Estudios

CIUDAD Y TERRITORIO

ESTUDIOS TERRITORIALES

ISSN(P): 1133-4762; ISSN(E): 2659-3254

Vol. LVII, Nº 223, primavera 2025

Págs. 127-142

https://doi.org/10.37230/CyTET.2025.223.6

CC BY-NC-ND

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Huertos urbanos, infraestructura verde y urbanismo: una relación histórica con capacidad renovadora

Carmen Blasco-Sánchez (1)
Francisco Juan Martínez-Pérez (2)

(1) (2) Profesor/a Titular. Universitat Politècnica de València (UPV)

Resumen: La Urbanística es una disciplina operativa (Samonà, 1978), no científica, y un campo de conocimiento indispensable para renovar la configuración de lo urbano. Los huertos urbanos, con una larga tradición, se asumen desde hace décadas como un revulsivo más ante la crisis climática y, por tanto, como un recurso valioso que avala los postulados del desarrollo urbano sostenible con atributos, no sólo de necesidad medioambiental, también de cohesión social, seguridad alimentaria, salud e incentivos económicos. La evolución de las relaciones campo-ciudad en la cultura urbanística adquieren con los huertos urbanos un nuevo reto a replantear y reconducir. Aunque son indudables los beneficios que aportaron los cultivos cuando formaron parte de las relaciones cotidianas con lo urbano, es preciso volver a mirar el camino disciplinar recorrido, para poder clarificar, más si cabe, su potencial ante nuevas formas de planificación y ordenación urbana.

Palabras clave: Urbanística; Huertos urbanos; Agricultura urbana; Infraestructura verde; Proyecto urbano.

Urban gardens, green infrastructure and urbanism: a historical relationship with a renewing capacity

Abstract: Urban planning is an operational discipline (Samonà, 1978), not a scientific one, and an indispensable field of knowledge for renewing the configuration of the urban. Urban gardens, with a long tradition, have been assumed for decades as another revulsive in the face of the climate crisis and, therefore, as a valuable resource that endorses the postulates of sustainable urban development with attributes not only of environmental necessity, but also of social cohesion, food security, health and economic incentives. The evolution of rural-urban relations in urban culture acquires a new challenge to rethink and redirect with urban gardens. Although there is no doubt about the benefits that crops brought when they formed part of everyday relations with the urban environment, it is necessary to look again at the disciplinary path travelled in order to clarify, if possible, their potential in the face of new forms of urban planning and management.

Keywords: Urban planning; Urban gardening; Urban agriculture; Green infrastructure; Urban project.

Recibido: 16.01.2024; Revisado: 17.07.2024

Correo electrónico (1): mblasco@urb.upv.es; N.º ORCID: https://orcid.org/0000-0002-6647-4642

Correo electrónico (2): fjmartpe@urb.upv.es ; N.º ORCID: https://orcid.org/0000-0002-8366-3744

Los/as autores/as agradecen las críticas constructivas recibidas, los comentarios y sugerencias realizados por las personas evaluadoras anónimas, que han contribuido a mejorar y enriquecer el manuscrito original.

La publicación es parte del proyecto ENUTC Cofund 2021 U-GARDEN Promoting capacity building and knowledge for the extension of urban gardens in European cities REF: PCI2022-132963, financiado por MCIN/AEI/10.13039/501100011033 y por la Unión Europea “NextGenerationEU”/PRTR .

1. Introducción

Según el EFUA, el Foro Europeo sobre Agricultura Urbana, la agricultura urbana, las granjas o los huertos urbanos se definen como la práctica de cultivar, procesar y distribuir alimentos en o alrededor de áreas urbanas que de alguna manera están conectados con la ciudad y sus residentes (EFUA, 2022). De forma más específica, el Proyecto Europeo URBAN_GARDEN 2022-2025 reconoce que:

“Los huertos urbanos son un componente clave de los paisajes urbanos y periurbanos tradicionales de las principales ciudades europeas. Y que más allá de la producción y el consumo de alimentos, los huertos urbanos proporcionan una amplia gama de servicios ecosistémicos y sociales, con un impacto positivo en el entorno urbano y social vinculado a la vivienda”.

Realidades que se materializan sobre un espacio físico vinculado a la ciudad y que, por tanto, adquiere compromisos con su morfología urbana y su paisaje. Nuestro objetivo, en ese sentido, no es otro que hacer un recorrido no exhaustivo, pero sí lo suficiente significativo, desde aquellos hechos que destacan en nuestra tradición urbanística para ver si desde ese bagaje es posible clarificar un camino a seguir. Sin olvidar los pasos dados para cubrir algo más que las funciones mínimas y “dar forma adecuada a la expresión de la mejor vida comunitaria” (Unwin, 1909), y que, en nuestro tiempo, los huertos urbanos pueden colaborar en la mejora y renovación urbana desde los objetivos, tan ambiciosos como urgentes, de desarrollo sostenible. Se pueden asumir, por tanto, como un recurso que acredita en la actualidad gran parte de los ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible) y que, a nivel de planificación urbanística y de paisaje, pueden llegar a ser una componente clave de equilibrio en las relaciones ciudad-territorio y de respuesta a las necesidades vitales de cualquier comunidad o población urbana (Kameshwari & Kaufman, 2000).

Es importante, en ese sentido acudir a referencias destacadas como método para poder tener esa mirada amplia y evolutiva que exige cualquier forma de cultura, en este caso, la urbanística. Al plantear un recorrido por experiencias y datos del bagaje propio se podrán sacar conclusiones sobre el papel a desempeñar por los huertos urbanos en el marco vital de una comunidad ciudadana y también a reconocer el valor añadido de su contribución a los problemas actuales de las aglomeraciones urbanas.

Los huertos urbanos no constituyen un fenómeno novedoso en sí, tienen un origen ancestral, ciudad y agricultura nacieron juntas (alimento de las aglomeraciones urbanas y campo o entorno rural) y evolucionaron unidas bajo criterios de dependencia y necesidad a partir de una cultura que continúa vinculada a la alimentación. Aunque, a partir de la revolución industrial, en el contexto físico y funcional de la transformación decimonónica de la ciudad tradicional, esas relaciones directas se fueran perdiendo. No obstante, hay mucha historia y conocimiento que nos remite a épocas precedentes y contemporáneas donde los huertos aún se asumían como una componente básica de la vivienda o de las comunidades urbanas. Lo fue en la ciudad medieval, incorporando lo rural en el parcelario urbano y funcionando como una unidad ecológica porosa respecto a su entorno cercano (Muiño, 2016), y en los terrenos comunales periurbanos del Antiguo Régimen en nuestro país “como sistema integrado que hacía posible la agricultura de subsistencia” (Piqueras, 2000), o más tarde en los Commons privatizados en el Reino Unido a partir los Enclosure Acts (Sharman, 1989). También en las colonias industriales europeas suburbanas y los jardin ouvriers del s. XIX (Mayol & Gangneron, 2019) o en las colonias familiares o community gardens a principios del s. XX, al posibilitar ese contacto con la tierra, la provisión de alimentos y sus beneficios para la salud (Bonow & Normark, 2018). Los huertos de la colonia Berghamra y Barnängen (Estocolmo), de 1906, son un claro ejemplo de colonias familiares, los llamados “jardines de colonias” (Fig. 1a,1b,1c) donde todo estaba previamente planificado y diseñado (parcelario, casetas, vallas e incluso tipos de cultivos).

“El propósito de los jardines de colonias era que las familias principalmente trabajadoras obtuvieran un terreno y tuvieran la oportunidad de cultivar sus propios alimentos. Los trabajos en los huertos familiares también brindarán a las familias trabajadoras descanso y cambio de ambiente y contribuirán a una vida más saludable. Por lo tanto, en las parcelas no sólo se cultivarían plantas útiles, sino también flores y plantas ornamentales. La Asociación de Jardines de Colonias en Estocolmo (fundada por Anna Lindhagen) estableció reglas estrictas sobre lo que se podía cultivar en el lote y cuánto podía ocuparse con plantas útiles y cuánto debía usarse para cultivar flores” (Stockholmskallan, Stockholm Stad).

Experiencia que aún pervive, aunque en menor dimensión por la densificación de la zona con bloques residenciales, pero que es útil como modelo de referencia. Lo es, en el sentido de su formalización y su eficiencia, a partir de una ordenación precisa y regular del suelo y unas tipologías de elementos construidos y de material vegetal que aportan valores de uso y de identidad e imagen propia, además de los cometidos sociales y medioambientales añadidos.

No hay que olvidar, igualmente, durante las dos grandes guerras mundiales, los llamados war gardens que actúan como sustento básico de la población durante las crisis más profundas de ciudades como Berlín, por ejemplo (Morán & Hernández Aja, 2011). Las iniciativas históricas, en general, constituyen episodios relevantes de un bagaje disciplinar vinculado, junto a otros campos del conocimiento, al Urbanismo, al compromiso con la producción y mejora de las condiciones del espacio físico para cubrir las expectativas y las necesidades de los ciudadanos (Viljoin & Bohn, 2014). En tiempos más recientes, sobre todo a partir de los últimos años setenta en Estados Unidos (Adams & Hardman & Larkham, 2014), los huertos se incorporarán al desarrollo local dando respuesta, ya no tanto a objetivos de periodos anteriores, como a nuevas inquietudes colectivas (Mares & Peña, 2010):

“Los historiadores rastrean la próxima gran ola de agricultura urbana a fines de la década de 1960 y principios de la de 1970. En lugar de ser provocada por la escasez de alimentos debido a las crisis nacionales, esta ola fue motivada por el surgimiento de base del movimiento de derechos civiles, el movimiento ambiental y las reacciones al creciente declive urbano de cohesión social, resiliencia urbana, cultura territorial, ocio-bienestar, fines terapéuticos o científicos, entre otras”.

Desde entonces, la realidad de la agricultura incorporada a la ciudad o a su entorno inmediato responde a propósitos vinculados a la necesaria adaptación de la vida urbana a los retos actuales, y las diferentes alternativas o tipologías de huertos urbanos se convierten en una herramienta eficiente para conocer su verdadero alcance y potencial frente a esos nuevos cometidos (FAO & Rikolto & RUAF, 2022). Los huertos urbanos pueden actuar bajo viejas soluciones readaptadas, o a través de nuevas modalidades ajustadas a las actuales capacidades técnicas y a los recursos que, desde las diferentes disciplinas y ciencias, pueden dar respuesta a los problemas más acuciantes.

Vale la pena, al pensar en esa evolución compartida de la ciudad y la agricultura, la mirada de futuro de Carolyne Steel al apostar por lo colectivo asociado a la comida y acuñar el término sitopía en su obra “Hungry city” (Steel, 2008):

“(SITOPÍA) Su escala puede no tener precedentes, pero la gente se ha estado preguntando cómo construir comunidades equitativas, viables y sostenibles desde que existen las ciudades. Creo que la comida es la clave para pensar en estos temas de una manera conectada: la respuesta obvia que nos ha estado mirando todo el tiempo, solo que era demasiado grande para verla.

La comida es lo que nos conecta a todos entre nosotros y con el mundo natural, lo que la convierte en un medio increíblemente poderoso para pensar y actuar en colaboración. Abarca toda la vida, no solo lo que es necesario, sino también lo que hace que valga la pena vivir”.

La arquitecta, autora del término sitopía, nos remite a la necesidad de consolidar comunidades sostenibles, vinculándolas a la exigencia de compartir necesidades tan básicas como el alimento. Algo que, como hemos visto, se repite a lo largo de la historia de lo urbano, pero que ahora asume nuevas funciones además de la alimentaria y permite superar las crisis sobrevenidas (climática, sanitaria, económicas y políticas) e iniciar un nuevo camino priorizando lo colectivo como alternativa de vida.

Fig. 1a / Vista actual de los huertos de Barnängen en Google Earth, solo quedan 28 lotes

Fig. 1b / Zona de huertos de Barnängen en Södermalm, Estocolmo, e imagen histórica con la fábrica de hilados y tejidos de Estocolmo al fondo. 1915

Fuente: https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/c/ca/Barnängen_1915.jpg

Fig. 1C / Otra imagen histórica de jardines de colonia, Berghamra, en el municipio de Solna. 1922. Del mismo modo, destacan las casetas de madera y colores llamativos, en las que trabajó en su diseño el arquitecto Ragnar Östberg

Fuente: https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/a/a4/Bergshamra_koloniområde_1922.jpg

2. Las cuestiones urbanísticas previas: urbanismo y sostenibilidad

La verdadera trascendencia de la agricultura incorporada a la ciudad se vislumbra al pensar en términos de sostenibilidad, pero, asimismo, desde los postulados de progreso y mejora en la trayectoria temporal que define su historia urbana. Con esos avances la ciudad cuestiona el hábitat urbano existente y da un paso más en su evolución al introducir procesos de renovación que afectan a: las densidades y formas de ocupación del suelo; las actividades y funciones urbanas tradicionales; su estructura física; y, en consecuencia, a los niveles de adaptación del medio urbano a los nuevos tiempos (Nahmias & Le Caro, 2012).

Como puntualiza Bernardo Secchi (Secchi, 2015):

“Las responsabilidades del Urbanismo no se sitúan en el terreno de los valores y de la consiguiente definición de los objetivos que su proyecto se propone conseguir, sino en el terreno de la técnica, de los dispositivos analíticos y proyectuales que se ofrecen para afrontar y resolver una serie muy variada de problemas inherentes al proyecto de la ciudad”.

La Urbanística, desde su origen, se ha entendido como tal, como una técnica operativa implicada con la organización y el funcionamiento de la vida urbana (Marescotti, 1981), el propio Le Corbusier lo simplificaba diciendo que se trataba de poner orden en unas funciones y en unos objetos (Le Corbusier, 1978). En ese sentido, la reciprocidad entre medio físico y funciones sociales, intentan resolver las problemáticas urbanas sobrevenidas, las propias de cada tiempo, avanzando en la planificación de las medidas a tomar y en la definición formal del conjunto de entidades físicas que la integran y pueden favorecerlas.

En ese sentido, el urbanismo se manifiesta como soporte de cambios históricos que han permitido corregir la precariedad y progresar en niveles de salud y bienestar en la ciudad (Nahmias & Le Caro, 2012). Y la agricultura urbana, como entidad incorporada a ese medio y contemplada en su dimensión urbanística, puede añadir funcionalidades a la ciudad que mitiguen situaciones críticas y respalden mayores grados de adaptabilidad al cambio climático a lo largo de este siglo. El urbanismo se reconoce, por tanto, como un campo de conocimiento vinculado a las mejoras urbanas, pero no sólo a ellas, aporta soluciones y contribuye a los requisitos de la sostenibilidad global también desde las nuevas visiones comprometidas con el desarrollo territorial y los procesos ecológicos y ambientales que afectan y son afectados por lo urbano.

Sabemos que el medio urbano ejercerá una gran influencia a nivel planetario, en 2050 se convertirá en el espacio vital del 68% de la población mundial, pero en nuestro país, y en el sur de Europa, la previsión se amplifica. En España el porcentaje de población prevista en ciudades se eleva al 88% (UN-HABITAT, 2022), una proporción que ya se vislumbra al hablar de la España Vaciada, término que alude a las zonas rurales del interior del país que pierden población a un ritmo imparable. Habrá ciudades superpobladas donde los problemas actuales no resueltos se intensificarán en parte por ese incremento demográfico, pero también por otras dificultades que pueden surgir si llegamos tarde a poder aliviar los efectos de las últimas crisis (climática, sanitaria y económica, entre otras), sobre todo en las grandes aglomeraciones urbanas. Será difícil conseguirlo si no se introducen cambios sustanciales a través de una “planificación adaptativa y de intervenciones críticas que posibiliten planes de acción con capacidad de respuesta en la población” (ONU-Habitat, 2022), de propuestas de transformación que permitan al Urbanismo seguir conjugando el verbo avanzar en cuanto a niveles de eficacia al afrontar escenarios de futuro (Fig.2).

Fig. 2/ Escenarios de futuros urbanos: a. Grado de urbanización/ b. Salud pública y futuros urbanos sostenibles/ c. Economías urbanas resilientes: un catalizador para futuros productivos/ d. Garantizar un futuro urbano más verde

Fuente: https://unhabitat.org/wcr/

Es innegable que los huertos urbanos inciden en los múltiples beneficios que aporta el incremento de espacios verdes a un entramado urbano consolidado, como una segunda forma de naturaleza y cultura (Viljoin & Bohn 2014), pero también añade otras funciones esenciales vinculadas a la vida social y a la salud alimenticia que contribuyen a una visión nueva en algunos aspectos claves que se plantean desde el Urbanismo. Podemos destacar los postulados urbanísticos ante la paradójica y cuestionada contraposición urbano-rural (Mayol & Gangneron, 2019) que se desarrollan a continuación.

3. Los postulados urbanísticos en torno a la relación campo-ciudad

La tradicional antítesis urbano-rural deja de serlo con la progresiva dispersión de los usos urbanos.

El tema de la suburbanización agresiva y aleatoria sobre el territorio se remonta un siglo atrás, con Lewis Mumford cuando se refiere al informe de Henry Wright sobre el Plan Regional de 1926, demostrando frente a la expansión indiscriminada sobre el territorio (Mumford, 1938) “que en la situación imperante existían posibilidades latentes para crear un nuevo orden, no una continuación pasiva, sino una reintegración”. Es decir, una ocupación extensiva como aparece grafiada en los primeros esquemas explicativos de la RPAA (Regional Planning Association of America) a partir de los años veinte (Fig. 3). Desde su postura crítica, la época III, se trataba de defender la relación estable entre dos realidades que se necesitaban, la ciudad y el campo, para, sin impedir el desarrollo territorial, favorecer una mayor calidad de vida.

Fig. 3 / Esquemas de la Regional Planning Association of America (RPAA). Tres fases importantes en el desarrollo del Estado de New York

Fuente: Mumford, L. The Culture of Cities

La literatura sobre la ciudad dispersa avasalladora del suelo agrícola o forestal, ya con esa denominación, se generaliza desde los pasados años 80-90 a partir de las publicaciones de autores como F. Indovina (Indovina, 1882, 2007), (Indovina & Vettoretto, 1990), S. Boeri & A. Lanzani (Boeri & Lanzani, 1992), F. Eizaguirre (Eizaguirre, 2001), F. Muñoz (Muñoz, 2008), entre otros, y se concreta a partir de la idea de la disolución de la ciudad y del estudio de los nuevos crecimientos urbanos (edificación, infraestructuras, equipamientos, servicios y población urbana) con carácter territorial y discontinuo. La evolución americana de este proceso de dispersión se recoge en una excelente exposición y su catálogo titulada: Suburbia. La construcción del sueño americano (Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona [CCCB], 2024). Crecimientos que “renunciarán a todas las características naturales y agrícolas del paisaje previo (Batllé, 2019)” y que se convertirán, desde entonces, en un pseudomodelo urbanístico, no inscrito en el balance positivo de las conquistas culturales de la disciplina, a pesar de tratarse de una realidad con gran repercusión, aunque con duras críticas por parte de figuras destacadas del Urbanismo:

“Ciudad consumidora de espacios, modelo despilfarrador, antiecológico con todas las connotaciones negativas que eso conlleva (…/…) situándose en los mejores sitios de paisaje, produciendo una evidente privatización de derechos colectivos” (De Terán, 2001).

“…en el borde de la ciudad moderna, se depositan fragmentos sin relación intrínseca con la organización existente más que la de curvas y cruces de las autopistas. Aquí lo “dejado caer” se extiende hacia afuera como las líneas nodales de una piedra arrojada a un estanque. El margen de una ciudad es una región filosófica donde la ciudad y el paisaje natural se superponen sin elección ni expectativa” (Holl,1991).

“… aparece una cuestión clave, que une el carácter de fragmentación de la ciudad, el carácter de la dispersión de la economía, el carácter de heterogeneidad y la dispersión de la ciudad, y que convierte a la ciudad, a la economía, a la sociedad, en categorías de difícil lectura, porque está hecha para ser mirada objeto a objeto, y no para grandes composiciones” (Secchi, 2001).

“La urbanización extensiva y especulativa es la disolución de la ciudad y la ciudadanía”, por un lado, da lugar a la trivialización y banalización del fenómeno urbano y al despilfarro de los recursos que necesita, y, por otro lado, es segregadora y rompedora de los lazos sociales y culturales al dominar el individualismo” (Borja & Carrión & Corti, 2017).

Son posturas ante un cambio de rumbo de las relaciones campo-ciudad (Fig.4), al que esos autores intentan contraponen un revulsivo urbanístico, “una visión de conjunto, una posible estrategia unitaria” (De Terán, 2001), que evite lo que todos ponen de relieve: el individualismo de los hechos, la fragmentación del territorio y el desinterés por un patrimonio colectivo. Ante la imposibilidad de establecer una clara dicotomía entre paisaje agrícola y ciudad y, en cualquier caso, la negación de la planificación urbanística en su cometido regulador de las relaciones urbano-territoriales y de una ordenación coherente entre espacios y actividades. Se trata, por tanto, de una realidad de nuestro tiempo, que desde el urbanismo difícilmente se puede revertir, pero sí replantear o reconducir aplicando soluciones integradoras entre lo rural y lo urbano. Propuestas que tengan la capacidad de generar equilibrios estables, a nivel territorial y de recursos básicos, y también en la red económica de producción de alimentos, asumiendo el lugar de origen donde se cultivan, el transporte y su comercialización, factores clave para el desarrollo local y el acceso universal a una alimentación saludable y de proximidad.

Fig. 4 / Ejemplo de asentamientos urbanos residenciales de baja densidad compartiendo 3 términos municipales valencianos (Bétera, S. Antonio de Benagéber y La Pobla de Vallbona, a escasos 15 km de Valencia) sin ninguna interrelación con los espacios resultantes de una huerta ahora fraccionada y discontinua

Fuente: Google Earth

Además, se tiene que abordar a partir del contexto actual. Nos encontramos ahora con una nueva territorialidad urbanizada a la que se suma también la dificultad de deslindar el espacio reconocible de ciudad y el de su influencia directa, sobre todo por la existencia de funcionalidades recíprocas (Mayol & Gangneron, 2019). Los asentamientos urbanos con diferentes usos, las infraestructuras, las componentes de IV-IA (Infraestructura Verde e Infraestructura Azul) y los demás servicios y elementos naturales o construidos que conforman los territorios metropolitanos históricamente rurales, ahora se integran en muchos casos con el mismo carácter urbano, e incluso son ya receptores de algunas funciones de centralidad relevantes. Asumen, en su análisis, grados equiparables de protagonismo dentro de ese espacio cotidiano compartido, aunque no siempre coordinado, que Paola Viganò denominó “la metrópoli horizontal”, donde “se puede vivir y trabajar en todas partes” (Bianchetti, 2017). Reconocer y diagnosticar esta realidad permite plantear alternativas si el enfoque cambia, si, como plantea Viganó, no es más importante la ciudad que el campo, ni las infraestructuras de transporte que la IV-IA.

En el caso del área metropolitana de Valencia, se comprueba que “las diferencias entre los patrones morfológicos del espacio urbano y su entorno periurbano y rural no son elevadas” (Salom-Carrasco & Thomas & Montero, 2021), en parte porque ha sido el paisaje agrícola del ámbito metropolitano uno de los factores más destacados en la generación de una identidad propia en ese marco territorial (Fig. 5). Es cierto que las áreas rurales se han incorporado a esos procesos del mismo modo que las urbanas favoreciendo la relación entre ambas. Pero en ese proceso, la ciudad ha cambiado, a veces convertida en urbanización, en asentamientos desestructurados, abandonando en ellos lo que le daba sentido a la ciudad: “su sistema específico de relaciones sociales, de cultura y, sobre todo, de instituciones políticas de autogobierno” (Castells & Borja, 2004). Un panorama nada halagüeño al que contraponer nuevas condiciones que refuercen esos atributos propios del espacio urbanizado: la cohesión social, la cultura y la implicación de la sociedad con políticas en apoyo de iniciativas económicas y de control de los servicios públicos. Y, en ese sentido, incorporar los cultivos a la ciudad se puede convertir en un verdadero aliciente urbano.

Fig. 5 / Paisaje del borde norte de Valencia donde se funde el periurbano de huerta con su fachada urbana

Fuente: Archivo de los autores

En cualquier caso, queda atrás la antítesis urbano-rural y se piensa más en términos de: regiones urbanas policéntricas, o regiones metropolitanas (Soja, 2008), de territorio, el urbanizado y el no urbanizado, aunque sin unas relaciones precisas todavía en la conformación y desarrollo de cada uno respecto al otro. Agricultura y ciudad siguen siendo realidades disyuntas en un mismo territorio (Nahmias & Le Caro, 2012). Partimos de esa consideración a la hora de abordar la dimensión actual y futura que puede tener la agricultura urbana, haciendo hincapié en la óptica particular del urbanista.

Si hacemos balance histórico, la dinámica de supeditación del territorio agrícola a la ciudad fue recurrente en el tiempo y especialmente significativa a partir del urbanismo decimonónico español, al asumir que el crecimiento urbano a costa del espacio rural inmediato podía ser ilimitado (García-Bellido, 2000), a pesar de las contribuciones de Ildefonso Cerdá al defender en su Teoría General de la Urbanización de 1867:

“Un esquema territorial que supera la dialéctica entre campo y ciudad a través de la máxima: urbanizar lo rural y ruralizar lo urbano. Este esquema articula perfectamente los sistemas urbanos con los sistemas naturales, pues se trata de que unos penetren en los otros. Y la apuesta clara por una lectura del territorio a partir de una estructura vías-intervías (intervías o manzanas que configura en su totalidad como la suma de predios rústicos y predio urbanos)”.

Los crecimientos urbanos imparables en mancha de aceite se han mantenido y conviven ahora con la ciudad dispersa multiplicado los problemas de organización funcional y de gobierno de la ciudad, sobre todo en las grandes urbes. Sin embargo, hay referentes y modelos urbanos acuñados siglos atrás que ya proponían ciertos equilibrios en el crecimiento urbano y en su relación con los espacios naturales y culturales. Un patrimonio propio del que siempre podemos extraer conclusiones.

Basta mencionar el modelo de ciudad jardín de Ebenezer Howard (1898) que, desde un positivismo reformista planteaba condiciones democráticas de vida en comunidad a partir de una nueva experiencia urbana denominada Ciudad-Campo (Fig. 6a y 6b), “Town-country” (Howard, 1989), (ejemplificada con diagramas tan elocuentes como el de los 3 imanes que explicaba las ventajas de incorporar a la ciudad jardín lo mejor del campo y las ventajas de la ciudad tradicional) y del que algunos conceptos actuales, agroecological urbanism, urban agroecology o agrourbanismo (Yacamán, 2017), son deudores. Howard, protoecologista, inspirado por defensores anteriores de la integración completa campo-ciudad como Kropotkin (Oyón, 2011), defiende que, a nivel social.

Fig. 6a / Diagrama nº2. Howard, Ebenezer, To-morrow: A Peaceful Path to Real Reform, 1898

Fuente: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Diagram_No.2_(Howard,_Ebenezer,_To-morrow.).jpg

Fig. 6b / Hampstead como modelo de suburbio jardín heredero del modelo de E. Howard. Imagen actual en la que, a excepción de los coches, permanece en su estado original

Fuente: Archivo de los autores

“La ciudad es el símbolo de la sociedad, de la ayuda mutua y la cooperación amistosa (…/…) y en la Ciudad-Campo se pueden disfrutar de oportunidades de trato social iguales, (…/…) y debe ser administrada, no en los supuestos intereses de unos pocos, sino en los intereses reales, de toda la comunidad (…/…) se encontrarán sociedades y organizaciones que representen un nivel mucho más alto de espíritu público y empresa que muestren su capacidad colectiva al avivar la conciencia pública y ampliar el entendimiento público, se necesita con urgencia, imperiosamente, la construcción de una ciudad-hogar, (home-city)” (Howard, 1989).

Planteamientos aún no superados, pero que hoy se defienden en la búsqueda de esa posible capacidad colectiva de actuar y de participar, funciones que los huertos urbanos compartidos incorporan a la ciudad y que, como sociedad inclusiva, nos demanda el desarrollo sostenible.

En cuanto al factor económico, la Ciudad-Campo trata de crear riqueza y atraer capitales, objetivos que declara Howard: “la combinación de ciudad y campo no sólo es saludable, sino también económica” (Howard, 1989). La comunidad se vería favorecida por generar nuevas expectativas de empleo, de ahorro colectivo y de facilidad de acceso a ciertos bienes básicos. Y el campo podía revertir beneficios en el concierto y la cooperación de los ciudadanos al reutilizar los residuos de la ciudad, como abono natural, y al mantener un amplio cinturón periurbano (cinco veces mayor que la superficie de la ciudad), destinado sobre todo a la producción de alimentos, capaz de favorecer un mercado local, combinando lo saludable, lo natural y lo económico, cerca de la población urbana (Howard, 1989).

“La ciudad ofrece el mercado más natural a las personas dedicadas a la propiedad agrícola, en la medida en que la gente del pueblo demanda sus productos, escapan por completo a las tarifas y cargos ferroviarios; Aquí, como en todos los aspectos del experimento, se verá que no es el área de derechos lo que se contrae, sino el área de elección lo que se amplía”.

Como modelo urbanístico y medioambiental, ese mismo cinturón verde y el límite de crecimiento de las ciudades completa las condiciones sobre las que podemos aún reflexionar (Howard, 1989).

“…hay pocos objetos que la gente guarde con tanto celo como sus parques y espacios abiertos; y creo que podemos estar seguros de que la gente de Garden City no permitirá ni por un momento que la belleza de su ciudad sea destruida por el proceso de crecimiento, tal crecimiento no disminuirá ni destruirá, sino que siempre aumentará sus oportunidades sociales, su belleza, su conveniencia. Y este principio de crecimiento, este principio de preservar siempre un cinturón de campo alrededor de nuestras ciudades, siempre se tendría en cuenta”.

Son comentarios que darían para un amplio debate en la actualidad, pero que ponen de relieve que algunas ideas vuelven a ser interesantes, siempre que se relativicen de acuerdo con la época y el lugar. Podemos establecer nuevos términos para convertir lo que ya se planteó en algo novedoso, o podemos profundizar en lo que sigue siendo válido o al menos útil si añadimos un enfoque actual, y esas dos frases, desde la idea de acercar la producción agrícola a la ciudad, pueden servir de punto de partida. Como comenta Muiño (Muiño, 2016) referenciando a Riechmann (Reichmann, 2012), si:

“el urbanismo del siglo XIX concibió la ciudad-jardín: hemos de dar un paso más allá para imaginar la ciudad bosque. Diez árboles y diez áreas de huerto urbano por habitante (…) hoy casi inconcebible, representa una de las pocas salidas practicables”.

El cinturón o anillo verde vinculado funcionalmente a la ciudad como recurso urbanístico también ha estado presente desde entonces en planes urbanísticos relevantes (Londres 1944 (Van Roosmalen,1997), Madrid 1946 (Jiménez, 2017) o Valencia 1946 (Selva, 2017)) y en modelos de actuación como las propuestas de la RPAA en USA de los años 20 (Stein, 1987) o las posteriores new towns de los años 50-70 en UK (Blasco & Martínez & Deltoro, 2014). El concepto cinturón verde agrícola, aunque haya sido abandonado en gran parte (Livesey, 2017), ha sido traducido con otras nomenclaturas, cinturón ecológico, por ejemplo, que remiten a una función territorial con atributos similares.

Hay que destacar, en esa línea, la obra de Frederick Law Olmsted (1822-1903), por la sistematización de los parques urbanos, la conectividad de espacios verdes, y su visión de futuro a la hora de entender la trascendencia de conjugar naturaleza y ciudad (Fig. 7) con argumentos especialmente sugerentes (Mumford, 2018),

Fig. 7 / Panorámica de la ciudad de Riverside en las afueras de Chicago, diseñada por F. L. Olmstead

Fuente: Archivo de los autores

“dijo que su misión era proporcionar a las masas urbanas el equivalente a un paseo por el campo (…/…) y se percató de que ciertas zonas muy buenas de tierra iban a ser destruidas en las afueras de la ciudad y que cuando la ciudad alcanzara esas zonas las iban a necesitar”.

Dos apreciaciones que hablan, por un lado, de introducir efectivamente las funciones del campo en la ciudad para disfrute de una amplia mayoría, un recurso que hoy ha tomado cuerpo traduciendo su sistema articulado de espacio verdes en el necesario ensamblaje y conexión de toda la Infraestructura Verde, la urbana y la territorial. Además, Olmsted, por otro lado, reconoce la oportunidad de mantener y proteger un cinturón periurbano agrícola porque, como él decía, la ciudad lo necesitará, algo que hoy ya se está reclamando, y no solo por su producción agrícola. Su postura queda reflejada en sus escritos (Olmsted, 2002):

“Y debe recordarse, también, que el disfrute del hombre de la belleza rural claramente ha aumentado en lugar de disminuir con su avance en la civilización. (…/…) A continuación, tengo que ver qué oportunidades se necesitan para inducir a la gente a participar en lo que he denominado recreaciones receptivas entre vecinos, en condiciones que contrarrestarán en gran medida el sesgo prevaleciente hacia la degeneración y la desmoralización en las grandes ciudades”.

Un tercer episodio clave de la cultura urbanística relacionado con la necesidad de incorporar las ventajas del campo en la ciudad son las diferentes modalidades de ciudad verde y modernidad de principios del siglo XX. Citar cronológicamente primero el Manifiesto Verde de 1919 del arquitecto paisajista Leberecht Migge que reclama:

“¡Ciudadanos y ciudadanas! ¿Quién salva a la ciudad? El campo salva a la ciudad. La vieja ciudad sólo puede salvar su existencia si se entremezcla con el campo: ¡Cread la ciudad–campo! Las ciudades deben abrazar su propio campo” (De Cárdenas, 2009).

Defiende la revolución verde, las colonias obreras, los huertos en los patios de las nuevas siedlungen (Fig. 8a) y nuevas actuaciones donde incorporando multitud de jardines se podía llegar a reestructurar la nueva ciudad (Fig. 8b).

Fig. 8A / Leberecht Migge. Plano esquemático para una Siedlung Autosuficiente. 1919

Fig.8.B / Sistemas verdes como líneas de crecimiento y dispersión. Leberecht Migge: Aplicación para la ciudad de Frankfurt

Fuente: de Cárdenas, I. https://oa.upm.es/63596/1/862-2936-1-PB.pdf

Más difundidos fueron los principios ensayados años después por F. Ll. Wright en Broadacre, “donde cada familia tiene como mínimo media hectárea de tierra. La escala de toda la ciudad implica el propósito de practicar la agricultura” (Mumford, 2018, p. 671). O en la Ciudad Contemporánea de Le Corbusier en 1922, donde se funde naturaleza y ciudad al “aumentar las superficies plantadas y disminuir el trayecto a recorrer” (Le Corbusier, 2001). Su ideario parte de recuperar la relación hombre-naturaleza:

“A la obra humana hay que hacerla solidaria con la obra natural. La naturaleza nos proporciona enseñanzas ilimitadas. La vida se manifiesta en ella: la biología recoge sus reglas.” (Le Corbusier, 1984, p 50).

(La vivienda) “Su medio ambiente reclamado por la Carta de Atenas de los CIAM desde 1933 -sol, espacio, verdor- está asegurado por disposiciones edilicias B y B1, marcan árboles y horizontes. (…) En C se encuentran vastas superficies de terrenos disponibles, parte de los cuales será consagrado al deporte cotidiano, terrenos para caminatas, (…) Otra parte quedará reservada, según la demanda, a huertas individuales, …” (Le Corbusier, 1984, p 71).

Es cierto que no podemos volver atrás y reivindicar los modelos anteriores en sentido estricto, en funciones, forma y dimensión, pero sí podemos reinterpretar y renovar sus contenidos de acuerdo con las necesidades de la sociedad actual. El tan criticado Movimiento Moderno formuló propuestas que un siglo después mantienen el interés, aunque sea desde nuevas perspectivas (Busquets, 2023):

“No vale pensar que es solo una cuestión del lenguaje de la arquitectura moderna. El lenguaje pasó y sirvió para romper moldes y para hacer otras cosas. Hoy en día nos conviene un impulso de este tipo para afrontar los nuevos retos medioambientales”.

4. A modo de conclusión, nuevos enfoques para nuevas realidades

Aprender de la naturaleza, de las reglas de la biología y mantenerlas o reforzarlas, es posible a partir de franjas periurbanas verdes, corredores ecológicos o biológicos, por la continuidad y extensión de una Infraestructura Verde conectada, espacios ajardinados o cultivados en el interior de la ciudad; en definitiva, formas de planificar el territorio y la ciudad como parte del sistema ambiental que pueden mantener la coherencia y diversidad biológica. Una motivación añadida, contrapuesta a los fines especulativos de un planeamiento urbano extensivo, favorecedora de un desarrollo urbano en defensa de la diversidad biológica, que puede ir más allá, aprovechando las Soluciones Basadas en Naturaleza (SBN) (Fig. 9).

Fig. 9a / Publicación Towards an EU Research and Innovation policy agenda for Nature-Based Solutions & Re-Naturing Cities

Fuente: European Commission (2020)

Figs. 9b y 9c / Imagen en el mobiliario urbano en la ciudad de Valencia en 2022 e imagen en el mobiliario urbano de la ciudad de París en 2023

Fuente: Archivo de los autores

Soluciones que pueden orientar la práctica del planeamiento al aplicar o utilizar la infraestructura natural en pie de igualdad con las infraestructuras grises, y siempre que los beneficios económicos, sociales y ambientales se evalúen previamente a su redacción (Dorst & Van der Jagt & Raven & Runhaar, 2019). Se retoman temas de ecología urbana de trabajos clásicos como los de Bettini (Bettini, 1998) que habían partido de los conceptos esenciales de Mumford y de los planteamientos clásicos de la ecología clásica para articularlos con las nuevas realidades urbanas y los enfoques ecosistémicos. La Comisión Europea define a las SBN como (European Commission, 2023):

“…soluciones a desafíos a los que se enfrenta la sociedad que están inspiradas y respaldadas por la naturaleza; que son rentables y proporcionan a la vez beneficios ambientales, sociales y económicos, y ayudan a aumentar la resiliencia”.

“Son acciones inspiradas, apoyadas o copiadas de la naturaleza; al usar y mejorar las soluciones existentes para los desafíos, así como explorar más soluciones novedosas, por ejemplo, imitando cómo los organismos y comunidades no humanos se enfrentan a extremos ambientales. Las soluciones basadas en la naturaleza utilizan las características y los procesos complejos del sistema de la naturaleza, como su capacidad para almacenar carbono y regular los flujos de agua, a fin de lograr resultados, como la reducción del riesgo de desastres y un entorno que mejora el bienestar humano y crecimiento verde socialmente inclusivo. Esto implica que mantener y mejorar el capital natural es de importancia crucial, ya que constituye la base de las soluciones. (…/…) (Entre las cuestiones de efectividad, señalan) ¿Cómo pueden los espacios intersticiales en las ciudades (azoteas, parques públicos, bordes de caminos y áreas o infraestructuras infrautilizadas) ser utilizadas más ampliamente para la producción urbana de alimentos?”

El capital natural, las formas de intervenir en la ciudad y el territorio con un crecimiento verde, o las SBN, son recursos que seguimos postulando en la adaptación frente al cambio climático y a una vida segura y saludable. La Ciudad Verde, un ideal al que se añade hoy el calificativo de resiliente (preparada y resistente a los cambios), un atributo inapelable que reivindica nuevas vías de naturalización urbana y gran parte del bagaje urbanístico de los modelos urbanos comentados. Nos referimos a los más emblemáticos, sin entrar en otros muchos, que tuvieron también una gran relevancia por su incorporación del verde o incluso los huertos urbanos como elemento protagonista y parte de su diseño —por ejemplo, la Colonia Lindenhof, de Leberecht Migge, Bruno Taut y Martin Wagner en 1912, la Siedlung Freidorf de Hannes Meyer en Basilea 1914-24 y la Frankfurt Römerstadt Siedlung rodeada de huertos (Schrebergarten) junto al Nidda de 1927-29, los paisajes agrourbanos de los años 40/50 de Carl Theodor Sørensen, o los posteriores de Jacques Simón y, por qué no, la agricultural city de Kisho Kurokawa de 1960—.

Hoy, las ciudades nombradas Capital Verde Europea son reconocidas por sus políticas medioambientales y la labor de incrementar los beneficios que aportan los indicadores de Biodiversidad, Áreas Verdes y Uso Sostenible del suelo, entre otros (European Green Capital & Leaf Award 2025), incidiendo en su capacidad para afrontar las crisis actuales y futuras. Sinónimo de prestigio y de calidad de vida, Valencia ha sido elegida la capital Verde 2024, entre otros motivos, por sus zonas verdes, sus jardines, su cinturón agrícola y también sus huertos urbanos.

Son indiscutibles los beneficios que aporta la agricultura urbana y periurbana, cuando forma parte de los cinturones verdes productivos alrededor de las ciudades, por su capacidad para impulsar redes alimentarias dentro del concepto actual de “mercado local” (Chiffoleau, 2012), redes que aseguran alimentos de calidad estableciendo un paisaje compartido. Y también si se incorpora como Infraestructura Verde (IV) en el interior del tejido urbano para aportar los mismos beneficios, sobre todo a partir de la aplicación de las SBN. Beneficios que plantean, por tanto, una nueva situación que, en términos generales, se puede enunciar como volver a integrar la agricultura en lo urbano, o sin más: la inserción del campo en la ciudad (Robert-Boeuf, 2019). Entendiéndolo de una forma activa que permita: recuperar lazos más estrechos con la cultura de la tierra, acercando al ciudadano a la naturaleza, limitar el consumo de suelo agrícola, proteger un patrimonio rural que abogue por la soberanía y seguridad alimentaria (SAl) (Gordillo, 2013) y situar el control a nivel local (Estrategia «de la Granja a la Mesa», 2021). A partir, eso sí, del criterio urbanístico de crecimiento urbano contenido, basado más en la renovación y rehabilitación del patrimonio existente que en la expansión urbana (Nueva Agenda Urbana, 20161). Un cambio de paradigma, en definitiva, que se traduce en una paulatina incursión positiva de la agricultura en la ciudad para beneficio mutuo, tanto de lo urbano como de lo rural.

Así lo van entendiendo e incorporando proyectos urbanos de última generación como la Agrociudad Gagarine-Truillot en Ivry-Sur-Seine (Fig.10) de Lacasta, Santana y Chalamanch, que incorpora a los habitantes en el propio proceso de contenido y diseño, y se justifica en una realidad histórica en la que flores y huertos daban identidad a la zona. Los huertos se incorporan con una presencia destacada ya que se destinan 25 000m2 a la agricultura urbana profesionalizada, tanto en los centros de manzana como en las cubiertas de todos los edificios a construir.

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Fig. 10 / Planta de ordenación y volumetría de la Agrociudad Gagarine-Truillot

Fuente: Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos de España (CSCAE)
https://www.premiosarquitectura.org/proyectos/agrociudad-gagarine-truillot/

Sólo con la agricultura urbana, no superamos todos los problemas y crisis urbanas, pero se convierte en un ingrediente valioso para reivindicar la justicia medioambiental y alimentaria del territorio (Paddeu, 2015) y la multifuncionalidad que aporta a la ciudad más allá de los aspectos puramente alimenticios. Muchos autores han incidido en que ese es su carácter fundamental: su multifuncionalidad. Los beneficios sociales, económicos y ecológicos, funciones múltiples que suman y operan a favor de la ciudad y que se producen tanto en las experiencias asociativas de agricultura urbana sin ánimo de lucro, como en las vinculadas a iniciativas comerciales (Orsini & al., 2020) (Mastronardi & Marino & Giaccio & al., 2019) (Wiskerke , J.S.C. & Verhoeven, S., 2018).

Se trata de alcanzar una mayor estabilidad y protagonismo del ámbito rural en el tiempo, un recurso territorial limitado y con escasa participación en las dinámicas urbanas, y de conseguir, al mismo tiempo, múltiples beneficios en la ciudad, favoreciendo la diversidad biológica y una progresiva desmineralización de la misma (Boeri, 2011), algo que daría un impulso real al tan reclamado proceso de naturalización urbana (Juvillá, 2019). Y es posible a través de un pacto político-social y el apoyo de la investigación multidisciplinar, con el fin de establecer un compromiso de colaboración estable entre dos realidades territoriales, cada vez más dependientes y menos excluibles entre ellas si se observan los objetivos del desarrollo sostenible y los principios de resiliencia urbana y territorial.

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6. Listado de Acrónimos/Siglas

FAO Food and Agriculture Organization
IV-IA Infraestructura Verde e Infraestructura Azul
RPAA Regional Planning Association of America
SBN Soluciones Basadas en Naturaleza

1 Art.52: “Alentamos la formulación de estrategias de desarrollo espacial que tengan en cuenta, según corresponda, la necesidad de orientar la ampliación urbana dando prioridad a la renovación urbana mediante la planificación de la provisión de infraestructuras y servicios accesibles y bien conectados, el logro de densidades demográficas sostenibles y el diseño compacto y la integración de nuevos barrios en el entramado urbano, impidiendo el crecimiento urbano incontrolado y la marginación” Art. 95: “Apoyaremos también la producción agropecuaria en las zonas urbanas, así como la producción y el consumo responsable, local y sostenible y las interacciones sociales, mediante el establecimiento de redes propicias y accesibles de comercio y mercados locales como opción para contribuir a la sostenibilidad y la seguridad alimentaria”.