Estudios

CIUDAD Y TERRITORIO

ESTUDIOS TERRITORIALES

ISSN(P): 1133-4762; ISSN(E): 2659-3254

Vol. LIII, Nº 207, primavera 2021

Págs. 65-76

https://doi.org/10.37230/CyTET.2021.207.04

CC BY-NC-ND

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Movilidad, migraciones y nomadismo. El urbanita y los espacios de ambivalencia y mediación en la ciudad del siglo XXI

Angelique Trachana(1)
Rubén ArturoCacsire-Grimaldos(2)

(1)Dra. Arquitecta, Profesora de la Universidad Politécnica de Madrid, Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid.
(2)Arquitecto, Doctorando en la Universidad Politécnica de Madrid, Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid.

RESUMEN: Desde un enfoque interdisciplinar, se trata de definir la condición del urbanita contemporáneo y su espacialidad. La conceptualización de lo nómada abre nuevos caminos para pensar las diferentes movilidades, la construcción de las identidades y las transformaciones espaciales de la gran ciudad en el mundo global e interconectado. El estudio se plantea sobre tres líneas directrices: una aproximación al reconocimiento del sujeto contemporáneo ‘urbanita’ y el cambio de sus referentes estables por referentes inestables, los efectos de la mediación tecnológica en la vida nómada y las transformaciones de su entorno, es decir, el sujeto, su entorno y la mediación. El urbanita contemporáneo en constante ‘errancia’ va erosionando continuamente las estructuras instauradas sedentarizantes, de vigilancia y control de la gran ciudad, instituyendo espacios de relaciones transitorias y de carácter ambivalente.

PALABRAS CLAVE: Nómada; Urbanita; Mediación; Instituyente; Ciudad fragmentada.

Mobility, migrations and nomadism. The urbanite and the spaces of ambivalence and mediation in the city of the 21st century

ABSTRACT: From an interdisciplinary approach, this paper is about defining the condition of the contemporary urbanite and its spatiality. The conceptualization of the nomad opens new paths to think about the different mobilities, the construction of identities and the spatial transformations of the big city in the global and interconnected world. The study is based on three guidelines: an approach to the recognition of the contemporary urban subject and the change of its stable references by unstable references, the effects of technological mediation on nomadic life and the transformations of its environment, that is, the subject, its environment and mediation. The contemporary urbanite in constant ‘wandering’ is continually eroding the established sedentary, surveillance and control structures of the big city, instituting spaces of transitory and an ambivalent nature relations.

KEYWORDS: Nomad; Urbanite; Mediation; Instituting; Fragmented city.

Recibido: 01.12..2019; Revisado: 02.06.20
Correo electrónico: angelique.trachana@upm.es; Nº ORCID: https://orcid.org/0000-0002-4398-4543;
Correo electrónico: racacsire@unap.edu.pe; Nº ORCID: https://orcid.org/0000-0003-1063-3023
Los autores agradecen los comentarios y sugerencias realizados por los evaluadores anónimos, que han contribuido a mejorar y enriquecer el manuscrito original

1. Una aproximación a la condición “nómada”

Desde la perspectiva de la sociología y la filosofía, el análisis de las subjetividades en el mundo urbano contemporáneo parece orientarse hacia la condición nómada. El nomadismo y el movimiento se adoptan como categorías epistemológicas y metodológicas para estudiar los cambios estructurales en las urbes globales. Según el sociólogo francés, Michel Maffesoli (1999: 138-140), uno de los fundadores de la sociología de la vida cotidiana, en sus análisis de la posmodernidad y de las “tribus urbanas”, las identidades ahora se construyen imaginativamente sin ideologías afirmadas y empíricamente vividas. El individuo-urbanita busca resquicios de libertades entre la soledad y la pérdida de identidad en el mundo globalizado. Una aportación significativa a la definición del nuevo urbanita y su espacialidad, viene del pensamiento poshumanista de Sloterdijk (2012) y Braidotti (2009), para quienes es la adopción creativa de una vida móvil y su vitalismo frente al sedentarismo, la forma de vida que corresponde al urbanita-nómada en la era del capitalismo industrial.

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Fig. 1/ En la gran ciudad.

Fuente: https://wallhere.com/es/wallpaper/1677147

La vida del siglo XXI, orientada hacia un nuevo orden mundial, debido fundamentalmente al cambio estructural que están atravesando las grandes ciudades, en detrimento de las pequeñas, se basa en la creciente movilidad poblacional. La movilidad de escala mundial sin precedentestiene como factores principales, en primer lugar, la creciente brecha entre países ricos e industrializados frente a países sumidos en pobreza, constituyéndose en una enorme atracción, en la esperanza de alcanzar mejores condiciones de vida para un grueso de población en pobreza y extrema pobreza. En segundo lugar, es innegable el hecho de que en países de Europa, Norteamérica, Canadá y Japón, principalmente, la población está envejeciendo y la decreciente tasa de natalidad sólo podrá ser compensada con la inmigración inducida. Así lo determina el nuevopacto sobre migración de la Organización de Naciones Unidas, firmado en diciembre del 2018 que, por otro lado, reconoce la migración como un derecho humano, que así debe ser reconocido por todos los Estados. Factores que podrían desatar históricas avalanchas migratorias y reconformaciones demográficas de enorme impacto son los conflictos internos, autocracias, dictaduras, guerras civiles, terrorismo, extrema pobreza, desastres naturales y otros que generan desplazamientos internos, locales y nacionales enlazados a los movimientos poblacionales internacionales. Tras toda migración internacional subyace una serie de causas internas locales y nacionales.

Para estas poblaciones inmigrantes en la gran ciudad, las perspectivas son la precariedad y la temporalidad laboral, la inestabilidad relacional y los desplazamientos. En una vida cotidiana en cuya forma de habitar, la movilidad y la conectividad son las características principales, se suma todo un elenco de categorías urbanas de vida precaria que se desenvuelve en espacios “genéricos”, medios de transporte, cibercafés, delivery y otros “no lugares” y, que supone una transformación radical de la vida cotidiana entendida desde el sedentarismo. El cambio y la innovación como valores de la sociedad de la información y el conocimiento, la necesidad de buscarlas oportunidades allí donde se encuentren, diversos vagabundeos y múltiples anomías, la movilidad, en definitiva, que conlleva la vida contemporánea, perfila el ‘nómada’ como categoría emergente en las urbes globales del siglo XXI.

La elaboración filosófica del concepto de lo nómada relaciona la movilidad, el desplazamiento y el cambio como claves en el análisis de la identidad de las personas adoptadas transnacionalmente. Las diversas formas de alteridad en las sociedades sedentarias están contribuyendo, todas ellas, a desarrollar un sentimiento de cultura común y de una solidaridad (Deleuze & Guattari, 2010). La circulación de los individuos de comunidad en comunidad, establece entre éstas lazos no institucionales y favorece, en su sentido más fuerte, una cultura común en que los emigrantes, refugiados, artistas, intelectuales, científicos, comerciantes y otras especies migratorias contribuyen todos a desarrollar el sentimiento de una pertinencia común.

Como una categoría transversal y atemporal, examinada en otros tiempos con la misma intensidad, lo nómada, asociado con la inestabilidad y la transitoriedad, los modos de ser y de pensar que podían calificarse como confusos, flotantes, descompuestos o simplemente aventureros, son en nuestros días ampliamente vividos por toda una serie de marginalidades tendientes a convertirse en la centralidad de la sociedad que está en curso de elaboración. “Es, en este sentido, que la errancia, con relación a ciertos valores burgueses establecidos, puede ser una prueba de creatividad” en lo que concierne la vida contemporánea. Un ideal tipo, de una forma quizá algo exagerada, pero que

“resalta la dimensión vagabunda de la vida que es, a la vez, fecundante, potente, y bulliciosa, al tiempo que no se acomoda a las formas institucionalesde dominación por ser demasiado racionales y singularmente abstractas” (Maffesoli, 1999: 137).

Karl Marx aludía a la bohemia como aquel lado de la sociedad combinada de

“lagartones arruinados de dudosos medios de existencia, de aventureros, de desechos corruptos de la burguesía, vagabundos (...), rateros, charlatanes (...), rufianes encargados de casas públicas, mozos de cuerda, escritorzuelos, organilleros, traperos, estañadores, mendigos, en resumen, toda esa masa confusa, descompuesta, flotante que los franceses llamaban la bohemia”.

Según Maffesoli (1999: 132),

“el nomadismo no está únicamente determinado por la necesidad económica o la simple funcionalidad. Su móvil es otro: el deseo de evasión. Es una especie de pulsión migratoria que incita a cambiar de lugar, de hábito, de compañeros, y ello para realizar la diversidad de facetas de la personalidad”.

Así, frente a la uniformidad étnica, el vitalismo, la función dinámica de la exploración, la pulsión de migración, la integración y naturalización de marginalidades es la animación social o ampliación de las potencialidades sociales, en su más fuerte sentido, las que distinguen nuestra época y esta clase “urbanita nómada” siempre en evolución, transformación y subversión de lo establecido. Su impulso en todas las facetas de la sociedad -demográfica, económica, cultural y moral- puede ser observada como pulsión creativa. Dentro del pensamiento poshumanista de Sloterdijk (2012) y Braidotti (2000), el nomadismo representa una aguda consciencia de no fijación de límites, el intenso deseo de rupturas, de transgresiones, de subversión de lo establecido, un estar en una frontera. El nómade está en disposición para un cambio de posición, para sobrepasar el límite. Toda subversión no tiene por qué asumir únicamente una filosofía afirmativa en una lógica ciega y perversa que se alimenta a sí misma con la idea de ‘progreso’ ilimitado del capitalismo, heredada de la Ilustración y el Humanismo (Maureira, 2016: 9). La subversión desde una perspectiva de la propia trayectoria, de lo que somos, de nuestro ser contemporáneo como individuos, se desgaja de la idea de subordinación del individuo a un orden social que ha fomentado el capitalismo.

Estar en la vanguardia, el que marcha en primera línea, como indica el término, por su propia situación ejerce violencia contra el orden establecido. No se trata de un análisis

“a partir de categorías psicológicas, de un individuo agitado o desequilibrado, sino de la expresión de una constante antropológica: aquella de la pulsión del pionero que marcha siempre adelante en su búsqueda de El Dorado”. Entendida esta búsqueda,

“tanto como el oro para los alquimistas medievales, no concierne sólo la posesión de un bien material o cambiable, sino que es el símbolo de una búsqueda sin fin, la búsqueda de sí en el marco de una comunidad humana donde los valores espirituales son las consecuencias de la aventura colectiva. Es por ello que la frontera debe forzarse siempre a fin de que la aventura en sus diversas modulaciones pueda continuarse” (Maffesoli, 1999: 128-129).

En el imaginario colectivo, el mito del caballero errante, cualesquiera sean las figuras contemporáneas que pueda tomar, se mantiene presente. En el marco de las sociedades industriales y posindustriales, la pulsión del viaje, la fuga, la errancia, el nomadismo como cambio de experiencias y aprendizaje, que tiene raíces arcaicas, están profundamente grabados en nuestra estructuración y es el recuerdo de una juventud arquetípica de las cosas y del mundo. Sirve de anamnesis a lo que fue el acto fundador de un amor, de un ideal, de un pueblo, de una cultura, revigorizando con ello la entidad en cuestión, redinamizándola, dándole una nueva vida. Sigue siendo una visión, un sueño atrayente que recuerda lo instituyente que relativiza la pesadez mortífera de lo instituido. Al destacar el aspecto extraño, extranjero, nómada del cual está modelada una cultura atropellando lo establecido de las cosas y de las personas, como dice Maffesoli, (1999: 128),

“el nomadismo es la expresión de un sueño inmemorial que siempre se ha encontrado entorpecido de diferentes maneras por lo instituido: el cinismo económico, la reificación social o el conformismo intelectual”.

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Fig. 2/ En el aeropuerto.

Fuente: https://www.skyscanner.es/noticias/

2. El urbanita contemporáneo nómada

2.1. Lo instituyente frente a lo instituido

Si el nomadismo constituye una condición humana, condición existencial o estado espiritual asociados al emprendimiento y la creatividad, si representa lo instituyente frente a lo instituido, la línea metodológica de este trabajo se dirige a demostrar el nomadismo como una manifestación de las ciudades globales de finales del siglo XX e inicios del siglo XXI, consecuencia de un conjunto de factores que están generando impactos, cambios y reconfiguraciones de orden social, económico, político-institucional y espacial de la gran ciudad experimentada en estas últimas décadas.

Efectivamente,

“la vida individual e institucional es cada vez más móvil e interlocalizada. Una cantidad de aspectos de la movilidad contemporánea transforma las subjetividades y las relaciones sociales. La educación intercultural contemporánea se centra en las influencias socioculturales, en las creencias y comportamientos de las personas. Para una porción creciente de la población, el trabajo y el ocio se unen y fusionan, y estos vínculos entre ellos se vuelven dominantes. Los viajeros traen su mundo –y a ellos mismos– a otros mundos: sus experiencias, identidades, imaginación, hábitos y habitus. Las tecnologías modernas hacen que el significado de ‘viajar’ se haya alterado. Las movilidades virtuales y corporales se superponen, con importantes implicaciones para la experiencia del tiempo y del espacio. El flujo simultáneo y ahistórico de imágenes y presentes fuerzan al ser humano hacia una experiencia deshumanizada, carente de límites temporales y espaciales; (…) pueden tener cierta transcendencia para los lugares donde se articulan estas movilidades, teniendo en cuenta la capacidad transformadora que se suele asociar a ellas” (Gaggiotti & al, 2015: 6-7,9).

Los desequilibrios demográficos debidos a los crecientes movimientos poblacionales se reflejan en la configuración espacial de lugares de partida y principalmente ciudades de destino, que se verán cada vez más alteradas en su configuración espacial como consecuencia inevitable de la composición social móvil e inestable. Inexorablemente el ser de lo social hoy es fluidez, circulación, un perpetuo devenir. Para Maffesoli (1999: 139), “la sociabilidad va a reposar en un interaccionismo simbólico informal y a la vez muy sólido”. La metrópolis global, como fenómeno de análisis e interpretación de las tendencias sociales urbanas, presenta además una serie de manifestaciones y comportamientos que conjuntamente, podemos aventurar, configuran el ‘nuevo urbanita’.

El enfoque temporal de la vida nómada merece una atención especial. Esta concepción innovadora de lo nómada, se encuentra en el devenir y no en el pasado ni en el presente; organiza una narrativa que abandona el modo de organizar lo social, el mito del orden, de una determinada forma de reunir gente, definir experiencias, personalidades, identidades e historias. Law (1994) considera estaforma de cómo se concibe lo colectivo-institucional abierta, imaginativa, ingeniosa y de una nueva dimensión estética, en términos de Guillet de Monthoux (1998). La emergente “clase creativa” de las grandes ciudades (Florida, 2009), podría hacerse extensible en esta masa fluctuante en que la subjetividad nómada se acomoda a la indeterminación y la incertidumbre y, frecuentemente, al riesgo, la iniciativa, la inventiva y la creatividad que le es propia.

Al tiempo-espacio en que se viven relaciones diferentes que en la vida sedentraria, Deleuze & Guattari (2010), asumiendo una crítica a la polarización social que la sectorialización espacial y la movilidad dominante del capital global produce, llaman espacio in-between, un espacio social como intersticio. Así mismo, frente al efecto de homogeneización bajo el paraguas de una supuesta hibridación cultural de la globalización, Feliu Fabra (2015) defiende un concepto de “traslación”, en tanto que desplazamiento que permite al nuevo urbanita

“crear puentes, acercar y relacionar lenguajes, códigos, emociones y puntos de vista que en un principio podrían parecer contradictorios” (Gaggiotti & al., 2015: 7).

2.2. Referentes inestables frente a referentes estables

El nomadismo y el movimiento como epistemología para leer del mundo contemporáneo adopta el montaje, el pastiche, el bricolaje y el collage como metodología frente a la perspectiva de un mundo estructurado. El nomadismo metodológicamente permite una narración de historias en la “liminalidad” (Turner, 2005 ) evitando y desafiando cualquier pretensión de leer estados unitarios y estables, en

“una desconexión activa de cualquier intento de fijación, definición, clasificación, codificación (Gaggiotti & al., 2015: 8).

Entre las capas de la propia subjetividad se lee esta “traslación” continuamente como la experiencia de la “deriva” pasando por los “no-lugares” de la “ciudad genérica” y la multi-culturalidad, más que inter-culturalidad en Europa. “Traslación” viene a significar relación que organiza un discurso no lineal y basado en una estructura definida por una sucesión causal. Los significados se conforman entre voces distintas como collage. La “traslación” se asume como estrategia de conocimiento y como estrategia política para poner en movimiento aquello inmovilizado y predefinido desde la modernidad: la identidad, la memoria, el territorio, la cultura. Así frente a ideologías del dominio de la gente y de las cosas, se presentan lógicas y sus narrativas que se gestan en un pensamiento del cambio, a saber, aquello que hace pensar el ser en perpetuo devenir. El pensamiento posthumanista, al contrario que el capitalismo que fomenta un sedentarismo (el consumo y acumulación de mercancías) opone una “liberación”, la consciencia nómade, que supondría la adopción creativa de una vida móvil.

Sloterdijk (2012) critica fuertemente la pereza y el inmovilismo del ser humano que se aleja de la “ejercitación de la vida” dejándose llevar por la costumbre y el hábito sin atender a las tensiones verticales (ascéticas) de la vida que incitan al cambio. En su propuesta de “ética nómade”, lo que define al nomadismo no es el viajar, sino la subversión de las convenciones establecidas; no es la carencia de hogar, sino el ser capaz de recrearlo en cualquier parte; no es el rechazo y aversión por crear bases estables, sino el hecho de aprender a vivir en transición sin adoptar ningún tipo de identidad como permanente. Es el vitalismo poshumanista,

“la apelación a la vida como potentia. La característica fundamental de lo vivo es detentar un tipo particular de organización, a saber, una organización “autopoiética” (Maureira, 2016: 2-4).

Como diría Sloterdijk (2007: 1-3),

“el sujeto que se define por su referencia a una patria es como un animal que hubiera hecho suyo el privilegio de las plantas de echar raíces. Claro está que ese animal con raíces representa una imaginaria forma híbrida que, bajo condiciones históricas distintas, deberá pagar el precio de su imposibilidad biológica”.

El inicio de ese cambio histórico decisivo lo marca la ciudadanización y la movilización de las formas de vida. “El fin de la civilización sedentaria inaugura una época de crisis permanente del concepto de patria” y esta transformación de la conciencia del ser humano actual respecto a sus condiciones de residencia, conforma el nuevo ‘urbanita’. “La falsa conexión entre el territorio y su propietario es hasta hoy uno de los legados más efectivos y problemáticos de la era sedentaria”, ya que en ella se afirma el reflejo básico de “todo uso aparentemente legítimo de la violencia, la así llamada ‘defensa de la patria’. Esta falacia reposa sobre la obsesiva equiparación entre el espacio y la identidad, la falacia originaria de la razón territorializada”. Ese error fatal se ha puesto, cada vez más, al descubierto desde que la gran onda de movilidad transnacional, sin precedente en la historia, ha relativizado la ligazón entre pueblos y territorios.

Así la tendencia hacia la identidad de un “sí mismo” “multilocal”, es característica de la modernidad avanzada, del mismo modo que la tendencia hacia el espacio poliétnico o “desnacional”. Cuando el discurso de la Modernidad habla de la patria se refiere a un punto de partida del movimiento hacia el espacio terráqueo abierto y no al claustro regional ineluctable de antes.

Zigmunt Bauman (2019: 21), sitúa el inicio de estos cambios en las “tres gloriosas décadas” que siguieron el final de la Segunda Guerra Mundial, tres décadas de crecimiento sin precedentes y de afianzamiento de la riqueza y de la seguridad económica del próspero occidente y que significó la consolidación de la gran ciudad moderna e industrial. El poder económico propio del capitalismo y de la industrialización se reconoce como periodo de la gran ciudad y del abandono del campo. Además, el vertiginoso avance de las tecnologías digitales y las comunicaciones, que terminan por explicar la plenitud de estos movimientos, llegaba en las décadas de los 80 y 90 y con ellas el nómade urbano del s. xxi y su desconexión del territorio. Estos grandes cambios suscitados en el último tercio del siglo XX tendrían consecuencias muy complejas, en este siglo XXI.

Es un hecho de que el mundo moderno ha creado una nueva política del espacio y una dinámica particular en cuanto a las formas de residencia. Residir significa formar parte de un sistema-espacial. En la cultura de los sentimientos, cualquier emigración, dejar su ‘origen’, por supuesto, es también un cambio vivido de manera traumática, quetiene que ver con el dolor y con el sufrimiento, pero la estructura de la “comunidad nomádica” tiende a naturalizarse como la de un “sí-mismo” sin espacio y la de un espacio sin “sí mismo”. La convergencia entre espacio y el “sí-mismo” como identidad se ve afectado por la globalización con la consecuencia de que

“incontables habitantes de los Estados nacionales modernos no se sienten estar consigo mismos ni en su casa, y estando consigo mismos tampoco se sienten en su casa” (Sloterdijk, 2007: 2).

La ‘errancia’ del inmigrante o el ‘vagabundeo’ del viajero influyen decisivamente en la configuración del ‘urbanita’, persona que ha nacido o que vive en la gran ciudad y prefiere la vida en ella a la vida en el campo o una ciudad pequeña. El ‘urbanita’ será entonces la expresión máxima de la sociedad moderna, a la que Bauman (2019) caracteriza por estas condiciones como “líquida” y representada principalmente por una ‘juventud’ nacida en este medio siglo. Maffesoli (1999: 132) reconoce en este nomadismo un móvil como el deseo de evasión

“El sexo, la vivienda, la educación, el trabajo, no tienen la estabilidad o la delimitación precisa y funcional que era lo propio del mundo moderno, sino que se mantienen fundamentalmente ambiguos, polisémicos, en resumen, abiertos a la aventura con todo lo que ella tiene de indeciso, de azaroso, de no previsible”.

El urbanita entonces, es quien plantea nuevas conductas y configuraciones nómades que tienden a cambiar los referentes estables por referentes inestables siempre dentro de la gran ciudad.

3. Espacios de ambivalencia y mediación

Del análisis de la espacialidad que corresponde a una vida nómade resulta La ciudad genérica (Koolhaas, 2006), descrita como un espacio sin identidad. Los espacios que el urbanita nómada transita, se relaciona y establece transacciones en la urbe sin por ello establecer vínculos afectivos, son los espacios

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Fig. 3/ El hotel.

Fuente: De la película “No-tell Motel”

“en que las personas se reúnen sin por ello querer (o poder) establecer un vínculo entre su identidad y la localidad. Eso puede aplicarse a todas las zonas de paso, en estricto y amplio sentido del término. Ya sean localidades destinadas al tránsito, como estaciones, puertos, aeropuertos, calles, plazas y centros comerciales, o se trate de instalaciones diseñadas para una estancia limitada como los centros vacacionales o las ciudades turísticas, plantas fabriles o asilos nocturnos. Tales espacios pueden poseer su propia atmósfera; sin embargo, su existencia no depende de una población regular o un colectivo en ‘sí-mismo’ que estuviera arraigado a ellos. Lo propio de ellos es no detener a sus visitantes, paseantes u operantes. Son tierra de nadie, a veces repleta, a veces vacía. Desiertos de paso que pululan en los centros sin núcleo y en las periferias híbridas de las urbes contemporáneas” (Sloterdijk, 2007).

Las periferias híbridas pueden aquí tener un sentido tanto metafórico como literal. Periférica se puede considerar una relación inocua e insubstancial, en el sentido más convencional. Espacios híbridos en la frontera entre lo físico y lo mental son también una fase intermedia del espacio y el tiempo, de una liminalidad ambigua cuando no se está en un sitio ni en otro sino en un umbral; un estado ambiguo que puede ser de apertura y cierre, de inclusión y exclusión, de una situación que se ha dejado atrás y otra que está por llegar y en todo caso nos aleja de referentes estables. Espacios ambivalentes, de límites indefinidos son aquellos donde la gente se reúne, pero las formalidades establecidas por los rituales sociales ya no se aplican. La idea del nomadismo está estrechamente vinculada a esta ‘liminalidad’ de un modo de ser –y organizar– donde no se aplican las restricciones habituales. Las normas culturales se relajan y se sustituyen por los vínculos entre individuos. El sentido de comunidad, como sugiere Victor Turner (2005), es una fase, una etapa transitoria, un rito de paso, una pausa dentro de la empresa definitoria de una cultura aunque no sea necesario pasar de un rol estable a otro (Gaggiotti & al., 2015: 5).

En estos espacios de ambivalencia en la sobremodernidad definida por Marc Augé (2000),la comunicación y el lenguaje son reducidos a una mínima expresión o son sustituidos por acciones mecánicas. Augé se refiere a los “no lugares”, “como aquellos espacios que no se pueden definir como relacionales, históricos o preocupados por la ‘identidad’, a pesar de que puedan ser espacios de encuentro. A esta categoría pertenecen los aeropuertos o centros comerciales, omnipresentes en el mundo contemporáneo, pero carentes de un significado claro y estable por sí mismos. Son, en gran medida, dependientes de los significados definidos temporalmente por el paso entre lugares estables, como tradicionalmente lo fueron el hogar y el trabajo; lo público y lo privado (Gaggiotti & al., 2015: 5). Aparentemente indeterminados y en su mayoría no reconocibles visual o morfológicamente actúan como recipientes vacíos y receptivos de significación; permiten una potente –aunque momentánea y transitoria– reconstrucción y recreación de los roles, que también puede ser subversiva de órdenes poco profundos y aparentemente fijos y, tal vez, momentos, incluso, poéticos y creativos, que desvían las trayectorias individuales y generan cambios vitales.

Son, en definitiva, estos espacios de una liminalidad ambigua o espacios indefinidos, abiertos a la significación, los que permiten múltiples interpretaciones. Pueden ser espacios abandonados por el centro, espacios sin gobernanza que pueden ser reclamados y apropiados por los de abajo y reconstruidos simbólicamente una y otra vez. El significado de estos lugares es, por esto, transitorio (Kociatkiewicz & Kostera, 2011: 7-8).

En este estado de movilidad sin precedente en la historia, en que las poblaciones aflojan sus vínculos con el espacio, el tiempo es el parámetro sustancial de la experiencia del entorno. Los medios de trasporte unen puntos del espacio y las telecomunicaciones conectan los individuos con otros individuos en diferentes puntos lejanos, lo que “aumenta dramáticamente el número de las zonas de paso” donde las personas que las frecuentan no establecen una relación física. Así las sociedades globalizadas y móviles se polarizan simultáneamente a un ‘polo nómada’ sin espacio o a un ‘sí-mismo’ sin espacio y al espacio sin ‘sí-mismo’ (Sloterdijk, 2007: 4). En este terreno, las culturas regionales, que habían florecido con devoción al espacio, se van replegando sobre sí mismas y menguando o contaminándose y mestizándose y, en última instancia, tendiendo a la desaparición.

Sucede pues, que la globalización y el relativismo, que se balancea entre el límite y lo ilimitado, lo objetivo y lo subjetivo, entre el vértigo de lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño, propicie la condición nómade. El nómada urbano de hoy conforma un mundo que partiendo de las pequeñas regiones que lo componían está creciendo, abriendo sus fronteras y dentro de esta amplitud uno se da cuenta de la inmensa pequeñez que se trae consigo (Benítez, 2010: 254). Su mundo se ha quedado pequeño porque puede atraparlo con una mirada, con una imagen, una noticia, estar simultáneamente aquí y allá. El espapacio se ha acelerado y se ha convertido en tiempo.

La tendencia actual hacia formas de vida de individuos centrados en sí mismos, como una nueva evidencia del vitalismo del ‘urbanita nómade’, dapor sentado “que nadie hará por ellos lo que ellos no hagan por sí mismos”. En las sociedades posthumanistas constituidas por individuos, la inestabilidad como función del tiempo se enfrenta a la estabilidad como función del espacio y se recomiendan nuevas técnicas inmunológicas como estrategias existenciales ante el debilitamiento de las relaciones entre sujetos, sujeto y objeto, sujeto y lugar; la licencia general para mantener relaciones de infidelidad o relaciones reversibles.

La sobremodernidad como productora de espacios que no son en sí lugares antropológicos como las vías aéreas y ferroviarias, las autopistas y los habitáculos móviles llamados ‘medios de transporte’ como aviones, trenes, automóviles o los aeropuertos y las estaciones ferroviarias, las estaciones aeroespaciales, las grandes cadenas hoteleras, los parques de recreo, los supermercados y finalmente la madeja compleja de las redes de cables o sin hilos que movilizan el ciberespacio a los fines de una comunicación tan extraña, a menudo no pone en contacto al individuo más que con otra imagen de sí mismo (Augé, 2000: 83-85). Más que de espacios, los marcos sociales de la “modernidad líquida” dependen de los tiempos. Es innegable la necesidad y dependencia de la ‘sociedad líquida’, a la que Bauman relaciona con la aventura y el viaje más que con el trabajo y con el automóvil tanto como el teléfono móvil, el vivir en el tiempo más que en el espacio.

El enfoque temporal es una concepción innovadora que permite la identificación de las características de la ciudad nomádica. Estas difieren también entre el día y la noche como se expone en el estudio sobre la ciudad y el nomadismo “Es viernes para siempre, Marilín” (Rodriguez, 2011: 21-22), donde el desenfreno de la noche rompe el orden del día y configura la otra ciudad. La cultura del consumo y del ocio vinculada a los no-lugares y las redes es la otra característica sujeta a la temporalidad y los ritmos de la ciudad del s. XXI. Los signos de la libertad y la identidad del nómada urbano, inserto en la estructura de la sociedad de consumo, son según Bauman (2019: 90), el “compartir la dependencia del consumo -la dependencia universal de comprar- eso es la conditio sine qua non de toda libertad individual; sobre todo de la libertad de ser diferente” debido

“al carácter genuino de la libertad de elección del consumidor, especialmente su libertad de autoidentificarse por medio del uso de productos y espacios masivamente comercializados”.

Bauman equipara el “templo del consumo” con la estrategia antropofágica que, según Lévi Strauss, es la supresión de los elementos que caracterizan al otro como tal.

La sociedad globalizada

“se articula en base a los parámetros del sistema capitalista centrado en el hiperconsumo, que juega un papel determinante en la comercialización de los gustos y estilos de vida (…) en una vorágine de aceleración que se hace difícil de asimilar” (Maureira, 2016: 2).

En la nueva carrera del consumo donde se vislumbra la gran escala de la competencia de ofertas ‘nuevas y mejores’, no es de extrañar que

“cada ciudad trata de acaparar la mayor variedad de ofertas de negocio, comercio, ocio y así lograr una posición de supremacía sobre otras poblándose de íconos de la modernidad global” (Muxí, 2009: 29).

Los espacios del ocio como espacios de la mediación entre lo laboral (subyugante) y la residencia (controlada) son ficción de una vida paralela. Entre los espacios reales identificados como espacios de ‘trabajo’ y como ‘residencia’ y estos espacios “ficticios” de libertad y de evasión se establece un constante movimiento rotatorio. Entre el trabajo (institucionalmente) “vigilado” y la residencia permanentemente “controlada” (por los padres), existe, por decirlo así, un estado intermedio representado por el “escapismo” y la “huida”; una rebelión contra el poder del control y la vigilancia, un viaje de huida hacia el paraíso de la libertad, del descontrol y la seducción (Maffesoli, 1999; Rodriguez, 2011). Es allí donde el nómada de la gran urbe intercambia cierto tipo de afectividad y busca placer, sexo, alcohol, estupefacientes, y “los otros”. Es donde goza en el ritmo y la temporalidad de la fiesta “efímera”, que es lo “alternativo” a la cotidianidad, una experiencia acontecida entre lo real y lo virtual.

En la sociedad ‘líquida’ las condiciones de actuación de sus miembros cambian antes de que las formas de actuar se consoliden en unos hábitos y en unas rutinas determinadas y la relación entre tiempo y espacio es la velocidad. La idea misma de velocidad cuando pasó a depender de la tecnología -de los medios de transporte y comunicación- y sus límites se han roto, lleva a situaciones de simultaneidad y emerge el sujeto interlocalizado que permite la tecnología. Efectivamente, las distancias desaparecen y los espacios también, siempre en referencia al movimiento, en la “ciudad precaria” (Ito, 2000) se

“revaloriza la noción de velocidad por encima de la de movimiento. Si el movimiento es lo extensivo, el nómada no se desplaza, no huye, ni migra, habita en la velocidad intensiva. Y este habitar es el que le permite al nómada reterritorializarse en su propia desterritorialización, es decir, hacer de la ciudad difusa su hogar como la vivienda de “la chica nómada de Tokio” de Toyo Ito (Díaz, 2014).

Esa joven, que se abre al mundo, es el prototipo que habita en el movimiento y la velocidad, que representa la ciudad nomádica, dispersa y fragmentada. En la “ciudad precaria” se reconoce un mosaico de valores, de modos de vida, de construcciones a más no poder diversas, las cuales se constituyen en un

“ritmo intenso donde la circulación desenfrenada de todas las cosas (de bienes como de símbolos) no deja de provocar una especie de ebriedad tanto a los habitantes de la ciudad que buscan un contrapunto para la monotonía de sus vidas, como al extranjero de paso que, en cierto modo, se siente en su casa dentro de ese flujo del juego de las diferencias” (Maffesoli, 1999: 135).

Por tanto, los nuevos ritmos de vida cotidiana del inmigrante, el viajero, el turista y el nuevo urbanita nómada son prácticamente coincidentes: la relajación de las reglas, la flexibilidad de programas y horarios en el trabajo se superponen a las actividades sedentarizantes de la gran ciudad sujetas a horarios, añaden valor a sus competencias y terminan imponiéndose a estas. El teletrabajo, la disponibildad en cualquier tiempo y espacio, la capacidad de adaptación y cambio, el aprendizaje continuo, las herramientas más actualizadas y las nuevas técnicas de trabajo repliegan el ser humano en un segundo plano, vuelven la vida privada inconstante, la familia débil y desvinculan la vida laboral de la vida política y por las vías institucionales. Las subjetividades se han constreñido en una vida precaria y la flexibilización en todos sus aspectos vuelve etéreas las estructuras sólidas y su espacialidad precaria.

La desterritorialización y la virtualización, a través del teléfono móvil e internet, así como el automóvil que insta siempre a moverse, generan sobre la corporalidad del urbanita con respecto al suelo, una necesidad de despegarse en aras de deslizarse a lo largo de una espacialidad amorfa y fluida. Su vida es un modo de reterritorializarse, que consiste precisamente en habitar dicha dispersión de la ‘ciudad precaria’ (Díaz,2014). La desterritorialización y reterritorialización como procesos activos no son sólo físicos, sino también psicológicos, mentales y espirituales y, consecuentemente, a esta movilidad virtual le corresponde una espacialidad de límites indefinidos, un modo de ser –y organizar– donde no se aplican las restricciones habituales de la sociedad estable, territorializada, sino que la sociedad se sustituye por los vínculos entre individuos que forman comunidades de paso y virtuales.

Esta aparente anomia social resulta compuesta por individuos que buscan establecer vínculos elegidos y temporales, individuos que se reconocen libres. La liquidez de los vínculos sociales en las redes de comunicación de manera instantánea y desde su zona de confort, al pulsar una tecla, basta para construir un puente o un muro de carácter afectivo y relacional por medio de juicios binarios de likes o dislikes. La sociabilidad se constituye así por enlaces temporales en cuya elasticidad, resistencia y multiplicidad reside su fuerza. Los vínculos débiles y los “espacios lisos”, en términos de Deleuze & Guattari (2010), cuyos rasgos se borran y se desplazan con las trayectorias, son característicos frente a los espacios que están perfectamente referenciados con líneas que unen puntos y trayectos como en las ciudades occidentales que utilizan la cuadrícula como base de diseño. A estos últimos se refieren como “espacios estriados”. Mientras que los primeros sin demasiados controles, no institucionalizados, son movimiento y representan la libertad y el nomadismo, estos son inactivos, ordenados y posibles de controlar. Los espacios lisos se entienden también como un estado de ánimo, una manera de moverse, una desconexión activa del territorio, de los intentos de fijación, definición y clasificación (Gaggiotti & al., 2015: 5).

La navegación sin límites por las redes, los dispositivos móviles y el tecnonomadismo son la forma de estar y de experimentar la vida productiva de un estilo basado en el movimiento y la fobia al compromiso. “Es la cultura de la privatización móvil y esta reconfiguración de la vida es parte de un proceso más amplio, en que la movilidad global se lleva a cabo a costa de los entornos naturales y las economías y culturas locales” (Gaggiotti & al., 2015: 7). En consecuencia, las personas en vez de verse a sí mismas como parte de una comunidad humana, se consideran, cada vez más, como recursos, cooperando con otros recursos para lograr la máxima eficacia del sistema hipercapitalista.

El nomadismo interlocalizado puede mantener e incrementar la conciencia relacional antagónica a la ciudad (institucional y sedentaria), de naturaleza física y sólida y de no existir una tal ‘mediación’ tecnológica entre el ser corporal y la ciudad sólida, sus relaciones serían tensas, punzantes y con aristas. Sin embargo, su nexo virtual altamente informe, flexible, y “liquido” es capaz de amalgamar sutilmente estructuras rígidas y sólidas y no solamente transformar la percepción de los referentes espaciales sino de generar diversas transiciones en el pensar y sentir; y a pesar de la eficiencia del sistema disciplinario, reminiscencia de la modernidad que sigue gobernando gran parte de los aspectos de la vida actual, generar resquicios para una vida de espíritus libres, indisciplinados y anómicos del nomadismo contemporáneo.

Tal mediación resulta de dominio cognitivo al posibilitar las informaciones y las relaciones creando una sensación de simultaneidad e inmediatez, de un eterno presente de la sociedad neoliberal e informatizada contra toda jerarquía temporal e histórica intensificando el deseo de liberación de las coacciones del espacio-tiempo. No es de extrañar entonces, que el elemento más acorde a estas condiciones de la vida contemporánea fluida, veloz e individual sean los dispositivos electrónicos. Se incorporan de tal forma en nuestra vida cotidiana que se convierten en extensiones de nuestro cuerpo. Más que probablemente, otro instrumento de control, se constituyen en un elemento que posibilita la aventura con sus múltiples accesos. Nos permiten relacionarnos con los otros, con los extraños, con inmediatez. Se convierten en el gestor que moviliza incesantemente esta capa flexible y fluida del urbanita nómada.

En este contexto hipertecnológico y de la vida móvil “el hábitat pierde todo vínculo con su habitante y ya no es un lugar confortable y acogedor, sino un lugar frío, efímero y transitorio” (Carmona, 2017: 156). De hecho una ingente cantidad de hogares, que se han convertido en alojamientos turísticos, comparten su vida íntima con los extraños. El cambio de los usos residenciales a otras formas de coliving, alquileres de usos compartidos para estudiantes y otros migrantes, espacios de mediación de la vida cotidiana no hogareña y tantas otras formas se están adaptando a la vida nómada. Es justamente, ese efecto de calor de hogar político y cultural, lo que se ve afectado por la globalización y, en consecuencia, los habitantes globales contemporáneos no sienten en sus casas intimidad que, por otro lado, pueden experimentar en cualquier parte y frente a su portátil.

Toyo Ito (2000: 46) decía que para “nosotros, habitantes de la ciudad, como nómadas sólo podemos reconocer hoy la ‘casa’ uniendo varias de sus funciones que están esparcidas en medio de la ciudad como si fueran pedazos de un cristal roto”. De allí vaticinaba en torno a “El Pao de las muchachas nómadas de Tokio” y el camino irrevocable al que se dirigiría la ciudad nomádica.

“Precisamente la muchacha que vive sola y que vaga por la inmensa llanura de los media, llamada Tokio, es la que más disfruta de la vida de esta ciudad, pero, ¿qué es una casa para ella? El concepto de casa para ella está desperdigado por toda la ciudad y su vida pasa mientras utiliza los fragmentos del espacio urbano en forma de collage. Disfruta de la comida y comenta cosas en los restaurantes o cafés bar, obtiene nuevas informaciones en los cines o en los teatros, examina bien la ropa en las boutiques y mueve su cuerpo en un club deportivo. Para ella, el salón es el café bar y el teatro, el comedor es el restaurante, el armario es la boutique, y el jardín es el club deportivo. La muchacha nómada deambula por estos espacios muy de moda y pasa la vida cotidiana como en un ensueño. Su vivienda es una tienda-cabaña, o sea el pao, que se puede trasladar de un punto a otro, y en cuyo centro está colocada la cama y otros tres muebles a su alrededor Ito (2000: 61-62)”.

El cambio radical de la antaño indesligable relación entre la casa, la ciudad y el territorio sugiere ahora la representación de la ciudad como collage, la ‘casa expandida’ y el habitar vinculado con la tecnología y el suelo, a la vez. El espacio urbano está absorbiendo al de la vivienda urbana, de tal manera que no es posible imaginarse otra cosa.

“Lo que crea a duras penas la imagen total de la casa uniendo los pedazos de la ciudad (los espacios ficticios de la ciudad), no son sólo las muchachas nómadas. A estas alturas, todos los habitantes de las grandes ciudades están obligados a disfrutar, ni más ni menos, la vida de tipo collage basada en tal experiencia simulada” (…). “Los fragmentos de la casa, esparcidos estratégicamente en los espacios comerciales, se reexportan de nuevo a la vivienda y empieza a formarse la casa como un collage de espacio simulado” (Ito, 2000: 63-64).

Tal como tiende a desintegrarse la casa en la ciudad, la sociedad individualista y la familia ausente están desintegrando inexorablemente la trama social. La trama social del individuo vivida como collage frente a la idea de estructura social arroja fuera los referentes estables como el hogar (la casa) y el lugar (la ciudad) que se van alejando a la presencia de todos aquellos referentes inestables y los espacios de ambivalencia y mediación. Finalmente, el nomadismo urbano en la figura del nuevo urbanita, de pertenencias múltiples, descentrado y fragmentario, potencia y deriva en continuo desarraigo y la virtualidad de los espacios simulados que habita definen el posthumanismo al que estamos inmersos.

4. Conclusiones

La reflexión sobre y desde lo nómada abre nuevos caminos para pensar las movilidades, las subjetividades y lo social; las organizaciones en un mundo que es global e interconectado, real y virtual al mismo tiempo. La ‘ciudad’, nos damos cuenta, es un término que corresponde a la ciudad histórica, es decir, la que cuenta con la mayoría de estructuras estables de clara concepción sedentaria, pero que la vida nómada, las migraciones, los viajes, el turismo, las movilidades de toda clase y las tecnologías de última generación van transformando continuamente convirtiendo el espacio en función del tiempo y donde la velocidad y la instantaneidad articulan lo individual con lo social.

La ciudad “precaria”, o ex-ciudad sujeta a diferentes atenciones, análisis e interpretaciones precisa diferentes técnicas y estrategias urbanísticas también. Como reducto de la ciudad material que la ciudad virtual va devorando, sus estructuras sólidas, históricamente definidas como espacio social-público y familiar-privado están fracasando. Todo parece indicar que los hogares y las ciudades experimentan cambios estructurales pues, la residencia no representa la comunidad tradicional de la familia y la ciudad está dando paso a la vorágine de lo público polarizado por lo mercantil. A la velocidad de las comunicaciones y la tecnología digital, las distancias -emocional, interpersonal, intergeneracional…- se hacen, cada vez, más pronunciadas y se hace difícil desarrollar y compartir afectos con los que están físicamente cerca y más fácil con los que están lejos.

La experiencia nómada se traduce en individualismo, una especie de claustrofobia intrapersonal, y sin embargo, se siente uno bien expuesto junto a extraños en los no-lugares ‘globales’. Si bien las relaciones físicas se están convirtiendo en “líquidas”, fluidas e inestables, el nomadismo no es simplemente una fluidez sin fronteras, sino una aguda consciencia de no fijación de límites, el intenso deseo de continuar irrumpiendo, transgrediendo, es lo que define a lo post-humano y, en definitiva, un movimiento de la consciencia a un plano que es post-conciencial y post-subjetivo.

Todas las formas de la errancia que podamos detectar están inscritas en la estructura misma de la naturaleza humana. Anamnesis del mito fundador, la figura del errante, estructuralmente ambivalente, fascina e inquieta a la vez. Representa el escapismo y la huida, la rebelión contra el poder, el control y la vigilancia. Esta perspectiva proporciona claves para repensar las estrategias y programas urbanos cuya implementación establece algún tipo control.

La condición nómada del urbanita contemporáneo expresa el vitalismo, motor del cambio que hunde sus raíces en el bios. En ella han de reconocerse inventiva, emprendimiento, innovación y creatividad para sobrevivir que muchas veces trasciende el ritmo individual, cotidiano, acelerado, inseguro, vitalista, emprendedor y arriesgado hacía emprendimientos colectivos y liderazgos dentro de su comunidad. Estas nuevas iniciativas, participación, comunicación, movimiento bottom up se podrían asumir en los haceres en la micro-escala de la ciudad, en lo local y particular sensible, con formas de actuar nuevas que jaquean los sistemas instituidos.

La narrativa nómada que abandona el mito del orden, que amalgama y reúne gente, experiencias, personalidades, identidades e historias, es abierta, imaginativa, ingeniosa y creativa, pues concibe nuevas formas de lo colectivo e institucional. El movimiento, la transición o el nomadismo también gestan sentido de comunidad y pueden de hecho servir para poblar el imaginario de una comunidad global, incrustada en lo post-colonial y corporativo transnacional. En la macro escala urbana, la incesante movilidad permite a los otros, los de fuera entrar en ‘la ciudad’ y que los de la ciudad se vayan, de modo que en el continuo cambio, radica la novedad, innovación, mezcla, pluralismo, descubrimiento, conocimiento y creatividad.

El nomadismo que puede inspirar historias infinitas, traducir conceptos, presentar y representar explicaciones alternativas del status quo, explicaciones de las transiciones y cambios, no recrea exactamente un antagonismo entre asentamiento y movimiento. Esta concepción innovadora de lo nómada representa lo instituyente frente a lo instituido, estrechamente vinculada a un estado de “liminalidad” indefinida, un modo de ser –y organizar– donde no se aplican las restricciones y las normas de la convivencia tradicional o preindustrial como anamnesis de las sociedades locales y rurales como un paraíso perdido. Estas normas se sustituyen por los vínculos entre individuos, que comparten la misma información en vez de ideales, y que se comunican a distancia.

La ciudad actual se presenta fragmentada localmente y conectada globalmente. La relación de la urbe y el urbanita se concibe con lazos frágiles. En otros términos, se presenta una separación entre lo construido y lo vivido por lo, que pensar la nueva ciudad y el habitar implica evaluar las consecuencias de la vida móvil, muy en particular, las olas migratorias y tratar la humanización de los espacios de transición de los movilizados por las condiciones de la vida contemporánea del hipercapitalismo y el poshumanismo.

La aportación de este análisis es centrar el urbanita frente al urbanismo. A partir del análisis de su figura constituyente y su potencial humano, toda estrategia de gestión de la gran ciudad adquiere sentido como gestión de recursos humanos antes que territoriales. Frente a esta inversión del habitual binomio ciudad-ciudadano, se abre una nueva perspectiva, un enfoque cualitativo con la adopción de nuevos instrumentos de análisis del tejido social, en que son las personas los sujetos de estudio.

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