las innumerables propiedades públicas estaba basado en la amplia demanda del sector privado. Como han demostrado recientes estudios económicos, las sucesivas crisis han reducido drásticamente las demandas generando una gran cantidad de edificios sin uso estancados (Mangialardo & Michelis, 2018), con lo que se ha producido una reducción de las opciones de obtener valor a través de estas operaciones.

Las administraciones, muy atentas a estas oscilaciones, han iniciado en diversos países a plantear convenios con asociaciones y grupos autoorganizados para experimentar nuevos enfoques con los que afrontar las contingencias del abandono. Estas tácticas estratégicas, principalmente desarrolladas en Holanda, Alemania e Italia, han puesto en valor aquellas comunidades pioneras (asociaciones con o sin ánimo de lucro, oficinas profesionales, estudios artísticos o culturales) como modos de incentivar la actividad y desencadenar procesos de regeneración urbana que puedan revertir las consecuencias del vacío. Cabe distinguir una variación conceptual geopolítica. Mientras que en países del norte de Europa se prima el impacto sobre la escena urbana y su incidencia sobre la transformación social, en países mediterráneos se puede detectar una focalización sobre la rentabilidad económica. Estas dinámicas se deben, entre otras, a los instrumentos legales y normativos que amparan muchas de las iniciativas en el primer caso, y que contrasta con un vacío legal en la normativa urbanística nacional y regional en el segundo.

De este modo se han formulado alternativas a la pérdida del patrimonio público. Es en este contexto donde surge la posibilidad del uso temporal de los edificios abandonados como estrategia innovativa y que todavía hoy encuentra difícil encaje en los sistemas normativos y urbanísticos. Estas prácticas, que bien pudieran parecer marginales principalmente porque surgen de procesos bottom-up, se han extendido a lo largo del territorio europeo, estableciendo actualmente una extensa casuística. La reapropiación y ocupación de edificios sin uso ha dado lugar a una serie de prácticas paralelas a la planificación urbana que no hacen sino proponer una nueva gestión del tiempo (el mientras tanto) y del espacio (el vacío). De ahí, el nuevo carácter que adquieren los llamados “espacios en transición”, espacios que se encuentran atrapados temporalmente entre el pasado y el futuro, “espacios vacíos o infrautilizados, que han quedado en una situación de desaprovechamiento o abandono por estar en transición entre dos momentos de actividad y uso” (Abarrategui & Burgués, 2016, p. 12)

La proliferación de estas prácticas ha dado lugar a una nueva categoría de oficinas gestoras de carácter no gubernamentales cuya función es la mediación y conexión entre actores y espacios. Buen ejemplo de ello son Urban Residue, Golfstromen y Urban Resort en Amsterdam, SpareSpace en Groningen, Precare en Bruselas, Keim en Basilea o Coopolis y Stattbau en Berlín (Stevens, 2018). A pesar del carácter no gubernamental, el municipio se convierte en un elemento fundamental para su desarrollo aceptando y otorgando la categoría de “uso temporal”, garantizando las iniciativas, incentivando a los propietarios, coordinando los diversos servicios municipales, fomentando y apoyando dichas prácticas, implementando cauces de participación o facilitando los trámites burocráticos (Oswalt & Overmeyer & Misselwitz, 2004). En algunos casos, como en el programa “estonoesunsolar” de Zaragoza (Fig. 3), la gestión se realizó desde la misma administración local a través de una oficina gestionada desde la Sociedad Municipal Zaragoza Vivienda (Grávalos & Di Monte, 2014).

Fig. 3/ Reactivación de vacíos urbanos en Zaragoza. Programa Estonoesunsolar y Out

Fuente: Ignacio Grávalos Lacambra & Patrizia Di Monte

La cuestión normativa es crucial ya que el éxito o el fracaso de la implantación y pervivencia de los usos temporales depende en gran medida de la flexibilidad legislativa, así como de su integración en directrices políticas. Este punto ha sido constatado experimentalmente mediante la importación de prácticas de éxito que no han perdurado en otras localizaciones debido a la divergencia del marco legislativo (Galdini, 2020; Patti & Polyak, 2015).

4. Acerca de los usos temporales

El concepto de temporalidad contiene en sí mismo una gran indeterminación y no existe un consenso exacto. ¿Cuándo un uso se considera temporal?, ¿qué es lo que define la temporalidad? Bishop argumenta que la temporalidad parecería exigir un inicio y un final determinados. Sin embargo, la cuestión de la cuantificación temporal está muy determinada por cuestiones culturales, siendo en última instancia un término de definición voluble y muy condicionada a lecturas retrospectivas. El autor afirma que “un uso no es temporal hasta que se prueba que sí que lo es, hasta que desaparece” (Bishop & William, 2012, p. 5). El autor, considera el uso temporal como aquel que se corresponde al periodo de provisionalidad en el que un uso concreto, habitualmente comercial, no es viable. La temporalidad, pues, está sometida a la ondulación de los ciclos económicos y en ese sentido contienen un alto grado de indeterminación inherente al meanwhile.

Los primeros estudios europeos sobre la implantación de los usos temporales analizaron las nuevas oportunidades económicas y sociales que ofrecían los espacios del abandono a través de ese tipo de usos. Tal y como afirma Stevens (2018), estas aproximaciones introdujeron varias novedades en el ámbito de la planificación. La primera de ellas era la consideración estratégica de los usos temporales para la activación económica en el desarrollo de antiguas áreas industriales abandonadas, tanto integrados en el Master Plan como de modo alternativo a la planificación. La segunda cuestión es la relativa al reconocimiento de los actores de las industrias creativas como agentes eficaces para la reactivación de estos espacios. Su perfil experimental proponía tanto un tratamiento alternativo del espacio como una gestión innovadora de la actividad. En este sentido, se producía un efecto determinista del espacio sobre la actividad, en el que la propia arquitectura, muchas veces autoconstruida, provocaba nuevas maneras de afrontar nuevos usos. Por otra parte, y tras una extensa casuística, las administraciones públicas reconocían los usos temporales como oportunidad de reactivación económica, como foco de atracción para sectores creativos. Lejos de considerarse un problema endémico se empezaron a considerar como estrategias potencialmente interesantes para la renovación urbana. Finalmente, la política de planificación, muy consciente del poder de regeneración urbana y social, empezó a ensayar fórmulas para la promoción de usos temporales incardinados en los propios procesos urbanísticos, incorporándolos como un proceso integrante de una visión a largo plazo.

Si la definición de la temporalidad resulta por sí misma problemática, la definición del uso temporal también presenta ambigüedades. Los estudios realizados por Urban Catalyst (Oswalt & Overmeyer & Misselwitz, 2004) establecieron una primera aproximación a los diversos conceptos que definen los usos temporales en edificios vacíos, definiéndolos como:

  1. Usos realizados en un lugar por personas ajenas a su propiedad.
  2. Usos realizados por personas en una propiedad que no es suya, sin (o con una pequeñísima) contraprestación económica.
  3. Usos puntuales y limitados en el tiempo, debido a:
    • La condición ilegal de la actividad, que puede cancelarse en cualquier momento.
    • La legalización de un uso que puede finalizar debido a la regulación temporal de un contrato.
    • Por la finalización de un contrato o permiso tanto con un propietario privado como con la administración pública.

Estos mismos autores, diferenciaban los usos temporales de los informales, que podrían ser considerados en algún momento como permanentes pero que no tenían una relación formalizada con el propietario (privado o público) del espacio y que eran o bien desconocidos por él, o bien tolerados.

Dzokic & Neelsen (2010) introducen el concepto de Interim, término que definen el tiempo comprendido entre el fin de la función original de un edificio o espacio hasta que vuelve a ser desarrollado, ofreciendo un lapso de tiempo y un espacio para desarrollar iniciativas que puedan abrir perspectivas de futuro. La idea principal es la del establecimiento de un uso diferente al común, planificado o habitual, en un periodo concreto de tiempo. En un intento de categorizarlos, Lehtovuori & Ruoppila (2012) hacen una distinción entre los usos “primarios”, correspondientes a los señalados originalmente como usos posibles del suelo y los “secundarios”, relativos a los usos temporales. Estos mismos autores clasifican su uso según su incidencia temporal o espacial, distinguiendo las actividades transitorias (tienen lugar una sola vez), recurrentes (reiterativas, suceden varias veces pudiendo responder a ciclos) o migratorias (una misma actividad se desplaza de un espacio a otro).

Desde una perspectiva geográfica, existe una relación espacio-posibilidad según la teoría de la value gap, determinado por el atractivo que ciertas localizaciones presentan para su reurbanización (Smith, 1996). Cualquier espacio es susceptible de albergar este tipo de uso, tanto en su posición central como marginal. En el caso de situaciones periféricas o marginales, la clave está en la activación de los “pioneros del espacio”, usuarios que ven en ello una oportunidad, mientras que en espacios que ya disfrutan de cierta centralidad, la clave se encuentra en la intensificación de los usos. Lehtovouri & Rouppila (2012) incorporan una tercera tipología espacial que completa las dos anteriores: las areas losing significance relativas a aquellas ubicaciones que, habiendo tenido relevancia, la están perdiendo. Esta tercera tipología trata de no perder el pulso urbano y la consecuente contracción de la ciudad, procurando mantener una escena urbana digna y una actividad productiva y cultural a través de actividades de escala menor. Estos autores asignan atributos a cada una de estas tres categorías espaciales en función del uso, flujo, significado, perspectivas de desarrollo y objetivos.

Los objetivos de los usos temporales, como hemos visto, exceden a la propia repercusión del uso determinado ya que tienen una voluntad integradora y regenerativa de la ciudad (Barberis & Sandven, 2019; Scheffler, 2018; Lehtovuori & Ruoppila, 2012). Por ese motivo, el planteamiento de este tipo de uso aspira a lograr un equilibrio entre las nuevas posibilidades económicas y los vínculos sociales que estas generan. Dentro de esta lógica interna, además del sector de la industria creativa antes mencionado, las asociaciones y colectivos se convierten en agentes que recurrentemente intervienen debido a su implicación y vocación comunitaria. Dicha actividad no solo genera beneficios económicos, sino que activan sinergias entre el “activador” y la comunidad que regeneran tanto el tejido urbano como el social. Este tipo de nuevas economías está siempre muy vinculado con la experimentación de nuevos modelos urbanos, dando lugar a espacios innovadores que tienen la capacidad de renovar, polinizar y revitalizar entornos degradados. En este sentido, muchas de las intervenciones responden a reivindicaciones vecinales o a cuestiones simbólicas que conforman el imaginario social de un sector determinado, convirtiéndose en centro neurálgico de interacción social. Debido a su carácter temporal adquiere una condición alternativa en el imaginario vecinal, suponiendo un escenario proclive para las pequeñas subversiones ciudadanas, para experimentar acciones no previstas por el sistema y escenificar aquella energía latente derivada del “murmullo de las sociedades” (De Certeau, 2007) con las que se construían su propio mundo. El ciudadano adquiría así un protagonismo que le permitía rescribir frases urbanas imprevistas en una ciudad planificada por tecnócratas, reapropiándose de espacios organizados por los técnicos de la producción sociocultural.

Los usos temporales funcionan como un “catalizador urbano” (Urban Catalyst). Es aquí donde surge la metáfora de la arquitectura enzimática (Ballesteros, 2006) referida a aquellas operaciones de acupuntura urbana que, a partir de pequeñas intervenciones, tienen la potencialidad de provocar grandes transformaciones. La implementación de usos temporales, en este contexto, aporta una serie de beneficios (Bowman & Pagano, 2004). Por una parte, garantizan al propietario el mantenimiento del edificio. En el caso de los edificios públicos, la administración se asegura la recuperación del espacio sin gasto añadido a la colectividad, manteniendo lugares seguros y alejados del vandalismo. Desde un punto de vista económico, admite la implantación de emprendedores emergentes con inversiones mínimas de capital y a través de interpretaciones libres e imaginativas del espacio. Finalmente, desde la óptica urbanística, permite al mismo “plan regulador”, a través de la implantación de un “proyecto sin función”, ensayar nuevas formas de economía, socialización y cultura. Por tanto, estamos ante un proceso que retroalimenta a los diferentes agentes participantes y que lleva asociado un retorno urbano y social. Este tipo de uso ha manifestado su eficacia como creadores de lugares en un sentido profundamente antropológico, capaces de impulsar indirectamente procesos de reactivación.

5. Impacto urbano de los usos temporales

El desarrollo de las ciudades has sido confiado habitualmente al Plan Urbanístico. Tal y como afirma Marzot (2015, p. 12), existe un desajuste asincrónico entre el Plan Urbano y el Proceso. El primero, ha sido el instrumento habitual en la transformación del territorio en base a cuestiones económicas, sociales y culturales que se han presupuesto estables y duraderas. El segundo, sin embargo, ha operado como un factor de desestabilización programática de aquello que el Plan Urbano había asignado como inmutable y duradero. Sin embargo, más allá de considerarlos conceptos antagónicos, es posible concebirlos en términos de complementariedad a través de estrategias de reúso que reinterpreten las claves de la temporalidad (Oswalt & Overmeyer & Misselwitz, 2013; Stevens, 2018).

En este contexto dialéctico, lo planificado versus lo temporal, se ha introducido una interpretación política que confronta lo “táctico” versus lo “estratégico” (Oswalt & Overmeyer & Misselwitz, 2004). De ese modo, el urbanismo planificado, el estratégico, dispone de un lugar autónomo desde el que construir una hipótesis de desarrollo. Es el instrumento del poder, del control y del dominio. El uso temporal, por el contrario, utiliza herramientas tácticas, no teniendo un lugar propio ni posibilidad de ejercer el control. Se desarrollan en lo instantáneo, en lo voluble, en lo efímero y lo indeterminado, atributos que precisamente son inherentes al concepto de urbanidad. Escapan a la solidificación, a las estructuras y por tanto tienen su mayor virtud en la invención de lo cotidiano. Debido a su falta de recursos, exigen una mirada creativa para hacer frente a la realidad. La estrategia se basa en una interpretación del lugar y en aventurar el futuro; la táctica se basa en una interpretación del tiempo y en habilitar el presente. La planificación estratégica, al contrario de la táctica, define objetivos para la ciudad y establece con precisión los modos para conseguirlos, no desviándose jamás de ese recorrido, reuniendo las ventajas de la visión amplia e integradora, pero también mostrando su debilidad a la hora de afrontar los cambios veloces de la sociedad.

Interesa aquí subrayar las posibilidades de los usos temporales como instrumento capaz de aportar soluciones en aquellos elementos enquistados por el planeamiento. Dicha estrategia tiene su valor principal en la flexibilidad y en la rapidez para resolver nuevos problemas y detectar nuevas oportunidades. Por otra parte, participa de la idea de que la ciudad del futuro, al menos en la perspectiva europea, está ya construida y por tanto la prioridad no es tanto la extensión urbana sino el reciclaje sostenible de la misma. Del mismo modo, opera bajo una óptica social dado que desencadena procesos participativos inclusivos en las decisiones de transformación urbana. Su propia flexibilidad consiente experimentar un gran espectro programático, ensayando diversos niveles de intensidad de uso. En ese mismo sentido, muchos de los usos temporales están vinculados a la creación de entornos de innovación y renovación cultural (Stevens, 2018) (Fig. 4).

Fig. 4/ Usos temporales en Zinneke Masui (Bruselas)

Fuente: Ignacio Grávalos Lacambra & Patrizia Di Monte

Si bien en algunos casos se han constatado evidencias de los beneficios que genera la implantación de usos temporales (Oswalt & Overmeyer & Misselwitz, 2004; Bishop & William, 2013; Di Monte & Lenna, 2022), tanto desde un punto de vista urbano como social, algunos autores se muestran escépticos con su capacidad regenerativa debido a los riesgos de gentrificación y especulación (Ferreri, 2015; Spataro, 2016). La proliferación de los VUA, muy condicionada según el grado de elasticidad de las ciudades, puede provocar desconexiones entre la comunidad local, generando contextos de conflictividad e inseguridad. Paralelamente, debe considerarse la degradación de la escena urbana y el efecto de contagio en áreas adyacentes con su correspondiente descapitalización y devaluación económica (Newman & al., 2018).

Para ello, resulta imprescindible disponer de herramientas de evaluación de dichos impactos, tanto sociales, económicos como político-urbanísticos. Marrades (2016, pp. 205-206) ha realizado una categorización taxonómica, desarrollando una metodología SROI (Retorno social de la inversión) para la evaluación objetiva impacto. Para ello, se sirve de una serie de indicadores como el número de usuarios, la tasa de diversidad socioeconómica, el número de agentes implicados en la gestión, los metros cuadrados activados, el horario de apertura, los servicios públicos, el presupuesto la evaluación financiera de los intercambios o el número de trabajadores en unidades de tiempo completo. De modo similar, la Urban Agenda Partnership on Circular Economy, publicó en 2019 un Handbook para el Circular Re-Use of Spaces & Buildings en el que se proponían herramientas de evaluación que aglutinaban consideraciones específicas del edificio, cuestiones relativas a su ciclo de vida, a los impactos ambientales, así como indicadores sociales relativos al Bienestar Justo y Sostenible.

El impacto propiamente urbano de los usos temporales se puede clasificar considerando las siguientes etapas en función de su duración y de la transformación del entorno (Oswalt & Overmeyer & Misselwitz, 2013):

Estas estrategias están siendo adoptadas ya en numerosos planes experimentales europeos en las que el Master Plan desarrolla parte del ámbito e incorporan una zona menos definida destinada a usos temporales, “zonas de baja tolerancia” (Bishop & William, 2012, p. 174), de modo que el mismo Plan ejerce como una especie de laboratorio urbano. Estas prácticas vienen a demostrar que no se trata de dos modelos excluyentes, sino que es posible incardinarlos en sistemas de desarrollo conjuntamente, dado que permiten combinar la inmediatez de los flujos bottom-up con las visiones amplias de los planes urbanos. Todo ello conlleva a una concepción encaminada a una “planificación débil” cuyo objetivo no es tanto la determinación de un futuro concreto como facilitar la construcción del mismo a tiempo real, a generar un urbanismo de código abierto en el que el hardware y el software metropolitano se van reconfigurando mutuamente (Oswalt & Overmeyer & Misselwitz, 2013). El nuevo modo de planificar, por tanto, se estructura en tres ejes: una planificación dinámica, un control compartido y una prototipación integradora. Si en el contexto europeo es habitual el impulso de los usos temporales a través de iniciativas comunitarias autogestionadas, diversos estudios (Galdini, 2020) han incidido en la crucial importancia del apoyo institucional y la convivencia de los usos temporales con una planificación urbana más amplia para asegurar una condición regenerativa real a largo plazo (Lyndon & García, 2015).

Recientemente, y en el contexto del proyecto europeo “Generative Commons” (Horizon 2020) se han formulado nuevos modelos analíticos y metodológicos para el estudio y la implantación de los usos temporales con el objetivo de facilitar herramientas tanto a la ciudadanía como a las diversas administraciones locales (Di Monte & Lenna, 2022). A través de un estudio de más de 100 casos europeos se ha creado una base de datos que integra cuestiones relativas al espacio, la gestión, la participación y los marcos legales. La reorganización de los datos ha permitido realizar una metodología secuencial que engloba las diversas etapas en la implementación de usos temporales, organizadas en torno a la oferta, demanda, convocatorias, financiación, implementación y evaluación. Estos procesos están organizados en fases, acciones, sub-acciones e indicadores. Dicha metodología pretende facilitar la comprensión de los procesos para la reutilización de edificios abandonados. Queda pendiente, no obstante, una estructuración algorítmica de los indicadores como sistema orientativo que permita priorizar la idoneidad de elección y la previsión del éxito en los casos de intervención.

La ausencia de un marco legal y el estado todavía incipiente de herramientas específicas de análisis de impacto, han provocado que la implementación de este tipo de prácticas se desarrolle habitualmente mediante canales alternativos y surgidos de un modo más o menos espontáneo de reivindicaciones asociativas. Seguramente, el caso más paradigmático en el contexto español sea el de Can Batlló (Barcelona). Se trata de una best practice ampliamente estudiada (Lacol, 2014) y de la que se dispone de cierta perspectiva analítica. El interés radica en la peculiar interacción entre la comunidad y la administración para la revitalización de una antigua zona industrial que había quedado como un residuo urbano abandonado. Una gran movilización vecinal consiguió la cesión de uno de los bloques del área, que desde el año 2011 está siendo autogestionado y ha conseguido devolver parte del área residual al barrio de La Bordeta. Se han generado zonas verdes y deportivas, huertos urbanos, viviendas sociales y equipamientos públicos como biblioteca, espacios para la comunidad, auditorio o talleres colaborativos. En dichas actuaciones conviven tanto los movimientos vecinales, sectores privados en forma de cooperativas y diversas entidades públicas.

La activación de este espacio fue fruto de las reivindicaciones de la propia comunidad que se enfrentaba a un planeamiento (Plan General Metropolitano, 1976) que ha sido señalado como el origen de su degradación urbana (Dalmau i Torvá, 2014). Esta reivindicación sobre el derecho vecinal a decidir sobre la ciudad fue capaz de reajustar el planeamiento en función de las necesidades reales del barrio y de experimentar nuevas formas de producción del espacio público. Dichas presiones vecinales lograron modificar la propia planificación urbana, produciéndose cambios de propiedad, cesiones, expropiaciones y reconsideraciones sobre el Plan General Metropolitano establecido a través de un modelo de empoderamiento ciudadano. A partir de la ocupación y rehabilitación inicial de la nave denominada “bloque 11” se han ido realizando intervenciones en el entorno con vocación urbana destinadas a hilvanar diversas zonas del barrio a través de nuevos recorridos peatonales y espacios vedes. Este primer paso ha servido como desencadenante de futuras intervenciones inspiradas en las motivaciones iniciales.

El sistema de gestión también resulta peculiar, tratándose de un espacio autoorganizado con una financiación mixta que, si bien prioriza la autogestión y autonomía, convive con otras formas de financiación privada e institucional. Más allá de las cuestiones relativas a la estructura urbana, la implementación de estos usos ha logrado movilizar a gran parte de la comunidad a través de varias asociaciones, imbricando a los diversos actores de un amplio tejido social. El carácter social viene subrayado por el tipo de actividades desarrolladas, con una clara vocación de retorno social y por la instauración de sus líneas de trabajo (vivienda, actividad económica local, educación, cultura y formación, redes vecinales y de soporte mutuo y espacios públicos y comunitarios (Cámara, 2018). Cant Batlló escenifica una relación experimental de la comunidad con el sistema, que a través de los usos inicialmente temporales bien puede perpetuarse en el tiempo, proponiendo modelos duraderos que inicialmente tenían la consideración de pequeñas utopías.

6. Conclusiones

Como hemos visto lo que aquí se plantea son dos modos diversos de interpretar la ciudad que evidencian

“la coexistencia de dos cualidades contrarias (…) que se niegan mutuamente. Sin duda, el rol territorial de los vacíos urbanos y metropolitanos como playa de acogida para todos aquellos usos y actividades que no encuentran su lugar y encaje en la ciudad ha favorecido históricamente esta condición” (Muñoz, 2016, p. 68).

Esta dicotomía debe encontrar un encaje que actualmente no tiene en los modelos de planificación y que, a pesar de contar con cierta experiencia principalmente en el panorama del norte de Europa, exigirá tomar medidas experimentales que pondrán a prueba nuevos modelos de planificación y de gestión. Ya hemos visto que, debido a la disparidad de los marcos legales, las experiencias y procesos no son totalmente replicables por lo que será necesario crear un contexto normativo que facilite la implementación y desarrollo de los usos temporales o, en su defecto, adaptarlos al contexto coyuntural.

Paralelamente a la consideración de los beneficios urbanos de los usos temporales, es necesario ponderar sus riesgos. En numerosos casos los usos temporales surgen en un plano paralelo o alternativo al del planeamiento, mostrando diferentes niveles de conexión con las administraciones públicas. Si bien por un lado esta forma de operar dota de una flexibilidad y una libertad incuestionables, por otro, la ausencia de la figura pública puede desencadenar diversos desequilibrios. Las nuevas formas de gestión de los usos temporales deben encontrar un equilibrio entre su flexibilidad inherente y la debilidad del control administrativo, dado que estas prácticas pueden degenerar en conflictos indeseados, bien entrando en competencia con servicios municipales ya existentes, bien limitando las lógicas globales, creando conflictos entre municipios o distritos (Lloret, 2015). Para solventar estos los posibles desajustes, resulta conveniente una figura supervisora por parte del poder público encargada de la evaluación de los procesos y que garantice el cumplimiento de los objetivos o, en su caso, una integración en el modelo de planificación local que ofrezca apoyo de gestión y financiero.

La integración de este tipo de estrategias en el planeamiento local requiere la existencia de un registro exhaustivo de todos aquellos espacios abandonados o infrautilizados existentes en la ciudad, tanto edificios como solares. Algunos municipios ya han impulsado estas prácticas de mapeado, que deberán ser cada vez más transparente e interactiva. Su digitalización permitirá establecer nuevos modos de gestión y nuevas opciones de interacción ciudadana.

Por otra parte, es preciso dotar al planeamiento urbano de nuevas herramientas que incorporen el “urbanismo suave” de los usos temporales en los instrumentos de planificación de modo que puedan convivir dos sistemas y dos lógicas urbanas bajo un mismo mecanismo. Los usos temporales abren un espectro de posibilidades capaces de reactivar realidades urbanas y sociales que de otro modo estarían condenadas a una progresiva decadencia o, en el peor de los casos, a la invisibilidad. En este contexto, cobra una especial importancia la necesidad de la medición y evaluación de los impactos. Se están proponiendo métodos cada vez más complejos y eficaces, pero es necesario continuar con el desarrollo de las herramientas necesarias para poder evaluar la incidencia urbana, social y ambiental, procurando integrar indicadores tanto cuantitativos como cualitativos. Esta herramienta deberá ser capaz de integrar los diversos indicadores de modo que encuentren un encaje en una visión global. En la actualidad, ya se están formulando modelos con indicadores que integran la ubicación, el tipo de propiedad, el tamaño, el coste de revitalización, la temporalidad, la financiación, las políticas específicas, así como factores sociales y ambientales (Newman & al., 2018; Barberis & Sandven, 2019).

Finalmente, la consideración de los usos temporales participa de una convicción sobre la necesidad de privilegiar una ecología urbana en la que la ciudad debe optimizar sus recursos introduciendo los espacios abandonados en renovados ciclos de vida. En la coyuntura actual, la posibilidad de re-utilizar los edificios abandonados, de re-construir en lugar de construir, de re-naturalizar en vez de urbanizar ya ha dejado de ser tan solo una opción. Si la inviabilidad económica ha sido el argumento para la eclosión del abandono, la temporalidad bien puede pensarse como una oportunidad de regeneración urbana.

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8. Listado de Acrónimos/Siglas

SROI Retorno Social de la Inversión

TUT Temporary Use Toolkit

VUA Vacant Urban Areas

1 En la XI Biennale di Architettura di Venezia (2010), con el lema “People meet in Architecture”, el pabellón de los Países Bajos presentó el proyecto “Vacant.NL” (Fig. 1), que exhibía la gran cantidad de edificios públicos sin uso existentes a lo largo de su territorio de modo que se podía formar una ciudad entera formada por edificios abandonados de diversos siglos, bajo hipotéticos mecanismos de collage urbano, mostrando el inmenso potencial de su posible reúso temporal. La intervención examinaba las numerosas tipologías del abandono dispersas por el territorio, formadas por iglesias, faros, búnkeres, palacios, etc. Bajo otra perspectiva, y retomando la sensibilidad sobre lo inacabado, el pabellón español de la XV Biennale Architettura di Venezia (2016) propuso la exposición “Unfinished”, que exploraba las posibilidades ofrecidas por las cicatrices urbanas de la crisis, especialmente severa en la realidad española. La mirada arrojada sobre la ruina permitió realizar una especie de taxonomía organizada en las categorías de Consolidate, Rapropiation, Adaptable, Infill, Naked, Perching, Rassignments, Guides y Pavements. Pero no solo se trata de una cuestión europea. La actual edición de la Chicago Architecture Biennial, bajo el lema “The Available City” aborda estas mismas cuestiones en el contexto norteamericano, señalándolo como uno de los temas prioritarios en el pensamiento urbano.

2 Los primeros estudios europeos fueron los realizados por Bürgin & Cabane en 1999 y Urban Catalyst en 2001-2003.Fruto de esta última investigación se publicó Urban Pioneers (Overmeyer, 2007). Véanse también el programa SEEDS (Interreg IV B), el Open Lab Ebbinge, Urban I, Urban II, los Urban Pilot Projects o los URBACT 2nd Chance. En la actualidad, Di Monte, project partner del proyecto europeo Horizon 2020 “Generatve Commons”, ha desarrollado el T.U.T. (Temporary Use Toolkit) para la reactivación de espacios en desuso a través de usos temporales.