Estudios / Articles_E03
CIUDAD Y TERRITORIO ESTUDIOS TERRITORIALES
ISSN(P): 1133-4762; ISSN(E): 2659-3254
Vol. LVII, Nº 226, INVIERNO 2025
Págs. 586-609
https://doi.org/10.37230/CyTET.2025.226.3
CC BY-NC-ND
Jordi Franquesa-Sánchez (1)
Miquel Martí-Casanovas (2)
(1) Profesor Titular. Universidad Politécnica de Cataluña (UPC)
jordi.franquesa@upc.edu; https://orcid.org/0000-0002-8551-3133
(2) Profesor Titular. Universidad Politécnica de Cataluña (UPC)
miquel.marti@upc.edu; https://orcid.org/0000-0001-8839-5905
Este artículo pretende hacer una mirada transversal sobre algunas estrategias que nos permitan abordar el proceso de despoblación rural. Para ello, después de una contextualización, este estudio se estructura en dos partes: una que aborda estrategias metodológicas taxonómicas de aproximación (Taxonomía del patrón de Localización, Poblacional y de las Unidades Geográficas), y una segunda parte que plantea cuestiones fundamentales a tener en cuenta, de carácter instrumental, para poder plantear estrategias territoriales. Tanto la metodología de aproximación como las miradas instrumentales complementarias responden a un discurso argumentativo común que permite ponerlos en relación mutua. El documento aporta algunas reflexiones y herramientas para poder el desarrollo rural de nuestros territorios en busca de una mejor calidad de vida en estos entornos.
Palabras clave
Desarrollo rural; Ecosistemas rurales; Núcleos rurales; Unidades geográficas.
Abstract
This article aims to take a cross-sectional look at some strategies that allow us to address the process of rural depopulation. To this end, after a contextualization, this study is structured into two parts: one that addresses taxonomic methodological approaches (Taxonomy of Location Patterns, Population, and Geographic Units), and a second part that raises fundamental instrumental issues to consider in order to develop territorial strategies. Both the methodological approach and the complementary instrumental perspectives follow a common argumentative discourse that allows them to be interrelated. The document provides some reflections and tools for the rural development of our territories in search of a better quality of life in these environments.
Keywords
Rural Development; Rural Ecosystems; Rural Settlements; Geographic Units.
El territorio rural es muy complejo y diverso, aunque se podría pensar que sus dinámicas están lejos de ser tan complicadas como en el entorno urbano. Además, la percepción del mundo rural es muy subjetiva, social y culturalmente polifacética, y altamente dependiente de las dinámicas económicas derivadas de escalas superiores. Es un espacio muy rico en singularidades y patrimonio, con elementos endémicos que definen su carácter, y que lo hacen especialmente atractivo para escapar de la ciudad, pero también muestra disfuncionalidades y patologías que muchas veces lo hacen poco atractivo para vivir.
No debemos, sin embargo, caer en la tentación de leer el suelo rural como una realidad lejana y contraria a las ciudades intermedias o más consolidadas, pero es fundamental entender que ambas realidades forman parte de un sistema único y comprensible, y que sólo desde esta lectura sistémica, atenta e intencionada del territorio, podremos vislumbrar estrategias de mejora para el medio rural. Por lo tanto, es evidente que para abordar las dificultades y especificidades de nuestros asentamientos rurales es necesario tener en cuenta el territorio en su conjunto, entendiendo las sinergias que se generan entre estos asentamientos y las ciudades medias cercanas. Nos interesa una lectura atenta sobre la forma del territorio propia del arquitecto y del urbanista. Es obvio que el paso previo a la elaboración de cualquier propuesta requiere de un análisis previo e intencional donde se resalten los valores más importantes del campo de estudio, desde el punto de vista del relieve, la hidrología, el soporte, las actividades, los asentamientos, el patrimonio y la dinámica económica.
El motivo para la elaboración de este documento se basa en la preocupación que despierta una simple mirada a los municipios catalanes que tienen dinámicas económicas muy regresivas, y que sufren problemas de despoblación. Si observamos el gráfico de la Fig. 1, podemos darnos cuenta de la magnitud del problema al reconocer cómo una gran parte del territorio muestra muchos municipios en episodios regresivos (a partir de datos socioeconómicos), con sustratos en los que la población está envejecida y donde su actividad económica es escasa. Por ello, es necesario reflexionar sobre esta realidad, leerla con detenimiento, diagnosticar sus patologías y buscar estrategias para revertir estas tendencias y reequilibrar adecuadamente el territorio bajo los criterios de sostenibilidad ecológica, dinamización económica y cohesión social (Olmedo, 2023).
FIG. 1. Municipios con dinámicas regresivas, 2019
Fuente: Aldomà (2022)
Durante la segunda mitad del siglo XX, los debates sobre planificación urbana se han centrado especialmente en el crecimiento y la transformación de las ciudades, mientras que las discusiones asociadas a la revitalización del territorio rural no han ido mucho más allá de aspectos vinculados a la producción agrícola y sus derivados. Este planteamiento, sin duda simplista, ha dejado de lado o en un segundo plano aspectos tan importantes como la preservación del medio ambiente, el patrimonio, la protección de los recursos o los importantes planteamientos económicos y sociales de estos territorios. Hemos experimentado, sin embargo, un cambio de tendencia, especialmente a principios de este siglo, donde los impactos del crecimiento urbano, los cambios y embates demográficos, los nuevos usos, la tecnificación de la producción agrícola, la revalorización de los paisajes naturales y del patrimonio arquitectónico y cultural o el cambio climático han espoleado la atención sobre el medio rural como eslabón clave para la planificación de este siglo XXI (Monllor, 2015).
De hecho, el suelo rural es, en los próximos años, un activo fundamental para el futuro de nuestros entornos de vida. Según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), una cuarta parte de la población que abarca sus países miembros, y específicamente Europa, América del Norte y Australia, vive principalmente en zonas rurales, definidas en términos de bajas densidades de población y ausencia de centros urbanos significativos (OCDE, 2006). Otra cuarta parte vive en zonas intermedias, en sectores periféricos a las ciudades, en sectores muy sensibles a los cambios ambientales, económicos y sociales, y donde aumentan las demandas de recursos y el atractivo de las zonas rurales. Además, alrededor del 85% de la tierra es territorio rural. Cómo utilizar esta tierra y velar por los intereses colectivos, sus necesidades y demandas, es sin duda la clave del reto rural.
Según los datos más recientes, del total de 947 municipios de Cataluña, más de tres cuartas partes no llegan a los 5000 habitantes, cubriendo una superficie de dos tercios del territorio, y sin embargo representan el 10% de la población catalana. Estos datos indican que gran parte del territorio tiene un marcado carácter rural (Aldomà, 2022). Pero es precisamente esta parte del territorio (y las personas que viven en él) la que nos proporciona la mayor parte de nuestros recursos: alimentos, agua, madera, energía, metales, minerales y otros bienes esenciales para la comunidad y que hacen posible nuestra vida. También es fuente de belleza natural, de la diversidad de flora y fauna y suelo, de culturas ancestrales y de un patrimonio invaluable.
El origen etimológico de la palabra “rural” proviene por un lado de la raíz del latín rus o ruris, que significa “campo”, y por otro del sufijo al, que indica que es “relativo” o “perteneciente a”. La palabra latina ruralis proviene del latín post clásico, que se utilizaba para referirse al territorio rural de una manera más específica, quizás para sustituir a la palabra rusticus, que entonces tenía un significado más peyorativo, atribuyéndose a una persona bastante primitiva. Desgraciadamente, este prejuicio sigue estando muy extendido, pero aun así, y como veremos, podemos estar seguros de la indudable complejidad del territorio rural; pero también de su extraordinario potencial para abordar los desafíos contemporáneos relacionados con la sostenibilidad, el equilibrio económico y social y la calidad de vida.
El término ruralidad debe concebirse como un concepto absolutamente poliédrico y multidimensional, y que puede tener diferentes significados según el tema que se aborde. En base a esto podemos encontrar una definición más precisa y relevante. Si el debate gira en torno a sus atributos geográficos y espaciales, o sobre el uso del territorio, o sobre aspectos relacionados con cuestiones socioeconómicas o socioculturales, o sobre el flujo de los mercados, o sus bienes patrimoniales, seguramente podremos reconocer diferentes definiciones, y que sin duda irán más allá de entender el mundo rural como simplemente “no urbano”. En cualquier caso, el medio rural debe entenderse como un espacio social, donde vivir, trabajar y practicar el ocio, y no sólo como una base de recursos.
En efecto, los núcleos rurales tienen aspectos diferenciales que los hacen especialmente atractivos, y que tienen que ver con su tamaño y su “sentido de lugar”, su equilibrio con el entorno natural, y con componentes identitarios muy desarrollados donde las redes comunitarias suelen ser elaboradas e incluso sofisticadas (Buil, 2007). Pero al mismo tiempo, estos lugares deben tener una mirada también atenta a las dinámicas económicas que se producen más allá de sus límites geográficos, deben ser capaces de encajar en un discurso claramente territorial y de reconocer su papel fundamental en las dinámicas económicas, sociales y culturales de escalas superiores de manera que permitan una lectura más omnicomprensiva de la realidad. Es sólo desde esta perspectiva que simultáneamente aborda los niveles local y territorial, y el dualismo sinérgico entre núcleos urbanos y rurales, desde donde podemos darnos cuenta del verdadero significado del término “rural”.
A menudo se tiende a ver las zonas urbanas y rurales como antagónicas, y a entender que ambas realidades son completamente excluyentes. Ni que decir tiene que esta visión no puede ser más equivocada y contraproducente, ya que sólo desde una perspectiva conjunta podemos afrontar los retos de ambas realidades (Tacoli, 1998). Por otra parte, los vínculos entre el mundo rural y el urbano han cobrado relevancia en los últimos debates territoriales, así como en lo que respecta a la globalización y las nuevas tecnologías.
Es más que evidente que las zonas rurales cercanas a ciudades intermedias o metrópolis urbanas están jugando un papel cada vez más importante en las dinámicas económicas conjuntas, mientras que la experiencia colectiva sobre el teletrabajo derivada de la pandemia también ha implicado una importante repercusión sobre los núcleos rurales más alejados (González, 2022). Hay que tener en cuenta, además, otros factores cuyo impacto sobre los territorios rurales ha sido y está siendo de gran importancia, como las migraciones, el papel de población extranjera que trabaja temporalmente en la producción primaria, los retornos durante los años 60 y 70 de gente mayor tras la jubilación, la gentrificación de las ciudades que implica desplazamiento poblacional que busca refugio en los entornos rurales, los neorrurales, así como el turismo estacional y su impacto sobre el precio de la vivienda, entre otros muchos factores. Todos estos cambios que estamos viviendo nos obligan a aprovechar estas tendencias para construir y desarrollar escenarios win-win tanto para entornos urbanos como rurales, basados en estrategias bien coordinadas e integradas entre todas las administraciones y jurisdicciones.
Por lo tanto, debemos ser optimistas sobre los problemas derivados de la brecha entre los entornos rurales y urbanos, pero aún queda mucho trabajo por hacer para reducir aún más las distancias y optimizar las sinergias. De hecho, el punto de partida en el que nos encontramos en estos momentos, aunque las expectativas de futuro puedan ser optimistas, no es demasiado alentador, sobre todo por dos motivos: por las densidades de población de nuestro suelo rural y por la dinámica económica que están viviendo.
Si comparamos la distribución poblacional de los diferentes países de Europa, podemos darnos cuenta de que la densidad de población en España, y en Cataluña en particular, es alarmantemente baja en relación con el resto, y podemos ver que sus densidades son comparables a las de Finlandia o Escocia, a pesar de las mejores condiciones climáticas y geográficas (Fig. 2). Una mirada más atenta a la realidad catalana dibuja un escenario en el que la densidad media de población de Cataluña en el medio rural (exceptuando las comarcas que incluyen las capitales provinciales) se sitúa muy por debajo de los 100 habitantes por kilómetro cuadrado (la densidad es inferior a 10 en 208 municipios; datos IDESCAT), mientras que la media europea por encima de los Pirineos se sitúa en torno a los 200 habitantes por kilómetro cuadrado, más del doble, y hasta 400 habitantes por kilómetro cuadrado en los Países Bajos.
Pero obviamente el problema no es sólo la población, sino lo que se deriva de este parámetro. Si nos fijamos en un mapa que pretende explicar cuáles son las dinámicas económicas positivas y regresivas (en función de los datos de ocupación y la tasa de crecimiento económico en el periodo estudiado, así como de la evolución del PIB), podemos ver que más de la mitad del territorio catalán muestra escenarios preocupantes de decrecimiento, especialmente en entornos más rurales (Fig. 3). También hay que tener en cuenta que no da la impresión de que existan zonas intermedias, lo que permite hablar de dos “Cataluñas” muy diferentes: una poblada y económicamente enérgica, y la otra despoblada y recesiva. Esto pone de manifiesto la grave fractura que existe entre los núcleos rurales y los núcleos urbanos de nuestro territorio, ya que si este vínculo o las sinergias entre ambas realidades se vieran mínimamente obstaculizadas, encontraríamos muchos más episodios de transición entre ellos; en otras palabras, habría muchos más colores amarillos y verdes de los que podemos ver en el gráfico.
FIG. 2. Distribución de la población en Europa, 2018
Fuente: Eurostat
FIG. 3. Valoración de la magnitud del dinamismo socioeconómico de los municipios
Fuente: Aldomà (2022)
Esta distribución de las economías responde, sin duda, a la deslocalización de la producción, especialmente de la agrícola, como consecuencia de los avances tecnológicos y la mecanización del sector, lo que estimula el desarraigo de estas actividades al territorio que las acoge. La economía de escalas es, en este sentido, el motor que agrava esta distancia en detrimento de los frágiles e inestimables equilibrios que aún existen entre el producto primario, las singularidades del territorio y las especificidades en muchos de los núcleos rurales y sus comunidades.
Todo esto nos lleva a tratar de definir cuál podría ser el nuevo paradigma del desarrollo rural. Es evidente la necesidad de estrategias que tengan en cuenta en primer lugar los recursos naturales, humanos e institucionales, y que sean específicas para cada uno de los contextos territoriales en los que estamos trabajando, con la necesidad de maximizar sus complementariedades. Las estrategias tendrán que ser multisectoriales, centrándose no sólo en las economías agrarias, sino también en la diversidad económica y reforzando también las no agrícolas, prestando atención al mismo tiempo en los servicios, y especialmente en los vínculos entre los espacios rurales y urbanos. Estas estrategias deben permanecer atentas a las relaciones entre los diferentes agentes implicados y las distintas escalas de abordaje, de forma inclusiva y sostenible.
Uno de los aspectos más importantes es, sin duda, la gobernanza, ya que sin el apoyo de la administración pública y de los agentes de todos los niveles y estratos, la implementación de las estrategias puede verse seriamente debilitada. Y esta gobernanza debe ser especialmente sensible a las políticas inclusivas que minimicen los problemas de edad, género y pobreza, garantizando la educación, la salud y la protección social. Al mismo tiempo, la mejora de las infraestructuras, tanto duras (físicas) como blandas (digitales, formativas, recursos humanos y de intercambio) puede reducir sustancialmente los costes y mejorar la accesibilidad a los diferentes servicios.
En el trasfondo de todas estas cuestiones, el concepto de sostenibilidad debe estar siempre presente, entendiendo que el papel del medio ambiente como elemento clave de las estrategias sobre los núcleos rurales no debe limitarse a la alta dependencia de la población rural de los recursos naturales para su desarrollo, sino que también debe evaluar su vulnerabilidad al cambio climático y a las amenazas de escasez energética, comida y agua.
A partir de las reflexiones sobre el desarrollo de los entornos rurales, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) propuso en 2006 algunas nuevas directrices para abordar los retos rurales, destacando la importancia de los activos locales, la diversificación de las economías y destacando el enfoque multinivel de los agentes implicados (Fig. 4) (OCDE, 2006).
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El nuevo paradigma rural | ||
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Antigua aproximación |
Nueva aproximación | |
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Objetivos |
Equidad, ingresos agroramaderos, competitividad agroramadera |
Competitividad de las áreas rurales, valorización de los activos locales, explotación de los recursos existentes |
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Sector fundamental afectado |
Agricultura |
Economías rurales de varios sectores (p.e., turismo rural, manufactura, industria tecnológica, etc...) |
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Principales herramientas |
Subsidios |
Inversiones |
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Principales agentes |
Gobiernos nacionales, agricultores |
Todos los niveles administrativos (supranacionales, nacionales, regionales y locales), varios agentes locales (públicos, privados, ONGs) |
FIG. 4. El nuevo paradigma rural
Fuente: OCDE (2006)
En cualquier caso, estos componentes vuelven a hablar de la relevancia del vínculo entre los centros rurales y urbanos, ya que los primeros dependen en gran medida de los segundos para sus mercados de trabajo, para el acceso a los servicios y a las nuevas tecnologías, y también para el intercambio de nuevas ideas e iniciativas. Como ya hemos avanzado, entender ambas realidades como un sistema es la mejor manera de abordar la dinamización de las zonas rurales. De hecho, sólo bajo esta lectura podemos influir en las estrategias para reducir las desigualdades entre los centros rurales y urbanos.
El territorio no es neutro. La atención a su geografía, morfología, usos del suelo, la disposición de los núcleos rurales y urbanos y los procesos antrópicos que sustenta son absolutamente fundamentales para poder discutir con criterio sus disfunciones, aciertos, desequilibrios y oportunidades, lecturas que deben permitirnos comprender sus lógicas para poder intervenir para su mejora con un mínimo de garantías.
El territorio es diverso. Cada ámbito territorial tiene sus especificidades y singularidades, y es evidente que estrategias que pueden funcionar en determinados sectores pueden resultar ineficaces e incluso contraproducentes en otros. Por este motivo, es importante establecer una metodología de trabajo que nos pueda aproximar con rigor a las singularidades de los territorios. La estrategia que se plantea se fundamenta en la taxonomía, entendida como un recurso muy útil en nuestro contexto en la medida en que nos va a permitir clasificar, identificar e incidir en determinadas nomenclaturas que nos serán muy útiles para implementar, en un segundo estadio, estrategias para el desarrollo rural.
Se propone para ello establecer tres modelos taxonómicos de trabajo:
1Taxonomía del patrón de localización (TL). El emplazamiento de los núcleos rurales respecto los núcleos urbanos más consolidados o las ciudades intermedias condiciona en gran medida el carácter de estos núcleos rurales, y permite reconocer dinámicas similares en asentamientos que comparten dichos patrones.
2Taxonomía poblacional (TP). Los núcleos rurales son muy sensibles al número de habitantes que acogen, ya que este valor está muy vinculado a los servicios urbanos y a sus actividades económicas. Se establecen para ello unos umbrales que permiten comprender el papel funcional de los núcleos rurales en el contexto territorial.
3Taxonomía de las unidades geográficas (TUG). Los núcleos rurales tienen un rol específico en los contextos geográficos en los que se asientan, y forman parte de ecosistemas territoriales que abrazan simultáneamente más de un núcleo rural en el que establecen sinergias compartidas entre ellos y conforman unidades sistémicas territoriales singulares.
Estas tres taxonomías nos permiten aproximarnos a las singularidades a la vez que a los elementos comunes de los núcleos rurales de nuestros territorios. Cada una de ellas nos puede aportar singular información de base para poder plantear estrategias de desarrollo, pero sin duda nos interesa especialmente contrastarlas y ponerlas en relación. A partir del cruce de información que nos aporta cada una de estas tres taxonomías es posible construir un escenario de trabajo riguroso y fiable para poder elaborar sugerentes discursos territoriales que permitan arrojar luz sobre futuras estrategias de desarrollo rural, como veremos en algunos casos de estudio. Se definen a continuación cada una de estas taxonomías.
La taxonomía del patrón de localización permite establecer tres escenarios de partida que nos pueden ayudar a comprender mejor el papel de los núcleos rurales según el contexto territorial donde se ubican, y pueden facilitar nuestro trabajo a la hora de abordar sus problemáticas, sus dinámicas, y proponer estrategias de mejora. Esta primera aproximación taxonómica se basa en su proximidad a núcleos urbanos más consolidados, ya sean grandes ciudades o ciudades intermedias. La clasificación propuesta es la siguiente:
1Núcleos rurales periurbanos. Se trata de asentamientos rurales situados en la periferia y proximidad de ciudades grandes o intermedias. Estos núcleos rurales mantienen su propia identidad, y a menudo basan sus economías en actividades agrícolas, pero tienen otras economías alternativas relevantes. Estar cerca de ciudades consolidadas da lugar a núcleos de múltiples tipologías diferentes, desde asentamientos autónomos hasta enclaves residenciales de ciudades dormitorio. Estos núcleos no suelen perder población, incluso tienen un crecimiento poblacional positivo, y los servicios básicos se resuelven mayoritariamente por la proximidad del núcleo urbano de referencia (Fig. 5).
2Núcleos rurales remotos. Estos núcleos rurales se encuentran alejados de las ciudades, y en territorios de topografía accidentada en la mayoría de los casos, con escasa accesibilidad y con graves problemas de despoblación. Las infraestructuras de acceso son deficientes y el transporte público muy escaso, así como la mayoría de los servicios básicos. Sus economías son altamente vulnerables y muestran altas tasas de envejecimiento de la población. Por otro lado, cuentan con entornos naturales de gran valor patrimonial, a menudo economías agrícolas y ganaderas contrastadas con economías turísticas de calidad, y a menudo experimentan retrocesos estacionales de población, así como mercados alterados como el de la vivienda, generalmente diseñado para comunidades de alto poder adquisitivo y segundas residencias (Fig. 6).
3Núcleos rurales sinérgicos. Se trata de núcleos rurales relativamente alejados de las ciudades consolidadas, en territorios generalmente poco accidentados, bastante autosuficientes, y que establecen sugerentes sinergias y complicidades entre ellos, dando sentido a las dinámicas territoriales de la zona. Son asentamientos rurales que tienden a ser estables desde el punto de vista poblacional, aunque con tendencia al envejecimiento, y que mantienen rasgos identitarios muy acentuados. Sus actividades económicas están bastante diversificadas, incluyendo muchas ocupaciones fuera de la agricultura y la ganadería. Suelen tener cubiertos los servicios básicos, aunque pueden presentar déficits significativos en educación, salud y transporte público (Fig. 7).
Este primer enfoque taxonómico forma parte, como hemos comentado, de una metodología de trabajo más amplia. Considerar los núcleos rurales desde esta perspectiva nos permite abordar de manera más efectiva la complejidad de los asentamientos, ya que su rol en cada uno de ellos es notablemente diferente, y sin duda que las estrategias a implementar en diferentes núcleos rurales ubicados en escenarios similares pueden tender a mostrar tendencias y casuísticas compartidas, a pesar de las especificidades de cada uno de ellos.
FIG. 5. Ejemplo de núcleos periurbanos, en el entorno de la ciudad de Manresa
Fuente: Elaboración propia a partir de los planos del Institut cartogràfic i Geològic de Catalunya
FIG. 6. Ejemplo de núcleos remotos, en el entorno del alto Segre
Fuente: Elaboración propia a partir de los planos del Institut cartogràfic i Geològic de Catalunya
FIG. 7. Ejemplo de núcleos sinérgicos, en el entorno de Prats de Lluçanès
Fuente: Elaboración propia a partir de los planos del Institut cartogràfic i Geològic de Catalunya
Aparte de estos tres escenarios taxonómicos, hay que tener en cuenta un cuarto: los núcleos despoblados. Aunque su dinámica económica y social ha desaparecido, mantienen importantes activos patrimoniales, tanto naturales como urbanos y arquitectónicos, y forman una parte muy importante del territorio, con un potencial mucho más que significativo para su reestructuración y reequilibrio, y con evidente arraigo en el entorno geográfico. El escenario que presentan estos núcleos es claramente único y especialmente sugerente, y un estudio riguroso que permita mapear su posición relativa, evaluar su contenido histórico, las razones de su inactividad y sacar a relucir sus capacidades de resiliencia latente podría representar un documento de inestimable valor para el desarrollo rural de su territorio. Sin embargo, este escenario es muy distinto de los antes mencionados, y requiere estrategias bien distintas. Es por ello que los núcleos rurales despoblados no se consideran en la metodología de trabajo que se plantea.
El número de habitantes de cualquier núcleo rural es un dato fundamental para entender su papel en términos funcionales respecto el ámbito territorial al que pertenece. Hay que tener en cuenta que muchos de los servicios públicos municipales dependen a menudo del número de habitantes, y que la mayoría de las actividades económicas de los núcleos rurales dependen también de la masa crítica residencial.
De hecho, en la definición de núcleo rural, el umbral de los 2000 habitantes es un valor ampliamente utilizado, ya que los núcleos rurales que superan este número de habitantes a menudo disponen de los mínimos servicios básicos, especialmente los servicios sanitarios y educacionales. En efecto, en España, según el Instituto Nacional de Estadística (INE), se consideran rurales los núcleos de menos de 2000 habitantes, aunque se considere un valor variable. A su vez, el Plan Sectorial de la Vivienda de Cataluña utiliza también el umbral de los 2000 habitantes para definir los núcleos rurales, siempre y cuando no sean núcleos conurbados regionales o núcleos conurbados comarcales (capítulo 6,6 del Plan Sectorial). Por su parte, Francia también utiliza este umbral como criterio estadístico para definir los núcleos rurales.
Si consideramos como núcleos rurales aquellos asentamientos urbanos de 2000 habitantes o menos, nos daremos cuenta de que podemos incluso establecer otros umbrales por debajo de esta cifra, y que nos puede permitir introducir un nuevo modelo taxonómico en el estudio y valoración de los núcleos rurales, atendiendo al su papel jerárquico dentro del sistema territorial. Es necesario definir por tanto cuáles de estos centros son más relevantes por su número de habitantes, su capacidad de servicios y su dinámica económica. Para la definición de esta taxonomía se proponen cuatro niveles jerárquicos (Fig. 8):
–Núcleos de nivel 1. Estos son los núcleos más importantes, que deben jugar un papel fundamental en la concentración de usos, y que funcionan como centros territoriales de servicios. Se trata de las ciudades intermedias, con poblaciones mínimas de 5000 habitantes.
–Núcleos de nivel 2. Estos núcleos juegan un papel importante como centros dinamizadores de determinados sectores del territorio, donde se delimitan áreas más específicas. Estos asentamientos corresponden al umbral de los 2000 habitantes, y disponen en la mayoría de los casos de servicios básicos cubiertos.
–Núcleos de nivel 3. Se trata de los núcleos que rondan los 1000 habitantes de media, y que en general dependen en términos de servicios de los anteriores. Estos núcleos se consideran claves en el proceso de dinamización del territorio, ya que son los que permitirán fortalecer los núcleos de nivel 4, que están mucho más desfavorecidos en cuanto a actividades económicas e indicadores de población.
–Núcleos de nivel 4. Estos núcleos son los más reducidos, con poblaciones inferiores a los 500 habitantes, y que habitualmente se distribuyen de forma más o menos homogénea por el territorio. Estos asentamientos son los prioritarios para su revitalización, ya que son los que sufren en mayor medida la despoblación, la desaceleración económica y el envejecimiento de la población (Matysiak, 2023).
FIG. 8. Propuesta de jerarquía de núcleos en el Ripollés
Fuente: Elaboración propia
El concepto de la unidad geográfica nos es tremendamente útil para definir las áreas de comportamiento sinérgico, y para definir ámbitos de estrategia rural. Precisar los ámbitos territoriales a partir de las unidades geográficas supone un eficaz modelo taxonómico para abordar con cierta seguridad los problemas rurales. La unidad geográfica se podría definir como un ámbito físico singular del territorio donde se distribuyen pequeñas aldeas que muestran tendencias socioeconómicas y funcionales compartidas.
El término “unidad geográfica” se utiliza en la literatura científica reciente sobre ruralidad (por ejemplo, en artículos publicados en las últimas décadas en el Journal of Rural Studies) para referirse a ámbitos administrativamente definidos (desde un ámbito territorial de características específicas, un municipio, pasando por un distrito o incluso un barrio). Sin embargo, el concepto de unidad geográfica tiene profundas raíces en la geografía humana en general y en la geografía cultural en particular. La geografía cultural se interesa por las interacciones entre la cultura humana (material e inmaterial) y el medio natural, y cómo el hombre organiza el territorio. La geografía cultural tradicional está estrechamente ligada a la figura del geógrafo norteamericano Carl Sauer, que en 1925 publicó el artículo seminal “The Morphology of Landscape” (Sauer, 1925). Sauer definió el paisaje como la unidad esencial del estudio geográfico. Las culturas y las sociedades están intrínsicamente ligadas a sus paisajes: emergen de ellos y los moldean. Esta interacción entre la geografía natural y las comunidades humanas crea el “paisaje cultural”, el cual se manifiesta en unidades geográficas que comparten dicho paisaje.
La importancia de la unidad geográfica fue recuperada y puesta a prueba por un estudio realizado en 2005 por el Departamento de Urbanismo de la UPC bajo la dirección del profesor Miquel Domingo (Domingo, 2009). La Generalitat había encargado a la Universidad que estudiase la situación de los pueblos despoblados de la región de los Pirineos para proponer estrategias y medidas de revitalización. Al gobierno le interesaba tener algunas directrices y pautas razonadas para impulsar las inversiones públicas en la revitalización de estos territorios.
Si bien las comarcas catalanas pueden considerarse como unidades geográficas contrastadas y consolidadas a escala territorial, el trabajo de campo llevado a cabo en cuatro de ellas de alta montaña (Alt Urgell, Alta Ribagorça, Pallars Jussà y Pallars Sobirà) pronto puso de manifiesto la necesidad de trabajar a una escala menor, entendiendo que cada pequeño núcleo rural debía completarse con la comprensión de la unidad geográfica de menor escala a la comarcal, y a la que pertenecían. En esta región montañosa, las unidades geográficas eran bastante evidentes de identificar, ya que correspondían principalmente a los diferentes valles (Fig. 9).
FIG. 9. Mapa de las unidades geográficas del entorno de la Seu d’Urgell
Fuente: Domingo (2009)
Durante siglos, la comunicación en los Pirineos había seguido los corredores de los principales ríos. Los valles laterales estaban ocupados por grupos de pequeños asentamientos con un acceso principal desde los corredores fluviales. La comunicación transversal entre valles era mucho menos importante o a veces inexistente debido a la complejidad de la topografía. Las aldeas habían tenido una economía de subsistencia autosuficiente y habían desarrollado un sentido compartido de pertenencia al valle. Las fiestas y encuentros anuales (“aplecs” en catalán) eran oportunidades para intercambiar y potenciar las identidades locales de estas comunidades. Algunos de estos valles son conocidos por su herencia románica (como el valle de Boí-Taüll) o por sus ancestrales fiestas de solsticios de verano (descensos de antorchas pirenaicas), ambos reconocidos como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
FIG. 10. Unidades Geográficas definidas en los entornos del Solsonés y el Alto Segriá, Cataluña
Fuente: trabajos de investigación, ETSAB; E. Mendo - J. Salvia, y N. Oliver - N. Velten
Hoy en día, el sistema socioeconómico que había desarrollado estos paisajes ha desaparecido para siempre. Sin embargo, los pueblos siguen perteneciendo a un valle, a una unidad geográfica que conviene tener en cuenta. Comparten un paisaje, un eje viario (y a través de él, el acceso a muchos servicios), recursos económicos locales (los bosques, los campos, los pastos) y un paisaje cultural creado por los antepasados que han habitado y transformado el territorio durante mucho tiempo. Por lo tanto, la investigación caracterizó alrededor de 100 aldeas (estado de los edificios, población y actividades remanentes, equipamientos existentes, estructuras urbanas, valor patrimonial...) pertenecientes a 18 unidades geográficas. A nivel de unidades, el estudio evaluó la calidad de las infraestructuras y equipamientos, los recursos socioeconómicos, la dinámica de conservación de los edificios y las oportunidades de revitalización. Se eligió la unidad geográfica como el nivel más conveniente para concentrar los esfuerzos de la administración (inversiones en infraestructuras y servicios, subvenciones para la rehabilitación de viviendas permanentes, proyectos de paisajes culturales comunes...).
El recurso de las unidades geográficas se demostró efectivo en la definición de las estrategias a implementar en distintos casos de estudio, y parece pertinente entenderlas como un método de trabajo eficaz en la aproximación a los problemas de estos territorios, permitiéndonos definir incluso sistemas menores dentro de estas unidades formadas por pequeños asentamientos que tienden a agruparse en lo que podríamos llamar sistemas microurbanos.
Cada una de las taxonomías descritas nos aporta una mirada específica y útil en la lectura de las unidades funcionales de los territorios, y nos acerca a entender el rol de cada uno de los núcleos rurales dentro de los distintos sistemas territoriales. Pero sin duda, una mirada transversal sobre las tres taxonomías de manera simultánea nos puede permitir aproximarnos con mayor seguridad a las problemáticas, singularidades y potencialidades de cada núcleo rural y de cada contexto territorial, con el fin de establecer criterios de intervención que puedan ser flexibles, resilientes y atentos a las oportunidades de cada zona.
Esta metodología ha sido aplicada en diferentes entornos territoriales, y ha supuesto un efectivo punto de partida para empezar a considerar posibles estrategias de desarrollo rural. En un estudio de investigación sobre el valle de Huaylas, en los Andes, la metodología de las tres taxonomías implementadas de manera simultánea ha permitido entender con rigor las dinámicas existentes entre los núcleos rurales y el papel de cada uno de ellos en el sistema territorial. En el trabajo, se han clasificado los distintos asentamientos en función de la población (taxonomía poblacional - TP) estableciendo umbrales poblacionales específicos, que han permitido reconocer la posición de los tres escenarios principales definidos por la taxonomía de los patrones de localización (núcleos rurales periurbanos, sinérgicos i remotos - taxonomía TL), reconociendo su papel en la estructura territorial, a la vez que ha permitido precisar las unidades geográficas de trabajo (taxonomía TUG) (Fig. 11).
FIG. 11. El uso de las tres taxonomías (TL, TP y TUG) de manera simultánea permite hacer una rigurosa aproximación a los sistemas funcionales del territorio
Fuente: trabajo de investigación de Máster en Urbanismo, ETSAB; Martín Astonitas y autores
En el análisis de los ámbitos territoriales de estudio, a menudo ha sido muy útil empezar por la taxonomía del patrón de localización (TL) para comprender las complicidades que se producen en determinados territorios que comparten un mismo escenario tipológico (periurbano, sinérgico o remoto). A partir de esta primera aproximación, la implementación de las dos taxonomías restantes, la poblacional (TP) y la de las unidades geográficas (TUG) ha permitido reconocer las similitudes y singularidades de cada uno de los ámbitos definidos por dichas taxonomías. Esta metodología también ha permitido reconocer cuáles de estas zonas abrazan mayores dinámicas funcionales y pueden significar potenciales nodos de desarrollo o funcionar como nuevas centralidades territoriales acompañadas de innovaciones transformativas locales (Fig. 12).
FIG. 12. Definición del ámbito del alto Segrià, Cataluña, en la taxonomia de patrón de localización remoto (TL), con las taxonomías poblacional (TP) y de unidades geográficas (TUG)
Fuente: trabajo de investigación en el Alt Urgell, P. Mancera - N. Mulet
La definición de las tres taxonomías y el cruce de la información que aportan supone una importante base para construcción de estrategias de desarrollo en las áreas de estudio rurales. Esta metodología permite reconocer áreas funcionales y temáticas acotadas en el espacio, y supone una ayuda en la categorización de los roles y papeles territoriales de cada una de estas áreas, para poder definir en un segundo estadio posibles estrategias de mejora y dinamización de estos territorios. Teniendo en cuenta las especificidades de los diferentes ámbitos de estudio, y partir de las taxonomías expuestas, es posible reconocer las tendencias y características de cada una de estas unidades funcionales, y plantear complicidades y sinergias entre ellas teniendo en cuenta el posible papel de cada una en un discurso argumental global del territorio. En sendos trabajos de investigación sobre la comarca de la Segarra y la comarca del Lluçanès, este tipo de aproximación nos ha permitido mayor seguridad en el trabajo interescalar, a la vez que reconocer áreas funcionales que a menudo se podían solapar entre ellas (con frecuencia de distintas escalas), pemitiendo que pudieran aflorar complicidades y sistemas cooperativos transversales, tan importantes en las estrategias de desarrollo rural (Fig. 13).
FIG. 13. Estrategias propositivas desarrolladas a partir del cruce de las tres taxonomías, en los entornos de la comarca de la Segarra y del Lluçanés, en Cataluña
Fuente: trabajos de investigación, C. Acuña - M. Hinojosa - J. Du - P. Campillo, y C. Gonçalves - M. Guardiola
Las tres taxonomías apuntadas (TL, TP y TUG), como metodología de trabajo y primera aproximación a los problemas de los núcleos rurales, debe complementarse, en un segundo estadio más expeditivo, con una discusión más instrumental y temática, y de carácter transversal. Esta segunda mirada, de carácter más táctico y que pretende apuntar sobre las posibles estrategias de intervención, propone trabajar sobre la información aportada por las taxonomías y vincularla a tres conceptos de trabajo específicos:
1Las temáticas principales de los núcleos rurales. Cualquier intervención o estrategia territorial debe comtemplar los temas fundamentales y más relevantes en la dinamización de estos ámbitos, y que podemos resumir en 6 ítems básicos: la movilidad, la vivienda, los servicios, los espacios públicos, las nuevas economías, y el patrimonio.
2El concepto de Ecosistema Rural. Los núcleos rurales conforman unos ecosistemas con el entorno natural muy sensibles y vulnerables, y establecen a su vez relaciones de calidad con los núcleos rurales próximos, considerando distintas escalas de trabajo.
3Las transversalidades. La recuperación y dinamización de los territorios rurales necesita de estrategias que se fundamenten en la transversalidad, evitando las aproximaciones monotemáticas y confiando en la complicidad entre los distintos agentes y los ítems antes mencionados. En este sentido, es fundamental la transversalidad temática y la transversalidad escalar.
Definimos a continuación cada una de estas tres miradas instrumentales complementarias, que pretenden completar esta primera mirada taxonómica.
Estos enfoques que venimos discutiendo deben abordar, al mismo tiempo y simultáneamente, las diferentes cuestiones clave en las que hay que incidir si queremos intervenir eficazmente sobre la complejidad de los territorios rurales (Fig. 14). Estos temas o principios urbanos deben enriquecer el discurso sobre los nuevos equilibrios e interacciones territoriales entre asentamientos urbanos y rurales, y son: movilidad, vivienda, servicios, espacio público, actividades y patrimonio. Es fundamental, por tanto, una mirada transversal a cada uno de estos 6 ítems, y también entender sus interrelaciones, ya que solo desde una visión concomitante y sincrónica de estos elementos podemos entender esta complejidad rural, y podemos establecer estrategias que realmente sumen exponencialmente y así garantizar propuestas mucho más efectivas y palpables.
Movilidad. Nuestra sociedad se basa en la movilidad, y es este factor el que puede mejorar sustancialmente los vínculos entre los asentamientos rurales y urbanos. Son las redes de infraestructuras que se distribuyen por el territorio las que promueven la conectividad y la eficiencia de estos enlaces. Pero no sólo son las oportunidades de comunicación que nos pueden ofrecer estas redes, sino también los medios de transporte que utilizamos para movernos a través de ellas (Camarero, 2016). Por ello, más allá de la infraestructura de movilidad, debemos prestar especial atención al transporte público, a menudo deficiente en contextos rurales, y buscar soluciones menos convencionales para hacerlo efectivo, desde vehículos compartidos hasta servicios de coches autónomos bajo demanda que se apoyan en las nuevas tecnologías. La movilidad también habla de accesibilidad y comunicación, y en este sentido la comunicación digital también es clave, como requisito imprescindible para garantizar un territorio rural accesible y conectado con el exterior.
Vivienda. La vivienda es uno de los temas más importantes en las zonas rurales, ya que el acceso a la vivienda es fundamental para garantizar la fijación de la población. En este sentido, además de contar con un parque habitacional adecuado, se debe prestar atención a las nuevas formas de habitar en sus múltiples facetas para fomentar y consolidar la permanencia residencial en los centros rurales, que presentan déficits en diversidad de oferta y accesibilidad. Así, en muchos núcleos rurales nos encontramos con que hay muchas viviendas unifamiliares en muy mal estado que suponen un peligro para los vecinos; al mismo tiempo, los jóvenes tienen dificultades para acceder a una primera vivienda debido a la falta de unidades asequibles y de alquiler. Por estos motivos, es necesario repensar las formas de habitar, desde el cohousing y los complejos residenciales con espacios compartidos, pasando por la masovería urbana y las cesiones de uso basadas en las reformas y adecuación de la vivienda para sustituir a los alquileres convencionales, o apostando por incentivar y mejorar sustancialmente la oferta residencial desde la diversidad tipológica de la vivienda (Dinamo, 2023). Son muchas las viviendas abandonadas y/o en mal estado de conservación, que no tienen posibilidad de entrar en el mercado residencial si la administración pública no actúa. A todo ello, se suma que una gran oferta residencial en el medio rural está orientada a segundas residencias y, por tanto, a precios prohibitivos para aquellas familias que pretenden construir su futuro en estos núcleos (Rantanen, 2023).
Servicios. La baja tasa de masa crítica residencial en las zonas rurales hace que los servicios sean deficientes. Las administraciones públicas también deben aceptar que gran parte de estos servicios requieren presupuestos e inversiones que muchas veces no son rentables pero sí necesarias. Hay que tener en cuenta que, además, los núcleos rurales cuentan con una población muy envejecida, lo que obliga a prestar especial atención a los servicios sanitarios y a los desplazamientos obligatorios para acceder a ellos (OCDE, 2021). Todo esto nos lleva a buscar soluciones de co-servicios y servicios compartidos, que pueden ser mejoradas sustancialmente con las nuevas tecnologías. En cualquier caso, hay que tener en cuenta que el servicio más relevante para hacer frente a la despoblación es la educación. Las escuelas son absolutamente necesarias para que las familias jóvenes se establezcan en las zonas rurales. Y es precisamente en este ámbito donde los entornos rurales pueden hacer una oferta educativa específica, personalizada y competente hacia la de los asentamientos urbanos, como muestran los grupos de escuelas ZER (Zonas de Educación Rural), donde el aprendizaje es adecuado al entorno y altamente estimulante (Bernad, 2021).
Espacios Públicos. Los centros rurales tienen estructuras y dinámicas muy diferentes a las de los centros urbanos: su morfología, tamaño y arraigo en el territorio los hacen únicos, y el papel de los espacios públicos es claramente diferente al de las ciudades y plantea nuevas interpretaciones. La atención cuidadosa y escrupulosa de estos espacios debe incluir lúcidas relecturas de su significado y su papel dentro de la estructura urbana de los núcleos, interpretando adecuadamente su uso, y entendiendo que la proximidad de los espacios abiertos naturales dotan de otro significado a los espacios públicos de los núcleos rurales (Gheysen, 2020). El papel de estos espacios debe ser muy flexible y resiliente, con capacidad para abarcar diferentes usos y actividades. Por otro lado, los parques y jardines urbanos de las ciudades intermedias son espacios sin sentido en las zonas rurales, donde se hace evidente la necesidad de reinterpretar su papel en estos contextos.
Nuevas economías. Gracias a las nuevas tecnologías, las nuevas economías emergentes pueden trasladarse cómodamente a los entornos rurales, probablemente con reinterpretaciones y modificaciones sustanciales que podrían aumentar e incidir creativamente en el vínculo y las sinergias del binomio urbano (Hill, 2006). El teletrabajo y las diversas fórmulas de incubadoras de empresas y cooperativas pueden favorecer la implantación de jóvenes emprendedores que, al mismo tiempo, pueden incidir positivamente en los tejidos sociales de estos núcleos rurales e impulsar sus economías e intercambios comerciales. Las nuevas economías también pueden influir en el funcionamiento de las economías tradicionales propias del sector primario, aportando valor añadido y promoviendo un cambio hacia una economía circular y sostenible y fácil de implementar en entornos rurales.
Patrimonio. No cabe duda de que las zonas rurales gozan de un importante patrimonio natural, pero también hay un importante patrimonio urbano y arquitectónico en estos núcleos que también hay que poner en valor. Este patrimonio puede influir en la estimulación de sus economías e intercambios, ya sea por su impacto turístico o por la propia calidad del entorno rural y urbano (Galán, 2019). Los enfoques patrimoniales de los paisajes naturales, a través de los paisajes culturales, las lecturas sobre la memoria histórica y el patrimonio inmaterial de los sistemas de producción tradicionales son parte sustancial y relevante de estos lugares, y representan un valor agregado invaluable que contribuye a la identidad del territorio. Al mismo tiempo, el patrimonio cultural también es crucial, tanto por sus repercusiones sociales como por su valor cualitativo.
FIG. 14. Los 6 ítems
Fuente: Elaboración propia
Podríamos definir el ecosistema rural como una antropización de un ecosistema natural adaptado a las necesidades humanas, estableciendo así un nuevo ecosistema en equilibrio. El ecosistema rural puede establecer economías cíclicas, estimular el reciclaje y respetar el medio ambiente y la biodiversidad, donde se establecen interacciones entre los organismos, el medio físico biótico y abiótico, las estructuras antrópicas, los asentamientos rurales y los seres humanos. El suelo, el agua y el aire dan forma al entorno físico; los seres humanos, los animales, las plantas y los microbios son los organismos; las infraestructuras, los edificios y los centros rurales son elementos antrópicos. Estos tres componentes son los que conforman los ecosistemas rurales (Forman, 2014).
En los entornos rurales, las interacciones entre los elementos son mucho más importantes que los propios elementos. En este sentido, el concepto de ecosistema rural es de gran utilidad para abordar cómo se establecen estas interacciones en diferentes campos de estudio. La economía se concentra en las relaciones entre los recursos y la subsistencia humana. La sociología se centra en los intercambios entre las personas. La arquitectura y las construcciones establecen relaciones con usos y funcionalidades. La salud tiene que ver con las interrelaciones con el entorno natural. La movilidad y los desplazamientos vinculan las diferentes actividades.
La unidad básica de los ecosistemas rurales son las comunidades rurales, que generan un patrón espacial en el que se basan todas estas interrelaciones, y que tienen sentido en los flujos entre organismos, estructuras antrópicas y el medio físico (Machlis, 2011).
El concepto de ecosistema rural se puede representar mediante el gráfico de la Fig. 15, un modelo desarrollado por los autores a partir de las ideas de Dahlgren (1991) y Burton (2021). En el centro del ideograma se encuentra la comunidad, la unidad social básica, donde se desarrollan diferentes actividades vinculadas a la vida cotidiana, como los intercambios sociales, el aprendizaje, el trabajo o el ocio, y que se basan en las redes sociales presenciales y virtuales, el equilibrio entre vivir y trabajar, y que parten del capital social. El contexto físico en el que se desarrolla principalmente esta comunidad es el primer nivel escalar (E1), que corresponde al entorno urbano, y que podemos asociar mayoritariamente con el núcleo rural. Este contexto físico puede ser desde un caserío vinculado a los campos de cultivo (un edificio), un agregado de viviendas que puede generar una pequeña comunidad de unas 10 viviendas (aldea), un pequeño núcleo rural (alrededor de 300 habitantes), o un núcleo rural de mayor entidad (hasta unos 2500 habitantes aproximadamente). Estas comunidades tienen límites urbanos muy precisos, establecen vínculos muy importantes con el entorno inmediato y forman unidades antrópicas donde los conceptos de bienestar, salud o calidad urbana de los asentamientos son muy importantes.
FIG. 15. El ecosistema rural
Fuente: Elaboración propia
El segundo nivel escalar (E2) corresponde a las unidades geográficas comentadas anteriormente, que configuran realidades paisajísticas y morfológicas homogéneas, y que muestran un escenario coherente donde tienen lugar las relaciones entre los diferentes núcleos rurales. Es en este nivel donde se manifiestan sus sinergias, complicidades y singularidades, y donde nos interesan sus posiciones relativas respecto al relieve, la hidrología o las especificidades geomorfológicas del soporte territorial. Es también en este contexto donde cobran gran relevancia las parcelas rurales, los usos del suelo, los trazados viales y la red de caminos, elementos patrimoniales y paisajes naturales, así como la forma y distribución de los diferentes asentamientos humanos dentro de cada unidad geográfica. Dentro de estas unidades geográficas se pueden reconocer patrones de asentamientos, usos del suelo y procesos de antropización, así como patrones vinculados a sistemas naturales (flora y fauna).
El tercer nivel escalar (E3) abarca un área territorial más amplia, que puede abrazar diferentes unidades geográficas simultáneamente y compartir unidades de paisaje comunes. Estas áreas están definidas por sus factores fisiográficos, los usos genéricos del suelo, los recursos, la dimensión histórica del paisaje, la determinación de las visibilidades, su dinámica y la percepción y sentido del lugar. Es en este contexto que nos interesan los conceptos de biodiversidad, conectores ecológicos y ecosistemas naturales, políticas de áreas naturales protegidas y actividades agroforestales relacionadas, así como los valores estéticos, históricos, sociales, simbólicos y productivos del territorio (Unidades de Paisaje). Al mismo tiempo, los conceptos más amplios de aire, agua, suelo o energía pueden ser tratados en este campo de una manera más global y genérica.
Al margen de esta perspectiva escalar, también es importante abordar las cuestiones clave que juegan un papel importante en la dinámica de los ecosistemas rurales, y a las que nos hemos referido anteriormente: la vivienda, los servicios, el diseño urbano, el patrimonio, las actividades económicas y la movilidad. Estos elementos tienen diferentes impactos en cada uno de los tres escenarios escalares. Los tres primeros tienen un campo de influencia principalmente en el primer nivel escalar del entorno urbano: las políticas de vivienda, los servicios básicos o el diseño urbano de los asentamientos corresponden a la escala local. En el caso del patrimonio, en el que nos interesa no sólo la arquitectura y la cultura, sino también la naturaleza, el impacto también es en las unidades geográficas, especialmente por sus valores paisajísticos y naturales que permiten definirlas. Las actividades económicas y la movilidad (física y virtual) influyen en los tres niveles escalares, en la medida en que, como comentábamos al principio, hay que entender que las dinámicas rurales están estrechamente ligadas a las ciudades y que es fundamental concebir de forma integral el mundo urbano y rural como un sistema holístico para poder abordar con garantías la problemática de las zonas rurales.
Por último, es fundamental que las iniciativas y estrategias que se puedan poner en marcha en el medio rural estén debidamente canalizadas y gestionadas por los agentes que gestionan el territorio, y que cubran los diferentes niveles escalares. La gobernanza debe darse desde los escenarios locales a través de los ayuntamientos y las entidades públicas locales, pasando por las administraciones comarcales y los consorcios públicos que tienen competencia en las diferentes unidades geográficas, hasta las entidades públicas autonómicas o estatales que tienen intereses en la gestión del suelo.
Si partimos de la idea de que las interrelaciones entre los elementos son fundamentales, y muchas veces mucho más importantes que los propios elementos, para abordar el concepto de ecosistema rural es necesario introducir el concepto de transversalidad que, como hemos visto, se manifiesta en los núcleos rurales de dos maneras diferentes: transversalidad escalar, y transversalidad temática.
Con respecto a la transversalidad escalar, parece claro que las tres escalas de enfoque están bien interrelacionadas para garantizar que las estrategias implementadas a cualquier escala tengan un impacto directo y positivo en las otras dos escalas. Por lo tanto, cualquier intervención sobre el entorno urbano debe orientarse, además de mejorar las condiciones de vida de las comunidades, a nutrir las estrategias propuestas sobre unidades geográficas, así como las propuestas a la escala más territorial (Fig. 16a). Del mismo modo, los proyectos territoriales, que en la mayoría de los casos son competencia de las administraciones públicas de nivel superior, deben ser sensibles a las lecturas de las unidades geográficas y a los intereses locales de las zonas rurales (Fig. 16b).
En cuanto a la transversalidad temática, es fundamental que cualquier iniciativa que afecte específicamente a uno de los seis ejes temáticos aborde al mismo tiempo los vínculos y complicidades que se puedan establecer con los otros cinco. Así, una propuesta vinculada al patrimonio debe considerar los vínculos que puede establecer con la vivienda (rehabilitación y cambio de uso de edificios patrimoniales para usos residenciales, como colonias productivas obsoletas o rectorías asociadas a iglesias, por ejemplo), con los servicios (incorporación de nuevos usos comunitarios y públicos sobre edificios patrimoniales), con el diseño urbano (reconsiderando el entorno urbano inmediato), con actividades económicas (impulsando nuevas actividades como incubadoras de empresas o coworking (Görmar, 2021), así como potencial turístico), y movilidad (resolviendo su accesibilidad) (Fig. 16c).
FIG. 16. Gráfico de relaciones en el ecosistema rural
Fuente: Elaboración propia
Este ideograma pretende poner de manifiesto estos conceptos clave en la configuración de los ecosistemas rurales, pero también pretende ser útil como herramienta de trabajo para analizar, ensayar y proponer estrategias de intervención sobre diferentes contextos rurales, pudiendo ser especialmente valioso tanto en los procesos participativos y propositivos de los territorios rurales como para las reflexiones de las administraciones o técnicos que tienen competencia en el medio rural (Fig. 17).
FIG. 17. El gráfico del Ecosistema Rural como herramienta
Fuente: Elaboración propia
La complejidad del territorio rural requiere lecturas transversales. Aunque las perspectivas sectoriales o temáticas simplifican el problema y abordan los problemas desde diferentes perspectivas, siempre se trata de enfoques unívocos que deben contrastarse entre sí. Es por ello que el concepto de transversalidad es fundamental para abordar la multiplicidad de factores que intervienen en estos territorios.
Esta transversalidad debe ser considerada desde dos perspectivas:
1La transversalidad escalar. Cualquier intervención en el territorio rural requiere abordar el problema desde diferentes escalas, y hacerlo simultáneamente. De acuerdo con las lecturas de las taxonomías de las unidades y subunidades de paisaje, podemos establecer una primera escala de trabajo que considera la escala territorial. Esta lectura sitúa a los núcleos rurales en su contexto regional, y nos permite comprender el papel de cada uno de ellos en el sistema global del territorio. En este sentido, es muy importante la definición de la jerarquía de los núcleos que ya hemos comentado. La segunda escala es la escala intermedia, en la que es necesario estudiar las relaciones entre los diferentes núcleos de población, y qué complicidades y sinergias establecen entre ellos, cuidando de ver movilidad, economías y servicios compartidos. Por último, la tercera escalera es la local, donde hay que prestar atención a la forma de los núcleos, a su diálogo con el entorno inmediato, y a su propia estructura urbana, valorando sus espacios abiertos, límites urbanos, servicios, viviendas y comunidades sociales, así como el tejido productivo vinculado al núcleo. Estas tres escalas deben ser abordadas simultáneamente, y es necesario que las intervenciones a escala local se orienten y ayuden a construir los argumentos establecidos en el nivel intermedio, mientras que las propuestas a esta escala deben abordar de manera efectiva y asertiva el discurso de la escala territorial. La retroalimentación es la razón de ser de la transversalidad escalar (Fig. 18).
2La transversalidad temática. Hemos mencionado anteriormente que trabajar en entornos rurales requiere abordar seis temáticas específicas que tienen sus singularidades: movilidad, vivienda, servicios, espacios públicos, nuevas economías y patrimonio. Aparentemente se trata de aspectos sectoriales muy diferentes y autónomos, pero es precisamente en la lectura transversal de estos ítems donde reside la garantía de éxito de cualquier intervención. Tal y como hemos explicado en el apartado anterior, una intervención sobre el patrimonio debe considerar los otros ítems para garantizar un impacto transformativo real (Fig. 16c). Es absolutamente imprescindible que cada uno de estos temas se ponga en relación con los demás y que se establezcan complicidades, ya que esta es la forma de lograr la implementación de estructuras proposicionales sistémicas en las que el resultado global sea mucho mayor que la suma de sus partes.
FIG. 18. Ejemplo de transversalidades escalares
Fuente: Elaboración propia
El territorio rural es altamente complejo, donde a menudo se mezclan muchas temáticas diferentes y donde confluyen simultáneamente muchos agentes. Además, cada territorio es diferente, con especificidades a menudo endémicas que requieren intervenciones específicas para resolver problemas específicos. Sin embargo, podríamos establecer una serie de recomendaciones o sugerencias a tener en cuenta a la hora de abordar la problemática rural. Sin pretender hacer un manual, sólo se plantean algunos consejos y algunas cuestiones que creemos que son prioritarias, y que derivan de esta aproximación a través de las tres taxonomías apuntadas, así como de las tres miradas instrumentales complementarias a las que acabamos de hacer referencia.
Teniendo en cuenta esta aproximación y de la metodología apuntada, podemos hacer algunas consideraciones en el proceso de abordaje de las cuestiones que se deben abordar respecto a los territorios rurales. En este sentido, es necesario poner en primer plano la complejidad del territorio rural y su actualidad. Aunque tradicionalmente se ha asociado a las zonas rurales con zonas de escasa riqueza temática, donde las economías agrarias eran las únicas a tener en cuenta, y donde se creía que las economías y las comunidades tenían dimensiones más sencillas y discretas, podemos garantizar que el territorio rural es tremendamente complejo y dinámico, y que además es un activo inestimable para acoger y construir las necesidades futuras de la sociedad en términos de recursos y necesidades económicas, culturales y ambientales. Hay que tener en cuenta que el medio rural será el nexo que nos permitirá mejorar la calidad de vida de nuestra sociedad en los próximos años, especialmente en lo que se refiere a los derivados del periodo de pandemia, que paradójicamente ha generado esperanzas optimistas respecto al crecimiento migratorio rural, con la experiencia colectiva del teletrabajo, y que ha supuesto un cambio significativo en las tendencias sociales y en las escalas de valores que ha dotado a los territorios rurales de nuevos significados y nuevas expectativas.
En efecto, hay que considerar las especificidades de cada medio rural. Como hemos visto, el territorio no es neutro, y no se pueden plantear estrategias genéricas sobre áreas que incluyan singularidades específicas y que cuenten con activos que muchas veces son endémicos e irrepetibles en otros contextos. Cada área tiene ciertas especificidades que requieren estrategias selectivas adaptadas a la forma del territorio y sus dinámicas únicas. Por ello, es imprescindible un análisis cuidadoso del campo de trabajo, centrándose expresamente en las diferentes escalas de abordaje, y teniendo en cuenta la transversalidad de los temas a abordar. En este sentido, y como hemos señalado en el proceso metodológico, una aproximación y definición de las jerarquías de los núcleos del campo puede ayudar mucho en la toma de decisiones y en el establecimiento de prioridades estratégicas. Por otro lado, la gestión de estos territorios también muestra diferentes agentes y diferentes gobernanzas que condicionan sus expectativas de futuro.
Parece necesario leer el territorio de manera integral, donde los centros rurales y los centros urbanos forman parte de una misma realidad. Las estrategias deben estar orientadas a mejorar la calidad de vida de ambas realidades simultáneamente, y huir de la visión tradicional donde se ha interpretado que los entornos rurales son lo negativo de los entornos urbanos, o que hay servidores y servidos. La planificación del territorio implica comprender su complejidad desde todas las realidades que forman parte de él, y sólo a partir de propuestas que valoren los vínculos entre ambas realidades podemos tener garantías de éxito.
La metodología de las tres taxonomías, a saber, la taxonomía del patrón de localización (TL) (que distingue los núcleos rurales periurbanos, los sinérgicos y los remotos), la taxonomía poblacional (TP) y la taxonomía de las unidades geográficas (TUG), nos permiten realizar una primera aproximación a la singularidad de sus de los núcleos rurales de manera rigurosa, reconociendo el papel de las unidades funcionales, y aportando información muy relevante para poder diseñar en una segunda fase estrategias de dinamización de estos territorios.
Estas taxonomías pueden complementarse con unas miradas complementarias y más instrumentales que aborden cuestiones fundamentales en el desarrollo de los núcleos rurales, como son los seis ítems básicos (movilidad, vivienda, servicios, economías, espacios libres y patrimonio), el concepto de los ecosistemas rurales, o la transversalidad. En este sentido, la transversalidad debe ser entendida como una efectiva metodología de trabajo en la definición de estrategias, con alto potencial para garantizar la efectividad de las intervenciones. Debemos estar convencidos de que el resultado conjunto de diferentes iniciativas puede ser mucho mayor que la suma de sus partes, y que el establecimiento de sinergias intencionadas entre los diferentes temas abordados para garantizar resultados beneficiosos y eficientes es la clave. Al mismo tiempo, esta transversalidad también debe tener una dimensión transescalar, que permita conectar las propuestas a nivel territorial, intermedio y local. Las intervenciones más específicas con un alcance más específico deberían estar dirigidas a alimentar propuestas intermedias, y éstas, a su vez, alimentar propuestas a una escala más territorial. Necesitamos, por tanto, un discurso en el que las diferentes escalas estén bien entrelazadas.
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Los autores agradecen las críticas constructivas recibidas, comentarios y sugerencias realizados por las personas evaluadoras anónimas, que han contribuido a mejorar y enriquecer el manuscrito original.